lunes, junio 16, 2025
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A ponerse la ropa

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 A veces uno se topa con curiosidades que ante el mínimo examen se convierten en síntomas.

Mi vecino, el poeta Aranguren, me muestra un artículo donde se dice que si bien es cada vez mayor el número de personas que visitan páginas porno, también es cierto que las abandonan más rápido.

-Puede ser ¿ el inevitable hastío ante la repetición, le digo.

– O físico terror ante los niveles alcanzados por el porno conceptual, ese en el que el objeto ya no es el sexo, sino los trucos que lo trascienden. Hace poco vi un video en el que la mujer se echa pedos y el tipo les prende fuego con un encendedor. Pura pirotecnia, como quien dice, comenta el hombre, animándose con un trago doble de ron Tres Esquinas.

– O puta pirotécnica, respondo, menos sorprendido que desconcertado.

La industria del porno podría estar a puertas de una crisis, insiste.

Foto por formulario PxHere

-¿Pero cómo, si el número de páginas en internet se cuenta por millones y las actrices y actores de todas las edades y colores siguen nutriendo esa especie de santoral del empelote? Le repliqué.

– Pues sí señor, me respondió impávido. Una cosa son las páginas y sitios que se crean todos los días y una muy distinta la duración de las visitas.

– Algo raro debe estar pasando con ese mercado de hormonas, miedos, delirios y ansiedades- pensé-  y me lancé enseguida a hilar cabos.

No sé si mi vecino o algún investigador acucioso dispongan de una prueba. Pero  la idea de que el reino donde se resuelven todas las fantasías pueda siquiera menguar en tamaño y alcances resulta perturbadora. Al fin y al cabo la representación de escenas sexuales explícitas o veladas nos ha acompañado desde que el primer hombre se descubrió solo en su caverna. A partir de ese momento hasta nuestros días la pornografía expresa sin pudores lo que la moral y la hipocresía les han negado a los mortales a lo largo del tiempo: la posibilidad de explorar el cuerpo hasta sus remotos confines, la transgresión del decálogo, la siempre latente oportunidad de escapar por la puerta bloqueada por los guardianes del orden, la promesa renovada de abandonarse a la corriente de los más puros instintos.

 En su acepción más precisa, pornografía quiere decir “escrito sobre las putas”. De entrada resulta claro que este último vocablo es utilizado en el sentido de juicio moral, no en el de ejercicio de un trabajo. A la puta se la juzga por violar unos códigos y se la destierra al lugar de los apestados, aunque al mismo tiempo se la acepta como una necesidad para desfogar las energías sexuales reprimidas. Sin ellas, la jauría de machos alfa acabaría de enloquecer y destrozaría este planeta en cuestión de minutos: peor que la fisión nuclear.

Desde sus inicios, la literatura ha rendido constante tributo a esa figura temida y asediada que encarna el sexo con su red de dichas y peligros. Los diálogos amenos entre dos cortesanas, escrito por Pietro Aretino, acaso resuman la esencia del dilema: en sus páginas se condensa el siempre anhelado encuentro entre lo sublime y lo procaz. Lo aéreo y lo rastrero. En suma, nos recuerdan que el bien y el mal son caras de un mismo asteroide. Como ustedes saben, el Aretino fue un esteta de la pornografía.

Cada vez más inquieto, proseguí mi búsqueda hasta que una nueva conversación con mi vecino me devolvió de golpe a la simplicidad de la respuesta: la publicidad, el cine, las revistas y los vídeos son los responsables de que nos hayamos hastiado de ver cuerpos desnudos. Tan sencillo como eso: la sobre exposición nos robó el misterio. La raíz del deseo anida en la escasez, no en el exceso, como bien lo saben los teóricos de la economía política. Si renovamos la vieja costumbre de andar vestidos a lo mejor la pornografía recupere parte de su antiguo prestigio.

Devenido mercancía, el cuerpo perdió su condición de puente entre los anhelos humanos. Y el destino último de las mercancías, por costosas que sean, es el cesto de la basura. De modo que si queremos recobrar al menos una parte del milagro avistado al presentir la desnudez del otro, tendremos que hacer nuestro este mandato: ¡A ponerse la ropa!

Foto por formulario PxHere

El ácido de Don Fingo en la caricatura: un equilibrio entre texto e imagen

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Leonardo Arias Arias “Don Fingo” es nuestro caricaturista de colaboración permanente en La cebra que habla. Hace unos meses fue invitado por Comfamiliar Risaralda para una muestra de caricaturas en el marco del Día del Periodista, ésta entidad comparte con nuestros usuarios un video sobre la exposición en la que se refleja el trabajo del dibujante, ciudadano y artista, quien equilibra el dibujo y el texto para reflexionar sobre su país y el mundo a través de la caricatura.

Día Internacional de los Museos: muestras vivientes de la diversidad humana

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Estimado visitante, sea bienvenido a la exposición de historia natural y cultural de la humanidad. Lo que usted va a observar hoy es la representación de una historia entre muchas posibles y fue construida por un grupo de científicos, museólogos y museógrafos que desde su posición en la sociedad y después de investigar sobre el tema, presentan esta muestra para su reflexión. Usted podrá identificarse o no con algunas de las historias, vestimentas, mitos y prácticas que se presentan, y esto pasa porque usted también hace parte de esta historia, porque usted y yo no somos tan distintos y compartimos algunas cosas y otras no tanto.

Soñé con que entraba a un museo y esa era la cédula introductoria de la exposición permanente. Me imagino que ésta fue una idealización alentada por la conmemoración del Día Internacional de los Museos para el 2020: La igualdad: diversidad e inclusión.

El museo como lugar de encuentros, es lo que están promoviendo con ese lema desde el Consejo Internacional de Museos. Espero que estos encuentros, en  tiempos de virtullidad, sean para que el público, especialmente los niños, y los productores o gestores en estos recintos, aprendan a construir la igualdad en la diferencia y no quién es el otro para hablar del yo.

Menciono a la infancia como público para lanzar miradas, porque es desde allí donde empezamos a establecer distinciones bajo la asesoría de adultos, quienes de manera consciente o no crean fronteras imaginarias que pesan cuando tratamos de comunicarnos con los otros.

Me gustaría que esos relatos que aparecen en las exposiciones y charlas, presentados desde diferentes plataformas tecnológicas o recursos museográficos acordes con la nueva museología, sean herramientas para que todos los actores entren en diálogo y aporten su punto de vista o si no están los diferentes autores haya un reconocimiento a viva voz de que ese punto de vista pertenece a un cierto sector de la población y no engloba a todos los presentes y ausentes.

Por ejemplo, quiero ver un museo que si muestra indígenas que viven en chozas y usan taparrabos, no den la idea de que siempre tienen que vivir así para considerarlos indígenas. Al contrario, que expliquen al visitante que esa era la forma de vivir antes y ahora existen otras condiciones en las que los indígenas se adaptan a nuevas tecnologías, usos y costumbres. O tienen otras carencias debido al desarrollo inequitativo de las comunidades y a la explotación del hombre por el hombre.

Ejemplificar eso en un museo es una forma de inclusión a través del reconocimiento de sus prácticas y de sus necesidades.

Una visitante frente a ‘El pensador’, de Rodin, en la Alte Nationalgalerie de Berlín, que volvió a abrir sus puertas el 12 de mayo. AFP/JOHN MACDOUGALL. TOMADA DE ELPAIS.COM

La definición oficial sobre qué es un museo dice que es una institución “permanente, sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y abierta al público, que adquiere, conserva, estudia, expone y difunde el patrimonio material e inmaterial de la humanidad con fines de estudio, educación y recreo”, o sea que es una voz oficial, lo que la hace un recinto con poder en cuestiones de la información que divulga.

Como resultado, la imagen oficial genera estereotipos y representaciones que llevan a una violencia pasiva e incentivan las desigualdades humanas desde un pensamiento excluyente, si estas representaciones no están acompañadas de salvedades o reflexiones sobre la posibilidad de ver el mundo de otras maneras con respeto por otras voces y formas de contar la historia.

Aquel pensamiento petrificado donde hablamos de cultura como un hecho natural del ser humano y no como construcción de grupo y resultado de unos contextos históricos que nos permean, nos moldean, son dinámicos y responden a las necesidades que el ambiente físico y de contacto con otros nos demanda y eso creo que es lo que debe motivar el encuentro en el museo.

Por eso, que estos recintos sepulcrales en el 2020, en cuarentena, promuevan la igualdad en la diversidad e inclusión quisiera que fuera un reconocimiento de que no somos tan distintos desde lo cultural, aun con todas las particularidades que nos definen socialmente, mismas que nos excluyen unos a otros en el afán de seguir en el discurso del que más tiene es el que manda: “la identidad del colonizado desde la lógica del colonizador”.

Ojalá sea este tipo de encuentros los que está promoviendo el Consejo y no una retórica de quién incluye o excluye a quién.

Espejismo

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Los estudiantes del profesor Franklin Molano Gaona pasaron de la entrevista a la ficción, este es el cuarto relato de cinco que publicamos, resultado de su trabajo académico durante la cuarentena.

“Hay quietud. Al parecer en cuarentena nada se mueve y el encierro agudiza el estar quietos. Una opción, asomarse a la ventana y así, con los ojos puestos hacia afuera, los estudiantes de Redacción del programa de Comunicación Audiovisual y Digital de la Fundación Universitaria del Área Andina, relataron lo que veían, contaban lo que sentían, escribían lo que escuchaban, hasta obtener estos textos para el deleite del lector.”

Franklin Molano

Un día más en este lugar, la verdad es tan difícil encontrarse obligada a permanecer en estas cuatro paredes, era momento de permanecer aquí para poder dar un aporte al mundo, pero es que hasta he llegado a sentir que la vida limita mis sueños, pero no es así: esto me ha servido demasiado para poder interiorizar, aprender de mí misma de las cosas que a veces no valoramos al poder ser libres en el mundo.

Recostada en la cama con los pies estirados y los brazos cruzados detrás en la nuca pienso una y otra vez en mí, haciéndome preguntas. ¿Quién soy en realidad? ¿Si he logrado mis objetivos?, mientras pienso en ello me pongo de pie frente al espejo y veo a alguien tan diferente a quien en realidad he querido ser, me culpo a mí misma, “¡qué estúpida e inconsciente!” me encontraba haciéndome daños emocionales yo misma y ni por enterada, después acusaba a mi familia (siempre me han dejado sola), acto seguido se lo achacaba a las malas amistades, a veces tan unidas y otras tan traicioneras, y solo al final, si no conseguía dormir, condenaba a Dios, por no hacerse cargo de mí en esta vida.

Paso las horas haciendo ejercicio, clases de pilates y yoga e incluso en técnica vocal; todo aquello que nos ofrecen estas cuatro paredes y libraba a la mente de momentos vacíos en los que se desea al no aguantar tener a mi mamá y su marido todo el tiempo en casa discutiendo. Conversé con los animales a mi alrededor e intercambié opiniones en torno a la vida (dirán que estoy loca).

Luego empecé de manera detallada a poner atención a los pocos sonidos que me rodeaban a diario, los grillos y las chicharras al principio me enloquecían porque cada día era más fuerte, pero con el tiempo se volvió grato poder escucharlos.

Estar en la cama, mientras escuchas como llueve es uno de los mayores placeres de la vida, luego miré por la ventana e identifiqué el movimiento del agua, el sonido al caer, y entendí que los días grises se ven de otra manera cuando tu actitud es positiva, recordé que sin lluvia las flores no florecen y es que me doy cuenta de que si no hago algo para empezar a florecer en mi vida, nunca va a florecer sin haber hecho algo para que así suceda.

Un interior incompleto que está en proceso en estos tiempos de aislamiento: la persona que saldrá después de esto no es la misma a la que entró en aquel entonces.

¿Por qué me has abandonado?

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Leo en internet- porque los medios impresos emigraron por estos días a la dimensión desconocida- que una estrellita de la farándula colombiana se mandó confeccionar una costosa y lujosa colección de tapabocas para su uso exclusivo mientras dura la “emergencia  sanitaria”, el eufemismo acuñado para nombrar la pesadilla.

Tendría que asombrarme, pero no. Comprendo a la muchacha: para ella el Covid-19  debe ser apenas una nueva moda llegada desde la glamorosa China de comunistas multimillonarios, donde pasó vacaciones con su novio futbolista hace apenas un año.

Ya pasará, como los peinados, los teléfonos, los autos y los destinos turísticos.

Después de todo estas criaturas no crecen, y en el mundo de Peter Pan no hay cabida para la dosis de muerte y dolor que hoy tiene sumido en el insmonio al planeta entero. A propósito, leí también en internet que la venta de somníferos ha crecido de manera exponencial desde que empezó la cuarentena en distintos lugares del planeta.

INA FASSBENDER/AFP via Getty Images

¿Padecerá de insomnio esta muchacha?

Sospecho que no: debe creer que un tapabocas de lujo la pone a salvo de los horrores del mundo. Después de todo, cada cinco minutos recibe mensajes en su teléfono móvil, en los que se habla de muertes de viejos, de negros, de enfermos crónicos, de inmigrantes sin papeles, de mendigos, de pobres.

Nada que ver con su mundo de gente bella, en todo caso.

Traigo a cuento a la modelo, porque su caso sirve para ilustrar la fragilidad de una vieja idea que, de manera cíclica, alienta en  algunos pensadores la esperanza de que todo va a cambiar, a resultas del violento impacto producido en la sociedad por guerras y pestes.

Según esa percepción, el dolor inherente a la guerra y la peste desencadena una suerte de despertar a otra dimensión de la realidad, cuyo punto de partida es lo que los viejos teólogos llamaron “Examen de conciencia y contrición de corazón”.

Esa instrospección obligada llevaría a la gente a identificar y enderezar los erráticos caminos seguidos hasta ahora por la humanidad.

ELCONFIDENCIAL.COM

Una mala noticia: la gente no está en casa ensayando exámenes de conciencia sino viendo televisión y jugando a inventarse un nuevo avatar en las redes sociales.

Un vistazo a los libros de historia, a la poesía, a la filosofía y a la literatura de todos los tiempos nos permite identificar un destello de luz en medio del pesimismo y la confusión.

“Ahora sí, todo va a cambiar y los hombres seremos mejores”, nos advierten en algún recodo de su obra esos testigos de momentos extremos.

Pero no tardamos en descubrir que sus mensajes son menos una certeza que un consuelo: la tabla de un naúfrago a la deriva en altamar.

Una vez en tierra firme, la gente vuelve a las andadas, no tanto por contumacia, como por el hecho de que las pulsiones encargadas de definir los actos humanos siguen siendo las mismas, milenio tras milenio: el impulso sexual, la codicia, el odio, la violencia, el afán de competencia, la envidia. Es decir, las fuerzas que perfilan los múltiples rostros del poder.

En realidad sólo cambia el ropaje, la apariencia, los recursos tecnológicos. Lo demás, es decir, lo importante, sigue igual.

Sucedió en tiempos del Imperio Romano, por ejemplo. No olvidemos que su decadencia coincidió con el ascenso del cristianismo, una religión definida en sus inicios por la esperanza de tránsito hacia una vida mejor y convertida después en una burocracia sin propósitos trascendentes.

Con el paso de los siglos, asistimos al advenimiento de otros acontecimientos devastadores: las revoluciones francesa y rusa, las dos guerras mundiales. Y en el entretiempo, las pestes, ese recurso extremo de la vida para poner al homo sapiens en su sitio y recordarle su fragilidad, el talante pecaminoso de su soberbia.

Y en medio de todo eso, la siempre latente promesa de un cambio sustancial.

El hombre cree dar un salto hacia adelante, sólo para descubrir que sus propios demonios se le adelantaron y a duras penas le dejan una salida: volver a empezar, como un Sísifo redivivo.

Repito que comprendo a la chica del tapabocas de lujo. Como todo en este tiempo, ella también es un producto en el mercado, con código de barras y fecha de vencimiento. Es algo que aprendió bien temprano en la vida. Por eso confía a ciegas en su tapabocas exclusivo. Su pequeño universo está hecho de esas cosas. La imagino a solas en su habitación, ensayándolo como si fuera la máscara de Gatúbela, o algo así. A lo mejor se acompañe de una suerte de conjuro contra la adversidad.

ELPAIS.COM

Lo peor que podría sucederle es un cambio en el mundo de afuera cuando pase la plaga. ¿Sobre qué valores podría sostenerse?  Lo mismo le ha sucedido a la humanidad con el transcurrir de los siglos.

Me conmueve de veras su desamparo, su ingenuidad. Rezo para que la peste no toque a su puerta y se vea obligada a asomarse a la ventana para elevar una última pregunta a las sordas divinidades del mercado:

¿Por qué me habeís abandonado?

La ciencia como herramienta política en tiempos del coronavirus

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Por, Guillermo Ramírez Cattaneo |

Personalmente, como seguramente para muchos de ustedes, el hastío generado por las noticias y la información transmitida por ellas irrumpe en nuestros espacios de forma enceguecedora. Sobre todo, ahora con su personificada nueva herramienta partidista: la ciencia.

Los historiadores del periodismo como Willard Bleyer consideraban que una prensa politizada era algo malo. Bleyer creía fervientemente que los periódicos tenían la obligación de educar a la ciudadanía en asuntos de política pública. Sin embargo, advertía que un medio de noticias sesgado era nocivo para un pueblo autónomo. Contrariamente, Gerald Baldasty y otros argumentaban que los periódicos partidistas fomentaron la participación democrática al tratar a los lectores como ciudadanos y votantes, y no como observadores pasivos. Hoy por hoy, el reportaje es más interpretativo. Un análisis para un lector es para otro una opinión.

Roger Ailes entendió esto brillantemente cuando fundó Fox News en 1996. Ailes se anticipó a un argumento que Joseph Turow hizo un año después al afirmar que el modelo comercial de los medios estaba cambiando. Los anunciantes, que una vez habían presionado a los editores de periódicos para que ambicionaran una audiencia masiva, ahora estaban buscando audiencias de nicho. El exitoso emprendedor de medios, ya sea publicando una revista o creando un canal de cable, pretendió acercarse a subgrupos de lectores o televidentes. En el caso de Fox News, cultivar una audiencia de nicho de conservadores de sesenta y tantos años.

Roger Ailes, tomada de LANACION.COM

Como lo había mencionado en un artículo anterior en la Cebra que Habla (antes del hackeo), es de suponerse que la información dada por los medios debería ser afín con el lado racional u objetivo. Sin embargo, muy a nuestro pesar, como bien advierte Lee Drutman, esto representa simplemente una actitud nostálgica por los supuestos días de gloria cuando la prensa fue el héroe detrás de Watergate y los documentos del Pentágono, y cuando la integridad y la independencia eran importantes para los periodistas y editores.

Ya no es así.

Ahora usan la ciencia como su nuevo caballito de batalla cuando hablan de la pandemia. CNN, BBC, DW y otros muchos, en un coro clamoroso, repiten incesantemente los estribillos: “Los hechos importan”; “hay que escuchar a la ciencia”.

¿En serio?

Indiscutiblemente la ciencia es una empresa humana enormemente exitosa. Y detrás de ese éxito normalmente se señala al famoso método científico. Aquí usaré algunos conceptos tomados de la Stanford Encyclopedia of Philosophy en su artículo Scientific Method elaborado por Hanne Andersen y Brian Hepburn. Entre las actividades a menudo identificadas como características de la ciencia se encuentran la observación y experimentación sistemáticas, el razonamiento inductivo y deductivo, y la formación y prueba de hipótesis y teorías. La forma en que se llevan a cabo en detalle puede variar enormemente, pero características como estas se han considerado como una forma de demarcar la actividad científica de la no ciencia, donde solo las empresas que emplean alguna forma canónica de método o métodos científicos deben considerarse como tales.

Sin embargo, aquellos que usan el término indiscriminadamente, como sucede a menudo con los medios informativos mencionados, desconocen la existencia de debates al interior de la ciencia, los cuales examinan si existe algo así como un conjunto de herramientas inequívocas comunes en la ciencia y solo en la ciencia. Y estas discusiones han existido por siglos. La cuestión que más ha moldeado los debates sobre el método científico en el último medio siglo, por ejemplo, es la de cuán pluralistas debemos ser sobre el método. Los unificacionistas continúan defendiendo un método esencial para la ciencia. El nihilismo es una forma de pluralismo radical, que considera que la eficacia de cualquier prescripción metodológica es tan sensible al contexto como para que no sea explicativa por sí sola.

INDAGANDO.TV

Parece apropiado cierto grado de pluralismo con respecto a los métodos incorporados en la práctica científica. Pero los detalles de la práctica científica varían con el tiempo y el lugar, de una institución a otra, entre los científicos y sus sujetos de investigación. ¿Qué importancia tienen las variaciones para comprender la ciencia y su éxito? ¿Cuánto puede extraerse el método de la práctica?

A manera de ejemplo tenemos los enfoques de John Stuart Mill (1806-1873) y William Whewell (1794-1866) los cuales se han convertido en el debate metodológico canónico del siglo XIX. Aunque a menudo se caracteriza como un debate entre el inductivismo y el hipotético-deductivismo, el papel de los dos métodos en cada lado es en realidad más complejo. En el relato hipotético-deductivo, los científicos trabajan para elaborar hipótesis a partir de las cuales se puedan deducir verdaderas consecuencias observacionales, por lo tanto, hipotético-deductivo. Para Mill, la inducción es la búsqueda primero de regularidades entre eventos. Entre esas regularidades, algunas continuarán en espera de nuevas observaciones, y eventualmente obtendrán la condición de leyes. También se pueden buscar regularidades entre las leyes descubiertas en un dominio, es decir, una ley de leyes.

Qué “ley de ley” tendrá es dependiente del tiempo y la disciplina y debe mantenerse abierta a revisión.

Y es este precisamente el punto a resaltar cuando se habla de la “ciencia” detrás del coronavirus. ¿Cuál sería el método en este caso? La pregunta que nos debemos hacer cuando somos hostigados por los medios de comunicación es si existe alguna justificación para establecer una distinción fundamental entre la evidencia de los estudios epidemiológicos y las de laboratorio. Al responderse sobre esta cuestión, a menudo se distingue entre observación y experimento. Los críticos de la epidemiología enfatizan que hay límites a lo que se puede aprender de las observaciones de campo. En el laboratorio, el investigador puede alterar las condiciones de las observaciones, repetir el experimento en diferentes condiciones y comparar los resultados de varios ensayos.

En una inferencia deductiva, la conclusión se sigue necesariamente de las premisas, como en un argumento matemático en el que una conclusión se sigue de axiomas básicos. En una inferencia inductiva, como sería el caso que nos concierne, hay un “salto” o, mejor dicho, “una suposición” que debe hacerse, como cuando uno esboza una generalización amplia basada en algunas observaciones.

Y aquí justamente subyace el problema de lo que estamos viviendo.  Estas inferencias inductivas, en un momento en que todos necesitan una mejor información, desde los modeladores de enfermedades y los gobiernos hasta las personas en cuarentena o solo en distanciamiento social, no pueden por ahora considerarse como evidencia confiable, particularmente sobre cuántas personas han sido infectadas con SARS-CoV-2 o que continúan infectadas. Sin embargo, los medios de comunicación piensan que sí. O, mejor dicho, prefieren que así sea para poder justificar los señalamientos a los gobiernos de turno.

Como efectivamente lo señala el reconocido epidemiólogo y matemático John P. A. Ioannidis, los datos recopilados hasta ahora sobre cuántas personas están infectadas y cómo está evolucionando la epidemia son parcialmente confiables. Dadas las pruebas limitadas hasta la fecha, algunas muertes no son contabilizadas y probablemente la gran mayoría de las infecciones debidas al SARS-CoV-2. No sabemos si estamos logrando capturar infecciones por un factor de tres o 300.

John P. A. Ioannidis, tomada de IPROFESIONAL.COM

Tres meses después de que surgió el brote, la mayoría de los países, incluido EE. UU., no tienen la capacidad de evaluar a un gran número de personas y ningún país tiene datos confiables sobre la prevalencia del virus en una muestra aleatoria representativa de la población general. Y como ya mencioné, estas incertidumbres producto de inferencias inductivas también hacen parte del método científico. ¿Podemos culpar a la ciencia por ello? No. Es parte de su proceder. Se debe imputar a los medios por no entender, o más bien, no querer hacerlo, cuando usan a la ciencia como disfraz pretendiendo su infalibilidad y de esta manera justificar su agenda politizada.

Claramente los medios de comunicación no están considerando o teniendo en cuenta un enfoque más sensible al contexto de los métodos integrados en las prácticas científicas reales. Se cobijan bajo la suposición de que el método es uno, sus resultados son incontrovertibles y, además, para ellos la ciencia es demócrata o liberal y no republicana o conservadora.

**Nota biográfica: Guillermo Ramírez Cattaneo: Magister en Filosofía de la Universidad Tecnológica de Pereira. Master en Ingeniería de la Universidad de la Florida (Gainesville, E.U.A). B.S en Ingeniería Civil de la misma Universidad.

Caricatura de opinión: ¿El “plomo es lo que hay” servirá para todo?

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Barbarias un personaje de Don Fingo

Estampas de la cuarentena: ¡naranjitay, pinta, pintita!…

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Una cosecha madura: ¿habrá color más intenso y apasionante que el naranja?

El sol se asoma tímidamente por la ventana, sobre el verde tupido de la copa del naranjo. Ya son casi dos meses desde que empezó la cuarentena en Bolivia y en los demás países del continente. En estas semanas que parecen décadas he acompañado minuciosamente la evolución (un tecnicismo para definir el lento y casi imperceptible crecimiento) de los árboles de la casa. Prácticamente cada centímetro cuadrado del césped ha sido escrutado por mis ojos, a modo de distracción; eso que los psicólogos y otros grandes entendidos llaman acuciosamente ‘terapia ocupacional’.

Verde que te quiero verde: cuando el naranja roza la esperanza

El mundo ha de estar enteramente loco por culpa de la pandemia para que los científicos del comportamiento se devanen los sesos para mantenernos ocupados, a la par que otros científicos buscan la cura milagrosa para frenar los estragos del coronavirus. Como ven, por ambos lados los humanos estamos jodidos: por una parte los médicos quieren prevenir que nos enfermemos del cuerpo y, por otra, los psicoanalistas desean impedir que la depresión acabe con nuestro Yo espiritual.

Esto tiene pinta, ¿a que sí?

Así que le están buscando tres pies al gato, intentando afanosamente que mantengamos la mente bien distraída y saludable. Yo, por lo pronto, me estoy dando a la tarea de contemplar el jardín y todos sus árboles circundantes, todos los días religiosamente, con la misión especial de descifrar la belleza de las cosas quietas o más o menos dinámicas.

Naranja pintita, un tono que se acerca a la madurez

Bueno, hechos los deberes digámoslo de una vez, sin mayores contemplaciones:

–El naranjo es el árbol más quietito, más parsimonioso de lo queda del jardín de los tiempos adánicos. Jamás se agita, ni con la borrasca y los vientos tempestuosos que ansían quebrantar su existencia.

–Todo el año permanece de un fresco verde que lo torna irreductible, inderrotable, con ese talante de un guerrero que no pareciera, nunca, perder el vigor de la eterna juventud.

–Observándolo bien, he aprendido a distinguir matices de su follaje perenne, desde el verde luminiscente de sus cogollos hasta el verde crepuscular del reverso de sus hojas. Y en el medio, a mitad del camino, esa expresión ‘verde que te quiero verde’ hecha realidad. ¿Será que puede haber un ‘verde naranjo’ para expresar la máxima aspiración de la esperanza?

–Con el naranjo bien cabe el refrán “por sus frutos lo conocerán”, ¿habrá árbol más derrochador, más generoso, más fructífero en la naturaleza? ¿Y, además, más visualmente bello cuando sus frutos rebosantes parecen vellocinos de oro?

–Si del cielo caen limones para improvisar una limonada, ¿de la tierra brotarán las naranjas para sacarle el jugo a la vida?

–Cosechar naranjas es, sin embargo, un asunto espinoso. Para que no quede duda de que las cosas majas o agradables a veces duele conseguirlas.

–Para un poeta virginal la manzana es el fruto prohibido. Para un poeta maduro el durazno es la sazón del erotismo. Para un poeta enloquecido la naranja es la prenda más querida, el amor total.

Tengo escondido en mi casa/ por su gusto y el mío/ un árbol de naranja…(diria un J.R. Jiménez de la jardinería)

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PD.- La cuarentena permite descubrir hasta otras versiones de “Naranjitay”, una antigua canción boliviana, adaptada a la clásica cumbia colombiana. En otras partes, también saben sacarle el jugo a las cosas.

**Pueden ver más contenidos de este autor en: Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas, y otros amores

Hacia arriba

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Los estudiantes del profesor Franklin Molano Gaona pasaron de la entrevista a la ficción, este es el tercer relato de cinco que publicamos, resultado de su trabajo académico durante la cuarentena.

“Hay quietud. Al parecer en cuarentena nada se mueve y el encierro agudiza el estar quietos. Una opción, asomarse a la ventana y así, con los ojos puestos hacia afuera, los estudiantes de Redacción del programa de Comunicación Audiovisual y Digital de la Fundación Universitaria del Área Andina, relataron lo que veían, contaban lo que sentían, escribían lo que escuchaban, hasta obtener estos textos para el deleite del lector.”

Franklin Molano

Martín Vargas Moreno:

Uno, dos, tres, arrinconado por todos tus desastres, cuatro, cinco, seis, adolorido hasta los pies, no importa lo que hagas siempre estaré a tu merced, como un esclavo que engrandece tu poder, te doy más de lo que debes merecer.

Tres, dos, uno, al final no quedará ninguno, haciendo que esta lucha tardía no tenga ninguna despedida, seis, cinco, cuatro, ¿Acaso habrá un nuevo día? O ¿A cuántos ciervos más les arrebatarás la vida?

Nadie te quitará la corona, ni las pestes, ni las fobias, seguirás siendo una gran escoria.

Nos acoges en tus brazos hasta llegar a la penumbra ¿no te cansas bestia absurda?

Han prevalecido fuertes para no caer ente ti, resguardándose, protegiéndose y cuidándose unos a otros, ¿acaso no lo veías venir? O ¿sigues pensado que esto es algo infantil?

Ellos siguen adelante porque quieren vivir, se mantienen preguntado el por qué debiste existir, como todos los aquí presentes, eres un accidente, solo una decisión imprudente, llevándote miles de vidas inocentes.

Aborrezco tu existencia, no sabes cuánto me canso de ella.

El mismo día empieza, suenan las alarmas, suenan las trompetas, tan solo espero que no me quites estas maravillosas vistas, una mirada al frente, una mirada hacia arriba, seguiré esperando un diferente día.