martes, abril 29, 2025
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Borges, las Habas y un vicio mío

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Con las habas sucede algo parecido a la discusión organoléptica entre la cerveza de botella y la de barril, ya saben: “lo mismo, no más que diferente”.


 

Extraída de: La Vanguardia.

 

Es pasado el mediodía, esperando que la tarde muera. Adoro las mañanas. Lo mío es levantarse temprano y desayunar como se debe, bien peinado y sobre una mesa. Llevar unos huevos fritos o jamón a la cama me parece de lo más asqueroso, ni en mi luna de miel, oiga. ¡Puto Hollywood! que ha introducido el mal gusto no sólo a la cocina sino hasta la alcoba. Después del desayuno puedo hacer cualquier cosa titánica, incluso acompañar a una persona lenta. Me saca de quicio la gente –menos la anciana-que parece arrastrar las patas. Deploro las tardes, principalmente por el calor. Si retorno a casa ya no tengo energía para volver al centro de la ciudad y a sus calles abarrotadas. Ni por un helado de canela. Borges decía alguna vez: “prefiero los atardeceres, las mañanas me derrotan”. Suena razonable, él estaba en el crepúsculo de su vida. Yo no estoy ni a la mitad de la mía, sin embargo, en las tardes me siento más viejo y agotado que el maestro argentino, no hay quién me levante de mi cama o sofá, ni con grúa.

Ahora mismo estoy apoltronado sobre el sofá con el cuenco humeante de habas cocidas en su cáscara, no en vaina, la diferencia es elemental, ya sabrán de lo que digo. Ah, miro The Office, una de mis comedias surrealistas para pasar el rato, si algún detallista se pregunta, es la versión americana. La inglesa no la conozco todavía, el humor british no goza de popularidad por estos lados, ni por toda la brillante desfachatez de Ricky Gervais. No importa que pierda algún diálogo de lo que estoy viendo, es más importante el rito de saborear mis habas. Con Tarkovski o Terrence Malick, más vale tener un termo de café a mano.

Es de vital importancia saber diferenciar la manera de cocerlas como fundamental distinguir qué pantuflas llevará el Papa en cada audiencia. Con las habas sucede algo parecido a la discusión organoléptica entre la cerveza de botella y la de barril, ya saben: “lo mismo, no más que diferente”.  Prueben a cocerlas enteras en legumbres, y por otro lado solo con la cáscara interna. En ambos casos con una pizca de sal. Me juego a todo que tienen distinto sabor. Y eso que vale para hervirlas cuando las vainas están frescas o recién recogidas. Las habas secas o maduras, por supuesto que saben totalmente distintas una vez cocidas por el mismo método.

 

Extraída de: El Observador.

 

Las habas más dulces, más frescas, más grandes, las he probado en las alturas de Tiraque, camino antiguo a Santa Cruz, en mi época de estudiante universitario. Cuando aún conservábamos el entusiasmo de la secundaria, cuando ninguno no había sido todavía uncido al yugo marital o lo que se le pareciera. En esos años dorados, solíamos ir de pesca al sitio más lluvioso de Bolivia, el parque nacional Carrasco, un enorme bosque frio y umbroso donde mora el esquivo Jukumari u oso de anteojos (en mi vida no he sentido tanta inquietud y escalofríos descendiendo al monte, a pie, mientras anochecía).

A medio camino, hay un sitio donde mujeres campesinas montan unos puestos de comida. Papas cocidas, huevos duros, habas y quesillos, un solo platillo aguarda a todo viajero. En los alrededores verdean los sembradíos oscuros de los habales, combinados con los papales que florecen en hermoso tono violeta, un singular espectáculo en la monotonía de la puna. Imagínense con el frio que hace en la carretera, tomar un descanso para estirar los pies adormecidos y a continuación ser tentado por alguna vendedora que ofrece su fuente de habas cocidas, a cada cual más humeante, de la chacra, directo a la boca apenas intermediado por un fogón a leña. Ahí está la clave, es la leña o el agua mineralizada de altura. O el aire puro y bravío. O qué sé yo.

Naturalmente, yo solía aprovisionarme casi exclusivamente de habas. Llegando al desvío, bajábamos del taxi exprés o microbús. Cargados de pesadas mochilas emprendíamos el descenso de unos 15 kilómetros para llegar al bosque y armar nuestras carpas. En el trayecto nos zampábamos las habas antes de que se enfriasen por completo, tirando las cáscaras como los personajes de los hermanos Grimm. Y éramos felices, aunque nos costaba una inmensidad pescar una sola trucha en el impetuoso rio, y para variar, la lluvia arruinaba nuestras fogatas a menudo.

 

Foto: José Crespo Arteaga.

 

Como ven, hay mil formas de preparar habas: frescas o secas, cocidas o tostadas, o asadas al vapor, bajo tierra a la manera hawaiana. Eso sí, siempre con cáscara. Peladas totalmente solo sirven para la sopa o para un pejtu de habas. En los pueblos, solemos acompañar el almuerzo con granos cocidos, especialmente maíz y habas, como en otros lados se acostumbra hacer uso del plátano o de la yuca. De chico, a la hora del recreo, en vez de golosinas compraba bolsitas de habas secas retostadas en aceite: con cáscara y sin cáscara, siempre era un placer crocante. Verdadero vicio, aunque luego mi boca se resentía por el exceso de sal. En los supermercados españoles, me sentía un perro pavloviano cuando divisaba bolsas mezcladas de granos tostados: habas, arvejas, maíz y porotos. Los españoles adoran las pipas de girasol, a mí me daba pereza tener que lidiar con semillas tan pequeñas.

Hoy, la cosa no ha cambiado sustancialmente. Sólo que mi ritual ha evolucionado, ya no estoy para esos trotes de ir masticando a toda mandíbula. Queda la calma de mi sala, corre video y tomar mi tazón humeante de habas. Otros se atiborran de palomitas de maíz, pero comen como autómatas. Yo disfruto cada grano, sin prisa, sin pausa.

Ya que viene al tema -para justificar la alusión abusiva a Borges- me hace recordar un poema insípido que muchos atribuyeron a su inspiración y por el cual corrieron ríos de tinta, incluso lo vi publicado en algunas antologías. Hablo de ese bodrio conocido como “Instantes”, y comienza más o menos así:

 

Si pudiera vivir nuevamente mi vida/en la próxima trataría de cometer más errores (…..) Iría a más lugares a donde nunca he ido/ comería más helados y menos habas/tendría más problemas reales y menos imaginarios…

 

Lo único que sé, quienquiera haya cometido semejante atentado estético, es un solemne literato de rancia escuela. O un viejo flatulento de club social que atribuye a las habas las causas de sus dolencias. Rezo para que el muy calavera esté muy bien enterrado.

 

¡Analice, aporte a la sociedad y vote!

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Foto: Sabanerox

 


He escuchado decir de algunas personas: “si me dan recibo y luego voto por otro que me dio más, o sencillamente ni voto” Es un tema de cultura ciudadana, de autoestima y de amor patrio.


 

Es necesario partir de un interrogante con una respuesta más que obvia, ¿los muros, los postes, las puertas de las casas y ahora hasta los árboles votan?

No siendo suficiente con la atiborrada publicidad política que atesta hasta los más recónditos territorios, no solo del departamento o de cada municipio, sino de nuestra querida Colombia, y la contaminación visual que ello genera; parece ser, que el partido político o el candidato quien tenga más publicidad distribuida, demuestra su poder de derroche y de inversión para alcanzar maquiavélicamente su objetivo.

Es evidente que, aunque no suene apropiado, para muchos candidatos su campaña política puede ser más bien denominada una “inversión”, donde ocupar una plaza en el congreso de la República será el fin que justifique los medios, lo que, de otra forma, lleva a determinar también que las próximas elecciones serán más bien una fuerte contienda electoral, o peor aún, una “batalla campal”, donde en medio de ese fuego cruzado se encuentre la sociedad colombiana.

 

Foto: Sabanerox

 

He escuchado decir de algunas personas: “si me dan recibo y luego voto por otro que me dio más, o sencillamente ni voto” Es un tema de cultura ciudadana, de autoestima y de amor patrio.

Los colores y las ideologías políticas ocupan un renglón más abajo para determinar la intención de voto de los colombianos de a pie, (ya no importa mucho decir que tengo una corriente de izquierda o de derecha), ya la cuestión es de conformar alianzas del rojo con el verde, del verde con el azul o del azul con el rojo, y como diría alguna reina: “del mismo modo y en sentido contrario, pues la idea es esa”.

Votar, más que un derecho, es un deber; y por tanto debería ser inalienable e innegociable, ¡aunque muchos no lo crean!

 

Foto: El Espectador

 

Por otra parte, y de manera jocosa, ronda por las calles el tema de “el kit electoral”, un kit compuesto por una camiseta, una gorra, un bulto de cemento, una teja de zinc, $50.000 en efectivo y un tamal o un plato de lechona (ese si es democráticamente opcional).

¿Cómo puede ser posible desperdiciar tan preciado tesoro como es el voto, y negociarlo por el kit? ¿Acaso si hay políticos corruptos, es porque la sociedad así lo ha convertido? ¿Una sociedad permeada por el hambre, y con otras necesidades básicas insatisfechas son el mejor aliciente para vender el voto? Porque hay algo muy claro, y que se vislumbra en cada periodo electoral, muchas personas parecen el Megabús: Cobran por adelantado si el personaje quiere llegar.

En ese orden de ideas, las bibliotecas públicas, son las llamadas a aportar su grano de arena, en aras de construir una sociedad democrática y de pensamiento digno, colectivo y con criterio; es tarea de un bibliotecario público ofrecer las herramientas para una toma de decisiones principalmente libre. “No dar el pescado… enseñar a pescar”. No imponer, ni tan siquiera marcar una ruta para decidir por quién votar; es mostrar las alternativas, orientar para un buen ejercicio democrático de votar y dejar que la decisión sea tomada de manera individual y con criterio para hacerlo.

 

Foto: El Espectador

 

Así pues, usted señor lector, que acaba de terminar estas líneas: ¡analice, aporte a la sociedad y vote!

 

Lo que nos prometieron

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Entre otros temas: ¿han notado el estado lamentable de algunas busetas zapotes, que nos fumigan con su oprobioso humo mientras circulan por las calles?


 

No soy usuaria asidua del transporte masivo, aunque me gustaría serlo.

 

Sin embargo, estoy convencida de que solo un transporte público masivo de calidad, conectado con las diferentes zonas de la ciudad, nos podrá movilizar en virtud de la escasez de vías que tenemos y del aumento vertiginoso del parque automotor.

 

Recientemente estuve en el barrio Salamanca, en la zona de expansión de la ciudad. Para regresar, subí a un bus alimentador que me llevó al intercambiador de Cuba. Luego, tomé un articulado hasta la estación de El Viajero, y allí un alimentador (la ruta 18). Todo el recorrido amable y sencillo de pagar (con la tarjeta Bancolombia-Megabús), aunque tuve que bajarme en el centro comercial Portal de Cerritos ya que no existe la posibilidad de continuar el viaje hasta mi lugar de residencia.

 

Fuente: Esculturas de Pereira

 

Si existiera en la zona occidental un buen parqueadero, ubicado en La Villa o Belmonte, sería posible desplazarse hasta allí en carro y luego abordar el transporte masivo y viceversa.

 

Esta podría ser una alternativa, o habilitar una ruta con frecuencia mínima que hiciera los recorridos a una hora determinada por las entradas que conducen a los condominios suburbanos de Cerritos. Es verdad que en la actualidad el número de usuarios debe ser poco y que esta ruta podría ser deficitaria económicamente. Sin embargo, valdría la pena intentarlo puesto que la oferta también estimula la demanda del servicio.

 

Estas son propuestas que podrán ser consideradas, postergadas, o desechadas.

 

Lo que sí no da espera es un sistema de ventilación adecuado en la gran estación del sub centro de Cuba. A pesar de que su funcionamiento en términos del movimiento de buses y pasajeros se observa organizado, a ojos de una usuaria desprevenida como yo, es evidente que la contaminación por emisiones en ese lugar supera cualquier tipo de indicador tolerable. El humo se refleja en las escasas luminarias, y sinceramente da miedo respirar allí.

 

Foto: El Diario

 

Otro tema inexplicable es que después de más de diez años de haber implementado el sistema, sigamos usando las rutas troncales, por ejemplo, la Avenida 30 de Agosto, para la circulación de las busetas zapotes, cuando se suponía que los carriles restantes a la intervención del Megabús serían exclusivos para el transporte particular.

 

¿Qué razones existen para que el transporte masivo no se haya integrado en Pereira? Es una pregunta cuya respuesta se ha dilatado, escudándose en estudios o en la ausencia de recursos para hacer las inversiones que la integración requiere. Pero, pregunto: ¿No sería tan sencillo como cambiar la tecnología de recaudo a las busetas zapotes para que nuestro transporte quedara, al momento, integrado? ¿No es eso lo que alguien denominó “integración virtual”?

 

Entre otros temas: ¿han notado el estado lamentable de algunas busetas zapotes, que nos fumigan con su oprobioso humo mientras circulan por las calles?

 

Foto: El Diario

 

El sistema integrado de transporte masivo, que es nuestra alternativa más fiable de movilidad en el presente y, por supuesto, en el futuro; tiene en relación a lo que nos prometieron muchos compromisos por cumplir.

 

A la sombra de los guayacanes en flor

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Fue el 10 de agosto de 1890 cuando entre esos andariegos cobró forma la idea de fundar un pueblo que les permitiera poner fin a sus afanes.


El camino de regreso

Cada año, por noviembre, Luis Eduardo Marín, comerciante de frutas y verduras en Corabastos, parte desde Bogotá a las dos de la madrugada en compañía de Lucía, su mujer, de Julián y Lorena, sus hijas, además de Paco y Luna, un perro y una gata que se acomodan en la parte de atrás de su campero Land Rover.

Van en busca de un pueblo anclado en una de las estribaciones de la cordillera occidental, fundado poco más de un siglo atrás, en unas tierras que una vez fueron habitadas por los indios Umbrás.

Mejor dicho: su mujer, sus hijos, el perro y la gata lo acompañan en busca del paraíso perdido de su infancia, transcurrida en una vereda llamada El Tigre, ubicada a tres horas de caminata desde la cabecera municipal.

Foto: La Cebra que Habla.

Antes de llegar a su destino tendrán que bajar hacia las planicies ardientes del Tolima. Luego de pasar por Cajamarca toman la empinada cuesta hacia el Alto de La Línea, tan célebre por sus trancones monumentales como por las hazañas protagonizadas en su cumbre por héroes del ciclismo del talante de Ramón Hoyos, “Cochise” Rodríguez, “Lucho” Herrera o Nairo Quintana.

Al pasar por Armenia, Luis Eduardo empieza a sentirse en casa: hasta aquí viajaba en tren con sus padres a visitar a sus parientes Rosario y Lorenzo, desterrados de su vereda durante los días cruentos del Corte de franela y otras atrocidades perpetradas por la chusma durante los tiempos de la violencia liberal conservadora.

En esa estampida, Alejandrino y Purificación, los padres de Luis Eduardo, fueron a parar a una barriada miserable en el sur de Bogotá.

Foto: La Cebra que Habla.

Ellos, que habían descuajado montañas con sus propias manos y convertido un erial en una próspera finca de café y ganado.

Luego de un almuerzo en Pereira buscan la ruta hacia La Virginia y emprenden una breve travesía por entre los cañaduzales que surten al Ingenio Risaralda. A la altura de Remolinos cruzan el puente y entonces al jefe de la familia le da un vuelco el corazón: allá arriba en las fincas cafetaleras y en los plantíos de plátano se ven los guayacanes que a la menor ventisca se arremolinan en una danza de flores doradas, lilas, blancas y rosas.

No por casualidad su pueblo es conocido como La villa de los Guayacanes.

Disfrutando esa fiesta de colores el hombre siente que solo por eso vale la pena emprender cada año el camino de vuelta a casa.

Foto: La Cebra que Habla.

Más tarde, una vez ya instalado con los suyos en algún hostal, activará el ritual de recorrer la plaza y las calles tratando de reconocer algún compinche de estudios en la   Escuela Santander, o el rostro de una muchacha de la que estuvo enamorado cuando se encontraba con ella haciendo fila para entrar a matiné en el teatro de Domingo Moscoso.

Quien sabe, a lo mejor ese amigo es el hombre de panza cervecera que contempla la llovizna como si fuera una materialización del tiempo perdido.

Tal vez la mujer amada sea esa abuela que se distrae comprando globos de colores para sus nietos.

De golpe, recuerda el título de una película que lo sobrecogía de terror y lo obligaba a doblarse en la silla, resignado a recibir el golpe mortal: Santo, El Enmascarado de Plata, contra las momias de Guanajuato.

Extraída de: México Movies.

Belén de Umbría, su pueblo, celebra sus fiestas aniversarias en noviembre. Aunque, como sucede con todos los pueblos de la tierra, una es la fecha de fundación en las leyendas, otra la de sus primeros asentamientos y otra muy distinta la de los hechos administrativos.

 Con el perro andariego

De acuerdo con las primeras crónicas, por aquí anduvieron los Umbrás, los Andicas, Los Chápatas antes de que las huestes de Jorge Robledo bajaran desde Antioquia para adentrarse en estos territorios en busca de las minas de oro que siempre estaban un poco más allá de la leyenda.

Por los caminos del conquistador llegarían tres siglos después los primeros colonos seguidos por el perro andariego que hoy ya es parte de la mitología de esta zona.

Fue el 10 de agosto de 1890 cuando entre esos andariegos cobró forma la idea de fundar un pueblo que les permitiera poner fin a sus afanes. Dicen que fue don Antonio María Hoyos el hombre al que se ocurrió la idea.

Foto: La Cebra que Habla.

También estaban José María Londoño, Isidro Flórez, Benancio Parra, Santiago Velásquez, Víctor Impatá, Manuel Betancourth y Manuel Hoyos.

Ellos y otros tantos cuyos nombres se han perdido en la desmemoria formaron la primera junta pobladora. Con el auspicio del párroco Pedro Orozco se dirigieron a la prefectura de Riosucio, que a su vez se encargó de gestionar ante la gobernación de Popayán lo concerniente a su paso de caserío a corregimiento.

Para esa fecha de 1890 al Inspector de Policía Pío Ramírez le correspondió la tarea de gobernar esa aldea habitada por cuatrocientas personas, resultado de los primeros cruces entre los colonos paisas y los indígenas originarios.

Pasaron veintiún años, hasta que el 27 de abril de 1911 la Asamblea de Caldas expidió la ordenanza mediante la cual se creó el municipio de Belén de Umbría.

Foto: La Cebra que Habla.

Como cada año, en noviembre de 2017 los descendientes de esos pioneros se dan cita en el pueblo para reconocerse continuadores de una empresa que no solo ha sobrevivido a las arremetidas del infortunio, sino que hoy la tiene como la localidad de mayor dinamismo económico y social en el occidente de Risaralda. De hecho, Belén de Umbría es hoy el mayor productor de café en el departamento y ocupa uno de los primeros lugares en el concierto nacional.

Aparte de eso, algunos emprendedores han desarrollado todo un frente económico alrededor del plátano.

La prueba visible son las plantaciones que se ven al fondo. El viento de la tarde sacude las hojas húmedas y deja ver los racimos opulentos.

“Hace veinte años, pa´ disfrutar plátanos de ese tamaño había que viajar hasta Pueblo Tapao, en el Quindío”, grita un finquero a modo de declaración de principios y completa la faena bebiéndose una botella de cerveza de un solo trago.

¡Salud! Le dice a su caballo, amarrado a la puerta del bar y el animal le responde con una serie de relinchos entusiastas.

Foto: La Cebra que Habla.

Breve encuentro

A las nueve de la noche del sábado la fiesta alcanza su máximo furor.

La plaza principal de Belén de Umbría es la expresión sonora de lo que en el mundo de la música se conoce como la onda crossover: vallenatos, reguetón, salsa, baladas, rancheras, corridos, cumbias, despecho, carrilera, boleros, tangos, valses, pop, y unos cuantos géneros más forman una masa compacta de sonidos que abrazan a la multitud y elevan la temperatura del ambiente de por sí enfebrecido por el licor que corre a chorros desde un dispensador inagotable.

Desde su reino de siglos, la estatua de Simón Bolívar los contempla. Por un momento pareciera que quiere bajar de su pedestal para sumarse a la rumba.

En un café de la esquina una panda de viejos amigos celebra el reencuentro alrededor de una garrafa de aguardiente.

Foto: La Cebra que Habla.

Miguel, que vive en Barranquilla donde regenta un almacén de repuestos. Gabriel, residenciado en Palma de Mallorca, ha venido porque su mujer española quería conocer ese pueblo al que los relatos de su marido a la hora de la cena acabaron por convertir en leyenda.

Belén, por los pesebres y Umbría por la región donde nació san Francisco de Asís.

O por los indios Umbrás que habitaron la región.

Los hijos de esta tierra no acaban de ponerse de acuerdo al respecto.

Porque también se llamó Mocatán.

Y Arenales.

Extraída de: Tripadvisor.

Bueno, a la mesa también está sentado Rafael, que comercia con pescado seco del Amazonas.

A estos tipos con nombre de arcángeles solo le falta el Ángel de la Guarda para completar una buena delantera.

Porque a esta hora hablan de fútbol y, entonces, un auditorio empieza a congregarse a su alrededor.

Gabriel alza el dedo índice de su mano derecha y empieza la homilía:

En Belén tuvimos uno de los mejores futbolistas del país en su momento. Solo que para la época no había tanta televisión, ni publicidad, ni empresarios. Pero si le hubiera tocado hoy, estoy seguro de que habría terminado jugando en un equipo europeo. Yo he visto jugar en España tipos troncos por los que pagan millones de euros y a los pocos meses los devuelven pa´ la casa.”

Gabriel habla de Hugo Sánchez, claro. Un futbolista nacido en Belén de Umbría que desató procesiones fervorosas cuando llegó a jugar en el Deportivo Pereira. Era uno de esos punteros habilidosos que ya no se ven.  Igual que cuando jugaba en los potreros de su pueblo, hizo estragos en las defensas de los equipos profesionales de Colombia. En Barranquilla hizo recordar a Caldeira. Sus gambetas hicieron que en Medellín los hinchas del Atlético Nacional evocaran a Víctor Campaz. En Bogotá los seguidores de Millonarios lo sufrieron una tarde entera y, para conjurarlo, hicieron que los directivos lo contrataran.

Extraída de: El Diario.

Pero, como tantos otros futbolistas con raíces demasiado profundas, Sánchez no resistió la capital y se regresó a Pereira, donde le bastaba una hora y media para reencontrarse con los que amaba.

Y ese fue el comienzo del fin de sus días de gloria.

Viviendo en el pasado

Lucía, la esposa de Luis Eduardo Marín, es bogotana. Sus hijos, al igual que el perro y la gata, también nacieron allí. Pero todos disfrutan viéndolo recorrer las calles con el aire embelesado de un niño en una feria. Más que con el sabor, viaja a otra dimensión de su vida aspirando hondo el olor de las empanadas con ají. Unos pasos más adelante se quedan mirando, atónito, a un viejo centenario que camina apoyado en un bastón de palo de café, en el que cree ver a su profesor de primaria. Pero la voz de Julián lo devuelve de golpe al presente:

“¿No nos dijiste que ese profesor había muerto en un accidente?”.

Extraída de: El Diario.

Vencido, Luis Eduardo decide llevarlos a conocer el Museo Bolívar. La familia en pleno, incluidos el perro y la gata, lo acompaña, solidaria, hasta la finca La Arboleda, donde ahora está emplazado el museo.

Durante el recorrido les cuenta que todo empezó con la llegada de don Eliseo Bolívar a san Antonio del Chamí, hoy corregimiento de Mistrató.  Había partido de Jericó, Antioquia, siguiendo la ruta colonizadora que conducía hacia el Chocó. Años después se trasladó al caserío de Arenales, donde fue parte de la junta fundadora.

“Como era muy inquieto por las artes, se dedicó a coleccionar toda  clase de cosas que después se volvieron  importantes para conocer la historia del municipio.  Además, escribió crónicas sobre la fundación del pueblo” les contó Luis Eduardo mientras tomaban aire antes de emprender la cuesta final.

Allí mismo les dijo que el actor Pedro Montoya, célebre por su encarnación de Bolívar en un seriado de televisión, había nacido en Belén de Umbría un 10 de octubre de 1948.

Extraída de: Colarte.

“El museo como tal fue creado en 1942, gracias a la iniciativa de su hijo Carlos Bolívar. Fue él quien lo convirtió en un lugar organizado. Luego de su muerte en los años ochenta sus herederos, la familia Gil Bolívar, se encargó de conservarlo.”

En esa casa finca que data de 1894, los recuerdos de Luis Eduardo conducen a su familia de la mano por unos salones donde se encuentran, como si se acabara de instalar allí, con el piano donde se compuso el himno de Belén de Umbría.

También está la biblioteca, que llegó a contar hasta con cinco mil ejemplares, entre los que destacan libros de ocultismo y masonería, así como las obras de Vargas Vila.

Y eso en una sociedad gobernada con mano de hierro por el clero y por el Partido Conservador, que desde esos días son como decir la misma cosa.

Tomás Cipriano Ignacio María de Mosquera-Figueroa y Arboleda-Salazar , más conocido como Tomás Cipriano de Mosquera (Popayán, Virreinato de Nueva Granada, 26 de septiembre de 1798-Coconuco, Cauca, Estados Unidos de Colombia, 7 de octubre de 1878) fue un militar, diplomático y estadista colombiano. Extraída de: Historia Biografías.

“Y lo más importante: – y los señala con el índice- aquí están estos ejemplares que pertenecieron al virreinato de la Nueva Granada y otros que dejó el general Tomás Cipriano de Mosquera cuando estuvo por estos lados”

A Luis Eduardo no le cabe el orgullo en el cuerpo cuando comparte esas joyas con los suyos. Y eso que les falta visitar El Salón de Antigüedades Paisas y El Salón de Arqueología, donde se cruzan los caminos de los pobladores indígenas de la zona y los colonos llegados del sur de Antioquia con los que se amalgamarían después.

De regreso a la plaza principal no dejan de advertir la cantidad de negocios que han florecido en Belén, a resultas de los recursos provenientes del café y el plátano, y también de las remesas de quienes a partir de los años sesenta del siglo veinte emigraron a Venezuela, a Estados Unidos, a España, a Inglaterra y Australia. Almacenes, boutiques, restaurantes, bares, distribuidoras de productos agrícolas, bancos y puntos de venta de teléfonos celulares les dan a sus calles el aspecto de uno de esos distritos comerciales de Nueva York, San Francisco o Miami que antes solo se veían en las películas.

Foto: La Cebra que Habla.

Cosas de la globalización, recitan algunos.

O de la pura necesidad, replican los más escépticos.

La última travesura

Es el último día de las fiestas aniversarias en Belén. Ya han partido casi todos los que llegaron desde lugares muy lejanos. Solo quedan los residentes en Pereira y municipios cercanos como Anserma o Riosucio.

Pero Luis Eduardo ha insistido hasta el final porque quiere permitirse una última travesura. Después de regatear el alquiler durante un buen rato, ha conseguido que lo dejen conducir uno de esos viejos camperos Carpatti que prevalecen solo en Belén, desafiando el reinado ejercido por los Willys en el resto de la zona.

Foto: La Cebra que Habla.

Cuentan que un político de Pereira que fue embajador en Rumanía aprovechó sus nexos con una familia poderosa del pueblo y se dedicó a importar esos camperos que hoy siguen transitando con su carga de hombres, mujeres, niños, víveres y bestias por unos desfiladeros que harían dudar al más avezado de los animales de carga.

Durante dos horas, sentado al volante del Carpatti alquilado, Luis Eduardo Marín, Ingeniero Agrónomo y comerciante en Corabastos, recorrió los meandros de su propia memoria en compañía de Lucía, Julián, Lorena, Paco y Luna los meandros de su propia memoria.

Lugares como Guayabal, La Planta, La Selva y El Tigre le devolvieron el aroma de la pulpa del café, de los fríjoles con coles hirviendo en los fogones de leña, de las astromelias en sus tiestos, de la pelambre mojada de los perros, de la boñiga fresca de las vacas y del cagajón humeante de los caballos.

De vuelta, empezó a subir el equipaje de los suyos al Land Rover con parsimonia deliberada. Quería gozar cada minuto antes del viaje de regreso que los llevaría por La Virginia, Pereira, Armenia, La Línea, Cajamarca e Ibagué, antes de cruzar la llanura ardiente que precedería su ascenso hacia Bogotá.

Después de todo, tendrá que esperar un año antes de volver a la sombra de los Guayacanes en flor.

Un crimen en tres carteles

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La inquietud, la ironía, la sola interlocución sobre el suceso por medio de tres anuncios, es el hilo que enreda la trama.


 

 

Ficha técnica

Año, país, duración 2017, Reino Unido, 112 minutos
Dirección y guion Martin McDonagh
Música Carter Burwell
Fotografía Ben Davis
Actores Frances McDormandWoody HarrelsonSam RockwellCaleb Landry Jones,Lucas HedgesPeter DinklageJohn HawkesAbbie CornishBrendan Sexton III,Samara WeavingKerry CondonNick SearcyLawrence TurnerAmanda Warren,Michael Aaron MilliganWilliam J. HarrisonSandy MartinChristopher Berry,Zeljko IvanekAlejandro BarriosJason RedfordDarrell Britt-GibsonSelah Atwood
Productora Coproducción Reino Unido-Estados Unidos; Blueprint Pictures. Distribuida por Fox Searchlight
Género ThrillerDramaComedia | Comedia negraRacismoAbusos sexuales

 

¿Cómo reaccionar ante la negativa y la ausencia de justicia? ¿deberíamos contener nuestros impulsos o transformarlos creativamente? La trama de la película se nos escurre entre la capacidad de reacción de una madre frente al atroz crimen de su hija; la falta de proceder de las instituciones; y los modos como los demás, en sus palcos, tribunas o deambulando, también manifiestan su posición frente a lo que ocurre y va sucediendo.

La sociedad del espectáculo y sus manías se pone en evidencia: va mutando o adaptándose; así aquello, comúnmente aplaudido en las pantallas, es rechazado cuando se pone cerca, cuando ronda por el vecindario. ¿Por qué consideramos significativo y próximo lo de los medios y como lejanos y triviales lo de nuestro entorno?

 

Fuente: Extraída de Scriptmag

 

La puesta en escena es sencilla: una mujer decide poner tres carteles con mensajes de inquietud. Son vallas publicitarias usadas como una forma de protesta ante la negativa de resultados por la cruenta muerte de su hija. La película no se centra en el dejo, en las amarguras, desaires o todo el vaivén hacia la madre, quien padece un hecho inefable.

La estrategia de esta película es azarosa: muestra, pero más bien nos deja entrever, esos resquicios sociales, comunitarios, donde existen intersticios de algo perturbador en la sociedad, como si la acción pasara por invisible.

Entonces, lo mediático, en cualquier formato, apabulla. Y las vicisitudes de un ser compungido por la violencia son reseñadas en su mirada, en lo que emprende, para no dejar a la tormenta llevarse lo poco dejado.

La tensa calma se ve trastocada en un pequeño lugar, no por el crimen, sino por hacer roncha en la moral. La inquietud, la ironía, la sola interlocución, sobre el suceso por medio de tres anuncios, es el hilo que enreda la trama. Ata a los lugareños, envuelve con forzada memoria el nombre de la víctima, pone en jaque a las autoridades y nos da vueltas sin saber dónde el nudo nos proporcionará mayores desafíos o nos amarrará más allá de las sillas.

 

Fuente: Extraída de Hacerse La Crítica

 

En esta película no hay como soltarse ya que funciona con un golpe infalible. Cada escena y su posible desarrollo es como tener la soga en el cuello. Hablo de algo muy genérico. El poderoso tema de fondo son los abusos sexuales en un espejo lleno de horror que no la hace explícito, sino que lo evoca.

El marco es apenas el ideal para obtener la estatuilla del Óscar a mejor película. La madre representa en el fondo una idea de sujeto norteamericano: como sea se impone, logra -no importa el modo- lo propuesto.

Y así también cada habitante se identifica con las facetas del miedo, de la presión, de la infamia de no saber qué hacer ante un magno acontecimiento que sin pensarlo los tiene en una cuerda floja.

Como ha ocurrido en otros momentos de premiación, las películas no se aíslan del boom mediático, y el tema de los abusos sexuales son predominantes, aunque cuenten con cierto aire de naturalidad. Además, la resolución a la escasez de resultados -nada desconocido en estos temas-, obliga a buscar maneras muy contundentes de consecución de justicia.

 

Fuente: Extraída de Mundo DVD

 

Desde hace rato veo premiar películas, un tanto salidas de los esquemas directos de Hollywood.

Hace un año “Moonlight” con el tema afro y con sutileza la diversidad sexual, siendo la favorita “La la land”; en el 2016 fue la poderosa denuncia hacia los cientos de curas pedófilos “Spotlight”, realzando la labor de los periodistas investigadores, siendo la más favorita El renacido; en el 2015 estuvo la muy afable, extraña y querida “Birdman”; en el 2014 el tema relevante de la historia de un individuo afro condenado a doce años de esclavitud; en el 2013 predominó la “Hidalguía” de un comando gringo rescatando a seis rehenes en Irán,  casi lo mismo del 2009 con “The Hurt locker”.

Así, cada de esos premios enaltece ideas sobre el sujeto de una nación imperial, ofrece marcas de este mundo y teje la aldea global.

La película “Tres Carteles” además es tan diciente, su director la hizo de tal modo que, con su narrativa, actuaciones, los giros escalonados, no dejáramos de pensar en esa niña que fue presa de un alguien que la violó, asesinó y para ponerla como en un oxímoron, la calcinó.

No hay terror ni nada de amarillismo en el desarrollo, pero sí, impotencia, ganas presurosas de verdad, una pugna contra las autoridades, un reclamo creativo y airado de quien le tocó perder un ser querido, un enigma permanente, un revolcón de los sentidos y una serie de bofetadas al pensar y a las decisiones que tomamos.

La astucia y determinación de la película es la de tomar justicia con elementos insidiosos, además el arma letal y poderosa como poner un cartel en un sitio público, lo que es una comunicación de taladros a la quietud.

Nada más un mensaje, un tanto provocativo, de un alguien molesto, mientras que aquellas invitaciones a la banalidad, al despojarnos de interés por lo público, con gusto por lo frívolo e instantáneo son más recurrentes y sin mayor trascendencia son las predominantes.

 

Apía o las formas del viento

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En 2018 La casa de la cultura de Apía es un hervidero de niños, jóvenes y personas mayores que van y vienen en medio de sonidos de clarinetes, tambores, flautas y guitarras.


Viajes de ida y vuelta

A mediados de los años noventa del siglo anterior, un profesor de estas tierras llamado Francisco Alzate, conocido por sus contertulios como Pacho, así a secas, y que más tarde sería alcalde del municipio, puso en marcha un programa de bachillerato rural alimentado con un sueño: desarrollar en los muchachos destrezas que les permitieran seguir conectados al campo de sus mayores. La idea era mitigar en lo posible el éxodo de las nuevas generaciones hacia otros lugares del país o del mundo.

Eran los días de la emigración hacia España, la nueva tierra de promisión alentada con el dinamismo del sector turístico y de la construcción en ese país. Durante diez años esos andariegos enviaron remesas a manos llenas, que permitieron pagar las deudas de los padres y animar sectores de la economía local como el comercio, los restaurantes y los sitios nocturnos.

Pero un día la economía española reventó como una pompa de jabón. Muchos de esos andariegos volvieron a casa y trataron de hacerse a un lugar en las viejas fincas, la mayoría de ellas en decadencia.

Foto: Jess Ar

Entonces descubrieron que en la prisa por la partida habían cortado sus propias raíces.

Fue así como aprendieron el sentido de aquellos versos del cantautor argentino Facundo Cabral:

“No soy de aquí/ ni soy de allá”.

Esos andariegos eran los nietos y bisnietos de los colonos antioqueños que llegaron bordeando la cordillera y se asentaron sobre una ladera azotada por los vientos, en la que plantaron en principio maíz, yuca, y fríjoles, la base de una dieta que complementaban con las gallinas y los cerdos criados en el corral.

Cuentan los cronistas que José María Marín y María Encarnación Marín pisaron tierras de los indios apías en 1883.  Luego llegarían Julián Ortiz y su esposa Juliana Aguirre. A ellos se sumaron Saturnino Marín, José María Ledesma, Carmelo Marín, Rafael Álvarez y Urbano Osorio.

Foto: Jess Ar

Así que los hombres y mujeres que un día alzaron vuelo y se radicaron en Pereira, Manizales, Cali, Medellín y Bogotá para partir más tarde hacia lugares tan remotos como Nueva York, Madrid, Londres, Roma o Tokio ya llevaban en las venas el germen de la errancia.

El culo inquieto tan caro a las historias de fundaciones y colonización.

Las noticias sobre la buena fortuna de los primeros colonos no tardaron en atraer racimos de familias que se desgranaron desde pueblos de Antioquia como Fredonia, Venecia, Salgar, Jardín, Andes y Jericó. Eran ramificaciones de los clanes que se desplegaron hasta los límites con el Chocó y fundaron poblaciones como Mistrató, adentrándose hacia Puerto de Oro en busca de las minas que en los relatos de los narradores orales aparecían y se desvanecían entre la historia y la leyenda.

Para regar las tierras los primeros fundadores contaban con las aguas de los ríos Apía, San Rafael y Guarne, alimentados por quebradas y riachuelos que bajaban desde las montañas facilitando la multiplicación de animales para la caza que llegaban a abrevar en ellos. La Mecenia, La bruja, La María y La soledad destacaban por lo sugestivo de sus nombres.

Foto: Jess Ar

Para ayudarse a sobrevivir los colonos se acompañaban de escopetas y perros de caza que serían la pesadilla de los ambientalistas modernos. Guaguas, cusumbos,  dantas, armadillos y pájaros de gran tamaño sucumbían a su paso.

Lo que por esos días era un coto de caza con licencia para disparar, constituye hoy un complejo ecológico protegido como patrimonio, integrado entre otros por los parques Tatamá, Agualinda y La María. De ese circuito visitado cada vez más por los turistas forman parte la Granja Vinícola San Isidro, las minas de magnesio San Antonio, las cascadas de La Popa, la Laguna de Morro Azul y el Valle del río Mapa.

Entre poetas, maestros, curas, músicos y trovadores

“Mi mamá Rosenda nos contaba que la lectura de poesía era parte obligada de las clases en el Colegio de la Sagrada Familia en Apía”

dice   Aura Rosa, una octogenaria oriunda de Anserma, Caldas, cuya madre fue enviada a en su juventud a cursar estudios en ese internado que para la segunda década del siglo XX era uno de los de mayor prestigio en la región.

Fundado el 27 de agosto de 1913, el colegio se fortaleció por los días en que los liberales libraban batallas jurídicas por acabar con el control del clero sobre la educación.

Pensionada como profesora de primaria, Aura Rosa recita de memoria versos enteros de Amado Nervo, de José Santos Chocano, de Rubén Darío y de Gabriela Mistral. Entre los colombianos, le encantan esos versos de Eduardo Carranza que dicen así:

“Todo está bien/ bajo el azul del cielo/ salvo mi corazón /todo está bien”.

Sentada en el viejo patio de una casa en el barrio Providencia de Pereira hilvana, una a una, las cuentas de un bien conservado rosario de recuerdos heredados de su madre.

Foto: Jess Ar

“Mi mamá llegó a Apía en 1920 a estudiar como interna en el colegio de La Sagrada Familia, una construcción que a pesar de estar clasificada como patrimonio arquitectónico y cultural hoy amenaza ruina. De allí salió para casarse con mi papá Alejandrino, que bajaba cada quince días a rondarla cuando las dejaban salir en sus tardes libres a dar vueltas en el parque. Era tan terco mi viejo, que de esa unión nacimos diecisiete hijos, todos bendecidos por la iglesia, eso sí.

“Cuando, ya mayores, nos reuníamos en la casa paterna en navidad o el Día de la Madre o del Padre alrededor de una olla enorme de sancocho, mamá Rosenda siempre evocaba los tiempos de Apía como los más felices de su vida. Y siempre volvía al claustro de la Sagrada Familia. Decía que, aparte de la orientación religiosa, allí le habían inculcado el respeto por la cultura, por la música, por la poesía. En esos tiempos era obligatoria la lectura de poesía en las clases. Tal vez por eso esas personas redactaban las cartas que enviaban a sus casas con un estilo que todavía hoy produce admiración, sobre todo con los horrores de ortografía que uno ve en el correo electrónico”.

Pero no solo era el colegio. En 1952, en plena violencia liberal conservadora, llegó a Apía una organización que muy punto se convirtió en un alivio para sus habitantes en medio de las tribulaciones que vivían. Para esa época funcionaba en Apía una institución de formación musical cuyo prestigio tuvo alcance nacional.

Se trataba del Orfeón Antioqueño, dirigido por el maestro José María Bravo Márquez. Fue así como el maestro Rubo, el más destacado músico de la localidad tomó la iniciativa de conformar una agrupación coral, siguiendo las pautas dejadas por   Bravo Márquez. En 1953 el maestro Rubo fue llamado   a conformar y dirigir la primera banda municipal. Con el tiempo, el pueblo alcanzó tal prestigio en el campo musical que hasta allí llegaban personas provenientes de ciudades como Ibagué, para la época ya bautizada y conocida como la Ciudad Musical de Colombia.

Foto: Jess Ar

De esa dimensión era la estela dejada por el Orfeón Antioqueño.

Como contracara de ese dinamismo creador, la iglesia católica hacía sentir su poder desde los púlpitos, tal como aconteció en todo el territorio nacional. Doña Rosenda les contaba a sus hijos cómo los sacerdotes lanzaban sus dardos contra esos guerreros liberales seguidores de Rafael Uribe Uribe, que subían por las montañas y se refugiaban en el vecindario, seguros de que así se pondrían a salvo de las venganzas heredadas en viejas guerras.

Qué venían a sembrar el pecado y la duda entre los habitantes

decía doña Rosenda que clamaban los curas.

En 2018 La casa de la cultura de Apía es un hervidero de niños, jóvenes y personas mayores que van y vienen en medio de sonidos de clarinetes, tambores, flautas y guitarras. Unos humedecen el pincel y se lanzan a recrear las montañas que, allá al fondo, parecen flotar en medio de la neblina. Otros amasan el barro y le sacan de las entrañas la silueta de una ninfa o de la mismísima Patasola, una de las leyendas recurrentes en la zona. En sectores como Ríoarriba todavía se escuchan relatos de hombres y mujeres aterrorizados por su repentina aparición en medio del bosque.

Foto: Jess Ar

Dos de los responsables de toda esa vitalidad artística y cultural son los hermanos Carlos Fernando y Francisco Javier López Naranjo. Músico el primero y poeta el segundo, sus vidas se entrelazan con la historia cultural de Apía en el último medio siglo.

Las formas del viento

Cuenta la leyenda- no confirmada, como toda leyenda que se respete- que Eric Burdon, Grace Slick y Arturo Astudillo en representación del rock vernáculo, estuvieron de visita en Apía en un agosto venturoso de 1967. Dice esa misma leyenda que los tres músicos treparon por una carretera destapada en una noche sin luna. Agazapados y protegidos por la oscuridad se despacharon con los acordes de sus guitarras eléctricas y con el susurro de la voz cadenciosa de la Slick, que a esa hora se confundía con las ventiscas heladas que bajaban de las montañas.

Dicen, porque siempre hay alguien que dice y otro alguien que lo confirma o lo desmiente, que los músicos llegaron camuflados en una maleta llena de discos de acetato en 33 revoluciones por minuto. Viajaron en la caja de carga de un destartalado bus de Flota Occidental que hacía su recorrido desde Pereira por una carretera polvorienta.

Desde ese día los oídos de los parroquianos tuvieron que adaptarse a otros sonidos, acostumbrados como estaban a los cantos del Ave María en las madrugadas y a los lamentos de El caballero Gaucho en la alta noche, presidiendo con su voz aguardientosa las veladas donde los meros machos del pueblo dirimían a machetazo limpio viejos pleitos de cama.

Foto: Jess Ar

Cuenta la misma leyenda que el destinatario de ese alijo de música fue un casi niño llamado Carlos Fernando López Naranjo, vástago- así les decían: vástagos- de una familia de músicos y trovadores que plantó en Apía las semillas de una suerte de sueño sicodélico que hoy se llama Rock al viento y cada año convoca a músicos y melómanos de lugares distantes dentro y fuera del país.

Quedan avisados: en Apía las leyendas no se relacionan solo con los antiguos cuentos de La Patasola, La Llorona o El Mohán.

Cuando arrecian los vientos en este pueblo los personajes de las leyendas van por las calles tocando la batería, la flauta traversa, el bajo y la guitarra eléctrica.

Cuando hierve la sangre

Por supuesto, no siempre las cosas han tenido un tono alegre aquí.  Igual que en los restantes municipios de Risaralda, las violencias han dejado su rastro de sangre en este territorio. Aquí llegaron viejos combatientes de la Guerra de los Mil días, habituados al lenguaje de la pólvora y el machete.  Tres décadas más tarde, los caciques liberales y conservadores agitaron sus trapos azules y rojos, sembrando la discordia entre hombres que hasta ese momento habían sido compadres.

Foto: Jess Ar

De venganza en venganza, los apianos vivieron su propia experiencia del dolor.  Uno de esos hijos, del que nadie se acuerda, un descendiente de caucanos de apellido Robles, escapó por un pelo de ser decapitado en una incursión de chusmeros. Fue tanto el susto por el ataque y tanta la emoción de sentirse vivo, que no paró de correr con su hijo entre los brazos hasta que llegó a Buenaventura, donde se enroló en un buque de la Flota Mercante Gran Colombiana que partía hacia las antípodas. En las Filipinas, un país donde hablan español porque hasta allí llegaron las avanzadas de ese imperio durante sus tiempos de gloria, le pagó a un traficante de pasaportes para que le consiguiera papeles de esa nacionalidad. Desde ese día el hombre y. su hijo fueron filipinos.

“Aquí descansan Los Robles”

dicen que se leía en la tumba de un pequeño cementerio en una provincia filipina llamada Batuangas. La historia la contó Francisco Rico, un marinero oriundo de   Fredonia que le dio varias veces la vuelta al mundo y se topó con ese escueto epitafio que le confirmó de golpe el carácter errante de sus compatriotas.

El problema es que cada vez que Rico lo contaba, el señor Robles escapaba con su hijo, en iguales circunstancias, de los municipios de Belén de Umbría, Apía o Santuario.

Al menos eso aseguraban sus detractores. Efectos de tanto Whisky, añadían.

Foto: Jess Ar

En cualquier caso, los años pasaron y, en lugar de menguar, el horror encarnó en otros rostros y nombres. En los ochenta llegaron los muertos del narcotráfico, de la guerrilla y de los paramilitares. Las montañas que conducen hacia el Chocó constituían un buen escondrijo y los caminos volvieron a llenarse de pavores.

Las antiguas historias que hablaban de exterminios entre familias cobraron nuevas formas en esos días aciagos.

Fue entonces cuando el éxodo tomó nuevos rumbos. Otros hijos de Apía, en cualquier caso, más reales que Los Robles, fueron a parar a barriadas de Madrid, Valencia, Barcelona y Las Baleares. La relación entre Colombia y España experimentó un nuevo reflujo de la marea.

Fue por esos días cuando el profesor Pacho Alzate empezó a hablar de su bachillerato rural.

“A ver si nuestros hijos encuentran un buen motivo para quedarse en casa”,

repetía ante una multitud de oídos sordos.

Foto: Jess Ar

Un café muy amargo

Sentado frente a un trago doble de aguardiente, don Gildardo medita en su suerte. Bisnieto, nieto e hijo de caficultores, intenta sacar adelante una finca de veinte cuadras de tierra en la ruta que conduce hacia Viterbo y Belén de Umbría.  Con Libia, su mujer, engendró siete hijos. Cuatro de ellos viven en el exterior y los tres restantes se afincaron en Cali y Bogotá.

“Todos se fueron en los tiempos en que Pacho Alzate luchaba con su cuento del bachillerato rural, dizque para que los muchachos no se fueran de aquí. Por lo menos a los míos les entró por un oído y les salió por el otro.  Aunque siempre trataron de sacarnos de la finca, mi mujer y yo nos resistimos: lo nuestro es la tierra y nada tenemos que hacer en la ciudad. Aquí por lo menos uno suelta la semilla y a la vuelta de unos meses le está dando la comida. En las ciudades a uno le toca pagar una fortuna por un pedazo de yuca ¿No ve?”.

Son las tres de la tarde. El viento pega fuerte y hace volar los sombreros de los parroquianos que cruzan la plaza como quien atraviesa un navío de proa a popa.

Mientras los ve pasar, don Gildardo apura otro trago de aguardiente mientras acosa a sus compañeros de tertulia, a ver quién puede explicarle qué es   eso del Paisaje Cultural Cafetero.

“Por si las moscas”,

 dice. Y se va en busca del jeep Willys que lo conducirá de regreso a su parcela.

Los retos de la seguridad en el posconflicto

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A man holding a Colombian flag walks in the transitional local zones for normalization. Fuente: Daily Maverick

 


Difícil situación que puede terminar siendo harina revuelta en el mismo costal, sin la debida separación de fenómenos, causas y soluciones.


 

El 2018 arrancó con un ambiente de inseguridad y zozobra que hacía tiempo no se vivía en el país.

Una razón podría ser la disputa del poder económico a partir del necesario reacomodo de las fuerzas en el escenario del posconflicto; lo que trae consigo la lucha por los territorios, el control de las redes de tráfico y microtráfico, el dominio del aparato del Estado -y el “botín” del presupuesto-, entre otros aspectos en proceso de “nueva repartición”.

A la par que se dan estas luchas, se mezclan los intereses de los diferentes actores.

Los que están por fuera de la democracia, como los disidentes del proceso de paz con las FARC, las denominadas “bacrim”, el ELN, los narcotraficantes y contrabandistas; o los criminales denominados comunes que hurtan, fletean, extorsionan, etc.; los que hacen parte de la institucionalidad, como los representantes de los viejos poderes (terratenientes, capos del narcotráfico), los líderes sociales que defienden los intereses de las víctimas afectadas por el conflicto, los caciques políticos regionales (que incluyen el partido político de las recién desmovilizadas FARC), los grupos políticos emergentes, los grupos económicos formales, y los ciudadanos del común.

 

A man holding a Colombian flag walks in the transitional local zones for normalization. Fuente: Daily Maverick

 

En medio de este variado ambiente de tensiones y actores disímiles existe un común denominador, la incapacidad del Estado para responder en dos frentes fundamentales: la protección (brindada por la fuerza policial o militar) y la justicia (que hoy vive una de sus peores crisis).

Un momento delicado que combina atentados terroristas como el del ELN en Barranquilla y el ataque contra la infraestructura del país (como el ocurrido en Tarazá, bajo Cauca antioqueño), líderes sociales asesinados sistemáticamente, hurtos agravados con violencia en los centros urbanos, y el uso de la fuerza por parte de grupos de civiles, que intentan impedir manifestaciones políticas contrarias a las propias militancias (Se presentó el fin de semana anterior cuando ciudadanos amotinados repudiaron a los miembros del partido político de las FARC, en sus labores proselitistas, en Pereira y Armenia).

Difícil situación que puede terminar siendo harina revuelta en el mismo costal, sin la debida separación de fenómenos, causas y soluciones. Todo por cuenta del debate político, ya que algunos no ocultan su intención de ligar, convenientemente, la percepción de inseguridad y el deterioro de la seguridad con el proceso de paz.

 

Colombia: Construcción de una cultura para la paz. Fuente: Paz Estereo

 

Hay que recordar que ciertos poderes oscuros defienden sus privilegios, los mismos que tienen al país sumido en una crisis institucional sin precedentes, y que son ellos, fundamentalmente, los que unen política con inseguridad y miedo, buscando que actuemos movidos por el temor.
 
En todo este panorama, es en nosotros, los ciudadanos del común, en quienes recae hoy la gran responsabilidad de contribuir a superar el momento decisivo por el que atraviesa nuestra historia.
 
Conservando la sensatez y participando del debate democrático, podremos dar oportunidad de gobernar a aquellos que, teniendo como horizonte la paz, se comprometan a realizar las reformas que el país requiere. De ellas, la más importante, la reforma a la justicia.
 
 
Contáctese con la autora:
Twitter: @marthaalzate_
Website: https://www.lacebraquehabla.com

Relaciones impuras entre literatura y periodismo: expresión de un nuevo arte

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Foto extraída de: Iris de Asomo.

De ahí que no sea extraño que los historiadores contemporáneos acudan a la literatura para comprender mejor los síntomas de los hechos sociales de una determinada época.


 

Se suelen discutir las relaciones entre periodismo y literatura, en especial cuando se pregunta por la validez de los géneros discursivos y por sus límites. Esa discusión tiene poco sentido para los ortodoxos que defienden un principio: los límites entre géneros no deben transgredirse ni mucho menos mezclarse, porque en esto de construir relatos, historias o situaciones que involucren la narración como técnica, con el fin de hacerlos circular en medios masivos de comunicación, puede ponerse en riesgo la objetividad y con ella la búsqueda de una verdad que necesita ser transmitida sin efectos y con transparencia.

Pero esa misma discusión sobre los géneros y sus bordes carece de sentido para quienes persiguen una forma, o como en el caso de Gérard de Nerval, al preguntarse sobre su rol en el mundo de las ideas y en sus obsesiones por alcanzar una expresión artística, responde: “¿Yo? Persigo una imagen, solamente”. Si para lograr este propósito, de alto valor estético, el autor, ese Yo obsesionado por la representación, debe acudir al robo, a la apropiación, al plagio o la reescritura, las licencias estarían dadas mientras ese alguien exista y tenga una finalidad en el horizonte de la creación.

Si algo acentúa los tiempos de la modernidad, es decir, ese estado de la sociedad y la cultura en el que todo se discute a la luz de una perspectiva histórica y toda certeza, empezando por la originalidad, se pone en situación a la luz de un diálogo crítico, que no deja de lado la historia de las ideas y las mentalidades, es la forma en que las más diversas expresiones del pensamiento humano se tornan impuras, en virtud de la capacidad que los seres tenemos de mezclar, de envolver y experimentar con materiales aquello que deviene búsqueda e interés.

 

El escritor y periodista colombiano, Gabriel García Márquez, es uno de los más transcendentales de la lengua castellana y literatura universal del siglo XX. Foto extraída de: El Espectador.

 

En esto las vanguardias consiguieron enriquecer un amplio terreno que ya los escritores del siglo XIX, Balzac, Dostoievski, Tolstoi, habían abonado, cuando comprendieron que a partir de la narración de cuadros sociales, se interiorizaba en la misteriosa condición humana, desde la psicología, la sociología y la antropología. De ahí que no sea extraño que los historiadores contemporáneos acudan a la literatura para comprender mejor los síntomas de los hechos sociales de una determinada época.

Así, pienso en lo que propuso Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas a comienzos del siglo XX. Lo suyo no era solo literatura y construcción de personajes aventureros, postura burguesa frente a una sociedad jerarquizada, cuyos miembros aristócratas eran proclives a emprender viajes por geografías exóticas y a condensar en los diarios íntimos sus testimonios de vidas ejemplares; era también la posibilidad de explorar, por vía de la ficción, las condiciones políticas y económicas de la expansión bárbara del imperio británico en territorios africanos. Y en esa exploración, Conrad tomaba partido, sin duda, por los más débiles, al denunciar las atrocidades de un sistema imperial avasallante.

Pienso, también, en la revolución que propuso Duchamp al crear La fuente (1917), una escultura de porcelana blanca, que era en realidad un urinario de pared comprado en un almacén de fontanería. Por vía del ready-made (manipulación, uso de objetos ordinarios con un sentido estético), Duchamp se apropió de un objeto, lo cambió de lugar, lo manipuló, neutralizó su uso industrial, lo transformó en escultura y lo invistió del sentido irónico del artista, de su deseo.

 

Marcel Duchamp (AFI maʀsɛl dyˈʃɑ̃) (Blainville-Crevon, 28 de julio de 1887 – Neuilly-sur-Seine, 2 de octubre de 1968) fue un artista y ajedrecista francés. Especialmente conocido por su actividad artística, su obra ejerció una fuerte influencia en la evolución del movimiento dada en el siglo XX. Foto extraída de: El Telegrafo.

 

Lo otro fue un procedimiento más simple: enviar el urinario, convertido en obra, a la exposición anual de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York para que fuera rechazado, bajo el nombre de un autor ficticio: Richard Mutt. El arte contemporáneo nace, en gran medida, de ese repudio curatorial y de ese autor inexistente. Con este gesto doblemente transgresor el artista franco-americano creaba el arte conceptual y le endilgaba al creador una autoridad: “Les arrojé a la cabeza un urinario como provocación y ahora resulta que admiran su belleza estética”, dijo Duchamp.

Prefiero comprender las relaciones actuales entre periodismo y literatura como parte de las expresiones cada vez más híbridas, es decir, impuras del arte contemporáneo. Porque en esas expresiones cabe la actitud provocadora y la insatisfacción de quien emplea el lenguaje para comunicar una verdad. Insatisfacción, por un lado, frente a los límites que el rigor académico les impone a los géneros, lo cual iría en detrimento de las exploraciones individuales del artista y de lo que pretende alcanzar en ámbitos expresivos más amplios. Y actitud provocadora de quien al traspasar los límites de los géneros y al hacer suyos los elementos que les son inherentes, digamos, a otras disciplinas o saberes, entiende que puede incomodar al establecimiento social y político y que desde allí puede comunicar mejor lo que quizá, por otros medios, sea incomunicable.

Esto lo supieron Joyce y Beckett cuando bucearon, cada uno a su manera, por las aguas limítrofes del lenguaje, en momentos en que un filósofo, Wittgenstein, sentenciaba: “Los límites de mi lenguaje representan los límites de mi mundo” y “Lo inefable (aquello que me parece misterioso y que no me atrevo a expresar) proporciona quizá el trasfondo sobre el cual adquiere significado lo que yo pudiera expresar”.

 

Ludwig Josef Johann Wittgenstein (Viena, 26 de abril de 1889 – Cambridge, 29 de abril de 1951) fue un filósofo, matemático, lingüista y lógico austríaco, y posteriormente nacionalizado británico por él mismo. Foto extraída de: Twimg

Pero entre insatisfacción y provocación en tanto actitudes del individuo creador, aparece un problema ético: la búsqueda y el deber de contar y compartir una verdad que atañe a la sociedad. En esto hacen mucho énfasis no solo las religiones sino también los periodistas y los escritores. Y en ese interés por hablar de la verdad y por expresarla es que la literatura aparece como un problema y a veces como un obstáculo en el campo de la recepción. Porque hablar de literatura es hablar de ficción, es decir, de mentira.

De modo que si el periodismo se mezcla con la literatura el resultado, para el ortodoxo, podría ser nefasto. No así para un espíritu más liberal que si bien persigue una imagen, una forma, también busca contar una verdad, o por lo menos una versión de esa verdad que a menudo, en el campo periodístico, se equipara con la objetividad.

A propósito de esto último, decía Emmanuel Carrère, autor de El adversario y uno de los maestros actuales del relato de no-ficción, que no creía en la objetividad, pero sí en la honestidad de quien cuenta la historia. Su voz narradora, además, no le teme a la subjetividad, porque con ella el autor se mezcla, interviene y hace suyo parte de lo que narra, lo humaniza de otro modo. Esta intromisión no le obstaculiza, sin embargo, su propósito de buscar la verdad de los hechos o al menos ser objetivo en esa búsqueda. Para eso el ejercicio periodístico se convierte en investigación, en trabajo de campo y en cotejo de fuentes documentales.

 

Emmanuel Carrère (París, 9 de diciembre de 1957) es un escritor, guionista y realizador francés, diplomado por el Instituto de Estudios Políticos de París.  extraída de: The Paris Review.

 

De aquí puede surgir la imagen, la forma del relato, para lo cual la literatura, con todo y su vasta tradición, sirve de base y contenido, como en la obra rechazada de Duchamp, sirvió de base y contenido un módulo de madera, sobre el cual se exhibió, por breve tiempo, La fuente en la Galería 291 de Nueva York.

Si admitimos que el periodismo y la literatura pueden mezclarse para producir una obra narrativa, el resultado nos precipita a los ámbitos del arte conceptual, en la medida en que el escritor hace uso de diversos materiales para producir una obra, un relato y para endilgarle, como artista, un sentido, es decir, una idea que supere los aspectos formales que lo integran.

En su defensa de La Fuente y en su deseo de complicar aún más la noción de autor, Duchamp y un par de amigos suyos, publicaron en la revista The blind man un perfil sobre el inexistente Mutt (“The Richard Mutt Case”) y se pusieron en la tarea de defender su obra, arguyendo que si bien Mutt no había elaborado el urinario, sí lo había “elegido” y lo había dispuesto de tal manera que su “significado común” había sido traspuesto por el significado que el artista le imponía a la que ya era su obra, su objeto de exposición.

 

La Fuente (1917) es una obra de arte atribuida a Marcel Duchamp. En ese año intentó exponer unurinario en una muestra organizada por la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, lo tituló La Fuente (Fountain) y lo firmó como «R. Mutt». Foto extraída de: Artsy.

 

Algo similar hace el periodista cuando apela a la literatura como una expresión artística autónoma, cuando su preocupación, más allá de crear obra, es impactar la realidad a través de ella, de su materialidad.

El periodista o el escritor eligen de la literatura unas técnicas, unos modos de contar. Muchas de esas técnicas también las toman del cine, pero sabemos que el cine como lenguaje le debe todo a la literatura.

La elección que el periodista o el escritor hacen de estos materiales no surge de su interés por mentir o tergiversar los hechos o las realidades históricas. Nace más bien de la voluntad de insistir en una forma que se adecúe a los motivos de su narración.

 

Marcel Duchamp, el pintor francés que probó cada una de las tendencias artísticas de moda en el siglo XX, impresionismo, postimpresionismo, fauvismo y cubismo, sin reconocerse en ninguna de ellas, es recordado a 130 años de su nacimiento, ocurrido el 28 de julio de 1887. Foto extraída: Ewvoradio

 

Lo que hace Duchamp al elegir de entre cientos de objetos un urinario para convertirlo en obra de artista es consecuencia de su rebeldía, porque sabe que no importa el objeto sino lo que intenta sugerir con él: “La fuente del Mr. Mutt no es inmoral, qué absurdo, no es más inmoral que una bañera. Es un mobiliario que ustedes ven a diario en los escaparates de las plomerías. Que el Sr. Mutt haya hecho o no haya hecho la fuente con sus manos no tiene importancia. Él la ha ELEGIDO. Ha tomado un objeto común de la vida cotidiana (…) Por medio de un nuevo título y de un nuevo punto de vista, ha creado una nueva idea de ese objeto”, escribieron Duchamp y sus amigos.

Esa nueva forma, ese nuevo objeto en los dominios contaminados del periodismo y la literatura, suele llamarse de modos distintos. Capote lo llamó en 1965 “novela de no-ficción”, a propósito de su obra A sangre fría, la narración de un crimen múltiple a partir de lo que Capote llamó los “materiales” que si “no derivan de mis observaciones han sido tomados de archivos oficiales o son resultado de entrevistas con personas directamente afectadas; entrevistas que, con mucha frecuencia, abarcaron un periodo considerable de tiempo”, señaló Capote al inicio de su obra, en “Agradecimientos”.

A este fino recurso el español Javier Cercas lo llamó en 2001 “relato real”, a propósito de su obra Soldados de Salamina, una historia que gira en torno a la responsabilidad moral que a los intelectuales les cupo frente a la Guerra Civil española. El “relato real” como la variante de un texto de “naturaleza híbrida”, cuya correspondencia con la realidad es concreta, aunque al mismo tiempo busque independizarse de ella para conseguir un efecto de autonomía: un relato real vendría a ser, pues, una historia empeñada en ser verdadera, rigurosamente verdadera –escribe Cercas– capaz de acoger en su tejido todos los matices infinitos de la infinita complejidad de lo real, escrita por quien sabe que escribir esa historia no está a su alcance, ni al de nadie si se exceptúa a Dios, que no existe”.

 

Javier Cercas Mena (Ibahernando, Cáceres, 1962)​ es un escritor español, que además trabaja como columnista en el diario El País. Ejerció durante años como docente universitario de filología. Su obra es fundamentalmente narrativa, y se caracteriza por la mezcla de géneros literarios. Foto extraída de: Jot Down

 

Tanto la obra de Capote como la de Cercas las emparenta un hecho común: la dificultad para ser clasificadas en un género específico. Dirán ustedes que basta con denominarlas novelas.

Pero eso no es suficiente, si por novela aceptamos que se trata de un género impuro, como lo cataloga Javier Cercas en su libro El punto ciego, a la sombra del Quijote de Cervantes: “Épica, historia, poesía, ensayo, periodismo: esos son algunos de los géneros que la novela ha fagocitado a lo largo de su historia”.

Cada vez me convenzo más de que eso fue lo que produjo el llamado Nuevo periodismo norteamericano en el campo de la literatura en el siglo XX, sobre todo cuando los periodistas y redactores abandonaron sus oficinas y se fueron a la calle a buscar historias comunes, a intentar comprender los fenómenos sociales y políticos a partir de relatos personales que pudieran dar cuenta de dramas colectivos y que le dieran un rostro familiar a los eventos noticiosos que solo terminaban por engrosar las estadísticas.

 

Tomás Eloy Martínez (Tucumán, 16 de julio de 1934 – Buenos Aires, 31 de enero de 2010)​ fue un escritor y periodista argentino, guionista de cine y ensayista. Fue el primer director periodístico del noticiero Telenoche. Foto extraída de-: Digo.palabra.txt

 

Ese cambio de lugar y perspectiva ha permitido ampliar los alcances, tanto políticos como estéticos del periodismo hoy. En 2002 el argentino Tomás Eloy Martínez reflexionaba sobre el periodismo que se haría en el siglo XXI y sobre la responsabilidad que ese oficio tenía frente a la sociedad informada: “Indagar, investigar, preguntar e informar son los grandes desafíos de siempre. El nuevo desafío es cómo hacerlo a través de relatos memorables, en los que el destino de un solo hombre o de unos pocos hombres permita reflejar el destino de muchos o de todos”.

EL DÍA EN QUE MURIÓ LA CHIVA

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EL DÍA EN QUE MURIÓ LA CHIVA

Por: Gustavo Colorado

 


En ambos casos, el de Spencer y Jackson, la aldea global pronosticada por Mc Luhan y sus prosélitos, supo de la muerte de sus ídolos antes que los medios de  comunicación.


 

Quienes suscriben la teoría coinciden en los términos, pero discrepan en la fecha. Algunos dicen que fue el 31 de agosto de 1997, día de la muerte de Diana Spencer, más conocida en el folclore británico y en las revistas de farándula como la princesa Diana de Gales.

 

Otros prefieren centrarse en el 25 de junio de 2009 cuando Michael Jackson, bautizado por los vendedores de discos como El rey del pop, le dijo adiós a este mundo dejando plantados a quienes lo esperaban a la salida de la clínica para tomarle la última foto.

 

Según el lenguaje abstruso de la burocracia judicial, las causas de esas muertes no han sido esclarecidas del todo y siguen siendo objeto de investigación.

 

De cualquier manera, todos sabemos que los dos murieron de un mal no registrado en los códigos clínicos pero que cobra su dosis diaria de víctimas en el mundo entero: fama y soledad.

 

Conjeturas aparte, todo apunta a que con ellos murió también una presa que durante años fue codiciada por los propietarios y los trabajadores de la industria de las comunicaciones: la llamada chiva periodística. Se sabe de acuciosos y connotados reporteros condenados al anonimato por sus empleadores, solo por llegar un minuto después que los obreros de la competencia al lugar de los acontecimientos.

 

El cine, sobre todo el norteamericano, ha sido pródigo en historias sobre las feroces y  letales pugnas desatadas entre los medios de comunicación- muchos de ellos pertenecientes al mismo grupo  familiar- para conquistar la presea dorada de la primicia que los consumidores de información esperan con la ansiedad de quien sospecha que le va en ello la vida.

 

Pero, entre todas, se recuerda una película dirigida por Sidney Lumet cuyo título constituye en sí mismo una radiografía del tortuoso camino emprendido por los medios de comunicación en el mundo a medida que extraviaron el rumbo: Network, poder que mata.

 

En ambos casos, el de Spencer y Jackson, la aldea global pronosticada por Mc Luhan y sus prosélitos, supo de la muerte de sus ídolos antes que los medios de comunicación. Cuando los noticieros iniciaron sus emisiones   y los distribuidores de prensa deslizaron los ejemplares todavía tibios de los periódicos bajo las puertas ya el mundo estaba enterado de que la princesa triste y el ídolo torturado habían puesto fin a su peregrinar sobre la tierra.

 

Fue entonces cuando los magnates de la prensa y sus legiones de trabajadores supieron que asistían al fin de una era: la de la primicia o chiva como su razón de ser en el mundo. Llegar primero al teatro de los acontecimientos ya no tenía mucho sentido. La noticia tendría que dejar de ser un fin para convertirse en un medio. La responsable de todo era, ustedes ya lo habrán advertido, Internet, esa infinita tela de araña que, al modo de la divinidad diseñada por los teólogos medievales, está en todas partes y en ninguna

 

A esa altura del camino se hizo ineludible recomponer la manera de ver las cosas. Unos, más pragmáticos, pero menos imaginativos, optaron por deslizarse hacia otros mercados y optaron por los entonces nacientes y lucrativos realities. Otros, más agudos y pacientes, entendieron que, dueñas del primer dato, pero carentes de las herramientas de interpretación, las audiencias se quedarían con quienes le agregaran valor a la noticia. Es decir, los que tuvieran la capacidad de análisis para ubicar los eventos en su contexto y por esa vía facilitar su comprensión.

 

Cada vez se hacen más visibles dos tendencias De un lado, los que exigen su dosis diaria de sucesos puros y duros, como si del cuero cabelludo de un combatiente se tratara: estamos ante al periodismo como proveedor de un producto con un rol específico en los mercados. Del otro, quienes esperan que medios y periodistas se conviertan en compañeros de viaje en su intento de asumirse como sujetos pensantes y por lo tanto políticos: en este caso se demanda un interlocutor.

 

En esa sutil pero decisiva elección reside el papel que finalmente desempeñen en la vida de la gente las empresas periodísticas y sus trabajadores, aunque todavía se siga debatiendo cual fue el día exacto en que  murió la chiva

 

OTRAS FORMAS DE MIRARNOS Y EL RECONOCIMIENTO

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OTRAS FORMAS DE MIRARNOS Y EL RECONOCIMIENTO

A Propósito del Día del Periodista

Por: Martha Alzate

 


La Cebra Que Habla es un proyecto de periodismo de historias que incorpora desde su concepción una propuesta: Otras formas de mirarnos.


 

Un periodista es, en esencia, un curioso, que se interesa por lo que sucede a su alrededor.   Allí donde es menester profundizar en lo humano, siempre un periodista prestará el gran servicio de ayudarnos a reconocer.

 

El reconocimiento es, en todo sentido, el punto de partida del humano como ser social.  Nos reconocemos a nosotros mismos para entender que somos diferentes, aunque compartamos un entorno con otros parecidos a nosotros, pero distintos en algunos aspectos.  Reconocemos el lugar que habitamos y la manera cómo nos relacionamos con él y con las especies con las que lo compartimos. Damos especial reconocimiento a personas e instituciones que prestan un servicio a la comunidad o que se destacan por sus habilidades, logros, o aportes en diferentes campos del saber y de la actividad humana, entre otras formas de reconocer.

 

Así, reconociéndonos, nos miramos, y de esta manera establecemos relaciones, definimos límites (entre los seres humanos, entre estos y la naturaleza, etc.), y vamos consolidando lo que se considera “socialmente aceptado”.

 

Por eso, el periodismo que podríamos denominar esa “primera mirada”, nos ayuda a comprendernos y a definirnos en muchos aspectos.

 

El periodista juega un importante papel en la configuración de nuestro mundo a partir de sus relatos, historias que en mayor o menor grado van definiendo la imagen que nos hacemos de nuestra situación y posición en el tiempo y lugar que nos fue dado vivir.

 

¿Cómo nos miramos, nos relacionamos, nos reconocemos, nos relatamos? Para intentar responder estas preguntas surgió hace ya casi dos años el proyecto periodístico La Cebra Que Habla, portal web de territorio, ciudad y ciudadanía.

 

La Cebra Que Habla es un proyecto de periodismo de historias que incorpora desde su concepción una propuesta: Otras formas de mirarnos. 

 

¿Qué significa esta propuesta? Mirarnos de otra manera, diferente a aquellas que habitualmente hemos usado para narrarnos.  Desafiar a los discursos tradicionales y con fuertes nexos con los poderes de toda índole, que nos presentan a las “individuos importantes” como únicos protagonistas de los acontecimientos, y a los “sujetos comunes y corrientes”, como víctimas o simples beneficiarios de un destino ajeno a ellos.

 

Nada ofende más que el desconocimiento. El “ninguneo”, palabra usada por el mexicano Octavio Paz para dar cuenta del tipo de relaciones sociales excluyentes en su país, es una afrenta imperdonable porque diluye al individuo. Sin embargo, todos los días lo repetimos al construir nuestros imaginarios basándonos principalmente en los poderosos, desconociendo el valor de las historias de vida de los anónimos, ciudadanos actuantes y participantes de la construcción colectiva.

 

Mirarlos de otra manera, esforzarnos por hacerlos visibles, y mostrar el aporte que hacen desde cada una de sus vivencias, pone el acento de nuestro relato común en un objetivo completamente diferente al que hemos aceptado hasta ahora. Es una manera de concebirnos como ciudadanos, en democracia, en igualdad de derechos y deberes.

 

Desde La Cebra Que Habla trabajamos por este tipo de reconocimiento, como fundamento de la construcción de una ciudadanía activa.  Aquella que tiene elementos de juicio para hacerse una opinión propia de los hechos y de sus circunstancias.  Propendemos por una sociedad que conozca y difunda sus complejidades, más que por aquella que esconde, engaña y trafica, aprovechándose del desconocimiento de la comunidad de la multitud de temas que constituyen la vida social. Y lo hacemos a partir de las historias, buscando siempre en ellas esa Otra Mirada.

 

Otras Formas de Mirarnos constituye nuestro aporte desde La Cebra Que Habla a la construcción de ciudadanía, brindando herramientas para que ella pueda hacerse cargo directamente de entender y gestionar los vínculos sociales y las relaciones con el entorno que habita.