Roncagliolo, y sus múltiples facetas en “Memorias de una Dama”
De un joven con miras a escritor a la gran carcajada al privilegiado mundo de la literatura.No tiene problema en reconocer sus penurias y sus humillaciones, ni en burlarse de sí mismo. Se ubica y se distancia de la tradición. Ironiza alusiones a temas archiconocidos de los que hablará en sus novelas.

Memorias de una dama
Santiago Roncagliolo
Alfaguara
Novela
2009
Pág. 328
En Memorias de una Dama (2009) de Santiago Roncagliolo, la novela sigue dos líneas claramente diferenciadas: la de un biógrafo y la de su biografiada.
La primera línea la protagoniza un joven peruano, emigrante en Madrid, quien aspira a convertirse en escritor. Él necesita ganar dinero para subsistir y escribir. En una de esas, consigue trabajo como biógrafo de Madame Diana Minetti, una mujer de 71 años que vive en París y busca quién escriba sus memorias.

La segunda línea es la historia de esta mujer, una mezcla de realidad y ficción, llena de acontecimientos históricos que involucran las dictaduras de Trujillo en Santo Domingo, de Batista en Cuba, así como sus movidas oscuras con el fascismo, las conspiraciones que se sucedieron entre estas familias, el FBI y las empresas transnacionales.

La vida, por la vía del trabajo, los une, a Madame Minetti con Roncagliolo, quien es el joven con miras a escritor.
La historia empieza en 2001, cuando Roncagliolo, deja Perú, su país natal, y viaja a Madrid para estudiar. Vive en casa de una tía. Al poco tiempo se empareja con Paula, una joven estudiante y guionista, de tendencia izquierdista. Ambos viven precariamente en Madrid, pero pronto se estrellan contra las dificultades para seguir en el país con solo una visa de estudiante. Roncagliolo consigue trabajar ilegalmente como repartidor de volantes en un puticlub.
En el transcurso de la narración, se inserta el artefacto metaficcional, dándose de modo transversal a las historias anudadas en la novela, dado que la separación del autor-narrador se relativiza, cuando el acto de leer se intensifica.
Es como si la línea divisoria de sus narraciones estuviese hecha con el esténcil de una historia cierta y prohibida, sobre el hielo de la imaginería de su autor, que ha empezado a derretirse ligeramente, para trazar otras lecturas.
Esto sucede, cuando el personaje, en uno de los discursos centrales de la novela, el amateur Roncagliolo, tergiversa sus propias pretensiones: le dice al lector sobre el acto de escribir tres novelas, a su vez que el lector, o mejor decir, yo lector, advierto un escamoteo, un preámbulo para ubicar sus definiciones en el terreno de la literatura, propias de aquello que narra y escribe. Esto porque, señala dudosamente sobre los géneros de sus novelas. Duda, si la novela que escribe pueda resultar biográfica o histórica, o si la tercera es una novela de ríos, como La Vorágine de Rivera.
Es decir, apuntala los rasgos de mixtura y de género dentro de su narrativa.
Su tono resulta, en muchos casos, irónico y paródico, como cuando habla de “las fajitas”, que son, una frase hecha por un escritor famoso, en donde elogia el libro del autor desconocido; “fajitas” que le pide su editor para sus libros, pues “eso vende”.
El joven con miras a escritor, no tiene problema en reconocer sus penurias y sus humillaciones, ni en burlarse de sí mismo. Se ubica y se distancia de la tradición. Ironiza alusiones a temas archiconocidos de los que hablará en sus novelas.
Pero en los diálogos con Txema Kessler “su joven y audaz editor”, reconoce la dificultad por dar un nuevo enfoque, sabe que escribir de ciertas cosas no es tarea fácil, pues escritores, que él reconoce con prestigio, como Vargas Llosa, ya lo han hecho, por demás, con éxito rotundo.
Dice a la vez con comicidad, venderse por el teléfono como si fuese un Bill Gates. Se humilla ante “su editor”, y lo pongo entre comillas, porque lo único que recibe en realidad de este son falsas promesas y evasiones constantes. Sueña con esa extraña relación a veces tan en extremo intimista, aunque no al punto de un Carver con un editor como Gordon Lish.
Al volver sobre la primera línea narrativa, la historia del joven con miras a escritor: hay un encuentro entre este Roncagliolo y el escritor Mario Vargas Llosa, cuando lo entrevista con el fin de hablarle de su futura novela, y pedirle algunos consejos sobre ese duro mundo de los escritores prestigiosos.

Con la intención, seguramente, de hacerle un homenaje al nobel peruano. Quien ha sabido narrar sobre ese universo turbio de los poderosos, en algunas de sus novelas, como en La fiesta del Chivo (2000). Hago una acotación para decir que, me hubiese gustado que hablase de una cenita con Ribeyro. Pero el tratamiento que hace Roncagliolo en cada disertación, en sus flujos de conciencia, en diálogos con escritores y con quien llama su editor, es como una gran carcajada a ese mundo privilegiado de la literatura.
Luego, al comprender las variables posibles, encuentro a un Roncagliolo, que también dialoga incómodamente con esa tradición, sin dejar de lado sus preocupaciones. Se da un juego de espejos. Es decir, en la medida en que, al superponer cualquier postura, el otro, se presenta ante un Roncagliolo que, en efecto, se refuta a través de este personaje. Para mostrar, al escritor don nadie, inconforme, que solo le queda reírse de sí y del otro.

El otro, es Roncagliolo, el escritor exitoso, el que se ha hecho a un nombre, quien tiene el foco de atención de los editores, perteneciente a esa estupenda camada del mundo literario. El personaje trata de regocijarse en pensar que en el fondo no es tan vil, es un “cobarde con principios”, tal vez no haya tomado por biblia los libros de Nietzsche.
Sufre el desenmascaramiento del que fue, frente al que es y seguramente será. Inmerso en el mundo de la literatura todo lo fija desde su experiencia literaria, piensa en un Cortázar, en un García Márquez, y compara su desdicha con la de ellos.
Finalmente, la figura de este personaje funciona para crear esa atmósfera de comicidad, como burla a esas sociedades cerradas del mundo de las letras.
¿Qué es el “gen ciudadano”?
“Acepta a aquellos que te caen en gracia, y a los que no, también”, parece ser el mensaje detrás de esta nueva campaña lanzada por el Ministerio de Educación. Sin embargo, dudo mucho de que se logren cambiar comportamientos apelando a esta especie de mandato moral.
Esta es la campaña lanzada por el Ministerio de Educación que pretende activar la tolerancia y la resolución pacífica de conflictos, para mejorar la convivencia social.
Al respecto, me surgen unas dudas.
Todo niño nacido de humanos debe ser traído a la humanidad. ¿Cómo sucede esto?: pues a través del lenguaje y de la observación. De esto nos habla el etólogo humano Boris Cyrulnik, en su libro “Del Gesto a la Palabra”.
En un momento determinado, el niño es capaz de señalar con el dedo lo que quiere, y así, experimentar las reacciones de los adultos de su entorno. La forma en que las personas cercanas atienden sus demandas, que es cultural, marcará sus futuros comportamientos. Y el manejo del lenguaje, en el que el niño va siendo progresivamente instalado, también.
Por tanto, no es cierto que traigamos genes que determinen comportamientos sociales.
La socialización es un proceso de aprendizaje en el que el núcleo familiar, primero, y después la escuela, juegan un papel definitivo. Tratándose de un tema tan complejo como el comportamiento social regulado (lo que podría denominarse ciudadanía), aún más.
“Acepta a aquellos que te caen en gracia, y a los que no, también”, parece ser el mensaje detrás de la campaña del Ministerio.
Dudo mucho de que se logren cambiar comportamientos apelando a esta especie de mandato moral, a menos que se asocie a la comprensión de un sentido, a una sanción, o a una creencia religiosa (lo cual sería un contrasentido en términos de la ciudadanía).
Ahora bien, más allá de un campamento, “Generación Pazcífica”, al que han sido invitados 150 estudiantes de noveno y décimo grado de todo el país , no encontré por ninguna parte, por fuera de la campaña de medios, qué significa lo de activar el gen ciudadano.
¿Se instaurará una cátedra de ciudadanía para explicar el comportamiento regulado en sociedad y el porqué de las normas –su sentido práctico-, de tal manera que los niños entiendan cuáles son esas reglas que deben cumplir, y, lo más importante, por qué es importante cumplirlas?
¿Se hablará en esta cátedra de historia y de los conceptos básicos de ética y política?
Todo ello conduciría a una mejor comprensión de lo que significa ser ciudadano, en relación con el Otro (también ciudadano), que ostenta derechos y es sujeto de deberes en la convivencia social.
El mensaje difundido por el Ministerio pide a los niños “escuchar, valorar y respetar a los demás” y, dominar y gestionar adecuadamente sus emociones.
Me pregunto: ¿no es un poco pesado delegar en los niños esta responsabilidad cuando muchos de ellos viven en condiciones de precariedad con fuertes presiones sicológicas, producto de ambientes violentos y hostiles?
Una reflexión final: un programa de cultura ciudadana no se absuelve con una campaña publicitaria. Necesita acciones sistemáticas (de fondo) en poblaciones que puedan volverse grupo de control, para medir los cambios en los comportamientos, y poderlos divulgar.
Sólo así es posible transformar realmente el entorno social a partir de este tipo de campañas.
Hostal Kolibrí: el nido en Pereira de los mochileros extranjeros
Además de sus múltiples opciones ambientadas en la naturaleza, hace parte de los Wordlpackers, convenios internacionales entre hostales y es uno de los lugares turísticos que ofrece empleos de calidad y con seguridad social para los universitarios de Pereira que desean trabajar allí.
Fotografías: Edgar Linares
Hay dos tipos de mochileros, los “turistas de alpargata” y “los de bota fina”. Y no es que sean dos clases distintas de hombres y mujeres que viajan por el continente con su existencia a cuestas, sino dos opciones a la hora de aventurarse y desprenderse de las metrópolis para conocer otras latitudes.
Ambos sobre la vía convergen, y en Pereira, ambos llegan a uno de los hostales, cuyo nombre de “anidar” hace juego con el concepto de “alojar”, llamado El Kolibrí.
Un hostal pequeño en apariencia, pero grande en atención a esos hombres y mujeres en el camino, que vienen desde toda Latinoamérica, y algunos países de Europa y Asía en su mayoría.
Y este nido contiene todo lo necesario para recibir a esos turistas que desean tener contacto con nuestro bello departamento de Risaralda y sus alrededores: traductores, bicicletas tipo Ámsterdam, café, shows, senderos, y por supuesto, es este un lugar lleno de artesanía y decoración ambientada en la naturaleza.
Al llegar al lugar ya se siente uno transportado a esos parajes naturales que huelen a café, selva y turismo, senderos cuyos viajantes se muestran ansiosos por conocer. Y con razón, ya que el Eje Cafetero es un abanico de posibilidades turísticas que se abren esperando por nuevos visitantes.
Lugares como La Florida en Pereira, senderos en La Virginia, termales en Santa Rosa, y otras regiones más costumbristas como Marsella, Quinchía, Apia, entre otras latitudes agro turísticas y llenas de magia y encanto para los sentidos del extranjero.
El Kolibrí, el nido de los viajantes, sin excepción recibe a todos los turistas, incluidos los “flashpacker” o mochileros de más de 30 años, que siguen recorriendo la región cafetera, y que entre sus travesías se conectan vía internet para seguir cotizando en la bolsa, gerenciando una empresa o comprando o vendiendo propiedades en el país o fuera de él.
Hay dos aspectos a destacar, primero los convenios internacionales entre hostales, o en inglés wordlpackers, redes de hospedaje, que permite a los viajeros del mundo conectarse con lo mejor de la red hostelera en el eje cafetero. La otra es, el contratar jóvenes universitarios de la ciudad con todas las garantías en un empleo de calidad conseguida social y todo ajustado a la ley colombiana.
El Kolibrí, muestra estas dos alas como posibilidad, aclarando que se puede pagar precios módicos, para acceder a suites personales o de pareja o dormitorios comunes que contienen literas de madera que en un solo cuarto alcanza a albergar varias personas, sin que se conozcan, aunque entre mochileros exista un espíritu común.
En Pereira, son varios los lugares que se prestan para que este sueño de vivir en el camino sea una realidad para los miles de mochileros que pasan por la región, aspirando nuestro aire y deseando conocer la vasta y compleja geografía.
Por lo general son hostales pequeños o medianos y bellamente decorados como El Kolibrí, El Parcero y otros, que están a la vanguardia de ofrecer los servicios esenciales para así atender esta población flotante de jóvenes, mujeres y hasta adultos que llegan para conocer ese realismo mágico del que tanto les hablan, y todo el eco y agroturismo que es parte emblemática de nuestro país.
“El Blues de la Parranda”: lo nuevo de Rubiel Pinillo junto a Carlos Elliot Jr.
La obra conjunta ya casi está lista para darse al mundo. Son un puñado de canciones creadas con la complicidad del río Otún que bordea La Florida, y las alegrías y penas de los hombres. Su nombre es como evocar la tristeza de la dicha.
Fotografías: Jess Ar
Como dos ríos que se cruzan, se abrazan y siguen su camino formando un solo cauce: así ha sido el encuentro musical entre Rubiel Pinillo y Carlos Elliot Jr.
Dicen que la palabra Otún llegó de África enredada en la lengua de los esclavos trasplantados a América por los traficantes de hombres que los cazaron y secuestraron en sus reinos de leyenda.
Y Otún es el nombre del río en cuyas riberas se encontraron Pinillo y Carlos Elliot. Más concretamente, en el sector de La Florida, un corregimiento ubicado a media hora del centro de Pereira.
Las canciones simples y claras de Pinillo nacen aquí mismo, en esta región donde el verde adquiere mil tonalidades y asciende al cielo entre lianas, bejucos y guaduales.
Los acordes de Carlos Elliot Jr. surgen donde quiera que se dé un desencuentro entre el universo y sus criaturas. En el delta del Mississippi le dicen blues, pero puede llamarse Fado en Portugal, Bossa nova en Brasil o Tango en Buenos Aires.
Su materia es la honda tristeza que se agolpa en la sangre de hombres y pueblos despojados hasta de sí mismos.
Del Otún al Mississippi, tituló Carlos Elliot uno de sus discos en un intento afortunado por tender puentes entre pueblos distantes en la geografía pero más cercanos en espíritu de lo que parece.
Después de todo, el desarraigo es uno solo en todos los lugares de la tierra.
Rubiel es un campesino acostumbrado a descuajar montañas en busca de un terreno fértil para plantar maíz y frijol. Cuando pulsa las cuerdas de su guitarra las canciones van surgiendo convocadas por ese espíritu colectivo de que está hecha la poesía.
A veces son alegres y aluden a los goces del cuerpo y del alma con esos giros del habla que caracterizan a la picaresca en todas partes.
En otras ocasiones se abisman en los reinos de melancolía propios de un cancionero en el que la desdicha amorosa es siempre un motivo para alzar la copa y destilar una buena dosis de veneno en las entrañas.
Pinillo tiene hondas raíces de árbol viejo que no lo dejan moverse de su tierra. “Con estas piedras me sobra y basta para hacer mi casa”, declaró alguna vez.
Carlos Elliot parte de vez en cuando a visitar a sus amigos del Mississippi. A veces ha llegado incluso hasta la India, pero siempre vuelve a su casa de La Florida, donde lo espera una mula a la que un día le dedicó una canción.
En uno de esos regresos se sentó a tomar café con Rubiel en una tienda del vecindario. A tomar café y a repetir un rito milenario: conversar mientras se ve caer la lluvia.
Por aquí los aguaceros abundan. Entre uno y otro, hombres y mujeres comparten largos silencios.
Un día Rubiel y Carlos cayeron en la cuenta de lo más elemental: el talante campesino del blues, aquí y en todas partes.
¿Por qué no componer juntos un puñado de canciones y echarlas al viento de La Florida a ver qué pasa?
Se preguntaron.
En eso se han pasado los últimos tres meses, con el auspicio de la Fundación Albor, otro sueño que nace forjado por esos eternos amantes de la música que ni componen ni interpretan pero ayudan.
Una a una las composiciones toman cuerpo, como esas semillas arrojadas al surco que toman lo mejor del agua, la tierra y el viento para hacerse fuertes y darse al mundo.
La obra conjunta de Pinillo y Carlos Elliot ya casi está lista para darse al mundo.
Su materia es la misma de todos los versos y acordes que en el mundo han sido desde el comienzo de los tiempos: las alegrías y desdichas de los hombres.
Por eso el disco se llamará así: El blues de la parranda, que es como decir la tristeza de la dicha.
A ver qué nos depara la feliz complicidad entre estos dos trovadores del río.
Deporte y vejez activa
Josefina Mesa es una de tantas que dos veces por semana ha conseguido nuevos amigos y compas. Con ellos ríe, charla, molesta y proyecta anhelos e ilusiones que se cumplen, como no, bajo la incondicionalidad también de la familia.
La vejez como autocrítica de la naturaleza según lo mencionara el hermano de Cioran, en momentos de enfermedades y trastornos de su mamá, pone en reflexión a las personas que se acercan a la edad mayor y a sus más allegados, para afrontar esta etapa de la vida.
Las afectaciones de salud empiezan a aparecer, la actividad vigorosa de otros años y las redes sociales de apoyo disminuyen, de tal forma que somos convocados a presenciar cambios trascendentes en la rutina propia o de quienes amamos.
Con la entrada a la vejez emergen conflictos producto de la finalización de la etapa laboral, en donde el sentimiento de dignidad y productividad se ven afectados, pues se pasa de una vida en movimiento continuo de responsabilidades a una nueva etapa de más tiempo libre y de ocio.
Cuando no se hace una gestión adecuada de este tiempo disponible por parte del viejo o de su familia, se da la posibilidad de incurrir en procesos de percepción de menoscabo del valor de la persona, además en dinámicas riesgosas de sedentarismo que afectan directamente la salud.
Cuando se habla de vejez no solo se hace referencia a un aspecto cronológico del paso del tiempo que afecta el cuerpo y sus sistemas, sino que se entiende además como una situación psicológica y social, lo que se viene a conocer como un enfoque multifactorial de la vejez.
Es por eso que la actividad física en todas las personas y en especial con este grupo etario, logra una amplitud en sentimientos de dignidad, autorrealización, cuidado, participación y autonomía, que dan una percepción positiva de la vejez, tanto para el viejo como para sus cercanos.
Por eso Josefina Mesa dos veces por semana ha conseguido nuevos amigos y compas, alrededor de la práctica deportiva que promueve la Alcaldía de Pereira en la comuna centro, con ellos ríe, charla, molesta y proyecta anhelos e ilusiones que se cumplen, como no, bajo la incondicionalidad también de la familia.
Por cada sesión de actividad física efectuada, es una rutina domestica menos de deterioro.
Cada mañana de baile y juego es una concepción nueva de autonomía y dignidad.
El deporte en las personas mayores se constituye entonces en un elixir de eternización.
En el programa de Gerontología de Comfamiliar Risaralda para tal efecto, cuenta con un modelo de atención llamado Vida Activa, cuyo propósito fundamental es la generación de bienestar de las personas asistentes a través de, entre otras cosas, la práctica de actividad física.
Mediante gimnasia, natación, lanzamiento al aro o rumba terapia, se fomenta la vejez activa con hábitos de vida saludables que permiten resignificar la autocrítica de la naturaleza.
Es oportuno pues la vinculación a la actividad física y práctica deportiva, para hacerle frente al encierro, el olvido, la depresión; y permitir la generación de espacios de participación, socialización y una vida activa, para un cuerpo sano, una mente tranquila y un entorno saludable.
La melodía de arrabal de Alex Giraldo
Durante el tiempo que le dejan libre tangos, valses y milongas este hijo del barrio y de la noche que huye de los tragos fuertes y disfruta de los buenos vinos lee a Héctor Abad Faciolince, disfruta de su pequeña hija de siete años y escribe poemas de amor y desamor.
Caminito
“Caminito que el tiempo ha borrado/ que juntos un día nos viste pasar/ he venido por última vez/ he venido a contarte mi mal”.
Nació en Pereira en 1977, el año en que The Sex Pistols lanzaron su grito de guerra desde el Reino Unido.
En los noventa, cuando despuntaba a la adolescencia, compartió con sus compinches de barrio las canciones pegajosas y fáciles de Poison, Cinderella, Motley Crue y otras estrellas fugaces del llamado Glam Metal.
Pero estaba claro que lo suyo era el tango.

Y no solo en el campo de la música sino en el de la vida toda. A sus cuarenta años vive de, por y para esa música cuya partida de nacimiento sigue en discusión: Argentina, Uruguay, Francia y hasta Italia se disputan la paternidad de ese género que pasó de los prostíbulos a los salones sin perder ni un ápice de su rabia inicial.
La rabia de los sin tierra, de los que han dejado jirones de sí mismos en el tránsito de la vieja patria al nuevo hogar.
“Yo adivino el parpadeo/ de las luces que a lo lejos/ van marcando mi retorno”, canta Gardel poniéndole el alma y la voz a unos versos sin tiempo de Alfredo Lepera. Al escucharlos, la memoria de Alex Giraldo – fundador de programas radiales, empresario de festivales y creador del espectáculo Nocturno-, se pone en marcha como uno de esos viejos acetatos de 78 revoluciones por minuto al sentir el roce de la aguja.

“Uno de los primeros recuerdos de los que soy consciente me devuelven a una cantina que tenía mi papá Tomás en la carrera sexta con calle veintiocho. Yo iba de la mano de mi mamá a llevarle la comida en esos viejos portas fabricados con ese fin. El bar se llamaba “La horqueta” y fue uno de los muchos que tuvo mi viejo en su trasegar por el mundo de la bohemia.
Otros bares de su propiedad se llamaban Caballo Viejo y La espera, que en sí mismo puede ser el título de una letra de tango. El hombre vivió a fondo el mundo de la noche. Basta con decirle que le tocaron los momentos de gloria de El Dancing, El Tranvía y La Cumbre. Por esa época lo usual era que en el local de abajo funcionaran los bares y en el segundo piso las casas de putas. Como quien dice, todo un sistema de servicios integrados.
Sentado en una de las sillas de la barra escuché mis primeros tangos y me quedé prendado- sin saberlo todavía- de esa música hecha de abandonos y olvidos. Hoy, puedo decir que el primer tango de que tengo memoria es Son cosas mías, interpretado por Roberto Mancini”.

A lo mejor fue en ese sitio donde Alex Giraldo aprendió a manejar a la perfección la sicología de los borrachos. Sus intempestivos cambios de humor, su patetismo sentimental y su manera de asomarse con mirada atónita a los propios abismos.
Alex atesora una imagen de su infancia: en el taller de su padre, que era ebanista y tapicero, había un enorme escaparate envejecido en el que pasaba horas enteras imaginando estar en una cabina de radio desde la que emitía al mundo las canciones escuchadas en los discos de su viejo. Años después ese juego de niño empezaría a convertirse en realidad.

“Fue en el paso de los años ochenta a los noventa. Cursaba mi bachillerato en el Instituto Comunitario San Luis y tuve la fortuna de encontrarme con un excelente profesor de español, que no tardaría en abrirme los micrófonos de la emisora donde trabajaba”.
Pero todavía faltaba tiempo para eso.
Barrio, viejo barrio
“Ya nunca me verás como me vieras/ recostado en la vidriera y esperándote/ya nunca alumbraré con las estrellas/nuestra marcha sin querellas/ por las noches de Pompeya”.
Siguiendo una vieja tradición de estos países, Alex fue criado por una tía. Se llama Tulia y fue ella la que le ayudó a crecer en barriadas como San Gregorio, donde tenían un pedazo de tierra bautizado con el nombre de La Giralda.
En el vecindario abundaba la pobreza y fue allí donde el pequeño vio por primera vez a los malevos que después encontraría como los héroes o villanos en esa suerte de épica del subsuelo que nutre muchas letras de tango.

“Después de la Giralda fuimos a parar al barrio Boston, en cuyos parques jugué fútbol hasta destrozar decenas de pares de zapatos, para indignación de mi tía y mi papá. En esas calles conocí a Alejandro Flórez, uno de mis mejores amigos, con quien descubrí la que sería una de mis grandes pasiones: la radio”.
Medio en juego, medio en serio, Alex y Alejandro empezaron a utilizar amplificadores y micrófonos con el fin de emitir canciones y noticias del vecindario. A duras penas el radio de acción alcanzaba una cuadra. Con el paso de los años el mundo de ensancharía y Alexander Giraldo se convirtió en uno de los conductores de programas especializados en tango más escuchados de la región.

“En Boston vivía- al menos en términos musicales- una doble vida. En la calle con mis amigos escuchaba a Def Leppard, pero cuando estaba solo en mi casa ponía a sonar la orquesta de Alfredo de Ángelis y me parecía haber ingresado a otro mundo.”
Con su amigo Alejandro les pagaban a técnicos para que les fabricaran transmisores elementales. Desde su casa copiaban lo que escuchaban en la radio comercial y le añadían canciones de su propia cosecha.
No era inusual escuchar entre los éxitos de rock en español de comienzos de los noventas una de esas piezas densas de Pink Floyd que aún hoy le siguen gustando. Cuando quiere desconectarse de los tangos en que vive inmerso, Alex se adentra en las aguas hondas de obras como The Dark Side of the Moon o Wish you were here.

Para 1992, los dos amigos ya habían instalado emisoras de radio en sus propios colegios.
Un día de esos, transitaban por la Plaza de Bolívar cuando se cruzaron con Miguel Velásquez, el profesor de español que además era director de Radio Reloj y orientaba el programa radial Pase la tarde con Caracol, en compañía del locutor José Alberto Giraldo.
Como ya tenían experiencia con la oficina de comunicaciones de la Pastoral Juvenil, Velásquez los invitó al programa , primero como observadores y más tarde les asignó tareas sencillas: leer la hora, anunciar servicios sociales, manejar consolas y hacerles los mandados a locutores ya consagrados como Hugo Orozco y Olmedo de J. Arango.
Fue en 1996 cuando los micrófonos lo pusieron en contacto con los amantes del tango, que en el Eje Cafetero son legión.

“El programa Una cita con el tango ya existía, pero en un formato que se limitaba a dar la hora y recitar el título de la canción. Pero en un diciembre a Hugo Orozco se le ocurrió hacerle un homenaje a Francisco Canaro en el aniversario de su muerte. De inmediato me fui para un famoso sitio de tangos llamado La chispa, ubicado en la carrera novena con calle veinticinco. Allí entrevisté al dueño, que además me prestó música y con eso hicimos el especial.
Gracias a eso me propusieron hacer un programa los viernes de diez a doce de la noche, bautizado con el nombre de Los grandes especiales del tango. Eso me obligó a investigar en toda clase de fuentes para ofrecerle a la audiencia un contexto de las canciones y autores que estaban escuchando. En esa tarea me aportaron mucho coleccionistas como Erasmo Marulanda y Pacho Urrego, este último un amigo muy querido de la ciudad de Medellín. Todo ese camino recorrido en Caracol fue la escuela para llegar al programa que hoy oriento en la Emisora Cultural de Pereira”.

Melodía de arrabal
“Barrio plateado por la luna/rumores de milonga/ es toda su fortuna/hay un fuelle que rezonga/en la cortada mistonga”.
Aparte de unos cuantos amores que le arrasaron el alma y la piel, Alex Giraldo sobrevivió a una tuberculosis, enfermedad de tangueros y románticos hasta el punto de constituir en sí misma un género literario.
En el intermedio, la violencia del narcotráfico que desangró a Colombia desde mediados de los ochenta golpeó a la puerta de los Giraldo y se llevó a su hermana Lina María, una belleza de la época asesinada al lado de su pareja en un célebre sitio de bohemia llamado Caño 14.

“Es extraño. En el momento del crimen yo no sabía mucho de esas cosas, pero con el paso de los años conocí a mucha gente que estaba allí la noche del asesinato. El gran acordeonista Alberto Laverde fue uno de esos testigos y me contó en detalle lo sucedido ese viernes. Por lo visto, mi relación con el tango está escrita con letras de sangre en todos los sentidos”.
Entre lágrimas y risas, Alex Giraldo siguió adentrándose en ese mundo poblado de mitos y leyendas: Gardel y Lepera, Julio Sossa, Mores y Contursi, Agustín Magaldi. Sus pesquisas lo aproximaron a gente del tango como el empresario Gilberto Arango.
Juntos, y en compañía de otros devotos del género, pusieron en marcha una tertulia que muy pronto se convirtió en el Club Cultural del Tango. Allá por el año 2001 Jaime Andrés Ballesteros los invitó a realizar sus encuentros en la nueva sede del Cineclub Borges, que recién había alzado vuelo para erigirse como corporación independiente.

Patio mío
“Está mirando el cielo desolado/tu historia de ladrillos y portón/el corazón sencillo/ lastimado, con un perfil de tango y corralón”.
Acostumbrado a los grandes retos, Alex sintió que algo faltaba. Muy buenas las tertulias, buenos los conversadores, pero faltaba lo esencial: la música. Allí mismo, en el salón Cinema Paradiso del Cine Club Borges, empezó a presentar cantantes y bailarines locales.
Andrés Bravo, Jhony del Mar, Felipe y Marcela Moncada- estos últimos hijos de Atilio, el dueño del bar La milonguita– aparte del acordeonista Jaime Duque, se encargaron de convocar a un público que pronto sobrepasó la capacidad del pequeño teatro.
Era hora de mudarse y desde hace tres lustros el programa Nocturno de Tangos– ahora simplemente Nocturno– recibe a sus fieles devotos una vez al mes en el teatro de Comfamiliar. En ese recorrido ha compartido escenario con Los reyes del tango, El sexteto mayor del tango y La Orquesta Victoria, para mencionar una trilogía de lujo.

“Es algo que no para de crecer. Por aquí han pasado músicos de vieja data como Roberto y Alfredo Lamas, al tiempo que han dado sus primeros pasos talentos como los integrantes de San Luis Tango, que después se proyectaron hacia otros continentes. Pero además el Nocturno me llevó a convertirme en presentador de eventos como el Tango Vivo de Cali o el Festival Internacional de Tango de Medellín y el Festival Internacional de Tango de Pereira, del cual soy además uno de los organizadores.
En este último, el haber contado con el respaldo de varias instituciones nos permitió traer a una artista de la dimensión de Adriana Varela en 2015. Esas son buenas razones para repetir que estoy muy agradecido con la vida por permitirme vivir del tango, por el tango y para el tango”.
El día que me quieras
“El día que me quieras/ la rosa que engalana/se vestirá de fiesta/ con su mejor color/ y al viento las campanas/dirán que ya eres mía/ y locas las fontanas/se contarán su amor”.

Durante el tiempo que le dejan libre tangos, valses y milongas este hijo del barrio y de la noche que huye de los tragos fuertes y disfruta de los buenos vinos lee a Héctor Abad Faciolince porque su obra lo devuelve a ciertos momentos de su historia personal que serían irrecuperables de otro modo.

Los domingos en la tarde se escapa a cumplir con un pequeño rito gastronómico en un anónimo restaurante: la comida de mar, sobre todo el pescado encocado, una delicia que aprendió de la familia tumaqueña de su pequeña hija de siete años.
Entre una luna y la siguiente escribe poemas de amor y desamor que a lo mejor se decide a publicar algún día.

Fiel a su destino tanguero Alex vio un día a su mujer decir adiós y se despertó convertido en el padre soltero de una niña llamada Abril, responsable, entre otras cosas, de la siempre aplazada peregrinación a Buenos Aires que los devotos del tango cultivan con la misma fe ciega que los peregrinos del islam consagran a La Meca.
“El cielo puede esperar”, dice. “Por ahora prefiero estar cerca de ella y por eso no hago viajes largos. O a lo mejor nos vamos juntos y la dicha será más completa”.

Y por ahora lo aguardan un programa de radio, el lanzamiento del disco de sus amigos Samara y Jorge Guillermo, aparte de varios espectáculos en los que será al mismo tiempo organizador y presentador.
Pero, sobre todo, lo espera el recuerdo de un viejo escaparate donde de niño se encerraba a soñar con un mundo hecho todo de canciones que hablaban de penas y adioses.

¿Debería usted decidir cuándo morir?: una visión desde la bioética
La vida no es una opción que debe ser tomada a la ligera, sino un derecho que debe respetarse hasta el final. Nubia Posada, especialista en bioética y doctora en filosofía nos cuenta por qué.

Nubia Posada, es enfermera, Máster en educación, especialista en bioética y doctora en Filosofía. Nos encontramos con ella en el Congreso Internacional de Filosofía Política y Opinión Publica celebrado en la Universidad Tecnológica de Pereira.
Hablamos de la eutanasia, y sus respuestas específicas lograron dejar en claro que la vida no es una opción que debe ser tomada a la ligera, sino un derecho que debe respetarse hasta el final.
Con tesón y sencillez refrendó qué piensa, desde la posición de presidente de la Fundación Colombiana de Ética y Bioética FUCEB.
¿Respecto a la eutanasia cómo está la situación en el país?
El argumento de los que justifican la eutanasia como derecho fundamental, nunca ha sido racionalmente sustentado con una respuesta sobre el fundamento de ese supuesto “derecho”.
El derecho existe porque hay propiedades y bienes, sin los que no se logra el desarrollo personal, familiar y social. Estar vivo es un requisito para lograr ese desarrollo, y cada ser humano tiene derecho a que sea integral, incluyente y sostenible, durante su ciclo vital completo.

Por lo tanto, es contradictorio entender como derecho la decisión de adelantar la terminación de la vida humana, porque con dicha muerte se extingue el desarrollo humano en el destruido, y en quienes tienen alguna posible relación con él, en lo que de él dependiera.
La vida es la propiedad y el bien del que depende toda otra propiedad y bien. Al terminar su proceso biológico, terminan los derechos del ser humano.
¿Crees entonces que el país no está preparado para la eutanasia, o no lo ha entendido tan bien como los europeos?
Mira, la palabra progreso no es sinónimo de novedad. Y la palabra tendencia no es garantía de acierto. Durante muchos siglos hubo tendencia a tener esclavos. Y se tuvo como estrategia de progreso la destrucción de seres humanos en las guerras.
De modo que, si centramos la atención en el ser humano como un bien que tiene un nivel de perfección común a todo otro humano y superior a las demás especies, y a ese nivel de perfección común lo llamamos dignidad, no parece razonable que se hable de dignidad como recurso para destruir seres humanos.
La muerte digna parecería ser la enteramente respetuosa de cada ser humano, cuidándole hasta su final natural, su vida, integridad y características constitutivas.

¿De qué principios parte para defender la vida frente a los que están a favor de la eutanasia, y que para ello apelan a leyes, derechos y posturas filosóficas?
Bueno, se debería incluir la consideración de los principios constituyentes de la racionalidad humana. Todo ser humano con uso de razón tiene una especie de fisiología del pensamiento que hace posible que puedan coincidir sus conclusiones con la de otros seres humanos, porque la inteligencia es apertura a las diferentes perfecciones observables en sí mismo y en la naturaleza.
Uno de esos principios del pensamiento humano es la diferenciación de una persona o cosa como un todo, y cualquier parte o perfección que pertenezca a ese todo. La autonomía, que es la capacidad de elegir entre diferentes opciones, preferir una y entregarse a ejecutarla, se ve aniquilada al destruir a la persona que autónomamente autorizó la eutanasia o a la que se le practica sin su consentimiento.

Porque la autonomía es una de las perfecciones de la persona, pero no es la persona entera. Lo que se hace con la propuesta de señalar la eutanasia como un derecho, es exaltar la autonomía a tal punto que se considera un bien superior a la persona misma, puesto que en nombre de ella se destruye a la persona y, con la muerte de la persona, se extingue su autonomía: en nombre de la autonomía se destruye la autonomía y a la persona.
¿Y los derechos de los médicos qué? ¿Cómo lidiar con la oposición de un profesional que no esté de acuerdo con la eutanasia y, sin embargo, deba llevarla a cabo, ya que la Ley a uno lo obliga y a otro lo privilegia?
En Colombia todavía existe el derecho a la objeción de conciencia. ¿Y qué es la conciencia? Es el conjunto de referentes racionales que la persona considera que necesita ser coherente con ellos para desarrollarse plenamente como persona.
Debe educarse a la persona en antropología, lo suficiente para que comprenda en qué consiste ella misma y qué lugar ocupa en ella su inteligencia, su voluntad, capacidad de libertad, emotividad, todas sus perfecciones.
Cada uno tiene derecho a conocer qué grado de perfección hay entre una y otra características que lo constituyen, y cómo coordinarlas armónicamente para que logre su pleno desarrollo en un ambiente sano y sostenible, de modo que sepa gerenciarse en beneficio de sí mismo, los demás y la naturaleza.

El problema del médico, y creo que es un problema de la población entera, es la exclusión de las humanidades de la malla curricular de la mayoría de los programas académicos. Cada uno tiene derecho a que, en la formación obtenida en preescolar, la universidad o los posgrados, se tenga en cuenta en qué consiste como ser humano, ya que si pierde este horizonte no se enterará de su origen, ni del sentido de su existencia, ni del sentido del placer, el esfuerzo, el dolor, el gozo, el sufrimiento, la libertad y el amor.
Sin conocer su sentido o razón de ser de su existencia, y lo que en ella sucede, cualquier ser humano queda inerme, mucho más manipulable. La antropología, la ciencia y la ética, nos liberan de las manipulaciones ideológicas.
Se puede pensar que si un paciente solicita la eutanasia: ¿está coaccionado por la ideología o está tomando esa decisión en torno al dolor o la racionalidad?

El ser humano tiene una estructura cerebral en la que conserva las distintas etapas evolutivas del cerebro. El cerebro que está más adentro se llama primitivo, es común a las demás especies que poseen cerebro y en esta zona se dan las reacciones básicas de supervivencia, como la de huida, también las reacciones de agresividad.
La eutanasia es una huida del sufrimiento. Es una acción del cerebro primitivo. Una cultura que estimule el uso del cerebro de un modo más integral jamás optaría por una determinación en la que la prioridad se da al cerebro primitivo.
La ignorancia acerca del sentido del sufrimiento no da derecho a destruirse o a adelantar el momento de la muerte de otros, sino que se debe buscar libre y responsablemente el sentido de la vida, partiendo del conocimiento de las propias perfecciones, para responder a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento.
El derecho no se fundamenta en la ignorancia, sino en el conocimiento.

Cuando alguien racionaliza los miedos en el contexto de la capacidad de plantear un sentido de la existencia y el dolor, de concluir racionalmente cuál es la respuesta de tu origen, no te centras en huir, sino en amar.
El amor es un fenómeno exclusivamente humano, porque es la apertura constante y creciente a otro. Cuando un paciente muere amando, muere lleno de esperanza en la continuidad del bien de los que ama.
Un paciente que muere solicitando la eutanasia, muere queriendo controlar algo que le domina, el dolor y la muerte, pero sin llegar a controlarlo. No tiene la felicidad del que muere con esperanza porque está ocupado en controlar acciones que llevan a su propia destrucción, que es el acto más despótico que se puede tener contra sí mismo.
Es la negación y el desprecio del bien o perfección en que consiste un ser personal, el de mayor armonía en el universo conocido y, por eso, merecedor de la mejor acogida y del mayor cuidado, durante su ciclo vital completo.

Demasiado humanos.
De un tiempo para acá, en el tradicional día de disfraces, las mascotas han entrado al ruedo. Ropa, zapatos, aretes, calcetines y otros trebejos son parte de una parafernalia más cercana al circo que a la natural y sencilla respuesta de los animales a las características del entorno.
Caminando con su dueño por los pasillos del aeropuerto el pobre perro se ve a gatas para sostenerse sobre sus patas enfundadas en dos pares de diminutas botas militares.
Como complemento del atuendo bélico luce gorra, chaleco y pantalones cortos confeccionados en tela de camuflaje. Su acompañante va vestido de la misma manera, solo que sus pantalones son largos y camina sobre dos piernas.
Su condición de perteneciente a la especie homo sapiens resulta clara. En cambio al pobre perro uno ya no sabe dónde ubicarlo: si entre los caninos o los humanos.
Así van las cosas. De un tiempo para acá, por moda, soledad, desesperación, esnobismo o todas las anteriores, millones de personas en el planeta decidieron considerar a los animales como sus iguales, sustrayéndolos de paso a su condición natural.
De ese modo violentan sus códigos particulares de comunicación, sus hábitos cotidianos y su dieta, confinándolos a una suerte de tierra de nadie. Si pudiéramos aplicarles categorías humanas, diríamos que les han arrebatado su identidad de perros, gatos, aves o reptiles.
No exagero: hace poco vi por la calle a una adolescente acarreando una boa constrictor ¡adornada con moños y sombrero!
Por norma, los humanos somos proclives a hacer cosas absurdas. Es más: el absurdo nos define.
Pero hasta eso tiene sus límites. Conozco a una abogada aquejada por toda suerte de fobias. No contenta con eso, se las transmitió a su mascota, hasta el extremo de convertirla en adicta a las pastillas tranquilizantes.
El animal es incapaz de permanecer solo en la casa sin su buena dosis de pepas verdes y amarillas. El Ativán o uno de sus derivados pasó a formar parte de su dosis particular.
Para redondear el cuadro una semana atrás fui testigo de una imagen imposible: inspirándose tal vez en la Pantera rosa , la pelambre blanca de un par de perros French Poodle fue teñida de color rosado, sin ninguna consideración por las secuelas que los químicos del tinte pudieran dejar en el organismo del animal.
¡Se ven tan tiernos! Exclamaba, en los límites de la estupidez, la madre de la pequeña propietaria de la pareja.
A esta altura del camino no cabe duda: un French Poodle rosado o un Labrador disfrazado de militar o de cualquiera otra cosa deben ser síntoma de algo muy grave y, por desventura, nada pasajero.
Decepcionados de sí mismos y desconfiados de sus congéneres legiones enteras de mortales intentan una desesperada mutación cuyos códigos no resultan del todo claros: a veces quieren parecerse a sus mascotas, en otras pretenden que estas se parezcan a ellos.
Es bueno aclarar algo: quiero, valoro y respeto a los animales. No hasta el punto de renunciar por ello a un buen lomo de res guarnecido con champiñones y hojas de laurel, pero los respeto.
Por eso mismo me resulta insoportable asistir a las múltiples vejaciones de que son objeto por parte de sus dueños: ropa, zapatos, aretes, calcetines y otros trebejos son parte de una parafernalia más cercana al circo que a la natural y sencilla respuesta de los animales a las características del entorno.
Curiosamente esas mismas personas hablan de “Los derechos de los animales”, olvidando de paso que, hasta donde se sabe, estos carecen de conciencia, condición indispensable para ser sujeto de derechos.
Es más: montadas en la ola de la corrección política, decidieron suprimir de su diccionario la palabra mascota, para sustituirla por el concepto de animal de compañía. No quiero ni imaginar cuál será el siguiente paso. Por lo pronto, a nombre del amor, seguirán perpetrando atrocidades como la de someter un gato a una dieta de vegetales.
Lo juro: el felino empezó a perder los dientes, el pelo y las garras- es decir, dejó de ser gato- ante la mirada autista de sus dueños vegetarianos.
Y son esos los mismos que encabezan marchas de protesta contra las corridas de toros, las cabalgatas o la presencia de osos o tigres en los circos.
Por lo visto somos demasiado humanos para entender la dosis de irracionalidad implícita en el hecho de vestir a una perra lanetas como una de esas solteronas irredentas que abundan en las historias de Jane Austin.