Concluir la Avenida San Mateo nos lleva a la pregunta sobre la “provisionalidad”, largamente prolongada de la estación de El Viajero.
Muy positivo el anuncio del Alcalde de Pereira Juan Pablo Gallo, de emprender la terminación de la inconclusa Avenida San Mateo.
No es deseable que la comunidad pereirana se acostumbre a los “elefantes blancos”. Estas obras inacabadas deben continuar siendo una excepción que se registra y se condena, no actos que se toleran y se convierten en parte del paisaje.
Que el Alcalde en un acto de sensatez haya salido a salvar esta obra, que acorta de manera importante los recorridos del Megabús, no quiere decir que los pereiranos debamos olvidar quienes fueron los que irresponsablemente la dejaron a medio hacer. Los autores de este y otros abandonos tienen nombre propio. En estos actos ligeros, en relación al manejo de los recursos públicos, se puede evaluar el talante de dirigentes políticos y gobernantes.
Foto: La Cebra que Habla.
Concluir la Avenida San Mateo nos lleva a la pregunta sobre la “provisionalidad”, largamente prolongada de la estación de El Viajero. Hay que recordar que en ausencia de la mencionada avenida se construyó “temporalmente” esta estación, para dar servicio a las rutas que se dirigen hacia el intercambiador de Cuba. En la actualidad este punto se ha convertido en un lugar de gran conflicto vehicular, debido a la precariedad de la intersección existente, que por su insuficiencia favorece la formación de grandes trancones.
Es una lástima que la construcción de la intersección de la Avenida San Mateo con la Avenida 30 de Agosto no se haya aprovechado para resolver el acceso al Aeropuerto Matecaña de los vehículos que provienen del sector occidental. La obra que está planteada para ello, y que comprende una intersección en trébol de cuatro hojas sobre el sector de Almacafé (ingreso a la Villa Olímpica) y la construcción de una vía de sección amplia que afectará a los barrios Nacederos, La Libertad y Matecaña, parece demasiado costosa en relación a la disponibilidad de recursos del municipio.
No obstante, lo que se dejó de hacer en el pasado, ahora que se acomete la culminación de la Avenida San Mateo es aconsejable verificar dos temas importantes:
Foto: La Cebra que Habla.
El recorrido que viene de la Estación de El Viajero y se interna por vía pavimentada a través del barrio El Plumón Alto, debe concebirse como el inicio del anillo longitudinal tramo sur (Paralela Avenida 30 de Agosto), buscando empalmar con la calle 50 a través de los futuros desarrollos que se hagan en el lote del Batallón San Mateo, para unirlo con lo que ya se ha construido y que está a punto de empalmar con la Avenida Belalcázar.
Resolver en este mismo predio del Batallón el acceso occidental al Aeropuerto, tomando en cuenta nuevamente los empalmes a la Avenida San Mateo. Esta puede ser la última oportunidad de tener un acceso óptimo en recorridos y construible en función de los costos.
Estas sugerencias las hago amablemente, en virtud de que se entienda que es tan mal administrador público aquel que deja las obras a medio terminar, como quien no prevé las conexiones y proyecciones necesarias de las obras que decide ejecutar.
¿Pero qué era el jazz? Se sabía en esencia de qué se trataba, pero era algo indefinible por el momento.
Para hablar de Jazz, hay que evitar hablar del género, al menos hasta cierto momento de la historia de la música. Sus comienzos se remontan a una sucesión de tradiciones musicales empíricas, enraizados en el sentimiento humano de comunidad, que fueron evolucionando hasta llegar al género como tal. El Jazz no es una estación fija, sino una transición melódica. Se sabe de antemano que la música no tiene génesis, lo tienen los ritmos. Aun así, el abuelo del jazz es el Folk, esa antigua palabra que denota, según su traducción al castellano como “tradición” o “folclor”.
El folk
Así entonces, antes de que aparezca la palabra Jazz y por delante un movimiento musical que se renueva cada decena de años, tenemos que referirnos al folk, esa manifestación existencialista de los negros afroamericanos esclavos, que en medio de las plantaciones algodoneras de Louisiana y el delta del Mississippi, entonaban sus oraciones y sus penas como un cantus firmus junto a sus hermanos.
El término para esta práctica, a falta de uno más adecuado, fue los Worksong [canciones de trabajo]. Entonaciones rítmicas con largas frases melismáticas, temáticas centradas en las historias de opresión, amor y mala suerte, en torno a repeticiones, interjecciones, énfasis de interpretación e intensidad emocional[1].
Extraída de Emaze.
Este estilo de cantar mientras trabajan mancomunadamente era casi un ritual litúrgico. Música, que lejos de cualquier pretensión histórica de conferirle una etiqueta, eran oraciones de clamor. Ángelus entonados colectivamente al son de las jornadas de trabajo para matar el tedio. Sonidos que salían del alma, pero también de la agonía y de la noche angustiosa de la opresión.
Dice Kurt Vonnegut, escritor autorizado por ser norteamericano, que cuando los terratenientes del sur entraron en depresión y se suicidaban, los negros conservaban su música como un panegírico para afrontar la existencia. Al ir a la historia se comprueba lo mismo. Los negros solo tenían trabajo y música, hasta que apareció otro género que era inevitable que no surgiera: el Blues. Este estilo dio ciertos personajes crooner o cantantes que entonaban con sus gestos, voces, y ahora con letras, el dolor experimentado en la comunidad.
Sin embargo, no es necesario adelantarnos, ya que el Shouts, fue también un elemento dentro del Folk, cuya respuesta o Field Hollers eran gritos dentro del campo de penas y lamentos. Esto constituyó una forma de crear comunidad y unidad en medio de su larga jornada de adversidad histórica. El único privilegio “divino” del que gozaban los esclavos en su agonía era la rica libertad para cantar.
Extraído de Caapa.
Law, cap’n, I’s not a singing’, I’s jes a hollerin’ to he’p me wid my wu’k.
Señor capitán, no estoy cantando, sólo es un pequeño holler para ayudarme en mi trabajo.
Libertad que era un sutil salvoconducto del blanco para tener al negro en el cauce de su trabajo, además de que los Worksongs poseían un gran valor económico para los patronos porque estimulaban la productividad, y era un antídoto contra el cansancio que mantenía a raya los pensamientos de rebelión.
Por eso el deseo del blanco, y su aceptación casi que voluntaria, consistía en que sus esclavos se expresaran musicalmente “Un negro que canta es un buen negro”, decía un dueño de plantaciones algodoneras o el vigilante de cualquier antigua prisión.
Como afirma Joachinm Berendt:
Joachim-Ernst Berendt (20 de julio de 1922 en Berlín-4 de febrero de 2000 en Hamburgo) fue un periodista, escritor, crítico y productor discográfico de jazz. Extraída de DW.
En el comienzo del blues se hallan los worksongs y field hollers: cantos sencillos y arcaicos que los negros entonaban durante su trabajo en los campos y en las orillas del Mississippi. Los cantaban porque con el ritmo de la canción el trabajo se hacía más fácil que sin él y porque el ritmo ejercía cierta coacción en aquellos que cantaban, y bajo esa coacción trabajaban hasta los que de otro modo no hubieran trabajado o lo hubieran hecho en forma insatisfactoria. (De Nueva Orleans al Jazz Rock)
Los “coons” itinerantes
Se sabe que algunos interpretes del folk, que quedarán sepultados en la historia por carecer de teóricos o sistemáticos del Jazz, iban de pueblo en pueblo, de plantación en plantación con su banjo o guitarra (instrumento introducido por las colonias españolas en la Norteamérica de los peregrinos) y sus pobres pertenencias, cantando sus sencillos blues-folk-songs de sonidos alargados y “mal entonados”. Esto es lo que hoy los teóricos llaman “blues arcaicos”.
Eran tonalidades abstractas, casi que al nivel de la música totémica para relajar la comunidad y sus notas eran tan básicas como la estructura musical de A-A-B, es decir, tres veces cuatro compases.
El minstrel (usualmente en inglés, dicho en plural, los minstrels, o adjetivado, minstrelsy) era un género teatral musical, típicamente estadounidense, cuyo periodo de mayor esplendor se sitúa entre 1840 y 1900. Se trataba de un género que, de alguna manera, aunaba la ópera inglesa con la música de origen negro. Extraído de History on the Net
Los comienzos del género fueron sin duda espirituales y en su evolución se conservó esto en la conciencia general de cada representante. Se tiende a catalogar esta forma rústica de hacer tonalidades como una “africanización” pero más que una nominación que apuntaba al continente africano era una forma inequívoca de llamar un estilo a-tonal, que no se entendía por carecer de bases teóricas, y que no había visto nunca, al menos en América.
Estos cantores espirituales e itinerantes eran nómadas, algunos libertos, otros que habían huido de sus amos, y que se alimentaban a dieta de sandias que vendían en carretas por todas las comarcas del sur.
En algún momento estos hombres fueron denominados “coons” debido a dos cancioncillas de mediados del siglo XIX, llamadas Turkey in the Straw y Old Zip Coon. Dos composiciones fundantes, de alguna forma, de un nuevo estilo de improvisadores.
Extraído de: Irish Mirror.
Aunque coons, era en realidad una forma despectiva de burlarse de este estilo y de estos intérpretes. La historia de los coons se vería casi a fin del siglo XIX resaltada con los mainstream de los blancos que a la inversa querían ser negros, para cantar y así burlarse de este estilo, que por el momento no vislumbraba un movimiento sólido.
El Congo Square
Ahora, también era una realidad que los negros practicaba las danzas de ascendencia africana, o Ring shout, en sus espacios íntimos dentro de la colonia donde eran obligados a trabajar. Posteriormente estas serían ejecutadas en el famoso Congo Square, en New Orleans, el lugar donde se desarrollaban reuniones musicales y danzas folclóricas espontáneas.
Este tipo de arte folclórico, nacido de fusionar el ritmo con el cuerpo, puede tomarse como antecedente de la improvisación folk, ya que para ejecutar los movimientos había que generar compases, al menos, rasgados (rags) -Inicialmente así se hacía en África-, producido con tambores de madera, calabazas, palos, y otros sonidos que se sustraían de los elementos naturales de la naturaleza.
Congo Square era el nombre con el que se conoció, durante los siglos XVII, XVIII, XIX y la primera mitad del XX, una zona de la parte vieja de Nueva Orleans, donde se desarrollaban reuniones musicales y danzas folclóricas espontáneas. Actualmente se llama Beauregard Square. Extraída de: Jewish Currents
Eran danzas públicas, imitaciones de las ceremonias rituales de África, el continente madre de donde habían sido sustraídos a la fuerza.
“Cuando los esclavos se reunían los domingos, sus días libres, él tocaba los tambores en la plaza Congo Square, como se llamaba. […] Él era un músico: nadie tenía que explicarle las notas, ni el sentimiento ni el ritmo. Todo eso ya estaba en él”
Dice Sidney Bechet en su autobiografía, “Treat it Gentle” sobre uno de sus antecesores. Sin embargo, esta práctica no duró tanto, pero fue importante para representar las abstracciones espirituales del Blues y Jazz posterior.
Scott Joplin
A modo de transición entre el folk, worksongs, blues, folk-blues, hasta llegar al Jazz, hay que hablar de Scott Joplin brevemente para crear en puente entre un tiempo y otro. Aunque hay más representantes, Scott Joplin es una figura clave en un estilo que sentará las bases tonales del Jazz en sus comienzos. Fue un negro educado, criado por colonos europeos, quienes lo introdujeron en el arte de tocar el piano. Así, heredero de esta cultura, comienza a tocar un estilo llamado Rag-time o tiempo rasgado, alrededor de los años ochenta del siglo XIX.
En frases de sus biógrafos, era un pianista “pianístico”. Es decir, tocaba el instrumento tal como se acostumbraba a realizarse con las sonatas de los grandes compositores románticos europeos. Con este estilo nacía oficialmente la composición pianística en el jazz uniendo elementos de la antigua tradición musical europea al sentido rítmico de los negros.
Scott Joplin (Texarkana, Texas, Estados Unidos, 24 de noviembre de 1868 – Manhattan, Nueva York, Estados Unidos, 1 de abril de 1917) fue un compositor y pianista afroamericano estadounidense, una de las figuras más importantes en el desarrollo del ragtime clásico, para el que deseaba un estatus similar al de la música seria proveniente de Europa y la posibilidad de admitir composiciones extensas como óperas y sinfonías. Extraída de: Biography.
Era música blanca entonada a lo negro. Y es obvio, como ya se planteó, que Joplin no fue el único representante, pero si el primero. Entre los demás estaban figuras como Tom Turpin, dueño de un bar de St. Louis; James Scott, organista de un teatro en Kansas City; Charles L. Johnson, Louis Chauvin, y Eubie Blake.
Scott Joplin compuso más de 600 rags, y entre los más conocidos están “Maple Leaf Rag” y “The Entertainer” que fueron preservados gracias a la naciente industria cinematográfica del cine en Norteamérica.
Jelly Roll Morton
En este periodo es donde otro hombre destacado y polémico se separa de la tradición del rag-time para arrojarse una pretensión particular. Este personaje fue Jelly Roll Morton, quien osadamente dijo: “Yo invente el Jazz”, además de arrojarse otro término al escribir en sus tarjetas de visita, después de su firma, “creador del rag-time”. Roll Morton en vida fue un personaje controversial y suburbano, pero su sentido de propiedad del Jazz dio pie para una larga sucesión, de al menos 10 años de las llamadas Jazz Bands. ¿Pero qué eran en esencia estas bandas?
Ferdinand Joseph LaMenthe, más conocido como “Jelly Roll Morton”, fue un pianista, compositor y cantante norteamericano nacido, probablemente, el 20 de septiembre de 1885 en Gulfport, Luisiana, según la historiografía convencional, y fallecido en Los Ángeles, California, el 10 de julio de 1941. Morton pertenecía a la pequeña burguesía de los criollos de Nueva Orleans, donde se educó, y se presentó a sí mismo como el inventor del jazz en una carta enviada a la revista Down Beat, en 1938. Extraída de: The Blues Mobile
Las Jazz Band
Eran marchas tipo militar, prusianas o francesas, acompañadas de orquestas tipo circense, pero con una línea artística y musical definida. Las bands iban por las calles de Nueva Orleans en carretas, las llamadas “band-waggons”, marchando a través de la ciudad. Cuando se encontraban dos conjuntos se improvisaba un contest o una battle, es decir, se generaba una competencia. Muchas veces también tocaban bands blancas y negras unas contra otras.
De estos curiosos eventos, surgiría las bases del Jazz blanco con “Papa” Jack Laine quien tenía también bands en Nueva Orleans, entre las más famosas estaban la Dixieland Jazz Band y los New Orleans Rhythm Kings.
También es de destacar la aparición de los Crooner, o cantores de jazz, que ya venían con la tradición vocal de las intérpretes del Blues, con Bessie Smith como su mayor representante.
Papa Jack Laine, nacido George Vital, fue un baterista y contrabajista norteamericano de jazz tradicional, que nació en Nueva Orleans (Luisiana), el 21 de septiembre de 1873, y falleció en la misma ciudad, el 1 de junio de 1966. Hacia 1890 forma su primera banda, dedicada a tocar ragtime, a la que llama Reliance Band. Extraída de: Red Hot Jazz
Sin embargo, una vez puesto el estilo en los rieles precisos, fue necesario que los vagones de los géneros, los ritmos, los personajes desfilaran uno a uno por la vía de esta música afroaméricana. Existían inquietudes en el aire, como por ejemplo ¿de qué se trata esa música de negros? ¿cantan o se lamentan? ¿qué es en realidad eso del Jazz?
¿Qué es el jazz?
¿Pero qué era el jazz? Se sabía en esencia de qué se trataba, pero era algo indefinible por el momento. La etimología era difusa. Para algunos significaba primero algo sensual, luego baile, después música. Incluso el escritor F. S. Fitzgerald llegó a afirmar que este estilo de música era una “acumulación nerviosa”.
También se referían al jazz como la expresión que procedía de las tabernas de New Orleans de, Jazz them Boys (¡adelante!, ¡animo muchachos!) o de los gritos de aprobación de la clientela de un cabaret negro por cierto Jazzbo, Brown, cantante y ejecutante de trombo. “¡otra vez jasbo; ¡otra vez, jas!”.
Extraída de: Pooky
A eso se suma el verbo francés de Jaser (charlar) o finalmente la transformación fonética de las palabras africanas Jas, jasss, jasz, jazz pronunciadas por los negros en las plantaciones para estimularse a trabajar[2].
Aunque el musicólogo de la escuela de Frankfurt Theodor Adorno[3], al referirse al Jazz haya propuesto que este estilo era una especie de anarquismo, rebelión y castración masculina dentro del rito de iniciación jazzístico.
Sobre esta última percepción hay que recordar que el musicólogo judeo-alemán escribía en clave sociológica, emparentando el génesis del jazz con las sociedades capitalistas y su esquema de contención social. En pocas palabras, Theodor Adorno hablaba de Jazz sin escucharlo y sus críticas iban dirigidas al género como cortina de ambientación para la industria musical americana.
El Jazz universal
El jazz antes y durante el nazismo: raíces negras, desenfreno, rebeldía e improvisación que el totalitarismo nazi no permitiría, y la ridícula lista de limitaciones a los shows. Durante años, los norteamericanos se han sentido avergonzados por no haber sido los primeros en admitir el valor de esa música tan especial llamada, genérica y abarcativamente, jazz. En efecto, fueron los intelectuales europeos de las primeras décadas del siglo veinte, especialmente ingleses y franceses, quienes reconocieron su importancia y cualidades estéticas. Extraída de: Brazil Brazil.
En fin, lo cierto era que, con esta denominación de la música negra, este género invadía como una epidemia los periodos de guerra en América y Europa y ganaba popularidad casi universal.
El jazz que antes era un asunto de minorías ahora estallaba en un entusiasmo contagioso después de la primera guerra mundial convirtiéndose en un género de masas. Lo cual no era algo sociológicamente motivo de análisis, sino una evolución y una expectativa, que sabía, iba a realizarse.
De ahí, cada 10 años el jazz tendría su desarrollo, partiendo oficialmente del rag-time, luego Swing, Bebop, Cool, Bop, Hard Bop, free Jazz, Ryths-blues, Soul, Jazz-rock y las evoluciones que siguen herederas del siglo XIX y XX, con personalidades como Louis Armstrong, Bix Beiderbecke, Duke Ellington, Coleman Hawkins y Lester Young, Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Miles Davis, John Coltrane y Ornette Coleman, John McLaughlin y cientos de intérpretes más hasta la actualidad.
Louis Daniel Armstrongn (Nueva Orleans, 4 de agosto de 1901-Nueva York, 6 de julio de 1971), también conocido como Satchmo o Pops, fue un trompetista y cantante estadounidense de jazz. Se trata de una de las figuras más carismáticas e innovadoras de la historia del jazz y, probablemente, su músico más popular. Gracias a sus habilidades musicales y a su brillante personalidad, transformó el jazz desde su condición inicial de música de baile, en una forma de arte popular. Extraída de: El Liberal.
[1] Gioia, T. 2008. Delta blues the life and times of the Mississippi master who revolutionized American. Norton & Co. Pp 480.
[2] Abbiati, F. 1960. Historia de la música. Uthena. Tomo V, México. P. 546.
[3] Adorno, Th. Prismas. El jazz, moda sin tiempo. P. 127.
La Cebra que Habla tuvo el honor de hablar con Carlos Iván Rojas Gómez, subdirector de Movilidad de Pereira.
La entrevista versó sobre la cultura vial en el eje cafetero, su estado, problemas y propuestas que están siendo analizadas para tener una mejor ciudad en materia de tránsito, transporte y vías.
Ser ambientalista es como mi religión. Yo siento a Dios al contacto con la naturaleza, al cuidarla, al tomar el agua, al usarla adecuadamente. Yo siento la paz interior, muy cerca de él.
Él es tan joven como el barrio el Dorado, y tan transparente como el agua, me refiero a “Finca” o a Darling Jhovanny Ríos, el activista de 27 años que está comprometido en la comuna Consota con la naturaleza, la fauna y los recursos hídricos, y que ahora sigue luchando contra viento y marea para lograr una cultura ecológica entre la gente.
Al llegar, nos encontramos con él en la esquina de la cuadra número 5 del barrio, y con carpeta en mano, se encontraba listo para empezar la faena diaria de recorrer el barrio y así velar por lo que él llama, el verdadero valor de la vida, es decir, los espacios verdes, las quebradas, la vida salvaje, y el cuidado de los espacios de su entorno.
Yo soy ambientalista desde niño, siempre me ha gustado la naturaleza. He sembrado árboles por gusto y en mi vida no me caben en los dedos de la mano y de los pies los árboles que he sembrado. Porque siempre he sido del campo, por eso me pusieron finca.
Foto: Diego Val.
Cuando le preguntamos por el agua, el líquido vital para su gestión como ambientalista, y para la existencia humana, y específicamente, el agua que llega al barrio por el acueducto, su respuesta entre risas no se dejó esperar:
Si, con el agua de la llave no tenemos ningún inconveniente. La gente la toma normalmente, pero a más de eso por lo que estamos luchando es por conservar el agua de las quebradas que es la que un día también vamos a consumir nosotros o nuestros hijos. Esa debe ser la herencia, cuidar nuestros recursos invaluables.
Así entonces es que “Finca” junta 36 personas y con ellos crea un comité ambiental bautizado con el nombre del barrio “El Dorado” para defender el agua, la naturaleza y la vida en su máxima expresión, ya que afirma que el cinturón verde que rodea el sector tiene animales como nutrias, guatines, sabaletas, perros de monte, patos, tortugas, y otros.
Foto: Diego Val.
Unos canadienses compraron esta montaña con la intención de preservar este lugar, convertirlo en un área protegida, luego lo entregaron a los habitantes del barrio para que adquiriéramos la conciencia de velar por lo nuestro.
Con el comité defendemos el agua, la vida, la vegetación, los espacios verdes que serán el mejor regalo a la ciudad, porque un lugar descontaminado, es un lugar vivo que produce frutos, aire, agua y más.
Por eso dentro del grupo que preside hace carteleras a mano para convocar a la gente del barrio, y así poder hablar y sensibilizar a la mayoría sobre la necesidad de cuidar lo propio, porque “El Dorado” contiene bienes invaluables como plantas, árboles, quebradas, fuentes y cascadas naturales.
Finca es un joven proactivo, que genera conciencia y convoca grandes multitudes para hacer mingas o convites y así ser ciudad o ser un mejor ciudadano. Y es en estos convites donde surgen particularidades como sacar agua de sus casas en baldes para ir a regar los arboles sembrados que les han donado.
Foto: Diego Val.
Es un trabajo cuidadoso, basado en el amor donde todos aportan sus opiniones sobre lo destructivo de contaminar los ríos, lanzar basura, pero también la necesidad de dejar una buena cultura ambiental entre la gente. Según él, el ser humano tiene una responsabilidad inmensa frente a la ciudad y la vida, porque todos tenemos una familia y un planeta que cuidar.
Y cuando habla de familia, y al preguntarle, no deja de hablar de Sebastián Ríos, de 9 años y Lauren Ríos de 1 año, sus dos hijos que en cierta manera son el motor de su activismo y compromiso social. Con ellos, tomados de la mano, y enseñándoles como un buen padre, un día los llevó a adoptar un par de árboles en el barrio.
El niño, el mayor, sabe y dice que el árbol es de él porque lo sembró hace dos años conmigo. Y la niña, aunque está pequeña le digo: “usted tiene que ir a darle vuelta al árbol. Y en ocasiones le pregunto: ¿cómo va el palito? Ella dice, ¡ah!, (balbucea) como dando a entender que no ha ido a verlo. Yo le digo: no se le olvide mi amor. Y le doy un beso.
Foto: Diego Val.
Y su hijo mayor, Sebastián, ha sido clave en el proceso de rescatar la naturaleza, los animales y el agua, porque al ver otros niños haciendo lo que él hacía antes, les dice que no deben votar basura en ningún lado.
Él ha aprendido de lo que estamos haciendo. Porque entiende que sin naturaleza no hay agua, y sin agua no hay vida.
Al caminar por el barrio, y llegar a un punto en el sector, descubrimos uno de los anuncios artesanales hechos por “Finca” donde se invita a la gente a cuidar el medio ambiente. Y agregada a esta iniciativa han hecho un centro de acopio, y una caseta, pero esta última la tumbaron, porque los vecinos pensaron que se usaba mal. Así que el mismo se ha convertido, sin serlo aún, en un guardabosques.
Foto: Diego Val.
Una de las últimas gestas para conservar el barrio intacto, libre de basuras y con miras a un agua descontaminada, es una siembra de nogales que hicieron hace un par de años en un lugar llamado por ellos “Zona Recuperada”. Un espacio que considera especial porque cada árbol sembrado allí ha sido adoptado por algunos de los hijos de los 36 integrantes del comité, y otros niños, hijos de los vecinos del sector. Haciendo con esto, una especie de traspaso la responsabilidad, pero también los privilegios a su descendencia.
Por eso le llaman “Zona Recuperada”, porque es un lugar donde los habitantes del sector se sienten seguros y el agua puede bajar en esa parte, purificada, ya que tanto “Finca” como otros miles de habitantes, no se dan a la idea de que algún día tengan que beber esa agua contaminada.
En ese mismo sector, hay un parque abandonado donde este “guardabosques” nos señala el árbol que su hijo Sebastián adoptó hace tres años. Y el terreno que nos muestra con emoción lo mira como si fuera un paraíso virginal, porque ya está recuperado. Un logro del comité y un éxito que disfrutan al cuidar el entorno y proyectarse en la meta de ganar otros espacios libres de contaminación y con agua más limpia.
Foto: Diego Val.
La mirada de “Finca” es serena, su discurso firme, y ante la respuesta sobre cuál es el mensaje de conciencia que desea transmitir a los pereiranos, afirma con la convicción de alguien que ama los elementos naturales como el agua, la tierra, la naturaleza, la vida salvaje:
Entender que uno se levanta todos los días y si respira es por el agua y las plantas. Por más dinero que una persona tenga, si se levanta de la cama, si no hay agua no hay oxígeno, no hay nada. El mensaje es que hay que cuidar, que cada uno tenga un espacio. Porque contra la civilización ya no se puede pelear, pero hay que respetar cada espacio y privilegio que nos da la naturaleza. El agua, principalmente, esa misma con que nos bañamos en nuestras casas, la que tomamos de la llave, la que usamos para cocinar y otras cosas más.
Al caer la tarde, regresamos de nuevo a su casa, donde nos recibe su perro “Zeus” que sediento, mueve su cola y nos da la bienvenida. “Finca” entra, primero se hidrata tomando agua de su lavaplatos y luego da a su fiel mascota, que también lo ha acompañado en sus andanzas entre el bosque y el barrio El Dorado, intentando cuidar el agua y por ende, la vida.
Ese día éramos pocos, tal vez no más de veinte personas, quienes recorríamos el parque. De esta manera tuvimos la oportunidad de tomarnos todo el tiempo para detallar las diferentes exhibiciones.
El Acceso
Eran las diez de la mañana cuando iniciamos, mis hijos, mi hermana y yo, a recorrer el Bioparque Ukumarí, ubicado en el Eje Cafetero, más exactamente en la zona occidental de Pereira.
De todos, la única que no lo conocía era mi hermana.
Al ingresar al parqueadero fueron pocos los carros que encontramos, muy pocos. Ya en la taquilla me sorprendió la respuesta que el encargado da a una persona interesada en comprar pases de ingreso para hacer una atención corporativa: respondieron que no tenían pases, solo le podían dar un recibo.
Al acceder al parque entramos por un gran edificio de estructura de madera y piso de tablón. Este edificio es arquitectónicamente bien logrado, y brinda la sensación de un ingreso solemne, muy fresco para el clima en el que se encuentra el lugar y bien dispuesto con algunas tiendas de comidas y suvenires.
Fuente: Martha Alzate.
En el proyecto, que cuando esté terminado deberá contar con cinco bio-regiones, sólo se encuentran habilitadas, para recorrido del público, dos: Bosques Andinos y África.
Primera Bioregión: Bosques Andinos
A la primera Bioregión, que fue con la que se inauguró oficialmente el parque, ya habíamos asistido. En ella se encuentra una mezcla entre unos buenos hábitats para los animales (aunque el oso de anteojos parece desfallecer en el calor del corregimiento de Cerritos –lugar de Pereira donde se encuentra ubicado el parque), un urbanismo muy bien hecho con unos acabados de primer orden (hay que recordar que en su diseño y construcción fueron involucradas firmas internacionales expertas en tematización y ambientación de este tipo de proyectos), una vegetación local muy atrayente, recorridos bien organizados y una muestra de animales (mamíferos, aves, etc.) bastante variada.
Este recorrido cuenta con detalles en su ambientación muy destacados desde el punto de vista estético. Me refiero al trabajo de las puertas y las contrapuertas que dan acceso a los hábitats (son necesarios puesto que los animales se encuentran sueltos en esos hábitats y esta forma de contra portón es una seguridad para evitar que se escapen), de los decorados que simulan flores y vegetación hechos en hierro. Así como los pisos, los techos, las réplicas de piedras, etc. todas realizadas como parte del trabajo de escenografía de esta primera Bioregión.
Foto: Martha Alzate.
Ese día éramos pocos, tal vez no más de veinte personas, quienes recorríamos el parque. De esta manera tuvimos la oportunidad de tomarnos todo el tiempo para detallar las diferentes exhibiciones. También contamos con la suerte de tener un guía en un momento del recorrido, que nos presentó a “Tuki”, un tucán que fue rescatado de la domesticación. Este animal silvestre estaba sometido a ser la mascota de una familia. Luego de su incautación “Tuki” fue a vivir al Bioparque Ukumarí. Por esa razón, nos explicaba el guía, él es tan manso, se deja acercar la mano y muerde suavemente con su pico acerrado a quién se le acerca, sin mostrar ningún temor.
El guía dio una corta charla muy didáctica a mis hijos, sobre las funciones de los animales en los ecosistemas. Y respondió amable y solventemente todas las preguntas que ellos le hicieron, razón por la cual estuvieron encantados del recorrido y de la conversación que pudieron tener con el guía.
Rumbo A La Bioregión De África
Fuente: Martha Alzate.
Al salir de la zona de Bosques Andinos, tomamos rumbo a la Bioregión de África. Descendimos por un sendero peatonal pavimentado que se abre entre una amplia zona de guaduales. Muy lindo el recorrido. Desde allí, se alza imponente otra de las edificaciones del parque. Creo recordar que esa edificación estaba pensada en el proyecto original para albergar los restaurantes. Sin embargo, la vimos desocupada, apenas ambientada con algunos elementos que hacían presumir que sus áreas amplias están siendo usadas para hacer reuniones, dar charlas o celebrar algún tipo de congreso.
Los restaurantes los habíamos dejado atrás, pues las bioregiones conectan a una plazoleta central en donde están ubicados unos camiones de comida que tienen alguna oferta. En general, no se percibe de la misma calidad que la Bioregión de bosques Andinos, y parece algo improvisado. De todas maneras, hay que considerar que puede ser difícil convencer a cadenas de comidas o empresarios del sector de restaurantes que hagan una gran inversión en el lugar, puesto que podría ser que el nivel de visitantes no alcance para amortizar tales inversiones.
Una vez en África, después de recorrer el sendero peatonal que es algo extenso y con un nivel de pendiente relativamente fuerte a su llegada, encontramos otra plazoleta. Está, precedida por un letrero de ingreso en el que se lee “Sabana Africana”, está ambientada con una especie de chozas o casas de paja, al estilo africano. En el interior de una de ellas pudimos contemplar una simpática tienda de objetos relacionados con la temática del lugar. Mis hijos adoraron los silbatos que imitan sonidos de animales, por lo que les compramos dos de ellos. También había carteras, objetos de decoración, joyería y bisutería y todo tipo de suvenir, muy bien ambientados en ese pequeño espacio. La persona que atendía era muy amable y brindó a los niños una cálida experiencia.
Foto: Martha Alzate.
Continuamos el recorrido por otro sendero peatonal que se proyecta hacia dos grandes árboles artificiales que semejan a los baobabs. Como se sabe estos árboles tienen un simbolismo sagrado para las tradiciones de muchos países africanos, quienes lo consideran un enlace entre el mundo de los vivos y el inframundo (o mundo de los muertos). En la adaptación religiones africanas durante su proceso de esclavización en América, el baobab fue sustituido por la ceiba, a la cual se trasladaron los significados mágicos atribuidos originalmente a este.
Al final del recorrido que culmina a los pies de los baobabs, se transita por una especie de pontón decorado con máscaras africanas. Así, se accede al área en donde están los hábitats de los leones, los rinocerontes blancos (espléndidos ejemplares de esta especie), los suricatos, y finalmente, después de un largo recorrido, se llega a los elefantes.
Esta región se nota algo más sencilla, no guarda la misma consistencia en acabados y tematización que la cuidada región de bosques andinos, y particularmente los elefantes me dieron una sensación de tristeza. Aclaro, por supuesto, que desconozco las especificaciones del proyecto en cuanto a los acabados de cada Bioregión, y obviamente no tengo elementos científicos para sustentar la tristeza de un elefante. Es solo una impresión desprevenida que me vino al observarlos un buen rato, en la soledad del parque, que estaba casi para nosotros solos.
Foto: Martha Alzate.
Allí termina el recorrido de lo que hoy está disponible para visitar en el Bioparque Ukumarí.
Conclusiones De La Visita Al Bioparque Ukumarí
Sensaciones aparte, debo decir que este sigue siendo un gran proyecto de región. Me sorprendió que mi hermana, siendo tan pereirana como yo, no lo conociera. Ella misma estaba asombrada de la belleza del parque e inmediatamente se propuso volver en compañía de algunas amigas.
El parque se ve cuidado, se nota el esmero puesto en cada una de sus labores de mantenimiento, pero también, para un buen observador, no pasa desapercibido el esfuerzo. Lo que está costando mantenerlo se nota: en la precariedad de algunos servicios (en la calidad y variedad de la oferta de comidas, o en la ausencia de los tiquetes de acceso impresos), en los acabados de la Bioregión de África (que se nota hecha con baja inversión), y hasta en los pocos guías disponibles.
Foto: Martha Alzate.
Sin embargo, el estado general del lugar es muy bueno. Todo funciona en los recorridos y la experiencia de mis hijos fue mejor que la primera vez (la primera vez que fuimos no estaba disponible la Bioregión de África), y en el estado general de los animales, en los cuales se percibe bienestar. Para los detractores de este tipo de proyectos que exhiben animales vivos es muy importante aclarar que los que allí se muestran al público son animales incautados, o que vivieron su vida bajo cautiverio, razón por la cual solo pueden vivir en este tipo de lugares, ya que perdieron sus habilidades para la vida silvestre.
Debido al bajo público que nos acompañó ese día (hay que aclarar que era un viernes a medio día de comienzos de febrero, seguro un mes muy bajo en visitas a este tipo de establecimientos) pareciera importante que quienes administran el parque revisaran la comercialización que hacen del mismo.
Ahora que ya lograron abrir la segunda Bioregión, y que conocen en profundidad la operación y sus costos, podría funcionarles un socio que les ayudara a masificar las visitas, diversificar los ingresos (para un parque de este tipo en Estados Unidos, la taquilla no supera el 30% del total de sus ingresos), y gestionar alianzas. Alguna vez se inspeccionó la posibilidad de aliarse con el Parque del Café, la Fundación Palmarito y Conservación Internacional. Sobre todo, una entidad como esta última brindaría grandes beneficios en materia de mercadeo y de investigación. No hay que olvidar que el Bioparque Ukumarí tiene una gran clínica veterinaria que podría ser el soporte para muchas actividades de conservación a nivel regional.
Foto: Martha Alzate.
Para terminar, considero que toda persona, familia, colegio, entre otros, que esté cerca al bioparque Ukumarí, debe visitarlo. No solo porque es responsabilidad de todos conocerlo, apoyarlo, difundir lo que está haciendo, y lo que tiene para ofrecer; sino que este es un lugar muy bien concebido y un proyecto ejecutado en sus etapas iniciales con altos estándares en lo que se refiere a este tipo de atracciones a nivel internacional.
Igualmente, las empresas, entidades e instituciones, deberían vincularlo como una opción para realizar allí sus convenciones, reuniones, festejos, y todo tipo de actividades corporativas. El parque tiene la infraestructura, la oferta natural y la belleza que requieren este tipo de eventos.
El Bioparque Ukumarí es un atractivo turístico regional, ha costado mucho esfuerzo, y realmente vale la pena visitarlo. Con el manejo adecuado, estaría muy cerca de lograr el objetivo para el que fue concebido: posicionarse como un atractivo turístico local, enlazado con la oferta que ya está consolidada en el Eje Cafetero.
Latinoamérica ha producido un cine de conexión con los países y ha narrado sus problemáticas y ha contado el interior de cada nación, es decir, es un cine muy entrañable con la identidad y ha permitido afianzar puentes y solidaridades.
Hace unas décadas Latinoamérica no ganaba nada en festivales y premios de cine, y había una cuota mínima de realizadores. Quizás uno de los más reconocidos, haya sido Víctor Gaviria, por su estruendosa “La Vendedora de Rosas” (1998), un drama, muy cercano a lo que vivían (aún lo encarnan) los niños de la calle. Algo similar quedó para siempre con la muy afamada “Ciudad de Dios” (2002) de Fernando Meirelles. Algo más duro nos narró un foráneo como Luis Buñuel quien en 1950 nos sacudió con un título que no hemos podido superar: “Los olvidados”, historias muy difundidas, aunque Buñuel es español y se nacionalizó en México, ganó el primer Óscar en 1972, con “El Discreto Encanto de la Burguesía”, como mejor película extranjera, no se suele asociar el premio a Latinoamérica sino a Francia, de modo que es un logro dividido.
Hemos contado con historias tan sutiles como las que les puede ocurrir a cualquiera: Jorge se queda sin empleo después de trabajar toda su vida en la cinemateca, y emprende un nuevo camino, es lo que nos contó de manera poética el uruguayo Federico Veiroj en “La vida Útil” en el 2010, una de tantas que intentó llegar a los Óscar, y que fue electa en su país.
O tan llenas de religiosidad, carnaval, fútbol, asuntos de justicia como la peruana “El Evangelio de la Carne” (2013) de Eduardo Mendoza; o con cinismo y realidad política como las que ha hecho el chileno Pablo Larraín como “Tony Manero” (2008), “Post Mortem” (2010), “No” (2012), o la nunca olvidada “Confesión a Laura” (1990) del colombiano Jaime Osorio, que son un modo de narrar esos hechos tan drásticos como las dictaduras o los aconteceres políticos.
Fuente: Revista Arcadia
Pero también el telón de fondo casi siempre presente han sido las películas obstinadas -por fortuna- con la situación social, como “La Estrategia del Caracol” (1993) del colombiano Sergio Cabrera, o “La difícil La Noche de los Lápices” (1986), o la muy comprometida “La Nación Clandestina” (1989) del boliviano Jorge Sanjinés. Y si sumamos una muy amplia gama de películas se encuentran disponibles para el público.
Estar contando nuestros hechos nos ha llevado a no obviar el tema de las pandillas, de los grupos delincuenciales, de modo que en Ecuador se recuerda “Ratas, Ratones y Rateros” (1999) de Sebastián Cordero. En Colombia nos queda el retrato de “Rodrigo D No Futuro” (1990) de Víctor Gaviria. En Venezuela la citada “Sicario” (1994) de José Ramón Novoa narrando la ley de la calle, la brasilera que amplió la idea de “Ciudad de Dios”, “Tropa de Élite” (2007) que va por dos versiones.
Nuestro cine se conecta con muchos de los que han hecho historia como Frida, Pancho Villa, los grupos revolucionarios. En Perú grabaron una cuando Sendero luminoso estuvo a punto de tomarse el poder “En la Boca del Lobo” (1980) de Francisco Lombardi. No podríamos pasar por alto el tema de la tierra y Honduras en el 2003 nos entregó un título provocativo: “No hay Tierra sin Dueño” de Sami Kafati. Hace poco Argentina de nuevo nos sorprendió por la nominación en los Óscar con “Relatos Salvajes”, unas historias con una fatalidad increíble y un manejo de la narrativa que nos mantiene en vilo.
Fuente: El acontecer
Nos hemos alimentado con las narrativas de Estados Unidos y fuimos colonizados desde el sentir y el pensar por súper héroes, por un sueño difícil de conseguir como parecernos al modo de vida de un gringo. También tuvimos ambivalencias por desconocer lo que éramos y hasta podía ser valido considerar lo propio como lo extraño, inocuo o poco trascendente, en cambio lo proveniente de fuera se acogía con beneplácito y méritos.
Entonces, nos sacudimos, y supimos de culturas nativas, de las desigualdades del reparto de la tierra, del modo como nos gobernaban y quiénes lo hacían, nos estrechamos con circunstancias tan infalibles como las acontecidas por un señor llamado García (2010) o un emblemático personaje como Quintín Lame. El cine, nos ha tendido puentes y redes y fuimos escalando para asomarnos y re-conocernos. Y algo, quizás útil, tal vez fuerte y rebelde, provocó una cantera historias: Luis Buñuel, ese titán nos dijo de los don nadies, nos comunicó de las calamidades propias. Y así, varios, han dado lugar colocándonos en el ojo del huracán del cine.
Los capítulos del cine en Latinoamérica nos definen y más que la televisión, ha permitido darle alternativas a esos rostros que no hemos casi visto, o a esos hechos que no tienen casi mérito. Las historias del séptimo arte han estado huérfanas, aunque Cuba ha dado ejemplo premiando en el Festival Internacional de Nuevo cine Latinoamericano desde 1979 lo que hemos producido, algo parecido hace el Festival internacional de cine de Mar del Plata que entrega desde 1954 varios premios y desde el 2007 entrega a la mejor película Latinoamericana el premio Che Guevara. La ausencia es que estas películas no alcanzan una visibilidad en el continente ni por fuera.
Fuente: Sputnik Mundo
En los Óscar, un alivio nos abrazó por el galardón a Alejandro González Iñarritu por su película “Amores Perros” en el 2001 y la historia la repite en “Biutiful” en el 2011, pero hay más: en 2015 la gloria nos inundó por “Birdman” al ganar tres Óscar y al año siguiente, con “El Renacido” como mejor director. México es un país ya con una industria desarrollada, exporta directores y actores.
Tuvimos un flash back y si bien nos transportamos o más bien estuvimos caminando sobre el aire por pisar la alfombra roja, reconocimos que también somos la pesadumbre y el horror, pues “La Historia Oficial”, película argentina de 1985, de Luis Puenzo, fue la primera en obtener una estatuilla como película extranjera.
Recordamos que tal vez seamos un hijo perdido que siguen buscando ahora las abuelas de la plaza de mayo, o que tuviéramos los ojos suspendidos por” Voces Inocentes” (2004), esa situación de usar los niños para la guerra. O como lo que ahora nos convoca, Marina, una mujer, no aceptada del todo por la sociedad por ser trans y estar viviendo con Roberto un empresario de las telas, que es la película chilena, que opta en esa misma categoría de mejor película de habla no inglesa, llamada “Una Chica Fantástica”, del director Sebastián Lelio.
Fuente: Colombia
El cine hecho en Latinoamérica tuvo 13 películas en el 2017 que hicieron la carrera para poder llegar a esa lejana posibilidad de una estatuilla, como lo es la Película extranjera o lo que es peor la rotulada No habla inglesa en la versión 90, quedando seleccionada la chilena. De 22 presentadas desde la década del 90`s, dos han tenido el mérito, junto con la fabulosa “No” de Pablo Larraín en el 2013, y es el director de mayores connotaciones en la Academia de este país, por haberlo intentado en cuatro ocasiones, de hecho, es el productor de la que compite.
El caso del cine en Latinoamérica, es que ya hay muchas historias contadas, cientos de ellas, se pierden por falta de público y en la mayor de las veces por la desidia de las naciones e instituciones culturales por promoverlas. El cine que vemos es en mayores proporciones de Hollywood, y la cuota de lo nuestro, es ínfima, de casi 300 películas exhibidas en Chile en un año, 17 son de Latinoamérica y el resto gringas.
La queja no ha sido del todo superada, muchos realizadores encuentran desde becas, patrocinios locales, estímulos, como la alternativa de la co-producción con países, en su mayoría europeos. Al tiempo Latinoamérica le entrega garantías al cine estadounidense, exonerando pagos, para que realicen sus producciones en este lado del río. Sin embargo, o Cinembargo, como lo llama la escritora colombiana Juana Suárez, en su libro de ensayos sobre el cine y la cultura colombiana.
En 1960 fue México quien puso la primera página de un constante olvido con la película “Macario” de Roberto Gavaldón, el siguiente año también con un título -no podría ser menos promisorio- El importante hombre de Ánimos Trujano; Brasil en 1962 con otro inquietante nombre: “El Pagador de Promesas” de Anselmo Duarte, teniendo otra mexicana llamada “Tlayucan” de Luis Alcoriza; fue hasta 1985 donde Argentina logró lo que parecía improbable y más porque la premiada fue La historia oficial de Luis Puenzo, ese recordatorio de la dictadura.
Repetirían en el 2009 con otra emblemática narrativa “El Secreto de tus Ojos” de Juan José Campanella, una propuesta que mezcla el amor con lo detectivesco. Argentina es el país arrasador, tres historias, la del Che, con su famoso libro cuando recorrió los recovecos, las geografías humanas, los problemas que siguen vivos, las diversidades, en fin, la mención honorífica fue por la sentida canción del uruguayo Jorge Drexler, que ya su título es inspirador: Al otro lado del río, por la película “Diarios de Motocicleta”. Siguen los argentinos como compositor Gustavo Santaolla en la franja de Banda sonora en el 2005 por Secretos en la montaña, repitió en el 2006 con Babel.
Chile ya ganó, en una categoría de Mejor corto animado, con “Historia de un Oso” en 2014, ese año también venció el mexicano Cuarón, pero un director de ese país en la categoría Mejor fotografía, obtuvo el Óscar en el 2013, por esa fuerte historia de “La vida de Pi”. Los mexicanos han sido muy exitosos en el cine de Hollywood y hay tres nombres muy sonados: el actual nominado a mejor director por “La Forma del Agua”, Guillermo del Toro, quien ha ganado en otros premios, como Los Goya, por “El Laberinto del Fauno” (2007).
Foto: Notimérica
Caso similar ha ocurrido con Alfonso Cuarón como mejor director en el 2014 por una película que nos llevó a otras dimensiones: “Gravity”, además sus guiones como el de “Y tú Mamá También” en el 2003 triunfa en la categoría como Mejor guion original, posterior, en el 2007 con “Los Hijos del Hombre” en Mejor guion adaptado. Son hechos muy sobresalientes y dan muestra de la capacidad de los realizadores.
Una chica fantástica, es apenas un rastro del cine latinoamericano, de hecho, así nos ven en otros países, aunque acudiendo, a un ensayo del escritor Mario Benedetti sobre literatura, podríamos afirmar lo mismo del cine: ya tiene una mayoría de edad, o ha alcanzado una buena cantidad de historias contadas, de directores forjados, como para no tener que estar por debajo de ninguna otra meca del séptimo arte mundial.
Cuba fue el pionero en demostrar las potencialidades de ese gran ojo, y en cada país se ha instituido normas para respaldarlo, Tomas Gutiérrez Alea, es un referente obligado, no obstante, el bloqueo hacia Cuba no ha sido sólo comercial.
Las historias de estas películas es que de algún modo han alcanzado visibilidad mediática. El premio se entrega al país, sin embargo, lo reciben los directores. Colombia tuvo su pódium en el 2015 con la trascendente “El Abrazo de la Serpiente” de Ciro Guerra. Ganar allí, de casi 70 veces en las que se ha tenido posibilidad de competir, ha sido posible solo en dos ocasiones. Mientras que las películas europeas lo han conseguido 51 veces, luego cinco han sido asiáticas y el resto africanas.
Foto: Cine-Colombia
Es un cuadro de horror si lo juzgamos por la calidad de las historias y por lo huérfano del cine nuestro. Cientos de películas se quedan encajonadas, y ni siquiera son vistas en sus propios países, los esfuerzos no se ven compensados y además de las carreras, el dinero, el aprendizaje del lenguaje cinematográfico, del dominio de un rodaje, a los directores y productores les toca hacer de promotores, de buscar el público, de llegar a las salas, cuando eso debería hacerse por medio de respaldo institucionales o por los organismos del séptimo arte en cada país.
Latinoamérica ha producido un cine de conexión con los países y ha narrado sus problemáticas y ha contado el interior de cada nación, es decir, es un cine muy entrañable con la identidad y ha permitido afianzar puentes y solidaridades, no cuenta con un solo espacio para unificarse, para valorar lo producido, para premiarlo y tomar partido para ser más reconocido. En Colombia, algún público, rechaza las películas premiadas en festivales, por considerar que son historias muy aburridas y ese premio es un saldo en contra.
Por tanto, también habrá que hacer más formación de públicos, los medios de comunicación deberían acoger las películas de Latinoamérica con más afecto, y no cerrarles el espacio. Para no depender de los premios foráneos, y de esos estímulos a la realización de cine, nos urgen unos espacios que aglutinen las producciones, nuestros propios Óscar y sí que nos sobrarían posibles nombres para un festival multicolorido, multicultural y tan variado como lo que se hace en cada país.
Foto: Galaxia
El cine europeo tiene varios eventos donde se le conceden premios y reconocimientos a las películas, muchos de ellos son antesala a Hollywood, otros son un escenario de mayor empuje hacia el cine, Los Oso de Alemania, Cannes en Francia, los Bafta de los británicos, los de Venecia y Los Goya de España. En ellos hay una vinculación de públicos y son vitrinas para esas producciones que se quedan muchas veces como latas tiradas al río, apropiando una metáfora de un ensayo sobre cine de Víctor Gaviria.
El Rollo del cine en Latinoamérica ya ha sido muy enrollado, es necesario soltarlo, acogiéndolo con más permanencia en las salas, garantizando que las distribuidoras y empresas las visibilicen y apadrinen mejor, que el público sienta como cercano lo que se hace.
En el 2017 en Colombia para poner un caso hubo 44 películas exhibidas, mientras que México contó con más de 160 películas. Los datos estadísticos son alentadores, pero el público muy escaso. Estados Unidos posee una producción de 600, el doble la India y Nigeria 800, más Japón cerca de 500. Si sumamos todo lo hecho en Latinoamérica, podríamos llegar a unas 500 por año.
Foto: Galaxia
Una cifra considerable, aunque, hacer cine es producir casi a perdida, porque las películas a veces tienen 5 o 10 mil espectadores y eso no alcanza ni para siquiera acercarse a lo que cuesta un filme, que ubica un monto de mil millones de pesos para hacer algo medio responsable.
Gabriel García Márquez solía decir que a Colombia todo le llegaba tarde, el cine fue la excepción. En 1896 los hermanos Lumiére conmocionaban en Paris con un invento salido de tono, y un año después ya había llegado por aquí. En 1931 uno de los más estudiosos del tema, partió de Rusia hacia México para filmar los elementos prehispánicos y la revolución allí gestada, Eisenstein extendió el ojo y aunque inconclusa dejó ¡Que viva México¡
Creo que esa película, su proceso, es un espejo retrovisor y nos devuelve una imagen mítica y misteriosa de la cultura en América Latina: el director Sérguei no supo qué iba a hacer, no lo terminó, lo inició, lo rodó, todavía cuando no tenía una idea clara de lo que iba a resultar y ser: un producto valioso pero inacabado. Marina, la de Una chica fantástica se debate entre ser aceptada y continuar con su camino, esa es otra metáfora de nuestro cine, esperemos que obtenga su merecido en los Óscar y siga madurando.
Diana revalida cada mañana esa convicción: La razón de que todos los humanos necesitemos de la música
Lo primero es el ritual
Cuando el avión cruza la mitad del océano Atlántico rumbo a Colombia, Diana Alzate siente que un aroma la recorre cuerpo adentro y la llena de un sentimiento parecido a la dicha terrenal: es el olor de la arepa caliente que la acompaña desde la temprana infancia como una suerte de vaho protector.
Entonces se anticipa en imágenes el ritual completo: el abrazo con Guillermo, su padre; con Isabel Cristina, la madre; Marcela, su hermana y con él consentido de todos: el pequeño Martín, su sobrino.
Veterinario el primero, funcionaria pública la segunda, arquitecta la tercera y experto en pilatunas el último, todos acuden con igual dosis de afecto al encuentro de la muchacha que un día empacó un par de juegos de ropa y cruzó los mares siguiendo una vieja consigna aprendida en la infancia: voy donde la música me lleve.
A partir de ese momento, Diana Alzate, guitarrista, maestra de música y etnomusicóloga se consagrará a acumular recuerdos que le servirán, una vez regrese a Francia, para mantener el contacto con su tierra y los suyos sin sucumbir a las trampas de la nostalgia.
Foto: Diego Val
Para eso recorre sin afanes las calles de Pereira. Se detiene frente a una de esas vitrinas donde ofrecen golosinas de sal que se le antojan una estampa viva de la infancia. O se da un par de vueltas por el Lago Uribe un domingo por la tarde, cuando el lugar, invadido por niños y adultos que juegan a serlo recupera su viejo aliento de pueblo pequeño.
Si le queda tiempo, emprende la breve cuesta que lleva del centro al barrio Corocito y se regala la visión impagable de los atardeceres que arden allá al fondo, en el Valle del Cauca.
Como un Pentagrama
Foto: Diego Val
Después de que las pugnas politiqueras condujeran al cierre del conservatorio de Armenia, ciudad donde vivían por esos días, sus padres, alcahuetas siempre con el talento de sus hijas, las matricularon en un centro de formación en Pereira conocido como La tía Mónica. En ese lugar, Marcela y Diana desarrollaron sus destrezas con la guitarra. Años más tarde Marcela decidió seguir el camino de la arquitectura, con sus particulares formas de la belleza: las sinuosidades y los ángulos.
“Yo sí tenía claro que atendería al llamado de la música y mis padres siempre respaldaron mis decisiones. Eran ellos los que buscaban las mejores escuelas y los maestros. Sobre esto último debo decir que en mi camino se cruzó un hombre sabio cuyo nombre de pila olvidamos porque todos lo conocíamos como El maestro. Maestro por aquí y maestro por allá. Fue él quien me guió en la decisión de partir a estudiar música en la Universidad del Cauca, donde me quedó más claro que nunca que lo mío sería la investigación y la pedagogía. A eso estoy dedicada hoy en una institución francesa denominada La ciudad de la música, una entidad enorme en tamaño y calidad, que cumple entre otros objetivos con la conservación de los instrumentos y la difusión del patrimonio musical del mundo enero.
“En esa tarea me acostumbré a ver el mundo como un pentagrama en el que todos los seres humanos escribimos las notas negras y blancas de la propia existencia. Por algo se ha dicho desde el comienzo de los tiempos que todo tiene música. Eso se vive tanto al interpretar las composiciones de los viejos maestros de la guitarra como al incursionar en la gama infinita de las músicas tradicionales. Lo mismo en los ritmos rurales de Latinoamérica como en las nuevas corrientes forjadas por los habitantes de las grandes ciudades.
“Si uno les presta atención no tardará en descubrir que, tal como lo vienen haciendo hombres y mujeres desde hace siglos, las nuevas generaciones buscan en la música alguna clave para conectarse con algo muy esencial de sí mismas. Una historia hecha con dosis iguales de dicha y dolor, como le pasa a todo el mundo”.
Rumor de hojas
Foto: Diego Val
Un rumor de hojas acariciadas por el viento. O un rumor de viento envuelto en hojas. Eso es lo que conserva su memoria temprana de los primeros dos años de su vida, transcurridos en Santa Rosa de Cabal, la población donde nació. Luego sus padres andariegos emprendieron una aventura que los condujo a Pereira, a Armenia y a Ibagué.
Para entonces Diana ya había aprendido a volar sola.
“Como le decía, fue el maestro quien me convenció de que la siguiente etapa de mi formación estaba en Popayán. Al tiempo que mejoraba mi interpretación de la guitarra, adquirí los fundamentos pedagógicos que me han permitido compartir la enseñanza de la música con personas de todas las edades y, sobre todo, con los niños”.
Entre esas experiencias está su trabajo con la Fundación Batuta,una propuesta musical cuyo impacto ha trascendido las fronteras de Colombia.
“Fue a través del maestro Farid Lozano como logré contactarme con Batuta en Pereira. Ese modelo no solo me permitió poner en práctica lo aprendido en la universidad sino que me dio la visión de lo inabarcable de la música y, por lo tanto, de ampliar todo el tiempo los horizontes. Estructuras como las preorquestas, los Batubebés, los juegos, las dinámicas de iniciación y el trabajo colectivo me permitieron mantener viva la disposición de estar siempre remitiéndome a las fuentes primigenias de la música que están a todas horas latiendo en el interior de nuestro propio ser”.
Tambores en la noche
Foto: Filarmónica París
El centro de ese latido está en el propio corazón. Los tambores de todo el mundo se conectan con esa esencia una y otra vez. En La Sala de Conciertos Filarmonía de París, Diana revalida cada mañana esa convicción: La razón de que todos los humanos necesitemos de la música alienta allá en lo profundo de nosotros mismos: en el rumor de la sangre al correr, en el aire tibio que surca los pulmones y en el latido de ese tambor universal llamado corazón.
“Cuando participo en los talleres de tambores Sabar, de Senegal, o con los percusionistas llegados de Brasil, así como con los cantos de Colombia siento que algo muy antiguo se expande y cobra vida. Algunos lo llaman el espíritu de la música y creo que les asiste toda la razón. Y aunque mi formación básica está en la guitarra clásica todos esos sonidos del mundo se me antojan una corriente de muchos ríos que al final se juntan en un mismo mar: el de la música toda”.
La canción de la tierra
Foto: París Bohemio
Para eso, para comprender y compartir la esencia de todas las músicas de la tierra, ya instalada en París, Diana Alzate estudió etnomusicología.
“En Colombia no había oportunidad de ahondar en esos terrenos. Para suplir esa carencia, frecuenté disciplinas como la antropología y la sociología. Remitirse a las raíces, conocer el entorno en el que se da la creación musical siempre ha sido algo esencial para mí. Cuando se me dio la oportunidad de estudiar musicología ya tenía las bases y eso me permitió profundizar con mayor seguridad. De ahí en adelante, más que un compromiso académico, el estudio se convirtió en una aventura. Incursionar en lo que los anglosajones llaman Work Songs, resultó una revelación. El mundo de las mujeres recolectoras de manzanas en el País Vasco.
El de los trabajadores en las minas de diamantes en Sudáfrica. El de los plantadores y recolectores de algodón en el sur de los Estados Unidos. El de los vaqueros en los llanos venezolanos y colombianos. Bueno, uno podría recorrer todos los países del mundo y, de acuerdo al lugar, encuentra cantos y ritmos relacionados con las actividades de la gente. Las canciones del trabajo y las del descanso. Las de la alegría y las de la tristeza. Mejor dicho: los relatos y sonidos de que está hecha la vida”.
Y dale alegría a mi corazón
Foto: Primera Edición
Cuando no anda en plan de trabajo, Diana le da vía libre a otros amores musicales. Entre estos ocupa un lugar especial el rock del sur del continente, en especial el del viejo Luis Alberto Spinetta. En otras ocasiones frecuenta el jazz, los ritmos caribes, la samba, el bolero.
“A fin de cuentas, por más distantes que parezcan las músicas del mundo entero se conectan en algún tiempo y lugar. Es como el Gamelán, ese formidable instrumento natural de Indonesia. Está ensamblado sobre una base de metal y bronce y se toca colectivamente. Ocupa varios metros cuadrados y para interpretarlo se necesitan, mínimo, quince personas. Creo que el Gamelán viene a ser un símbolo de la música: Por solitario que parezca el intérprete, siempre está conectado a una multitud, no solo en el espacio sino el tiempo. A la vez que nos conecta con otros lugares de la tierra, la música es, por definición, un viaje en el tiempo”.
París es una fiesta
Fuente: CDN
Delgada, cálida, buena degustadora de café, Diana Alzate escruta el mundo desde el fondo de unos ojos claros habituados a ver el paisaje como una suerte de pentagrama. Lo suyo es un presente perpetuo. Cuando cruza el Atlántico de vuelta a su trabajo aprovecha cada minuto para convertirlo en aprendizaje. Para ella, como en el título de la obra de Hemingway, París es una fiesta. Y trabajar en una entidad como la Ciudad de la Música es una forma de confirmarlo.
“Una de las grandes riquezas de estar en Europa es el contacto permanente con la migración y lo que ésta representa: diversidad cultural, etnias, gastronomía, religiones, creencias y, sobre todo, músicas, muchas músicas. Para que las personas se hagan a una idea pueden imaginarse miles y miles de instrumentos. En el caso de la música clásica podemos remitirnos al siglo XVII. Y en las músicas tradicionales ni se diga: estamos hablando de cientos de siglos. No por casualidad, distintas instituciones francesas celebran cada año por el mes de junio La Fiesta de la Música. Aunque insisto en que, dadas la diversidad y la fertilidad, debemos hablar siempre de La Fiesta de las músicas.”
En esto último coincide con sus colegas colombianos residenciados en Francia. Aprovechando las subvenciones que ese país le ofrece a la cultura, cada año llegan músicos y agrupaciones provenientes de todos los rincones de Colombia. Si usted recorre París un fin de semana se los encuentra en bares y pequeños teatros interpretando todos los ritmos imaginables: champetas de Cartagena de Indias, joropos de Arauca, Vallenatos de la Guajira, puyas del Magdalena, pasillos del Altiplano y alabaos del pacífico. Es como si un dios pródigo abriera de repente los grifos del delirio musical.
En la ciudad de la música
Foto: Diego Val
Un museo de instrumentos musicales. Dos salas de conciertos, una de ellas entre las más importantes de Europa. Un programa de conservación y difusión de las músicas tradicionales. Talleres de iniciación musical a los que llegan las familias con bebés de tres meses. Esto y mucho más encuentran los visitantes a La ciudad de la música, ubicada en el barrio 19, al noreste de la capital francesa.
Como si le tuvieran un lugar reservado desde los días de su temprana infancia en Santa Rosa de Cabal, Colombia, Diana Alzate entró un día a sus instalaciones y se dedicó a trabajar con el ahínco de quien sabe que ha encontrado su lugar el mundo. Compartiendo con esos grupos que exploran instrumentos poco antes desconocidos, admite que en cada uno de sus pasos hubo una persona, una institución que le ayudó a encontrar el camino.
“Los primeros, claro, fueron mis padres y mi hermana Marcela. Luego, en Armenia, me crucé con El Maestro, así a secas. Más tarde me encontré con el maestro Farid Lozano en la Fundación Batuta, en un convenio desarrollado con Comfamiliar Risaralda.
“Y ahora me encuentro en La ciudad de la música, todo un universo movido por relatos, instrumentos y ritmos que van desde Chile hasta México; de Portugal a Turquía, de Alaska a China. Estas y otras cuantas más son buenas razones para sentirme agradecida con la vida.
“¿El siguiente paso? Bueno. Será donde la música me lleve.”
En ocasiones pensamos como idea utópica, ¿cómo sería el día después de la última píldora? ¿Cuál de nosotros sería el preso? ¿Cómo sería el cielo dentro de la celda?
¿Quién soy?
Extraída de: Espositivo.
Me condenas a una imposibilidad con tu pregunta. Hace mucho tiempo busqué esa respuesta y no hallé más que recuerdos de lo que he sido; pero en este preciso momento cómo podría decirte quién soy, si aún sigo aquí, aún respiro, aún siento. Si quieres una respuesta puntual, mira tú reloj; a mi déjame volar que para eso tengo gran habilidad. He renunciado a la respuesta de esa pregunta, he renunciado a definirme, vivo en la imposibilidad de lo posible, en la inexactitud del ahora.
¿Vivo?
Extraída de: LifeBuzz.
Ya no sé si lo estoy. Creí vivir cuando creí saber quién era, pero al día siguiente fui otro y al siguiente otro y otro más, luego, fui uno que recordaba haber sido todos y se avergonzaba al tiempo que soñaba con ser uno que estaba por llegar; normalmente no teníamos dificultades, hasta que este aparecía con el misterio de lo desconocido.
Esto puede sonar extraño, pero normalmente todos la pasamos bien, creamos una conexión. Al punto de soñar frecuentemente que todos observamos un frasco de vidrio viejo, de esos donde las madres guardan las especias, pero en lugar de estas, se encuentra lleno de agua, sellado con un corcho que impide la circulación del aire; dentro de él, hay una vela encendida que nunca deja de crepitar, la cual se ha derretido casi en su totalidad, pero nunca llega apagarse.
Extraída de: Park Hotel Tokyo.
En ocasiones pensamos como idea utópica, ¿cómo sería el día después de la última píldora? ¿Cuál de nosotros sería el preso? ¿Cómo sería el cielo dentro de la celda? Fue tanta la angustia y la soledad que sentimos al pensarnos en esos lugares, que siempre dormimos juntos esas noches.
Ustedes tienen la costumbre de ligar la locura al rechazo; la verdad yo estaba mejor cuando estaba loco, desde de la partida de las voces, estoy más solo. Creo que era importante ante ustedes, solo cuando yo era diferente, porque ahora que soy igual, parece que no existo.
Por eso los vecinos de este sector llevan el río puesto como una segunda piel. Conocen sus remolinos, sus encantos, sus espumas y sus peligros.
La clase obrera va al paraíso
“Tirar baño en La Curva” es lo más parecido a la dicha terrenal para las familias de El Rocío, Caracol- La Curva,La Unidad y otras barriadas habitadas por personas que sobreviven casi siempre de la economía informal y de oficios como la construcción para los hombres y el trabajo en casas de familia para las mujeres.
Las esperanzas no van mucho más allá. Pero el río Consota con sus charcos y recodos ha significado siempre una forma del olvido y una fuente de purificación.
Cada fin de semana, sobre todo si hay verano , abuelos, padres, hijos, nietos y vecinos arman un fiambre con lo que encuentran a mano, compran una gaseosa en la esquina y emprenden la caminata hacia los charcos formados con troncos, piedras y ramas que represan las aguas y forman piscinas naturales donde todos se limpian de los afanes de la semana: los trabajos mal remunerados, las peleas con el vecino, los tormentos del desamor, las malas calificaciones en la escuela, el pan que no llegó a la mesa, la derrota del equipo idolatrado.
Extraída de: Ciudad Latente.
Así ha sido desde hace por lo menos un siglo. Por eso los vecinos de este sector llevan el río puesto como una segunda piel. Conocen sus remolinos, sus encantos, sus espumas y sus peligros: en cualquier momento, si se desencadena una tormenta aguas arriba, puede arrasarlo todo como un animal enloquecido.
Por eso se cuidan de sus aguas mansas.
La ruta de la sal
Cosas de la vida. Muchos de ellos ignoran que este fue un importante centro de actividad económica, no solo para el área de influencia, sino para la corona española.
Aquí nada más, si el caminante se desvía de la carretera que conduce a Armenia, a unos cuantos pasos del puente encuentra la entrada a El Salado de Consotá,antiguo enclave de los pueblos indígenas que habitaban esta zona. Como en tantos lugares del continente americano, aquí abundó la riqueza.
Aparte de estar rodeado por las quebradas El Chocho y La Mina, las fuentes de oro, cobre y agua salobre hicieron de El Saladoun centro de intercambio comercial con grandes repercusiones en la vida social y económica de estos pueblos.
Extraído de: Salado de Consotá.
El peso de la sal como moneda de cambio y como elemento esencial para la conservación de los alimentos le otorgaron un valor tal, que ya desde los tiempos del conquistador Jorge Robledo se mencionaba en las crónicas la forma como los aborígenes habían diseñado un modelo de producción y distribución que llevó a los españoles a imponer tributos al comercio como una manera de robustecer el fisco.
Quién sabe. A lo mejor el cronista Pedro Cieza de León se bañó en estas aguas. Porque al menos describe muy bien “una fuente de agua denegrida y espesa” que los indios procesaban con diversos aparejos hasta obtener la sal.
Es tan rica esta tierra que, según los registros, el Cacicazgo de Consotá debía tributar 60 mantas, 6 aves, 5 fanegadas de maíz, media fanegada de fríjol, 2 almudes de yuca, 2 arrobas de sal, 2 libras de algodón, media arroba de cabuya, aparte de 10 piezas de loza y pescado.
Quizás en un gesto de gratitud por semejante fertilidad, los productores de esa riqueza dejaron constancia de su paso por estas tierras en unas piedras conocidas como “Las marcadas” descubiertas en el sector de Tribunas, en el lecho de una pequeña quebrada que serpentea ladera abajo buscando las aguas del Consota.
Fuente: Colombia VIP.
Allá en Morroazul
La historia empieza a 2200 metros sobre el nivel del mar. Desde allí se desprende un hilo de aguas heladas que más abajo recibirá el tributo de las quebradas El Incendio y El Manzano. Entonces empieza a cobrar forma de río.
Por aquí cerca pasó la ruta de El Libertador y cruzaron las caravanas de colonizadores que bajaron del suroeste de Antioquia buscando el paso hacia el Tolima.
Pero eso fue mucho después: en el principio estos fueron reinos de quimbayas y pijaos. Por eso el río lleva el nombre de uno de esos guerreros: Consota. Morroazul es el nombre del cerro donde nacen estas aguas que después de discurrir por una garganta encerrada por sectores como La Bella, El Jordán, Tribunas y Mundo Nuevo, toma una línea paralela a la del Otún, el río hermano que bordea la ciudad por el otro costado.
De hecho, la calle diecinueve de Pereira, bautizada con el nombre de Calle de La Fundación, es parte del camino que conectaba a los dos ríos. Cientos de trochas surcan las montañas y forman un tejido que los aventureros recorrían en busca de sal o en procura de una ruta que los condujera a los cauces del Cauca o La Vieja.
Extraída de: Tras La Cola de la Rata.
Al lecho de este último van a parar las aguas del Consota. Pero para llegar hasta allí, primero deben pasar bajo el puente de La Curva, allí donde habíamos dejado a los bañistas. Unos dos kilómetros más abajo está El Vergel, un sitio de peregrinación de jipis y de parejas furtivas que en los años sesenta y setenta del siglo anterior se consagraban a los goces del cuerpo dorándose como cangrejos bajo el sol de agosto, sin más lecho que unas piedras enormes y planas que hoy permanecen allí, indiferentes a los cambios de la ciudad, como testigos de tiempos mejores.
Esa será mi casa
Don Evelio García tiene otra manera de ver el río. Hace sesenta años llegó de Belalcázar, Caldas, animado por dos propósitos: escapar de la violencia entre liberales y conservadores y de paso hacerse a una vivienda para su familia. Tiene la piel curtida y las manos callosas de lidiar con la piedra, la arena y el ladrillo que le ayudaron, como a cientos de inmigrantes, a levantar su casa con material sacado de las aguas del Consota, a la altura de lo que hoy es La Ciudadela Cuba.
“Eso fue por allá en 1960, cuando llegaba gente de todas partes huyendo de las matanzas. En compañía de mis padres levantamos un rancho cercano al río. De allí tomábamos el agua para el alimento y el aseo. Después, cuando conseguimos trabajos, pensamos en la necesidad de construir una casa mejor. La idea era ahorrar para el cemento y el ladrillo, porque la arena, la piedra y el agua la teníamos en el Consota. Duramos cinco años trabajamos de sol a sol, hasta que tuvimos una casa decente donde meternos. Todavía tengo vivo el recuerdo del día en que bajamos de Belálcazar con una mano adelante y la otra atrás. Mi papá, que había pasado por las verdes y las maduras, señaló con el dedo un lote enmalezado a unos cuarenta metros de las aguas, nos miró a mi mamá y a mis dos hermanos y dijo con esa fe que no lo abandonaba nunca: esa será mi casa”.
De aquí en adelante, el río tendrá que pasar por Galicia, un rosario de casas edificadas sobre los antiguos rieles del ferrocarril, antes de emprender el suave descenso que lo conduzca a su abrazo con las aguas de La Vieja, allá abajo en el Valle del Cauca, en ese Cartago cuya historia, igual que la del Consota, está tan entrelazada al devenir de Pereira.