Día mundial de la lucha contra el Sida: Luz Edna Villada marca la diferencia
El lema del Día Mundial de la Lucha Contra el Sida en el 2019 es: Las comunidades marcan la diferencia. Les contamos a ustedes de Luz Edna Villada, una trabajadora social que marca la diferencia.
La Organización de las Naciones Unidas hace un reconocimiento este año a las comunidades, como parte fundamental en la prevención y el acompañamiento en procesos de prevención y tratamiento del SIDA.
“Las comunidades contribuyen a la respuesta al sida de maneras muy distintas. Su liderazgo y la defensa que llevan a cabo permiten garantizar que la respuesta siga siendo relevante y fundada, que las personas sigan estando en el centro y que nadie quede detrás. En estas comunidades se integran los educadores de iguales, las redes de personas que viven con el VIH o están afectadas por el virus, como los gais y otros hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, las personas que se inyectan drogas y los trabajadores sexuales, las mujeres y la gente joven, los asesores, los trabajadores sanitarios de la comunidad, los proveedores de servicios de puerta a puerta, las organizaciones de la sociedad civil y los activistas populares.”
Son muchos lo grupos, instituciones y personas que forman esta red de comunidades y La cebra que habla se une a este día de divulgación, concientización y difusión sobre la importancia del acompañamiento, destacando el papel de la trabajadora social Luz Edna Villada, una profesional incansable que en el camino entendió “que lo primero que uno debe tocar son las puertas del corazón de los pacientes”.
Los invitamos a conocer un poco sobre ella (clic en la imagen para ir al contenido)
Derecho a dormir dignamente
Colombianos y colombianas: ¿Hasta dónde irá esta informalidad, este chasquido de trastes fabricados en la China de Mao, este desafuero que nos impide llegar a casa a descansar apenas unas pocas horas?
Novena alocución del señor Presidente de la República
Colombianos y colombianas:
Después de este saludo inclusivo y una vez logré soportar con analgésicos y valeriana el ruidoso paro nacional del pasado 21 de noviembre, admito que es la primera vez que los escucho con atención. Entre tanto ruido de arengas y tantos actos de vandalismo por nuestras queridas calles y plazas, hoy me enteré de muchas cosas que trasmitiré a mis ministros. Ojalá me escuchen.
Pero debo confesar que el acto vandálico que más perturbó mi calma fue el cacerolazo acontecido después de las siete de la noche en diferentes barrios y localidades. Gentes deambulando por ahí en pantuflas, señoras en pijamas, pensionados en chanclas de estratos variopintos.
Ese cacerolazo me hizo despertar de un sueño intranquilo, como si de repente alguien me hubiera arrojado, en forma de un monstruoso insecto, en la plaza principal de Caracas.
Quizá ustedes no se percaten de lo difícil que es dirigir este país convulso. Quiero que sepan que estoy despierto desde las primeras horas de la madrugada, que pego mi oído a las cadenas radiales, en especial La W de Julito, para saber cómo va mi país y después de ducharme, de acicalarme llamo al jefe de mi colectividad a ver qué se le ocurre ordenarme.
Son dos asuntos muy complejos los que debo resolver día a día, compatriotas: por un lado, están sus reclamos, sus demandas, esa quejadera petrista que me tiene al borde de un ataque de colesterol. Nada nuevas, por cierto, sus demandas, su quejadera. Le ordenaré al director Acevedo, el de Memoria Histórica, que las agregue a los folios que un día serán interpretados por nuestros más dilectos historiadores, hijos de militares y diplomáticos.
Y por otro lado, están las quejas de mi bancada, esa caterva de egos ultraderechistas y de hato que lo que en realidad quieren es desbancarme. Aún no han superado la derrota de la lid interna de partido que me escogió a mí, un chico naranja de 43 años y que me señaló esta Casa de Nariño, tan mal ubicada en el centro de la ciudad, como mi casa transitoria y que me ha dado un merecido lugar en las páginas de Wikipedia.
Aunque de lo que hoy quiero hablarles, compatriotas, es del cacerolazo, eso que un periódico de la oposición denominó, no sin sorna, como el mejor concierto del año. ¿Cómo enturbiar la calma de nuestro amado país, la serenidad de una nación consagrada al manto de María, al escapulario de la Madre Laura y a los positivos de nuestras honrosas fuerzas militares, después de las siete de la noche? ¿Cómo martillar y golpear cacerolas, ollas a presión, pocillos de aluminio en medio de la austeridad en la que he insistido en mi gobierno dietético, de cero mermelada?
¿Hasta dónde irá esta informalidad, este chasquido de trastes fabricados en la China de Mao, este desafuero que nos impide llegar a casa a descansar apenas unas pocas horas?
Compatriotas, en breve ordenaré a Nancy, ministra del Interior, que haga efectivo el decreto 1121, según el cual se prohíbe hacer ruido después de las siete de la noche, desde las selvas del Guaviare hasta los resguardos indígenas del Cauca.
Se comprende que en esta demarcación territorial incluyo a las ciudades y pueblos del paisaje cultural cafetero. No estoy declarando la conmoción interior. No es mi interés revivir el clima del Estatuto de Seguridad ni mucho menos estoy animando la coerción con los toques de queda en un país de clara vocación democrática.
Solo exijo, a nombre de las colombianas y los colombianos, de los insomnes y las insomnes, el sagrado derecho a dormir dignamente. Buenas noches y que el Niño Jesús de Atocha vele su sueño.