viernes, mayo 2, 2025
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Las amenazas contra “Matador”

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En esta situación nunca hay que perder de vista que en Colombia se pasa del dicho al hecho con aterradora facilidad.


 

La semana pasada, uno de los hechos más significativos de la actual contienda política, corrió por cuenta de las amenazas que un partidario del Centro Democrático hizo a través de su cuenta de Twitter contra el caricaturista pereirano Julio César González “Matador”.

Las redes sociales estallaron en opiniones, mayoritariamente de apoyo al ciudadano amenazado, y de solicitudes de respeto a la libertad de expresión.

 

Julio César González, nació en Pereira en 1969. Se inicia como creativo publicitario, sus primeros trabajos humorísticos los realiza para el periodico “El Fuete” y para la gaceta de cine de Comfamiliar, de su ciudad natal. Ha participado en bienales de humor y la satira en Grabovo (Bulgaria). Foto: La Cebra que Habla.

 

Aunque, hubo otro tipo de reacciones que podrían agruparse de la siguiente manera:

En el primer grupo Los Oportunistas, cuya intención parece ser cosechar del infortunio ajeno, renunciando al tipo de inteligencia que permite generar empatía con el Otro e intentar ponerse en su situación.

Este fue el caso de la escritora y docente Carolina Sanín, quien aprovechó el hecho para jugar el papel que a ella más le agrada, el de chica políticamente incorrecta, que se esfuerza en que su polémica actitud se equipare o incluso sea más importante que sus posturas intelectuales. Consideró la señora Sanín que esta era la ocasión “precisa” para hacer una exposición sobre las características del humor, desde su intelectualismo característico.  Y, de paso, aprovechó para irse lanza en ristre contra el amenazado a quién llamó “showsero”, entre otras apreciaciones fuera de lugar, intentando abrir un debate inoportuno tomando en consideración la gravedad de la situación denunciada por el caricaturista.

 

Carolina Sanín Paz (n. Bogotá, 28 de abril de 1973) es una escritora y docente colombiana, licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes y PhD en literatura española y portuguesa de la Universidad de Yale. Extraída de: Youtube.

 

En otro grupo podrían reunirse Los Ingenuos.  Aquellos que le endilgan al afectado la peregrina intención de usar el hecho para auto publicitarse. Uno no sabe si concederles la indulgencia respecto de una inocencia que pretende negar lo evidente, o si podría tratarse de un recurso emocional de personas muy allegadas que, apoyándose en ese endeble argumento, buscan tranquilizarse restando importancia a lo ocurrido.

Y está la camarilla de Los Mezquinos. Compañeros de militancia del amenazador (hoy expulsado de su partido político), quienes inundaron las redes intentando demostrar que “Matador” había amenazado primero, según ellos, a Uribe, a Ordóñez, etc.  Ejercicio burdo que desconoce el hecho cierto de la amenaza contra la vida, y busca restar importancia política a que un copartidario suyo haya cometido ese delito.

 

Haciéndole honor a su seudónimo, Julio César González es tal vez el caricaturista que más banderillas pone en el país. Extraída de: El Espectador.

 

En esta situación nunca hay que perder de vista que en Colombia se pasa del dicho al hecho con aterradora facilidad. 

Solo basta recordar a tantas mujeres que denunciaron a sus agresores y que, no hallando una respuesta efectiva a sus denuncias, fueron finalmente víctimas de las amenazas contra su vida (fue el caso reciente de Rosileny Huertas); o de tantos periodistas asesinados por el ejercicio de sus labores de denuncia y crítica (La Fundación Para La Libertad De Prensa los recuerda permanentemente a través de la campaña “La FLIP No Olvida”).

 

El Presidente Juan Manuel Santos rechaza amenazas contra Matador: la libertad de expresión es sagrada. Extraída de: La FM

 

Y si todos estos argumentos no bastaran, si todavía fuera posible relativizar el potencial letal de la amenaza, echando mano de algunas bajezas como “se lo buscó”, “quién sabe qué habrá hecho”, o “lo hace para darse pantalla”, bastará recordar que Colombia es el país en donde el futbolista Andrés Escobar fue asesinado por haber cometido el acto involuntario de marcar un autogol.

Las conversaciones del viento II

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Foto: Martha Alzate.

Preferí atender a los sonidos que el viento habla, y me sorprendí encaprichada en el fluido diálogo. Su plática se me antojó plural, armónica, misteriosa y profunda.


Samaca

Llegamos a Samaca entrada la noche. Ingresamos por un camino lleno de arbustos. Hierba tirada en el suelo como de reciente poda, muy cerrado por la vegetación. Yo había oído la historia del lugar, de boca de Eduardo. Pero, mi cerebro no se figuraba lo que iba a encontrar. Arena y bosque, vegetación, agua, aldea, piedras, viento.

Se nos indicó donde dejar los carros y procedimos a bajarnos, palpando la naturaleza en medio de la oscuridad, antes de bajar nuestras pertenencias.

Saludamos. Debo decir que Alberto tiene en Samaca una población de trabajadores dedicados a las labores de producción, pero también, esta es una especie de comunidad afectiva guiada por él, que además de labrar la tierra se interesa en la música, la poesía, y otras actividades edificantes para ellos.

Llegamos al comedor principal -una construcción de barro, madera, piedra, y piso de tierra- en donde hay ubicados dos mesones con lavaplatos, una tabla de fina madera que hace las veces de mesa de comedor grande (unos veinte lugares), y otras mesas auxiliares, para ubicar en ellas las fuentes con la comida, vasos y platos; además de un mueble-biblioteca, con libros en donde se podían ver algunas de las ediciones dirigidas por Alberto. El cuarto está decorado con más frases y anotaciones (como en la casa de Huacachina). En un cartel muy visible decía: “Recuerda a donde va a parar la comida, gordito”. Y, en otro: “La gente buena siempre riega, y en su vida hay mucha flor”.

 

Foto: Martha Alzate.

 

Los trabajadores del lugar procedieron a ubicarnos en las diferentes construcciones que componen el conjunto. En Samaca se encuentran varias villas, hechas de costillos por toda estructura, barro y piedra. Su arquitectura es sencilla, con esa simpleza que solo puede provenir de lo auténtico, y por eso mismo son muy armoniosas con el lugar. Todas las villas, incluido el comedor general y la cocina (una gran cocina, dispuesta con fogones industriales, mesones y todo lo requerido para atender masivamente), están hechas con materiales amigables, no sólo con el ambiente sino con el paisaje. Coloridas a tierra, predominan los grises -como queriendo evocar algunas de las tonalidades que toman las arenas del desierto. Y en cada una, además de tres o cuatro camas, se puede contar con un cuarto de baño.

Nuestros compañeros fueron ubicados en dos de ellas (a Samaca fueron dos norteamericanos –Paul y Chris-, dos brasileros –André y Michelle-, Elías, Eduardo, una amiga limeña de Eduardo y yo).

Por generosidad del anfitrión, pude alojarme en una villa “especial” junto con la amiga limeña de Eduardo.

Esta última construcción estaba ubicada en un lugar levemente alejado, siguiendo un camino rodeado de huarangos. Era una habitación con dos camas, un hermoso baño hecho en piedra, y una terraza.

 

Foto: Martha Alzate

 

Antes de comer, Eduardo me convidó con Elías a recorrer los alrededores. Tomamos uno de los caminos que bordean los cultivos y conducen directo a las arenas. Lo guiaba la añoranza de un lugar específico, visitado durante una estancia anterior.

Juntos, partimos rumbo a las arenas, apegados a una linterna para guiarnos en la oscuridad de la noche (en Samaca hay energía solar hasta las 9 pm., o algo más).

La noche era la más estrellada que ojos terrenos puedan ver. Poblada de múltiples ramales, cada uno de ellos agrupando las luces del cielo. Eduardo cerró la luz de la lámpara. Y caminamos así, en la confianza del sendero, del pie que tantea, que palpa el recorrido y se integra a él, haciéndose uno con la noche, el frío, el viento, y el pálido reflejo de los ojos de galaxia que a nadie miran.

El silencio favorecía la conversación que tiene lugar entre las diferentes corrientes de viento, hasta que nuestra excursión fue súbitamente interrumpida por el llamado lejano de una campanada.

Caminamos otro rato sin poder hallar el lugar que Eduardo buscaba. Entonces, decidimos regresar a esta, la que sería nuestra primera cena en Samaca.

 

Foto: Martha Alzate.

 

Una sopa ancestral de quinua y verduras nos transmitió la sabiduría del lugar al brindarnos su abrazo caluroso. Y el afecto se transmitió de unos a otros, cuando empezamos a compartir el pan artesanal, recién salido del horno, que es servido en totumas cosidas con cuero, disecadas y tejidas por las manos de los artesanos locales.

La mesa en Samaca es una apología de la abundancia. Hay que recordar que, para llegar hasta la hacienda, es menester recorrer hora y media en auto por el más absoluto vacío. Visto así, el lugar cobra un sentido más profundo que el que se puede captar a simple vista. La vegetación, los cultivos y animales, se reciben al primer instante como en el milagroso maná con el que dios sustentó en tiempos remotos a la prole escogida. Pero, de ese momento inicial, pasan a transformarse, de manera conmovedora y poética, en la presencia del anfitrión ausente. Ni más ni menos que la ceremonia de la encarnación de Alberto.

El hecho es que, en este comedor, de bíblica apariencia, están siempre dispuestos para cada comida, un totumo con frutas de varias clases (bananos, mandarinas, naranjas, entre otras), productos de la tierra deshidratados, empacados delicadamente en frascos de vidrio (cebollitas, tomatillos y aceitunas), paltas (aguacates), miel de abejas (de los panales que hay dispuestos por el campo), jarabe de huarango (melao hecho de los frutos de este árbol, espeso y dulce, que no contiene azúcar), aceitunas a granel, y el aceite de olivas que procesado en el sitio, de sabor penetrante, entre otros productos para consumir abundantemente.

Nuestra primera cena fue, pues, una combinación de mundos y tradiciones. Estaban presentes: la harina de trigo y los olivos, ambos de procedencia mediterránea, y la quinua, los huarangos y el maíz, de origen americano. Las legumbres y verduras, la miel y los aceites, las frutas y las yerbas aromáticas. De una abundancia cuando menos asombrosa, plena de frescura y de delicada elaboración, la mesa de Samaca posee la virtud de lo auténtico y a la vez la riqueza de los cruces, de culturas y costumbres.

 

Foto: Martha Alzate.

El desierto

Amanece en el desierto. La noche anterior habíamos dejado el cortinaje descorrido, para poder contemplar el espectáculo de las estrellas.

Desde el marco del ventanal descubierto, mi mirada recién amanecida se enfrentó a los fuertes contrastes de colores: celeste, crema, biche. Visto a través del prisma de estas capas, el horizonte se mostraba como el sueño de un pintor que, aunque ebrio, había pintado su cuadro con nítidos brochazos.

Dudé a la hora de incorporarme.

Respiré hondo.

Rápidamente, y esperando hacerlo antes de que mi compañera de habitación abriera los ojos, tomé la hidratación corporal obligada en la mañana. El agua vino a mostrarme cómo la lógica de lo absurdo se afirma en todo lo que hace relación al lugar en el que estábamos. Al dar el giro al registro que controla la salida del líquido, comenzó a deslizarse el agua, caliente como el sol que bendice a los visitantes de Samaca.

 

Foto: Martha Alzate.

 

En el desayuno, el menú vino acompañado por el ritual del servicio. La frescura de los ingredientes y la sutileza de la comida preparada, al tiempo de la belleza básica de los adornos de la mesa, contrastaban con la vulgar voracidad de los visitantes. Devoradores, los comensales nos disponíamos a incorporar toda la energía contenida en los alimentos dorados, verdes, dulces o picantes, antes de enfrentarnos a las rudezas de las arenas.

El día comenzó con los preparativos de la caminata. Nuestros guías nos conducirían desierto adentro. El propósito era escalar hasta llegar a la cima de las colinas, desde donde se podía contemplar una buena vista de toda la hacienda.

Antes, Elías, Eduardo y yo, ascendimos al lugar que denominan guardianía. ¡Qué bello nombre para designar una actividad que contiene, en sí misma, la amenaza del Otro, enemigo o forajido! Guardianía está allí con un propósito, es el sitio para que los custodios puedan ejercer su labor de vigilancia con una vista panorámica. Ubicada a mayor altura, desde ella se contempla todo el conjunto: casas, cultivos, represas, río, central de energía solar, etc.

Los guardianes permanecen en compañía, pues comparten el área con el corral de las llamas. Esos dulces animales de las alturas peruanas, que envuelven a propios y extraños con su canto. Una especie de quejido tenue, mimoso, que proviene de sus exhalaciones, nos indujo a la más honda ternura, sobre todo en presencia de las crías. Atentas a cualquier movimiento, se revuelven nerviosas en su encierro. Tienen ojos grandes y amorosos, y su pelo es mullido, pródigo en beneficios para el hombre, al que acompañan como animal doméstico desde el tiempo de los incas.

Llegada la hora de partir hacia el desierto, Eduardo tomó la delantera para mostrarnos el camino. Dejamos las villas, y transitamos por la carpintería, los corrales de los patos, las huertas. Una vez en el sendero, atravesamos el lecho del río -seco en el verano-, la pequeña laguna donde se almacena el agua recogida durante las épocas de lluvia, la central de energía compuesta por multitud de paneles solares, alternando el recorrido entre matorrales y olivares.

 

Foto: Martha Alzate.

 

Eduardo, con sus pasos de galgo entrenado en muchas carreras, nos dejó botados, espoloneado por la ambición de alcanzar unas pirámides que se ubican más allá de las primeras colinas.

En el ascenso, nos topamos con lo que ellos llaman el cementerio, espectáculo de la osamenta ofrecida directamente a la sal del aire y al fuego del cielo. Es el lugar donde fueron enterrados masivamente los indígenas, en el anhelo de la vecindad del mar. Tierra en cuya promesa salada se salvarían de la putrefacción. Y es que, en efecto, arropados por la aridez, los cuerpos se momifican. Según nos explicaron, toda la costa del Perú es un gran entierro.

Expuestos en el más impúdico descampado, abandonados por el descuido de la acción vandálica de los guaqueros, los miembros yacían serenos. Fémures, clavículas, costillares, cráneos con dientes y hasta con sendas melenas, estaban ahí, sin juzgar ni ser juzgados, resignados, pacientes en la infinitud del gigantesco reloj de arena.

Caminamos sobre ellos intentando esquivarlos. Y aunque por momentos nos fue imposible no pisarlos, no devolvieron contra nosotros quejido alguno, ni pudimos sentir su frío y su dolor.

La profanación de las tumbas es un acto doblemente bárbaro. La guaquería es epítome del saqueo histórico perpetrado por el hombre blanco. De él provino la imposición y el exterminio. Y a él regresa el producto del hurto de las tumbas de los exterminados. Son los señores de Lima quienes impulsan al guaquero, tras la ilusión de la segura compra de las piezas de cerámica, joyería, y textiles. Los tesoros dos veces hurtados, son reunidos en pródigos museos de su propiedad, que intentan explicar la maravilla fragmentada, dar unidad a los trozos por ellos mismos desperdigados.

 

Foto: Martha Alzate.

 

Ante esta visión de la muerte, expuesta y desprovista de juicios, Elías vino a rescatarnos con sus relatos acerca de cómo los huesos jugaban también un papel importante en las ceremonias sagradas. Ellos eran tocados por los nativos de estas tierras, y la música que les salía, animaba el combate ritual.

En un momento determinado me quedé sola. Eduardo tomó pasó firme y veloz hacia las pirámides. Chris y Paul no se veían. Elías se marchó con los lugareños que nos hacían compañía, y se internó en las arenas. Mientras tanto, más atrás podía ver a André y a Michelle, abordando el ascenso de la colina, prisioneros de ese paso lento y coqueto que distingue a las leguas a la gente encariñada.

Detenida en la cima, el paisaje inquietante del desierto me golpeó, imponiéndome el silencio de la reflexión introspectiva. El desierto me mandaba sus mensajes, a través de las visiones exuberantes de sus arenas plenas de tonalidades ocres, grises y rosas, y de sus formas extraterrestres. Y, ahí, en silencio, se hicieron más patentes las conversaciones del viento.

Preferí atender a los sonidos que el viento habla, y me sorprendí encaprichada en el fluido diálogo. Su plática se me antojó plural, armónica, misteriosa y profunda.

Hay momentos en esa soledad en los que es requerido llamar al orden a la consciencia, para conjurar el riesgo inminente de dejarse ir, el deseo de arrojarnos completos en ese universo hecho de partículas pétreas, repetitivas e insondables.

 

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Foto: Martha Alzate.

 

Lo que sucede es que la vastedad del paisaje desértico, maestro espejo, nos devuelve a los propios relieves, a los valles y colinas interiores. Senderos en los que hasta los más avezados navegantes se han perdido para siempre.

Mejor suspirar e incorporarse para regresar. Y así lo hice, en compañía de los coquetos André y Michelle.

Exhaustos, arribamos a las villas, después de desandar lo andado.

En el salón de comer, recibimos como recompensa la dulzura de los cítricos, poseedores como son de la intensidad del fuego bajo el cual se dan a la vida.

Pasamos esas dulzuras con el té de muña. Infusión de mata autóctona que tiene propiedades calmantes, y que, al meditarlo de mejor manera, se revela como el vehículo que favorece el acoplamiento entre el sujeto y su entorno, que tienden a fundirse en presencia del arenal.

 

Foto: Martha Alzate.

 

A la hora del almuerzo en Samaca, nuevamente el paladar se preparaba para percibir las maravillas de la abundancia.

Recibimos como ofrenda las fragancias del pato al horno. Una delicia típica que rivalizaría con cualquier preparación gourmet, derrotándola sin atenuantes.

A estas alturas, la felicidad me impedía concentrarme en lo que había sido mi realidad. Los hijos se me vinieron como presencias distantes, mi ciudad y mis preocupaciones cotidianas se convirtieron en pequeños puntos, y mi ser ya no se acordaba de alergias, temores o demonios. El desierto amenazaba con disolverme, convirtiéndome en un fluido pacífico y amoroso. ¡Ni más ni menos que en jarabe de huarango!

Es la tarde fuimos al museo. En su lugar sagrado, Alberto ha construido una especie de maloca, cerrada en todo el perímetro, y con pequeñas aperturas dispuestas en el contorno superior. Al ingresar a la construcción, el ambiente se refresca. En el interior se ofrece una exhibición de trozos de cerámica y textiles, huesos y fósiles.

La muestra que se observa en las diferentes mesas, elaboradas especialmente en Samaca con ese propósito, es el intento de reconstrucción que el propietario ha hecho de la realidad que lo constituye desde siempre. Un acto de sinceridad, que hace explícito el trayecto de las culturas prehispánicas, proponiendo reconstruirlas a partir de los trozos remanentes del saqueo al que fueron sometidas.

 

Foto: Martha Alzate.

 

Lo que allí se muestra conduce a una doble reflexión, compuesto como está de los vestigios de una civilización, que se hace evidente en los pedazos sueltos de sus objetos. La propuesta implica no perder nunca de vista el asalto. La rapiña, dos veces cometida, a la que fueron sometidos los indígenas: en tiempos en que sus ojos se irritaban por el sol y las arenas, y, recientemente, cuando sus tumbas fueron saqueadas exponiendo nuevamente a la luz y al aire sus cuencas vacías.

El museo es más que un edificio un tanto excéntrico, o un capricho de un habitante preso de la melancolía propia de las dunas. Es una declaración, que consuma, con el debido exceso, la exuberancia prodigiosa de Samaca. ¿Qué más podría rematar a una hacienda, llena de vegetación y cultivos, animales e instalaciones de transformación artesanal deshidratadores o de tejidos, creada en medio del desierto? El museo, un recinto dispuesto para la memoria y el recuerdo, puesto en la mitad del lugar inhabitado por definición, es una provocación.

El poeta y filósofo de las arenas, ha dispuesto en medio de su oasis, lejos de todo y de todos, la construcción de una galería. Un recinto destinado a ser visitado por sus trabajadores, sus amigos, y a cuyas puertas arribarán también, puntuales y amistosas, las ventiscas que transportan cristales y partículas.

Terminada la visita al museo, el día remata nuevamente instalados en el comedor. Esta vez, para presenciar la representación de dos músicos. Son campesinos que han venido desde un lugar cercano. Son amigos y discípulos de Alberto. Han sido dignificados por él, y estimulados para ser cantores y poetas. Animan la velada con sus notas andinas. Algunas de sus canciones tienen letras adaptadas de poemas del mismo Alberto, a los que ellos han aportado acordes y compases. Otras nos hablan de los días que pasan como amantes de la tierra, y de los otros amores, esos por los que la respiración se entrecorta o se agita de cuando en cuando.

Terminada la presentación, los hombres se retiran. Como en cualquier hacienda colonial, se ubican aparte en una mesa de licores y anécdotas, carcajadas y picardías. Beben del “gallo blanco”, ese pisco que sabe a aguardiente refinado, cercano al tequila, pero más armónico y sereno.

 

Foto: Martha Alzate.

 

Eduardo y yo, los miramos a la distancia. Elías orbita entre el aquí –con nosotros- y el allá de la reunión de varones.

En la mesa de los hombres la ingesta del licor aviva los colores e incrementa el tono de las palabras. Los cantantes se animan y cuentan historias del terruño. Michelle acompaña la mesa. Ha recibido dedicatorias y, en el auge de los tragos, uno de los cantores se arriesga a decirle que le recuerda al “amor de su vida”, de nombre Estefani. Lástima que en esa noche de piscos y picardías Michelle no pueda ser Estefani. Paul va y viene. Solo sonríe, al tiempo que vacia las botellas, primero una de vino, después otra de pisco. Eduardo se confunde sin detenerse mucho en ello.

He aprovechado el momento de ocupación general para dar una mirada a “El Ojo Interior”, publicación dirigida por Alberto. Reviso un artículo que habla sobre la forma de liberarse de la tiranía de los pensamientos. Me intereso. Es una especie de instrucción para inducir estados de meditación. Trato de incorporar lo leído, y ahí, en ese momento, empiezo a ponerlo en práctica. Me ejercito en el dominio de la corriente de mi mente.

La noche avanza y al día siguiente madrugamos, pues nos es obligado dejar Samaca. Obligado es la palabra precisa. A esta altura de la visita, ya estoy atada a ese lugar. Los días se esfumaron y fueron a esconderse para siempre en algún rincón del corral de las llamas. Comentamos que sería preciso volver para una estadía más prolongada. Fantaseamos sobre el hecho de cómo cambiaríamos si pudiéramos pasar una temporada larga en ese lugar: solo caminar, leer, meditar, hacerse uno con el entorno.

Es hora de dormir. La amiga limeña de Eduardo y yo, nos retiramos.

 

Foto: Martha Alzate.

 

En la oscuridad de nuestra habitación, conversamos. Tema común no nos falta: todas las mujeres del mundo tenemos nuestro cuerpo tatuado de heridas afectivas que precisamos compartir.

Finalmente, nos entregamos al sueño. Pasé una noche inquieta, despertando cada tanto porque me había propuesto tener los ojos abiertos en el momento justo en que la noche fuera rota por las claridades del amanecer. Varias veces me incorporé para comprobar que aún era demasiado temprano. Volvía a dormir entonces, cada vez, hasta que por fin amaneció sin mí. Al abrir los ojos, la magia había sucedido en mi ausencia. –Tendré que regresar- fue el único pensamiento que pude articular como consuelo.

Rápidamente me incorporé e hice los ajustes finales al equipaje, de tal forma que después de calmar el ayuno todo se desarrollara de la manera más rápida posible.

El toque de la campana nos indicó que ya la mesa estaba dispuesta para nosotros.

Arribamos. Se nos obsequió con nuevas sorpresas. Un pez dorado sutilmente, y servido con guisantes y alcaparras, acompañado de rodajas de camote. Ese fue el plato que se dispuso para dejarnos por siempre presos de la añoranza de Samaca.

 

El Regreso

 

Foto: Martha Alzate.

 

Abordamos los vehículos, no sin antes despedirnos muchas veces –como todo aquel viajero que no quiere abandonar el lugar que ha hecho suyo-.

Emprendimos el camino de regreso, ahora a plena luz del día, para poder observar no solo la distancia recorrida sino la magnitud del desierto detrás del cual se oculta la hacienda de Alberto.

En el camino iba practicando mis instrucciones de meditación, y llegué con éxito a separarme por breves períodos de mi pensamiento, observándolo ajeno a mí, sin juzgarlo ni detenerme en él. Una especie de calor recorrió mi cuerpo y pude consubstanciarme con el entorno, y sentir como de él se desprendía un profundo amor, un impulso que partía del lugar que denominan el chakra sacro para regarse, poderoso, hasta el plexo solar. Era esa una fuerza placentera y potente, que por momentos amenazaba con hacerme salir disparada del asiento. Una sensación de bienestar, que va ascendiendo, hasta generar una especie de calor alrededor del estómago.

Totalmente perpleja, interrumpí el proceso muchas veces. Se me hacía tan evidente lo que experimentaba, que temí alertar a mis compañeros, pues me figuraba como si algo en mi humanidad estuviera iridiscente.

No hubo tal. Miré a Eduardo de reojo e iba concentrado en sus propios pensamientos. Giré varias veces la cabeza para comprobar que André y Michelle dormían en el asiento de atrás.

 

Foto: Martha Alzate.

 

Es algo que no me ha vuelto a suceder a pesar de que lo he intentado, o por lo menos no con igual fuerza.

El viaje de regreso continúo sin mayores contratiempos ni asuntos que comentar. Hicimos una parada en un restaurante típico, de aquellos que frecuentaban los viajantes de la segunda mitad del siglo pasado, y que todavía está en la memoria de quienes recorrieron estos caminos antes de la apertura de la vía Panamericana. El Piloto de Cañete, ubicado en municipio de igual nombre. En él, la comida era una nueva oración a los dioses de la abundancia.

Fuimos desandando lo andado, e intentando fijar en la memoria los paisajes, los referentes y los nombres de los lugares por los que íbamos pasando. En cercanías de Lima, se incrementa el número de condominios y hasta se puede ver un centro comercial, se llama el Bulevar Asia. Al haberse poblado el desierto con balnearios ricos a la orilla del mar, se han requerido este tipo de servicios. Un costado de la carretera vive al estilo “Miami”, mientras el otro costado está fuertemente invadido, a veces de manera ficticia. Por ello, es normal ver grandes extensiones del desierto ocupadas por pequeñas viviendas que nadie ocupa. De vez en cuando, un perro hambriento mueve la cola al encontrarse con alguno de los escasos habitantes. En otros, sin embargo, sí habitan comunidades. En su mayoría, son ellos quienes sirven en las casas de sus vecinos ricos. Según nos narró la amiga limeña de Eduardo, es común ver al personal de servicio en la playa, uniformado y calzado, mientras cuidan a los niños que, descuidados por sus padres, juegan en la arena; al tiempo que en los almacenes del Bulevar Asia se venden costosos productos, la gente asentada al otro lado de la carretera no tiene agua ni luz.

Así continuó el viaje. Transitamos en sentido inverso por la Panamericana con miras a alcanzar nuestro destino, el Aeropuerto Internacional del Callao, al que debíamos acudir para regresar los vehículos.

Ya en el aeropuerto, una vez entregados los carros en los patios de estacionamiento, nos acercamos al despacho del rent a car para verificar los saldos a cancelar. Mientras estábamos ocupados en esta tarea, al otro lado del pasillo, Michelle, en su precario español, nos anunciaba emocionada: “Es él, es él”. Como impulsados por una atracción desconocida, nos dirigimos todos en manada a verificar de qué se trataba.

 

 

Foto: Martha Alzate.

 

Cruzamos un umbral y, para sorpresa general, nos topamos de frente con Alberto Benavides Ganoza. El ausente, evocado durante todo nuestro viaje, se había hecho presente. No había ido al Aeropuerto a buscarnos a nosotros, ni mucho menos. Estaba en él por razones estrictamente personales, y se sentía igualmente asombrado de vernos.

El encuentro fortuito no podía ser mejor epílogo para nuestra aventura. La razón detrás de la presencia de Alberto en ese lugar era tan increíble como todo lo que con él se relaciona: a sus 63 años, se encuentra a la espera del nacimiento de su quinto hijo, y su esposa, en forzoso reposo, no podía acudir a recibir a algún visitante llegado a Lima. Fue este, y no otro, el motivo por el que pudimos reunirnos con Alberto, justo cuando nosotros regresábamos con él pegado a nuestros cuerpos y mentes, con ocasión de lo vivido en su proverbial Samaca.

De esta manera, el filósofo y poeta tomó forma y cuerpo ante nuestros incrédulos ojos, anunciando risueño el milagro de la vida que siempre se renueva, y rematando con la luz de sus picardías otoñales todas las proezas del mundo de Samaca.

Fin.

Reseña del libro “En busca de mí”

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Con motivo del Mes del Idioma, y del Niño, La Cebra que Habla presenta esta reseña del libro “En busca de mí”. Un libro de cuento infantiles, para grandes y chicos.


 

 

Información Bibliográfica del libro

Título Original (Op zoek naar mij)

Autor: Ed Franck / Kris Nauwerlaerts

Editorial: Panamericana LTDA

Género: Cuento Infantil

Año: 2015 Julio

Págs. 36 

 

Un libro nos cambia la vida. Las razones por las cuales se toma un libro y se pasan sus hojas, pueden ser muchas, algunas quizá más contundentes que otras, pero, siempre con el fin seguro de terminarlo (si es de nuestro agrado) antes de que su historia se desvanezca.

El tiempo que se le dedica a un libro cabe en un pasillo de colegio, en una escapada de la reunión familiar, en un viaje largo por tierra, en una llegadita a un hotel, o por evitar hablar con gente. Por esto, si es un buen libro, cabe en una tarde, devorado por  los ansiosos y curiosos ojos del lector.

 

Foto: Diego Val.

 

En esencia,  “Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”. Dijo y escribió alguna vez Mario Vargas Llosa. De esta manera “En busca de mí” es un libro de la editorial Panamericana de 36 páginas que algunos podrían concebir como una de esas importantes experiencias. Su historia, basada en temas como la adopción, las guerras civiles en África meridional y sub-sahariana, la discriminación racial y por supuesto el arte, exponen al lector bajo 17 Ilustraciones de Kris Nauwelaerts y el relato de Ed Franck; una sentida y políticamente incorrecta forma de describir las situaciones difíciles que puede vivir un niño negro en situación de adopción.

La historia habla de Kitoko, un niño negro, hijo de una mujer blanca, pintora y restauradora de obras de arte. Kitoko teme no ser igual de amado como su próxima hermana, la niña a quien conocerá en el transcurso de la historia durante un largo sueño de maravillosos lienzos surrealistas.

 

Foto: Diego Val.

 

Llama la atención el sinnúmero de veces que parece sobre los lienzos las similitudes con obras de Salvador Dalí, Pablo Picasso y Frida Kahlo como “La persistencia de la memoria”, en donde Kris retrata a Kitoko en un escenario detenido viendo a su hermana en el horizonte de la obra, con lo que podría ser su madre muerta a un lado y una manta encima de ella, un símil contundente con el reloj derretido sobre la –manta- en el lienzo de Dalí.

Lo que podría ser la guerra civil española en la Guernica,  en este libro, es la guerra civil, sí, pero de Rwanda, o de los rebeldes en el Congo, con machetes y aves de mal agüero en su entorno y por supuesto, Frida.

 

Foto: Diego Val.

 

Es importante comprender el papel de Kahlo en esta obra. En principio, se debe tener en cuenta que a sí misma, la mexicana no se consideraba como surrealista. Siempre afirmó que lo que retrataba, era su- realidad, por lo tanto “En busca de mí” es el reflejo no sólo de un niño negro, es el de un hombre y el de una mujer cuyos privilegios luchan junto a la constante de una supremacía racial, que además no escatima de su clase y/o género.

Con lo anterior, el reflejo de Frida está en el cuadro del principito Negro que Kitoko observa con detenimiento, en el orfanato de múltiples niños que seguramente han pasado por atrocidades similares a las suyas y en su regocijo constante con el hecho de concebir la libertad de su espíritu africano.

 

Foto: Diego Val.

 

En perspectiva, puede parecer un libro inocente a la lectura escueta, pero para un niño, es como un artista en potencia, poderoso y elocuente. Y adivinen qué, más para un niño o niña negro, quienes poco gozan de su imagen representada en un libro.

 

 

Tres voces de la Literatura Regional

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Con motivo del Mes del Idioma, La Cebra que Habla recupera un texto sobre la obra de tres autores de lo que una vez  se llamó el Antiguo Caldas.


 

I

La tierra éramos nosotros.

“Río Quindío, río Quindío” es la  voz interna y a la vez remota que a manera de señuelo anima los pasos de los personajes   de El río corre  hacia atrás, la novela de Benjamín Baena  Hoyos, que supone uno de los momentos más destacados de la  llamada literatura de la colonización antioqueña. 

Escrita en un lenguaje del todo ajeno a los  alardes verbales de una época signada por el efectismo y por lo tanto estropeada por la excesiva adjetivación,  la historia nos narra la aventura  vital de unos hombres  y mujeres  quienes, al tiempo que disfrutan y padecen la belleza  y las asperezas del paisaje, exploran  un universo interior surcado de símbolos, de  ambiciones y de las grandezas y miserias propios de los seres en trance de hacerse a un territorio.

El tiempo es  el de finales del siglo XIX; el espacio una sucesión  de ríos y montañas que un día se antojan promesas y al siguiente se convierten  en obstáculos insalvables.

Los protagonistas, un puñado de aventureros forjados en el fragor de las guerras civiles y curtidos en las lides de las esperanzas aplazadas. Con ellos, el narrador reconstruye    uno de los momentos que en muchos sentidos  definieron el perfil mental y moral de una generación de colombianos que hicieron del acto de descuajar montañas y plantar  su simiente  en el vientre de hembras milenarias  un resumen de su propia cosmovisión.

Autor del volumen de poemas  titulado Otoño de tu ausencia,  Baena Hoyos logra sustraerse   a las seducciones  del romanticismo tardío propio de su época, para forjar  una serie de personajes que  por momentos  se emparentan con las criaturas  de   un universo recreado por esa clase de literatura que dejó su impronta en el tránsito del siglo XIX al XX :   la del naturalismo que intentaba dar cuenta del carácter épico de unos pueblos  todavía anclados en los códigos y valores  de un pasado reciente, mientras el mundo se debatía en medio de las transformaciones ocasionadas  por la   Revolución Industrial en cuyo seno se forjaron pensamientos tan vigorosos como los de  Federico Nietzsche y Karl Marx.

 

Baena no lo supo: su estructura narrativa no era anacrónica sino adelantada a su época. La formal arquitectura de El río corre hacia atrás, es idéntica a la empleada por el escritor norteamericano Cormac McCarthy en sus novelas. Extraída de: La Crónica del Quindío.

 

En el caso de  El río corre hacia atrás, los arquetipos son los de la tierra hostil y pródiga a la vez. Sobre ella se teje y se desteje el destino de esas mujeres primordiales,  estoicas y silenciosas en su tozudez, cuya máxima expresión sería la desmesurada  Úrsula  Iguarán creada por el genio de García Márquez.

A su  lado caminan y libran su propia  batalla los  hijos de esa tradición católica y conservadora tan ligada a la propiedad rural, que en el caso de los colonizadores  no es otra cosa que la expresión de  la fe en su capacidad para transformar la naturaleza y apropiarse de  sus frutos.

Es  por eso que las metáforas sobre la siembra y la cosecha abundan  en sus páginas, así se hable de la conquista de una mujer, de las pugnas políticas  o del resultado de una riña de gallos. De cualquier  manera es el destino lo que se juega en cada uno de esos territorios.

Con todo y los riesgos propios de este tipo de experiencia narrativa, el escritor  logra sortear el más peligroso de los escollos: el de convertir a sus personajes  en meras caricaturas de una realidad  social  que las sobrepasa en su complejidad.

Nada  de eso: los  que habitan la novela de Baena Hoyos son seres humanos ambiguos  y contradictorios anclados en la encrucijada de un destino personal y colectivo del que apenas  pueden ser dueños a ratos: cuando escuchan la tonada de un tiple,  al disfrutar el aroma del sancocho hirviendo en la  cocina, cuando acarician el lomo de un perro o al presentir la  respiración de la mujer amada en la habitación contigua.

 

Benjamin Baena Hoyos. Pereira, 29 de abril de 1907- Pereira, 15 de julio de 1987 Realizó sus estudios primarios en la escuela pública de Armenia y los secundarios en la ciudad de Pasto. Recibió su título de abogado en la Universidad del Cauca, en Popayan. Extraída de: Academia de Historia del Quindío

 

Entre  esos grupos   humanos enfrascados en una batalla sin tregua por domeñar la naturaleza surgió un sistema de valores que literatos y políticos por igual, no tardaron en convertir  en seña de identidad: palabras como pujanza, gesta, titanes, casta y raza devinieron pronto  un diccionario sobre el que se acuñó la idea de una hipotética vocación colonizadora  y mercantil.

De allí surgió la creencia en una supuesta singularidad de los habitantes de esta zona y sobre todo de la ciudad de  Pereira, en lo que corresponde a su habilidad para el comercio, olvidando de paso- acaso  porque era conveniente a la hora de forjar el mito- que todos los pueblos avocados a la tarea de conquistar un territorio acaban por desencadenar dinámicas comerciales  más relacionadas con la supervivencia que con algo parecido a una suerte de destino manifiesto.

 

II

 Estaba la Pájara pinta…

La década del sesenta del siglo pasado representó para los colombianos afincados en los centros urbanos la posibilidad de asomarse, aunque fuera  a través de los visillos, a los cataclismos que transformaban al mundo.

La revolución sexual, las utopías revolucionarias y la carrera por la conquista del espacio afectaron de muchas maneras la forma de ver el mundo de las miles de  personas que alimentaban el crecimiento de las grandes ciudades.

Muchas  de ellas  incluso habían  participado en las jornadas de colonización que ampliaron  las fronteras agrícolas en distintas direcciones, para  acabar  alimentando la periferia de las  capitales luego de que  fueran despojadas de las  parcelas  que, al hacerse productivas, representaban una tentación irresistible para los dueños del capital.

En el ámbito literario, asistimos a la irrupción del llamado boom  latinoamericano, fenómeno  ilustrado con profusión de detalles. Entre la nutrida lista de autores de esos días figura  Alba Lucía Angel, una escritora  nacida en Pereira a quien su condición de andariega  ha llevado varias veces a darle la vuelta al mundo.

 

Este libro publicado en 1975 se ha vuelto un hito en la literatura colombiana. Un lenguaje fresco, ágil, ha permitido que la novela perdure y cada día sea más valorada por las nuevas generaciones. Extraída de: Colectivobicicleta.

 

Entre su rica producción narrativa, para el  caso que nos ocupa merece especial atención la novela Estaba la pájara pinta Sentada en el verde limón, una historia  ambientada en la Colombia y la Pereira de  los tiempos de la guerra entre liberales y conservadores.

Más allá de la atrevida propuesta  novelística-  que algunos no dudaron en calificar de experimental- resulta significativo cómo la autora recrea el mundo, su mundo particular  rescatando las palabras y giros lingüísticos propios del universo de su infancia. Esa infancia transcurrida entre  familias que, al igual que muchos integrantes de las élites locales de ese entonces, creían  haber accedido a  la modernidad y se sentían ilustradas porque viajaban a Europa en barcos transoceánicos y regresaban con pianos, lámparas de Murano y vestidos  a la usanza de París  que marcaban su diferencia con el resto de la población habitada por zambos y mulatos.

Esos privilegios fueron posibles  gracias a la acumulación de capital generada por la producción de café, que en el ámbito urbano se tradujo en un conglomerado comercial constituido en esencia por almacenes de telas y tiendas de alimentos.

Pero de repente, esa especie  de  pequeño paraíso de lujos y  exclusiones saltó en pedazos como consecuencia de una violencia  partidista que era en realidad la expresión visible de las viejas y siempre renovadas pugnas por  el monopolio de la tierra.

 

Albalucía Ángel Marulanda (Pereira, 7 de septiembre de 1939), también conocida como Albalú, es una escritora colombiana. Tuvo un estrecho vínculo literario con varios de los escritores del boom latinoamericano, pero se la considera de un estilo independiente. Extraída de: Mincultura

 

De modo que podemos decir que Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón cuando las ínfulas de prosperidad se derrumbaron en medio de las muchas formas que los colombianos hemos acuñado  para reimplantar la barbarie. Una vez, más se truncaba el mito de la pujanza y el progreso sin límites: seguíamos siendo buenos salvajes dispuestos a descuartizarnos ante el menor síntoma de desavenencia.

 

III

 Mucho tiempo después.

Décadas después de escrita y publicada  El río corre hacia atrás, el  ensayista y narrador risaraldense  Rigoberto Gil Montoya le  apuntará a la  invención de otra épica en un  paisaje  no menos hostil, aunque el escenario  ya no serán las montañas si  no el cemento y el bullicio urbano.

Los  protagonistas bien podrían ser los descendientes d e esos hombres    y mujeres que un siglo antes atravesaron los caminos del Quindío buscando un lugar  para fundar su propia tierra prometida. La  novela en cuestión lleva el título de   Perros de Paja, en un explícito reconocimiento  a la influencia del cine en su ya rica producción literaria.

Una  mujer llega hasta las calles sinuosas del barrio San Judas  con la idea de hacer  un registro fotográfico de la peripecia vital de sus habitantes que durante todo el tiempo tendrá como contrapunto la referencia a  Perros de paja, película  dirigida por Sam  Pekinpah, considerado por muchos como el sumo sacerdote de la violencia cinematográfica.

Desde ese momento  resulta claro que la  relación textual no es  un simple  truco narrativo :  de hecho hay demasiados elementos comunes entre la obra del director norteamericano y esos personajes  duros y  ásperos  que cada día se juegan el  pellejo en medio de ese  laberinto configurado en varios sentidos como  una ciudad aparte.

San  Judas es,  si se quiere, la contracara de ese universo  de “ allá arriba : la otra ciudad que se postula como una réplica de las bondades  de la modernidad  y la globalización  reducidas a  la capacidad para el derroche  y el consumo.

 

Extraída de: Cine Club Borges.

A este lado del mundo o, mejor dicho “ aquí abajo” malviven los que se quedaron por fuera del pastel y amasan entonces su destino con una mezcla de rabia y frustración  que, como en todos los lugares de la periferia, no tardará en encontrar en  los reinos de la trampa  y el delito la única posibilidad de redención, como si las utopías de igualdad y justicia soñadas por los jóvenes  de dos generaciones atrás solo fueran alcanzables por el camino de la transgresión de la ley ,mas no por el de la revolución política, como se soñó alguna vez.

Especialmente atraído por ese tipo de marginalidad y de exclusión que es hija natural de las injusticias sociales y económicas el  escritor crea su propia gesta de malandrines que por momentos recuerdan el compendio  atrabiliario y barriobajero de las novelas del argentino  Roberto Arlt, ese cronista de la otra cara de una Buenos Aires  encandilada por el brillo de oropel de una burguesía  confeccionada a la medida de la metrópolis.

Sin embargo, la mirada de Gil Montoya va más allá, pues el suyo es un intento por darle categoría estética   y existencial  a unos tipos humanos apenas reconocidos por las secciones judiciales de los periódicos.

Es  por eso que elige el cine  y no otro género como punto de inflexión.   Después de todo, el llamado arte del siglo XX fue desde un comienzo el escenario natural para la recreación de esas vidas cultivadas en la sombra, que estallan de repente como materialización de  las ambiciones y miserias de una sociedad. De Dillinger  a Bonnie and  Clyde  y de  Bugsy Siegel a los amos latinos del crimen  en la Nueva  York contemporánea, el cine  sigue alimentando su propia gesta de aventureros y arribistas, auténticos como nadie en la desmesura de sus  ambiciones.

Por las 164 páginas  de esta novela breve e intensa se pasean, además de esa inquietante muchacha cuyo verdadero nombre solo conoceremos al final, personajes tan  duros  y tiernos a la vez como Coringa, Cantinflas, Carrroñato y  Carecrimen,  hijos del asfalto y la necesidad  cuyos apodos denuncian la esencia misma de su condición.

 

Rigoberto Gil Montoya. Ensayista, novelista y profesor universitario. Inició su profesionalización con el título de Licenciado en Español y Comunicación Audiovisual de la Universidad Tecnológica de Pereira. Extraída de: El Diario.

 

Con un manejo de las técnicas narrativas que es  por momentos parodia de los formatos periodísticos, el narrador explora los códigos culturales propios  de la sociedad de masas, al tiempo que convida a echar una mirada al fondo de esas almas roídas por  el desasosiego y poseídas por la certeza de que la muerte siempre acecha a la  vuelta de la  esquina y bien puede habitar en los ojos de una muchacha que baila como ninguna en las discotecas del centro  de la ciudad.

Pero hay más, claro. Porque los personajes de Gil Montoya, al igual que los de  Baena Hoyos y Alba Lucía Ángel, van por  el mundo en pos de  unas quimeras  que a ratos se hacen carne viva y palpitante bajo las faldas de una mujer. Debe ser eso lo que los emparienta: la sospecha del amor y la inminencia de la muerte como telón de fondo de unas historias que tienen más en común de lo que puede parecer a primera vista. Al fin y al cabo las tres son un  intento de aproximarse al alma de un puñado de hombres en tránsito.

La Cebra que Habla en el Valle del Cauca

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Recorridos


 

En un recorrido por el Valle del Cauca, La Cebra que Habla elaboró tres textos entre reportaje, crónica y reflexión. De Guadalajara de Buga hasta Roldanillo. Este recorrido nos permite descubrir bajo otra mirada esta parte del territorio colombiano, además de departamento vecino a Risaralda.

 

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En Buga no solo se reza

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Guadalajara de Buga, como la llaman de reiterada manera los lugareños, es un paseo que promete sorpresas para quienes creen que la basílica es el único sitio de interés.


 

De origen indígena, Buga es una palabra que designa a una tribu caribe ya extinguida en esta región. De hecho, pocos elementos precolombinos han sobrevivido, aunque los pobladores han tenido el acertado tino de guarecerlos en la Academia de Historia local, ubicada en una casa que funciona también como museo y lugar de encuentro cultural.

Una peregrinación a Buga es de los viajes más comunes entre miles de nacionales que profesan la religión católica. De hecho, es equivalente a una peregrinación a La Meca, pero a la manera colombiana. Ingresar a la Basílica menor del Señor de los Milagros, el polo que atrae a los visitantes, es encontrarse con la fe expresada en su forma más simple: la adoración ciega.

Pero este viaje pretende otro tipo de peregrinación, así que solo basta con echar una ojeada desde el atrio para ver los modernos televisores pantalla plana ubicados a los costados y caer en cuenta que las mediaciones tecnológicas también llegaron acá para quedarse.

 

Foto: Martha Alzate

 

Al frente de la basílica se extiende la explanada donde la misericordia de una sombra se evidencia muy escasa: pocos árboles y mucho cemento para recibir a los miles de fieles que semana tras semana dan vida económica a buena parte de Guadalajara de Buga, como se llama este poblado de poco más de 100 mil habitantes orgullosos de sus raíces. Guadalajara también es el nombre del río tutelar, nombre que al parecer proviene del árabe y significa río de piedras.

Buga La Vieja, Nueva Jerez de los Caballeros, Guadalajara de Nuestra Señora de la Victoria de Buga, son otros nombres que ha recibido a lo largo de casi 450 años de historia. Fundada tres veces y trasladada otras dos, Buga, así a secas, conserva en la zona céntrica una arquitectura colonial de incuestionable belleza.

Muros de tapia, aleros abrigadores, paredes blancas y cargadero para ventanas y puertas son características que se repiten, pero en variables tan disímiles que la monotonía nunca llega al ojo atento y curioso de los caminantes.

 

Foto: Martha Alzate

 

Nota aparte merecen la catedral de San Pedro Apóstol y el Teatro Municipal Ernesto Salcedo Ospina. Ubicada en una esquina de la calle sexta con carrera 15, la catedral cuenta con tres naves y se conserva en buen estado. Es la iglesia mayor de la diócesis de Buga, una de las pocas ciudades intermedias que tiene obispo propio.

Por su parte, el teatro municipal, parece un pequeño teatro Colón, con tres niveles que rematan con “la palomera”, como se llama a los balcones del último piso. En su momento, albergó a compañías de zarzuela de cierto prestigio.

El lugar tiene el nombre del tenor lírico y compositor Ernesto Salcedo Ospina, conocido en el mundo artístico como Eddy Salospi y del cual queda un amplio abanico de canciones de música popular de su autoría e interpretadas por famosos duetos del siglo pasado.

 

Foto: Martha Alzate

 

La ciudad también ofrece otras atracciones arquitectónicas, como el Hotel Guadalajara, que ocupa más de una manzana con una edificación colonial californiana con una planta principal de dos pisos rodeada por amplios jardines y parqueaderos. Caminando hasta otro extremo de la ciudad se puede visitar la antigua estación del ferrocarril, usada hoy como sede cultural.

 

Un paseo gastronómico

La calle sexta divide la ciudad y cruza por el centro histórico. En ella, además de la arquitectura ya reseñada, se encuentran infinidad de restaurantes y tentaciones culinarias vallunas.

Ubicadas sobre la vía o en calles aledañas, los caminantes pueden tomarse el tiempo para beber una lulada en un hostal café llamado The Holy Water Ale, lugar de referencia para muchos extranjeros que visitan la región. Una parada necesaria para calmar la sed mientras se observa la parsimonia del caluroso atardecer pueblerino desde el balcón.

 

Foto: Martha Alzate

 

Panaderías con buena oferta de pandebono y otras delicias vallunas también están a la mano, pero es infaltable ingresar a una de las más clásicas: la panadería de Doña Stella (carrera 11 con calle sexta). Ver los aparadores mientras se asimilan los cautivantes olores es entrar en una deseada tentación. Un patio interior, fresco y con reminiscencias antiguas, es la excusa para complementar las harinas con alguna de las bebidas que se venden allí mismo.

También pueden ustedes caminar un poco más y visitar la casa de las Domínguez (calle tercera con 10) para saborear las famosas rosquillas confitadas, hechas con la misma masa del pandeyuca. Aunque forman una de las familias más aristocráticas, en una ciudad donde los apellidos todavía son la carta de presentación, las Domínguez abren la puerta de su casa para atender al público.

Otras experiencias gastronómicas pueden experimentarse en el restaurante Fundadores del Hotel Guadalajara, donde hallarán el sancocho valluno, entre muchas otras ofertas nacionales e internacionales.

 

Foto: Martha Alzate

 

También, en este lugar o algún otro que escoja, puede comer el arroz atollado, rico en carnes y adobado con comino de semilla, pimiento y paprika. O puede ir a Costiqui, para comer variedad de carnes asadas. No se preocupen por comida, la oferta parece de nunca acabar.

Para quienes tengan buen tiempo, es posible viajar a cinco minutos del casco urbano hasta Quebradaseca, donde se encuentra variedad de restaurantes que ofrecen comida criolla de buena calidad. Como postre, por supuesto no puede faltar el auténtico manjar blanco, para comer en el sitio y llevar como regalo.

Cerca se encuentra la laguna de Sonso, humedal considerado patrimonio natural de la humanidad, que sirve como sistema de regulación natural del río Cauca y donde habita una fauna diversa, tanto acuática como terrestre, además de varias especies de aves.

Guadalajara de Buga, como la llaman de reiterada manera los lugareños, es un paseo que promete sorpresas para quienes creen que la basílica es el único sitio de interés. Hay muchos lugares para visitar, muchas actividades para hacer, por eso lo recomendable es alojarse uno o varios días en alguno de los numerosos hoteles y hostales que hacen parte de su guía de lugares de hospedaje.

 

Foto: Martha Alzate

Buga y sus encantos en una tarde de recorrido

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Esta tradicional ciudad del Valle del Cauca, atravesada por las aguas del río Guadalajara, cuenta a su haber con 448 años de existencia.


 

Largos años en los que el agua de su río la ha visto conformarse como una típica ciudad española, con ese trazado en damero de calles largas que se visualizan perfectamente de inicio a fin.  Pero Buga, es mucho más que eso.

Su centro, sector antiguo de casas coloniales, patios de los que brotan frescuras, baldosas coloridas y ventanas que evocan viejos romanticismos, fue declarado Monumento Nacional y Bien de Interés Cultural Nacional en el año 2010.

 

Foto: Martha Alzate

 

En la Resolución del Ministerio de Cultura que contiene esta declaratoria se puede leer: Sector Antiguo de Buga y su Zona de influencia conforman un conjunto urbano caracterizado por un trazado en retícula regular, derivado del crecimiento del núcleo fundacional erigido en 1575, el cual sigue el modelo español de ciudad colonial determinado en las Ordenanzas Reales de 1512 y 1572. Esta estructura se consolida alrededor de una plaza central, hoy Parque José María Cabal y está definida por manzanas cuyas cuadras tienen entre 92 y 93 m de longitud. En los cuatro costados de la plaza se conservan las edificaciones que dan cuenta de diferentes periodos en la historia de la ciudad. Entre estas se destacan, sobre la esquina suroriental de la plaza, la Catedral de San Pedro, construida en 1776; sobre la carrera 14 predominan austeras construcciones coloniales y tres edificios republicanos dominan el recorrido de la calle 7, con el Palacio de Justicia, y la carrera 14, con el Edificio Los Portales”.

En Buga existe un buen número de iglesias. De ellas, la más antigua hace parte de lo que antiguamente fue un colegio jesuita.  Se llama la iglesia de San Francisco. También allí una construcción que fue, antiguamente, el colegio Académico, y hoy alberga los programas de humanidades de la Universidad del Valle.

 

Foto: Martha Alzate

 

Hay también en esta ciudad un teatro, construcción que recuerda al Colón de Bogotá, aunque de tamaño mucho menor.  De estilo arquitectónico Neoclásico, este fue inaugurado (según versiones) en 1922. Tuvo su época de esplendor en la primera mitad del siglo XX, quedando después en el abandono. Su reconstrucción inició en el 2006, y fue re inaugurado en el año 2011.  Actualmente, su estado es bueno y según nos comentó el Secretario de Cultura de la ciudad, Johnny Fernández, se espera brindar una oferta continua de espectáculos culturales como teatro, musicales, entre otras actividades.

Otro de los activos culturales de Buga es la Academia de Historia Leonardo Tascón, que realiza actividades en pro de la conservación de la historia de la ciudad desde 1962.  Ella cuenta con varios fondos en los que se conservan diferentes tipos de documentos.

 

Foto: Martha Alzate

 

Así mismo, visitamos la Casa de la Cultura, una hermosa edificación de estilo republicano, en donde se ofrecen diversas actividades en las que participan niños jóvenes que encuentran allí una opción para su formación cultural.

Otro de los lugares recomendados es el tradicional Hotel Guadalajara. Construido en las márgenes del río del mismo nombre, su estilo arquitectónico es colonial californiano o neocolonial, y ha sido declarado inmueble patrimonial del departamento del Valle del Cauca.  Se caracteriza por sus amplios y frescos corredores, enmarcados por los arcos que dan cuerpo a la estructura. Su amplio restaurante tiene vistas y salidas a un patio central, en el cual se halla una fuente.  El trabajo de madera en los techos, ventanales y muebles del lobby de acceso, es llamativo.  Al igual que los pisos, y la decoración, que conservan un estilo armónico, evocador de tiempos pasados en buen estado de preservación.  Cuenta con una piscina generosa, amplios jardines y cómodas habitaciones, algunas de las cuales están orientadas al caudal del río.  Su otra fachada se proyecta sobre la Calle 1ª, amplia vía en la cual es posible observar interesantes construcciones de residencia, cuya arquitectura se relaciona con el estilo moderno. 

 

Foto: Martha Alzate

 

Entre otros aspectos interesantes de Guadalajara de Buga está su tradición masónica.  De ella quedan algunos vestigios, como el faro construido en cercanías al hotel Guadalajara y del cual se dice que significó un gesto de rebeldía de los bugueños en épocas en que la clase dirigente de Cali se negaba a construir la carretera al mar (puerto de Buenaventura) con conexiones a Buga.  El Faro fue, entonces, un símbolo y una señal de la visión de progreso de los naturales de esta región.

En contraste, es bastante conocida la importancia que tiene para esta ciudad la basílica del Señor de los Milagroso de Buga.  No nos detuvimos en este lugar de peregrinación, del cual destaca su amplia plazoleta que sirve de lugar de encuentro y de celebración de multitudinarios eventos. Cuenta igualmente con un Museo que es deseable visitar. Esperamos hacerlo en una próxima visita.

 

Foto: Martha Alzate

 

En el parque principal, José María Cabal, se encuentran animales que habitan la espesa vegetación del lugar.

Enmarcado por edificios de arquitectura representativa como el Palacio de Justicia (que lleva el nombre del único presidente de Colombia de origen bugueño, Manuel Antonio Sanclemente, al que le tocó, entre otras dificultades, dirigir el país en durante la guerra de Los Mil Días), la zona fundacional rodea al parque con varias edificaciones de valor arquitectónico y patrimonial.

 

Foto: Martha Alzate

 

Ya para finalizar esta jornada de recorrido, en medio del calor y llevando siempre al sol de la tarde como compañero, nos dispusimos a comer algo típico y a tomar un refresco.  En la panadería de Doña Stella se pueden encontrar los típicos amasijos bugueños y una buena variedad de panadería fina. La casona que ocupa tiene un agradable patio central en el que es posible sentarse a tomar onces y algos.  Igualmente, visitamos el restaurante bar Holy Water Ale. El dueño e impulsor de este lugar, de origen alemán, ofrece variedades de cerveza de fabricación artesanal y diferentes bebidas y comidas de buena preparación y sabor.  Allí probamos, entre otras cosas, el agua de Jamaica, muy refrescante. Una compensación necesaria a las altas temperaturas que acompañaron nuestra visita aquella tarde por las calles de la ciudad señora.

Prometemos volver pronto, pues son muchos los lugares que nos faltaron por visitar. Igualmente, sería una maravilla poder conocer las tradicionales casonas en su interior. De lo poco que pudimos ver, nos asombraron esos patios interiores, con toda su frescura, vegetación, y algunos que tienen animales como canarios, que viven sueltos en el interior de las residencias.  Buga nos sorprendió gratamente, y sus encantos, que apenas alcanzamos a vislumbrar, nos invitan a realizar una visita más prolongada. ¡Que así sea!

 

Foto: Martha Alzate

Algunos lugares emblemáticos en la ciudad de Pereira

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Plaza de Mercado Popular Impala. Calle 41.

Lugares emblemáticos en Pereira que aun recordamos como si fuera ayer.


 

La ciudad de Pereira en constante renovación urbanística, rememora con esta galería foptográfica antiguos, clásicos y emblemáticos lugares donde el pereirano común solía hacer sus compras de segunda. Como no recordar El Mechero, antes ubicado en el subsuelo de lo que ahora es La plaza Victoria; o la galería de frutas, carnes y verduras, antiguamente emplazada en la Calle 15 con Carrera 9ª. Y así con estas fotos pretendemos que pueda memorizar otros lugares, que, sin duda son parte de nuestra ciudad y nuestra historia.

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Vibrato: dos jóvenes con una visión musical

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Este proyecto es el sueño de una pareja de artistas jóvenes,  cada uno apasionado por su disciplina y comprometidos en esta nueva etapa.


 

Vibrato Agencia Musical es una empresa familiar iniciada por dos jóvenes:  Mario Álvarez Rodríguez  y Vanessa Correa Hernández. Ambos se enfocan en disciplinas artísticas. Vanessa estudia Literatura en la UTP (Universidad Tecnológica de Pereira) y Mario es músico de la Banda Sinfónica de Pereira. Son una pareja sólida desde hace dos años, y desde ese momento decidieron emprender este sueño juntos.

 

Vanessa Correa Hernández  25 años.

 

Foto: Diego Val.

 

Bueno, yo estudio literatura en la Universidad Tecnológica de Pereira, aunque anteriormente realicé un técnico en administración de proyectos en el SENA.

Mi esposo es saxofonista en la Banda Sinfónica de Pereira. Cuando lo conocí, él estaba en el gremio de la música y yo estaba muy implicada en el mundo del arte. Empezamos con la idea de crear una marca. A él lo suelen llamar a muchos eventos: bodas, cenas románticas, cumpleaños, ceremonias y yo tenía experiencia administrativa, ya que tuve restaurante donde hacía exposiciones de arte.

 

Vibrato surge de la unión de fuerzas emocionales y profesionales. Por un lado Mario fomenta  la parte musical utilizando su conocimiento y experiencia; por el otro Vanessa se encarga de la vía administrativa y las relaciones públicas. El enfoque de esta agencia son los artistas emergentes, las propuestas urbanas y los talentos que aún carecen de representación. En cuanto a la difusión de la empresa desde la vía administrativa se tiene como prioridad al cliente, sus necesidades, parámetros y gustos. Se presentan propuestas según diferentes géneros, perfiles y ambientes o lugares sociales.

 

Por ejemplo, ahora que Comfamiliar quiere inaugurar lo de la sala de conciertos, queremos presentar alguna propuesta, también a la Alianza Francesa de Pereira y  el instituto Colombo Americano. La idea es llevar más productos a otras instituciones y departamentos de Risaralda.

 

En el mundo de los músicos suele haber mucha disciplina, cada músico estudia y se enfoca en perfeccionar su instrumento. Sin embargo, la parte comercial, lo justifica Vanessa, suele estar muy abandonada, y ese el el trabajo de Vibrato, ofrecer perfiles de músicos y realizar toda la gestión pertinente hasta llegar a un acuerdo con el cliente. también ofrecen clases de  música, aunque haciendo la aclaración de que no son una académia, aunque muchos de los músicos que hacen parte de la agencia tienen la facultad de enseñar, asegura ella.

 

Foto: Diego Val.

 

Como parte de sus actividades, cubren eventos  con diversos géneros musicales como el flamenco, jazz, salsa, folclore. Siempre fomentando y apoyando la música característica y tradicional del departamento  no debemos permitir que se pierda la esencia de esta regiónAfirma en su voz.

 

Nuestros servicios son muy diversos, por ejemplo la gente llama solicitando asesoría para comprar un instrumento: nuevo, de  segunda, no importa. Así se trata de satisfacer esa demanda en las personas entre otras relacionadas con el arte musical. 

 

Este sueño, hoy en proceso de consolidación, empezó hace un año. Primero siendo mediadores entre el cliente y los músicos. Luego realizando una convocatoria en las redes sociales, donde invitaban a los músicos a enviar su hoja de vida, para así crear una base de datos. Además cada músico tendría un perfil determinado con fotos, audios, vídeos, como parte de la presentación formal.

 

Cada vez esta empresa tiene más público. A lo largo del tiempo nuestra credibilidad se ha construido con nuestro trabajo, producto y los artistas de calidad que componen esta familia llamada Vibrato. Tenemos un formato base de cotización que se ajusta según la necesidad del cliente: la cantidad de músicas, el aforo del evento, los instrumentos necesarios, la publicidad.

 

Un aspecto a considerar es que en Pereira aún este tipo de empresa no tienen una competencia fuerte. En otro tiempo existió una agencia parecida, pero actualmente no hay ningún empresa similar a Vibrato, aunque la oferta está abierta y es de libre determinación en el mercado. Este proyecto musical es el sueño de una pareja de artistas jóvenes,  cada uno apasionado por su disciplina y comprometidos en esta nueva etapa.

 

Mario Álvarez Rodríguez , 28 años

 

Foto: Diego Val.

 

Soy músico académico , aunque en los últimos años me he inclinado por el jazz. Tengo apertura para muchos géneros, puedo tocar desde música clásica hasta folclor y tropical. Desde el año 2009 empecé  en este proceso académico en la Banda  Sinfónica de Pereira, tocando Saxofón tenor. En el colegio tocaba flauta dulce y cantaba en el coro. Estudié en el INEM Felipe Perez , después empecé a estudiar música en la Universidad Tecnológica de Pereira y mi instrumento ha sido el Saxofón desde entonces.

Todo empezó cuando decidí estudiar música en el colegio los días sábado. En ese tiempo el grupo se llamaba Banda Escuela.  Estudiábamos gramática, y después elegimos los instrumentos. Yo no tenía preferencia por alguno y lo comenté en mi casa, entonces me dijeron que por qué no elegía el Saxofón como Lisa Simpson, y desde que empecé he tenido mucha afinidad con el instrumento.

Jairo Antonio Navia Echeverry, fue mi profesor y siempre será un referente. El actualmente es  clarinetista y saxofonista. Es una persona que todos los días practica sus instrumentos y tiene un rutina muy disciplinada. Ahora hace parte de la Orquesta filarmónica de Cali.  Javier Ocampo es otro músico que admiro. Tiene una maestría en Saxofón, doctorado en artes y el año pasado estuvimos en  el FESTIVAL INTERNACIONAL DE SAXOFON BELLAS ARTES  en Cali, donde participaron saxofonistas de todo el mundo.

 

Vibrato tiene muchas proyecciones a futuro,  partiendo de dos objetivos: desarrollo cultural y administrativo, ya que desean adquirir un reconocimiento a nivel nacional en representación musical y representación artística.

 

Foto: Diego Val.

 

Como agencia, tienen un acuerdo con  Comfamiliar, donde realizan un concierto el tercer viernes de cada mes. Vibrato  selecciona  los músicos encargados de la presentación. El mes de febrero Mario estuvo como invitado y luego presentaron un bandolerista; después se viene un pianista de música colombiana, y luego pasaran una propuesta de música rap.

Otra de las líneas que maneje Vibrato es apoyar proyectos inclusivos y sociales a través de la música. El Grupo de Rap Sociedad Real, ilustra vidas difíciles e invita a la paz,  el amor a la vida y el respeto por los otros.

Este grupo, que además lidera el hermano de Mario,  estuvo en un programa de Naciones Unidas y juntos viajaron a Bolonia, Italia. Actualmente están haciendo un programa de re socialización en las colonias, donde vive población vulnerable y allí desarrollan un trabajo  musical con los niños. Este es un proyecto de paz, un trabajo de reestructuración de la sociedad a través del arte.

 

Hambrientos y furiosos

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El argentino no se anduvo con rodeos para ponerle título a su libro. Tenía que llamarse así: El hambre.


 

A lo largo de su carrera el escritor argentino Martín Caparrós ha sabido mantener la pluma afilada para denunciar  sin miedo las taras y poderes que arrasan al mundo. Por eso  no sorprende que en uno de sus  libros, titulado El hambre,  hilvane de entrada un planteamiento jodido en estos tiempos de asepsia y corrección política: que el hambre de millones de personas en este planeta no es el mal que algunos  tratan  de paliar con asistencialismo y caridad  cristiana, sino el síntoma de una enfermedad llamada capitalismo, cuya expresión más sofisticada es el consumo y derroche demencial de  cachivaches inútiles.

Y ya sabemos que cuestionar los métodos del capitalismo no es algo bien visto, sobre todo después de la caída del bloque  soviético y la consiguiente  aparición de profetas empeñados en anunciar el fin de la historia y en descalificar  a quienes  nos  negamos a  aceptar que un sistema  enfocado en concentrar la riqueza de manera impúdica  y en condenar a millones a la miseria sea el mejor de los mundos posibles.

Desconfiado de las estadísticas  y de las cifras a secas, en un tiempo en el que los datos amenazan con remplazar a los relatos, Caparrós se puso una vez más sus botas de siete leguas  y se fue  a recorrer los lugares donde reina el hambre: Sudán, India, Bangladesh, Madagascar. Pero no solo allí: también lo persiguió- y lo descubrió- en sitios donde el capital ha levantado  sus castillos. La Chicago de la especulación financiera o el Buenos  Aires  de los nuevos potentados enriquecidos por la bonanza de la  soja, cuyas ganancias no sirven sin embargo, para alimentar a miles de  argentinos desnutridos.

 

Foto extraída de: Las2orillas

 

Es decir, el cronista  se propuso contar el hambre desde la voz  y  el drama de quienes lo padecen. No desde las cifras de  las Naciones Unidas o de las miles de  Ong que, en últimas, también se lucran del infortunio ajeno. Por eso su libro está habitado por casi niñas dedicadas a parir por decenas, no por  irresponsabilidad o desidia, como creen algunos biempensantes, sino por  una vieja ley natural que en condiciones de hambruna llama a tener muchos hijos como única garantía de que algunos cuantos sobrevivan.

En sus páginas desfilan también los niños  y jóvenes  esclavizados en jornadas de  catorce horas diarias a cambio de dos dólares, en fábricas que producen prendas de las marcas   Nike   o Lacoste, que serán lucidas después por los voraces consumidores de los centros comerciales de París, Bogotá  o Los  Ángeles.

El argentino no se anduvo con rodeos para ponerle título a su libro. Tenía que llamarse así: El hambre, como un desafío a  los políticos y tecnócratas  que ahora  utilizan la expresión  “Inseguridad alimentaria” para referirse a la pura  y física miseria que  les impide a quienes la padecen llevarse un puñado de arroz a la boca.

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Foto extraída de: Jot Down

 

El  hambre  es así un libro político hasta los huesos. Su autor lo  enfatiza a lo largo de  seiscientas páginas. No son  solo las sequías, ni las guerras, ni la corrupción de los gobiernos. Es sobre  todo el sistema político. En el siglo XXI  la gente  no padece hambre  por falta de alimentos. De hecho, el planeta está hoy en condiciones de alimentar al doble de quienes lo habitan.

El problema, el drama, el crimen  reside en que millones no tienen con qué comprarlos. Países que padecen hambre exportan alimentos  porque  las mejores tierras están en manos  de corporaciones asociadas con agentes locales que producen  para el mercado externo. A ello se suma un sistema financiero en el que individuos  que nunca han visto ni tocado un grano de trigo se enriquecen en un abrir  y cerrar de ojos especulando con los precios en el mercado.

¿Es ese el mejor de los mundos posibles?

Martín Caparrós nos responde que no. Pero no se detiene allí. Contra todo pronóstico  propone lo impensable, al menos para quienes de un lado  gozan de todos  los privilegios o  los que en el otro extremo sucumbieron a la alienación total, al evangelio del consume y cállate “No sé  si podemos cambiar  del todo las cosas sugiere en algunas de sus reflexiones. “Pero si tenemos la obligación ética de denunciar y resistir.  Denunciar  y resistir”. Después de todo quienes controlan las cosas conocen el sentido y los alcances de aquella vieja sentencia: “ A hungry man is an angry man”

 

Foto extraída de: Timedotcom