jueves, abril 24, 2025
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Almas en pena.

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Ya no miramos para arriba cuando caminamos por el centro de Pereira. Si alzamos los ojos, sobre todo por el sector en el que se encuentran las casas viejas, veremos de todo. Árboles frondosos en lugares insospechados, animales de todo tipo, loros, caballos, terneros y perros gigantescos. También encontraremos la ropa interior que alguien lanzó sobre el tejado, como quien oculta la evidencia de un delito. Veremos artículos abandonados como televisores y lavadoras que hace tiempo dejaron de funcionar y armarios en desuso de los que no se sabrá cómo llegaron allí, pues al intentar sacarlos, ni las puertas ni las ventanas de esos recintos superiores tendrán el tamaño suficiente. Hay otra ciudad por encima del nivel en el que mantenemos los ojos. Esa segunda ciudad en las alturas se ha vuelto menos visible de lo que ya era por cuenta de la adicción contemporánea a los teléfonos inteligentes. Caminamos mirando hacia abajo, hacia las pantallas y nos perdemos de esa franja increíble pocos metros más arriba de nuestras cabezas. Dejamos de ver ese universo desconocido que parece resistirse al cambio de los tiempos. Si usted desarrolla como yo el hábito de caminar mirando hacia los pisos superiores de las viejas edificaciones, comenzará a ser consiente de ese mundo fantasmagórico. Cuando menos lo pensemos, nos encontraremos a una que otra alma en pena contemplándolo todo desde la ventana. Lucen como ancianos y casi siempre se ocultan tras una cortina vieja y desgastada en la penumbra. Si por casualidad ve usted a un alma en pena, intente no ser advertido por ella y por nada del mundo le sostenga la mirada. Les gusta el anonimato. Sin embargo, si usted siente que sus ojos se chocaron con los de ella, acelere el paso hasta el portal de la iglesia más cercano. Los que entienden de estas cosas dicen que allí no se atreven a entrar. Usted sabrá que un alma en pena se fue detrás de usted, cuando al subir las escaleras de su vivienda, si es que tiene que hacerlo, sienta que alguien lo persigue y la necesidad irrefrenable de acelerar el paso. Ese mundo, pocos metros más arriba, seguirá albergando a aquellos fantasmas curiosos y anónimos que buscan cruzar su mirada con la nuestra para acompañarnos hasta la puerta de la casa.

Estampa de mujer campesina.

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Mujer campesina. De Maparé, 2008. https://www.artmajeur.com/mapare/es/artworks/3360841/mujer-campesina

Salió de la cocina, provista ésta, de fogón, vara de humear la carne, máquina de moler café y maíz para las arepas. Con paredes en esterilla y techo de palmicha, donde percibía desde los variados olores que despedía ese recinto matizado de sabores, hasta las voces lejanas, el mugido de la vaca lechera, los -buenos días doña Blanca, aquí arrimo la leña, ya que llegó: venga le doy su cafecito; el cacarear de gallinas, el relincho del caballo. También guardaba en lo íntimo de su ser, las añoranzas del retorno fugaz de sus seres queridos, presintiendo las tristes despedidas luego de las navidades colmadas de gratos sentimientos y vivencias, entre las múltiples preparaciones: natilla, buñuelos y tamales; el jolgorio propio de llevar el marrano ya adobado hasta la mesa, acompañado de bebidas espirituosas, alegrando las noches navideñas con el rasgar de tiple y guitarra, y ver y sentir la presencia de sus hijos y el envolvente círculo familiar con generaciones ya despidiéndose de la vida y gérmenes de generaciones pretéritas…

Seres queridos cual caminante viajero, como el viento, como el humo, como la vida, sembrando surcos de esperanza entre zarzas que acompañan el camino.

Blanca Sofía, aprendió a caminar el paisaje agreste, a escuchar la voz de sus ancestros entre soles y lluvias, a dar y recibir el ritmo y suavidad de la piel de su marido extendida y transformada en caricias a sus hijos, siguiendo la huella ancestral de los que no retornan. Ochenta años, muchos consagrados al servicio de marido y prole, reproduciendo la heredada expresión de machismo femenino en la preferente inclinación por sus hijos varones, y en su boca la permanente retahíla-lo que diga su papá.

 “Casi todas las mujeres egipcias estaban condenadas a prisión domiciliaria. No podían moverse sin permiso del padre o del marido, y muchas veces eran las que solo salían de casa en tres ocasiones: para ir a la meca, para ir a su boda y para ir a su entierro”. Sépase todos los derechos negados y tantos deberes exigidos: cocinar, lavar, barrer, tejer, coser, cuidar a sus hijos (entre Blanca y Sofía sus vientres se hincharon lanzando al mundo 26 hijos) enseñar lo que sabe, curar lo que puede…

Blanca sirvió al padre y a los hermanos, luego sin cambiar de rol, sirvió a su marido y a sus hijos y a los que no lo fueron pero que los acogió sin discriminación alguna. En su noviazgo pasó horas escuchando al novio sin mirarlo y sin permitir que se arrime, sentados frente a la severa mirada de la tía.

Blanca Sofía vivió entre torrentes de aromas a fruta madura, imágenes de vegetación amable, rostros que le eran familiares, caminos o trochas andadas desde la infancia, olores de panela salidos del jugo de caña. Vio también la conversión del verde en frutos rojos de los cafetales. Vivió de la tierra, apegada a ella, recibiendo de ella frutos amables que son testigos del sudor que su piel entregó, moldeando su forma de ser y actuar entre los surcos, porque además de los quehaceres hogareños, laboro el campo no solo en tiempos de cosecha.

La iglesia católica, bastión del poder masculino, la arropó como algo inherente al diario vivir, desde niña hasta ya vieja arrastrando los pies y empuñando escoba, cucharon, canasto y camándula. Nunca supo que su religión guardaba complicidad con quienes propalan la condición de “inferioridad” de la mujer. En más de 30 países, la tradición manda cortar el clítoris. Los mutiladores explican que: es causa del placer femenino, es un dardo envenenado, es una cola de escorpión, es un nido de termitas, mata al hombre o lo enferma, excita a las mujeres, les envenena la leche y las vuelve insaciables y locas de remate”. Acepto que cause placer y las excite por el pleno derecho al goce. Blanca Sofía desmiente a Plinio el viejo, la mayor autoridad científica del imperio romano, quien supuestamente “demostró que la mujer que menstruada agriaba el vino nuevo”, (lo suaviza y exalta sus propiedades), esterilizaba las cosechas -ella cosechaba olores de germinación-, “secaba las semillas y las frutas”, maridaba  semillas y frutas llevándolas a pleno esplendor, “herrumbraba el bronce”, nunca los enseres de bronce de cocina y las herramientas de laboreo dejaron de brillar en sus jugosas manos, “mataba los injertos de plantas y los enjambres de abejas” , ella mecía los injertos en tierra fértil y aprendió que los enjambres como su ser dulcifican la  vida, “y volvía locos los perros”, sí, locos de alegría con sus pródigos cuidados.

También mandaba la tradición “que los ombligos de las recién nacidas fueran enterrados bajo la ceniza de la cocina, para que temprano aprendieran cual es el lugar de la mujer, y que de allí no se sale”. Blanca Sofía aprendió con el trajín diario que su lugar era el ancho mundo rural, y jamás desdeño el universo urbano donde todas sus hijas levaron anclas para en cortas temporadas regresar al nido que los vio nacer. Ellas nunca supieron que la partera irrespetaba la tradición, y lanzaba a campo abierto los ombligos de las niñas nacidas en sus manos.

La inspiración poética del maestro Luis Carlos Gonzales compendia la existencia y el diario vivir de Blanca Sofia y de todas sus congéneres:

“Porque inclinaste tu frente/sobre el altar de las eras/aprendí a querer el surco, mi dulce madre labriega/Porque aprendí a querer la espiga/ y el agüita que la alienta/ Porque le enseñaste al sol/a tejer con miel la huerta/y al ruiseñor tus canciones jardineras/aprendí a querer la luz/que madura las cosechas/y las semillas que gritan/tu nombre cuando revientan/Porque enseñaste una flor/a cada mañana nueva/aprendí a querer las tardes/que son como tú: morenas/porque enseñaste que el sol/también espiga las penas/aprendí a querer la vida/mi dulce madre labriega”.

San Luis, donde todo se rueda

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El plano inclinado

El barrio se llama San Luis, aunque la gente le dice “el tobogán” por su pendiente larga y pronunciada. En carro toca recorrerlo de subida por lo que es común escuchar los motores luchando contra la física más elemental. Lo que se pueda rodar, se va a rodar. En muchos barrios de Pereira se juega a las banquitas, pero hacerlo en la vía principal de este lugar, sería un despropósito.

Las fachadas de algunas casas limitan con la carretera. Cuando los andenes no brillan por su ausencia, son angostos, accidentados o llenos de baches. A muchos hogares se ingresa por escaleras o rampas. El relieve del barrio es el mismo de algunos pesebres colombianos que al ser construidos sobre canastas de gaseosa exige que los reyes magos sean alpinistas profesionales.

Una niña enjabona a su perrita que se deja bañar resignada. Lo que resulta de la operación es agua con espuma que avanza presurosa falda abajo. En sentido contrario a la mezcla jabonosa, camina, o mejor, escala, un señor que aprovecha los pocos espacios sin pendiente que ofrece el recorrido para reponer energías. El plano inclinado que llama la atención de los visitantes parece pasar desapercibido para los moradores.  

Una casa verde loro

En la mitad de la falda perpetua, una vivienda color verde loro, de dos plantas, opaca todo lo demás. La pinta un señor con una sola mano mientras en la otra sostiene un tinto. Su maestría en el oficio es evidente. Sale a nuestro encuentro la dueña de la casa, una mujer alegre y conversadora.

Luce una bata blanca, larga y de flores rosadas. Nos conduce al segundo piso de su casa. Un hombre indiferente nos saluda desde un sillón desde donde sigue con atención un partido de fútbol. Nos lleva hasta una sala pequeña pero bien distribuida en cuya esquina hay un sofá negro. La señora se llama Nelly.

-Esto aquí antes era un patio y al frente había un barranco. Eso de allá era un rancho (señala hacia el piso, pero sabemos que su dedo apunta hacia un recuerdo) y había unas ratas así de grandes (posa el dedo índice de la mano izquierda sobre el antebrazo derecho para que no quede duda del tamaño de los animales) en fin, esto era una cochinada. Estaba el terreno no más.  

– ¿Y por qué eligieron el color verde loro para pintar la casa?

Fue idea de él, señala a su esposo. Entre susurros nos dice, él está medio corrido y le dio por ese color. ¿qué dirá la gente? Que esa casa de uno como un payaso, pero es que uno ¿por qué vive por la gente? ¡que bobada! Y a él le dio por ahí, y entonces pintamos la casa de verde.

– ¿De qué color era la casa entonces?

– ¡Verde!

Sísifo

A ambos lados de la vía principal nos topamos con un camino interminable de escaleras. Estas llevan al portón de algunas casas. Son tan largas, que quien las suba seguramente se sentirá reconfortado de haber vuelto a sus dominios.

Murales alegres y coloridos, compensan el hecho de que el barrio desafíe casi todas las normas de urbanismo. Hay quienes cuelgan la ropa, aprovechando los abismos que se forman entre una fachada y otra. San Luis es silencioso y cada tanto, el motor exigido de los carros rompe la calma.

Un parque en la desembocadura de San Luis tiene en su entrada un aviso en el que se regaña a todos aquellos que lo profanan e impiden que los niños lo disfruten. Hay una cancha de cemento y algunas máquinas para hacer ejercicio recién pintadas. Alrededor del parque puede verse una casa a la que la tapa un cultivo, al parecer de maíz. Es como una finca en la mitad de la ciudad.

Una vez abajo, no nos queda más remedio que volver al punto de arriba, donde comenzamos nuestra travesía. Sabemos que ahora que la temperatura ha subido un par de grados, nuestras piernas sentirán la inclemencia de la pendiente.

Si Sísifo hubiese nacido en Pereira, sin duda los dioses lo hubieran enviado a purgar su castigo a San Luis. Su roca rodaría una y otra vez, desde el barrio los Álamos, hasta la vía que conduce a Armenia. Sin embargo, su pena hubiera sido más llevadera, pues entre subida y bajada, la señora de la casa verde loro, doña Nelly, lo hubiera invitado a pasar para que se comiera la natilla y los buñuelos, que muy amablemente nos ofreció.   

En imágenes:  

Los primeros cien días de gobierno: un reporte basado en la acción

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Publicado en Un Pasquin: https://www.unpasquin.com/

La política es el ámbito de lo humano donde el tiempo se hace de manera más evidente efímero, escaso. Cada día de un gobernante es uno menos, si nos atenemos a la idea de que los mandatos en las sociedades democráticas comienzan y tienen un fin.

Particularmente, en la vida contemporánea la impaciencia se ha erigido como característica inevitable de la existencia: vivimos sometidos a la velocidad de las situaciones y las relaciones sociales, instantáneas y efímeras; como la búsqueda, infructuosa, de la felicidad mediada por el clic en las redes sociales.

En ese ambiente de inminencia, se ha vuelto costumbre entregar un reporte de los primeros cien días de gobierno. El origen de esta práctica, que se remonta a la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, fue la necesidad de acción inmediata por parte del ejecutivo. Adoptada bajo la enorme presión que sobrevino a los estragos causados por la Gran Depresión de 1929, creó una tradición que hoy se ha vuelto inevitable para los mandatarios en occidente.

El gobierno actual de Colombia en cabeza del presidente Petro, tan adepto al cambio, no ha renunciado a este imperativo y, por tanto, ha entregado su respectivo informe.

Desde la casa de Nariño y en conferencia de prensa, Petro entregó una lista con 50 hitos que considera los más destacados entre sus ejecutorias, hasta el momento.

La lista empieza y termina con dos afirmaciones que, leídas conjuntamente, por un lado sintetizan de manera significativa el espíritu del presente gobierno, y por el otro contradicen ampliamente la intención en la que se basa la entrega del informe de los primeros cien días: el reporte de acciones concretas. En términos sicoanalíticos podríamos hablar de un “acto fallido”, que al hacerse manifiesto produce cierta hilaridad.

El número 1 dice: “Recuperamos la espada de Bolívar e iniciamos el gobierno del cambio”. Y el número 50 finaliza en el mismo tono con: “El cambio continúa…”, frase escrita entre comillas, y que no deja escapar al lector la elocuencia de los puntos suspensivos.

No obstante, el listado de los 50 hitos contiene acciones de gran trascendencia, a saber:

  1. El restablecimiento de las relaciones con Venezuela
  2. El acuerdo de compra de tierras con Fedegan
  3. Aprobación de la reforma tributaria
  4. Sanción del acuerdo de Escazú
  5. Agregar 1,3 billones al presupuesto de educación
  6. Reanudación de diálogos con el ELN
  7. Aumento en un 100% del presupuesto del Ministerio de Agricultura
  8. Entrega de 600 hectáreas para campesinos por el SAE

El resto, en mi opinión, son anuncios sobre cosas que se harán, pero que no se han hecho. O, son medidas relacionadas con el funcionamiento de políticas públicas ya implementadas; o a lo sumo son correctivos de otras políticas públicas que no quedaron bien concebidas y que mostraron, con el tiempo, sus límites.

Igual que se revelarán, en un futuro, los beneficios y las inconveniencias de las políticas hasta ahora adoptadas por este gobierno, como, por ejemplo, la reforma tributaria.

Se sigue sintiendo la gran ausencia de una política pública robusta para las ciudades, con lo cual el gobierno continúa dejando por fuera temas centrales para la mayoría de los colombianos, e, incluso, pierde el norte en términos de su propósito medioambientalista, tan autopromocionado en el ámbito internacional. Y, es por lo menos llamativo que la cultura no aparezca por ningún lado.

En síntesis, es pronto para saber lo que se logrará, especialmente cuando las intenciones de cambiarlo todo son la base profunda que guía un mandato.

Lo más sensato es no dejarse llevar por la tendencia a la inmediatez y esperar. Como dice el dicho, amanecerá y veremos…

Canto andino

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I

Mi canto unido a otras voces, va del Caribe a la Patagonia, de las costas del Pacifico a las playas del Atlántico, a socavones mineros, a suelos con olor a tierra labrantía, golfos, islas y bahías.

Sí, que mi canto se escuche en la Patagonia barrida por el gélido viento.

Mi canto hará ecos de voces brisando la mole gigantesca de los Andes,

en laderas hechas terrazas en los cerros, en las altas planicies de llamas,

alpacas, guanacos y vicuñas, donde solo la papa madura.

Dibujando en laderas el nacimiento de ríos y quebradas

Y el prodigio de manos regándola de sembrados;

Agitando en valles, sabanas y esteros, soles que encandilan,

Llaneros altivos, arreando recuas de ganado,

venciendo ríos tempestuosos, pescando sueños,

colmando ilusiones…

América mestiza:  que mi canto escuche:

el rumor del viento sobre heladas corrientes marinas, cabalgando a lomo de montañas, refrescando  selvas, bosques, ríos turbulentos; formando a su ritmo bancos de niebla, nubes henchidas de gotas prestas a regar sembrados.

II

Canto eurítmicos arpegios de admiración a mujeres y hombres humildes, indígenas, negritudes, mestizos, conquistadores de rincones recién poblados.

Seres que laboran día a día, sol a sol, logrando frutos que van a enriquecer las despensas propias y extrañas.

Canto al tejedor de coronas, en orquídeas bordando inspiración,

e hilando sinfonía de colores, ramos de ilusión caminante silletero,

redentor de hambres de amoroso pan y de calor.

Cantemos al sol esplendoroso que no llega al oscuro minero del salitre, marchitas manos arañando socavones para extraer del vientre andino el metal precioso que alimentará al crisol, al obrero de negras pesadillas y al imperio de riquezas mil.

Mi voz es la voz de los pamperos, entre pampa y firmamento cabalgan la llanura inmortalizando el mate y el churrasco. Sureña tierra de Martin Fierro gaucho fiero, de Borges oyendo poesía de Carriego y tango de los arrabales de su ciudad puerto de europeos expulsados por la guerra, de Sarmiento, Hernández y Lugones.

Mi canto toca las fibras de la pequeña Uruguay el de las puertas abiertas al migrante.

El bien llamado “ciudad gigante con rancho agregado” que puso a llorar al gigante carioca asestándole el Maracanazo.

De su suelo se nutren millones de reses y de ovejas pastando en ondulantes praderas, mientras su boca exhala tangos con sabor a mate.

Con mi canto arrullo a los cariocas, de potencial agro y míseras favelas de espíritu alegre.

Danzarines de futbol a ritmo de samba por anchas y arenosas playas en soles desenfrenados como su entusiasmado vigor.

En su carnaval de fiestas callejeras:

disfraces moviéndose a ritmo de música en coloridos carros alegóricos.

Que mi canto se escuche en Ecuador el país del Cotopaxi y su bulevar de volcanes encendidos, el pequeño país de costeros pantanos de manglares.

Y mirada oteando las tortugas de Galápagos y el prodigioso cementerio de Tulcán.

Y a sus labriegos arando minifundios de banano con aroma de café y cacao.

Mi canto para ti turístico Perú, el que fuera centro del gran imperio Inca

Por cuyo cielo vuela el cóndor majestuoso sobre la Ciudad perdida de Machu Picchu.

Y sus lugares de sonoros nombres: Cusco, Arequipa, Ayacucho, Huancayo, Cajamarca, Piura, Huánuco, Chiclayo y Lima con alma de tradición.

Elevemos nuestras voces lastimeras por la Amazonía, la de tribus olvidadas

Y saberes ancestrales, bañada por el río madre serpenteando la selva, desaguando en mar adentro su dulzura. A ti Amazonas, pulmón asediado, deforestado e incendiado.

La tristeza de mi canto es llanto para la tierra de Bolívar, libre de la bota gringa esclava de su sino, la codiciada:

por su oro negro sembrado en entrañas de Maracaibo, y ocupando del Orinoco sus riberas, elevando los ojos al salto del Ángel custodio de las mesetas de arenisca de su selva tropical.

Mi canto es además de al sol de los venados

que dibuja de arreboles la Orinoquia

para la tesonera gesta del llanero altivo

quién con maracas, capacho, cuatro y arpa

colorea los aires de pasajes y joropos,

mientras nutre la despensa de sus patrias.

Mi canto no es solo para el silencio,

presagio de insondables voces,

es para las bordadoras de Isla Negra,

donde Neruda inició su poesía.

Ellas con su colorido sueño de lana mágica recrean de Chile las costumbres aldeanas.

Franja costera de viñedos, cobre y desierto de Atacama; sufriente pueblo de dictadores embelesados con órdenes imperiales

estrenadas a sangre y fuego.

Mi canto es además del pájaro campana

himno fulgente del pueblo guaraní,

para la pródiga región del Chaco

codiciada también por el águila imperial

pero que altiva conserva su nativo idioma

Y muestra al mundo sus cataratas de Iguazú.

Mi canto trepa a las alturas andinas

con verdes retazos en frutos de la tierra.

Para el lago de los pumas de piedra, Titicaca

corazón palpitante del altiplano peruano- boliviano,

donde los uros en balsas de totora

Pescan y tejen su vivir en flotantes islas.

Mi canto recorre las montañas que en cosecha

luce su esplendor, sinuosa zona cafetera

abierta a golpe de hacha y de machete

por colonos quienes levantaron pueblos,

con rumor de serenatas, donde chapoleras

desgranan frutos que nutren de divisas la nación.

III

Mi canto, tu canto, nuestro canto, Cortejo de amor, vida, esperanza,

Es voz de aliento y rebelión, es bálsamo

Luz del proletario, es senda, es grito, es lumbre.

Es lava ardiente que lanza su red para atrapar salarios

en el mar revuelto de la explotación.

Seguiremos cantando con indeclinable brío al son de cumbias, bambucos, chacareras, sambas, joropos, tangos…que seguirán Sonando por selvas,  montañas y valles, sabanas y esteros ríos y llanuras, mares y pampa, nevados y tórridos llanos y el país de la canela.

América tórrida y nevada, de razas altivas,

fieles guardianes de selvas, costas, mares y manglares.

Mi canto no cesará, algún día aturdirá al orbe

con melódicos gritos de autonomía soberana.

La orquesta desafinada.

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Artículo publicado en el periódico Un Pasquín.

El país asiste al espectáculo de una improvisación, en las acciones del nuevo gobierno, sin precedentes recientes en la memoria de los colombianos. Se trata de algo que el académico y periodista Hernando Gómez Buendía definió en una reciente columna como “el despelote de las buenas intenciones”.

Y es que el petrismo llegó al poder en el empaque del Pacto Histórico, una sumatoria de fuerzas necesaria para ganar, aunque por un estrecho margen de votos, pero a todas luces insuficiente para gobernar.

Esta amalgama de tendencias políticas, compuesta de viejos zorros del oficio, burócratas redomados, tecnócratas reputados, y activistas de diversa índole (líderes ambientales, sociales, influenciadores, etc.), no ha sido capaz de tomar un ritmo.

En este concierto al que estamos asistiendo, lo único relativamente claro, hasta ahora, es la melodía, que proviene de un plan de desarrollo más o menos coherente, propuesto desde hace largo tiempo (desde la campaña anterior que resultó con la elección de Iván Duque en 2018).

Y aunque la armonía (los acordes musicales, es decir, las figuras principales en el gabinete como los ministros, y en lo político como los congresistas), cuenten con figuras destacadas que muestran esfuerzos importantes por acoplar su interpretación individual a la partitura propuesta, el ritmo no llega.

Lo que hemos presenciado hasta el momento es una batería de anuncios dispersos, cada uno más alarmante que el anterior, en términos de la magnitud del cambio que pretenden alcanzar. Y cómo el cambio es lo contrario a la estabilidad (por más que sea necesario), cuando se vive bajo la percepción de un desorden en los tiempos y coordinaciones de cada una de las propuestas, la sensación no es de una interpretación con sentido (el concierto), sino del caos y la incertidumbre (el desconcierto).

No se explica bien la opinión pública las razones de esta ejecución tan improvisada y altisonante del ejecutivo en estos primeros días de gobierno. Las intervenciones de los actores principales, ministros y congresistas, van cada una por su lado y están marcadas con diversos tintes, que no en pocas ocasiones varían de extremistas a fundamentalistas, y no favorecen la calma, tan necesaria para la economía y la convivencia social de un país que se siente expuesto a una intervención quirúrgica de grandes proporciones.

Lo que se percibe induce a especulaciones. La primera evidente sería que los ministros y congresistas principales (muchos de ellos con perfil presidencial) están siguiendo su propio programa, lo cual significaría una ausencia de claridad en el plan real a implementar una vez ganadas las elecciones, o, simplemente una falta de compromiso del equipo político y de gobierno con los postulados a los cuales decidieron adherir.

 La segunda causa posible podría ser que gabinete y congreso no le están haciendo caso a su jefe, el presidente de la República, pues se sienten con el poder suficiente para desconocer sus directrices.

Y una tercera causa tentativa procedería del hecho de que el jefe no está ejerciendo como tal, a mi juicio la más complicada de todas las posibilidades.

Este “despelote” inicial no sólo es material inacabable para la inflamación de la opinión pública, lo cual aviva un debate malsano porque se convierte en puro espectáculo, a veces divertido y a veces dramático, mejor dicho, una tragicomedia. Es, a su vez, base para algo mucho más delicado, el aumento de una incertidumbre que ya hacía parte de este gobierno desde sus inicios, y cuyos efectos redundan en un debilitamiento de las perspectivas económicas tanto a nivel nacional como internacional, afectando no sólo los factores relacionados con la macroeconomía, sino también los de corte microeconómico.

Se dijo que había que dar un compás de espera, que algún agudo opinador adujo que servía para hacer círculos vacíos. El problema es, justamente, que esta espera razonable no se ha visto tan vacía, como la que correspondería a la inacción aparente de un gobierno que se está tomando el tiempo necesario para conformarse y ajustar un trabajo en equipo. Más bien, este período ha estado atiborrado de anuncios alarmantes, disonantes, contradictorios, y de otros que han sido verdaderas metidas de pata, a las cuales han seguido demasiadas presentaciones públicas de excusas o vacuas retractaciones.

Un pequeño extra final: el “regaño de tía” de la lideresa negra Rosa Emilia Solís a la vicepresidenta Francia Márquez, acerca de su sospechoso discurso sobre los “nadies” y las “nadies”. Ese concepto es, en sí mismo, una contradicción lógica. Todos, los seres humanos somos, por desfavorecidos que hayamos resultado en la repartición de los diferentes recursos sociales, alguien. Cada uno de nosotros tiene entidad e identidad. Y, por tanto, un “nadie” no existe, y menos es posible decir que a alguien inexistente acceda al poder y gobierne. Para completar el culmen de su intervención, la señora Solís expresó: “respeto, pero no pertenezco a ese grupo porque yo soy reina, hija de reyes, y una reina no pertenece a los nadies”. Para mí, sin duda, el mejor de todos los episodios, por auténtico, sensato y hasta divertido, que hemos presenciado en este “despelote” de concierto.

Todo lo que soñamos, es posible.

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Nos han llegado múltiples comentarios acerca de nuestras últimas editoriales sobre “Las Ciudades Que Queremos”, parte I y II.

Son muchas las voces que solicitan un cambio de perspectiva en la administración y las proyecciones de las ciudades, conscientes del gran impacto que las actividades que se desarrollan en ellas y el tipo de energía que se usa para su funcionamiento, generan los más importantes aportes al calentamiento global.

El mensaje es claro, vivimos una emergencia planetaria, y en donde mejor y de manera más eficaz podemos actuar es en las ciudades.

Como el porcentaje más alto de humanos habita en ciudades, está en nuestras manos cambiar el destino catastrófico al que nos empuja la crisis climática, provocada por nosotros mismos.

Un cambio de paradigma es pues necesario. No es tan difícil, los automóviles propulsados por combustibles fósiles no existían apenas hace dos siglos, y el internet nos proporciona nuevas posibilidades a la hora de habitar y trabajar.

Resulta que varios de los lectores de las propuestas que se hicieron en esas editoriales nos han comentado de otras iniciativas que se han ventilado ya, buscando alcanzar los mismos objetivos. Al alcalde actual de Pereira, el doctor Carlos Maya, se le presentó en algún momento la posibilidad de utilizar el carril dedicado al transporte masivo Megabús para instalar en él un tren suspendido en el aire, o de levitación magnética.

En los editoriales citados se hablaba de algo similar, pero con la idea de que fuera un tranvía eléctrico.

En todo caso, lo que se vislumbra es que la tecnología nos proporciona nuevas formas de adaptarnos a los desafíos de la humanidad en cada época. Si antes el automóvil propulsado con combustibles fósiles, al igual que la iluminación artificial y otras innovaciones, proporcionaron la base para el crecimiento de las ciudades y el consecuente proceso de urbanización del planeta, hoy la tecnología nos dará las respuestas que necesitamos para detener la degradación de las condiciones medioambientales, y proporcionar a los habitantes de nuestras ciudades nuevas formas de movilidad, mejor calidad del aire, y la disminución de los tiempos muertos que hoy se desperdician en trancones y atascos.

Por otro lado, se trata de una combinación de nuevas tecnologías con medidas ancestrales que hemos echado al olvido y que nos están costando el re-calentamiento de la tierra. Bajar la temperatura en las ciudades es otro objetivo que no podemos olvidar, y para ello podemos echar mano de prácticas tan antiguas como el plantar árboles en todas las manzanas, o comenzar a conformar sendos espacios públicos arborizados que ayuden a capturar CO2 al tiempo que permiten el disfrute de los ciudadanos, contribuyendo al re-poblamiento de las ciudades de las especies que las circundan en las áreas rurales.

Debemos también reconsiderar la integración de manzanas, creando unas macro manzanas que garanticen un desplazamiento peatonal exclusivo y seguro, con la correspondiente provisión de nuevos espacios públicos verdes.

Todas estas medidas las vienen implementando ciudades en las cuáles los efectos del cambio climático comienzan a ser devastadores, como Barcelona y Paris, entre muchas otras capitales y ciudades intermedias.

Hay que recordar que todo lo que vivimos como realidad alguna vez fue solo una idea, y que lo que el hombre sueña puede ser, no solo posible, sino largamente deseable.

¡Una ciclovía para La Florida!

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En los últimos años el tema del uso de la bicicleta ha tenido un tono urbano, diferente al de su origen nacional como medio de transporte rural que, entre otras, terminó inspirando a varios de nuestros mejores ciclistas. El auge urbano de la bicicleta, derivado de la concentración de la población, ha girado en torno a su uso como medio de transporte alternativo y deportivo. No obstante, en años recientes, ha surgido una tendencia que pide campo para el concepto de ciclismo rural, más preciso aún, una nueva agenda que clama por un balance entre lo urbano y lo rural.

La anterior tesis se viene planteando con fuerza en Latinoamérica desde el foro mundial de la bicicleta en Quito en el año 2019. Allí fueron presentadas algunas experiencias internacionales que podemos implementar, más allá de un molde, como punto de origen, o pistas, para discutir la implementación de políticas públicas para abordar el auge del ciclismo hacia la Florida.

Del Foro mundial de la bicicleta.

Precisamente hacia este corregimiento pereirano, según estimaciones publicadas en medios de prensa, para el 2019 subían más de dos mil personas en bicicleta los fines de semana. Cifra creciente en la actualidad; datos preliminares recogidos en talleres de bicicletas y pequeños negocios del comercio, con influencia en esta ruta, indican, ruedan de 3.500 a 4.000 ciclistas entre sábados y domingos. Hay también un nicho importante de población de la Florida que entre semana viaja en bicicleta hacia Pereira. 

Por lo visto, predomina el uso de la bicicleta como medio para el deporte y el ocio, pero hay presencia importante de quienes la usan como transporte. Y son conocidas las dificultades que se presentan en esta vía rural por el alto número de ciclistas y también de vehículos. Por ende, atendiendo el bienestar de los habitantes, las gentes del transporte rural, los ciclistas y demás visitantes, urge el diseño y ejecución de la ciclovía para atender necesidades que marchan a ritmo de piñones dispuestos para avance rápido. Son alrededor de diez kilómetros para intervenir, pensando en componentes sociales, de medioambiente, movilidad y seguridad.

¿De qué depende? Primero, que el tema parta de las condiciones de vida de los habitantes del corregimiento, midiendo y estimando los impactos y externalidades de diferente tipo. E incluyendo a quienes transitan a pie, que en buena parte del trayecto deben hacerlo por la vía porque no hay aceras. A propósito ¿de qué dependía que el rey contemplara a plenitud el bosque de su reino? de cuántas veces bajaba del caballo para hacerlo; entonces: ¿cuántas visitas hacen a la zona las autoridades municipales más allá de las correspondientes para posar sembrando árboles?

Y como se trata de intervenir un área que estaba habitada antes del auge turístico, siendo de importancia rural y ambiental municipal; bien harían en contemplar un verdadero programa de ciclismo rural que incluya a la bicicleta entre la oferta del transporte de los habitantes del corregimiento, atendiendo las necesidades de infraestructura, así como las económicas y ambientales.  

Los Álamos, tan cerquita pero tan lejos. (II Parte)

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Un ambiente clerical

Si Pereira fuera el mundo, el barrio Los Álamos sería España, pero la de la contrarreforma. La zona del parque, en donde está ubicada la iglesia San Francisco de Paula, es como un rincón que se mantiene al margen del soplo libertino y parrandero que recorre al resto de la ciudad.

Cuando hay misa, los automóviles copan bahías y andenes y a varias personas no les queda más remedio que pararse en la entrada del templo. Llama la atención que mientras disminuyen los adeptos al catolicismo en todo el mundo y se propagan nuevos templos, esta iglesia haya mantenido su número de feligreses.

Se ve incluso a personas jóvenes entre el público, aunque las cabelleras blancas siempre sean mayoría. Celebran que algunas cosas nunca cambien y claman por que otras, como la calma habitual del barrio, se mantengan.   

Contiguo a la iglesia, en su costado izquierdo, se alza un edificio que da cuenta de la fuerza irrefrenable del sector inmobiliario, que llega hasta donde se le permita. A la derecha, o mejor, a la diestra del templo, hay un jardín lateral con una suerte de oratorio en el que algunos peatones tendrán la oportunidad de permitirse un alto en el camino, de ralentizar su devenir desmadrado o de pedir ayuda extra al cielo.   

La metamorfosis del Parque

            Frente a la iglesia está el parque. Este es transitado por universitarios de mirada cansina, quizás por lo prolongado de las jornadas académicas o por la tiranía de la temporada de parciales. Estos jóvenes lucen (y quizás piensan) muy diferente de quienes asisten puntualmente a la ceremonia dominical.

            Antes de que caiga el sol, perros de todos los colores y tamaños, custodiados por sus dueños, se apoderan de los prados por los que antes corrían niños. Las paredes de una pista de Skate (una especie de batea de cemento para los lectores de más edad) son adornadas por grafitis, síntoma inequívoco de las urbes que se expanden).

            El interés por la historia no parece tan resistente al paso del tiempo como la fe católica del barrio. En un lugar privilegiado del parque, el olvido ha hecho estragos. En donde debería haber banderas, solo hay astas desnudas. En la base, una placa que data de 1989 de letras borrosas conmemora, sin que ya nadie lo note, el bicentenario de la Revolución Francesa. 

La casa del coronel que es como se le conoce, es la única vivienda en la cuadra del parque. Es otro de los elementos que se ha mantenido invariable y refuerza el aire tradicional del sector.

            El ave fénix   

             Muchos rincones han cambiado, sobre todo, el camino que va desde los Álamos hasta la Universidad Tecnológica. Hay árboles y andenes amplios donde antes no los había y tras la pandemia, el sector volvió a recuperar su vida. La de todos aquellos que suben presurosos a las clases y se toman un café o una cerveza después de la jornada.

            Pasamos por el Parque de los Estudiantes. Entre las pocas personas que encontramos sentadas en sus muros, casi ninguno parecía serlo. Sin embargo, el trayecto es agradable. Al frente, puede verse la Avenida 14 por la que pasan las motos y los automóviles de profesores que van presurosos y pensativos.

            En el edificio el Fénix, una estatua imponente del ave con el mismo nombre, se erige después de haber superado la dura prueba del fuego, pero el tiempo, que no perdona, se ha encargado de quitarle partes de su cuerpo que se resisten a caer.

Así es el tiempo, se impone a los feligreses, a las señoras de pelo blanco, a los estudiantes de andar cansino, al coronel de la policía, a las placas que celebran la Revolución Francesa, e incluso a las estatuas de seres fantásticos, no importa que se hayan levantado de las cenizas.

Las ciudades que queremos. (Parte II).

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En la editorial anterior hablamos de la agenda esencial que proviene de la necesidad de actuar, con carácter de urgencia, en el ámbito de la contribución de las ciudades al cambio climático.

Ahora, para realizar estas acciones se requiere de la firme determinación de llevarlas a cabo, contando con un programa claro y comprensible para todos, y de los recursos suficientes para su implementación.

Empecemos por la determinación. En un reciente artículo publicado el pasado 19 de agosto en el diario francés Le Mode, titulado: “En France, la politique en faveur du vélo a fait les frais d’une suite de rendez-vous manqués depuis les années 1970” [1], se explica cómo en la pasada crisis de los energías fósiles, vivida en los años setenta -vivida con iguales premuras que las actuales en términos de escasez y suministro, pero con menos presión por la ausencia de lo que hoy ya se vive como los efectos dramáticos del cambio climático-, los holandeses y los franceses decidieron tomar caminos diferentes.

La decisión de los países bajos fue privilegiar la autonomía energética, visualizando una drástica transformación de su modo de vida y volcando la movilidad a dos sistemas con menor alcance en distancia, pero con muchas ventajas desde el punto de vista de sus efectos sobre el medio ambiente, los costos económicos, y la salud de su población: la marcha a pie y la bicicleta.

El artículo relata cómo este cambio no se llevó a cabo pacíficamente, y se vivió en medio de fuertes tensiones sociales y un debate con aquellos que defendían una visión de desarrollo basada en la falsa autonomía y las distancias que permite el vehículo particular movilizado por medio de la quema de combustibles (para la época solo combustibles fósiles).

La determinación de los gobernantes de los países bajos ha rendido sus frutos en términos de contaminación ambiental, independencia energética y salud de su población.

En un artículo publicado en el periódico La Vanguardia, el pasado 23 de agosto, se lee: “De media, cada ciudadano del país neerlandés recorre 2.6 kilómetros diarios en bicicleta, la cifra más alta a nivel global. Si el mundo siguiera su ejemplo, no solo se llegarían a ahorrar 686 millones de toneladas de CO2 al año, también descendería la mortalidad en 620.000 personas que pierden la vida por motivos derivados con el uso masivo de los coches”.

Pero, en su momento, no fue un combate fácil.

En el artículo citado de Le Monde se lee que, en aquellos lejanos años setenta (muchos de los que leerán este artículo no habían nacido), los franceses optaron por desdeñar la posibilidad de implementar un modelo de desarrollo territorial basado en la autonomía física que da la movilidad a pie y en bicicleta, y continuaron la expansión de sus ciudades privilegiando la construcción de suburbios periféricos a las grandes ciudades (banlieue), instalando grandes centros comerciales, y construyendo vías envolventes o circunvalares, en las ciudades principales.

Lo que se concluye es que, a la vuelta de cincuenta años, esas “citas perdidas” de las que habla el artículo, han sido retomadas por la fuerza de las circunstancias.

Antes de la emergencia vivida por la pandemia de covid 19, ciudades como Paris ya venían liderando propuestas como la ciudad de los quince minutos (la voz más visible de esta es un arquitecto de origen colombiano, nacionalizado francés, Carlos Moreno).

Sin embargo, después de la emergencia sanitaria estas acciones se mostraron más imprescindibles, tomando en cuenta, también, los graves efectos que el cambio climático ha tenido sobre el continente europeo y sus ciudades. La sequía de ríos y fuentes de agua. Y las temperaturas extremas, como las canículas, fenómenos extraordinarios en donde la temperatura se eleva en verano a niveles inéditos superiores a 45 grados centígrados, lo que impide el proceso natural de enfriamiento del territorio al caer la noche.

Estos fenómenos como la canícula no son nuevos en Europa, ya en el año 2013 murieron cerca de 14.000 personas en todo el continente por causa de eventos relacionados con esta circunstancia que, tristemente, se ha vuelto más habitual y constante.

Por tanto, se muestra cómo, tarde o temprano, la decisión que busque introducir de manera radical una combinación entre un transporte público masivo de calidad, como los tranvías eléctricos o los metros subterráneos, y sistemas de movilidad auto propulsados como caminar o ir en bicicleta, se vuelve inaplazable para los habitantes del planeta (recordar que actualmente más de la mitad de la población de la tierra vive en ciudades, porcentaje que sube hasta el 80% en las ciudades de los países desarrollados).

Pero implementar estas medidas no logrará ningún aporte a la disminución de la emergencia global si se hace de manera fragmentaria o accesoria. Como los holandeses (y podría decirse, no como los franceses), se requiere determinación. Enfrentar el problema, y resolverlo de una manera decidida, requiere de los gobernantes tener una visión de futuro comprometida con su población, y no solo con sus ambiciones políticas de corto plazo.

Ahora, viene el segundo factor, mucho más relevante para países y ciudades que cuentan con recursos limitados como las nuestras.

Una vez tomada la decisión, expuesta en un programa claro a la población, comprensible y que logre involucrar la voluntad de los pobladores de cada ciudad, se requiere echar mano de los recursos disponibles, que siempre, se nos dice, son insuficientes.

¿Entonces, no tenemos alternativas?

Creemos que sí es posible, teniendo en cuenta que la primera tarea está en la elección de los gobernantes.

Elegir los nuevos mandatarios locales de acuerdo con un programa de ideas coherentes con estas necesidades inaplazables.

Y que los elegidos sean, al tiempo, personajes reconocidos públicamente por su probidad y honradez, por su pulcritud en su vida pública y privada. Personas que hayan demostrado una trayectoria de servicio público, y con formación suficiente para enfrentar este duro combate y vencer, que se comprometan con la población a dar un manejo impoluto y coherente a los recursos públicos que habrán de administrar.

Verán cómo, así, se logra el objetivo propuesto, y podremos introducirnos en una ruta de ciudades adecuadas a las necesidades actuales, haciendo rendir los recursos públicos hasta el punto del milagro: el milagro de erradicar, al tiempo, las malas prácticas del despilfarro de recursos en proyectos dispersos, y de la corrupción pública. ¡Moñona!


[1] “En Francia, la política a favor de la bicicleta se ha llevado la peor parte de una serie de citas perdidas desde los años 70”