miércoles, abril 30, 2025
cero

Quinchía: entre el oro y los quinchos

1

A esos cercos de guadua coronados por la imagen de la muerte los llamaron “Quinchos”, vocablo que acabó por convertirse en el nombre de una población clave.


Con aliento Caribe

A su manera detallada y surcada de recursos literarios, el cronista Pedro Cieza de León da cuenta de la partida del conquistador Jorge Robledo desde la  población de Santa Fe de Antioquia, en las riberas ardientes del río Cauca, hasta llegar a las no menos calurosas tierras del norte del Valle, en  las orillas del río La vieja.

Con su pluma minuciosa Cieza de León nos acerca  a los padecimientos de  los conquistadores cuando  subieron desde el Cauca hacia unas tierras de neblina en la que los contornos de los hombres  y las cosas se desdibujaban hasta alcanzar la inconsistencia de  los fantasmas.

Habían llegado a las tierras de unos indígenas pertenecientes al pueblo Caribe, conocidos como los Guaqueramaes  y los Tapascos. Estos pueblos las habían  bautizado con el nombre de Guacuma.

Siguiendo la voz del narrador descubrimos que cuando Robledo y Badillo arribaron al poblado Tapasco de Chiricha descubrieron unos cercos de guadua agitados por el viento, en cuyos extremos destacaban cráneos humanos.

A esos cercos de guadua coronados por la imagen de la muerte los llamaron “Quinchos”, vocablo que acabó por convertirse en el nombre de una población clave en el poblamiento del occidente de lo que hoy es el Departamento de Risaralda.

Pedro Cieza de León (Llerena, Badajoz, 1520 – Sevilla, España, 2 de julio de 1554​) Fue un conquistador español, destacado por su labor como cronista e historiador del mundo andino. Extraída de: Tripadvisor

A su paso, las huestes conquistadoras oyeron hablar de ricos tesoros enterrados por los indígenas en cuevas naturales o en socavones cavados por ellos en los cerros  que circundan el lugar.

Esos relatos  perviven hasta hoy, cuando una nueva fiebre del oro amenaza el equilibrio ambiental de la zona.

“Nos vamos a quedar sin agua, dice Alirio, un campesino  cincuentón que mira con aprensión como se multiplican  las formas de explotación minera en  sus territorios.

“Quiero forrarme de plata” declara Rigoberto Largo,  un hombre de acentuados  rasgos indígenas que sonríe y  muestra la que parece ser la prueba física de su voluntad de enriquecimiento: Un diente de oro.

El escudo de Quinchía y un poema del escritor local Danilo Calamata. Foto: Diego Val.

No todo lo que brilla es oro

Así ha  transcurrido la historia de Quinchía desde el paso de los conquistadores europeos hasta el arribo de las empresas trasnacionales en el siglo XXI: Entre el miedo y la codicia. Entre el escepticismo y la esperanza.

Pero no todo lo que brilla es oro en esta población que se precia de levantarse  una y otra vez desde  sus propias cenizas.

Gabriel Guapacha es uno  de esos hombres fornidos y montaraces que un día abandonó el azadón y el  hacha para dedicarse a conducir  una motocicleta en la que presta un servicio de transporte informal hacia veredas como Mapura, La  Loma y El Callao.

De regreso a la cabecera municipal, Gabriel hace un alto en el camino para tomar un refrigerio en una fonda caminera. Una fotografía  en tono sepia  de El Caballero Gaucho preside el lugar, cuya decoración es, de hecho, una estampa de otro tiempo: una  lámpara caperuza para los frecuentes apagones nocturnos, un  mostrador en el que se exhibe cera para pisos de madera,  sal de frutas para el guayabo y la indigestión, agujas capoteras  para coser costales,  paquetes de cigarrillos, botellas de aguardiente amarillo, purgantes para animales, pastillas para el dolor de cabeza, botas pantaneras y condones.

Desde lo alto  de un mueble de madera reinan un computador portátil  y un tocadiscos marca Sanyo que luce como nuevo después de  medio siglo de uso. Los dos son los responsables de  que la música no pare de  sonar en esta fonda     que ostenta el nombre de Pescador, Lucero y Río. Está ubicada a la orilla de una quebrada de aguas rumorosas de la que algunos vecinos sacan barbudos, corronchos y sabaletas.

Maqueta orográfica de Quinchía y sus alrededores. Foto: Diego Val.

En noches sin luna los bohemios  se plantan en la  puerta a contemplar las estrellas dibujadas sobre un  cielo límpido que  se encarga de remover el rescoldo de sus nostalgias.

Las canciones de Nano  Molina, Óscar Agudelo, Tito Cortés, Julio Jaramillo y Olimpo Cárdenas, humedecidas con unos tragos de aguardiente se encargan del resto.

Ese es el momento en que  Gabriel Guapacha enhebra la aguja de los recuerdos y empieza a tejer su historia.

“Todos mis antepasados recorrieron estas tierras al derecho y al revés en busca de fortuna. Mis abuelos Nicanor y Seferina tumbaron monte para sembrar yuca, maíz y plátano hasta convertirse en sembradores de café. Mis papás   Genaro y Matilde se enterraron en los socavones en busca de oro. A veces lo encontraron y lo perdieron con la misma rapidez. Entonces volvieron a ensayar   la agricultura con nuevos productos: aguacate, lulo y mora, hasta que los bajos precios, las plagas y los especuladores acabaron con sus ilusiones”.

A todo lo largo de su brazo y su antebrazo derecho, Gabriel luce un tatuaje de Nuestra  Señora del Perpetuo Socorro, que según él, lo ha salvado de todos los peligros imaginables en estos caminos.

“Desde niño me he encontrado con toda clase de malandros: de día  y de noche. Me he cruzado con guerrilleros, paramilitares, traficantes de oro, ladrones de ganado y unas cuantas joyas más.  Y siempre he salido sano y salvo para contar el cuento. Es que como la tierra de Quinchía es tan rica en recursos de la tierra y la minería, desde los tiempos de los conquistadores siempre ha atraído aventureros de todas partes del país y del mundo. Hoy nada más se vive una situación muy complicada.  Todo el mundo piensa en explotar pero a nadie se la ocurre aprovechar parte de esos recursos  para apoyar a los campesinos con sus cultivos o  patrocinar a las personas que trabajan con los adornos de oro. Cosas de esas que nos mejorarían la vida a todos en otros campos. Es que, como dice el dicho, no todo lo que brilla es oro.”.

División política del Municipio. Foto: Diego Val.

En las rutas de la memoria

Diana Marcela Ladino  y María José Correa son las responsables de la biblioteca de  Comfamiliar Risaralda en Quinchía. Oriunda del municipio, la primera y llegada de Antioquia la segunda, cada una a su  estilo ha encontrado  el modo de hacer de su labor cotidiana una ruta de aproximación al enorme legado histórico, social, económico y cultural de su comunidad.

Para Diana Marcela, el incendio del templo parroquial y el  inmediato inicio de las tareas de recuperación expresa toda una parábola.

“Era casi la media noche del viernes 16 de noviembre de 2016 cuando  todos nos vimos sacudidos por el resplandor y las llamas que se veían salir del templo San Andrés Apóstol. Si al comienzo hubo pánico, en pocos minutos  el pueblo se unió en la tarea de ayudarles a los bomberos a apagar las llamas.  Y si al final el incendio destruyó el templo casi en su totalidad, lo bonito vino después: De  todas partes empezaron a surgir iniciativas para su reconstrucción. Apenas quince meses después, aunque todavía falta mucho trabajo, la gente empieza a ver cómo  ese espacio de oración y de encuentro  vuelve a la vida, como en el mito aquél del Ave Fénix”.

Construida en el año de 1855, la iglesia tuvo varias reparaciones, algo que a Diana se le antoja un símbolo de lo que  ha sucedido con Quinchía  a lo largo de los años.

“Como  sucede con tantos municipios de la región, en  mi pueblo hemos tenido que pasar por cosas muy duras. Aquí cometió sus fechorías  el Capitán Venganza, durante la violencia entre liberales y conservadores. Después sería la gente del Epl, con el sanguinario Leyton a la cabeza. Más tarde   veredas enteras fueron arrasadas por los paramilitares, hasta la infamia de la llamada Operación Libertad, cuando el 27 de septiembre de 2003  unas ciento veinte personas fueron retenidas y acusadas de complicidad con las guerrillas. Después se supo que todo había sido un montaje, pero ya muchas vidas habían quedado arruinadas.  Esa es una injusticia que nuestra comunidad nunca olvidará.”

Cartelera dentro de la Biblioteca Municipal “Daniel Calamata”. Foto: Diego Val.

Entre las personas que  perdonan pero no olvidan está Gloria Eunice. Para la época de la Operación Libertad cursaba estudios de derecho en la Universidad Libre de Pereira. Ese día vio como un grupo de cuarenta policías  irrumpió en la casa de su abuelo materno, Gilberto Cano Bolívar. El viejo  se desempeñaba como concejal después de haber sido alcalde de la localidad.

“Se lo llevaron con las manos atadas a  la espalda con una soga, como a un criminal” diría Eunice después con el alma y la voz rotas por la humillación. “Mi abuelo, a quien  le decían Cachaco murió en 2015 a los 86 años y estuvo preso durante veintidós interminables meses. Cincuenta  y siete años de su vida los consagró al servicio público, y así le pagaron”.

Junto al drama de Cachaco los parroquianos de Quinchía  evocan otro igual de doloroso: el de José de los Santos Suárez, un campesino ciego a quien acusaron de fabricar explosivos para la guerrilla, aparte de brindarles alojamiento y comida.

Destrozado, José de los Santos murió en 2010, a los sesenta y dos años. Junto al suyo, también se recuerdan los nombres de Martiniano Manso- sí: Manso-, Wilfrey García, Arlés Ocampo, Eduardo Castro y Aldemar Tusarma, estos tres últimos asesinados.

En el pueblo todavía se comenta que los paramilitares del Bloque Simón Bolívar  participaron en algunos de estos crímenes.

Diana Marcela Ladino es la actual bibliotecaria de Quinchía “Daniel Calamata”. Foto: Diego Val.

“Pero, con todo y eso, en Quinchía siempre sabemos reconstruirnos, igual que en el caso del templo de san Andrés Apóstol”, sentencia Diana Marcela  ante un grupo de líderes comunitarios que aguardan turno para  utilizar los computadores de la biblioteca.

La palabra que sana

Cada vez que puede, María  José  Correa toma su maleta  llena de libros y parte en busca de un jeep o una moto que la lleven hacia alguna vereda donde siempre la esperan con un buen desayuno o un “algo”, un refrigerio que a veces parece otro almuerzo: es la forma como los campesinos le agradecen un ritual que ha mejorado en mucho sus vidas, en no pocos casos rotas por la violencia.

“La gente espera la llegada de María José y sus libros con una alegría que no pueden imaginar los que siempre han vivido entre las comodidades”, asegura María Elvia, una profesora nacida en Aguadas, Caldas, que ha  trabajado en regiones tan dispares de Colombia como el departamento del Cauca, el Quindío y Córdoba.

“Hay que vivirlo para comprenderlo”, dice  desplegando las páginas de un  libro titulado Los amores de Afrodita. Con sus historias les ayuda a los jóvenes de Quinchía a comprender sus propias vivencias del amor y la sexualidad.

“Desde mi propia experiencia como maestra he podido ser testigo de la forma como el contacto con los libros, la música, las artesanías y los museos obra como un  elemento de sanación para las personas y las comunidades. Estoy convencida de que esa capacidad para la creación y para valorar las producciones del  espíritu es una de las cosas que les han permitido a los quinchieños sobrevivir  a tantos infortunios. Uno los ve y siempre  parecen salir más fortalecidos para el siguiente desafío”.

María José  (en el centro) es la compañera de Diana Ladino, ambas bibliotecarias de Quinchía, Risaralda. Foto: Diego Val.

Recorriendo las calles y los campos de Quinchía al visitante no le faltarán razones para entender el optimismo invencible de María Elvia.

En la casa de Xixaraca

Xixaraca  era el dios del bien entre las tribus Anserma. Según los relatos de los pueblos aborígenes, la divinidad habitaba en la cima del cerro Karambá, hoy conocido como Batero. Por eso el Museo Arqueológico de Quinchía, ubicado en la Casa de la Cultura, lleva ese nombre. Pequeño, pero bien organizado bajo  patrones técnicos de conservación, el Museo de Xixaraca supone un viaje a los orígenes de  pueblos que desarrollaron valiosos avances en la explotación  de las minas de sal y de oro, así como en la orfebrería y la filigrana. De hecho, los artesanos que hoy se agrupan alrededor de varias organizaciones son herederos directos de esa tradición.

Y miren por dónde : para completar  el mito de Xixaraca y restablecer de paso el equilibrio cósmico, tradiciones  campesinas posteriores sostienen que en  la base del Cerro de Batero, en una cueva guardada por el diablo en persona, yacen tesoros de fábula enterrados por los europeos desde los tiempos de la conquista.

La  Historia local da cuenta de que el museo empezó a nacer en 1979, cuando un grupo conocido como Cabalonga, encargado de la parte  documental en el club científico del Instituto San Andrés se dio a la tarea de rastrear documentos y piezas de orfebrería entre las tantas que abundan en la zona.

Una década más adelante surgió un grupo ecológico liderado por Jorge Gómez, para la época gerente del Comité Municipal de  Cafeteros. A través de un trabajo conjunto con Fernando Uribe, director de la Casa de la Cultura, plantaron los cimientos de una memoria escrita en el barro  en el oro  y en las piedras de esta zona en la que abundan los apellidos Trejos, Largo, Bueno y Tapasco, para mencionar solo algunos de los grupos familiares ligados a esta población que a lo largo de su historia ha cambiado de sitio varias veces.

Omar Antonio Ramírez es el actual director de la Casa de la Cultura de Quinchía. Foto: Diego Val.

El signo de la errancia.

El  historiador Alfredo Cardona Tobón y el escritor Jaiber Ladino son, como quien dice, memoria viva de estas tierras. El primero desde el relato documental y el segundo mediante los recursos de la ficción, nos han aproximado al trasegar de unos hombres  y mujeres empujados montaña abajo y montaña arriba por la necesidad y por la ambición. O por el puro y duro desplazamiento forzado.

A través de sus relatos, el  lector puede asomarse a las múltiples formas de la errancia.

Con solo los títulos de los libros de Cardona Tobón y sus coequiperos el viajero puede armarse  una ruta que lo  lleve del pasado al presente y viceversa, en un perpetuo viaje de ida y vuelta:  Quinchía Mestizo; Ruanas  y Bayonetas; Indios, curas y maiceros; Los caudillos del desastre; Historia y Memoria. Guiado por la pluma de Cardona Tobón el visitante  inquieto puede enterarse de la  tozudez con que los curas se opusieron a la construcción de una carretera que conectara a Quinchía con el resto del país, convencidos de que por esa vía rudimentaria irrumpirían en la aldea todas las formas conocidas del pecado, empezando por la bíblica sodomía.

Transitando otros caminos en pos de idéntico objetivo, Jaiber Ladino  ha trasladado al mundo de la ficción poética  los  hallazgos acumulados en una infancia vivida en las tierras de los Ansermas, los Tapascos, los Irras y los Guaqueramaes. Si bien no aparecen de manera explícita, libros como Las aventuras de la Barranquero, Andago y  La línea K devienen claves para acercarse por otros linderos a  la cosmovisión que corría por la sangre a veces apacible y en otras turbulenta de sus mayores.

Allá en el rancho grande.

Es curioso: a los mercados donde comercializaban el oro y la sal  los indígenas de esta zona los llamaban “Tianguez”, un vocablo casi idéntico a “Tianguis”, los mercados populares que los fines de semana se toman la  Ciudad  de México en nuestros días.

Pero esa búsqueda nos metería  en un berenjenal que podría terminar en la letra de  un corrido como Allá en el rancho grande, que no para de sonar en la fonda Pescador Lucero y Río donde Roberto Guapacha dirime  los pleitos con sus nostalgias.

Cerro Batero es el más alto ubicado en el municipio de Quinchía. Este municipio, conocido como la Villa de los Cerros, es un pueblo con mucha riqueza cultural y natural. A la vez se caracteriza por la amabilidad de su gente. Foto: Diego Val.

A  lo mejor las cosas empezaron cuando el dios del bien y el diablo se repartieron  las partes alta y baja del cerro. En esas fechas situadas  antes del inicio del tiempo podrían situarse los orígenes de lo que fue Guacuma y más tarde se convirtió en Quinchía.

La partida de nacimiento dice que  mediante ordenanza número  5 del 12 de marzo de 1919 el municipio cobró vida civil.

Pero ese ya es más un asunto de notarios. Porque  hoy  muchas cosas esenciales del pueblo siguen palpitando en un lugar del tiempo y el espacio ubicado entre el oro y los quinchos.

Especial Semana Santa en Pereira.

0

Especial

Una semana con la mirada puesta en el cielo

 


Pereira celebra en esta última semana de marzo, la llamada “Semana Santa”. Un espacio de ciudad donde se encuentran la tradición y el comercio; el turismo y la peregrinación; el creyente y el penitente. La Cebra que Habla presenta este especial, como parte del quehacer ciudadano, con reflexiones, historias, imágenes y más.


 

BIENVENIDOS

There is no slider selected or the slider was deleted.

 

 

[sliderpro id=”2″]

 

 

Escuche audio del Obispo de Pereira,  Rigoberto Corredor Bermúdez,  en Ecos 13:60.

¿Cómo ha cambiado la Semana Santa a través del tiempo?

Fuente:

 

Programación de Semana Santa

Lunes Santo
26 de marzo
Martes Santo
27 de marzo
Miércoles Santo
28 de marzo
Jueves Santo
29 de marzo.
Viernes Santo
30 de marzo
Sábado Santo
31 de marzo
Domingo de Pascua
1 de abril
Eucaristías
7:00 a.m. 8:00 a.m 12:00 m.Jesús y su vida pública4:00 p.m
Lavatorio de los pies, cena del señor y procesión de los niños.
Eucaristías
7:00 a.m. 8:00 a.m 12:00 m. 7:00 p.m.Jesús en el camino de la cruz4:30 p.m
Sermón de la sentencia (balcón Curia Episcopal) y procesión de los niños.
Eucaristías
7:00 a.m. 8:00 a.m 12:00 m.Misterio Pascual y Resurrección de Jesús4:00 p.m
Sermón de las Siete Palabras y procesión de los niños.
Eucaristías4:00 p.m Eucaristía de la Santa Cena del Señor.

Reflexión acerca del mandamiento del amor.
Lavatorio de los pies.
Procesión al santo monumento en el templo.

8:00 p.m.
Procesión prendimiento de Jesús.

Visitas al monumento en la Catedral Nuestra Señora de la Pobreza.
Abierto hasta las 12:00 de la media noche.

10:00 a.m.
Sermón de la Sentencia.
(Balcón Curia Episcopal) y procesión del Santo Viacrucis3:00 p.m.
Liturgia de la celebración de la Pasión y Muerte del Señor Jesucristo.4:00 p.m.
Sermón de las Siete Palabras.8:00 p.m.
Procesión del Santo Sepulcro.
Eucaristía Solemne.
Homenaje a Nuestra Señora de la Soledad. Inicio de la Pascua.

4:00 p.m.
Coloquio a Nuestra Señora de la Soledad.
Señoras de la Legión de María.

5:00 p.m.
Procesión de Nuestra Señora de la Soledad.

10:00 p.m.
Solemne Vigilia Pascual.

11:00 a.m.
Procesión de la resurrección de Jesús.

 

 

Hablar de Dios sin religión: el camino a seguir

0

 


Porque la respuesta conlleva a la esperanza personal de conocer, no una religión, ni siquiera una verdad, esa que han relativizado con el pasar del tiempo traspasada por la razón de la filosofía, sino a una persona, al que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, y nadie va al padre sino es por mí”


 

No hay duda de que la palabra “religión” fue un bello término en su tiempo, pero con el pasar del tiempo, perdió su brillo por el uso que los hombres le dieron. Al principio significaba “estar ligado a” o “unido a” (religare o re-legere). Cuando a la primera cosecha de cristianos (la generación después de la muerte de Juan el apóstol, o “el anciano”) eran acusados de ateísmo por carecer de religión, en realidad se estaban refiriendo a ellos como los que no se adherían a las costumbres de la disoluta sociedad romana.

La verdadera religión de ese pequeño grupo de creyentes, que empezó con 12 personas, luego 120 en un aposento, posteriormente 3.000 y después casi la totalidad de los habitantes del imperio romano era la descrita por el apóstol Santiago, hermano de Jesús, cuando dijo: “Si alguno se cree religioso, pero no pone freno a su lengua, sino engaña a su propio corazón, su religión es vana.  La religión pura e intachable ante Dios Padre es esta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo” (Santiago 1: 26-27).

Era una afirmación apostólica para regresar a la verdadera esencia de la palabra religión, aunque evitando el retraimiento del creyente en su propia visión de Dios, ya que “conservarse incontaminado del mundo” no era en ninguna forma alejarse de los demás, sino estar entre ellos para resplandecer tal como el maestro lo había sugerido en el sermón del monte “vosotros sois la luz del mundo”. (San Mateo, 5:14)

Así entonces vivir a Dios desde el primer siglo era una cristopraxis es decir, las enseñanzas de Jesús, sus palabras, sus hechos, imitados y creídos en la vida interior como en la exterior, tanto en el hogar como en la plaza pública.  No había discrepancia alguna entre creer y hacer.  Esta era la identidad propia de “los del camino” como llamaban a los hombres, mujeres y niños que hablaban de Jesús, y luego los llamados “cristianos”, término acuñado en el juicio a Pablo de Tarsos ante el procurador Félix (Hechos 24).

 

La última cena de Jesús y sus doce discípulos. Extraída de: Esteban López González

 

Esta consonancia entre creer y ser, no era tanto por el sentimiento pietista o la exigente ética evangélica, sino era seguir al maestro tal y como él lo había sugerido en su evangelio, con renuncia, pasión, con cruz propia, con la vida misma. No era posible conocer a Jesús, (ni aun hoy) sin seguirlo realmente hasta las últimas consecuencias. Y seguir sus pisadas implicaba darlo todo por “un reino que no era de este mundo” y vivir de acuerdo con las leyes de ese Reino, porque en esencia qué era el mundo (y qué es) sino el gobierno del dios de ese siglo (2 Corintios 4:4) que ciega el entendimiento para que no resplandezca en ellos la verdad de Cristo.

Esta constante de los primeros cristianos de seguir a Jesús cada día, estaba mediada por la pregunta ¿quién es Cristo para nosotros? Pregunta que trasciende y que hoy mismo esa respuesta puede llevar a una nueva praxis, es decir, empezar una relación con Dios por medio de su hijo Jesús, sin religión.

Porque la respuesta conlleva a la esperanza personal de conocer, no una religión, ni siquiera una verdad, esa que han relativizado con el pasar del tiempo traspasada por la razón de la filosofía, sino a una persona, al que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, y nadie va al padre sino es por mi” (San Juan 14:6). Esto era (y es, y sigue siendo) el descubrimiento de Dios entre los suyos. El Dios que sufre con el que sufre, llorando con el que llora, espera con el que espera.

 

Jürgen Moltmann (Hamburgo, 8 de abril de 1926 (91 años) es un teólogo protestante alemán. Extraída de: Stuttgarter-Zeitung.

 

Jürgen Moltmann, el teólogo alemán que escribió el libro “El Dios crucificado” narra en primera persona la respuesta a esta pregunta. Él dice:

¿Quién es Cristo para mí? No quiero esquivar esta pregunta refugiándome en consideraciones generales, sino comenzar con un recuerdo personal: en 1945 estaba preso en un miserable campo de prisioneros en Bélgica.

El Reich alemán estaba destrozado, la cultura alemana había sido destruida por Auschwitz, mi ciudad natal de Hamburgo estaba en ruinas y en mis adentros no era muy distinto el panorama: me sentía abandonado por Dios y por la gente; las esperanzas de mi juventud habían muerto. No veía futuro alguno por delante.

Estando yo en tal condición, un capellán del ejército norteamericano me puso una Biblia en la mano y la empecé a leer. Comencé con los salmos de lamento individual y colectivo del Antiguo Testamento: «Enmudecí con silencio, me callé aun respecto de lo bueno; y se agravó mi dolor [ … ] forastero soy y advenedizo, como todos mis mayores» (Sal 39). Luego me atrajo la historia de la Pasión.

Cuando llegué al grito de Jesús al morir, me dije: Aquí está el que te entiende y está contigo cuando todos te abandonan. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». Ése era también mi clamor a Dios. Empecé a comprender al Jesús sufriente, tentado, abandonado por Dios, pues me sentía entendido por él. Y comprendí: este Jesús es el hermano divino en nuestra necesidad. Trae esperanza a los cautivos y abandonados.

Es quien nos libera de la culpa que nos oprime y roba todo futuro. En ese instante me atrapó la esperanza, aunque desde una perspectiva humana había tan poco que esperar. Me infundió el coraje para vivir en un momento en que acabar con todo quizá hubiera parecido lo más sensato.

Esta temprana comunión con Jesús -nuestro hermano en el sufrimiento que nos libera de la culpa- nunca más me ha dejado. Para mí, Jesús el crucificado es el Cristo.

(Moltmann, J. 1994. Cristo para nosotros hoy. Editorial Trotta. P 10)

 

Dietrich Bonhoeffern. 1​ (4 de febrero de 1906 – 9 de abril de 1945) fue un líder religioso alemán que participó en el movimiento de resistencia contra el nazismo. Bonhoeffer, pastor protestante y teólogo luterano, fue arrestado y encarcelado. Extraída de: Protestante Digital.

Esa es la verdadera identidad de llamarse cristiano. Vivir a Dios no en la periferia de la vida sino en el centro mismo. Oyendo las palabras del maestro que llama sin cesar a todos los hombres de cada generación a la fe, obediencia y el seguimiento. Vivir a Dios sin religión es alcanzar la verdadera vida y la plenitud como seres humanos en la tierra, pues tal como lo expresó el teólogo alemán, asesinado durante el régimen del nazismo, Dietrich Bonhoeffer:

“Me gustaría hablar de Dios, no en los límites, sino en el centro, no en la debilidad, sino en la fuerza, no a propósito de la muerte y de la falta, sino en la vida y la bondad del ser humano. En los límites, me parece preferible callarse y dejar sin resolver lo que no tiene solución (…). Dios está en el centro de nuestra vida, estando más allá de ella”.

(Realidades penúltimas. Carta 5.05. 1944, desde un calabozo Nazi, antes de ser ejecutado)

 

El Cristo de Belalcázar, Caldas: entre la fe y la sangre

0

 


Para los  creyentes, el monumento a Cristo  Rey rodea todos esos pueblos  con sus brazos. Su mano derecha señala al sol naciente mientras la izquierda muestra  el poniente.


 

Cuando uno  llega  al escalón 163 y se asoma a la ventana, el mundo se despliega en verdes: los de las plantaciones de caña en el valle del río Risaralda. Los de los cafetales florecidos en Balboa. Los  de las plataneras en Santuario.  Y los casi azules de las  estribaciones de  la Cordillera  0ccidental, allá al fondo.

Hace más de medio siglo la sangre corrió montaña abajo.  Miles de personas fueron despedazadas a machetazo limpio durante los días de la violencia  entre liberales y conservadores.

Familias enteras se descolgaron por las laderas  buscando ponerse a salvo de la barbarie que las había dejado sin tierras.

 

Foto tomada en Belalcázar, Caldas. Sobre un suceso de violencia en la vereda La Cristalina, del municipio caldense. Extraída de: BCNoticias

 

Cuando todavía no se había  levantado el Cristo,  la gente  se  paraba en  El Alto del Oso a ver arder los ranchos  en las veredas de enfrente.

¡Dios mío! ¿Cuándo le pondrás fin a esta tragedia? Clamaban al cielo los hombres, las mujeres y los niños.

Los hijos de  Belalcázar, Caldas, fueron  testigos de ese desangrarse a cuenta gotas.

Cada vez que  entraban a misa sentían que su vida era un péndulo oscilando siempre entre la fe y la sangre.

 

Extraída de: Belalcázar Caldas.

 

Entonces buscaron al  sacerdote Antonio José Valencia. El mismo que repartió su vida entre los oficios religiosos, el servicio a los pobres y una pasión demencial por el Deportivo Pereira, ese equipo de fútbol hecho de penas y olvidos.

Era el año de 1948. Y aunque los gérmenes de la violencia se remontaban a comienzos del siglo XX, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán había elevado hasta lo intolerable las cotas del odio y   la venganza.

Azuzada por los dirigentes políticos la gente seguía matándose en esquinas y veredas al grito de ¡Viva el Partido Liberal! O ¡Viva  el Partido Conservador!

 

Extraída de: Las2orillas

 

Esas proclamas eran algo así como el santo y seña de la muerte.

El padre Valencia recogió el clamor de sus feligreses y recordó que  desde el comienzo de los siglos la gente fija sus esperanzas en el lomo de las piedras.

Es su manera de conjurar el horror.

Con el mismo fervor y dedicación que dos décadas después le consagraría a la construcción de la Villa Olímpica en Pereira, el sacerdote  lideró la construcción del monumento a Cristo Rey allí mismo, en la cumbre de El Alto del Oso.

 

Extraída: El Diario.

 

La sangre  y la fe de  Cristo le darán firmeza al monumento y llenarán de fortaleza y sabiduría a los hijos de esta región, le anunció a su grey durante una homilía dominical.

Y todos  se dieron  a la tarea. En un terreno donado por la familia  Ángel Arango el arquitecto Libardo González, el ingeniero   Alfonso Hurtado Sarria y el maestro de obra Francisco Hernández Jaramillo lideraron la construcción, con el acompañamiento del pueblo entero  y el empuje del sacerdote Valencia, que buscaba recursos aquí y allá.

Así se hacían las cosas en esos tiempos. Una colecta, un bazar, unas empanadas bailables, una donación y la esperanza empezaba a cobrar altura.

Fueron seis años de trabajos   al sol y al agua, de domingo a domingo.

 

Extraída de: Fotografía.

 

Uno a uno, despellejándose las manos, plantaron los 163 escalones de su fe. Desde esa altura, los visitantes pueden contemplar hoy los nevados de El Ruíz, El Cisne y Santa Isabel. A uno y otro lado del cerro se ven correr las aguas de los ríos Cauca y Risaralda. Si la noche está despejada  se ven titilar las luces  de La Virginia, Viterbo, Santuario, Balboa, Anserma, Cartago, El Águila y Ansermanuevo, esas poblaciones tantas veces sitiadas por el miedo.

Para los  creyentes, el monumento a Cristo  Rey rodea todos esos pueblos  con sus brazos. Su mano derecha señala al sol naciente mientras la izquierda muestra  el poniente. Esos ciclos que enmarcan la vida  y la muerte de todos los días.

Los  más escépticos prefieren centrarse en los 45.5 metros de altura del monumento, incluido el pedestal.

 

Extraído de: La Patria.

 

Es el Cristo más  alto  del mundo, dice un fotógrafo publicitario que ha subido hasta aquí para tomar imágenes del valle del Risaralda.

Vivimos  en el balcón más bello de Colombia,  recita una señora, desbordada  por su amor a esta tierra que hace medio siglo estuvo sitiada por las muchas formas del  pavor.

Ensimismado en su recinto de piedra, el Cristo de Belalcázar los siente bajar los 163 escalones y  a lo mejor piensa que ha valido la pena  plantarse  aquí durante casi sesenta años.

Al  fin y al cabo, la vida parece haber ganado por ahora la partida frente a los poderes de la muerte.

Omar Ramírez y la cultura como una alternativa de paz

0
Foto: Diego Val.

Este hombre carismático, lleno de vida y de sabiduría nos dio un recorrido teórico sobre la arqueología y la cultura.


 

Omar Antonio Ramírez es el director de la casa de la cultura de Quinchía, pero también un historiador, y así mismo un gestor cultural. Porque como reza el eslogan de esta importante institución en el pueblo: “La cultura es una alternativa para lograr la paz“.

Este hombre carismático, lleno de vida y de sabiduría nos dio un recorrido teórico sobre la arqueología y la cultura, llevándonos a imaginar el Quinchía antiguo, y el nuevo, el de la violencia y el de la paz. Una persona que nos dejó en claro que el Quinchieño se caracteriza por ser “Una persona noble”. Lo que efectivamente comprobamos en él y en todos los habitantes de este atractivo lugar.

 

Nos vemos en mi pueblo: Quinchía Risaralda

0
Foto: Diego Val.

Nos vemos en mi pueblo. Quinchía:  El renacer del Fénix


 

La Cebra que Habla en sus recorridos por Risaralda, visitó este encantador lugar, que además de ser un pueblo historicamente importante, es un potencial atractivo turístico que poco a poco se consolida a nivel regional y nacional. En esta entrega traemos fotos, videos, y una nota que hace alusión a este lugar apodado “La Villa de los Cerros”.

Bienvenidos

 

En la tierra del capitán Venganza

0
Foto: Diego Val.

Por algo a Quinchía lo apodan “La Villa de los Cerros”, “El pueblo más lindo de Risaralda”, “La Tierra del Capitán Venganza”


 

Quinchía es un pueblo de una calle larga y una historia ancha. Con la época de la violencia ya se pasó la página y ahora hay un nuevo Quinchía, o si se quiere decir de otra forma, un Quinchía renacido desde las cenizas. No solo por el reciente suceso del incendio de la Parroquia San Andrés Apóstol, que a propósito monseñor Nelson Giraldo aseguró que ya hay 500 millones de pesos para la reconstrucción de la casa de fe, sino porque ahora, este lugar apodado El pueblo más lindo de Risaralda, es un municipio que hace juego con su denominación.

 

Foto: Diego Val.

 

Hay una variedad de parques y plazas emblemáticas como el de los Novios; el llamado “La Pola” que honra a la heroína “Policarpa” Salavarrieta y cuya escultura se fundió con parte del cobre extraído de miles de llaves que el pueblo reunió de puerta en puerta;  y la plazoleta de la Paz, que, aunque los quinchieños esperaban, fuera más verde (con árboles) que gris (mucho cemento), lo tienen como un lugar fundamental que les recuerda que ya no hay guerra, sino que están en tiempos de paz.

 

Foto: Diego Val.

 

De Quinchía, como es sabido, han surgido grandes personajes como el maestro Luis Hidelberth Morales Pérez, director de la Banda de Músicos de Quinchía, que ha obtenido ocho premios en diferentes concursos nacionales de bandas musicales; el escritor Jaiber Ladino Guapacha, cuyas obras están exhibidas en las vitrinas de la Casa de la Cultura del pueblo como parte del panteón de escritores quinchieños;  y personalidades históricas como Medardo Trejos, mejor conocido como el “capitán Venganza”. Una especie de Robin Hood que vivió, dejó huella entre el pueblo y desapareció como una chispa.  Bandolero (para algunos, ya que para otros fue un héroe) que dejó solo recuerdos como su silla estampada con el escudo de Colombia, su pistola y su ahuecada ruana, donde le pegaron los tiros a mansalva cuando lo mataron.

 

Foto: Diego Val.

 

A más de eso, Quinchía es un pueblo de paz,  de gente amable, lleno de cultura, con una rica geografía minera de donde extraen carbón, oro y plata. Porque el trato con el metal es clave para comprender algunas dinámicas artesanales representativas. Hablamos de la filigrana y la platería que ahora es un atractivo turístico en el pueblo. Un arte cultivado con tesón, fuego, y empuje, ya que los talleres donde se elaboraban las mejores piezas como aretes, collares y emblemas, se quemaron con el incendio de la iglesia central. Pero la gente sigue demostrando que resurge de la ceniza. Porque ahora el gremio es más fuerte y siguen produciendo y labrando sus metales, con la idea de que el turista se lleve un buen recuerdo del pueblo.

 

Foto: Diego Val.

 

Se envejeció este niño” recitó el poeta local Daniel Calamata. Un verso que se encuentra estampado en una placa del parque “La Pola”, donde los románticos van a leerlo al oreo del viento. Y la verdad si se envejeció, lo hizo con lujos y con una firmeza de carácter que hoy, incluso,  tiene a este municipio consolidado como un potencial turístico importante dentro del país.  La belleza está en su gente. No hay duda. Pero también en los cerros tan altivos, tan verdes, tan risaraldenses. Lugares que no dejan indiferente al extranjero, o al que visita a Quinchía por primera vez.

 

Foto: Diego Val.

 

Ya que estos nada tienen que envidiar a las Torres del Paine en Chile, o los bosques de piedra en el Perú, en cuanto a belleza y adrenalina aventurera. Están a la misma altura en importancia e interés turístico, y  eso demuestra la calidad geográfica con la que contamos en el departamento. Sitio que debe estar en un mapa de ruta viajera.

 

Foto: Diego Val.

 

Por algo a Quinchía la apodan “La Villa de los Cerros”, “El pueblo más lindo de Risaralda”, “La Tierra del Capitán Venganza”. Por algo este pueblo renació de las cenizas, para volar con más fuerza y demostrar que hay vida después de la guerra, el fuego, y a 110 kilómetros de la capital: Pereira.

Leonardo Morán: la cocina como filosofía de vida

0

La cultura colombiana, desde todas las regiones, sobresale con una gastronomía increíble, y como tal hay que valorarla


 

El cucuteño Leonardo Morán recibió el título de MasterChef Colombia 2016, luego de competir a nivel nacional en este famoso evento televisado sobre gastronomía.  Modelo, diseñador industrial, Leonardo Morán se ha convertido en una persona que irradia energía y pasión por lo que hace. Esta semana la ciudad de Pereira tuvo el honor de recibirlo. Así la Cebra que Habla logró entrevistarlo en el Centro Comercial Arboleda y sus respuestas fueron pertinentes como interesantes. Además de dejar un mensaje para los lectores de este medio y un consejo culinario para los pereiranos.

 

¿Qué tal Pereira? ¿Cómo lo recibe la ciudad?

Pereira. Muy buen clima. Siempre paso por acá pero no me había quedado. Pero piensa volver. Me gusta Pereira. Tengo amigos. Siempre me ha parecido que la energía del eje cafetero es una elegancia.

 

¿Qué se siente ser Master Chef Colombia?

Es algo bien bonito. A mi me da una sorpresa la vida y es cuando la vida me dice: “sabe que loco, su misión es llevar un mensaje por medio de la alimentación, por medio de lo que usted sabe hacer que es cocinar”. Entonces yo digo: está claro, por ahí es el camino, yo tengo que llevar un mensaje de conciencia por medio del alimento. Que la gente entienda que deben conocer el cuerpo, aprender a comer, a nutrirse. Que comer no es un martirio como hoy en día la gente dice.

 

Foto: Diego Val.

 

Y Master Chef fue (y es) esa vitrina donde sigo llevando ese mensaje. Por eso estoy aquí en Pereira. Yo donde voy llevo ese mensaje de conciencia. No solo soy el cocinero que viene a enseñarles una receta, porque eso lo hace cualquier cocinero (sin desmeritar a mis colegas). Pero pienso que si tenemos un talento hay que ir un poco más allá. Hay que llevar el respeto al producto, ir a una plaza de mercado, a disfrutar, a tener la conciencia de que debemos comer frutas, cereales. Que debemos comer rico y tener claro que lo que le damos a nuestro cuerpo es como la gasolina. Nuestro cuerpo es una maquina perfecta.

Entonces cuando llego Master Chef tengo clara esta idea y la nutro cada vez más para que la gente entienda de una manera coloquial, divertida, sencilla y fácil, qué es comer bien, qué es nutrirse y qué es tenerle amor a lo que haces toda la vida, que es comer, cinco o siete veces en la vida, porque sin comida no se puede vivir.

 

Tú eres modelo, ¿cree que la gastronomía es una vocación tardía en ti?

Pienso que los talentos se van descubriendo a medida que tu vas despertando a la conciencia. Fui muchos años modelo. Y en México empecé a tener a unos cuestionamientos donde decía: pero ¿soy modelo de qué? ¿de pararme frente a una cámara y ponerme un traje? o ¿quiero ser modelo de otra cosa? Quiero ser modelo de vida, un ejemplo, un influenciador. Entonces debido a estos cuestionamientos, comienzo a decir: Sí a mí me gusta el ejercicio, comer bien, ir a un mercado, cocinar, entonces debo hacer un más entre la vida sana y el ejercicio.

 

Foto: Diego Val.

 

¿Cree que el colombiano se alimenta bien? o no tiene una cultura gastronómica sana.

La cultura colombiana, desde todas las regiones, sobresale con una gastronomía increíble, y como tal hay que valorarla. Pero la nueva tendencia de los cocineros es que son jóvenes con más conciencia. Ya el cocinero gordito es una figura tradicional de los años ochenta, pero los de ahora tienen más conciencia de misión de hacer buena comida, rica, saludable.

El colombiano culturalmente es de dos o tres carbohidratos en un plato. De buñuelos, un pancito, unos fritos, y no voy a pelear con eso, porque es nuestra cultura. Pero si debemos tener la conciencia de que, si comemos fritos, harinas, y cantidades exageradas, entonces nuestra salud no va a ser la misma.  Entonces siempre hablo del equilibrio en la alimentación.

 

No eres de ciudad costera, entonces ¿Por qué te gustan los mariscos?

Porque no me gusta la carne. Entonces evito mucho la carne roja.

 

Foto: Diego Val.

 

¿Pero hay una historia detrás de esta preferencia?

De pronto hay un trasfondo de por qué no me gusta la carne. Mi papá fue vegetariano muchos años. Mi hermana es vegana. He tenido mucho contacto, entendimiento y comprensión de por qué la carne causa muchos daño, tanto ambiental, espiritual, como interiormente en el cuerpo de las personas.

Cocino carne, preparo carne. No soy vegetariano. Pero tengo mucha conciencia de eso. Por eso me gusta más el mar.

 

Colombia tiene platos representativos por los cuales se conoce a nivel mundial. Platos como la Bandeja Paisa, Sancocho, Mondongo, etc. ¿Existe la posibilidad de nuevas formas de reinventar la cocina colombiana?

No debe haber, sino que ya la hay. Hay una oleada de chefs jóvenes que están en Londres, Perú, Argentina, Chile, en toda Latinoamérica llevando la cocina y la gastronomía colombiana a otros niveles. Con la base de platos tradicionales como Ajiaco, Bandeja Paisa, Chuleta Valluna, Encocado de Mariscos, la cocina de las matronas, de la costa. Entonces esa riqueza gastronómica que tenemos en Colombia es la de los cocineros que  están yendo al Putumayo a traer ingredientes que teníamos olvidados.

 

Foto: Diego Val.

 

Un consejo gastronómico para los pereiranos

Primer consejo para los pereiranos es que sean felices. Que cuando coman se gocen lo que se coman. Que tengan conciencia de que la buena alimentación, el ejercicio y los buenos hábitos son el resultado de una vida más plena, más feliz y con mucha conciencia.

 

Leonardo, gracias. Bienvenido a nuestra ciudad

Los números, la contraluz y la literatura de Pynchon

0

Los críticos de la Ilustración lo advirtieron en su momento: la racionalidad absoluta es también una forma de locura.


 

¿Alguna vez les ha pasado que la lectura de un libro no los deja dormir?  Sucede que por estos días despierto a medianoche y me dirijo como un sonámbulo a la biblioteca con el propósito de consultar asuntos tan dispares como:

 

Los números primos

Los números transfinitos

La decantación de los minerales

Los viajes en globo aerostático

La Revolución mexicana

La disolución del imperio austrohúngaro

La sodomía como forma de la experiencia mística

La revolución rusa de 1905

El mundo paralelo donde habitan los muertos

El universo de cuatro dimensiones

La faceta mortífera de la luz

La cábala

La capacidad de estar en dos sitios al mismo tiempo, conocida como bilocación

Los arcanos mayores del Tarot

El tráfico de armas

Los años que precedieron a la primera guerra mundial

La explotación minera en las fronteras de Estados Unidos y México

La composición química y física del espato de Islandia

 

Como supongo que su paciencia tiene un límite suspendo aquí la relación de ingredientes- son muchos más- con los que se cuece la novela Contraluz (Against  the day), de Thomas Pynchon,  esa especie de hombre invisible de las letras que una vez enviara a un cómico a  reclamar  un premio literario que le había sido otorgado.

 

Contraluz está escrita al modo de sus novelas anteriores. No puede decirse que haya progreso estimable sino sólo variación en torno a un tema único: el retrato apocalíptico de una sociedad donde, como dice Malcolm Bradbury, “la energía se está vaciando en la entropía, en un movimiento de diferenciación hacia la semejanza y, por último, hacia la muerte de la cultura”. Extraída de: Noise Less Chatter

 

El relato empieza con una descripción de Los Chicos del Azar, una cofradía de jóvenes despreocupados y expertos en meterse en líos, planeando sobre el escenario donde se desarrolla la Exposición Mundial de Chicago, un evento considerado por muchos como el gran hito de la revolución industrial.

Viajan a bordo de un dirigible bautizado con el elocuente nombre de Inconvenience donde los acompaña un perro agudo y mordaz llamado Pugnax. Tras abandonar Chicago visitan el Londres del final de la era victoriana; los Balcanes donde se desatará la carnicería de la primera guerra mundial; la gélida Islandia cuna de extrañas leyendas; la estepa rusa donde al parecer acaba de caer un meteorito y las ruinas de una extraña ciudad subterránea  ubicada en Asia Central.

Para los místicos pitagóricos no existe diferencia alguna entre los números y la experiencia religiosa: las dos son formas de acercarse al misterio, es decir, al abismo. A la frecuentación de esos abismos dedican la vida los erráticos y algunas veces lúcidos personajes de esta novela.  De hecho, algunos de ellos piensan que existe algo así como un lenguaje críptico, un código de la redención.

Así como los cabalistas creen que el nombre secreto de Dios yace oculto en cuatro letras conocidas con el nombre de Tetragrammaton, Yashmeen, la más misteriosa de las mujeres que habitan la obra, está convencida de que no hay diferencia alguna entre el orgasmo y las visiones prodigadas por las intuiciones matemáticas. Por eso el propio cuerpo y el de los otros son apenas un instrumento para acercarse al rostro velado de su divinidad.

 

Thomas Pynchon es hoy el paradigma del escritor de culto. Es también el representante más destacado y tenaz del posmodernismo, escuela que cambió las reglas del juego literario en la narrativa estadounidense en los decenios 60-70 del siglo pasado con una contundencia que no se recuerda desde la gloriosa “generación perdida”. Extraída de: Revista GQ

 

Los críticos de la Ilustración lo advirtieron en su momento: la racionalidad absoluta es también una forma de locura. Y algunos personajes de Contraluz lo sospechan todo el tiempo. Ya se trate de los hermanos Traverse, algo así como una familia de pistoleros sabios, o de los anarquistas que pretenden borrar del mapa a los poderosos del planeta. En todos ellos alienta la idea de que tras el capitalismo y la técnica, las mayores expresiones de la racionalidad moderna, subyace el propósito de suprimir lo humano.

De hecho, en las lógicas de esos dos mundos, las personas son meros instrumentos, como lo recita todo el tiempo Vibe Scardale, algo así como la personificación del capital. No por nada es el resumen de lo que los Traverse y otros utopistas quisieran erradicar de la faz de la tierra. Todos ellos parecen hacer suya la consigna del troyano Eneas en la Eneida de Virgilio: “Solo hay una salvación para los vencidos: no esperar salvación alguna”.

Pero no solo Los Chicos del azar ostentan la condición del Judío Errante. De hecho, todos los personajes de la novela están signados por el desarraigo.  Desde los magnates para los que la única patria es el dinero, hasta esa legión de espías, científicos, buscadores de oro, magos, traficantes y toda suerte de aventureros que conforman el coro de esta perturbadora saga. Todos, sin excepción, huyen o van en busca de algo. Es decir, como todos los seres humanos. Solo que para los protagonistas de esta historia que es en realidad muchos relatos cruzados, los goces escasos y los sufrimientos sin límites siempre vienen por duplicado.

Y aquí entra en juego el espato de Islandia. Se trata de una calcita transparente romboédrica cuya particularidad óptica consiste en la doble refracción: produce imágenes duplicadas de los objetos. El curioso mineral deviene entonces metáfora del destino. Siempre existe la sospecha de una puerta hacia una realidad paralela en la que las cosas fueron, son o pueden ser de otra manera. La clave está en la luz, o en el tiempo, que es uno de sus avatares y por eso, a su modo, todos buscan el método para arrebatarle sus secretos. Para ello eligen muchos caminos: el dolor, la poesía, los números, el sexo, la utopía, la, magia, el poder, el crimen, el dinero, la intriga… o la muerte que puede significar no el final sino el principio de todo.

 

A su particularísima y sugerente manera, Thomas Pynchon recrea la historia del mundo desde la Exposición Universal de Chicago de 1893 hasta los años posteriores a la primera guerra mundial. Cientos de tramas entrelazadas y una abigarrada galería de personajes, incluidos Bela Lugosi o Groucho Marx. Extraído de: BP.

 

Las 1320 páginas de Contraluz suponen un viaje al extremo de las obsesiones de Pynchon: la mente como un territorio lleno de iluminaciones y por lo tanto de peligros. Las múltiples formas de poder como expresión suprema del mal. Los Estados Unidos como habitáculo de la locura. El sexo como una frágil y al final inútil vía de redención. El capitalismo en tanto instrumento de alienación. La estupidez sin remedio de la masa. El sinsentido de la Historia. Los precarios consuelos del amor. En fin, que nada humano es ajeno a la ácida y delirante pluma de este autor que, entre otras cosas, se formó como ingeniero y por lo tanto sabe que, en  muchos sentidos, la gran literatura es también un arte numérico.