Especial: Día del periodista

Pero La Telera no es solo un sitio para tardear, también es un espacio para aprender.
Lugar:Café en zona rural donde puedes disfrutar del Paisaje Cultural Cafetero, además de postres y diferentes preparaciones de café.
¿Qué es?: Km 1 Vía Termales Santa Rosa.
¿Dónde es?: Calle 23 # 6-35.
¿Cuándo?:De lunes a viernes de 3:00 pm a 11:00 pm. Sábados de 11:00 am a 12:00 de la noche y domingos de 11:00 am a 9:00 pm
¿Por qué ir?:La telera es un espacio indicado para compartir. Un lugar donde el día y la noche se vuelven cómplices del paisaje para brindar una experiencia mágica y tranquila en uno de los cafés más bonitos de la zona rural de Santa Rosa de Cabal. Ideal para compartir con la pareja o ir en familia, incluso con los mas pequeños.
Vía termales, en la vereda La Leona, se encuentra La Telera y su oferta de postres, arte y café.
Un lugar con el encanto de las zonas rurales, donde la paz y los sonidos de la naturaleza son la música que acompaña la amplia oferta de bebidas y acompañantes.
El sitio es amplio y acogedor a cualquier hora del día, sin embargo en las noches adquiere una particularidad: brilla por completo.
En ese momento el sitio cobra más vida, se vuelve perfecto para vivir encuentros con la pareja.
Julián Yepes, uno de sus propietarios, es agrónomo de profesión y junto a sus dos hermanos han construido y posicionado La Telera como un lugar con un alto respeto por la producción y preparación del café, hasta el disfrute en su consumo final en taza.
Es todo un ritual del cual pueden ser testigos todos sus clientes.
Este sueño, como ellos le llaman, comenzó hace 7 años construyendo junto a los caficultores del sector experiencias sensoriales alrededor de esta bebida.
Pero La Telera no es solo un sitio para tardear, también es un espacio para aprender.
Allí las personas que quieren capacitarse como baristas asisten a clases con Julián y sus otros socios.
Trabajan en métodos de preparación, filtrado o tostión con la misma paciencia y delicadeza que usaron nuestros abuelos cuando labraban la tierra.
Sin duda, La Telera es una experiencia para prolongar nuestra memoria, recordando siempre que detrás de una buena taza de café existe toda una historia por contar.
La Telera una labor familiar tras una taza de café
Recomendado: Cold Brew (café frío)
Si bien llovió toda la mañana de manera persistente en ciudad capital, no puedo decir lo mismo de Quillacollo, que es valle bajo y, además, apostada en provincia, aunque a unos escasos once kilómetros.
Qué será, qué será que toda vez que toca celebrar el cumpleaños del tío Freddy, siempre nos llueve. Llevo la cuenta varios años. Por comodidad, por razones prácticas, su familia suele agasajarle siempre un sábado, ya sea unos días antes o poco después de su onomástico.
Como sea, lo curioso es que ese bendito sábado elegido, se desata el cielo en forma de chaparrón o se manifiesta con lluvia menuda pero duradera. El sábado 27 no fue la excepción, y el quisquilloso de San Pedro y sus huestes celestiales nos quisieron aguar la fiesta una vez más.
Como de costumbre, mis primos habían armado unas sombrillas junto a las mesas en medio del jardín, ese espacio de verde pastura donde se alternan un enorme papayo (con algunos frutos a punto de madurar), un fragancioso limonero y unos arbustos con espléndidas cucardas floreciendo.
Mejor decorado para una tarde agradable no podía haber. Y natural, lo más rescatable, como un pequeño refugio, considerando que toda la vivienda está rodeada de enormes fachadas y muros de ladrillo. Y tener unos limones al alcance de la mano para poder preparar los chuflays era el colmo de la felicidad.
Con una tarde soleada la jornada hubiera sido apoteósica. Pero no pudo ser.
Si bien llovió toda la mañana de manera persistente en ciudad capital, no puedo decir lo mismo de Quillacollo, que es valle bajo y, además, apostada en provincia, aunque a unos escasos once kilómetros. Como alguna vez dije, difícilmente me dejo caer en dominios provincianos, ni por sus mocitas en flor, a no ser que detecte el rastro oloroso de algo cocinándose, que para eso mi nariz de sabueso no me falla.
A mediodía salió el sol en Cochabamba. Tomamos una sobria sopa a modo de almuerzo, en casa, previendo que nos aguardaba un banquete opíparo en Quillacollo.
Mi tía, la anfitriona se esmera tanto que nunca nos ha defraudado en la sazón peculiar que le pone a la comida en estos casos. Apenas pusimos pie en su living, nos recibió con unos deliciosos coctelitos de tumbo (curuba), que cumplieron con la fantástica misión de aperitivos.
Pero primero llovió y volvamos al cauce del relato.
Con las temperaturas subiendo, a eso de las tres de la tarde, abandonamos ciudad capital con el semblante risueño y ligeros de ropas (no se vayan a creer que casi desnudos, ja), y a los pocos kilómetros nos metíamos en la avenida laberíntica de la feria de autos que cada sábado estorba el paso hacia Quillacollo, en una de las rutas que no debíamos haber utilizado ese día. Pero lo hicimos y estuvimos rezongando un rato en medio de bocinazos.
Como era lógico tardamos más de la cuenta en llegar a destino. Nos recibió un mediano aguacero a manera de bienvenida, al tiempo que esquivábamos algunos charcos de las calles de ciudad Quillacollo, sede de la más milagrosa Virgen, aseguran sus devotos que cargan piedrecillas con la esperanza de que se transformen en dinero y otros bienes. Ojalá esas piedritas rellenaran sus baches y demás inoportunos huecos, es el milagro que le pido a la “mamita de Urkupiña”, por mi lado.
Hombre de poca fe como soy, no creo que se me cumplan mis deseos.
A lo que le tengo inquebrantable fe, es a la atmósfera aromática de unas viandas desplegadas, calientes y humeantes que invitan a asomarse a la mesa inmediatamente. Y en casa de tío Freddy, en cuanto llamaron a servirse, cesaron al unísono todas las charlas y alguna anécdota se quedó invariablemente en el aire.
Con religiosa disciplina, los comensales hicieron turno alrededor de la mesilla del bufet. Tal profusión de colores despertaba los instintos ancestrales por la comida, y a más de uno le habrá asaltado la idea de probarlo todo.
Y es que otra cosa no se podía pensar al ver esa maravillosa muestra de gastronomía local que iba desde unas papas asadas con cáscara, unos suaves camotes de pulpa dulce y un revuelto de chuño con crema de leche y cilantro, por un lado.
De plato central, ya podía uno escoger entre el tradicional Lechón al horno, adobado en salsa de ají o decantarse por unas suculentas costillitas de cerdo con miel, que uno de los hijos, recién llegado de España había preparado.
Completaban guarniciones de arroz graneado y fideo con verduras a disposición del cliente, tal cual decimos. Pero la ensalada de verdolaga con quesillo hacía la diferencia, tanto que se vaciaba pronto la bandeja que la contenía. Una delicia de la naturaleza, elaborada con una humilde hierba muchas veces despreciada. Los más tradicionalistas apostaban a la ensalada Solterito, a base de cebolla, tomate y queso fresco desmenuzado.
Eso sí, la enjundiosa Llajua no podía faltar -que, según el tono de su picor, es para espíritus bravos, aseguran-, como en todo acontecimiento valluno. Y así nos pasamos toda la tarde, con lluvia o sin lluvia, ¡qué importa!, celebrando los 81 lozanos años de mi tío Freddy, palqueño de cepa, pero quillacolleño a la fuerza, por avatares de la vida.
PS. Naturalmente, no podía faltar el homenaje musical a mi tío, que recién este 31 de enero estará de cumpleaños.
Glosario gastronómico:
Chuflay. | trago típico de Bolivia elaborado a base de un cuarto de singani (aguardiente de uva), hielo, gaseosa Ginger Ale y una rodaja de limón. |
Chuño | papa deshidratada y luego secada al sol para una mejor conservación. A la hora de cocinarlo se lo remoja previamente y por el proceso del hervido adquiere un color negruzco. De sabor neutral y algo terroso, resulta ideal para combinarlo con guisos picantes y otros diversos preparados. |
Llajua | salsa picante que acompaña las comidas, hecha con la molienda de locotos (chiles) y tomates, y aderezada con hierbas aromáticas o cebollita picada. |
Esta es una película para reflexionar. No tanto sobre nuestro lugar en la existencia, como nuestro lugar en el tiempo.
Nombre completo: Kimi no Na wa. (“Tu Nombre” en español y “Your Name” en inglés).
Producción: Noritaka Kawaguchi y Genki Kawamura
Guión: Makoto Shinkai
Fotografía: Makoto Shinkai
Música: Radwimps
Montaje: Makoto Shinkai
Protagonistas: Ryūnosuke Kamiki, Mone Kamishiraishi, Masami Nagasawa, Etsuko Ichihara
Ryo Narita, Aoi Yūki, Nobunaga Shimazaki, Kaito Ishikawa, Kanon Tani
Kimi no Na wa es una historia de amor. Una de esas que con encanto nos plantea preguntas acerca de nuestra identidad, nuestro deseo de ser felices y sobre todo, nuestro “momento” o estado del corazón. Kimi no Na wa es una historia más allá de los lazos del tiempo.
Esta obra, de la mano creadora de Makoto Shinkai, ofrece un viaje nostálgico y conmovedor, consiguiendo enganchar al espectador desde la primera escena: a través de la secuencia de colores y sonidos y un perfecto cielo brumoso atravesado por una cometa, el director logra demostrar que la animación, la edición y lo demás es digno de elogio, y esto, sin que se dijera todo sobre la historia.
La película nos cuenta la historia de los adolescentes Mitsuha Miyamizu y Taki Tachibana, quienes sin entender (o sin tener una razón clara), en algún momento de sus vidas empiezan a ser parte de un extraño fenómeno, en el cual sus mentes son transferidas (literalmente) días enteros, al cuerpo del otro.
Si bien es cierto, el intercambio de cuerpos entre personajes del sexo opuesto es un argumento común en animes juveniles, generalmente el tema se trata de cómo entender el lugar del otro y el autoconocer esas diferentes áreas de la vida.
Hecho que no ocurre en Kimi no Na wa, que, en su magistral propuesta, permite que los dos jóvenes protagonistas manejen el problema desde sus propias realidades, acordando una serie de reglas para el uso del cuerpo del otro durante el tiempo que sufren el fenómeno. Lo que posibilita que el espectador se enfoque en el verdadero sentido de la historia que quiere presentarnos Shinkai.
Musubi
Musubi es una palabra de múltiples significados que va desde tejer, conectar, unir, hasta enredarse.
La vida es un estado de musubi constante en el que la naturaleza e inclusive las personas se conectan a través del tiempo. Esa es una de las tantas creencias del templo sintoísta en el que prácticamente vive Mitsuha Miyamizu junto a su abuela y su hermana pequeña, cuya tarea es observar las tradiciones e identidad del santaurio, sin llegar a saber cuán importante va a ser esto en el futuro de ellas y de los habitantes de Itomori.
Al llegar casi a la mitad de la película se siente el desarrollo de esta filosofía musubi, por medio de las conexiones y nexos entre las personas, en especial entre Mitsuha Miyamizu y Taki Tachibana, quienes aun sin conocerse, ya comparten un importante vínculo.
Y solo cuando el espectador presiente que ya todo está narrado en “Kimi no Na wa” (Tu nombre), el director consigue el magistral cambio de marcha en la trama, al mostrar por medio de algunas escenas nostálgicas que el lazo entre ambos aún no está completo, llevando a los espectadores, literalmente, a un mar de lágrimas.
A partir de aquí la obra consigue un impulso emocional que mantiene en un estado de incertidumbre o angustia al espectador. Una muestra de genialidad y concentración colectiva, que solo pudo ser lograda, gracias a la magistral elaboración del guion, la técnica del manejo de emociones, las escenas, y por supuesto, la mano guiadora de Makoto Shinkai.
Kimi no Na wa no es nada más que el constructo final, o el trabajo de una década de carrera del director, en el cual se aprecia de manera clara, la madurez, la técnica y la perfección. Con esta obra de anime, Makoto Shinkai consigue mantener un abanico constante de emociones para ofrecerla a los espectadores y seguidores del género.
Esta es una película para reflexionar. No tanto sobre nuestro lugar en la existencia, como nuestro lugar en el tiempo. Es un trabajo con una banda sonora hecha por Yorijo Noda, el vocalista principal de la banda de rock japonés Radwimps; y escenarios preciosos elaborados a mano por el estudio CoMix Wave Films.
Kimi no Na wa se puede convertir en uno de esos animes de culto que pueden llegar al corazón de cualquier persona. Sin embargo, no lo crea porque lo digo, sería interesante que le diera una oportunidad y dime Tu Nombre.
Por lo pequeño, y ante el mar de inocencia, decía para mis adentros “Algún día viviré en Pereira” así sea pronto o muy lejos
A eso de las dos de la mañana, llegaba don Campo Elías y en el botalón del corral apegaba el cachilapo; era un novillo orejano de un hato vecino. Campo Elías tenía sus mañas y con uno que otro rezo le tendía el rejo por el macho. Los viejos se despertaban a ver cómo estaba la vaina. La matrona a atizar el fogón, a preparar el tinto cerrero para quitar el sueño, para coger buena monta, al mismo tiempo los agregados del hato viejo sabanero “Remolinos”, afilaban los mata ganados para tajar el cachilapo, echarle sal y pa’ la cerca.
Yo afinaba la vista como gavilán en gallera, ayudaba en el corral y también la cerca, luego al despuntar el alba, iba a traer las vacas pa’l mamanto y otras pa’l ordeño, y entre camino y tonada uno que otro venado espantaba al barajuste por la punta de la mata; recogíamos buen queso, plátano y unos buenos bultos de yuca pa`l trueque.
La vida continuaba entre lagunas y esteros, entre amaneceres con canto de loros y pavas chenchenas, entre corral y bosta seca, entre caballos mansos y otros con rienda suelta; tenía unos nueve años, pero ya era un muchacho baquiano, revoloteaba en la manga y para otros ni le cuento.
En busca de otros horizontes, presagiaba con nostalgia dejar mi fundo, mi hato, los trabajos del llano, porque ya era hora de llegar a la civilización, educarme en la escuela y conocer otro ritmo de vida.
Radicado en Puerto López, me sentía extraño, ya no madrugaba tanto ni comía cachilapo ni ordeñaba ni llevaba las vacas pa´l mamanto; trabajaba en el matadero pero ya no matando cachilapo, entre tanto que estudiaba sonreía con golpe bajo, el pueblo no era lo que yo creía, los fines de semana salía a pasear en la plaza, degustaba un café en la esquina pero no sabía tan bueno como el tinto cerrero de la matrona del hato “Remolinos”
Entre la gente adulta que en la plaza se sentaba, estaban los de Ecopetrol, otros del DAS y trabajadores públicos; garlaban con tonos bruscos y risueños, a veces se carcajeaban diciendo “camará, llegó material nuevo y son puras Pereiranas”, unas están donde “Chila”, otras donde “Nicolasa” y se sobaban las manos, tal vez eran agrandados; dentro de mí, pensaba, ¿serán de otro país o de qué mujeres estarán hablando?, era terrible el asunto porque para conocerlas había que ir a “Charraspin” la zona de tolerancia, y yo estaba muy mediano para esos asuntos de adultos.
Así, entre dudas y uno que otro cuento con mis amigos, paladiaba lo que escuché en aquél cuento que decían en la plaza, aquellos señores sonriendo “las pereiranas, se les dice que se sienten y se acuestan”. Por lo pequeño, y ante el mar de inocencia, decía para mis adentros “Algún día viviré en Pereira” así sea pronto o muy lejos. Pasé el tiempo en mi pueblo entre tareas y creciendo, al cumplir los 17 me llevaron pa’l cuartel al servicio del gobierno, acabándome de formar allí como un hombrecito completo.
Ya quería volar más alto, ya no quería devolverme, me sentía un ciudadano, ya no calzaba cotiza, sino bota puntuda de cuero, paseaba por Bogotá, mirando pa`l firmamento: “Mira que edificios tan altos cuñao, ¿cómo harían pa’ hacer esto?”
Ya buscando trabajo, llegué a una prestigiosa empresa, hablé con don Almonacid, para un puestico, por cierto le dije:
-Yo sé matar cachilapo y no estudié sino hasta sexto, quiero ganarme el sustento, yo soy capaz le comento.
-Usted es el que yo necesito– me dijo el viejo Almonacid en su asiento –venga para acá camará, explíqueme cómo es eso.
Pasaron tres años de un trabajo de resultados abundantes y de conocimientos; se presentó un concurso para laborar en Pereira, mi jefe decía “camarita, usted es bien macho, preséntese para ese concurso, usted puede ganárselo”. Recordaba para mis adentros lo que los adultos en mi pueblo decían “llegaron las pereiranas…” Así fue como concursé y ocupé el primer lugar, contando con la fortuna de aquel pensamiento de niño de vivir algún día en Pereira.
En estos tiempos, ahora sé que el ramillete de mujeres bellas que a diario conviven en mi entorno, son esas pereiranas que quisieron desprestigiar aquellos caballeros venidos de otra galaxia; puedo en cambio decir, que todo esto es sólo un susurro callejero.
¡Amo a Pereira!
¡Vivo en Pereira!
Los areneros, pues, conocen el lenguaje de las aguas, su lecho blando, porque emprenden el trabajo a la madrugada, antes del canto del gallo apedreado por el tiempo
A la Virginia dos ríos la cercan: El Cauca y el Risaralda. Uno recibe toda la soledad del otro, toda una silueta plateada que se pierde. El Cauca fluyendo mansamente como un animal sin hacer ruido. Las aguas son turbias, su caudal tan oscuro que a veces, forma pequeños torbellinos que se agitan, socavando, entonces, las raíces de los almendros que, tras los años la corriente arrastra podridos.
El río entra en la amplitud de los ojos, como una desgarradura del sol en el cielo; se ensancha y sus dos orillas se pierden en una repentina emoción. Aquí es sustancia de sueños, aguas cuyo alfabeto escriben en nosotros lo oculto.
En las tardes, a la hora en que el sol es rojizo, las canoas, unas tras otras, se balancean en una monotonía, bajo un ritmo lento, a ratos atrancadas por las aguas que arrastran olvidos. A los lejos, como un presagio, el chillido de los alcaravanes puebla el aire. A esta hora, desconcertados los areneros se reúnen en las playas a remendar con asfalto los huecos de los botes. Ahora, como otras veces, hablan y fuman, mientras las sombras de las cañabravas los empapan de una oscuridad liviana.
Los areneros, pues, conocen el lenguaje de las aguas, su lecho blando, porque emprenden el trabajo a la madrugada, antes del canto del gallo apedreado por el tiempo. A oscuras recorren sus aguas como recorriendo un camino de un mapa que tenemos tallado en la espalda. Se sumergen, entonces, en sus aguas con un balde, cuyo peso desaparece en las aguas.
Sometiendo el cuerpo a un oficio, extraen arena del fondo del fondo del río y la depositan sobre la superficie de la canoa. Hecha la primera carga, es decir, que la arena rebose la canoa, el arenero navega hasta la zona de descargue, donde la apilona a la espera de comercializarla.
La expresión del arenero sorprende; la rudeza, la comisura de los labios caídos, unas manos cubiertas de sudor y atrás, una espalda donde el sol como un mango se pudre.
Cierta vez, a la orilla del río, un grupo de areneros intentaban reconocer un muerto en las arenas grises. Las aguas, en efecto, han traído al finado como un tronco de madera que pesa. Con matorrales espantan las moscas, mientras los niños simulan lanzar piedras para espantar a los gallinazos.
Olía a humo de cigarrillo. De pronto, gentes del pueblo comienzan a llegar para reconocer el muerto. Atolondrados se tapan boca y narices para no sentir el olor de la carne que se pudre. El muerto está hinchado, le falta una pierna y la mano derecha está mordisqueada por los peces.
El pecho lacerado y en el estómago huecos que traspasan la carne morada. El gesto de su rostro es el mismo que llevó en la vida. Chorreando aguas apenas lo arrastran mientras miran en las aguas y ven pasar entre el caudal su pierna. Nadie conoce al finado, nadie conoce su rostro envejecido por las aguas. Un silencio, entonces, como un manojo de lágrimas, les lava el rostro.
No soy artista, soy un activista
Fernando Pertuz
En Colombia tenemos nuestra propia versión de Rudolf Schwarzkogler, se trata del artista performance Fernando Pertuz. Ver su página web es todo un espectáculo visual, si acaso no es una entera provocación artística.
Realmente quiero ser honesto, conocí a este compatriota porque el escritor peruano Mario Vargas Llosa lo menciona en su libro: “La civilización del espectáculo” (Alfaguara. 2012), y lo cita textualmente para exponer con desencanto la degradación de las artes plásticas, ahora convertidas, -según él- en falso arte moderno. En esta obra critica ferozmente otro artista como Damien Hirst y continúa:
“Uno de los performances más abyectos que se recuerda en Colombia” la del artista Fernando Pertuz que en una galería de arte defecó ante el público y, luego, “con total solemnidad”, procedió a ingerir sus heces” (Cita textual pág. 38).
Aunque es verdad, se la comió con pan y manzana y frente a todos los espectadores.
Para Vargas Llosa la obra performance de Pertuz es una simple moda sin estética, una provocación generalizada y un escándalo social promocionado por una mafia que controla el mercado del arte, y lo más irónico, según Llosa-, aceptado por críticos carentes de apreciación artística.
¿Pero qué hace que Pertuz produzca reacciones tan dispares en diferentes esferas como lo son la estética, la literatura e incluso en la política?. ¿Por qué este cambio de paradigma en las artes plásticas donde el artista moderno parece ser más un embaucador que un genio?, ¿no será que una especie de sociedad “posmoderna” espera de los artistas no el talento ni las destrezas, sino la pose y el escándalo?
Quizá en la obra y filosofía de este performer bogotano, (si quizás no en su persona) se encuentra la respuesta. Porque en cierta forma un artista de cualquier dimensión cultural representa el pensamiento de todo un colectivo social.
Fernando Pertuz no se erigió artista, sino que una suerte de sociedad lo “eligió” como tal y lo escogió precisamente para convertirse en un exponente de los ideales de una generación líquida, que consume unos valores inmanentes al mejor estilo de la antigua filosofía nadaísta en la Colombia de los 50.
Inicios artísticos
Aunque no existe una biografía concreta de Fernando Pertuz, su estética performance, que viene desarrollando desde 1992, habla por si misma. Su misión es crear una conciencia social colectiva para arreglar el mundo. Así como suena.
Su primera injerencia en el arte fue con la pieza llamada “Des plaza dos” en 1998, donde simula un éxodo, caminando 75 kilómetros desde Guadalajara de Buga hasta Santiago de Cali, buscando demostrar la cruda realidad de las migraciones forzadas y los desplazamientos que terminan en asentamientos humanos en las capitales.
En el año 2001 surge su segunda iniciativa y comienza a preguntar a la sociedad colombiana: ¿por qué no se ha ido para Miami? Y habilita una línea telefónica, crea un correo electrónico con la intención de recibir historias de personas que han emigrado del país por temas de violencia.
Y los últimos tres proyectos, finales y controvertidos, es lo que hace de Fernando Pertuz el artista performance más representativo de la provocación en Colombia.
La muerte ronda por todas partes
En el año 2006 inicia el escandaloso proyecto “La muerte ronda por todas partes”. Viaja a diferentes ciudades del país, se viste de negro y reparte miles de volantes fotocopiados. Con esto pretende invitar a las personas a que registren el nombre de sus muertos que fallecieron en hechos violentos.
Su activismo lo lleva a empapelar los muros de las grandes ciudades, diseñar afiches artesanales, y publicar los correos recibidos, que llama “historias de vida”. Asiste a encuentros de víctimas de crímenes de Estado. Y en uno de estos eventos conoce y simpatiza con las ideas de la ex senadora Piedad Córdoba.
Como resultado de esta actividad performance, queda una base de datos accesible a todos con miles de nombres de personas fallecidas en hechos violentos. La dirección web se asemeja más a una lista snuff.
Evento con el que este artista deja en claro su repudio por la violencia y la muerte. La convocatoria da su fruto en la internet y pronto colombianos de otras partes del mundo suman el nombre de sus muertos en la lista.
Sin embargo, el proyecto termina cayendo a tierra porque Fernando Pertuz trata de interactuar con los protagonistas del dolor, intentando incluirlos en su obra artística y performance personal.
Según parece, algunos escritores se apropian de sus historias on-line sobre la muerte y la violencia, y esto, en la medida en que seguían apareciendo muertos desde el año 2002 hasta el 2010, durante el gobierno del entonces presidente de la República Álvaro Uribe Vélez.
¿Cuál es su propuesta para un mundo mejor?
En el año de 2007 preconiza una “Democracia Electrónica Directa” por medio de otra nueva web. Allí intenta promover la participación colectiva, pero esta vez ya no asociando a los espectadores a su performance, sino que tratando -y con cuidado- que cada uno sea el protagonista de su propio show.
El slogan de su campaña “Democracia Electrónica Directa”, que entre otras cosas está traducido a ocho idiomas, es sugestivo: ¿cuál es su propuesta para un mundo mejor?
De nuevo reparte publicidad (ahora sí a color), viaja por el país, mayormente por las capitales, con una cámara y un micrófono entrevistando personas. Las aborda con la pregunta y recopila las respuestas más curiosas.
―Cuál mundo mejor, mijo, esto ya no tiene arreglo. El mundo está volteado al revés.
Y otro
―Para tener un mejor mundo, hay que prestarle atención a los ancianos. Cuando los adultos puedan enseñar a los más jóvenes tendremos una sociedad más sabia.
Intenta construir una comunidad on-line de dialogantes, con la intención de crear espacios de comunicación directa. Apela a la internet, por ser un espacio -según el- “des jerarquizado” donde los derechos de autor y la propiedad aún no tienen restricciones.
Quiere generar interacciones artísticas en lugar de conflictos y guerras. Guerras, que justifica, son producto de la mala comunicación entre los seres humanos.
La mayoría de sus entrevistados son niños y jóvenes. Los adultos prefieren seguir soñando que lanzar propuestas idealistas.
Ese mismo año la red social Facebook llega a Latinoamérica en castellano y así comienza otra etapa del proyecto performance de Fernando Pertuz, pues lo que él había pensado, esta red lo hizo posible, permitiendo que millones de personas puedan compartir experiencias íntimas por medio del diálogo o chat.
Todos somos estrellas
Como todo buen artista colombiano emprendedor y filósofo, Pertuz inicia el último proyecto “Todos somos estrellas” en el año 2009. Iniciativa que en el 2010 ganaría el famoso premio Luis Caballero de la Galería Santa Fe del planetario distrital.
Ahora no camina como un judío errante por las carreteras colombianas; no hace preguntas retóricas a los emigrantes; no recopila nombre de muertos, ni trata de parchar la sociedad con propuestas para un mundo mejor; sino que ahora las estrellas son todas las personas anónimas que se encuentran en las calles, los barrios, los caseríos, las esquinas.
Los que se ganan la vida diaria con el sudor de su frente, los personajes con arte y talento en una ciudad sin rostro.
En sus palabras: “Ellos y ellas nos invitan a reflexionar sobre las problemáticas sociales, locales y globales. Muchos señalan la injusticia”.
Para Pertuz, las verdaderas estrellas están vacunadas contra la insensibilidad, pues han vivido en carne propia la lucha por la existencia y han sobrevivido.
Así que compila videos sobre personas movilizándose entre los espacios urbanos: calles, plazas, esquinas, suburbios, etc., ciudadanos que exponen su cuerpo de forma dramática y política en diferentes ambientes.
Profundiza con este nuevo performance en el arte de la exhibición, y traduce poses, posturas, gestos, expresiones en conceptos cercanos que llama “acciones performativas”.
En sus videos reúne travestis, prostitutas, vendedores callejeros, trabajadores informales, indígenas desplazados por la violencia, transeúntes, políticos caídos., afrocolombianos, hippies, indigentes, gais, lesbianas, antiguos exguerrilleros, vigilantes, cachacos pobretones, costeños, paisas; y extrae frases profundas que para compilarlas y así formar su obra llamada “cuerpos políticos”.
Con estas estrellas forma una constelación social de voces, conciencias, vidas, experiencias que en voz unánime y poética preguntan: ¿para qué seguir ocultando lo que debemos saber?
Compromiso socio político
Sin duda Fernando Pertuz es el artista de la provocación en Colombia. Su producción es un híbrido entre estética relacional, performance y teatro de protesta, asumiendo una posición radical de cara al país.
Su compromiso personal y artístico es con la realidad socio política del momento. Así emprende por medio de su vanguardia performance, el mensaje que desea dejar en claro en la sociedad. Mensaje poco entendido por los nacionales y criticado mordazmente por los extranjeros, como ya se habló de la referencia de Mario Vargas Llosa en su libro.
El arte de este bogotano pertenece a un nuevo público, joven en su mayoría, que está descubriendo el mundo estético, no tanto a través de la historia, ni la tradición, sino por medio de la profanación y el rompimiento de la High Culture. Establishment que en otrora era propiedad inherente de las clases altas y las elites aristocráticas.
Y aunque Mario Vargas Llosa en su libro “La civilización del espectáculo” crea que en la búsqueda de nuevos medios de expresión se manifieste una orfandad de ideas, realmente el “que-hacer” plástico sigue teniendo destreza artesanal, autenticidad e integridad porque está ligado a una especie de arte-profético, denunciador de males contemporáneos.
Fernando Pertuz, poco entendido por los siempre clásicos artistas e intelectuales, es una muestra de ello, de un artista convertido en activista cuya misión es retratar y proponer (no entretener) a la sociedad actual, un camino diferente.
Su emprendimiento consiste en mostrar la inconformidad con el estado actual de todo: la cosificación del ser humano, la desvalorización de la vida y el absurdo de un mundo divido en clases.
Es sabido que en cualquier performance se debe involucrar cuatro elementos básicos: tiempo, espacio, el cuerpo del performer y una relación entre este y el público. En Fernando Pertuz la sociedad le prestó el cuerpo, el espacio y el tiempo, él solo fue la partícula catalizadora de un acto social, como la denuncia.
Fechadas entre 1823 y 1832, año de la muerte del maestro, las conversaciones iluminan todo el tiempo las eternas preguntas formuladas por los hombres desde que descubrieron el arte de pensar
Lo bueno de visitar librerías de viejo reside en que uno nunca pierde el viaje. Al contrario de las otras, repletas de novedades, libros de moda y textos de autoayuda, de las primeras siempre se sale con un tesoro que yacía agazapado en un estante, como un animal al acecho de su presa.
De mi último recorrido regresé con una joya que me reconfirmó de golpe la abismal diferencia entre valor y precio. Se trata de las conversaciones entre Goethe y el ensayista y poeta J.P Eckerman, asiduo contertulio de su casa en Weimar, convertido con el paso del tiempo en ayudante y albacea de algunas de sus obras.
El tomo, de algo más de quinientas páginas, pertenece a esa colección de los Clásicos Jackson, que enriqueció bibliotecas familiares enteras, hasta que la indolencia o la avaricia de los herederos las dispersó por las librerías de segunda mano, para regocijo de los bibliófagos.
Si uno logra sobreponerse a la percepción inicial de que Eckerman se proponía ante todo enrostrarle al mundo su amistad con el poeta, encontrará en cada una de las páginas un asomo a esa forma de belleza que es una inteligencia elevada.
Fechadas entre 1823 y 1832, año de la muerte del maestro, las conversaciones iluminan todo el tiempo las eternas preguntas formuladas por los hombres desde que descubrieron el arte de pensar: el amor, la muerte, el poder, la virtud, el dolor, la dicha y la disolución final de toda gloria mundana.
“Vivimos rodeados todo el tiempo de milagros y misterios. El hombre de ciencia, el espíritu religioso y el poeta se pasan la vida intentando desvelarlos, para descubrir al final del camino que no pudieron pasar de los umbrales del misterio”, nos cuenta Eckerman que le dijo Goethe durante una de las caminatas por su refugio en el campo.
En eso consiste, en últimas, la parábola de Fausto y Mefistófeles: ni vendiendo su alma puede el hombre acercarse a la esencia de los seres y las cosas.
Aunque a veces le parezca que se acerca bastante.
Acompañándolos en su recorrido, uno descubre – y comparte- la adoración de Goethe por el genio de Shakespeare. “Todo lo terrible y lo bello de lo humano ya está condensado en él. A los demás solo nos queda beber en su obra”, le dice una vez a su confidente. A lo anterior se sumaba su respeto por la poesía de Schiller y lord Byron.
Lo mismo pensaba de la cultura griega y de pintores como Rubens o Rafael: los veía como un fuego en el que todo artista debe purificarse si de veras pretende crear algo distinto.
Distinto. No original. Como todo espíritu grande, el autor de Las tribulaciones del joven Werther sabía que lo original no pasa de ser una falacia. Peor aún: una pose de señoritos arribistas. Desde su visión del mundo entendía que visitar una y otra vez el legado de sus predecesores para contarlo de otra manera, la suya, constituía el único camino para ofrecerle a su época otra versión de las cosas.
Esa aceptación lúcida de las claves de la creación artística lo hizo grande. Tanto, que el duque Carlos Augusto de Sajonia- Weimar- Eisenach lo incorporó a su corte. Necesitaba de su diaria dosis de lucidez para no sucumbir a la embriaguez y la desmesura del poder.
Claro que los enemigos del poeta interpretaban las cosas de otra manera: veían en la aceptación del cargo una muestra de su desmedida ambición, pero eso ya es otro asunto. Para Goethe esa no era más que otra manera de cumplir su misión.
“Mozart murió a los treinta y seis años; Rafael, a la misma edad, y Byron, poco más tarde; pero todos habían cumplido su misión, y ya era tiempo de que se fuesen para que les quedase algo que hacer a otras personas de este mundo, calculado para una larga duración”, declaró después de una velada animada por los buenos vinos.
J.F Goethe cumplió con creces su misión. Tanto, que le sobró tiempo para celebrarlo. Al modo de un Omar Kahyam o Li-po, lo dijo en unos versos que son en sí mismos una revelación: “Cuando uno ha bebido/ sabe la verdad”
Los auténticos poetas abominan la novedad, la moda.
Su trabajo consiste en refundar las viejas verdades esenciales a través de un laborioso trabajo con las palabras.
“Escribo acaso para los que no me leen/ Esa mujer que corre por la calle/ Como si fuera a abrir las puertas de la aurora”, reza uno de los versos del poeta español Vicente Aleixandre, premio Nobel de literatura en 1977. El poema forma parte del libro titulado En un vasto dominio, donde se recoge su producción entre 1958 y 1962.
Como sucede con todos los grandes poetas, el vasto dominio de Aleixandre es la tierra. Ya se trate del doliente llamado de Hölderlin o la gozosa celebración de Neruda, –la materia de que está hecha la gran poesía – y la del andaluz lo es en grado sumo- es ese barro esencial que nos alumbra al mundo, para reclamarnos más tarde hechos cenizas.
Heredero a partes iguales de la sangre goda y árabe supo revisitar, con otras palabras, las más suyas, los grandes tópicos de la creación literaria: el amor, el dolor, la muerte, el heroísmo, el olvido. No por casualidad una de sus publicaciones tempranas lleva el título de “Espadas como labios”. Acero que cura, labios que hieren y nos revelan sus claves en
“Ese decir palabras sin sentido/que ruedan como oídos, caracoles/
como un lóbulo abierto que amanece/ (escucha, escucha) entre la luz pisada”.
Los auténticos poetas abominan la novedad, la moda. Su trabajo consiste en refundar las viejas verdades esenciales a través de un laborioso trabajo con las palabras, como quien aplica un cincel a la roca milenaria. En ese sentido puede decirse que son dos sus virtudes: la paciencia y la terquedad.
Y las dos le sobraban a don Vicente: la escritura de un solo poema podía tomarle años. Lo terminaba y volvía a él una y otra vez con la tozudez de un amante desairado. No importa si la única recompensa al final del camino es el olvido:
“… Y la palabra suena en el vacío/ Y se está solo/
Y acaba de irse aquella que nos quería/ Acaba de salir/
Acabamos de oír cerrarse la puerta”.
Pero en realidad la palabra no suena en el vacío: alumbra las propias tinieblas y las de quienes nos acompañan por el camino. Después de todo, el poema no tiene sentido sin el oyente, es decir, sin la comunidad.
Su sentido último es acompañar las dichas y las penas del próximo, del prójimo. Por eso, el poeta nos invita a visitar la plaza, ese lugar donde se resume lo público, lo de todos.
“No te busques en el espejo/ En un extinto diálogo en que no te oyes/
Baja, baja despacio y búscate entre los otros/ Allí están todos y tú entre ellos /
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete”.
La obra toda de Vicente Alexandre tiene, desde sus días tempranos, ese tono de oración tan caro a la experiencia mística. Un panteísmo que no elude el dolor ni se niega al placer subyace en todo su edificio literario y nos remite a una convicción antigua: por urbana que sea la experiencia cotidiana del poeta, lo suyo son los misterios primordiales de la tierra: el despertar del sexo, el pan amasado a partes iguales con sudor y trigo, la evidencia del deterioro y al final- cómo no.- la reconciliación con una vieja amante, la muerte.
En un poema titulado El viejo y el sol lo dice con toda claridad:
“Yo pasaba y lo veía/ Pero a veces no veía sino un sutilísimo resto/
Apenas un levísimo encaje del ser/ Lo que quedaba después que el viejo amoroso/
el viejo dulce/ había pasado ya a ser la luz”.
Ser la luz. Es decir, hacerse uno con todo. Anidar en el centro mismo del misterio y el prodigio de estar vivos. La búsqueda termina allí solo para volver a empezar. Ese es el sentido último de la vida que el poeta intenta desvelar para nosotros a través de las palabras.
Dependiendo de la necesidad, estas pueden ser amorosas y dulces o afiladas y letales. Vicente Aleixandre asumió ese destino y por eso su obra permanece para ayudarnos a conocer el mundo y sus criaturas. “Quien hace vive” tituló uno de sus poemas, donde nos recuerda que
“La memoria de un hombre está en sus besos/ Pero nunca es verdad memoria extinta/
Contar la vida por los besos dados/ No es alegre/
Pero más triste es darlos sin memoria”.
Las caravanas de Matusalem (novela)
Amor de performance (cuento)
Poesía teórica (poesía)
Teología filosófica para el hombre hipermoderno: Tf. hh. (Ensayo)
https://soundcloud.com/editor-la-cebra-que-habla/elegia-a-twaris
Nació en Marsella Risaralda. Poeta, escritor, docente y actor teatral. Dentro de sus publicaciones más destacadas se encuentran:
Cuando la luna lunó
Delirio Angelical
Noches del poeta loco
Hojas de mi cuaderno de condenado
El libro de las manos solidarias.