martes, diciembre 16, 2025
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La morada del silencio

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“La poesía no es asunto de palabras/ ni una catedral de linotipia”, escribió una vez el poeta colombiano Gabriel Jaime Franco. Acaso sin haber leído esos versos, el también poeta Eduardo López Jaramillo hizo suya esa visión del oficio. Hermana natural de la música, la gran poesía está hecha, ante todo, de silencio. Es este último el que le da sentido al flujo de las palabras. Sin él, asistiríamos a un remolino de sonidos desprovisto de todo significado.

Dotados desde su nacimiento de una capacidad especial para valorar el silencio, los poetas orientales han sido constante fuente nutricia para algunos de los grandes poetas de occidente. Entre estos se encuentran T. S Elliot y Ezra Pound, ambos cercanos a los afectos literarios de López Jaramillo. Una muestra diáfana de esa influencia podemos encontrarla en estos versos: “Dorada por el sol / tu piel temprana/gastóse entre las aguas rumorosas/ el colérico rey de la mañana/ puso en ella la marca de tus rosas”.

Sobre esas sutiles cadencias está edificada el arte poética toda de Eduardo López. El poema citado forma parte del libro  Perfil sin sueño, incluido a su vez en el volumen Noche de cada noche, publicado en una bella edición, al cuidado de Luna de Locos el Festival, con el apoyo de la Universidad Tecnológica de Pereira. Además, tanto la carátula como el interior del libro fueron ilustrados con obras del artista Ramón Vanegas, que en buena medida expresan de forma visual algunas de las intuiciones del poeta.

Imagen tomada de elespectador.com

“Inútil pedirle a la palabra un gesto/ Inútil demandarle nada/ El silencio la habita/la roe/ la vuelve sentido”, nos recuerda  López Jaramillo en su poema Lógicas. Como podemos notar, lo suyo es una declaración de principios: las palabras no son tributarias del poema. El poema se debe a ellas. Debe aproximarse a sus confines con el respeto y el temor de un amante  convencido de que siempre puede ser desdeñado. Ajenas a la algarabía con que suele asociárselas, las palabras están en realidad más próximas al elocuente mutismo de las piedras, que guardan en secreto su testimonio del paso turbulento de los hombres. No por casualidad la piedra es a la vez metáfora de fuerza y discreción: todo en ella es sugerencia. No resulta por tanto azaroso que grandes escultores hayan insistido en que su trabajo consiste en realidad en extraer con el cincel los grandes secretos ocultos en el interior de las piedras desde el comienzo de los tiempos.

“Un poco antes/pues la leyenda admitía cronómetros anticesáreos/ la Poesía resucitaba de una pesadumbre geológica/ Geológicamente presa en memorias de piedra/ Templos/ y en los súbitos pasillos de los palacios”. La palabra se resiste. Se ensimisma. El poeta ha de ser, por lo tanto, alguien dotado de mucha paciencia. La escritura de un buen poema podrá tomarle años. Deberá insistir una y otra vez, hasta que el verbo se revele  ante sus ojos como una flor súbita que no tardará en desvanecerse, dejándolo desamparado ante el tamaño de un misterio tan poderoso como el contenido en estos versos: “Urdo frente a los cuerpos un ritual imposible/ y en silencio crece/ a veces/ un cardo” leemos en un poema titulado Segunda meditación.

El verso recobra aquí su vieja acepción religiosa: el silencio como templo para la meditación, único camino posible para el conocimiento, o mejor, para el reconocimiento de uno mismo. Ese es el sentido último del vocablo religión: religar, volver a ligar lo fragmentado. Esa es la función última del rito y del mito. No por casualidad el autor volvía siempre a los viejos relatos de la mitología universal: en el mito anida el poema y el poeta debe emprender un largo viaje iniciático para tratar de encontrarlo. 

Nada garantiza que logre su propósito, como lo demuestra la suma de estridencias que muchas veces confundimos con la poesía.

Por lo leído en esta Suma poética Eduardo López lo consiguió y regresó para contarnos sus visiones en la morada del silencio.


A propósito de poesía, hoy inicia en Pereira y de manera virtual, Luna de locos el festival. Les dejamos el enlace para que conozcan la programación y se conecten. Entre los invitados internacionales se destaca la participación de Margaret Randall de Estados Unidos y Raúl Zurita de Chile.

Detalles de la programación e inscripciones para presenciar las actividades aquí: https://www.lunadelocoselfestival.com/

Escritura Twitter

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Hace catorce años se creó Twitter, una red social especializada en direccionar mensajes o tuis cortos, calculados en caracteres. Quizá por su uso masivo y la efectividad del formato, los 140 caracteres originales se extendieron a 280. Si bien soy de los que piensa que las redes están hechas para aliviar la hiperactividad juvenil y alimentar el espíritu gregario, no desconozco el impacto que ellas tienen en los modos de vida presente, cada vez más virtuales y sedentarios.

El escándalo de los cablegates, propiciados por un yuppie australiano, demuestra hasta dónde la tecnología puede transformar todo, incluyendo las relaciones diplomáticas y con ellas, el uso de una retórica que opta por ser críptica para blindarse de escándalos futuros, derivados, en parte, de mentes brillantes educadas en el thriller. Si la información es de todos y navega con una facilidad miedosa, debemos admitir que los escritores de ciencia-ficción ya lo habían prefigurado. En general, los escritores, independientemente del género en que piensan y crean, han prefigurado todo, incluyendo la escritura Twitter.  

Para los especialistas Twitter no es solo una plataforma adecuada para hacer negocios, usar el chat, enviar mensajes, generar marketing o hacer política fake news, a la manera del maestro Donald Trump. Twitter es también “un lugar ideal para mejorar tus habilidades de escritura. Sí! Leíste bien; Twitter puede convertirte en un mejor escritor”. Se argumenta que el usuario de esta red aprende a ser más preciso en el uso de las palabras, lo cual ampliará su vocabulario y lo mejor de todo: lo hará editor de su propio texto, al enfrentarlo con una realidad que la virtualidad le genera: solo tiene espacio para escribir un mensaje que no puede superar 280 caracteres. No son 280 palabras o letras sino 280 caracteres, es decir, la suma de letras, números, símbolos, puntuación y espacios.

Como si hubiera egresado de algún taller de escritura creativa a los que asistía Raymond Carver en la Universidad de Chico (California), bajo la tutela de su maestro John Gardner, una bloguera asegura que quien escribe debe saber con exactitud lo que desea escribir, con economía de recursos idiomáticos y sin perder el tiempo en descripciones extensas y en “oraciones llenas de palabras”. Además de ejercer el vocabulario personal, enfatiza la experta, Twitter obliga a que el escritor piense en su texto, lo edite, lo corte, busque las palabras adecuadas para lo que quiere escribir y envíe, por fin, un mensaje diáfano, que es, en últimas, a lo que todo buen escritor aspira.

Carver habría agregado solo un poco a este recetario, aduciendo que su maestro Gardner le enseñó “que si en las palabras y en los sentimientos no había honradez, si el autor escribía sobre cosas que no le importaban o en las que no creía, tampoco a nadie iban a importarle nunca”. Por eso sospecho que el tuit camandulero de Iván Duque donde declara su fe por la Virgen de Chiquinquirá, “Patrona de Colombia” –él sí que sabe de patrones– no le importó a nadie. Al menos doy fe de mí, que soy devoto de la Virgen del Jordán, una chica sensual que orienta mi destino incierto.

En realidad la escritura Twitter tiene una larga tradición que podría ligarse a la estética del minimalismo norteamericano, auspiciado por el novelista John Barth, bajo una premisa sentenciosa y paradójica: Menos es más. Es la estética del efecto artístico al decir de Barth, la estética de la economía de los recursos. El minimalismo es una tendencia artística contemporánea que hace décadas permea a las artes en general. Barth señala: “ <<menos es más>>, dijo Walter Gropius, o Alberto Giacometti, o Laszlo Moholy-Nagy, o Henri Gautier-Brzeska, o Constantin Brancusi, o Le Corbusier, o Ludwig Miès van de Rohe. La frase (originaria en realidad de Robert Browning) ha sido en más de una ocasión atribuida a todos estos más o menos celebrados más o menos minimalistas”. Es posible que menos es más sea una forma novedosa de actualizar lo que se le atribuye al español Baltasar Gracián (1601-1658): “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

Pensar en Twitter y en la imposición de una escritura supeditada a un número de caracteres, me ha hecho pensar en los precursores contemporáneos de este tipo de texto y en los géneros que merecen discusiones intelectuales y trabajos sistemáticos como los que propone Lauro Zavala desde México. Me refiero a las minificciones o microrrelatos, que ya tienen cultores clásicos, como Cortázar y Luis Brito García.

Ahora mismo, por Twitter, podríamos remitir dos célebres textos de Augusto Monterroso. El más recordado es de pesadilla: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” (51 caracteres). O este otro: “Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea” (59  caracteres). Para estar a tono con la pandemia, podríamos enviar uno de Luis Vidales: “Por medio de los microscopios los microbios observan a los sabios” (66 caracteres).

Muchos de los aforismos de Ciorán tendrían cabida de inmediato: “Sueño con un mundo en el que se muriera por una coma” (53 caracteres). Uno que podría ser enviado por la red para que se fije como criterio de selección en los talleres de escritura: “No son los pesimistas, sino los decepcionados, los que escriben bien” (68 caracteres). Hasta el consejo IX del “Décalogo del perfecto cuentista”de Quiroga podría tener algún efecto paliativo en las filas de la iglesia del Centro Democrático de los últimos días: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego” (73 caracteres).

Hace una década el cineasta Tim Burton propuso el proyecto Cadavre Exquis (Cadáver exquisito), a través del cual estimuló la escritura colectiva por Twitter de una historia escrita a varias manos, a partir de un tuit de su autoría: “Stainboy, gracias a su obvia pericia, fue llamado a investigar una mugre brillante en el piso de la galería” (108 caracteres). Estimulados por el proyecto de Burton, podríamos regionalizar la acción colaborativa y dar inicio a nuestro Cadavre Exquis: “Hoy fui reseñado como preso #1087985 por confrontar testimonios en mi contra comprados por FARC, su nueva generación y sus aliados. Sin pruebas, solo inferencias. Me interceptaron ilegalmente. Impidieron a abogados contrainterrogar a su principal testigo. Pido transparencia” (274 caracteres).

El género sería lo de menos: cuento, poema, arenga, sentencia, libelo, novela negra. ¿Novela? Sí! Leíste bien; Twitter puede convertirte en un mejor escritor de cualquier género, como sugieren los expertos. Si una novela, según cánones clásicos, debe contener una trama que incluya un principio religioso, además de nobleza, sexo y misterio, la siguiente novela, que escuché de boca de R. H. Moreno-Durán, podría convertirse en un estimulante tuit para una urgente selección de lo más bueno y breve de nuestra literatura: “¡Ay, Dios mío! –exclamó la condesa–. Estoy embarazada y no sé de quién” (71 caracteres).

Propuesta de logotipo para Twitter cafetero

#CiudadaníaActiva. Sala Estrecha presenta: Defienda su talento callejero

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Apoyemos esta inciativa de Sala Estrecha, una sala de teatro y artes vivas con sede en la ciudad de Pereira.

SALA Estrecha presenta: DEFIENDA SU TALENTO CALLEJERO

Sesión 1: El Trío de los Abuelos

Lanzamiento: Domingo 23 de agosto por YouTube: Marcapasos Público

¿EN QUÉ CONSISTE?
Ésta es una iniciativa privada: unos amigos han donado el dinero para pagarles esta sesión a Los Abuelos que desde hace años tocan en la Cra. 7a con Cll. 21 en la ciudad de Pereira, y Sala Estrecha ha puesto la producción: “Queremos continuar este espacio con donaciones privadas, con la intención de apoyar a los músicos y artistas callejeros en estos momentos complejos, y de paso dejar testimonio de su trabajo. Por ello hemos decidido dejar por fuera de esta propuesta a las instituciones públicas que apoyan nuestra programación, para mayor transparencia y, también, para recordarles (y recordarnos a nosotros mismos) que el apoyo mutuo es una alternativa poderosa, y que tal vez pronto será la única…
Hacemos, pues, esta invitación a quienes quieran acompañarnos. Si la cosa resulta, al final del año haremos un reporte detallado de los gastos que realizamos con las donaciones, destinados exclusivamente a los honorarios de los músicos/artistas y del ingeniero de sonido.

PARA DONAR:
En efectivo: SALAestrecha (Calle 16 #12-40) Nequi: 3207312261 (Andrés Rivera) // Otros medios y más información: 3006198455 (o por DM en nuestras redes):

Instagram: https://www.instagram.com/salaestrecha/

Facebook: https://www.facebook.com/SALAestrecha/?ref=br_rs

  

Las doradas manzanas del sol

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451 grados Fahrenheit. Ni más ni menos: Esa es la temperatura a la que arde el papel de los libros. Así de simple y atroz: a todo aquél que quiera borrar esa forma suprema de la memoria de los actos humanos que es la palabra escrita, le basta con alcanzar ese grado de ignición real o simbólica.

Real como lo hizo el Santo Oficio, o como lo hicieron Hitler y sus congéneres siglos después con miles de poemas, ensayos, novelas y tratados de Historia. O como lo replicaron tantos imitadores suyos en la estela de dictaduras de izquierda o de derecha que intentaron suprimir el pensamiento autónomo como clave de la libertad, y por lo tanto de la dignidad humana.

Simbólica en las múltiples formas de censura acuñadas dentro de la misma democracia para neutralizar las expresiones críticas que se atreven a poner en duda el orden del mundo.

La norma.

No sé si el viejo Ray Bradbury pensaba en todas esas cosas cuando escribió Fahrenheit 451, la novela que no tardó en convertirse en una parábola sobre los peligros que acechan a la cultura como construcción colectiva de la humanidad, consignada en los libros en particular y en las obras de arte en general.

Ni falta que le hacía: los grandes creadores suelen no ser conscientes de lo que plasman en sus obras, porque en su caso los símbolos más poderosos y las intuiciones más certeras fluyen a través de una corriente subterránea que los conecta con lo   esencial de la especie, desde las conquistas más sublimes hasta las pulsiones más tenebrosas.

Sucede igual con obras como Crónicas marcianas, llevada también al cine con distintos grados de fortuna. Leída como una obra etiquetada en el paquete de la ciencia ficción puede ser solo otro divertimento para disfrutar en la playa.

Pero a poco que uno se adelante tendrá que vérselas con unas cuantas sorpresas. Entre ellas la de comprobar que las invasiones de marcianos  urdidas  por los forjadores de leyendas y temidas por tantas generaciones son  apenas un truco para eludir una verdad ingrata: que en realidad los alienígenas somos nosotros, esta especie decidida a arrasar todo cuanto  encuentra a su paso, si de ello depende la satisfacción de su codicia.

Cansado de vivir y de inventar novelas y cuentos que siempre escondían verdades ominosas detrás de sus anécdotas Ray Bradbury decidió morirse el martes 5 de junio de 2012, dejando un legado que supera los treinta títulos y varios centenares de cuentos.

Dueño de una prosa limpia y fulgurante, se movió siempre en esa frontera incierta que separa los sueños de la realidad…  si es posible establecer esa división.

Pero lo suyo no era la ficción como un fin en si mismo. Bradbury lanzaba advertencias en cada frase.

“Los hombres lo estropean todo, lo ensucian todo. No han plantado puestos de venta de salchichas y Coca- Cola en el templo egipcio de Karnak porque estaba a trasmano y no resultaba buen negocio”  declaró en una entrevista hace muchos años. 

Hay algo que no funciona en nuestra manera de estar en el universo. Algo que, a falta de un nombre mejor, podríamos llamar el mal. Aunque sospecho que es algo peor que eso, parecen decirnos los personajes que nos hablan desde libros tan perturbadores como El árbol de las brujas, El vino del estío o Remedio para melancólicos.

En “ La Pradera”, un cuento de terror incluido en el libro El hombre ilustrado, el protagonista se asoma a lo que después sería conocido como realidad virtual: un reino sin lugar, sin tiempo y sin dueño en el que lo mejor puede convertirse en lo peor  con un simple parpadeo.

En “La máquina de la Felicidad” el héroe consagra todos sus esfuerzos a crear un artefacto que está a punto de destruir su propia felicidad.

Como todo gran poeta, el escritor norteamericano siempre veía un poco más allá de donde alcanzaba la mirada de sus contemporáneos. Eso sí, nunca pensó, como otros espíritus parecidos, que su época fuera mejor o peor que otras. Simplemente era su época y la asumió con lo que tenía a mano: una imaginación que viajaba siempre adelante de los acontecimientos, un arsenal de metáforas para nombrar un mundo siempre incomprensible, y una dosis de poesía que hoy lo tiene habitando al otro lado del espejo, allí donde se maduran Las doradas manzanas del sol.


Banda sonora que acompaña esta nota:

Un tema inspirado en uno de sus personajes: “El compañero de composición de Elton John, Bernie Taupin, quien escribe las letras, dijo una vez que un cuento corto de Ray Bradbury fue una importante fuente de inspiración de la canción.”

Fragmentos de Crónicas marcianas

“Los cohetes incendiaron las rocosas praderas, transformaron la piedra en lava, la pradera en carbón, el agua en vapor, la arena y la sílice en un vidrio verde que reflejaba y multiplicaba la invasión, como espejos hechos trizas. Los cohetes vinieron redoblando como tambores en la noche. Los cohetes vinieron como langostas y se posaron como enjambres envueltos en rosadas flores de humo. Y de los cohetes salieron de prisa los hombres armados de martillos, con las bocas orladas de clavos como animales feroces de dientes de acero, y dispuestos a dar a aquel mundo extraño una forma familiar, dispuestos a derribar todo lo insólito, escupieron los clavos en las manos activas, levantaron a martillazos las casas de madera, clavaron rápidamente los techos que suprimían el imponente cielo estrellado e instalaron unas persianas verdes que ocultarían la noche. Y cuando los carpinteros terminaron su trabajo, llegaron las mujeres con tiestos de flores y telas de algodón y cacerolas, y el ruido de las vajillas cubrió el silencio de Marte, que esperaba detrás de puertas y ventanas.”

“Tenían en el planeta Marte, a orillas de un mar seco, una casa de columnas de cristal, y todas las mañanas se podía ver a la señora K mientras comía la fruta dorada que brotaba de las paredes de cristal, o mientras limpiaba la casa con puñados de un polvo magnético que recogía la suciedad y luego se dispersaba en el viento cálido. A la tarde, cuando el mar fósil yacía inmóvil y tibio, y las viñas se erguían tiesamente en los patios, y en el distante y recogido pueblo marciano nadie salía a la calle, se podía ver al señor K en su cuarto, que leía un libro de metal con jeroglíficos en relieve, sobre los que pasaba suavemente la mano como quien toca el arpa. Y del libro, al contacto de los dedos, surgía un canto, una voz antigua y suave que hablaba del tiempo en que el mar bañaba las costas con vapores rojos y los hombres lanzaban al combate nubes de insectos metálicos y arañas eléctricas.”


Fragmentos de Fahrenheit 451

“Había un silencio reunido en torno a aquella hoguera y el silencio estaba en los rostros de los hombres, y el tiempo estaba allí, el tiempo suficiente para sentarse junto a la vía enmohecida bajo los árboles, con el mundo y darle vuelta con los ojos, como si estuviera sujeto en el centro de la hoguera un pedazo de acero que aquellos hombres estaban dando forma. No solo era el fuego lo distinto. También lo era el silencio. Montag se movió hacia aquel silencio especial, relacionado con todo lo del mundo.”

“¿Sabe por qué libros como éste son tan importantes? Porque tienen calidad. Y, ¿qué significa la palabra calidad? Para mí, significa textura. Este libro tiene poros, tiene facciones. Este libro puede colocarse bajo el microscopio. A través de la lente encontraría vida, huellas del pasado en infinita profusión. Cuantos más poros, más detalles de la vida verídicamente registrados puede obtener de cada hoja de papel, cuanto más «literario» se vea. En todo caso, ésa es mi definición. Detalle revelador. Detalle reciente. Los buenos escultores tocan la vida a menudo. Los mediocres sólo pasan apresuradamente la mano por encima de ella. Los malos violan y la dejan por inútil.¿Se dan cuenta, ahora, de por qué los libros son odiados y temidos? Muestran los poros del rostro de la vida. La gente comodona sólo desea caras de luna llena, sin poros, sin pelo, inexpresivas”.

“Toda la cultura está deshecha. El esqueleto necesita un nuevo andamiaje y una nueva reconstitución. ¡Válgame Dios! No es tan sencillo como recoger un libro que se dejó hace medio siglo. Recuerde, los bomberos casi nunca actúan. El público ha dejado de leer por propia iniciativa. Ustedes, los bomberos, constituyen un espectáculo en el que, de cuando en cuando, se incendia algún edificio, y la multitud se reúne a contemplar la bonita hoguera, pero, en realidad, se trata de un espectáculo de segunda fila, apenas necesario para mantener la disciplina. De modo que muy pocos desean ya rebelarse. Y, de esos pocos, la mayoría, como yo, se asustan con facilidad”.


PÁGINA 12: Los 100 años del autor de Crónicas Marcianas
Homo Bradbury
En 2003, Bradbury adquirió el lote junto a la tumba de su esposa y plantó y anticipó allí su propia lápida con el año de salida aún en blanco. De tanto en tanto, se daba una vuelta para contemplar su propia tumba. Su biógrafo le preguntó que sentía al respecto. Bradbury respondió: “Lo cierto es que preferiría ser enterrado en Marte. Que metan mis cenizas en una lata de sopa de tomate, porque eso es casi lo único que comí durante mi infancia. Pero lo que de verdad me hace muy feliz es saber que en Marte, dentro de un par de siglos, mis libros seguirán leyéndose. Y que muy tarde por la noche, con una pequeña linterna y bajo una manta, algún niño va a espiar bajo la cubierta de un libro. Y que ese libro será Crónicas marcianas. En Marte”.

#QuédateEnCasa lecturas recomendadas para este fin de semana

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THE NEW YORK TIMES: La tierra en préstamo: una gramática de la violencia en México
El hallazgo de un inmenso altar fúnebre azteca permite reflexionar sobre las urgencias actuales sin fantasías atávicas pero con un nítido sentido de la historia y los desafíos del presente.

Fragmentos del libro: En el nombre del padre de Juan José Hoyos

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Por cortesía de Sílaba Editores, compartimos con ustedes un texto completo del libro En el nombre del padre, un libro de crónicas de Juan José Hoyos.

La historia de las palabras

Cada día trae su afán. De la abundancia del corazón habla la boca. El tiempo todo lo cura. Casi todos hemos crecido oyendo estas palabras en boca de gente muy distinta.

En casa, las dicen la madre y el padre. En la escuela, las dicen los maestros. En la iglesia, las dicen los curas.

La gente las llama refranes. Los profesores les dicen proverbios.

Son dichos que los pueblos han guardado en su memoria colectiva por medio del habla o de los libros. En ellos está preservada la sabiduría que han acumulado a lo largo de la vida. Su historia me ha apasionado desde niño.

Algunos están emparentados, aunque la gente no lo sepa, con libros tan antiguos y tan bellos como el de los Proverbios. Otros nacen de la vida diaria, de los oficios, del ingenio de la gente. Algunos tienen un humor desolado: “Cuando uno está de malas hasta los perros lo mean”.

Otros tienen una sabiduría falsa. Baltasar Gracián se encargó de demostrarlo en la vieja España del Siglo de Oro: “Donde fueres haz lo que vieres”. Él corrige: “Haz lo que debes”. “Quien tiene enemigos, no duerma”. Por el contrario: “Que se recoja temprano a su casa, que se acueste luego y duerma, que se levante tarde y que no salga hasta el sol salido”, advierte Gracián. “El tigre no es como lo pintan”. Los cazadores opinan lo contrario: es peor, sobre todo si uno se lo encuentra en medio de la selva… “Perro que ladra no muerde”. Gracián advierte: hay perros que ladran y muerden.

Los temas de los refranes abarcan las experiencias del hombre, sus creencias religiosas, sus leyes, sus enfermedades, su sentido del tiempo; su relación con los animales, con el juego, con el amor, con la muerte. Son una filosofía congelada en las palabras. Muchos, no tienen un autor conocido, ni siquiera patria. Han llegado hasta nosotros de boca en boca desde tierras tan lejanas como Egipto o España o en textos tan antiguos como el Libro de la Sabiduría, El Talmud o las crónicas de Heródoto y Plutarco.

¿Por qué hablamos como hablamos? A lo largo de la historia se han dedicado muchos libros a responder esa pregunta. Como el Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita; Refranes que dicen las viejas tras el fuego, de Iñigo López de Mendoza; Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés.

Uno de los esfuerzos contemporáneos más grandes es el Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español, una obra descomunal escrita a lo largo de veinte años por los catedráticos Lidio Nieto Jiménez y Manuel Alvar Ezquerra, publicada en España el año pasado. En ella, los autores rastrean la historia de más de cien mil palabras y dichos de la lengua española, desde el siglo XIV hasta 1726, fecha en que apareció nuestro primer diccionario.

Sin contar con los recursos bibliográficos de los autores de este estudio, en Colombia hay una larga tradición de escritores que se han ocupado de la historia de nuestra lengua y nuestros refranes. En Antioquia, me parecen admirables los libros escritos por Jaime Sierra García sobre los refranes antioqueños. En ellos, Sierra García muestra que en nuestra región han sobrevivido como parte del habla centenares de viejos dichos castellanos que aparecen en libros tan antiguos como Las aventuras del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, y El libro del buen amor, del Arcipreste de Hita. Es una grata sorpresa saber que refranes que escuchamos cuando éramos niños son refranes cervantinos: “A Dios rogando y con el mazo dando”. “Al buen entendedor pocas palabras bastan”. “Cada loco con su tema”. “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. “Dime con quién andas y te diré quién eres”. “Más vale pájaro en mano que cien volando”. “Perro viejo late sentado”. “Quien canta sus males espanta”.

El autor explica esta singular historia con unas palabras de Emilio Robledo: “Sabido es que el pueblo antioqueño estuvo recluido dentro de sus montañas durante varios siglos; aislado del resto de sus compatriotas por falta de vías de comunicación y dado a labores mineras y agrícolas.

Esta circunstancia hizo que el idioma se conservara en el estado en que lo habían traído los españoles que poblaron estas regiones, los cuales vinieron en mayor número del norte y centro de Castilla en los siglos XVII y XVIII en que el poblamiento se hizo más intenso”.

No hay mal que por bien no venga, pienso, repasando la historia de este milagro. Las montañas que nos aislaron del resto del mundo preservaron entre nosotros la lengua de Cervantes.

El mal dormir

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Por Juan Forn publicado en Página 12

Creo que todos estamos durmiendo mal en estos días: no sólo los que están en cuarentena sino también los afortunados en fase 5. Porque, mal que nos pese, si hay un momento que nos iguala a todos es el momento de cerrar los ojos para dormir: somos todos iguales frente al sueño. Mi abuela, que era una cristiana renegada (con el acento en renegada), decía que la única comunión que era capaz de concebir era ésa. Cuando se asomaba al cuarto donde dormíamos todos mis primos y me oía dar vueltas insomnes en la cama, se acercaba a murmurarme en el oído: “Dormite, así te juntás con los demás”. Eso es el insomnio, hoy más que nunca: esa policía de frontera que nos impide sumarnos a la comunidad de los durmientes.

El insomnio es caprichoso: a algunos les niega de entrada el sueño; a otros los deja dormirse, pero los ataca a traición a las cuatro de la mañana, esa hora fatídica en que, como dice Marina Benjamin, “la naturaleza de la oscuridad se vuelve porosa en sus contornos”. Los padecientes de esa clase de insomnio usan mucho una imagen: se sienten arrancados del sueño como una planta de la tierra; ven cómo cae de ellos todo vestigio de somnolencia mientras sus raíces patalean en el aire, pura confusión.

Somos extraños para la noche: en cuanto nos acostamos, descubrimos que la oscuridad transfigura todo, nos comportamos como extranjeros en ella. Porque la noche viene después del día, y después de trabajar necesitamos descansar, y se nos dice desde niños que el sueño es reparador y nutriente. Creemos a tal punto en él que le hemos concedido un lugar privilegiado en nuestras casas: un cuarto propio, confort, oscuridad y silencio, colchón de alta tecnología, cubrecama de pluma de ganso, sábanas suaves, almohadas mullidas.

Pero el sueño exige confianza a cambio de sus beneficios. No por merecerlo nos lo ganamos, ésa es la paradoja: cuanto más intentamos dormir, más nos evade. Es imposible esforzarse en ceder, imponerse activamente la pasividad. Cito de nuevo a Marina Benjamin: “La mente del insomne es como un resplandeciente banco de peces inquietos que nadan como dardos. La mente del insomne patrulla sus fronteras, se alimenta de pensamientos repetitivos, rítmicos y tontamente enigmáticos, fragmentos de canciones o de publicidades, recuerdos de infancia, algo visto en internet u oído por la calle. La basura no tiene fin. Y, mientras tanto, el insomne piensa: la parte equivocada de mí está dormida y la parte equivocada está despierta.

Los insomnes forman una comunidad extraña: podrían redactar un manual de ansiedades comunes, sin embargo no quieren, o no saben comunicarse entre sí. Cada insomne está solo. Y ni siquiera es una soledad deseada: los pensamientos rumiantes del insomne lo canibalizan, el recuento de las interminables horas perdidas lo abruma. Se vuelve exigente por desesperación: no lo conforma dormir como en una nube, quiere dormir como una piedra. No le alcanza con dormirse; pretende, además, percibir el cruce de la frontera de un reino al otro, para servirse de él en noches futuras.

Marina Benjamin pertenece a esa cofradía de solitarios y en su libro Insomnio habla de todas las taras que padecen (“Ésta es la canción del insomnio y voy a cantarla”, dice). Habla, por ejemplo, de las envidias inesperadas. Cuenta que, de chica, en la misma época en que empezó a padecer insomnio, su padre fue perdiendo la audición pero se negaba a usar audífono por coquetería. Así logró ser una máquina de soñar despierto, un sonámbulo al revés. “Convirtió su sordera en una manera de contrabandear sueño al terreno diurno”. Marina probó todo en su lucha contra el insomnio: probó dormir al aire libre en las noches de verano, pero las estrellas se le clavaban como agujas en los párpados cerrados. Probó dormirse mirando una foto del dormitorio de un crucero, imaginándose tendida en ese confort mientras las olas la mecían.

Probó la valeriana y el melatol (“No hacen efecto, sépanlo”), probó con antihistamínicos (“A veces funcionan pero hay que tomar cada vez más y generan adicción”), probó el temazepam y descubrió que la volteaba, sí, pero la dejaba tonta todo el día siguiente: “Induce una especie de amnesia del desvelo, es como sueño pero falso, porque no cura, no corrige los síntomas; los suprime nomás”. En sus infinitas rumias nocturnas, Marina descubre el secreto de Las mil y una noches (“Scherezade era insomne; sólo así lograba llegar despierta a cada nuevo amanecer. Con su relato sin fin inducía al rey al sueño y así lograba un día más de vida”); lamenta haberse identificado de niña con la Princesa del Guisante y no con La Bella Durmiente; se maldice por aquellas noches en que marchó a la cama con una linterna para leer a escondidas. Incluso llega a culpar al colonialismo por su insomnio (“Los imperios europeos llevaron la pólvora y el sarampión a sus colonias, y volvieron con azúcar, café, tabaco y chocolate: esos estimulantes fueron masivos generadores de insomnio para los europeos”).

Finalmente se inscribe en un curso de terapia conductista de cinco semanas. En la primera jornada les explican que las curas de sueño que imponen reposo obligatorio son contraproducentes (en las curas de sueño victorianas se alimentaba sólo de leche a los pacientes, como a bebés, no los dejaban sentarse ni usar las manos, hasta debían orinar y cagar acostados). El remedio moderno contra el insomnio es la restricción de sueño. Hay incluso una fórmula, un número mágico: dividir la cantidad de horas que uno duerme por la cantidad de horas que pasa en la cama tratando de dormir. El número que dé es el coeficiente de sueño y, dividido por diez, indica la cantidad de horas que uno necesita dormir.

Marina piensa: “¿Convocan insomnes y nos privan de dormir? ¿Nos ponen a calcular y sumar cada minuto que pasamos acostados? ¿No es precisamente eso lo que impide dormir a los insomnes?”. Igual lo intenta, pero es como si todo su ser se le refugiara en el cráneo. No hay postura posible, su bruxismo se intensifica, espía a sus compañeros, los cuerpos en reposo no son bellos ni serenos: giran, gruñen, resoplan, patean como ella.

Decide abandonar el curso. Vuelve a su casa exhausta, repitiendo como un mantra la frase del filósofo Hume (“Hay que hacer las paces con la incertidumbre”), pero tampoco logra dormir. Se levanta en medio de la noche, camina a tientas hasta el living, se desploma en el sofá. Desde la alfombra, su perro alza la cabeza y la mira con ojos vacunos. Marina palmea el espacio vacante en el sofá, el perro se acurruca a su lado y se apaga en cuestión de segundos, el lomo contra ella, las piernas laxas, extendidas hacia el otro borde del sofá, como una gaita. Su cuerpo tibio se eleva y se desinfla rítmica, hipnóticamente. Los minutos pasan, el silencio se espesa y, de a poco, muy de a poco, los ojos de Marina se cierran, su respiración se acompasa con la del perro, su mente se aquieta y, por fin, entre una respiración y otra, accede al sueño de los justos.

#CiudadaníaActiva: Estampas de la plaza de mercado: compra colombiano

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Creo que uno de mis primeros actos de rebeldía juvenil fue cruzar una de las esquinas de aquel edificio ruidoso, siempre atestado de gente que me causaba curiosidad ¿qué se escondía tras los arcos de su entrada? Mi madre nunca pudo decirme a ciencia cierta, por qué no quería que yo cruzara esos portones construidos en 1935 por Pascual López.

La Plaza Los Fundadores, el mercado municipal de Santa Rosa de Cabal siempre me impactó; la curiosidad que me producía estaba exacerbada por la prohibición de mi madre y el disfrute de mi padre al visitarla. El contaba historias fantásticas de cómo un reloj se transformaba en una cadena de oro, tras un excelente trato. Bajo la mirada vigilante de mi madre, me describía una inmensa cocina de donde salían delicias inigualables para el paladar: fríjoles, arroces, arepas y sopas. 

Yo imaginaba un mundo fantástico que algún día me escaparía a explorar.

Imagen tomada de elespectador

Pero no fueron los aromas dulces narrados por mi padre los que me condujeron al mercado, sino otro placer el que me llevó allí: la música. Cada noche escuchaba en mi ventana la música de mi padre, a hurtadillas acompañaba sus parrandas, el tango que me dirigía a acompañarle fue el que me condujo a la fuga para entrar en ese mundo maravilloso de las plazas de mercado. Recuerdo como si fuera hoy, cómo descubrí un mundo eminentemente masculino, por aquel entonces, cómo me sedujo el dramatismo de Larroca en el tocadiscos. Mi madre tenía mucha razón al temer mi entrada a través de esos arcos, porque creo que ese día encontré mi alma tanguera y mi amor al drama.

Me seduce el deleite por esos edificios, con sus cubiertas majestuosas, creo que llegan a ser un lugar común en mi vida, siempre los busco en mis viajes. Disfruto como nadie las mañanas de domingo con un café, la música y el bullicio de las personas que revolotean buscando su mercado, la cura para el mal de amor, un buen plato de comida, las flores y los cambalaches. Cada vez que encuentro un lugar así, no importa cuán lejos esté de Santa Rosa me encuentro en casa, rompo la prohibición de mi madre con el mismo deleite adolescente y me encuentro jubilosa y encantada en el mercado de cualquier esquina del mundo.

Tomada de minube.com

Aunque muchos de ellos se encuentren en precarias condiciones, fueron nuestros primeros centros comerciales, son sitios neurálgicos para nuestra seguridad alimentaria. Hoy nos preguntamos si podemos tener cerca de casa alimentos seguros, nutritivos y suficientes para abastecer a toda la población. La tendencia de los alimentos “kilómetro cero”, surgida antes de las cuarentenas, introduce la necesidad de los centros urbanos de reducir el impacto ambiental por el transporte de alimentos desde largas distancias, rescatar los productos regionales olvidados y privilegiar el consumo de alimentos agroecológicos.

Contrastando con este planteamiento y la defensa de la soberanía alimentaria, el Plan Nacional de Seguridad Alimentaria considera la importación de alimentos como una estrategia válida para el suministro de la canasta básica de los colombianos, por ejemplo la importación actual de papa lleva a que por cada kilo que se importa a Colombia, se dejan de demandar 2,5 kilos de papa fresca nacional (Fedepapa, 2019).

Mas allá de las correcciones en las políticas públicas colombianas con respecto al agro, será importante para la soberanía y la seguridad alimentaria que la ciudad brinde a los productores, comerciantes y campesinos espacios apropiados para la realización de los mercados locales dentro de las plazas, y puedan ustedes como yo maravillarse con la comida, la música, la medicina ancestral y las prácticas culturales que alojan estos espléndidos lugares.