Compartimos gracias a Sílaba Editores, fragmentos del capítulo I del libro La condición humana. Tierra de nadie, de Fernando Cruz Kronfly
Título: La condición humana: tierra de nadie
Autor: Fernando Cruz Kronfly
Editorial: Sílaba Editores
Género: Ensayo
Año: 2018
Pág. 170
Somos tierra de nadie. En lo humano, el animal biológico que no podemos dejar de ser ha quedado apenas suspendido (Giorgio Agamben, 2010). Estamos habitados por un nudo de pulsiones y deseos legítimos y otros reprimidos que, por serlo, requieren salidas sublimadas (Sigmund Freud, 1970). Hay en nosotros una primera naturaleza básica animal que para ser viable debe someterse al dominio de una segunda naturaleza (Claude Lévi-Strauss, 1985). Esta segunda naturaleza, bajo la cual el animal que somos queda apenas suspendido, es la cultura, sobre todo en su componente normativo.
En los tejidos, tanto manifiestos como latentes de esta segunda naturaleza normativa, se pueden adivinar las cicatrices de nuestra animalidad en constante desasosiego, porque el animal que somos ha quedado insepulto. Somos animales abiertos sin límite hacia el mundo, sueltos de los anillos instintivos (Heidegger, 2010), des-sujetados de la naturaleza y, por lo tanto, animales enloquecidos cuyo destino no puede ser otro que volver a refugiarse en sujeciones culturales artificiales, no naturales como lo son los instintos. De esta manera, la opción humana no es jamás retornar al animal puro que en el proceso de humanización fuera abandonado. La única opción ante este estado de abierto (Max Sheller, 1967) y por fuera de los límites instintivos, mutación ocurrida hace 150 mil años (Yuval Noah Harari, 2015), para no enloquecer así sueltos o enloquecer de otro modo, consistió en venir a refugiarnos en esa otra dimensión no natural, tan inédita como extraña a la naturaleza dejada atrás: los relatos y los imaginarios de todo orden.
Si antes, durante la vida animal prehumana la existencia se encontraba atrapada en los anillos del instinto, ahora en lo humano abierto al mundo urgían otros nuevos anillos como las elaboraciones imaginarias y las normas morales que constituyen la cultura. Sin embargo, estos nuevos anillos culturales nunca lograron sepultar hasta hacerlo desaparecer al animal que somos, la materialidad animal de que estamos hechos.
Lo que instala al hombre en el sentido de la vida es, precisamente, su hundimiento y atrapamiento en la invención de mundos imaginarios a los cuales como animal en suspenso se sujeta. Al huir de la naturaleza y quedar sueltos, des-sujetados del instinto y abiertos al mundo, hemos debido sujetarnos a los imaginarios de la cultura “autodada”, para que el trastorno antropológico esencial quede en manos seguras y sea guiado, llevado de la mano de estos imaginarios. Porque esto es lo que somos: tierra de nadie que sigue siendo animal pero que al mismo tiempo ya no lo es. Así, el hombre es el animal que ya no es (Giorgio Agamben, 2010).
Los imaginarios obran entonces como nueva morada humana no natural.
Imaginarios de origen y de orden del mundo, como los mitos. Imaginarios para capturar, atrapar y regular la sexualidad liberada y abierta respecto de sus fines reproductivos e instalada en el goce como su fin principal y casi único, como los tótems y los tabúes primordiales y luego las religiones. Imaginarios y procedimientos mágicos de pesca y caza. Imaginarios para legitimar el poder, cualquiera que sea. Imaginarios para justificar la matanza, la pulsión de muerte y destructividad, agresividad que en los animales estaba controlada por el instinto. Imaginarios para las sensibilidades y dimensiones humanas más nobles. Imaginarios para darle sentido a la existencia errante. Imaginarios, en fin, para legitimar la esclavitud en el trabajo, la servidumbre medieval, la generación de valor en la modernidad. Imaginarios para manipular a empleados y trabajadores. Sobre todo en el mundo hiper-moderno en la modalidad de “dominación psíquica” para el alto rendimiento (Byung-Chul Han, 2016) que se busca en las subjetividades digitales en su mayoría hundidas en la desesperanza, el nihilismo y la grave afectación del sentido de vivir. De nada de lo cual están a salvo ni los altos jefes que, dada su condición, deben liderar los imaginarios organizacionales y gerenciales y aplicárselos a sí mismos. En fin, imaginarios fuertes para negar la muerte y dar sentido a la desaparición del cuerpo que fue nuestra morada material, de todo lo cual se encargan las religiones.
De tal manera que este mismo ser humano, tierra de nadie en poder de imaginarios, es el que deambula por las organizaciones contemporáneas, que son la estructura del mundo económico y social en nuestros días. Todo ha quedado “organizado”, atrapado en los dispositivos. Los seres humanos deambulan por la casualidad del mundo contemporáneo, convertidos ellos mismos en pura casualidad (Máximo Cacciari, 1989), llevando todavía y por siempre sobre sus hombros la fragmentación jamás resuelta entre naturaleza y cultura. En la mayoría de los contextos culturales aún vigentes se pone por delante el “alma” y el “espíritu”, para ocultar el animal que avergüenza y distrae al hombre del camino de salvación. En las culturas liberales hiper-modernas, la carne del animal se destapa
y tiene mucho juego. El “alma” sigue ahí, pero el cuerpo se des-sataniza y se vuelve templo legítimo del culto hedonista y nueva residencia concentrada del Yo narciso. La ropa ligera lo dice a gritos. Las comidas “sanas”, el agua embotellada y los gimnasios se convierten en importantes oportunidades de negocios en medio de la alta demanda narcisista de los sujetos unarios (Dany-Robert Dufour, 2007), que se buscan dentro de sí y a partir de su propia belleza fabricada, envueltos en la niebla rosa de las ideologías de auto-ayuda.
No conviene a las organizaciones que atrapan a los sujetos unarios digitales, tanto menos a la literatura administrativa, soslayar estas características del trabajador contemporáneo, que ya no lleva por nombre “subordinado” sino colaborador.
Las organizaciones de hoy están conformadas por sujetos narcisos, hedonistas y líquidos (Zygmunt Bauman, 2010) en sus vínculos. Ideales como consumidores en los centros comerciales convertidos en pasarelas, pero poco funcionales a la hora de la ética laboral y social, disciplinada y esforzada. Hombres y mujeres tratan todavía de ganarse la vida y dar sentido a su existencia por medio del trabajo, es cierto. Pero el trabajo ya no parece ser el centro generador del sentido de la existencia (Dominique Méda, 1998), puesto que ahora mucho más lo es el goce hedonista del momento, el frenesí del instante en uso del menor esfuerzo, el futuro al instante ahora mismo. Las organizaciones ofrecen a estos seres humanos hipermodernos espacios de trabajo, pero lo que ocurre en estos espacios laborales no parece suficiente por sí mismo para crear y reproducir una mística productiva. Para “sujetar” a este trabajador hiper-moderno a las organizaciones y al esfuerzo productivo disciplinario, se requiere un importante recetario de imaginarios y de ideologías deliberadamente diseñados para volver a intentar adhesión, compromiso, motivación y sentido de pertenencia. Dimensiones psíquicas laborales y sociales que solo son el resultado de la manipulación organizacional y social. Estamos en la era de la manipulación y el formateo de las mentes más profunda (Christian Salmon, 2010).
Textos relacionados #recomendados
Reseña del libro:
Textos de opinión relacionados con los temas que plantea el libro:
Si estás interesado en recibir las novedades semanales de La cebra que habla, envíanos tu número de WhatsApp y/o tu correo electrónico a [email protected]