lunes, junio 16, 2025
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Juego fantasma

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Como todos los actos de la vida, el fútbol es puesta en escena, representación que hacemos ante la mirada de los demás.

Sin ésta última no hay relato, testimonio. Y sin narración no hay vida. Sin testigos somos apenas fantasmas vagando en la mente de una divinidad autista.

Jorge Valdano, tan buena pluma como gran futbolista, lo expresa con claridad: “Sólo adquirí conciencia de la importancia del gol mío que le dio el título a la Argentina en el mundial de México 86, cuando- muchos años después- lo escuché narrado en la voz del legendario Julio César Morales”.

Y Valdano tiene razones de sobra para saberlo.

Jorge Valdano. TOMADA DE ELPAIS.COM

Presionadas por el monto de los irracionales salarios que les pagan a los deportistas de élite, así como por los contratos de publicidad y televisión, las grandes ligas del mundo han decidido reiniciar de a poco sus calendarios con partidos a puerta cerrada.

Alemania fue la experiencia piloto.

No muy convencido de las bondades de la medida, empecé a formularme preguntas: ¿Utilizarían tapabocas los futbolistas? ¿no les generaría problemas para respirar? ¿cómo se las arreglarían para mantener el “distanciamiento social”? ¿expulsaría el árbitro a quienes se saltaran las normas de bioseguridad?

Al final, fiel devoto como soy de ese juego que los argentinos elevaron a la categoría de experiencia mística, me senté frente al televisor. Transmitían el reinicio de la liga alemana.

TOMADA DE ANDINA.PE

Mi primera gran impresión la produjeron los rostros de narradores y comentaristas: parecían una procesión de resucitados que se examinaban mutuamente y se congratulaban por estar de vuelta en el mundo.

Luego, las cámaras ampliaron el ángulo de mira y, de entrada, supe que algo andaba muy mal: esas tribunas vacías, sin banderines, sin tambores, sin camisetas, sin cánticos. A miles de kilómetros de distancia podía percibirse la perturbadora presencia de una ausencia.

La ausencia, el vacío dejado por la gente al morir. Era como estar ante una de esas consolas donde los jóvenes “juegan fútbol” en sus aparatos digitales. Es fútbol pero no es.

Y luego, en el campo de juego, los futbolistas mirándose con desconfianza a la hora del saludo. Ni siquiera la nacionalidad común podía vencer la aprensión.

A lo mejor querían abrazarse y festejar el simple hecho de estar vivos, pero tenían que dar buen ejemplo. Según reza un viejo tópico, el mundo entero los miraba y estaban obligados a un comportamiento modélico.

TOMADA DE AFP

Lo peor llegó después. Promediando el primer tiempo, una avanzada de argelinos, brasileños, cameruneses, colombianos, argentinos, congoleños y alemanes hilvanó una de esas jugadas que hacen delirar al más frío de los mortales. La maravilla en estado puro.

La pelota, claro, terminó en la red.

Pero la magia, si duró, no duró nada.

Siguiendo un impulso ancestral, el autor del gol corrió hacia la tribuna y, de repente, se frenó en seco. Su expresión de estupor lo dijo todo. Con seguridad, lo asustó el vacío, el silencio reinante, la legión de fantasmas levitando sobre las gradas.

Desconcertado, se volvió hacia sus compañeros, que a duras penas contenían las ganas de abrazarlo y disolverse en ese amasijo de goce y sudor que tantos poetas y escritores amantes del fútbol han asociado al orgasmo.

Grave asunto: en estos días, el orgasmo es considerado asunto de alto riesgo por la Organización Mundial de la Salud y por las dictaduras que hacen de las suyas durante la cuarentena.

Partido del 24 de mayo 2020 Mainz 05- RB Leipzig. Partido Bundesliga. TOMADA DE AFP 

Al final de su desamparo, el goleador apenas atinó a elevar su mirada al cielo, sólo para descubrir que los dioses del juego lo habían abandonado para consagrarse a cuestiones más urgentes.

Ni siquiera la mano de Maradona acudió en su auxilio.

Era pues, un ritual muerto en el momento de nacer, como esas religiones reducidas a mero formalismo después de siglos de usos y abusos.

Algo así como sentarse a la mesa frente a un plato que alguna vez fue exquisito, pero que perdió todos sus aromas y sabores después de varios meses confinado en el congelador.

Sobra decir que no terminé de ver el partido. Mi entusiasmo se esfumó. Era el equivalente a participar en una fiesta sin música ni festejantes. Incluso los ritos funerarios precisan de público.

Clic en la imagen para ir al video. TOMADA DE FOXSOCCER/YOUTUBE

“¿Qué se hicieron las damas de antaño?”, se  pregunta el poeta francés Francois Villon en uno de sus versos más celebres. Parafraseando, idéntico interrogante nos planteamos los aficionados: ¿Qué se hizo la alegría de ayer?

Por algo, hasta hace apenas tres meses jugar a puerta cerrada era un castigo impuesto a los clubes por una falta grave.

Así que me niego a ver partidos a puerta cerrada. No quiero ser testigo del momento en que el pobre Messi, luego de tejer una de esas jugadas suyas que rondan el milagro, se vuelva hacia la tribuna para descubrir que la arremetida del Covid-19 lo dejó abandonado en mitad de un juego fantasma.

Preguntas de oficio

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¿Cómo nace un escritor? Suele ser una pregunta que se le hace a los escritores, en especial a aquellos con alguna notoriedad en el mercado de los libros o en el rumor vanidoso de las ferias culturales. Cualquiera sea la réplica, su alcance dependerá del grado de sofisticación de quien ante la encuesta, perfecciona su memoria, se retrotrae, vincula su destino a un hecho histórico, añade un cuadro afectivo y señala un origen: hacerse mayor de edad en el silencio de las libretas de apuntes, esquivando el conflicto familiar (Capote); el regreso al lugar de la infancia, de la mano de la madre (García Márquez); la rutina de un hombre que espera paciente el ciclo de lavado de ropa en el laundry, mientras decide que al haberse convertido muy joven en un padre responsable y fértil, lo suyo tendrá que ser el cuento breve (Carver).  

¿Cómo se sostiene en la cadena económica un escritor? Con dificultades, sin duda. Porque si bien el suyo es un oficio en el que se acumulan horas de trabajo, repartidas entre el tiempo de la escritura, el tiempo de la lectura y el de las relaciones sociales, hay que sumarlo a la larga lista de los oficios informales. Con un agravante paradójico: el oficio de escritor se amarra al ocio, al tiempo libre, al ejercicio intelectual, en fin: a la experiencia de la vida burguesa. En las estadísticas de la economía naranja la mayoría de escritores terminan por convertirse en pobres vergonzantes. Está bien, a veces reciben un premio, regalías por la venta de un libro, el anticipo por la adaptación de una obra suya a otros formatos. Pero son excepciones a la regla, son dineros atrasados, pequeños balotos que no eliminan la incertidumbre del día siguiente. Lo común es otra cosa: la espera inútil por el best seller, la ilusión desvanecida por hacerse a un nombre, la falta de lectores, el vacío o la frivolidad.

¿Alguien echa de menos a un escritor en este absurdo tiempo detenido? Salvo en las centrales de riesgo, su número de cédula no aparece en las prioridades de las medidas sanitarias decretadas por entes gubernamentales. Cuando los gremios y las empresas piden desesperados que flexibilicen las medidas de seguridad para que los trabajadores retornen a sus labores, nadie está pensando en el escritor ni en el valor de su fuerza de trabajo. A nadie, por lo menos, se le ha ocurrido decir que lo conveniente para aplanar el pico de la pandemia es que los escritores no salgan de casa. Existe la amenaza, el miedo, el control, el gel, el termómetro, el tapabocas, pero el escritor no existe ni genera unhashtagsolidario.

¿Es interesante la vida de un escritor? Depende de lo que se entienda por interesante en una sociedad mediática, alimentada por el rumor y la maledicencia. Para serlo, el escritor debe esforzarse, dejarse llevar por su instinto antisocial y explorar unas formas atractivas a los grupos: el insulto, la pelea frontal, el desprestigio, el ataque a sus vecinos, divorciarse de su prima a los ochenta años porque llegó el amor en el cuerpo de una señora diva. En nuestro medio, valga decir, no abundan los escritores interesantes. Abundan los presumidos, los egópatas, los resentidos. Pero eso no necesariamente los torna interesantes. Para llegar a ser interesante en una sociedad pacata y doble, inspirada en la queja, el escritor debe esforzarse demasiado para superar, aunque sea por momentos, las noticias diarias de la corrupción, de la doble vida, de la doble militancia y la medianía de una sociedad melodramática del “Yo me llamo”.

¿Es aburrida la vida de un escritor? Tengo la convicción de que esta pregunta está ligada, hasta la muerte misma del autor, a la pregunta anterior. Pero dejemos que sean los propios escritores quienes  lo digan: “Es verdad que, para un tipo como yo, estos días de encierro son más llevaderos que para el común de los mortales: al fin y al cabo, la vida cotidiana de un escritor es una vida de encierro, dedicada básicamente a escribir, leer y pensar en las musarañas.” (Cercas). Con lo cual se colige que ya en el hábito del escritor, en su habitación propia, convive el patógeno del tedio. “Un escritor tiene un fuerte entrenamiento para la soledad y el silencio. La gente cree que la literatura tiene mucho glamour. Sí. A ratos cortos, muy breves. Momentos de glamour. Pero el 99% del asunto es encerrarse durante horas y horas cada día en un espacio de silencio y soledad para poder escribir. Aislado” (Pedro Juan Gutiérrez). Con lo cual se entiende que solo el 1% de los escritores en cuarentena autoinfligida, conoce la felicidad.

¿Cómo muere un escritor? Quizá sea la pregunta más lapidaria. Observará el lector ideal que el escritor se hace inmortal en su obra. Pero la inmortalidad es selectiva. Priman las termitas, los ácaros coronavíricos, los comejenes, las aguas desbordadas que inundan las bibliotecas públicas, el papel que se deslíe, el ordenador que un día se apaga. Solo la muerte es democrática. Dirá el lector plagiario que todo escritor es el olvido que seremos. Tal vez un lector intermedio juzgue que el escritor muere poco a poco, en cada una de sus obras. En las palabras, en lo que imagina con ellas, está escrita su derrota, su no ser. En la página necrológica, viral por un día, se condensará su historia, su solapa, su retirada.

Fragmentos del libro: Esos besos que te doy de Esteban Carlos Mejía

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Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores y reseñados en La cebra que habla.

Clic en la imagen para ir a información del libro

En bombas me la comí. En bombas de fuego la antiquísima falacia del coito. Le pude rápido, no se fuera a patrasiar. Me la follé a la lata. Por delante y por detrás. La neta. Y sin condón, ¡madre de Dios, madre mía!

–Inaudito –se quejó casi con hipocresía–. Insólito.

Se recostó contra el fondo del clóset. Un gancho de ropa, mal colgado, se le incrustó en la espalda o entre las costillas. De un manotazo lo tiré al piso. Sonó como un triquitraque.

–Esto es lo más políticamente incorrecto que me ha pasado en la vida –volvió a lamentarse mientras se soltaba el brasier.

Tenía resabio por el prefijo in– en sus dos acepciones, la incluyente y la de negación o privación. Que me la quisiera comer, ya dije, le parecía inaudito. Que yo no tuviera condones era inconveniente, no hay duda, o mejor, indudable.

Que quisiera metérselo por el culito le resultaba infame.

Que sus chillidos de gata (fina o golosa) se oyeran por todo     el apartamento le parecía incómodo.

–¡Qué incongruencia! –se obstinó, ya casi en pelota.

–A lo que vinimos, pues –la azucé y terminé de jalarle el bluyín.

Se hizo la mansa, con las mujeres no hay caso, ni ha habido ni habrá.

–Inconcebible –dijo con un suspiro–. Inconcebible, my goodness.

#QuédateEnCasa lecturas recomendadas para este fin de semana

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The New York Times: Plaza Sésamo cambió para siempre la infancia

PLAZA SÉSAMO, Al frente: Emilio Delgado, Heather, Betty Lou (muppet), Spencer, en la segunda fila: Beto, Roscoe Orman, Loretta Long, Enrique, Bob McGrath, en la tercera fila: Sonia Manzano, Archivaldo, Roosevelt Franklin, Monstruo Comegalletas, y atrás: Northern Calloway, Abelardo, Oscar y Conde Contar. Crédito: Sesame Workshop, vía Everett Collection

BBC Mundo: Coronavirus | Paul Mason: “La alternativa para los próximos 20 años es una forma sostenible de capitalismo. Seguirá siendo capitalismo, pero no se verá como tal”

Mason ha dedicado buena parte de su vida a reflexionar sobre el capitalismo. GETTY IMAGES

Página 12, Argentina: María Luisa Bombal, la amiga de Neruda y Borges que inspiró a Rulfo

The New York Times: Marcus Rashford, un futbolista que hace la diferencia

Durante la pandemia, Marcus Rashford (al centro), jugador del Manchester United, ha pensado menos en cómo la pandemia lo está afectando ahora y más en cómo lo habría afectado de niño.Credit…Daniel Leal-Olivas/Agence France-Presse — GETTY IMAGES

Pagina 12, Argentina: Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión: En las entrañas de la bestia

Victor Serge (su apellido de nacimiento era Kibaltchiche) en su legajo de la Cheka. 

BBC Mundo: “Odiaba a mi padrastro homofóbico hasta que salió del clóset como mujer trans”

Wes Hurley y su madre, Elena, querían vivir el sueño americano.

El espejo invertido

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El tópico es antiguo: la literatura es una suerte de espejo que nos devuelve el mundo vuelto de revés.

Así, mientras en los cuentos de hadas la heroína pasa por toda clase de infortunios antes de alcanzar la esquiva felicidad, en la vida cotidiana las cosas empiezan mal y terminan peor: del altar a la audiencia de divorcio media cada vez menos tiempo.

 El relato sería así una especie de compensación ofrecida por Dios, o el azar, para ayudarnos a corregir la realidad.

Pero al espejo le ha surgido un poderoso competidor: las selfies, ese curioso ritual en el que los hijos de la sociedad post industrial se aferran al último credo posible: la contemplación de sí mismos.

Foto por formulario PxHere

Como disponía de tiempo, observé la escena de principio a fin. En una de esas ceremonias en las que gradúan de no sé qué cosas a niños que a duras penas pueden caminar, un pequeño disfrazado de pollo deambulaba por ahí, mientras su joven madre se consagraba a fotografiarse a  sí misma durante al menos dos horas. 

Cada vez más insatisfecha, se pasaba el pelo de un lado a otro del cuello, se encrespaba las pestañas y alisaba el vestido en busca de la siempre elusiva perfección. Luego descansaba unos diez minutos y reiniciaba la tarea. Entretanto, sus padres- los abuelos del pequeño pollo- la miraban como quien vigila una estrella a punto de apagarse en la noche.

Conjeturo que estos chicos ya no leen cuentos de hadas porque el relato son ellos mismos y los destellos de la pantalla de su teléfono son las páginas del libro.

Foto por formulario PxHere

Quién sabe qué fábulas puede urdir sobre su propia vida la muchacha que se toma cientos de fotografías en una sola jornada. A lo mejor su media naranja hace a lo mismo a unas cuantas cuadras de distancia y las pulsaciones de los teléfonos crean  entre ellos una red de comunicaciones que los mortales no alcanzamos a sospechar.

Hay algo de metafísico en ese empecinamiento. A lo mejor la gente, agobiada por el vertiginoso paso del tiempo y el talante inasible de los sucesos, trata de aprehender el instante como una prueba de existencia.

El destello de una prenda en la vitrina, la mirada del extraño que pasa, el automóvil desde el que la miran, el plato servido en el restaurante: todo puede ser una prueba a la hora de la disolución.

La pasión nos trajo hasta aquí” Foto por formulario PxHere

Así que, mientras los profesores le damos vueltas a la cabeza en busca de las claves para “promover la lectura” resulta que estos chicos ignoran los libros porque solo tienen tiempo para leerse a sí mismos, en una suerte de ritual narcisista en el que la pantalla del teléfono hace las veces de agua cristalizada.

Va uno a saber qué miedos, qué anhelos, qué sospechas alientan los practicantes de esa liturgia mientras intentan atrapar la imagen perfecta: el momento exacto en el que la princesa encantada despierta de su sueño y el sapo se convierte en príncipe. La realidad por fin puesta a salvo de las miserias del tiempo.

Jorge Luis Borges anhelaba un paraíso de libros y temía un infierno de espejos. Por eso volvía una y otra vez a las páginas de Alicia en el país de las maravillas.

Los hijos de la burbuja digital sueñan distintos paraísos y temen otros infiernos.

Foto por formulario PxHere

Al  menos eso es lo que sospecho cuando veo a esta chica poseída por el desasosiego emprender por enésima vez la tarea de fotografiar su propio cuerpo, como si temiera su inminente desintegración.

Acaso en la alta noche,  ante la certeza de que nadie la mira, acepte que, como el resto de los mortales- jóvenes o viejos-  ha perdido otra batalla.

Duele como el infierno

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Los estudiantes del profesor Franklin Molano Gaona pasaron de la entrevista a la ficción. Hoy finalizamos la publicación de cinco relatos bajo el nombre La ventana, resultado de su trabajo académico durante la cuarentena.

“Hay quietud. Al parecer en cuarentena nada se mueve y el encierro agudiza el estar quietos. Una opción, asomarse a la ventana y así, con los ojos puestos hacia afuera, los estudiantes de Redacción del programa de Comunicación Audiovisual y Digital de la Fundación Universitaria del Área Andina, relataron lo que veían, contaban lo que sentían, escribían lo que escuchaban, hasta obtener estos textos para el deleite del lector.”

Franklin Molano

Designed by: Juan Andrés Raigosa L. IlustraciónTM

Juan Andrés Raigosa López:

Ella lloraba esa noche, porque yo le exigí borrarnos la memoria.

Sus pálpitos momentáneos, sus caricias, sus ataques de fuego ardiente por sus venas sobre mi cuerpo. El silencio me recuerda a ella y a todos los momentos en que pasaba la cama y su mirada por mis atardeceres, ¿podrá existir algo más bello que eso?

Luego de borrarnos todas las memorias, me di cuenta de que faltaba algo aquí, no sé si sus besos, el ardor en medio de sus besos mojados, acompañados de sus huellas tocando mi cuerpo. Me sigo preguntado, ¿dónde están?

Ahora el sonido de la ducha me golpea con gotas de sangre y me lleva al pasado, cuando la tina parecía sábanas blancas ardiendo en placer, con esa chispa de amor que a todo falta y ese tris de pimienta.

No quiero decir algo que te lastime, pero sólo quería decirte que te extraño entre mis brazos -escribí al final de la carta- que nunca recibió; de hecho, que nunca envié.

¿Cómo puedo poner todo esto que siento en palabras? Si es un poco demasiado para esta alma solitaria, que amó y te perdió.

Créeme, quiero no intentarlo contigo, pero aún recuerdo el día de tu cumpleaños y la canción favorita de tu mamá. Y creo que es por eso que decidí no dejarte, ni a todas las cosas que tenemos detrás. Cierro los ojos cuando las cosas están bien y me doy cuenta de que realmente nunca logré entender la forma en que ponías tus ojos sobre mi, esa manera en que nadie más podía. No pudiste verlo desde el principio y yo lo he hecho hasta el final.

Todas las noches recostado en mi cama, me entero de que apenas estoy comenzando a amar, apenas comenzando a gatear ¿Y hablas de amor como si supieras lo que yo pasé?

“Cuidado con las decisiones,
no todos tienen buenas intenciones.
Hay falsedad en corazones;
gente que se va sin dar razones
Si estás dispuesta a amar, no siempre puedes confiar:
no te dejes llevar, todo puede cambiar”.

“Si quieres amor, tienes que entender cómo se ama.
Si quieres amor, tienen que amarse fuera de la cama.
Si quieres amor, tienen que despertarse con las mismas ganas.
Si quieres amor, si quieres amor”.

-JAY WHEELER