Colombia: un país en bicicleta por trochas y autopistas

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La gloria de la que disfrutan los aficionados al ciclismo en Colombia en estos tiempos, cuenta con notables antecedentes. Una historia de triunfos que, aunque pueden ser algo esporádicos al verlos en el paso de los años, así mismo resultan contundentes


 

En principio, durante los años 70, Colombia se hizo dueña de todas las competencias a nivel latinoamericano. Así, los triunfos en competencias de Chile, Guatemala, México, se obtuvieron de manera paralela a la consolidación de la “Vuelta a Colombia” como referente internacional de competencia profesional.

Y, al lado de estos procesos, estuvo siempre la radio para difundir y formar un público que, a pesar de los altibajos en la promoción de este deporte, se ha mantenido hasta hoy.

La “Vuelta a Colombia” se corrió entre pedregales desde 1951. Fue de esa forma como inició carrera el ciclismo profesional, hasta convertirse en referente de nacionalidad.

 

Ahora bien, en honor al país que anda sobre dos ruedas, compartimos con ustedes este especial con maravillosas y motivadoras historias en torno a la bicicleta, un poco de historia del ciclismo colombiano y una galería fotográfica, especialmente preparada, con los más grandes ciclistas que ha tenido nuestro país. Bienvenidos.

 

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Cochise

 

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Galería: “Grandes ciclistas colombianos”

 


La desconocida historia del ciclismo colombiano

Texto por Camilo Alzate (extraído de Joan Seguidor)

 

Todos miramos la suerte actual del ciclismo colombiano, pero en el país andino la bicicleta tiene una larga, larguísima tradición, que va más allá de aquellos escarabajos de los ochenta que pusieron el ciclismo colombiano en el mapa. Hete aquí una historia que queríamos compartir con vosotros, la historia de porqué el ciclismo colombiano no ha sido tratado con el poso y antigüedad que merece:

A Efraín Forero todos le dicen “El Zipa” porque nació en Zipaquirá, pero sobre todo, por la sangre chibcha de sus venas. Los Zipas fueron los reyes indígenas de esos valles altos y fríos aledaños a Bogotá, antes de que llegaran los españoles.

Para demostrar a un puñado de interesados que era posible organizar en Colombia una carrera por etapas similar al Tour de Francia o al Giro de Italia, el Zipa realizó en solitario una travesía desde Bogotá hasta Manizales cruzando en bicicleta el Páramo de las Letras, aquella ascensión descomunal de 83 kilómetros que sube de las orillas del Magdalena, a 500 metros sobre el nivel del mar, hasta las cumbres cercanas al Nevado del Ruíz, a 3.760 metros de altitud.

Cuentan que el Zipa pasó la cresta de la cordillera entre senderos de tierra y descendió otros 30 kilómetros hasta la ciudad de Manizales, donde arribó por la noche mientras una multitud lo esperaba como a un héroe. Tenía entonces 20 años.

Un año más tarde, en 1951, Efraín Forero sería el primer campeón de la Vuelta a Colombia, que nunca ganaría de nuevo porque en su camino se atravesó el antioqueño Ramón Hoyos Vallejo, “El Escarabajo de las montañas”, el mismo que después derrotaría a Fausto Coppi subiendo al Alto de Minas, cierta vez que el campeonísimo vino con su equipo a correr unas competencias de exhibición en Colombia.

Ramón Hoyos ganó cinco veces la Vuelta a Colombia, fue campeón panamericano de ruta y también estuvo entre los primeros colombianos que corrieron una carrera en Europa: la Route de France de 1953, donde tuvo que retirarse antes de las montañas.

No podremos decir lo que habría sucedido si Ramón Hoyos, el primer escarabajo, hubiese sostenido un mano a mano con Bahamontes o Charly Gaul en los Pirineos. Tampoco podremos asegurar si era cierto eso que le decían los italianos a Martín Emilio Rodríguez “Cochise” cuando ya viejo fue a correr como gregario de Gimondi: que de llegar a Europa más joven, a lo mejor Eddy Merckx no tendría cinco Tours en su palmarés. Cochise, el primer latinoamericano que ganó algo grande allá (dos etapas del Giro) tenía cuatro Vueltas a Colombia en el bolsillo, había sido record de la hora y campeón mundial de persecución individual.

No podremos decir en qué lugar del podio del Tour hubiera terminado Fabio Parra si los controles y sanciones por dopajefuncionaran como funcionan hoy. Podremos decir que fue tercero. Podremos decir que hubo dos positivos por delante.

Cuando Patrocinio Jiménez atacó en el Tourmalet nadie era capaz de seguirlo, ni siquiera Lucien Van Impe, el mejor escalador de su momento. Muy a pesar de eso, un periodista italiano se refirió en cierta ocasión a esos ciclistas colombianos debutantes en las carreras de los ochenta como unos “pobres ratoncitos oscuros” que no sabían lo que era el Alpe.

Quizá este periodista acertaba en algo, los ciclistas colombianos eran pequeños y oscuros como ratones, pero se equivocaba en lo demás: fueron los europeos quienes nunca conocieron las montañas de verdad, esas donde falta el aire y los cóndores hacen sus nidos, esas de cuarenta o cincuenta o sesenta kilómetros para arriba.

Aquello quedó zanjado cuando Laurent Fignon –ciclista con cara de gato– persiguió sin éxito al ratoncito Lucho Herrera durante la etapa 17 del Tour de 1984, la etapa del Alpe famoso aquel donde se consagran los gigantes. Jaques Anquetil, que no en vano había ganado cinco veces aquella carrera, dijo algo diferente de los colombianos. “Si vuelven serán terribles” dijo. Y tenía razón.

Ahora hay una generación que vuelve con hambre y sed de victoria, con deseos de demostrar que el ciclismo no era una disciplina exclusiva para blancos y europeos, también es –y además lo es por decreto de un Presidente– el deporte nacional de este país escondido entre los Andes, el deporte donde se sublima como en ningún otro el sufrimiento de su pueblo.

Fue el escritor inglés Matt Rendell quien llamó a los corredores colombianos “los Reyes de las Montañas”. Creo que en cierto modo todos son hijos del Zipa, ese hombre con sangre de rey indígena que demostró en 1950 cómo era posible atravesar en bicicleta un país de alturas monstruosas y carreteras inexistentes.


¿Por qué Colombia produce los mejores ciclistas del continente?

 

Contamos historias desde otras formas de mirarnos.

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