lunes, junio 16, 2025
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Rock de Navidad

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Canciones navideñas interpretadas y compuestas por grandes músicos de rock.

Mantenemos este año la chispa navideña en La cebra que habla con recomendaciones musicales por semana, iniciamos el pasado 7 de diciembre. Pónganse los audífonos y disfruten las recomendaciones para esta semana:

Madness – “One Step Beyond. Un paso más allá, versión navideña. Un performance de Madness en el programa infantil Runaround, 25 de diciembre de 1980.
Harry Belafonte – “Mary’s Boy Child. Este tema fue grabado en 1956 por el legendario cantante jamaiquino Harry Belafonte, una de las figuras pioneras de la música jamaiquina.
John Lennon & Yoko Ono – “Happy Christmas (War Is over). Recordamos a Lennon, quien hace un par de días conmemoramos sus 40 años de asesinado.
The Pretenders – 2000 Miles. Grabada en la navidad de 1983.
León Gieco – “La Navidad de Luis. Un clásico del rock argentino: la patrona de Luis le ofrece una sidra y un pan dulce, pero el muchacho -aunque agradece el gesto- no acepta “porque mi vida no es de Navidad”, explica.

El remoto país de lo que soy

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Por andar distraídos con los torpes delirios de redes y medios, dejamos olvidado el asombro de estar vivos. Este extraño paraje que habitamos, estas raras criaturas que somos, ese brillo fugaz de la existencia… todo eso relegado a causa de espejismos con los que unos bandidos enfermos de avaricia nos engañan.

Decidido a ser el dueño de mis días, sostengo una batalla contra aquello que quiere despojarme de mi propia realidad. Me obligo a estar alerta, procuro recordar que las grandes noticias no han sido una disputa en el congreso ni una final de infarto en un estadio, sino algo más cercano y más recóndito: los hechos del país de lo que soy.

Hace un par de semanas, en ese país remoto, ocurrió un hecho extraordinario. Mi cuerpo fue invadido por curiosos aparatos: una cámara ínfima, herramientas minúsculas, tornillos e hilos que ahora se confunden con los huesos y músculos que componen mi hombro.

Entre las cosas raras que han pasado en mi cuerpo, aquella cirugía ha sido la más rara. Ya antes tuve cámaras dentro de mi organismo. Mi paisaje interior ha sido dibujado con la ayuda de rayos invisibles. Perdí la doncellez con un urólogo con manos de gigante. Pero nunca había sido el objeto de una intervención tan minuciosa, tan íntima y profunda. Lo curioso es que, mientras tuvo lugar la gran noticia de mi vida reciente, yo andaba en la más inconsciente de las inconsciencias.

Ese día había llegado temprano al hospital y seguí como niño juicioso las indicaciones que me hicieron. Me pusieron un gorro y una bata indecorosa. Me cubrieron las piernas con calentadores. Me explicaron de nuevo lo que harían: cortes aquí, costuras y enlaces allá, limaduras en el hueso tal.

Poco antes de las once vino una enfermera pequeña y fuerte que me condujo en la camilla hasta la sala de cirugía. A pesar de la luminosidad y la blancura, el ambiente era como de cantina del viejo oeste: música ruidosa, gente armada, de antifaz y con gesto de que no se sorprendían ante nada. Recuerdo que respondí una pregunta del anestesiólogo, algo sobre mi nombre, pero no recuerdo más. Cuando volví a ser este que soy, supe que habían transcurrido cuatro horas.

Una quietud prolongada y un régimen progresivo de ejercicios me devuelven poco a poco la movilidad. Pero no deja de asombrarme esa muerte temporal en que me hundí, mientras un grupo de gente se movía por parajes de mi cuerpo nunca antes visitados. Cada vez que recuerdo esa ausencia total me vuelve a sorprender la sencillez con que se apaga la luz del entendimiento, lo fácil que fue dejar de ser.

Publicado en Vivir en El Poblado, el 23 de mayo de 2019.

Vivir en los confines: la construcción espacial del suburbio en Mercè Rodoreda y Juan Marsé

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Por, David García Ponce. Universidad de Barcelona. Tomado del libro: DIMENSIONES. El espacio y sus significados en la literatura hispánica.

La cara velada del «desarrollismo»

En la década de los sesenta, el país vivía el llamado milagro económico o «desarrollismo» que traía consigo uno de los flujos migratorios más importantes del siglo xx. La población española no solo emigraba a países emergentes sino que un importante éxodo rural se instalaba en las periferias de las ciudades industrializadas. Este fenómeno comportaba una transformación del paisaje de las grandes urbes. En sus alrededores se construyen viviendas autoconstruidas que forman núcleos suburbiales carentes de equipamientos y con acentuadas diferencias con los barrios del centro. Con frecuencia, esta situación permaneció oculta por los medios informativos, sin embargo, la literatura subvierte esta imagen conciliadora y superficial.

Este es el caso de Barcelona que en los sesenta alcanza un nivel de industrialización alto y recibe emigración de toda la geografía nacional. No obstante, la mirada literaria hacia la periferia es bidireccional; en lo que a la ciudad se refiere, se establecen planteamientos narratológicos diferentes entre la literatura catalana y la castellana. La primera experimenta una tímida recuperación con autores interesados por la temática urbana y aquellos que permanecen en el exilio. La literatura castellana, por su parte, encuentra en Juan Marsé uno de los mejores testimonios literarios de la época.

Juan Marsé

El fenómeno de la emigración ha sido constante en Barcelona. El flujo migratorio de la posguerra trajo consigo repercusiones culturales y, consecuentemente, literarias. Desde los cincuenta, la novela social escrita en castellano encuentra en los barrios más desfavorecidos un cauce para narrar las desigualdades que padece una parte de la población. Este eje temático se prolonga en los sesenta, los años del «desarrollismo», un período que coincide con una renovación de la novela.

Según Stewart King, la novela catalana representa el fenómeno de la inmigración de forma diferente ya que en esta época hay un recelo hacia la inmigración por «el hecho que [los inmigrantes] hablan la lengua castellana» (1). La presencia de estos grupos se interpreta, por parte de algunos sectores intelectuales, como una amenaza a la cultura catalana y, por extensión, al discurso catalanista ya que el emigrante habla la lengua impuesta por el régimen e importa una cultura considerada como oficial.

Este enfoque diferente lo encontramos en Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé (1933), en lengua castellana, y El carrer de les Camèlies de Mercè Rodoreda (1908-1983), en lengua catalana. Se trata de dos obras que proyectan una mirada diversa frente a los espacios suburbiales y los temas relacionados con este locus. El objetivo de este artículo es mostrar las diferencias a través de estas dos obras ficcionales.

De lo extraño a lo cotidiano, de la crítica a la utopía

Ambos autores barceloneses publicaron sus obras en 1966. Rodoreda se alzó con el Premio Sant Jordi y Marsé obtuvo el Premio Biblioteca Breve. Sus respectivos espacios literarios, o barrios, son colindantes. Mientras la mayor parte de las obras de Marsé transcurren en los barrios de Gracia, Guinardó y El Carmelo, Rodoreda lo hace en Gracia o San Gervasio. Este último, poblado por residencias burguesas, es el punto de partido de la huida de Cecilia en El carrer de les Camèlies y el espacio que Manolo Reyes pretende conquistar.

Cecilia Ce es una joven a quien sus padres abandonaron frente a una casa en San Gervasio y una pareja del barrio de clase media se ocupó de ella. Años más tarde, se escapa con Eusebi a un barrio poblado de barracas. Tras esta historia de amor, Cecilia entra en el mundo de la prostitución y mantendrá varias relaciones sin que ninguna de ellas le aporte felicidad.

Tampoco la suerte acompaña a Manolo Reyes, alias el «Pijoaparte». El personaje creado por Marsé representa a un emigrante del sur que se instala en el barrio de El Carmelo, una de las colinas de Barcelona. Desde ella contempla la ciudad mientras sueña por un mundo mejor, hecho que le motiva a visitar los barrios burgueses. Allí conoce a Maruja, una sirvienta, y más tarde a Teresa, una joven burguesa de izquierdas. El Pijoaparte mira a la ciudad desde el extrarradio y se desplaza al barrio de San Gervasio, donde transcurre la infancia de Cecilia y donde vive Teresa.

El personaje de Cecilia nace de una necesidad de la autora. Diríase que es la historia de una transgresión; la cara opuesta de Natalia, conocida como «la colometa», protagonista de La Plaça del Diamant (1962). Rodoreda explica en el prólogo de Mirall Trencat publicado en 1974: «me había metido tan adentro de la piel del personaje, la tenía tan cerca que no podría huir.

Mercè Rodoreda

Necesitaba encontrar a alguien opuesto y así nació Cecilia Ce» (2). En cambio, Marsé crea el personaje desde su experiencia personal y sus referentes literarios. El autor recuerda como los niños del Carmelo bajaban al barrio de Gracia. Su comportamiento era diferente y los adultos advertían a los niños del barrio que tuviesen cuidado3. Ya a un nivel literario, el personaje tiene rasgos picarescos y una estirpe stendhaliana: soñador y reaccionario y, como Julien Sorel, ambiciona una ascensión social.

Ambos rechazan cualquier vinculación sentimental con las criadas para cumplir con un desafío social: Madame de Rênal o Teresa Serrat. Pero el Pijoaparte se construye también con los rasgos de un personaje de novela picaresca. Por otro lado, Gonzalo Sobejano halla rasgos quijotescos en cuanto a que es soñador e imaginario: «Amargo y pequeño Quijote de la narrativa social, este libro es en sí, al modo como el Quijote fue el mejor libro de caballerías posible, una excelente novela social, pero ya no derecha, ya no «objetiva», sino más bien (siguiendo el rumbo marcado por Tiempo de silencio) indirecta, subjetiva, satírica, airada. La sátira parte siempre de una sensibilidad moral presa de irritación» (4). Últimas tardes con Teresa representa los sufrimientos del pueblo y la decadencia de la burguesía, todo ello con parodia y sarcasmo. Cecilia Ce y Manolo Reyes se escapan del barrio pero emprenden un camino opuesto. Ella se dirige desde el barrio burgués hasta el suburbio. En el desplazamiento, la autora no aporta muchas coordenadas espaciales salvo la proximidad al mar y al cementerio, lo cual hace suponer que las barracas se ubicaban en un núcleo de barracas de la montaña de Montjuïc que había proliferado en los años veinte, con motivo de las obras de la Exposición Universal de 1929, y crece durante toda la posguerra.

Este es precisamente el período en que Rodoreda sitúa la obra. En el otro extremo de la ciudad, en el Monte Carmelo, vive el Pijoaparte, quien también emprende un viaje:

La noche del 23 de junio de 1956, verbena de San Juan, el llamado Pijoaparte surgió de las sombras de su barrio vestido con un flamante traje de verano color canela; bajó caminando por la carretera del Carmelo hasta la plaza Sanllehy, saltó sobre la primera motocicleta que vio estacionada y que ofrecía ciertas garantías de impunidad (no para robarla, esta vez, sino simplemente para servirse de ella y abandonarla cuando ya no la necesitara) y se lanzó a toda velocidad por las calles hacia Montjuich. Su intención, esa noche, era ir al Pueblo Español, a cuya verbena acudían extranjeras, pero a mitad de camino cambió repentinamente de idea y se dirigió hacia la barriada de San Gervasio (5).

La verbena de San Juan es también importante para Cecilia que es allí donde se encuentra con Eusebi, un joven de quien sabía poco y que había conocido el día que se escapó al Liceo de Barcelona: «Havien passat dos anys de la guerra i l’Eusebi, al peu del reixat, alt i prim […] ja era un home. Vaig girar el cap i em vaig acostar al reixat mig d’esma, i sense dir res vaig encastar el front als ferros. Em va tocar els clotets de les galtes. Al cap d’uns quants dies vam començar a sortir junts. […] Una nit va manar a la barraca, el seu germà havia mort a la guerra, i ja no vaig tornar mai més a casa» (6). La pareja se conoció antes de la guerra, un día que él se acerca a una de las casas de San Gervasio, tal y como hace Manolo Reyes, para presenciar el modo de vida de los ricos. Las idas y venidas del Pijoaparte están resueltas con abundantes coordenadas espaciales que ayudan a comprender la orografía de la ciudad y de las montañas donde se desarrolló el chabolismo.

En torno a los barrios residenciales se instalan los núcleos barraquistas. El Carmelo había sido un lugar de residencia burgués que en los cincuenta sufre una gran transformación urbanística. El paisaje estará formado por casas espoliadas durante la guerra y otras que con los años fueron desalojadas. Este es el caso de la casa del Cardenal, cuya sobrina, Hortensia, está enamorada del Pijoaparte y como despecho al amor no correspondido lo denuncia por robo: «El monte Carmelo es una colina desnuda y árida situada al noroeste de la ciudad. […] En los grises años de la postguerra, cuando el estómago vacío y el piojo verde exigían cada día algún sueño que hiciera más soportable la realidad, el Monte Carmelo fue predilecto y fabuloso campo de aventuras de los desarrapados niños de Casa Baró, del Guinardó y de la Salud» (7). Las descripciones de Marsé aluden a la transformación urbanística y al desplazamiento de la burguesía:

Hace ya más de medio siglo que dejo de ser un islote solitario en las afueras. Antes de la guerra, este barrio y el Guinardó se componían de torres y casitas de planta baja: eran todavía un lugar de retiro para algunos aventajados comerciantes de la clase media barcelonesa, falsos pavos reales de cuyo paso aún hoy se ven huellas en algún viejo chalet o ruinoso jardín. Pero se fueron. Quién sabe si al ver llegar a los refugiados de los años cuarenta, jadeando como náufragos, quemada la piel no solo por el sol despiadado de una guerra perdida, sino también por toda una vida de fracasos, tuvieron al fin conciencia del naufragio nacional […]. Muy pronto la marea de la ciudad alcanzó también su falda sur, rodeó lentamente sus laderas y prosiguió su marcha extendiéndose por el Norte y el Oeste, hacia el Valle de Hebrón y los Penitentes (8).

Descrito el entorno, pasa a describir el barrio de inmigrantes:

…roza la entrada lateral del Parque Güell viniendo desde la plaza Sanllehy y sube por la ladera oriental sobre una hondonada llena de viejos algarrobos y miserables huertas con barracas hasta alcanzar las primeras casas del barrio: allí su ancha cabeza abochornada silba y revienta y surgen calles sin asfaltar, torcidas, polvorientas, algunas todavía pretenden subir más en tanto que otras bajan, se disparan en todas direcciones […] se ven casitas de ladrillo rojo levantadas por emigrantes, balcones de hierro despintado, herrumbrosas y minúsculas galerías interiores presididas por un ficticio ambiente floral, donde hay mujeres regando plantas que crecen en desfondados cajones de madera y muchachas que tienden la colada con una pinza y una canción entre los dientes (9).

En la configuración espacial, el punto de vista del personaje juega un papel fundamental. El itinerario que estos siguen indica, con líneas imaginarias, las fronteras económicas de la ciudad. Asimismo, esta configuración está compuesta por topónimos referenciales, un espacio mental y una lógica cartográfica. Para Enric Miret se trata de «un universo simbólico pero terriblemente real sin necesidad de ser una copia estricta de la realidad» (10) y según Rodríguez Fischer: «Es un espacio vivencial, un espacio cerrado que confiere identidad e ideología a quienes lo habitan […] El espacio en el que se mueven los personajes de Juan Marsé es más bien un espacio mental, un barrio inventado que no se corresponde exactamente con la realidad urbana de Barcelona, aunque esté repleto de detalles y nombres reales» (11). Rodoreda en El carrer de les Camèlies hace una mención, sin datos referenciales, a El Carmelo al cual se accedía subiendo la montaña. Era donde vivía Paulina, la asistenta de una casa de San Gervasio. Marsé, en cambio, describe con las coordenadas geográficas y la mutación urbanística que este ha sufrido.

Asimismo, los recursos más frecuentes que emplea el autor barcelonés son la ironía y el sarcasmo. Con este último, Marsé «plantea en esta historia su análisis de la sociedad Barcelonesa en los años cincuenta basándose, sobre todo, en el tema de la impermeabilidad de los grupos sociales entre sí y de la imposibilidad de una conciencia crítica por parte de determinados sectores de los mismos» (12).

Estos y otros recursos narrativos aportan veracidad a la novela. Por ello, Últimas tardes con Teresa supone un avance en los presupuestos realistas del momento. A su vez, describe los problemas sociales de la época a través de la relación de dos espacios opuestos: barrios burgueses y suburbios. Por otro lado, relaciona a los personajes de dos status opuestos: burguesía y lumpen. Para ello, emprende un desclasamiento de los personajes. Ambos sueñan con un mundo diferente, lo cual les lleva a salir de su medio para conocer otros mundos: el Pijoaparte pugna por salir de su pobreza y Teresa Marset se deja llevar por una ideología contraria a la de su clase. Esto hace que el mundo de la apariencia es uno de los temas relevantes de la obra. Las descripciones de Marsé y el desclasamiento de las clases sociales permiten crear un fresco social de la sociedad del momento.

Marsé describe a un personaje integrado en el medio, mientras que Rodoreda no integra tanto al personaje en el entorno barraquista de la ciudad. Los espacios y los ambientes son mentales, fruto de sus observaciones y la percepción personal de ellos. Este proceso se ve reflejado en la descripción de los espacios a través de los objetos, los cuales adquieren una significación propia. Asimismo, la autora emplea abundantes personificaciones y metáforas: «La barraca era un sarau de llaunes. De seguida va ser negra nit» (13). El movimiento de las latas —producido por las fuertes lluvias— crean unas sensaciones sinestésicas: visuales y auditivas.

Cecilia vive la barraca desde el interior, mientras que Manolo Reyes vive más de puertas hacia afuera en colectividad. Por el contrario, los personajes de Rodoreda se relacionan poco entre ellos. Tan solo se aprecia el contacto entre vecinos en los enfrentamientos entre Eusebi y Andreu.

Esto último nos lleva a comprobar que Marsé conocía mejor el ambiente de los suburbios que Rodoreda. Prueba de ello es que su editor Joan Sales no tuvo buena impresión cuando leyó el manuscrito por primera vez y sugiere a Rodoreda dar algunos retoques en la descripción del vecindario y otros en la caracterización de Eusebi (14).

Según el editor, el barrio debía subrayar las diferencias con los habitantes de barrios más céntricos y, para ello, le sugiere que esté poblado por gitanos y seres aún más marginales. A su juicio, la autora no había subrayado la marginalidad sino la sorpresa que había causada en ella. En cuanto al personaje de Eusebi el editor le aconseja crear un raté (15). En efecto, la autora no hace la exploración de los personajes que hace Marsé. Pero, todo indica que la autora siguió los consejos de su editor y amigo ya que representa a Eusebi como un personaje víctima de las circunstancias. Rodoreda continúa con la tradición de las novelas anteriores a la guerra en las cuales los personajes de los suburbios se relacionaban con delincuentes o rebeldes sindicales. Marsé conocía los suburbios ya que se ubicaban próximos a su barrio. En su estancia en Francia explicará a una alumna a quien le daba clases de español y siente la necesidad de llevarlo a la literatura. Sin embargo, Rodoreda no parece haber tenido un contacto personal con estos espacios salvo los paseos que hacía al Carmelo para visitar a Sales durante sus visitas a Barcelona, a su ciudad natal.

Marsé en El Carmelo en los años 60. Tomada de elconfidencial.com

Al respecto, Mercè Ibarz opina: «Sovint tinc la impressió, quan llegeixo aquesta novel·la […] que la misèria que va conèixer en el primer exili a França no devia ser gaire diferent de la d’aquestes barraques i altres passatges i escenaris de la seva obra. Una de les seves millors intuïcions i no menys magnífica troballa va ser buscar, recollir i treballar el que havia estat i era comú entre els que es van quedar i els que se’n van anar» (16).

Como hemos indicado, la configuración del espacio interior está compuesta por unos objetos que son recurrentes en otras obras como es el caso del espejo, en donde la autora proyecta su mirada interior. La autora representa poco la vida y condiciones del barrio. Cuando lo hace, se trata de situaciones de lluvias e inundaciones. Como indica Marta Pessarrodona, Rodoreda pedía que le enviasen a Ginebra revistas y libros que se publicasen (17). Si tenemos en cuenta que de las pocas ocasiones en que la opinión pública se sensibiliza con los suburbios es precisamente tras desgracias acaecidas en inundaciones, resulta probable que la autora se inspirase en algunos sucesos de este tipo para narrar algunas escenas de la obra (18). Asimismo, la autora describe un aborto que le practican a Cecilia, una escena recurrente en algunas novelas de años anteriores como Nuevas amistades (1959) de García Hortelano. Y Tiempo de silencio (1962) de Martín-Santos.

Si bien es cierto que la descripción urbana de un autor exiliado es diferente, ya que esta no es coetánea y está impregnada de nostalgia. Estos autores ficcionalizan el espacio que abandonaron y que guardan en la memoria. El deseo de un mundo mejor se alía con el grito de una injusticia. Cabe añadir, que la distancia crea una interpretación personal de los hechos y del espacio. Los objetos adquieren una significación personal y las descripciones tienden a ser atemporales.

Así pues, las descripciones que Rodoreda hace de la periferia no son fruto de un recuerdo vivido. Su visión es personal y está apoyada con la simbología de algunos objetos recurrentes en su obra: el espejo, las plantas, las casas. En este sentido, sus novelas no reproducen la influencia del realismo sino más bien del período de anteguerra: el simbolismo.

Otro punto en común es la importancia que los autores otorgan a la unidad de vivienda; las barracas o viviendas autoconstruidas se convierte en sinécdoque de la vida en el inframundo:

[…] su casa, que forma parte de un enjambre de barracas situadas bajo la última revuelta, en una plataforma colgada sobre la ciudad: desde la carretera, al acercarse, la sensación de caminar hacia el abismo dura lo que tarda la mirada en descubrir las casitas de ladrillo. Sus techos de uralita empastados de alquitrán están sembrados de piedras. Pintadas con tiernos colores, su altura sobrepasa apenas la cabeza de un hombre y están dispuestas en hileras que apuntan hacia el mar, formando callecitas de tierra limpia, barrida y regada con esmero. Algunas tienen pequeños patios donde crece una parra (19).

Un juego de líneas verticales y horizontales dibuja el espacio suburbial en Últimas tardes con Teresa. Rodoreda, en cambio, describe la barraca como un espacio más íntimo: «La barraca no més tenia dues parets de maó; les altres eren fetes amb llaunes, amb fustes velles i amb trossos de sacenta forats per les escletxes. […] I a la paret, a l’alçada del llit, que era un catre, tenia dues llaunes molt mal ajuntades i tapàvem l’escletxa amb draps vells. […] Com tots els d’aquelles barraques fora de l’Eusebi i de mi, [Andreu] era xarnego; i això m’empipava una mica» (20).

 vista desde las barracas de Montjuic en los años 30

En cierto modo, el esquema estructural de la novela picaresca, aplicado en la conformación del relato, patentiza esta característica al recalcar el desarraigo y una soledad social del sujeto, forzado a hacerse camino en un ambiente indiferente u hostil. Para Cecilia el barrio de barracas será un espacio de evasión para alguien que anhela salir de su hogar. El Pijoaparte, con sus pretensiones soñadoras, sale a conquistar la ciudad y hace los desafíos que se le presentan. No es el caso de Cecilia Ce a quien la hostilidad urbana la relega al anonimato.

En palabras de Bachelard, la autora proyecta un sentimiento a través del espacio interior y la disposición de los objetos (21). Pero, el rasgo que más le sorprende es la presencia de «charnegos» (22), inmigrantes castellanohablantes, y el hecho de
que casi nadie hable catalán. En este punto, la autora coincide con otros autores de su generación los cuales contemplan a la inmigrantes como «otros» y crean una frontera mental para separar las áreas que son antagonistas para la identidad cultural. Algunos de estos autores proyectan un sentimiento de alteridad y priorizan en su escritura el uso de la lengua catalana, un propósito que entronca con la tradición de la «Reinaxença» (23) en que cultura y lengua forman un tronco común. Sobre esta cuestión, B. Łuczak opina que los espacios suburbiales frente a un barrio burgués representa «La oposición de dos espacios discursivos» (24). Es decir, la situación de la lengua y la cultura catalana en el momento. No obstante, la hostilidad no se limita a las familias nacionalistas si no que se extiende a toda la clase burguesa. Como bien expresa la madre de Teresa Serrat cuando dice: «Tú ya no te acordarás, pero cuando eras una niña, un salvaje del Carmelo estuvo a punto de matarte…» (25), el sentimiento de otredad supone un impedimento para la integración del inmigrante del suburbio.

Al hilo de esto último, Marsé ha recibido acusaciones por ambientar espacios barceloneses sin emplear la lengua catalana. Y es que no deja de resultar extraña la poca presencia del extrarradio en los autores barceloneses que escribían en catalán. Sobre esta cuestión, Stewart King considera que el autor considera estos espacios ajenos a su realidad (26). Por lo general, son autores que han vivido una represión social y cultural. La lengua castellana no la sienten como propia y consideran la periferia como un periodo hostil frente a sus anhelos de libertad, con lo cual, el compromiso que establecen con la novela será diferente a los autores de habla castellana. Este punto de vista lo mantiene Julià Guillamon, basándose en los artículos de Carles Soldevila y José M.ª de Sagarra, quien considera que si los autores catalanes mantienen un conflicto entre indígenas y forasteros difícilmente ambas lenguas podrán compartir un espacio novelesco (27), hecho que explicaría, según Maria Dasca, «la ausencia de una literatura sobre la immigració catalana coetània al fenomen migratori» (28) ya que les novelas vinculadas al realismo social excluyen al emigrante castellanohablante y, en la mayoría de las ocasiones, la compleja realidad suburbial, tal y como constatan Rodoreda en literatura catalana y Marsé en literatura castellana.

Conclusiones

El tratamiento del espacio en Marsé y Rodoreda demuestra cómo la novela urbana puede emplear diversas estéticas literarias. Sin embargo, el resultado de una u otra será diferente. Por otro lado, la literatura sobre la inmigración —y
sobre barrios suburbiales (29) — plantea una diferencia entre la literatura castellana escrita por autores residentes en la ciudad de la escrita en lengua catalana por autores que permanecen en el exilio.

Una de las diferencias es la posición del autor. Las obras escritas en castellano, con autores que habían empleado las técnicas del realismo en cualquiera de sus vertientes, adquieren un tono más crítico. No obstante, algunos autores, como es el caso de Marsé, presenta una renovación en la prosa a lo largo de los sesenta. En cambio, la literatura catalana, con Rodoreda como autora representativa, tiende a crear una visión más personal. Esta no siempre es coetánea y la construcción narrativa y estilística se aproxima más a los presupuestos del costumbrismo. Por otro lado, la narratio tiene como objetivo reivindicar una cultura y para ello recurre a un elemento identitario como es la lengua.

Ambos autores emplean el monolingüismo en la obra. No obstante, Marsé trabaja con varios registros lingüísticos que Rodoreda no emplea. Marsé crea un juego de oposiciones a través del lenguaje. Sin embargo, se plantea de forma diferente en la literatura catalana debido al sentimiento de alteridad que los autores sienten frente a la inmigración. Con esta cuestión, Marsé demuestra cómo una buena configuración del espacio permite conseguir una crítica, al margen de la lengua empleada.
Las novelas analizadas dialogan con la topografía, el urbanismo desenfrenado, con el sentimiento de desarraigo y con la historia —la ciudad de posguerra—.

Demuestran, una vez más, la importancia de la configuración del espacio para conseguir este diálogo interdisciplinar.

Rodoreda y Marsé plantean de forma diferente cómo es la vida en los confines. En ocasiones, sus descripciones y sus
retratos informan más allá de una prensa manipulada. En definitiva, se acercan a través de la novela al silencio de una época.

1 S. King, Escribir la catalanidad: lengua e identidades culturales en la narrativa contemporánea de Cataluña, Woodbridge, Tamesis, 2005, pág. 88.

2 M. Rodoreda, Mirall trencat, Barcelona, Ed. 62, 1974, pág. 34. Traducido del catalán al castellano por el autor.

3 J. M. Cuenca, Mientras llega la felicidad. Una biografia de Juan Marsé, Barcelona, Ed. Anagrama, 2015.

4 Ibíd., pág. 305.

5 J. Marsé, Últimas tardes con Teresa, Barcelona, De Bolsillo, pág. 19.

6 M. Rodoreda, El carrer de les Camèlies, Barcelona, Club Editor, 1981, págs. 60-61.

7 J. Marsé, ob. cit., pág. 35.

8 Ibíd., pág. 36.

9 Ibíd., pág. 5.

10 E. Miret, «Barcelona, espacio real, espacio simbólico», La renovation du roman espagnoldepuis1975, Y. Lissorgues (coord.), Toulouse, Presses Universitaries du Mirail, 1991, pág.126.

11 A. Rodríguez Fischer, Ronda Marsé, Barcelona, Candaya, 2008, págs. 64-66.

12 F. Díaz de Castro y A. Quintana Peñuela, Juan Marsé, ciudad y novela: Últimas tardes con Teresa: Organización del espacio y producción de la imagen, Palma de Mallorca, Servei de publicacions de la Universitat de Palma de Mallorca, 1984, pág. 26.

13 M. Rodoreda, El carrer de les Camèlies, ob. cit, pág.70.

14 Carta del 18 de febrero de 1966 de Joan Sales a Mercè Rodoreda; contenida en M. Rodoreda y J. Sales, Cartes completes: 1960-1983, Barcelona, Club Editor, 2008.

15 Adjetivo que en francés quiere decir «fracasado».

16 «A menudo tengo la impresión cuando leo esta novela […] que la miseria que conoció en el primer exilio en Francia no era tan diferente de estas barracas y otros pasajes y escenarios de su obra. Una de sus mejores intuiciones y hallazgo fue buscar, recoger y trabajar lo que había sido y era común y entre los que se fueron» [Trad. del autor]. M. Ibarz, Rodoreda: exili i desig, Barcelona, Empúries, 2008, págs. 116-117.

17 M. Pessarrodona, Mercè Rodoreda y su tiempo, Barcelona, Bruguera, 2007. 18 En los años anteriores a la publicación de El carrer de Les Camèlies, el escritor y periodista Francisco Candel publicó en la revista Serra d’Or algunos artículos sobre los desperfectos causados por las inundaciones en los suburbios; un hecho que repite en el artículo «Esa amiga y enemiga de los barrios» en Agua en septiembre de 1962. Asimismo, en su novela Han matado a un hombre, han roto un paisaje (1959) narra los problemas que se producían cuando se desbordaba el río Llobregat. Algunos fotógrafos, como Carlos Pérez de Rozas, retrataron el extrarradio en épocas de inundaciones. También en 1962 se produjeron una serie de inundaciones que afectó a Barcelona y a sus comarcas de alrededor. Los barrios suburbiales se vieron seriamente afectados.

20 M. Rodoreda, El carrer de les Camèlies, ob. cit. págs.56-57.

21 G. Bachelard, Poética del espacio, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1975, pág.22 «Charnego» es la persona que reside en Cataluña pero que sus orígenes proceden de otro lugar. Por lo general, es una persona que no emplea la lengua catalana. Este término resurge con el ensayo de F. Candel Els altres catalans (1964), que trata precisamente sobre la vida en los suburbios de Barcelona. A su vez, este ensayo represente una propuesta de integración de la inmigración en la sociedad catalana.

23 Movimiento cultural catalán de la segunda mitad del siglo xix que pretende hacer renacer la lengua catalana como lengua literaria y de cultura.

24 B. Łuczak, Espacio y memoria: Barcelona en la novela catalana contemporánea, Poznań, Wydawnictwo Naukowe, 2011, pág. 77

25 J. Marsé, ob. cit, pág. 198.

26 S. King, ob. cit.

27 J. Guillamon, «La novel·la catalana de la immigració», L’Avenç, núm. 298, 2005, pág. 47.

28 M. Dasca, «La immigració com a fenomen de la literatura catalana», Cercles: revista d’història cultural, núm. 18, 2015, pág. 61.

29 Algunos autores consideran la novela de suburbio como un subgénero de la novela urbana. En nuestro caso, desestimamos esta categoría ya que consideramos que el propio espacio no crea un género o subgénero. La configuración de este se puede adaptar a diferentes géneros o estéticas literarias.

Bibliografía

Bachelard, G., Poética del espacio, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1975.
Cuenca, J. M.ª, Mientras llega la felicidad. Una biografía de Juan Marsé, Barcelona, Anagrama, 2015.
Dasca, M., «La immigració com a fenomen de la literatura catalana», Cercles: revista d’història cultural, núm. 18, págs. 61-78, 2015.
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Rodríguez Fischer, A., Ronda Marsé, Barcelona, Ed. Candaya, 2008.

#Lacebraenimagenes. LA CAUSA. Asociación de Caricaturistas Colombianos Independientes

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Un resumen de opinión a través de la caricatura, por LA CAUSA, movimiento social de caricaturistas colombianos independientes que busca, por medio del colegaje, promover, difundir y defender la crítica social a través de manifestaciones artísticas.

“El Grinch” –  Una caricatura de Patán @patancartoon
 “Docentes”– Milton@milton_dibujo_libre
 “Cédula Digital” – Una caricatura de @omicaricaturas
“Un virus”– Una caricatura de El Verdugo @elverdugo_caricatura
“Periquito” – Una caricatura de @penelopeilustra

Fragmentos del libro: Al morir las cosas, Carlos Andrés Jaramillo

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Compartimos gracias a Sílaba Editores fragmentos del libro (cuento): Al morir las cosas de Carlos Andrés Jaramillo.

Al morir las cosas

Carlos Andrés Jaramillo

Cuento

Colección Mil y una sílabas

Noches en vela

Como el viejo no quería hablar, se contentó apenas con un gesto, que podía significar un osco reclamo o un saludo. El que, desde el amanecer velaba, agitó la cola vivazmente, y acercándose al lecho del anciano, le lamió la cara con afecto, mientras este, tratando de no sonreír, lo acariciaba y lo puteaba con cariño.

—Eres un mal perro, un mal perro —decía.

Hacía tiempo que aquel hombre no podía levantarse, por lo que, en las noches, amarraba al perro que se revolvía largamente, hasta que lograba soltarse la cuerda que le ceñía el cuello. Durante los primeros días un súbito presentimiento despertaba al viejo en medio de la madrugada, y con manos inseguras palpaba la tiniebla del suelo hasta que daba con la cuerda, y comprendía, en medio de la confusión, que el perro había desaparecido. A partir de ese momento no volvía a dormir y, en cambio, dejaba que terribles premoniciones lo sacudieran hasta el momento en que, con los primeros anuncios del alba, descubría la vaga sombra del animal entre las carretas y el suelo empedrado de la plaza.

A esa hora la gente en todos los pueblos del sur de Italia todavía dormía.

El perro era pequeño y delgado. Como todos los animales de su edad, era despierto, negligente y alegre.

Nadie sabía de dónde había llegado el viejo que dormía al pie de la portada del ayuntamiento. Él mismo le restaba importancia, pero recordaba cómo había llegado el animal a su vida. Lo encontró después de escucharlo gemir durante toda la madrugada al otro extremo de la plaza, mientras llovía. Tres lámparas alumbraban débilmente ese costado del pueblo. Alguien había arrojado un cachorro a la basura. Harto de los gemidos se arrastró, entre maldiciones y juramentos, desde su lecho precario, y lo encontró afuera de la bolsa, orinando en el suelo sin levantar la pata. Estaba flaco como un místico, pero contento. Lo llamó Giotto, como el pintor.

En los alrededores se decía que estaban matando a los perros, pero ignoraban el motivo. El alcalde insistía en que se trataba de rumores. Pero cada semana las mujeres del campo venían al mercado con la noticia de escalofriantes hallazgos de perros envenenados.

Justo por esa época fue cuando Giotto aprendió a soltarse de la cuerda y el viejo a sufrir por culpa de su imaginación.

Al primero de los perros lo habían encontrado a las afueras del pueblo. Algún tiempo después, un campesino al que apodaban Melo descubrió que alguien había robado el cable de cobre que llevaba electricidad a su casa y que el perro de la familia estaba muerto. Así dedujeron que estaban matando a los animales para que no delataran a los ladrones de alambres.

El viejo tullido, a quien llamaban Barolo, era corpulento. Tenía una abundante barba gris y pocos dientes. Sobrevivía de la caridad de los vecinos y de los pequeños encargos que le hacía la gente, casi siempre dándole cosas a cuidar. Así que también los ladrones llegaron donde él y le fueron trayendo lo robado para que lo escondiera y lo entregara a los compradores de la ciudad. Barolo recibía la mercancía con grandes muestras de gratitud, como si se tratara de limosnas, y la hacía desaparecer rápidamente debajo de su tarima. Con las liras de más que lograba arañar a los clientes, el viejo podía alimentar al perro y comprar un poco de licor para el frío.

Cuando los ladrones elegían una casa, la merodeaban durante un par de días, tratando de entender la rutina de sus habitantes. A menudo se movían por parejas, pero era un grupo de diez. Si, por desgracia, había un perro, lo mataban para que no alertase a los ocupantes o a los vecinos de su presencia. Lo envenenaban en la noche y lo remataban en la madrugada, si era el caso, con lo que tuvieran a mano. Después, comenzaban su labor. Con rápida destreza arrancaban el cableado eléctrico, que iba del poste a la casa, y lo metían todo en sacos. La operación no tardaba más de unos minutos. Al otro día, fingiendo que llevaban las compras, se acercaban al viejo Barolo, y le dejaban el cobre. Más tarde pasaban a recoger el dinero que había recibido, y que era considerable desde que el mineral escaseaba en la capital.

En la madrugada del segundo mes de las matanzas, un ruido desapacible despertó al viejo. Todavía legañoso, sobresaltado por el susto, vio bajar por la calle principal que daba a la plaza una bola de fuego que daba gemidos lastimeros. Pensó que era un fantasma. Después comprendió, sobrecogido, que era un perro al que alguien le había rociado combustible, seguramente para amedrentar a algún vecino difícil. Palpó en la tiniebla y encontró a Giotto amarrado de la cuerda. Por primera vez el viejo Barolo tuvo miedo de lo que hacía y decidió regalar el perro.

En la casa a donde había ido a parar Giotto vivían una viuda y dos niños, a quienes les gustaba jugar con el animal y dormir con él en las noches. Si el perro iba a la cocina, sabían que tenía hambre y le servían. Si se ponía en asecho, sabían que quería jugar y correteaban con él por toda la casa. Si rascaba la puerta de la calle, sabían que sentía ganas de orinar y alguno de los niños lo sacaba. Pero una noche lo sacó la madre y el animal huyó detrás de un gato que se escondía tras la verja de una factoría.

Cuando se sintió solo, Giotto decidió explorar el pueblo. Pasó por la iglesia principal, por el cuartel de policía y por el barrio que al llamaban de Los Alfareros.

A esa hora los ladrones estaban robando una casa en ese lugar. Eran dos. Uno de ellos, escondido en una esquina, cuidaba de que nadie los viera. El otro intentaba alcanzar el balcón del segundo piso.

El primero que vio a Giotto husmeando cerca fue el que estaba colgado del balcón. Tenía un pie en la barandilla, mientras el otro colgaba en el vacío. Trató de no hacer ruido. Por señas, alertó al cómplice que, al no comprender, salió inquisitivo del escondite. Asustado, el perro comenzó a ladrar. En la casa se encendió una luz. El que colgaba del balcón se lanzó como pudo a la calle y. mientras trataba de levantarse, se escucharon varios disparos de un arma. El que estaba escondido huyó por las calles empedradas que llevaban hacia las afueras del pueblo, seguido de cerca por el perro, que desistió de su persecución al encontrar un gato en su camino.

Después de una hora, y agotado por la carrera, el ladrón volvió lentamente al pueblo. La torre de la iglesia se veía oscura contra el cielo. Pasó por la casa que habían intentado robar y vio el cuerpo del otro tirado en el suelo, rodeado de vecinos. Cuando pasó junto a un guardia, su semblante se descompuso, pero continuó su camino.

 Así, llegó a la plaza donde encontró al viejo Barolo dormido. Se cercioró de que nadie lo veía y apuñaló repetidamente al viejo, por encima de las mantas, y huyó de nuevo.

En la mañana, cuando las primeras luces herrumbraban apenas los perfiles de las cosas y la niebla cedía al impulso de la luz, Giotto apareció olisqueando por la calle principal que llevaba a la plaza. Se demoró todavía husmeando entre la basura y los árboles, sin buscar nada preciso. Se plantó delante del viejo Barolo, a esperar a que le diera alguna señal para acercarse, pero no ocurrió.

Noticias del mar

Para Laura Osorio

Cuando Antonio gastó el dinero que había obtenido por la venta de su motocicleta, publicó varios avisos en el periódico en los que se ofrecía como instructor. Tardó muchos días en recibir una oferta. La casa a la que fue era pequeña, de principios de siglo. Lucía descuidada, un poco fantasmal. Tenía dos pisos y, atrás, un jardín amplio, encerrado por pinos, en donde ladraba el perro más solitario del mundo. Adentro vivían dos inquilinos. Una anciana de noventa y tantos años y su hijo, de setenta y cinco, que había sufrido un episodio de apoplejía y se hallaba reducido a una silla de ruedas.

La anciana había esperado morir de tristeza en una residencia de ancianos, cuando el hijo le dijo que ya no podía encargarse de ella, porque partía para Milán. Se llamaba Lucrecia. Reconoció que las razones de Giorgio eran poderosas, pero había esperado más de él. Tenía para sí que cincuenta años de amor incondicional bastarían para que reconsiderara el nombramiento o para que pidiera una prórroga al menos. Pero no ocurrió así. Herida, pero sin demostrarlo, partió hacia el hogar de ancianos. Todavía planchaba, cocinaba y revisaba los textos académicos de Giorgio, cuando llegó la noticia.

 Enérgica y cálida, la antigua profesora de enseñanza media no había tenido el valor de pedirle a su hijo que la regresara a casa cuando este volvió de la capital cinco años más tarde. Por eso cuando después de veinte años se enteró de que Giorgio había enfermado, pidió que la enviaran a casa. Y, en su alegría, confundía la felicidad de salir del asilo y el deseo largamente aplazado de ser útil de nuevo.

Tenía noventa y cuatro años cuando decidió cuidar de nuevo a su hijo.

Cuando entró a la casa, Antonio se sintió abochornado de ver a la anciana llevando los oficios del hogar y cuidando a un viejo que se resistía a una bondad que lo infantilizaba. Lucrecia lo cubría de abrazos, le hablaba en el tono de un niño e ignoraba la ironía con que Giorgio le contestaba. Pero, a la vez que le molestaba, la actitud de Lucrecia conmovía profundamente al joven profesor, porque trataba de proteger al hijo con su vejez, como una cerca desportillada que protege un jardín derruido de los niños que diariamente lo visitan. “Proteger”, recordaba el muchacho, era una palabra latina que significaba cubrir, ponerse delante de algo, para recibir el impacto. ¿Delante de qué se ponía Lucrecia? De la muerte que amenazaba, constantemente, al hijo.

La casa lucía desordenada, pero se notaba que la antigua profesora se esforzaba por limpiarla y que su vista era la responsable del estado de la vivienda.

Si se la miraba bien, se podía ver un brillo distinguido en los ojos de Lucrecia. Todavía podía resultar atractiva cuando se maquillaba para salir a la tienda. A veces cantaba con una vocecilla fea y temblorosa en la que brillaba, sin embargo, algo del hermoso esplendor pasado. El muchacho la oía con embeleso, porque así también se asomaba para él la belleza en los seres: como una luz que se iba debilitando o una película de agua que se iba secando sobre una roca. Era como si en su paso diario por el mundo, los objetos le dijeran quiénes habían sido. Esa forma en que era intimado diariamente no la compartió con nadie. Se reservaba para sí el milagro y el deterioro de las cosas.

Decidió quedarse con los ancianos.

Lo que comenzó como un trabajo de algunas horas a la semana, se convirtió con el tiempo en un oficio que le ocupaba gran parte del día. Sensible como era, Antonio se sentía incapaz de dejar a la anciana con las labores de la casa, pero como quería respetar la decisión de ayudar al hijo, no se ofrecía a hacer los trabajos en su lugar, sino que se mostraba dispuesto a aprender o colaborar, y no insistía si veía que ella prefería hacerlo sola. Empezó a barrer, a trapear, incluso a cocinar para la pareja de ancianos.

El arreglo de la casa no revestía problemas. Lo que más esfuerzo exigía era el cuidado de Giorgio, cuyo temperamento cambiante iba aparejado con el deterioro de su condición física. El anciano estaba paralizado de un lado del cuerpo. Hablaba entrecortado, costaba entenderlo, y había perdido parcialmente la vista en un ojo. También escuchaba con dificultad. Durante su juventud se había dedicado a la música, pero le había perdido cariño porque la asimilaba a la precisión y a la monotonía de las matemáticas. La poca libertad que tenía en la interpretación y la repetición al infinito de las mismas piezas, le habían separado de ella para siempre. Era trompetista. Todavía escuchaba música, pero sin convicción. Raras veces, cuando el cansancio o la melancolía le hacían su presa, podía acceder a ese orden en que la música trae recuerdos o alivia.

 Cuando dejó de tocar, se hizo funcionario en las escuelas. A medida que escalaba en la jerarquía había ido desaprendiendo el gusto por la vida. A Milán había partido con la firme intención de matarse, pero le faltó valor. Por un tiempo se refugió en los brazos de una empleada de la cafetería del Ministerio de Educación, pero cuando llegó el cambio de gobierno perdió el puesto y debió regresar al pueblo. Al llegar la edad de la jubilación, intentó enseñar música de nuevo, pero la pasión se había extinguido para siempre.

Luego, llegó la apoplejía.

Conservaba, sin embargo, una afición que Antonio descubrió mientras limpiaba. Supo que había dado con algo importante porque el anciano se lo quedó mirando con una expresión de nostalgia: un telégrafo inalámbrico.

En una época en la que el uso del teléfono estaba extendido en la clase media, Giorgio era un telegrafista aficionado. Cuando volvía de sus largos días de oficina, se encerraba en su estudio. Encendía el aparato y comenzaba a enviar y a recibir mensajes de otros telegrafistas, anónimos como él, que se negaban a jubilar sus aparatos. Como era hábil descifrando los sonidos de los impulsos, podía transcribirlos directamente en el papel. Tenía varios cuadernos de anotaciones. Casi siempre de conversaciones anodinas. A veces, alguien se tornaba confesional y Giorgio no hacía ningún esfuerzo por atemperarlo. Lo dejaba hablar. Pero lo que más le gustaba era entrar en contacto con los telegrafistas de los barcos, esos hombres que venían de la soledad, que la surcaban de extremo a extremo, siendo ellos los únicos que estaban dispuestos a hablar durante horas de las maravillas que había en el mar y en las costas. El aburrido inspector de educación había soñado en ese aparato más que muchos hombres juntos, y nadie podía sospecharlo siquiera.

Antonio lavaba, planchaba, cocinaba, sacaba a pasear al perro, al que cada vez le tenía más cariño, atendía a las historias que Lucrecia le contaba y, en las noches, se quedaba hasta tarde para hablar con los telegrafistas del mar. Así conoció de naufragios, de luces perdidas en el mar. Oyó hablar del faro más solitario del mundo y de su encargado, un viejo sirio que hablaba todos los idiomas de la Tierra y conocía todas las culturas. Su apellido era Ciro. Así pasaron más años.

Lucrecia se acercaba a los cien, pero seguía tan lúcida y activa como siempre. Giorgio había sufrido otro ataque y su minusvalía había avanzado todavía más. Le cansaba el ruido, odiaba despertarse con vida, le molestaba la presencia del muchacho, aunque le consideraba un amigo. Ya eran pocas las horas que pasaba junto al telégrafo. Pero le había pedido que le llevara los cuadernos donde anotaba. Decía que la voz humana era una cosa preciosa, porque dejaba testimonio del paso de un ser único por el mundo. No quiso que Antonio lo llevara al mar. Decía que era la última nostalgia que le quedaba y que quería partir con ella. En su vocabulario se habían instalado las palabras del final.

La casa seguía su lento deterioro. Había tardes en que Antonio veía a los dos viejos sumergidos en la luz crepuscular, como en una gota de ámbar, existiendo cada uno póstumamente y por su lado. Lucrecia en el piano o entonando cancioncillas, con voz cada vez más callada. Y al hombre huraño de la silla, durmiendo o repasando antiguos libros de texto donde encontraba datos que ya había olvidado. A veces, Antonio se sentía tan cansado que buscaba excusas para no ir, pero cuando regresaba y veía los estragos que había hecho Lucrecia en la cocina y lo sucio que estaba Giorgio, se arrepentía y volvía a su rutina.

Un día Giorgio despertó sobre las seis de la mañana. Había un silencio nítido en el mundo y fue eso lo que lo despertó tan temprano. El perro agitó la cola en sus pies. Como pudo se incorporó en la cama y con ayuda del bastón se acomodó en la silla. Llegó difícilmente al cuarto de su madre. La vio tranquila, ausente de sí misma y comprendió que había muerto mientras dormía. No quiso llorarla. Puso su mano entre las suyas y aceptó con satisfacción que también había llegado su hora.

No le fue difícil desprenderse de la vida, a la que estaba atado por un cordón demasiado fino que sostenía la anciana. Fue al telégrafo, anotó en un papel el mensaje que Antonio debía transmitir cuando lo encontrara. Escuchó el saludo de uno de los marinos. Escuchó el nacimiento del sol en altamar. Sirvió la comida del perro y algo que nunca hacía, le dejó comer las sobras de la noche anterior. Acarició la cabeza fijándose en la nobleza de la mirada. Después volvió a su habitación. Sabía que le sería imposible colgar una cuerda. Tomó el frasco de las pastillas, vació un puñado en la mano y se las llevó a la boca. Se durmió de nuevo.

Cuando Antonio llegó más tarde, los encontró a los dos muertos en sus camas. Había aprendido en sus libros de historia que los budistas recitaban un Sutra al oído de los muertos. Como no sabía oraciones, les dio las gracias por acogerlo en casa. Besó la frente de la anciana y acarició la mano de Giorgio. Fue al telégrafo y vio la nota que había dejado el viejo funcionario. Transmitió para los barcos que lo escuchaban:

—He decidido acortar las distancias.

Aborto legal: cómo reflejaron los medios extranjeros la media sanción

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La mayoría hizo hincapié en el efecto rebote que la legalización puede tener en toda América Latina,  “donde las estrictas normas sobre aborto son la norma y la educación católica es una política de larga data”, de acuerdo al New York Times. 

Publicado en Página 12

Los principales medios internacionales se hicieron eco de la media sanción en la Cámara de Diputados del proyecto de interrupción voluntaria del embarazo, que fue votado esta mañana. Los diarios más resonantes del mundo calificaron la iniciativa como “histórica” y resaltaron que se trata de una “política central” del gobierno de Alberto Fernández.

El diario estadounidense The New York Times aseguró que “Alberto Fernández hizo de los derechos de las mujeres, gays y transgéneros una política central de su gobierno, incluso a través de la recesión y la pandemia”. En un extenso artículo publicado hoy, informa el resultado de la votación en la Cámara de Diputados, a la que define como una “victoria legislativa” para la Casa Rosada. El texto remarca que el proyecto recibió aprobación en Diputados mientras Argentina lucha “con la más grande crisis financiera en una generación”.

También se subraya que si el proyecto se convierte en ley, Argentina será la cuarta nación, y la más poblada, en hacer legal el aborto en América Latina, “donde las estrictas normas sobre aborto son la norma y la educación católica es una política de larga data”.

El artículo además repasa la performance de Argentina durante la pandemia y asegura que Alberto Fernández mantuvo “la igualdad de género y orientación sexual como una prioridad de su Gobierno”, y destaca que “se creó un sistema de cuotas que establece un cupo del 1 por ciento para argentinos transgénero en el sector público federal”.

El diario El País de España, por su parte, explica que la media sanción obtuvo en Diputados “una diferencia más amplia que dos años atrás, cuando se aprobó por 129 votos a favor y 125 en contra. Falta el último obstáculo, el Senado, que tendrá la palabra definitiva”.

El periódico madrileño también repara en que “la fecha elegida para el debate tenía una gran carga simbólica. El 10 de diciembre, Día internacional de los Derechos Humanos, se cumplía también el primer aniversario de Alberto Fernández como presidente, el único mandatario argentino en ejercicio que ha respaldado la legalización del aborto”.

El diario El País informa que “cada año se realizan en Argentina más de 300.000 abortos, según cifras extraoficiales, y cerca de 40.000 mujeres argentinas tienen que ser hospitalizadas por complicaciones derivadas de los mismos”.

Tras citar a varios legisladores oficialistas y opositores, indica que “desde que Argentina recuperó la democracia, en 1983, hasta la actualidad, más de 3.000 mujeres han fallecido por abortar en Argentina”.

El diario también da cuenta de varios testimonios de los grupos a favor y en contra del aborto, y concluye afirmando que “el feminismo confía en que el apoyo gubernamental decante la balanza a favor de la legalización del aborto y contribuya a extender el debate a otros países de América Latina”. “Los números en la Cámara alta parecen más ajustados que en 2018, pero nadie da por segura la victoria”, estima El País.

Por su parte, el británico The Guardian remarca que si la ley es finalmente aprobada, Argentina “se unirá a Cuba y a Uruguay como los únicos países de América Latina donde el aborto es legal”.

El periódico inglés califica la ley de “histórica” y asegura que se trata de “un gran paso adelante para una ley que podría marcar el tono para un gran cambio a lo largo de América Latina”.

The Guardian estima que “el pronóstico para la ley es menos claro en el Senado. Dos años atrás, durante la administración del más conservador Mauricio Macri, la Cámara Alta votó en contra de una ley similar para legalizar el aborto”.

El diario británico también señala que el aborto “sigue siendo punible por ley a lo largo de América latina, donde la fuerte influencia de la Iglesia Católica ha ayudado a mantener el aborto ilegal en la mayoría de las naciones”. “Un cambio de ley en Argentina, la patria del Papa Francisco, enviaría una fuerte señal a lo largo de la región, donde la semana de aborto legal sigue creciendo”, interpreta el medio inglés.

Visitantes. Crónica 3 de 4, estudiantes de Expresión Escrita

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Aquellas crónicas que se alojan en la memoria:

Resulta interesante ver cómo después de realizar varias lecturas, de hablar, de resolver dudas, de lanzar varias preguntas y de dialogar alrededor de los alcances y las bondades de la crónica, los estudiantes afinan su pluma y se lanzan a contar historias.

Esta vez fueron los estudiantes del Taller de Expresión Escrita de la Licenciatura en Comunicación de la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP), que después de buscar una idea, desarrollarla, llevarla al papel, corregirla, hasta dejarla en limpio, entregan hoy relatos que considero merecen ser leídos. Sigan. 

Franklyn Molano


Por, Juri Valentina Tusarma Batero. [email protected]

Todo empezó en 1986. Cerca de las altas montañas del oriente de Risaralda se encuentra el municipio Marsella, es aquí donde se haya el cementerio de los muertos ajenos y los remansos, testigos de la masacre de Trujillo. Los cuerpos inertes fueron arrastrados por la corriente furiosa que desataba el río Cauca hasta llegar a Beltrán, una vereda de Marsella, desde donde eran dirigidos al cementerio Jesús María Estrada. El sepulturero don Narcés se encargaría de prepáralos para el viaje del cual nadie ha vuelto, fue así como se dio inicio de lo que sería rutina diaria para este cementerio.

En la vereda Beltrán son reconocidos dos remansos: remanso La coneja y El chocho, era aquí donde se encontraba la mayoría de los NN provenientes del valle. Marsella fue aquel municipio que acogió a estas personas que no tenían rumbo fijo ya que los cuerpos quedaban en las orillas o remansos pertenecientes al pueblo. Sin embargo, no solo fue allí donde quedaban estancados, la estación Pereira y la Miranda también fueron testigos de aquella guerra que se desató en el Valle, especialmente en tres municipios: Trujillo, Bolívar y Riofrío, produciendo varias desapariciones y masacres. En aquella línea de tiempo se convirtió pan de cada día ver bolsas tubulares colgadas en guadua que pasaban por el municipio, bolsas que portaban personas que vieron por última vez el verdadero terror pasar por el frente suyo, producido por personas que les arrebataron el derecho a vivir de una manera salvaje, como si estos seres no sintieran dolor ni tuvieran seres queridos que se preocuparan por ellos.

Los viajeros inertes eran encontrados con diferentes características. Se recogían cuerpos como si fuesen un rompe cabezas que necesitaban ser armados, atados de una manera dolorosa, rodeando sus partes exteriores con un fino hilo que contenía púas de metal, cuerpos que parecían ser sacados de un libro de mitos y leyendas, puesto que algunos tenían un parecido a aquel ser que algunos conocen como la parca, pero no por ser un esqueleto si no por la ausencia de algunas partes del rostro, otros con la cabeza esquelética, con la piel movida como si fuese una máscara, con perforaciones en su centro provocadas por pequeños artefactos provenientes de un arma, o incluso con el vientre abierto que ya se encontraba sin sus intestinos puesto que eran las aves carroñeras quienes se encargaban de producir tan aberrante situación: era así como se marcaba la diferencia de la muerte de personas que eran llevadas con vida por la furiosa corriente del río hasta dejarlos sin signos vitales, y los asesinatos que los capos querían ocultar.

Era frecuente tener semanas con varios entierros de cadáveres ajenos al pueblo. Según el recuerdo de Julio Ernesto García, uno de los bomberos encargado de embolsar los cadáveres, en cuatro días se subieron 25 cuerpos para que fueran enterrados en el cementerio Jesús María Estrada; este campo santo guarda entre sus tierras personas sin importar el genero o edad,  ¿a las que se les fue arrebatada la luz de la vida.

Gracias a las minutas del cuerpo de bomberos, el trabajo de la necropsia de la doctora Luz María Salazar, el auxiliar forense Carlos Arturo Ramírez y el sepulturero Narcés algunos cuerpos fueron llevados por sus familiares, puesto que tenían bases de datos con las vestiduras con las que llegaron, la carta dental, marcas de sus cuerpos producidas por heridas sanadas o elaboradas por tinta, marcas de intervenciones quirúrgicas o marcas de nacimiento, puesto que el estado gelatinoso de los cuerpos hacia imposible el reconocimiento facial; de esta manera los familiares podían reconocer fácilmente quienes eran sus parientes, para poder ser sepultados en compañía de sus seres queridos.

Aquellos familiares que tenían la oportunidad de llevar los cuerpos tenían que preparar una cama sobre el ataúd con cisco, aserrín de madera y cal, todo esto para poder cubrir un poco los líquidos que emanaban los cuerpos. Por encima y por debajo de ellos se hacía esta capa, además se agregaban 10 libras de café sello rojo el cual servía para ocultar el olor, putrefacto; aun así solo unos pocos tuvieron esta suerte, otros simplemente fueron echados al olvido y pasaron a ser parte de la historia de los NN del cementerio municipal. Debido a la cantidad de personas enterradas por la masacre de Trujillo existen sepulturas en los que puede haber de tres a cuatro personas. Anteriormente en las tumbas se encontraban datos como la fecha de los entierros, pocos datos que por cuestiones de la vida fueron eliminados producto de la remodelación del cementerio en 1998, ya que las tumbas fueron pintadas de blanco perdiendo la poca indicación que había; es por ello que cuando visitan el cementerio Jesús María Estrada se encuentran tumbas que solo inspiran tristeza, donde están los visitantes de la muerte, esperando ser exhumados y entregados a sus familiares.

Algunos de los cuerpos rescatados en el río Cauca no tuvieron la suerte de recibir una sepultura, ya que los habitantes de Beltrán recibieron amenazas de desconocidos, lo que provocó pánico. Corre el rumor de que que cuando los pescadores ven un cadáver, ellos solo ayudan a seguir su viaje río abajo empujándolo con la ayuda de los remos.

Esta masacre terminó en el 2006, entregando un total de 638 NN enterrados en tierras marsellesas, de los cuales unos pocos fueron reclamados. Es por ello que al pasar por el lado derecho del cementerio se siente un ambiente desolador, como si las personas allí enterradas pidieran ser sepultadas en sus tierras para no ser una parte más de los NN de la masacre de Trujillo.