La doctora en Historia Rocío Londoño Botero estará en Pereira para impartir la charla: LAS GUERRAS Y LAS PACES. Sumapaz como retrato de un país. A propósito del tema, recordamos un especial que sobre este lugar tan importante para Colombia hicimos en La cebra que habla.
Rocío Londoño es doctora en Historia y autora del libro Juan de la Cruz Varela, Sociedad y política en la región de Sumapaz (1902-1984). Es invitada este año a dar la charla de celebración del Día del Periodista en Comfamiliar Risaralda en Pereira, y en el marco de su charla, se inaugura la exposición de caricaturas de Don Fingo, un caricaturista de opinión quien a través de su personaje Don Barbarias “algo huele mal” y de caricaturas fisonómicas, retrata los hechos de opinión pública que envuelven a Colombia.
Para La cebra que habla es un honor tener a Rocío y a Don Fingo en la ciudad, por eso hicimos esta nota, para recordar su trabajo a través de las publicaciones que de ellos tenemos en el portal.
Con Rocío Londoño, hace unos años hicimos una visita al Sumapaz que dio como resultado un especial sobre esta zona. Un lugar que alberga el páramo más grande del mundo, un sector estratégico por su condición natural, porque abastece de agua a la capital del país y porque durante muchos años estuvo militarizado a causa del conflicto armado en Colombia: Sumapaz una historia de sumas y restas. Pueden consultar el especial haciendo clic aquí.
En el caso de Don Fingo, publicamos de manera continua en la sección La cebra en imágenes sus caricaturas de opinión, su trabajo pueden consultarlo en la página principal del portal y escribiendo en el buscador #lacebraenimagenes o “caricaturas de opinión“.
Quedan cordialmente invitados para asistir a la celebración del Día del Periodista, fecha que oficialmente es el 9 de febrero, pero Comfamiliar Risaralda lo celebra el jueves 6 de febrero del 2020 a las 7 pm en la Biblioteca Pública de Comfamiliar.
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Lo de Roberto Escobar Gaviria “el osito” no era el sufrimiento, ni los malos salarios, ni los premios insignificantes que se llevaba un ciclista de aquellos años por reventarse y sudar las tripas sobre el manillar, eso de correr hasta la agonía para ganar un trofeo de plástico y una grabadora, eso de molerse el fundillo por un televisor a blanco y negro con el beso de la reina de belleza estampado en la mejilla, no parecía muy alentador para el mayor de los Escobar.
La leyenda cuenta queRoberto de Jesús Escobar Gaviria fue uno de los ciclistas antioqueños más prometedores de su generación. Alcanzó a disputar carreras con “Cochise” Rodríguez y el “Ñato” Suárez, acabó en el top diez de la Vuelta a Colombia, de la Vuelta al Táchira y del Clásico RCN, y en un solo año acumuló 37 triunfos en vueltas menores, carreras de un día y competencias regionales. La leyenda, repito, cuenta que acabó una de esas etapas con la lluvia encima y la cara repleta del pantanero que cogió en la trocha, seguramente sin asfaltar, como solían ser las rutas colombianas de entonces y de ahora.
En el periódico de El Tiempo del 17 de mayo de 1965 aparece por Antioquia Roberto Escobar como tercero, con otros dos ciclistas en la prueba por equipos.
Cuentan que cruzó la meta negro y enfangado, apenas con un par de parches blancos en el sitio de los ojos, como si fueran unas gafas iguales a las manchas de esos osos suramericanos que aún se resisten a desaparecer en las selvas de los Andes y que llaman “osos de anteojos”.
Entonces un locutor –el infaltable locutor, el ocurrente locutor que con dos frases bautiza de por vida a los ciclistas del lote– vociferó por los micrófonos que ahí llegaba ese corredor incógnito: negro como un osito. Y así se quedó: Roberto Escobar Gaviria, “el Osito”, el hermano mayor de Pablo, de Pablito, otro Escobar Gaviria que no montaba en bici porque andaba ocupado administrando el Cartel de Medellín.
Encabezado, nota de playgroundmag.net
Los hermanos Escobar fueron, como lo serían casi todos los ciclistas antioqueños de aquella época, unos niños pobres de las laderas de Medellín. Los cincuenta y los sesenta serían una cantera de corredores que rodaron sus primeros entrenamientos trabajando como mensajeros en fábricas, en farmacias, en despachos comerciales o panaderías. “Domicilios”, es como se les llama de modo coloquial, y Roberto de Jesús fue uno de ellos. Todos empezaban con los recados entre semana y las carreras en “turismeras” de piñón fijo cada domingo. De ahí a la Vuelta a Colombia había nada más un acelerón.
Pero lo de Roberto no era el sufrimiento, ni los malos salarios, ni los premios insignificantes que se llevaba un ciclista de aquellos años por reventarse y sudar las tripas sobre el manillar, eso de correr hasta la agonía para ganar un trofeo de plástico y una grabadora, eso de molerse el fundillo por un televisor a blanco y negro con el beso de la reina de belleza estampado en la mejilla, no parecía muy alentador al mayor de los Escobar. Osito se retiró pronto de las rutas para seguirle la rueda a su hermano, a quien la prosperidad consentía con desmesura en nuevos y raros negocios. Aquel fue el comienzo de una larga y poco recordada relación entre el ciclismo y las mafias en Colombia, con capítulos siniestros para la historia de nuestro deporte nacional.
Tomada de marca.com
Roberto de Jesús fundó en Manizales un taller que rápidamente cobró fama: “Bicicletas el Ositto”, así, con doble T, para que sus cuadros de hierro, estilizados pero aparatosos, se asemejaran a los que fabricaban las marcas italianas. El Osito Escobar también se hizo entrenador de ciclismo y alcanzó a dirigir la selección nacional. Son célebres las anécdotas cuando él y Pablo seguían la caravana de la Vuelta a Colombia en una chiva fumando marihuana y haciendo proselitismo al final de las etapas con un oso de peluche enorme, o cuando se juntaban en el velódromo privado que Pablo ordenó construir en una ladera de Medellín para ver competencias de keirin y madisson tomando aguardiente.
Pero los verdaderos “embalajes” de Roberto ya no tenían tanto que ver con los remates veloces al finalizar la etapa, ni con los muchachos que esprintaban a todo pedal en las metas volantes.
Utilizando su fábrica de bicicletas como fachada, Roberto ayudó a blanquear dólares de su hermano Pablo, que a finales de los setenta entraban por toneladas al país, muy bien embalados en cada lote. Cuando el poderío del Cartel de Medellín se desmoronó dos décadas más tarde, el Osito fue sindicado tanto por las autoridades gringas como por las colombianas de ser el ideólogo financiero del imperio mafioso de Escobar, junto con su primo Gustavo Gaviria, que murió torturado por la Policía.
Así reseñó el diario El Tiempo la entrega a la justicia del Osito en 1991, unos cuantos días después de la propia entrega de Pablo, que había pactado un acuerdo con el presidente César Gaviria Trujillo:
“Escobar, de 44 años, y hermano mayor del jefe de Los Extraditables, llegó a la cárcel especial de Envigado a las 10:35 de la mañana, en compañía de Gustavo González Flórez, hasta hoy un desconocido miembro de la cúpula de la organización de narcotraficantes. Los dos llegaron en medio de siete camperos, custodiados por escoltas que marchaban en carros blindados y llevaban chalecos antibalas.”
El Osito sobrevivió a las cárceles y a los tiroteos y los carros bomba, sobrevivió al bloque de búsqueda que la DEA y la Policía colombiana montaron después de la espectacular fuga que cometió Pablo en aquella cárcel cuya construcción había sido ordenada por él mismo.
Osito sobrevivió a las reyertas mafiosas de los años noventa, guerras brutales y sin misericordia que acabaron con casi todos los grandes capos del narcotráfico en el país. Cierta vez recibió una carta bomba que le explotó en la cara, le voló un ojo y le dejó el otro medio ciego. Osito, como esos clasicómanos que aguantan todos los ataques y arrancones de sus rivales, que se levantan de todos los pinchazos y las caídas llenos de raspaduras para volver a trepar a la bici, que superan los cortes y hasta algún atropellamiento, contra cualquier pronóstico sigue vivo y tranquilo en Medellín, negando su pasado mafioso y asegurando que sólo tuvo negocios limpios, que lo otro fue una persecución del Estado contra él y su familia por llevar los apellidos que llevan.
Ya casi sólo en el grupo puntero al final de esa carrera donde todos han muerto o han ido desertando, Osito embala y lanza algún arrancón cada que puede.
Hace un par de años demandó a Netflix por un millón de dólares para que no usaran la figura de su hermano en la popular serie “Narcos”, pues él había registrado la marca como propia en Estados Unidos.
Foto tomada de semana.com
Antes había montado un museo consagrado a la memoria de Pablo Escobar, y a la suya propia, donde hay fotos, artículos personales, afiches de la DEA ofreciendo millones de dólares por él. Los visitantes pueden sacarse fotos con el afiche y el protagonista de carne y hueso al lado, mucho más arrugado, la piel floja y llena de pecas. Roberto incluso conserva la bicicleta azul con la que corrió dos Vueltas a Colombia. Cuando un periodista lo cuestionó por hacer apología del crimen, Osito respondió con su mejor estilo: fugándose, lanzando una volata para que fueran otros quienes tuvieran que perseguir:
“Si usted dice que (mi hermano) le hizo mucho daño a Colombia, por favor muéstreme una orden de captura o una condena de él”.
Tal vez Roberto de Jesús Escobar Gaviria, el Osito, una vez más haya saltado en el momento justo y ahora esté cruzando la meta adelante, con los primeros, repleto de lodo, sucio, irreconocible. Tal vez él y los de su pelaje vayan punteando en la carrera cuando todos los dábamos por hundidos.
Tomada de excelsior.com.mx
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1972 de Sam Mendes. Un relato sin pretensiones políticas de fondo.
Inaugurar un relato de la Primera Guerra mundial y hacerlo sin pretensiones políticas de fondo, ni posicionar un debate sobre bandos, sino proporcionar una movilidad de humanidades y de situaciones alrededor de dos sujetos que sólo deben cumplir una misión.
Foto de Tracey Paddison/REX/Shutterstock (5697072l) | Sam Mendes en Wye, Wales, Britain – 28 May 2016
Ese es el reto asumido por Sam Mendes (El mismo de Belleza Americana -1999- o El mejor lugar del mundo -2009-), al contarnos, con una técnica de lujo, la mayor parte con planos secuencias, una historia de estremecimientos continuos al seguir a esos dos sujetos. Esa metodología nos ubica en un recorrido angustioso, frenético, repleto de mortandad y de expresiones de bondad, con el que no sólo vemos una película, sino que asistimos a una experiencia: la de combinar una especie de video juego, con estar a ras de tierra siguiendo los pasos de esos dos jóvenes.
Cuando nos levantamos, son las llamas o las balas o una situación angustiosa la que nos sacude. Cuando no, nos mantenemos sumergidos en la llama de la esperanza de intentar salir con vida de las trincheras.
Dean-Charles Chapman y George MacKay
De las películas más nominadas a ganar varias estatuillas, se encuentra 1917. Su poderío nos recuerda que la capacidad del cine no es sólo la historia, sino la forma de contarla, utilizar estrategias narrativas, como el manejo de cámaras, el saber que todo pasa en un día, tras una exploración que casi no nos deja parpadear. Una mención nos hace pensar: “Más que la belleza, la edad”, pronuncia alguien.
Como espectadores vamos por esos recovecos como una balsa en medio del océano, remamos con dos simples combatientes de la guerra. Al estilo de Hollywood, se trata de salvar la vida de un pelotón que caerá en una trampa, y contra el viento, contra un territorio hostil (al estilo de Zona de miedo -Hurt Locker, 2010-, ya ganadora de Óscar), presenciar las calamidades, las vicisitudes, los obstáculos de un camino hacia la muerte segura.
Como lo prevalente es la vida y el asistir con honor a la misión, lo que sentimos es una marejada imparable, impostergable, invivible, y todo el tiempo nos sacude una contienda donde las ratas no son ingenuas: ser obstinado permite asaltar el camino, y a la compañía tejer lazos irrompibles.
George MacKay
La trama ya fue contada. El modo y lo que nos causa no. Las novedades son muchas. No hay héroes, no hay ganadores, no hay pretensiones de polémicas, no hay una gran historia.
Se explora un ejercicio riguroso al instalarnos no tanto como espectadores, sino en un road trip (una emotiva sensación de agilidades por trincheras y unas mínimas pausas por campo abierto), en unos laberínticos silencios extenuantes, sin salidas.
Un medio avance es poder respirar y atender una perspectiva. El viaje es sin sentido, todos se devuelven y ellos dos adelantan. Odiamos la guerra, nos invade un dejo de piedad por las desventuras de los jóvenes en ese cementerio y nos impulsa la capacidad de sobrevivencia y fortaleza para cumplir.
Es tan punzante el relato, que uno de los dos jóvenes sabe que volver a casa no tiene sentido, luego deberá volver a ese estallido del horror.
Cuando una historia depende de un solo elemento, lo sobrenatural puede volver inverosímil el ejercicio narrativo. Acá lo que va sucediendo nos comunica que no hay exclusividades, que cualquier cosa pudo haber sucedido y que las grandes tramas o desenlaces no tienen cabida en esta película.
Nos envuelve, nos lleva, nos atrapa y deja al borde de la asfixia.
Menos mal sobrevivimos y en dos horas nos apresan; los cazadores tienden emboscadas, nos rodean y de ahí ya no hay como encontrar el escape, salvo porque huimos, saltamos, nos agachamos, hay lugar a un encuentro con una joven y una niña, un par de sentencias de vida: no mortificarse, es una, ser solidarios es otra.
Nos habían acostumbrado a las historias de la Segunda Guerra Mundial donde lo extraordinario era poner bandos y pese a cualquier imperativo romperlo y posicionar la ideología del vencedor y dejar por debajo al vencido y sus causas fallidas de guerra.
Acá no, no importa en qué lugar estamos, ni mucho quién combate con quién. La mayor alternativa es el recorrido, continuar.
Quedarse anclado es el no retorno. Un plano secuencia-largo, una tortura más desarrollada, los cortes son menos, las angustias son más y muy versátiles. Sam trabajó con Roger Deakins (el mismo de Blade Runner) y con un arsenal y potencial con la cámara nos recuerda que el cine es técnica, que una forma de conectarnos y aproximarnos a la imagen es sabiéndola posicionar. Muchas escenas son ya emblemáticas: las de serpentear por las trincheras es una, la de correr en medio del fuego, la de los túneles, la de la avioneta, todas ellas son muestras de lo contundente y de lo vibrante de la película.
El cine ha premiado la combinación de experimentaciones. Los planos secuencias como el de Birmand (2014), ya ganaron Óscar, y cuando Hitchock exhibió La Soga (1948) se pensó que fue de un solo tramo.
Esos artificios de creernos detrás con dos personajes, de acompañarlos en el límite de sus aventuras y dramas y reventarnos los sentidos, es lo que impacta en 1917.
Por supuesto, destaca además que sea una de las pocas sobre la primera barbarie del reparto del mundo una vez colonizado por el capitalismo. Con dos valientes, y sobre todo muy humanos personajes, 1917 nos situó en ese periodo de la historia, en esos eslabones del arte de relatarnos y de generar emociones.
Un periodo que podría ser el narrado en la película, el presente u otro cualquiera.
Ficha técnica
Año, país, duración
2019, Reino Unido, 119 minutos.
Director
Sam Mendes
Guion
Sam Mendes, Krysty Wilson-Cairns
Música
Thomas Newman
Fotografía
Roger Deakins
Actores
George MacKay, Dean-Charles Chapman, Mark Strong, Richard Madden, Benedict Cumberbatch, Colin Firth, Andrew Scott, Daniel Mays, Adrian Scarborough, Jamie Parker, Nabhaan Rizwan, Justin Edwards, Gerran Howell, Richard McCabe, Robert Maaser, John Hollingworth, Anson Boon, Jonny Lavelle, Michael Jibson, Chris Walley, Pip Carter, Paul Tinto, Andy Apollo, William Postlethwaite, Gabriel Akuwudike, Josef Davies, Spike Leighton, Adam Hugill, Benjamin Adams, Tommy French, Merlin Leonhardt, Jos Slovick, Jack Shalloo, Elliot Edusah, Jacob James Beswick, Daniel Attwell, Samson Cox-Vinell, Michael Rouse, Richard Dempsey, Phil Cheadle, Jonah Russell
Productora
Coproducción Reino Unido-Estados Unidos; Amblin Partners / Neal Street Productions / DreamWorks SKG / New Republic Pictures. Distribuida por Universal Pictures
Género
Bélico. Drama | I Guerra Mundial
Premios
2019: Premios Oscar: 10 nom. incluyendo mejor película, director y guion original
2019: 2 Globos de Oro: Mejor película drama y director. 3 nominaciones
2019: Premios BAFTA: 9 nominaciones, incluyendo Mejor película y director
2019: National Board of Review (NBR): Mejor fotografía. Top 10 películas del año
2019: American Film Institute (AFI): Top 10 – Mejores películas del año
2019: Asociación de Críticos de Los Angeles: Nominada a Mejor fotografía y música
2019: Critics Choice Awards: Mejor director (ex aequo), fotografía y montaje. 8 nom.
2019: Sindicato de Productores (PGA): Mejor película
2019: Sindicato de Directores (DGA): Nominada a Mejor director
2019: Sindicato de Guionistas (WGA): Nominada a Mejor guion original
2019: Asociación de Críticos de Chicago: Mejor fotografía. 5 nominaciones
2019: Círculo de Críticos de San Francisco: Mejor fotografía. 6 nominaciones
2019: Satellite Awards: Mejor fotografía. 8 nominaciones
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Este cartel es un homenaje a La Florida, un lugar punto de encuentro para la cultura, el deporte y la contemplación de la naturaleza. Una ilustración de @quimbayastudio síganlos en Instagram y encuentren sus ilustraciones cada mes aquí en La Cebra que Habla.
Este cartel es un homenaje a La Florida, un lugar punto de encuentro para la cultura, el deporte y la contemplación de la naturaleza. Un sitio llamado a su preservación para que las futuras generaciones puedan conectarse de nuevo con nuestra tierra, sus valores y costumbres, así como nosotros podemos hacerlo en este momento visitándolo:
!La Flori!
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Ni se le ocurra tocar a esa puerta. Porque la que vive allí es una artista… una verdadera artista. Se llama Viviana Ángel y es huidiza.
Ni se le ocurra tocar a esa puerta.
Piense que lo de la aldaba forma parte de un simulacro y no de una posible intención tácita: quien habita esa casa espera visita. No se sorprenda de que la aldaba se haya instalado allí como un objeto decorativo, con resonancias medievales, conspirativas. Lo que sí puede hacer, si es curioso y piensa, al parafrasear a Borges que “quizá detrás de la puerta esté Dios”, es acercar su oído a esa superficie de metal y respirar profundo.
Estoy seguro que sentirá un mareo, un vaho de hierbas y especias, como si alguien en la cocina imaginaria de esa casa cerrada estuviera haciendo alquimia con el tomillo, el azafrán y el perejil. Como si al mezclar cebolla roja con casquitos de toronja y trozos de aguacate, bañados en aceite de oliva TreFòrt, el mundo del afuera se tornara más dinámico y sensible al asombro gustativo.
¿Qué clase de comida se prepara detrás de esa puerta? Preguntará usted, mientras su paladar saborea imágenes de infancia, como en Ratatouille. Tengo dudas. Quizá sea una mezcla de culturas, una suerte de bazar de confluencias. Sospecho que algo de esa cocina sabe a shawarma, a mejillones en escabeche, a crema de garbanzos, a plátano maduro, a kibbe crocantico, a cuscús y cordero con salsa de yogur.
Pero si usted es de esos curiosos impulsivos que suele percibir los rumores más allá de la cocina, no se altere si escucha golpeteos, si lo confunde el ruido estridente de un cincel, si lo invade el ronroneo de un taladro, si en medio de todo alcanza a escuchar la voz de una mujer que grita: “¡Este color naranja destruye la armonía de mi collage!”. Si respira hondo y cuenta hasta tres, lo dejará sin aliento el olor a yeso blando y a cemento gris aguado. Será testigo indirecto, por vía del olfato, de la génesis de una obra de arte. Porque la que vive allí es una artista. Lo cual no quiere decir nada si no agregamos un adjetivo: una verdadera artista. Y las artistas hablan de eso en su soledad habitada: de colores, de materiales duros, de objetos blandos, de resinas, de geometrías, de mayólicas, de pliegues y contornos.
Le ruego que no se confunda: en esa casa no vive Miró, ni Pollock, ni Gaudí.
Vive una mujer preocupada por las formas del mundo más allá de las preocupaciones de los hombres. Tal vez habiten allí, en armonioso contubernio, los lúdicos espíritus de sus maestros. Algo de su esencia experimental anidará, cómo dudarlo, en el molde de un objeto reciclado, en la rugosidad de un intaglio, en el brote inusual de una hoja de eucalipto tocada por la arena del Cabo de la Vela.
Se llama Viviana Ángel y es huidiza. Por eso presumo que lo de la aldaba es un simulacro, el artificio que se impone como muro: un tatequieto a los curiosos. La comprendo:
el artista habita el silencio y en él su obra adquiere cuerpo, supura piel. Sabe, además, lo que vaticinó Gómez Jattin en el nervio de su locura:
El artista tiene siempre un mortal enemigo
que lo extenúa en su trabajo interminable
y que cada noche lo perdona y lo ama: él mismo.
No es difícil declararle el amor a esta mujer, sobre todo si uno aún cree en la belleza como una revelación que no toca a la puerta con frecuencia. Bastará observar sus manos, advertir en la blancura de su dermis la manera sencilla en que esas manos prolongan lo sublime en la materialidad de las cosas.
No la mire a sus ojos moros, porque jamás cabrá en su mirada. Vive lela, obnubilada, recogiendo cosas, armando cosas, destrozando cosas, inventando cosas. La condición humana, lo pienso a veces, con rigor en horas de la tarde, le interesa poco. Tal vez tenga conciencia de la finitud, de la corrupción del cuerpo, de la memoria histórica de su padre y por eso insiste en prologar la vida en esos pequeños elementos de los que se ocupa en el silencio de su casa.
En lugar de tocar a su puerta admiremos su puerta, esto es, su mundo habitado por el sigilo. En ese ámbito, en ese útero blindado por la puerta con aldaba, imagino sus manos de orfebre ancestral siria prolongando una existencia, un querer ser en la composición de lo inefable.
Créanme: lo que ella forja para nosotros es lo más parecido a una felicidad agradecida, llena de colores y tonalidades preciosistas, un mosaico del deseo y la memoria.
En el principio está ella, con cara de ángel. En el final está su obra, untada de grafito en las partículas elementales de la urbe, como una mermelada de frutos rojos, como un collage que resume los colores de la vida.
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“Él ha visto el desierto y el oasis, con lo cual ha visto el mundo entero, que en último término se reduce cada vez más rápido a ésta división” Ryszard Kapuscinsky, El Imperio.
En el norte de Colombia, límites con Venezuela, se encuentra La Guajira, ese mar desértico de dunas gigantes y villas pesqueras recónditas donde habitan, entre otros, los indígenas Wayuu.
La Guajira, esa tierra que parece de nadie, no sólo por su geografía, también por sus costumbres y la cotidianidad de sus habitantes. Un territorio donde habitan indígenas y migrantes árabes, rodeada de selva seca, húmeda, montaña y desierto.
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