En algunos comportamientos fundamentales el ser humano se mantiene inmutable. Es por esa razón que la gran literatura sigue estando vigente a pesar del paso de los siglos.
Hubiera sido más justo titular este escrito “El Hombre de Realizaciones”, pero, intencionadamente, he omitido designarlo así porque quiero evitar los debates insulsos de la corrección semántica.
Queriendo abarcar todos los géneros posibles, me he decantado por usar esta referencia general para nombrar mi intento por hacer una distinción entre el hombre de acción en cada tiempo, y sus coetáneos, tan proclives a llenar a este de todo tipo de observaciones.
Afirmar que la humanidad debe sus mayores logros a la mano de los que se atreven, parece un lugar común, pero es necesario recordarlo, puesto que proponer y hacer son verbos peligrosos o, por lo menos, engorrosos de ejercer.
Homo sapiens (del latín, homo ‘hombre’ y sapiens ‘sabio’) es una especie del orden de los primates perteneciente a la familia de los homínidos. También son conocidos bajo la denominación genérica de «hombres», aunque ese término es ambiguo y se usa también para referirse a los individuos de sexo masculino y, en particular, a los varones adultos. Extraída de: Asociación Nuevos Caminos.
Llegar a realizar un propósito o sentar una opinión, sobre todo si se trata del ámbito colectivo o público, es someterse a recorrer un camino empedrado por todas las inclinaciones.
La sociedad es una colección de intereses. Ningún ser social es carente en absoluto de una intención, por lícita o plural que ella sea. Por tanto, no hay lugar a superioridades morales cuando se trata de intereses, puesto que en ello estamos todos comprometidos de una u otra forma. Lo que debe existir es claridad, para evitar ocultar indebidamente las propias aspiraciones revistiéndolas de propósitos falsamente comunes.
En cualquier caso, quién lidera un emprendimiento o expresa una opinión, debe padecer las intrigas, trampas, amenazas y obstáculos que ponen en su ruta aquellos que, consciente o inconscientemente, gestionan sus propias pretensiones. Más aún en tiempos de las redes sociales, en que cada ciudadano cree que expresar su punto de vista es una obligación, y nuestra sociedad se ha dado a una apertura indiscriminada a las voces de todo tipo: las autorizadas en cada tema (que son las menos), las ignorantes, las incultas, las torpes, las inconscientes y, claro está, las malintencionadas.
Redes Sociales es un término originado en la comunicación. Éstas se refieren al conjunto delimitado de individuos, grupos, comunidades y organizaciones vinculados unos a otros a través de relaciones sociales. Extraída de: Randstad
Aunque, dudo que en épocas anteriores haya sido de otra manera. En algunos comportamientos fundamentales el ser humano se mantiene inmutable. Es por esa razón que la gran literatura sigue estando vigente a pesar del paso de los siglos.
Hoy como ayer, levantar la frente y atreverse a proponer, un emprendimiento o un punto de vista, ha sido objeto de censura, críticas sin fundamento, y todo tipo de infundios. Los auto denominado “expertos en todo” siempre han existido, y se abalanzan con sus sentencias y señalamientos. No existe nada que excite más la voracidad de los humanos que engullir al Otro. Para ello cuenta con el combustible de la envidia, el odio, el rencor, entre las pasiones negativas más destacadas. Pero, hay que guardar la serenidad y entender que ese es el precio de atreverse, en cualquier campo.
Así las cosas, en momentos en que el ruidoso enjambre amenace con hacerle perder la cabeza, el hombre que lidera u opina bien puede recurrir a Epicuro, quien denominaba veneno a los cuatro miedos: a los dioses, a la muerte, al dolor y al fracaso en la búsqueda del bien. Dominar esa ponzoña, he ahí la tarea diaria de aquel que se atreve a proponer.
Epicuro (en griego, Επίκουρος, Epikouros, «aliado» o «camarada») (Samos, aproximadamente 341 a. C.-Atenas, 270 a. C.) también conocido como Epicuro de Samos, fue un filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo). Extraída de: Alex Rovira.
…navegando a la deriva a bordo de esta nave de los locos que la pluma impagable de David Foster Wallace nos legó a modo de espejo.
Le debo a don Raúl Faín Binda, de BBC Mundo, el recuerdo del siguiente diálogo entre Alicia y el gato de Cheshire, en una de las páginas de Alicia en el país de las Maravillas:
– “Todos somos locos aquí. Yo estoy loco. Tu estás loca”
-“¿Cómo sabes que estoy loca?” dijo Alicia”.
-“Debes serlo, o no habrías venido aquí”.
Ese aquí puede ser Enfield, la ciudad de Massachusetts donde transcurren las desventuras sin cuento de los personajes de La broma Infinita, la novela del escritor estadounidense David Foster Wallace, muerto por suicidio a los cuarenta y seis años, en 2008. No hay una sola página en la que no habite al menos un personaje desquiciado por el peso del entorno, de la historia personal o de los espectros desatados una milésima de segundo después del Apocalipsis.
Jim, el padre de los Incandenza, pone fin a sus días introduciendo la cabeza en un horno de micro ondas. La elección del método no es resultado del azar: el artefacto opera a modo de alegoría de una comunidad que, por indolencia o falta de tiempo, no puede permitirse el lujo de alimentarse con productos frescos. Por eso todos andan con la cabeza más o menos recalentada.
La broma infinita (Infinite Jest) es una novela escrita durante tres años y publicada en 1996 por el autor estadounidense David Foster Wallace. Debido a su extensión (más de mil páginas, cientos de las cuales son notas al final) y a la diversidad de temas que cubre, se la puede clasificar simultáneamente en los géneros de sátira, novela posmoderna, novela existencialista, ciencia ficción, tragicomedia, distopía, novela filosófica, novela política y novela psicológica. Extraída de: Calidad Excelencia Personal. Blogspot.
Estamos en la Norteamérica de la interdependencia.México y Canadá han sido absorbidos por su vecino. Los días son los del Tiempo Subsidiadoy los años no se cuentan en cifras sino que llevan nombres comoAño de La Muestra del Snack de Chocolate Dove, Año de la Ropa Interior Para Adultos Depend o Año de Los Productos Lácteos de la América Profunda.
Es decir, hablamos de un territorio gobernado por las corporaciones y por la pulsión del consumo como única motivación real: el mundo profetizado por los filósofos y los artistas de mediados del siglo XX.
En ese universo las viejas experiencias religiosas fueron suplantadas por una entelequia denominada entretenimiento, que lo gobierna todo. A la búsqueda de una forma perfecta de ese entretenimiento dedica parte de su dislocada vida el padre de Hal, Mario y Orin Incandenza. En su intento fallido deja para la posteridad una colección de películas inclasificables para los críticos
Pero Jim Incandenza es también el fundador de una academia de tenis basada en los principios espartanos del sacrificio y la renuncia a los placeres: una especie de parábola sobre la religión del éxito a toda costa como principio y fin de todas las cosas.
David Foster Wallace (21 de febrero de 1962 – 12 de septiembre de 2008) fue un escritor estadounidense, muy conocido por su novela La broma infinita (Infinite Jest), considerada por la revista Time como una de las 100 mejores novelas en lengua inglesa del período comprendido entre 1923 y 2006. Extraída de: Mashable
Como en los viejos ritos, esa cosmovisión exige a las criaturas la renuncia de sí mismas a modo de cuota por el reino prometido.
Sin embargo, más temprano o más tarde los oficiantes deben enfrentarse a la antigua e ineludible pregunta: ¿Cuál es el sentido de todo esto?
A menudo, la respuesta consiste en meter la cabeza en un horno de micro ondas o apelar al infinito catálogo de narcóticos disponibles en el mercado, porque a esta altura del juego late la sospecha de que el combustible más solicitado por los norteamericanos del posmilenio no es el petróleo si no la droga, desde el casero Valium hasta los compuestos más mortíferos. Al fin y al cabo la alucinación química es la única manera de ajustarse a los nuevos ritmos y de soportar los desafíos que se impusieron a sí mismos
A ratos, Enfield parece la escenografía trucada de un capítulo de Los Simpsons. O el sórdido arrabal donde transcurren las desoladas canciones de Tom Waits. Allí palpitan el desasosiego del sexo, las violencias veladas al interior de la familia, las mezquindades profesionales y la paranoia política latente en todas las variantes del fascismo. Como paliativo se ofrece el discurso huero de las sectas nueva era o la alienación refinada de las organizaciones promocionadas como salvación frente a las drogas o el alcohol.
Diagrama de La Broma Infinita, para su lectura. Sugerido por un lector de la obra. Extraída de: Aula de Filosofia.
Al final de las casi mil doscientas páginas de la novela asistimos al delirio agónico de Gately, el delincuente drogadicto que en el sopor de la fiebre rescata fragmentos de su propio pasado como restos de un naufragio que es el de todos: el suyo y el de los ciudadanos del siglo XXI navegando a la deriva a bordo de esta nave de los locos que la pluma impagable de David Foster Wallace nos legó a modo de espejo.
Yohana Muriel es una mujer de muchas relaciones: con sus seguidores en las redes sociales; con el mundo del arte. Aunque una frase la define en toda su extensión: “Pintaré hasta el día en que deje de existir”.
Nace una pasión
Al llegar, después de concertar una entrevista, nos esperaba un apartamento lleno de luz y de color. Es el lugar en el sector Pinares en Pereira donde la artista Yohana Muriel se recrea pintando, exponiendo su cuerpo ante las telas, e interactuando con sus casi 10.000 seguidores de su cuenta de Instagram. Sin caer en exageraciones, es ella una mujer enteramente carismática, amante de los colores neón y un ser entregada a su pasión de recrear figuras, especialmente animales como gatos, cebras, elefantes, caballos, etc. Obras que los seguidores de su red social esperan conocer en su versión final y en algún momento poder adquirir o comprar.
Aunque como ella misma dice:
“Soy un vivo ejemplo de lo que una persona puede hacer para salir adelante y descubrir un talento que nunca antes se conocía”.
Y afirma esto porque ella no es artista gráfica o pintora desde la cuna, sino que tuvo un punto de partida en su historia personal de vida. Yohana Muriel es Administradora de Empresas, egresada de la Universidad Cooperativa de Colombia. En esa disciplina o carrera se preparó, trabajó y “se dio contra el mundo”, y este fue el choque que le hizo entender que no es tan fácil salir adelante, pero la vida da muchos giros inesperados.
Tuvo literalmente muchos trabajos, desde áreas comerciales hasta administrativas, hasta que un día hizo un alto sincerándose consigo misma, al pensar que debía trabajar para ganar dinero y sobrevivir, pero también, había dentro de ella algo más que se llamaba “pasión”. Sentimiento o vocación que debía desarrollar a toda costa. Además, claro, estaba la inquietud de tener más tiempo para su hijo de 6 años y disfrutar de su hogar a la misma vez.
Foto: Diego Val.
Inicialmente puso dos ideas sobre la balanza: hacer tortas o empezar a pintar. Se decidió por la primera opción. Así inicia comprando todo: harina, moldes, azucares, etc. y en su opinión, sobre sus productos, el sabor era inigualable, “quedaban riquísimas”, pero de nuevo, en su voz interna continuaba diciéndose:
“Esto no es lo mío. No me siento feliz haciéndolo”.
Y desde ahí comienza sus coqueteos con la pintura, cuya influencia y capacitación a cargo de la docente Gloria Mejía de la ciudad de Medellín, es vital, ya que a la maestra le toma solo seis meses prepararla. Y es ella, esta mujer de arte, la que descubre, o mejor, vislumbra en Yohana Muriel una artista en potencia.
Al principio Yohana no quiere creerlo. Quizá pensaba que las alabanzas de Gloria Mejía, era una especie de motivación común. Sin embargo, después de terminar esta temporada con ella, ingresa a tomar otros cursos con otros maestros y casi todos, le decían lo mismo. Su asombro le gana la partida y lentamente se va metiendo en el arte de pintar, con el que hoy se identifica, se divierte y se gana la vida honradamente.
En este movimiento automático de creerse artista, (y que en efecto lo es), se interesa vivamente en aprender. Es una esponja que todo lo retiene. Y es en una oportunidad que viaja a Estados Unidos a recibir capacitación en arte pop, pintura en técnica abstracta, arte de los años 60´s y cursos virtuales como apoyo, con los cuales ya empezaba a familiarizarse y que serían fundamentales en su carrera más adelante.
Foto: Diego Val.
Y es tomando un consejo de uno de sus maestros, que Yohana comienza a “producir”. Y así desde hace 4 años emprende este arte como una revelación en su vida y desde entonces no ha parado de crear, vender, “producir”, al punto que una frase que nace del fondo de su corazón lo dice todo: “Pintaré hasta el día en que deje de existir“.
Arte y Redes
Desde su experiencia laboral y gracias a sus estudios universitarios, esta artista adquirió y desarrolló la habilidad de mujer administrativa y comercial. Así, ante la pregunta del por qué esa hermandad entre arte y redes, frente a la idea de tener, por ejemplo, una galería de arte física como todo artista, una afirmación de sus labios deja en claro que
“las redes sociales son las que hoy en día están moviendo al mundo”.
Un acierto, porque aunque sus seguidores, literalmente, le piden que abra una galería de ventas o de exposición, ella se mantiene en la idea de conectar un celular de gama alta a un trípode y empezar a grabar, mientras “tira pintura” como el artista estadounidense Paul Jackson Pollock y deja que la luz de su apartamento la seduzca estéticamente.
Entre los materiales que usa para plasmar sus creaciones usa acrílico al frío. Ha descartado el óleo por cuestiones de tiempo, ya que sus clientes desean los cuadros, por así decirlo, “recién salidos del horno”, es decir, muchos de ellos ya están vendidos antes de crearlos y otros ya están en la mira de sus clientes o seguidores.
“El óleo es una técnica antigua, que requiere mucho tiempo de espera para secarse. Y cuando hay muchos pedidos no me puedo dar el lujo de esperar tanto”.
Y en esa rapidez es que ha preferido el acrílico. Una buena elección porque esto le permite hacer combinaciones de colores juveniles, rápidos, trazos definidos, y formas abstractas sobre dibujos o bocetos de personajes universales como Mickey Mouse, Marilyn Monroe, Jesucristo o Vincent Van Gog.
Foto: Diego Val.
Obras pintadas con la lúcida técnica del arte pop. Un poco de Andy Warhol y Jackson Pollock por aquí, Robert Rauschenberg y Red Grooms por allá, y mucho, mucho de Yohana Muriel desde el comienzo hasta el final, cuando firma sus cuadros para ella misma o para un adquirente.
Porque en realidad, y su sinceridad es transparente, prefiere, “colores vivos, colores que iluminen un espacio, que lo llenen de vida” y ese es el motivo por el cual se inclina por el pop-art, ya que “el realismo”, según su percepción, y después de un estudio del movimiento pictórico, “ya no está de moda”. Lo justifica aduciendo que hoy en día si alguien quiere un cuadro realista, imprime la imagen y ya. Esa es la diferencia de trabajar con las manos, con una técnica joven y con el apoyo de los que demandan sus creaciones artísticas en y desde Internet.
La naturaleza y los animales
Y en su apartamento, ubicado en un noveno piso en el sector de Pinares, se puede apreciar la tendencia animalista en sus creaciones. Tema que surgió de las voces de sus seguidores de Instagram que pedían estas imágenes, porque “se identifican con ellos y muchos de mis seguidores tienen animales favoritos”. Su idea, o su sensibilidad hacia los animales, se deriva de pensar que no solo hay que tener animales encerrados, o en un apartamento, o en patio, sino que las personas puedan tener, dentro del tema de arte, sus mascotas plasmadas en colores en su sala, cuarto u oficina.
Foto: Diego Val.
Así pretende cambiar el concepto de arte tradicional porque considera que es anacrónico que alguien tenga en la sala de su casa cuadros como “naturaleza muerta”, “bodegones”, o “La santa cena”. Y aunque reflexiona así, Yohana le llega a todo público, ya que no solo los jóvenes son seguidores de su red social, sino un segmento de gente adulta que valora sus creaciones que están adquiriendo su arte y están cambiando sus espacios con un toque de modernidad.
Yohana Muriel es una mujer de muchas relaciones: con sus seguidores en las redes sociales y amigos conocidos; con el mundo del arte, los pinceles, los lienzos, la fotografía; con el cuerpo, porque es una amante de la “vida saludable”y la alimentación equilibrada; con la vida, porque se apasiona con las formas, las cosas, y con todo y por eso pinta. Las personas le dicen cosas como “Dios bendiga esas manos”, o “esas manos cuídalas”. Pero ella entiende que no son las manos, ellas son solo instrumentos, sino que es el corazón, ya que Yohana Muriel pinta con el alma, con su mente, con todo su ser.
Al decir esto se emociona y lo expresa con sus manos, su rostro, su cuerpo.
“Esto de pintar es algo que me llena de felicidad. Por eso le doy gracias a Dios todos los días, porque aunque tarde, encontré mi pasión y estoy disfrutándola”.
Foto: Diego Val.
La casa de las luces
Yohana Muriel no se cambia por nadie. Dice que se siente como “una bolita de nieve que baja por una montaña.”, y con estas palabras se refiere a que ha crecido mucho como artista y hasta de forma inesperada. Así es que no se concibe sin sus seguidores en Internet, sino considera que son parte de ella. Ese cariño por sus conocidos en Instagram, son el voz a voz de sus obras, publicidad para las ventas de sus obras de arte que le permiten vivir holgadamente. Aunque en algunas ocasiones le han propuesto dar clases, prefiere mantenerse concentrada en su trabajo desde el apartamento y junto a su hijo.
En su espacio personal, nos recibe. Y desde allí nos despide con una sonrisa. Y lo que intuíamos desde el inicio lo comprobamos en persona: su vida y su casa es un espacio de luz donde cabe todo lo bello y lo hermoso y todo puede ser retratado con sus pinceles, su lienzo, su alma. Sín límites, ya que incluso el cielo, el espacio que más le apasiona, sea diurno o nocturno, cabe en sus creaciones.
El día declina, nos vamos, pero ella se queda con su luz, sus formas, sus colores neón, con sus seguidores, con su pequeño hijo, y esperando que amanezca para llevar a cabo su rutina diaria: Desayuno, despachar a su hijo para la escuela, ir al gimnasio, almorzar, ponerse a pintar, hablar con sus seguidores, cenar, y esperar que amanezca para seguir disfrutando su existencia dentro de lo que le apasiona.
Hay que verla preparando el menú para su próxima visita a los colegios donde los niños la esperan con unas ansias solo comparables a las que los invaden cuando se anuncia una invasión de juegos y dulces.
La mujer despliega sobre el piso de la biblioteca donde trabaja colecciones enteras de libros infantiles: Me baño, de Liesbet Slegers; La pequeña oruga glotona, de Eric Carle, La carta de la señora González, de Sergio Lairla; El pequeño Dalí y el camino hacia los sueños y varios centenares de títulos más.
Con el mismo cuidado que le dedica a la preparación de las costillitas a la barbiquiú guarnecidas con pasta, uno de sus platos favoritos, escoge los libros, los ojea, los acaricia y va formando una pila aparte.
Al final los guarda en una maleta con la que partirá hacia un colegio en la periferia de Pereira y Dosquebradas, donde orienta unos encuentros de lectura que, sin proponérselo, ya forman parte del currículo escolar.
Foto: La Cebra Que Habla.
Los otros hijos
De dónde saca energías esta madre de tres hijos para consagrarse a los niños de otros, es una pregunta que siempre concita admiración entre quienes la ven llegar, sonriente y bien dispuesta, con su maleta al hombro.
“No hay misterio”, dice, mientras organiza el paquete de libros que la acompañarán en su próxima excursión. “Con el paso de los años esos niños se han convertido en mis otros hijos, y uno a los hijos le entrega lo mejor”.
Y subraya la frase con un brillo en los ojos y una sonrisa que le salen de muy adentro: lejos de ser simple retórica, su declaración expresa toda una visión del mundo.
Foto: La Cebra Que Habla.
Qué verde era mi Valle
“Todo empezó en Versalles, el pueblo del Valle del Cauca cercano a Cali, donde nací. Como todos los niños, descubrí el sentido del ritmo recitando- más que cantando- Los pollitos dicen/ pío/ pío/ cuando tienen hambre/ cuando tienen frío. Algo debe tener esa tonada para que a través de las generaciones a los niños de tantos lugares les siga gustando, a pasar de que en el entorno las cosas cambien cada vez a mayor velocidad. Como será el asunto que ni siquiera el reguetón ha podido desbancar a los pollitos”.
De sus palabras se desprende ese tipo de calidez nacida de la convicción. La misma que le ayudó a vivir cuando sus padres se mudaron a un barrio de Cali llamado El Paraíso, donde su papá fundó un próspero negocio, de esos que en Colombia llamamos tiendas y en España se conocen con el nombre de Colmados.
“Allí viví hasta mis trece años- voy a cumplir cuarenta-, hasta que mis padres se separaron. Entonces mi mamá tomó rumbo hacia Dosquebradas, donde nos instalamos en el barrio Guaduales, en una casa propiedad de una de mis hermanas. Fue ese el momento en el que descubrí que para conocer el mundo uno no puede hacerlo con miradas prestadas: debe hacerlo con sus propios ojos”.
Y lo hizo. Una de sus primeras incursiones en el lado más bestia de la vida se dio cuando era estudiante de bachillerato en el colegio Rosa Virginia ubicado en el sector de La Badea, en el municipio de Dosquebradas.
Foto: La Cebra Que Habla.
El son de la vida dura
“El colegio estaba ubicado junto a la cárcel de mujeres y las estudiantes teníamos acceso hasta allí, cruzando un cafetal. Si nos acercábamos bien, podíamos mirar a las reclusas en sus rutinas diarias. Una de las cosas que me impactó fue escuchar los gritos y lamentos de las más desesperadas. Pero más allá de eso, se me quedó grabada una imagen: la de una mujer de unos treinta años, con el pelo ya encanecido y mirándose al espejo con el aire de quien contempla un rostro extraño. Supongo que esa debe ser la parte más dura de asimilar cuando uno está encerrado entre las paredes de una cárcel: la de la propia extrañeza”.
Acaso sin ser consciente del todo, Luz Stella entendió ese día que debería transitar muchos caminos y sortear bastantes trampas si no quería terminar en una situación igual. Por eso, cuando Gloria Libia, su madre se fue a vivir a Puerto Caldas, uno de los sectores más deprimidos de Pereira, decidió que no la seguiría.
“Hoy veo que no fue más un acto de lucidez que de rebeldía. A mi corta vida ya había visto como la gente se acostumbra a vivir en la miseria y hasta aprende a vivir de ella. Pero ese no sería mi caso. Yo no quería eso para mi vida .Para poner una distancia decidí quedarme a vivir con mi hermana”.
En el colegio su contacto con los libros se redujo a la lectura de los textos obligados: El viejo y el mar, La metamorfosis, La cándida Eréndira, El Túnel. Más allá del cumplimiento de las asignaturas, la lectura de eso títulos le dejó la sospecha de que en el fondo de los libros anidaba un misterio, que con el paso de los años empezaría a revelarse.
“Luchándola duro y trabajando los fines de semana como lavandera en máquinas Pfaff conseguí terminar el bachillerato a una edad un tanto tardía para mi generación: a los diecinueve años. Eso fue en la jornada nocturna del Instituto Técnico Superior, con sede en Pereira”.
Foto: La Cebra Que Habla.
A esa altura del camino tomó la decisión de adelantar estudios en técnico preescolar, lo que la condujo a una sucesión de empleos mal remunerados que, sin embargo, la conectaron con la corriente de la vida en la que hoy navega a sus anchas: la promoción de lectura desde las bibliotecas públicas de Comfamiliar Risaralda.
“Eso llegó mucho después. Para llegar allí trabajé en ventas, hacía reemplazos temporales. Cuando terminé el Técnico Preescolar se me apareció un ángel. Alguien muy cercano me dijo que había una vacante en el Instituto Harvard, ubicado en el sector de Las Brisas ¡Qué nombre más pomposo para un colegio situado en un sector plagado de problemas sociales y económicos! Esto último resultó ser lo más enriquecedor. Ganaba muy poco pero eso lo compensaba la experiencia. “Estamos hablando de una población muy vulnerable y, aparte de los problemas de malnutrición, del abandono y la violencia en la familia, me tocó manejar todas las dificultades de aprendizaje que uno pueda imaginar. Niños que debían recibir otro tipo de acompañamiento convivían allí.
“Justo en medio de esas dificultades, los libros y el juego cobran todo su valor. Como trabajaba todo el día, muy pronto pude conocer en toda su dimensión los problemas de esas personas. Entonces empecé a notar que la lectura en voz alta producía una especie de enamoramiento mutuo entre los chicos y yo. De ese modo, entendí que la violencia y la pobreza no son una fatalidad. Que si uno es tranquilo, el entorno es tranquilo. Si uno grita, el entorno grita. Aunque el sacrificio era grande, porque salía de mi casa en Dosquebradas a las cinco y media de la mañana para regresar a eso de las siete de la noche, al observar los cambios experimentados en esas vidas sentía que el esfuerzo valía la pena”.
Como en la propia casa
Foto: La Cebra Que Habla.
El fruto de todo eso llegó cuando pudo vincularse el programa de Madres Comunitarias, del Instituto Colombiano de Bienestar Familia. El modelo obliga a que estas Madres Comunitarias atiendan y cuiden a un grupo de niños en su propia casa.
“La casa de uno se convierte así en la casa de todos. Algunas mujeres se enfrentan a grandes dificultades cuando descubren que, aparte de los alimentos y el cuidado, los niños plantean otro tipo de necesidades y expectativas. Como ya tenía una experiencia, eché mano de los libros, los juegos, las rondas y las adivinanzas. En el Instituto Harvard había vivido el caso de un niño con graves problemas de aprendizaje, que además trabajaba cargando bultos en la plaza de mercado. A pesar de eso, la lectura había despertado una fibra inexplorada de su ser y eso me dejó más clara que nunca la necesidad de ensayar otros caminos. Al principio ese trabajo era mal remunerado, pero con el paso del tiempo se dignificó, hasta el punto de que a las Madres Comunitarias hoy se les reconocen sus derechos laborales”.
Pero hay más. Al trabajar en su propia casa, Luz Stella Giraldo pudo estar al lado de sus hijos en jornada completa, por primera vez desde que su esposo se fue a vivir a los Estados Unidos para no volver.
Los amores de dos princesas
Foto: La Cebra Que Habla.
Es abril de 2018. Como muchos de sus colegas, Luz Stella prepara unas jornadas especiales para celebrar en simultánea el mes del niño y la recreación y el mes del idioma. Una incertidumbre la asalta: tiene entre sus manos una obra titulada La Titiresa. Igual que tantos relatos infantiles, aquí se cuenta la historia de una princesa que se prepara para su boda. Todo el asunto transcurre en términos convencionales hasta que el lector descubre que la heroína va a casarse… con otra princesa.
¿Cómo reaccionarán los padres de familia cuando descubran que la promotora de lectura comparte con sus niños una historia de amor lésbico?
Mientras resuelve el dilema, evoca el momento de su llegada a las bibliotecas de Comfamiliar Risaralda. Corría el año 2015 y era una asidua visitante de la biblioteca pública Ramón Correa Mejía.
“En una de mis visitas me enteré de que una de las promotoras de lectura había dejado el puesto. Segura de mis conocimientos presenté mi hoja de vida. Pasé de una y empecé con mis jornadas de lectura en voz alta. Además, aprendí por mi propia cuenta a trabajar con la plastilina. Al comienzo, salí a ofrecer la propuesta en los colegios. Muy pronto, la idea cobró tal fuerza que los profesores empezaron a buscarnos y tocó organizar cronogramas por semestres a razón de un colegio por mes en jornadas de medio día, con grupos hasta de ochenta niños.”
El modelo no para de enriquecerse cada día con la inclusión de elementos propios de la música y la lúdica. Sin embargo, esto no obedece a una fórmula fácil de replicar.
“Para que funcione necesito que el libro me guste, me llegue, me encante. Es que todo depende de lo que yo transmita. Estoy convencida de que si los escritores producen las obras lo hacen con un fin: Comunicarse con alguien. Entre mis favoritos tengo libros como uno titulado Humo y otro que lleva el título de No quiero ser un pulpo. Basta con leer la primera frase y los niños ya están conectados. A propósito de esto último recuerdo el caso de un niño que estuvo hospitalizado por una enfermedad muy grave. Era sólo empezar la lectura y el semblante le cambiaba. Todavía hoy, cuando me lo encuentro dice que se siente feliz de verme ¿Puede uno esperar una mejor recompensa por lo que hace?”
Foto: La Cebra Que Habla.
Ese tipo de recompensa le permite a Luz Stella apurar los sinsabores sin amargarse. Como cuando la invade la certeza de que para la mayoría de los profesores, sus jornadas de lectura en los colegios son apenas un buen pretexto para desentenderse de los estudiantes. Dice que no tardan en escabullirse del aula para dedicarse a actividades más relacionadas con la burocracia educativa que con el acto creador que uno espera del ejercicio educativo.
“Pero ese sentimiento cambia cuando contemplo la cara de satisfacción de los niños. Si los profesores no aprovechan, allá ellos. Como dicen los abuelos, uno a las personas puede darles comida pero no ganas de comer”.
Entre jornada y jornada, Luz Stella se consagra a otros amores. El tiempo compartido con sus tres hijos : Angie Carolina, Laura y Samuel; la lectura de Stendhal, de José Saramago o de Héctor Abad Faciolince. Está además su gusto por la cocina y por los recuerdos de su infancia en el Valle del Cauca, allá donde todo empezó. Los mantiene tan vivos que se sabe de memoria el himno de ese departamento.
Como trasfondo sonoro de todos ellos está su pasión por la salsa, la música que le arder la sangre y a la que vuelve cuando siente que la vida es una fiesta.
Foto: La Cebra Que Habla.
Sobre todo cuando se reencuentra con sus hijos: los propios y los otros.
En ese momento le salen alas en los pies y entona los versos de una de sus canciones favoritas:
¡Vamos a gozar!
Escuche a Wilson Flórez en Juntos pero no revueltos en Ecos1360 Radio
Conmemoración del mes del idioma, la niñez y la recreación
Programación del Mes de abril de las Bibliotecas de Comfamiliar
A la ciudad hay que mirarla desde arriba. La Cebra que Habla, con su lente, y desde sus recorridos en la urbe, presenta esta galería especialmente para usted.
Pereira desde las azoteas. Otras formas de mirarnos.
El consumo de Chai en India es proporcional al consumo diario de café en nuestro país. La infusión es candidata a convertirse en la bebida nacional
Esta bebida es cada vez mas consumida en nuestro país. Pero ¿qué tiene de especial el Masala Chai? Hoy te contaremos un poco de su origen e importancia.
Foto: Nina Salazar.
El té Chai o Masala Chai es una bebida ancestral de la tradición India, que puede convertir la hora del té en una experiencia inolvidable. Es una reconfortante y una energética mezcla de té negro con especias y hierbas aromáticas, muy característico de la India, especialmente del sur.
Su expansión fue en 1830, con los cultivos del té en Assam y Darjeeling, establecidos por los ingleses, quienes dependían del monopolio de China para abastecerse del té. En el año 1900, casi el 90% del té consumido en Inglaterra, era cultivado en la India, pero a los habitantes de este último no les gustaba tomar el té. Por este motivo, los ingleses establecieron en sus fábricas de la India, momentos de descanso para que sus empleados bebieran el té, logrando introducir esta costumbre en el país.
Foto: Nina Salazar.
Sus orígenes se remontan de la medicina tradicional hindú llamada Ayurveda, según la cual las especias de esta bebida tendrían propiedades curativas. Originalmente, este brebaje se preparaba sin las hojas del té y era utilizado para aliviar dolores, mejorar la digestión y circulación de la sangre.
El té Chai, originalmente se servía al estilo Inglés: con leche y azúcar, luego los vendedores callejeros llamados “Chai Wallahs” comenzaron a condimentar estos brebajes con especias, siguiendo la antigua tradición ayurvédica india. Esto hizo enojar a los ingleses, pero no fue impedimento para que se creara el famoso “Masala Chai”.
Foto: Nina Salazar.
El término “Chai” es una versión abreviada de la palabra “Masala Chai” que traduce “té especiado” en Hindú. Las especias pueden ir variando de región en región, incluso de un hogar a otro, hay una gran variedad de recetas, lo que lo hace ser la bebida favorita de la mayoría de los amantes del té.
El consumo de Chai en India es proporcional al consumo diario de café en nuestro país. La infusión es candidata a convertirse en la bebida nacional, aunque de forma oficial ya se ha ganado el diploma. El Chai se consume caliente, sea cual sea la estación; muy azucarado, no importa la hora del día, y con el toque de especias marcado, como toda la gastronomía que caracteriza al país.
Foto: Nina Salazar.
Los puestos que lo venden son a la vida India lo que las Tascas a la rutina española, o lo que los cafés en las mañanas a los colombianos. Están ahí donde uno vaya, sea en el norte o en el sur, en Calcuta o en Mumbai. Siempre hay alguien cerca que controla la llama de su horno y que remueve el líquido con pericia para que no desborde el gran cazo donde se prepara. Si tú no encuentras un Chai, el Chai dará contigo. Un sinfín de vendedores pulula por las ciudades, tetera en mano, para que el brebaje color ocre llegue hasta el último rincón. Su sonido te pone alerta cuando a lo lejos escuchas: “Chai, chai, chai, chai…”.
Existe un sinfín de recetas para todos los gustos y personalidades, que se han transformado en verdaderas rutinas matutinas para mucha gente tanto por el sabor y aroma como por sus beneficios.
Foto: Nina Salazar.
Así que cuando tengas ganas de tomar un té estimulante, para reponer energías o cuando tengas algún malestar en general, estés triste o tengas problemas con la digestión, ya sabes que el té Chai tiene los beneficios suficientes para reforzar tú sistema inmune en tú rutina diaria y te ayudará a sentirte pleno y feliz.
Justo en medio de esas dos vidas arrastradas por las contradicciones y vilezas de la política real, asistimos a la aventura vital del narrador
El veinte de agosto de 1940, mientras la muerte y el horror se enseñoreaban del planeta disfrazados de Segunda Guerra Mundial, los destinos de dos hombres se cruzaron de manera irreversible en una casa de Coyoacán, México, un país sacudido a su vez por las reformas nacionalistas emprendidas por el presidente Lázaro Cárdenas.
Uno de los hombres, Liev Trotsky había encontrado en ese país de dioses sanguinarios, pieles mestizas y sabores ardientes el refugio negado en otros lugares de la tierra, luego del destierro decretado por su antiguo camarada Josef Stalin.
El otro, Ramón Mercader, un español nacido en la rebelde y arrogante Cataluña, había librado en el frente Republicano una batalla perdida de antemano contra las huestes de Francisco Franco. En el momento de su encuentro final, el exiliado soviético tenía en la mano un papel y un lápiz con el que pretendía corregir sin fortuna un fallido artículo de prensa escrito por el catalán. Este último, blandía un pico de alpinista que una fracción de segundo después descargaría con toda la fuerza de su odio sobre el cráneo del que fuera comandante del Ejército Rojo durante los días de la guerra que implantó durante varias décadas el evangelio marxista sobre la tierra.
Leonardo de la Caridad Padura Fuentes (La Habana, 9 de octubre de 1955) es un novelista y periodista cubano conocido especialmente por sus novelas policiacas del detective Mario Conde. Extraída de: Las2orillas
A partir de esa imagen, empujadas por una fuerza centrífuga, se desencadenan las historias que conforman la novela El hombre que amaba a los perros, del cubano Leonardo Padura, un escritor conocido hasta entonces por la perfección de relojero de sus relatos policíacos.
Algunos la asumen como una fatalidad y entonces le dan el nombre de destino. Otros la conciben como algo contingente y prefieren llamarla azar. En el fondo da lo mismo: cuando esa fuerza se desata la vida de un individuo o de una sociedad acaba arrastrada hacia el centro de una vorágine que, a falta de un nombre mejor, optamos por llamar historia, con mayúsculas o minúsculas. Depende de las circunstancias. En el relato que nos ocupa, estas últimas convirtieron a Trotski en víctima y a Mercader en victimario. Sutilezas aparte, podemos aventurar una conjetura: desde el comienzo había algo de premonitorio en el apellido del asesino.
Contra toda apariencia, los protagonistas de la novela tienen algunas cosas en común. Ambos aman a los perros y encuentran en ellos formas de nobleza impensables en los humanos. Los dos viven una experiencia errante y errática responsable en buena medida del desenlace de sus vidas. Pero, ante todo, los dos creían con fervor religioso en la promesa de justicia social implícita en la doctrina comunista que muy temprano, al materializarse, se revelaría como un infierno solo comparable en la historia moderna a la pesadilla desatada por los nazis.
León Trotski, fue un político y revolucionario ruso de origen judío. Extraído de: Blogs.upm
Sin conocerse, un cisma los convirtió en enemigos: mientras Trotski adivinó muy pronto el absolutismo, la megalomanía y el horror agazapados en la magra figura de Stalin y luchó hasta el final de sus días para detener su avance, Mercader fue un devoto creyente en los postulados del estalinismo hasta una fase tardía de su vida.
Justo en medio de esas dos vidas arrastradas por las contradicciones y vilezas de la política real, asistimos a la aventura vital del narrador, un escritor amargo que presencia y padece en la propia piel el derrumbe de otra utopía: la de la revolución cubana, convertida en un cenagal de miserias, silencios, fugas, destierros y mentiras, mientras la dirigencia responsable de ese desastre parece vivir en otro mundo.
Atrapado en un presente que abarca los años finales del siglo XX y los comienzos del XXI Iván- así se llama el hombre que acaba de perder a su esposa y malvive corrigiendo una revista de veterinaria- recrea ante nuestra mirada el nacimiento, pasión y muerte de un sueño social y político devenido, como todas las ilusiones humanas, simple caricatura de sí mismo.
Un policía mexicano sostiene el piolet usado por Ramón Mercader para herir mortalmente a Leon Trotsky. Extraída de: (AP Photo)
Solo que en este caso la caricatura no mueve a risa. Han sido tantos los engaños, el miedo y el dolor acumulados durante medio siglo, que solo removiendo las cenizas de un drama como el protagonizado por Trotski y Mercader es posible llegar al día siguiente atizando en el rescoldo de los relatos ajenos la dosis de calor apenas necesaria para calentar los propios huesos.
BNHA es una obra entretenida que toca múltiples problemáticas juveniles y morales, aunque de una forma muy dinámica.
Me pregunto si acaso habrá una temática más explotada que el argumento del mundo de los superhéroes; me cuestiono si de pronto hay algo que no se haya dicho o contado respecto al tema. Y es que en el momento histórico en el que vivimos, en que grandes figuras producto de estudios como DC y Marvel Comics se enfrentan en sus universos cinematográficos, en publicidad y merchandising y en pro de obtener el cariño y por qué no, el dinero del público, es bastante difícil que historias independientes y salidas de la nada obtengan la aceptación del público. Y es precisamente por ello que deben ser novedosas o de otra manera no podrán sobrevivir. No obstante Boku No Hero Academia, es una historia de superhéroes que no teme ser una historia de superhéroes. Entra con fuerza. Ya que es una historia que a través de los grandes clichés del género y con una forma novedosa y fresca, ofrece al espectador un agradable viaje al mundo de héroes y villanos.
¿Quién puede negar que desde pequeño no se ha imaginado al menos una vez teniendo superpoderes o habilidades salvando el mundo, poder volar, hacerse invisible o incluso por qué no, resistencia mejorada y factor curativo?: volvernos héroes, aún más allá de eso, superhéroes.
Ese es el sueño de Izuku Midoriya, (Deku). Solo que Deku es un chico normal en un mundo en el que aproximadamente el 80% de la población posee una singularidad que le otorga el potencial para llegar a ser un héroe o un villano.
Extraído de: Ramenparados
Boku No Hero Academia (de aquí en adelante BNHA) nos presenta un mundo donde los dramas de super héroes y villanos son algo normal y las batallas que podrían definir el destino de la humanidad se libran en el paisaje de fondo. Allí los superpoderes o singularidades de esos personajes son tan comunes, que la sociedad ha tenido que adaptarse a ellos. También los niños, aspiran ser lo más grandes héroes defensores del mundo y por qué no, poder ganarse la vida de esta manera.
Siendo este Manga el nuevo abanderado del Shōnen, tras el fin de series como Naruto Uzumaki, que tenía poco de haber finalizado, y Bleach el cual terminaría poco después de la publicación de BNHA. Así entonces recaía en los hombros de esta serie, la titánica tarea de llenar el vacío dejado por estos dos grandes de la industria, cosa que no resultó en suma, una tarea fácil, pero que el director Kōhei Horikoshi, consiguió (y lo sigue haciendo) poco a poco con sus fans y con mucha fuerza e innnovación a lo largo de Japón y el resto del mundo.
BNHA es una obra notoriamente influenciada por el cómic americano. Si bien recae en algunos clichés propios del Shōnen, el director maneja todo de una manera hábil, aprendiendo de los errores cometidos por sus predecesores. Además desarrolla su historia de una manera calmada, solom aplicando velocidad en los momentos cruciales para el desarrollo de la historia, aunque sin olvidar que, si bien, la obra cuenta con múltiples personajes, se da el tiempo para presentarlos sin que pase demasiado tiempo entre uno y otro. Esto es lo que mantiene el interés del lector.
Extraída de: Zerochan
La estética del dibujo y la animación recuerda claramente la forma del comic americano. Sin embargo, evita los típicos diálogos internos y muestra flashback solo cuando son realmente necesarios para así evitar saturar al espectador con información. Es de resaltar que este Manga sabe aprovechar los puntos fuertes del género, ofreciendo un protagonista con el cual te identificas rápidamente y cuya carga de humor es muy entretenida y sin duda una dinámica clásica de los Shōnen.
Pero no todo son aciertos. BNHA incurre en el error de ser lenta en algunas situaciones importantes, dejando de lado el desarrollo de personajes para presentarnos peleas más grandes, como sucede en el arco del torneo escolar. Si bien posee una enorme y muy imaginativa plantilla de personajes, muchos de estos dejan de ser atractivos y se van volviendo simples con el paso de tiempo. Especialmente a medida que van siendo relegados. Otro de sus errores, quizá compartido con sus predecesores, es la aparición de villanos que son malos básicamente porque pueden serlo.
BNHA es una obra entretenida que toca múltiples problemáticas juveniles y morales aunque de una forma muy dinámica. Descontando sus errores, que los aficionados al género perdonamos, este Manga no deja de ser una grandiosa historia que puede disfrutarse, tanto en Oriente como Occidente. Porque toma muchos elementos culturales con los cuales nos entrega una historia fresca y brillantemente ejecutada. Para finalizar y sin más que decir, queda invitado a que pueda verla, y pueda tener su percepción de esta gran producción de Kōhei Horikoshi.
Es innegable que la empanada en cuestión ha ido experimentando cambios y evoluciones. Mucho se ha jugado con los elementos del relleno: yo apuesto por la sencillez, y celebro que a lo sumo mi salteña contenga una buena aceituna
Por fin, una experta antropóloga nos vino a decir que la salteña tiene origen netamente boliviano, concretamente en el Potosí colonial. Quedan en el limbo las aseveraciones de sus posibles orígenes al otro lado de la frontera, ya que no hay registro confiable ni en Salta ni en otros lugares aledaños como sugiere el gentilicio. Porque empanadas las hay en toda América, traídas al continente por los conquistadores españoles que a su vez las habían adoptado de la cocina árabe, según aseguran las crónicas.
Como sea, la confusión sigue muy presente entre historiadores y gastrónomos locales que no se ponen de acuerdo sobre el asunto, unos decantándose por la teoría romántica de que fue la escritora argentina Juana Manuela Gorriti quien la trajo entre sus recetas y otros autores apostando por la versión de que fueron otras damas salteñas quienes la comenzaron a elaborar en la época republicana. No obstante, el imaginario popular se alimentó con aquello de que esas empanadas se vendían donde las “salteñas” y así se quedó, dando lugar al nombre que actualmente identifica a la empanada propiamente boliviana, en una suerte de sabrosa paradoja.
Foto: José Crespo Arteaga.
Desde entonces la salteña potosina ha ido ganando terreno propagándose al resto de las ciudades y, aun más, ha salido fuera del país junto con los emigrantes que entre sus bártulos se llevan la recetatradicional, para poder regresar a la patria cada vez que sienten nostalgia de ella, naturalmente por la vía del sabor. Es así que en urbes cosmopolitas como Nueva York, Madrid o Sao Paulo, no es difícil toparse con letreros donde ponen “salteñas” que seguramente a más de un argentino le picará la curiosidad pero nunca a un boliviano, porque al instante este sabrá que en ese sitio se cocina un pedacito de su tierra.
Aun sigo buscando el “palacio de la salteña”…mientras tanto. Foto: José Crespo Arteaga.
¿Pero en qué consiste la salteña para que se haya ganado el corazón y, sobre todo, el estómago de todos los bolivianos, superando incluso barreras regionales? A grandes rasgos, la salteña es la más jugosa empanada que conozco, literalmente. Una cautivante y picante experiencia que en vez de hacer agua la boca, la pone a fuego la primera vez que se la prueba. Naturalmente, para espíritus más sosegados siempre está la opción de pedir las dulces o “normales” que contienen el ají más domesticado, por no decir neutralizado. Para los aventureros y amantes de la adrenalina existe la variedad de las “superpicantes”, pero no son tan populares, por lógicas razones.
La salteña más simple consta de un relleno de carne, cubitos de papa, arvejas y huevo duro, que son preparados con anticipación, formando el jigote al que se le añade el caldo de ají colorado que ha de cuajar al enfriarse. En décadas anteriores el caldo se lo elaboraba con patas de res para aprovechar la gelatina natural. En los últimos tiempos, por cuestiones prácticas se utiliza la gelatina artificial sin sabor para obtener el mismo resultado. Hoy existe una pequeña industria en torno de esta empanada para atender la creciente demanda. De hecho, no hay barrio donde no se la vea, ofreciéndola desde salteñerías elegantes (snacks exclusivamente dedicadas a ellas) hasta en puestos callejeros de cualquier esquina, para satisfacer los gustos y preferencias de acuerdo al bolsillo.
Una pequeña industria cochabambina. Foto extraída de: Los Tiempos.
Es rito casi obligado que a media mañana, la gente salga del trabajo o de otras ocupaciones para ir a merendar un par de salteñas. Si alguien de la oficina está de cumpleaños lo más normal es agasajarlo con una salteñada, es decir mandar a algún colega que vaya a comprarlas o en su defecto encargar por teléfono a la salteñería favorita o más cercana. Es casi de manual que los nuevos jefes se ganen la simpatía de los subordinados invitando unas salteñas como incentivo laboral, por lo menos en Cochabamba, tierra de gran comer y otras costumbres ligadas a la gastronomía. Además, últimamente se ha puesto de moda celebrar a los padres, por aquello de la lucha por la igualdad de género, cada 19 de marzo se conmemora extraoficialmente el Día de la Salteña, ya que lo más recurrente es festejarlos con una salteñada y luego darles la tarde libre, si corresponde. Ya se imaginarán que llueven los pedidos y las salteñerías trabajan a toda máquina.
Meme humorístico en honor al Día del Padre. Foto: Los Tiempos.
Es innegable que la empanada en cuestión ha ido experimentando cambios y evoluciones. Mucho se ha jugado con los elementos del relleno: yo apuesto por la sencillez, y celebro que a lo sumo mi salteña contenga una buena aceituna para potenciar el caldo cuando entra al horno, ya si se adorna el jigote con huevitos de codorniz, pasas de uva y otros elementos extraños es recargar demasiado. Recuerdo que en mi niñez, solamente teníamos las variedades de pollo y carne, ya sean picantes o dulces. Hoy tenemos hasta salteñas mixtas de todos los sabores. Algún paceño avispado decidió que era suculento embutir maíz pelado y carne de chancho (los elementos básicos del fricasé) dentro de la empanada. A otro le pareció que era creativo reemplazar la carne vacuna por charque. Pero el más innovador de todos tenía que ser un cochabambino a quien no le tembló el pulso para elaborar salteñas de pique macho, el plato estrella de estos valles. Como si en Colombia a alguien se le ocurriera meter su apetecible bandeja paisa dentro de una empanada. Figúrense. Ni hablar de las salteñas vegetarianas que seguramente están rellenas de apio y otros suculentos vegetales.
Para alguien que se precie de elegante, ya puede degustarla en “snacks boutiques”. Foto: José Crespo Arteaga.
Hay que tener estilo para degustar una salteña. Es de mal gusto comer en la calle, no vaya a ser que el jugo se les derrame en las manos o les manche su impoluta camisa. Es menester tomarse un tiempo prudente para ir preparando las papilas gustativas mientras nos sentamos a la mesa. La salteña ha de estar caliente, invariablemente, de lo contrario el jugo no tendría razón de ser. En esa picosa sensación acentuada por el calor se aprecia las cualidades del ají y la sazón del caldo. Debe abrirse con cautela la punta o el centro de la empanada ayudándose de una cucharilla si hace falta. No debe desparramarse el contenido fuera de la empanada que es cosa de guarros. Se saborea cada cucharada o bocado como si se estuviera zampando un postre con deleite. Los que no somos tan finos ni pacientes agarramos la salteña por una de las puntas y la devoramos a bocados, con esa seguridad que da la experiencia, cuidando de que no gotee el jugo.
Si por casualidad, en su ciudad o país, divisan un cartel que diga “se sirven salteñas” no vayan a pensar mal ni imaginarse cosas raras. Simplemente sabrán que todo aquello es una jugosa propuesta. Por cuenta de un boliviano, desde luego.
P.S. Por supuesto, no podía faltar el homenaje musical a tan digna representante de la gastronomía boliviana.
Después de todo, la compulsión por el consumo se las vendieron como conquista, no como imposición.
La llamada Industria Ché Guevaraes uno de los ejemplos más invocados cuando se intenta probar que el capital es capaz de convertir en negocio hasta a sus peores enemigos. De figura diabólica acribillada a tiros en Bolivia por los gringos buenos y sus aliados locales, la efigie del célebre guerrillero argentino pasó a convertirse en sofisticada mercancía reproducida en camisetas, gorras, banderines, toallas, maletines, discos, películas y tatuajes.
Despojada así de todo sentido, luce igual en escenarios tan dispares como la camisa de Brad Pitt o el brazo de Maradona, pasando por el trasero de Lady Gaga, da lo mismo.
La imagen me vuelve a la memoria después de leer el libroEl monstruo amable, del académico y ensayista italiano Raffaele Simone.
«El ensayo de Simone es un ejercicio de lucidez que insta a los progresistas a estar a la altura de su tiempo.» «Cool Léviathan», Livres Hebdo. «Una especie de Ogro, el “monstruo dulce” le llama en un libro Raffaele Simone, se está imponiendo en Europa. Extraída de: Amazon.
A lo largo de sus páginas el escritor se pregunta por las razones de una paradoja común a la escena política mundial: excepto los casos ya conocidos de Cuba o Corea del Norte, en el resto del planeta- en mayor o menor medida, eso sí- mientras la derecha ostenta la figura de una joven rozagante siempre dispuesta a adaptarse a los cambios del mundo, la izquierda se presenta como un viejo fósil anclado en nostalgias y consignas que poco o nada tienen que ver con el entorno real.
¿Qué sucedió? Nos preguntamos a la par con el profesor italiano ¿Se produjo realmente el fin de la Historia, como lo profetizara Francis Fukuyama poco después de la caída de El muro de Berlín? ¿El pensamiento de hombres como Karl Marx está de veras muerto y enterrado, como quisieran algunos que descalifican con el adjetivo de mamerto a cualquier forma de disidencia, por distante que esté de las ideas comunistas?
Por lo visto, nada de eso, como lo demuestran los movimientos sociales que se multiplican en todos los rincones del planeta, aunque por causas distintas a las de medio siglo atrás: ahora ya los líderes no pretenden acabar con los ricos, sino con los pobres a través de la redistribución de la riqueza. Claro que para algunos conspicuos representantes de la caverna colombiana, hasta este último concepto, caro a la esencia de la democracia económica, tiene un tufo a cruzada leninista digno de ser exterminado.
La compañía Mercedes-Benz desató ayer una ola de protestas de cubanos exiliados en Miami y otras ciudades por utilizar la imagen del guerrillero argentino Ernesto “Che” Guevara para promover sus vehículos. Extraída de: Cdnmundo
Para Simone el asunto va por otro lado. Siguiendo el viejo consejo del New Deal puesto en marcha por Franklin Delano Roosevelt en la primera mitad del siglo XX, los más brillantes defensores del capitalismo se adelantaron a hacer suyo el propósito de acercar la justicia a la tierra que movía por igual a comunistas, anarquistas y socialistas. De esa manera, la frase “And Justice for all”que cruza toda la constitución política de los Estados Unidos obró a modo de contrapunto de aquella “ Proletarios de todos los países : Uníos”consignada en el Manifiesto Comunista.
En la práctica fue el mismo truco utilizado por los patrones ante la amenaza del radicalismo de un sector de los obreros: a modo de antídoto se consagraron a crear sindicatos patronales que pudieran controlar. Fue así como se inició el desmonte de derechos que desde finales de la centuria anterior se conoce con el eufemismo de “Flexibilización laboral”.
De modo que el trabajo estaba hecho : lejos de presentarse como la bestia insaciable que se alimentaba con la sangre de niños, mujeres y viejos, tan bien descrita por Dickens en sus novelas y por Marx en sus ensayos, el capital y sus lógicas resumen hoy la fórmula del consumo sin lugar, sin tiempo y sin límites que constituye el único sentido de la vida para millones de habitantes del planeta, empezando- cómo no- por los excluidos que hoy recorren las calles de las ciudades bajo el nombre de indignados reclamando, no una revolución, sino su derecho a un pedazo del pastel.
Para el marxismo, el capitalismo es un modo de producción. Esta forma de pensar deriva de una síntesis de la economía clásica inglesa, la filosofía idealista alemana y el movimiento obrero de la primera mitad del siglo XIX (conocidos por Marx como socialistas utópicos). Extraída de: Illrapper
Después de todo, la compulsión por el consumo se las vendieron como conquista, no como imposición.
Es en ese punto donde cobra peso la tesis de Raffaele Simone. Sin que sus voceros se dieran cuenta, la izquierda se volvió derecha, al tiempo que esta última supo enfundarse en el vestido de lo nuevo, que en este caso equivale a lo chic, a lo sofisticado implícito en el paraíso del consumo de bienes, ideas y tendencias. Es decir, todo aquello que puede comprarse con tarjeta de crédito.
El monstruo se volvió amable y ya no amenaza: seduce. Quizás las más lúcidas mentes de la izquierda todavía estén a tiempo de aprender la lección.