jueves, junio 26, 2025
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CEMEX, el aliado multinacional que construye sueños y ciudades perdurables.

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Actualmente suministra  el material para la construcción del puente El Barranquero  sobre la calle 13.  Una  estructura que ayudará a mejorar el embotellamiento que sufre la ciudad en dirección centro hacia sectores como La Rebeca, la UTP, Los Rosales, Pinares, entre otros.  


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San José, un barrio cerrado

Esta calle 13 era un camino ciego, afirma la señora Diana Pérez que lleva 20 años en el barrio San José y, cuyo sustento es una pequeña tienda concurrida por los vecinos del sector. Comenta que la inseguridad era el “pan de cada día” por ser una zona abandonada y deprimida de la ciudad, y que de noche era imposible salir por la falta de iluminación.

 

 

Pero no solo Diana Pérez afirma esto, también el mecánico de motos Jonny Toro, quien desde su taller sobre calle 13, explica que vio muchos accidentes de tránsito: “el afán, el afán de las personas de cruzar la calle, y de los carros que no quieren parar y pasan a toda velocidad.” Además, señala hacia el fondo de la calle paralela en dirección al centro, y agrega: “ya era hora que hicieran un puente que beneficiara a la comunidad” porque, asegura, se pensó hace mucho tiempo entre los vecinos.

 

 

Así como la señora Diana Pérez y el señor Jonny Toro, los demás vecinos del barrio San José afirman que el puente El Barranquero valorizará sus viviendas, que el sector será más concurrido y bonito, y que esa zona gris tomará otro color. Lo dicen mientras escuchan el martilleo, ven máquinas grandes que transportan materiales, y se encuentran a hombres con cascos ayudando a vaciar concreto en la construcción sin que esto afecte al vecindario.

 

 

Se sientan en los portones a ver lo que llaman “la abeja”, refiriéndose al camión hormigonera con el logo estampado de CEMEX, la empresa aliada de la Alcaldía, los ingenieros y el personal, que provee concreto  de calidad, fiable y que lleva años, no entregando materiales, sino sueños a las construcciones útiles de la ciudad.

 

 

El nacimiento de un sueño personal

Una vez en el puente se oye una voz en medio del personal que empieza a laborar desde las 6 de la mañana: “Es un material noble”. Es el señor José Absalón Cano, un trabajador que con manos fuertes y sueños firmes está empeñado en la tarea de construir, el puente El Barranquero en la ciudad.  

 

 

Por noble se refiere al concreto de la empresa CEMEX, el aliado de la construcción, que, según sus palabras, provee puntualmente la mezcla en sus camiones de hormigonera.

Cuando hablamos con él, dejó en claro que desde que comenzó a manipular el material, pensó si acaso no podía usar la misma marca de materiales para la construcción de su casa  en el barrio Villa Elisa 2, lo cual efectivamente hizo después.

“Es que este material  tiene resistencia. Con mi esposa María Aracelly Marín juntamos dinero y compramos 180 bultos”, y lo prueba, diciendo, como obrero directo, que el concreto en el puente es vaciado in situ, en planchas de 15 cms, calcetones de icopor, parrillas metálicas, tramo a tramo y cuidando cada detalle de complexión y compresión.

 

 

De cómo nació la idea del puente El Barranquero

 

Desde el 2010 en adelante, venía planeándose convertir la Avenida Circunvalar en un par vial, que permitiera a esta importante artería urbana tener una calle de retorno. Se discutió mucho entre varias empresas y consultoras, buscando una concertación en el tema, y se bosquejaron proyectos.

 

 

Y es en el año 2011 que los arquitectos Claudia Velázquez, Víctor Julián Jiménez, Luis Fernando Posada y el ingeniero Álvaro Trujillo Botero, dirigidos por la Ingeniera Martha Alzate Hincapié, deciden reunirse  los miércoles para recorrer la ciudad  y plantear un plan de movilidad basado en hacer más eficiente la malla vial construida, y así generar recorridos alternativos pensando en descargar las avenidas principales: Av. 30 de Agosto, Américas y Del Río.

 

 

Los estudios de este grupo se entregaron a CAMACOL, Cámara Colombiana de la Construcción,  y esta a su vez, los redirigió  al ex alcalde de la ciudad, Enrique Vázquez, en el año 2012.

Entre las obras propuestas por el estudio, el grupo había planteado inicialmente que el retorno de La Circunvalar fuera por la carrera  12, pero luego con el desarrollo del plan de obras municipal se proyecta este direccionamiento vial por la carrera 12 bis, bajando por el sector de la Rebeca, la contra calzada del Centro Comercial Arboleda, y finalizando en el puente de la calle 13, ahora llamado El Barranquero.

 

 

La aplicación de materiales

Este es un puente extradosado con 70 metros de luz, un apoyo intermedio y aisladores sísmico, es decir, una combinación entre puente viga cajón apoyado en un sistema compensado con tecnología atirantada.

Esta estructura ayudará a mejorar el embotellamiento que sufre la ciudad en dirección centro hacia sectores como La Rebeca, la UTP, Los Rosales, Pinares, entre  otros.  

 

Al referirse a los materiales, habla de acero para el refuerzo, concreto, loza, el sistema atirantado, los tubos de encofrado, antivandálicos, cables, platinas de concentración de esfuerzo, y por supuesto de CEMEX, el concreto,  que dice se ha portado bien, pues son buenos, y su resistencia en P.S.I es de 4.000 y 5.000 según los diferentes tramos dentro de la construcción.

 

 

En sus palabras afirma que “de este tipo de puentes se han hecho cuatro en Colombia. Y todo el concreto ha sido suministrado  por CEMEX”. Al explicar por qué prefiere este tipo de material, detalla que de cada elemento vaciado se sacan muestras y se mandan al laboratorio. Y este proceso cuidadoso es el que certifica el trabajo compacto.

 

 

Un pequeño viaducto para todos

 

Está planeado para el mes de diciembre, que la ciudad pueda disfrutar de esta mega obra que como se expresó, traerá bienestar y renovación a esta zona del centro, además de cumplir el sueño de miles de ciudadanos y confirmar que los aliados comerciales como CEMEX  están ahí para fabricar estructuras y sueños.

 

 

En el render, o imagen final del puente El Barranquero, se puede apreciar una doble calzada para los peatones, una ciclo-ruta, un carril para el Megabus, y mucha iluminación que será clave para resaltar otro nuevo patrimonio arquitectónico en Pereira.

 

 

De nuevo CEMEX, de la mano de sus aliados, la gente, y los proyectos de renovación, hace presencia ayudando a vislumbrar una mejor ciudad para esta y las generaciones por venir.

 

 


 

 

El campo está envejeciendo.

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El campo está envejeciendo.


¿Quién va a sembrar y recoger lo que emane la tierra para la supervivencia de la humanidad?


 

 

Por: Harol Molina

“Enhorabuena”, la declaratoria de la UNESCO en el año 2006 al Paisaje Cultural Cafetero Colombiano, como patrimonio inmaterial de la humanidad, debió haber sido un aliciente para por lo menos intentar fortalecer  el turismo  rural de los municipios que hacen parte de ese paisaje,   y así poder explotar económicamente las familias populares de la sociedad cafetera, es decir, inflar de “billeticos” el bolsillo de los productores de los alimentos que usted se está comiendo o tomando mientras pasa sus ojos por estas letras.

Pues son estas familias las que están inmersas y han estado presentes por muchos años en los procesos de producción agrícola en las fincas colombianas. Una sana manera de mantener vida la economía rotativa de los municipios.

 

 

Sin embargo, seis años después de la declaratoria, no se ha evidenciado un gran desarrollo ni del turismo, y mucho menos de la economía campesina.

 

 

El relevo generacional se ha estancado, a tal punto, de que los mismos abuelos son y seguirán siendo los recolectores del café como proceso económico y de supervivencia por mucho tiempo, mientras que en el pensamiento de las nuevas generaciones no pasa ni por sospecha continuar con el arado de las tierras y la administración de sus propias fincas como legado familiar.

 

 

La juventud piensa en el WhatsApp como herramienta de comunicación, y en Google como solución a los inconvenientes que se les atraviesa en la vida.

Más allá, el preocupante pensamiento del joven campesino radica en el deseo de abandonar lo que sus padres con tanto esfuerzo han labrado y mantenido de generación en generación.

Las nuevas facilidades de estudio claramente son una puerta que se abre al desarrollo de la población de la provincia, pero a su paso han borrado del casete de la juventud el deseo de trabajar en la vereda, el deseo de coger café, y estar al sol y al agua produciendo de lo que la tierra brinda.

 

 

Al parecer en algunos años, no habrá quien quiera sembrar, arar y recoger café, mientras se les acaban las fuerzas a los abuelos campesinos de estas tierras, “el campo sigue envejeciendo” y lo peor de todo, no se ve por ningún lado el bordón de su vejez.

Es hora de generar conciencia en la juventud, no solo  hablar en los colegios y en las bibliotecas de prevención en el consumo de sustancias psicoactivas, y de la preparación para acceder a la educación superior.

 

 

Es hora de promover el amor por lo propio, por lo que produce el alimento de las personas de la urbe, es hora de recuperar las tradiciones ancestrales de la cultura cafetera, ¡es hora de volver al campo!… antes de que sea demasiado tarde.

Se prevé la posibilidad de perder la declaratoria como patrimonio de la humanidad, pero pues llegado el caso ¡que se pierda!

Lo que no se puede dejar perder es el amor por el campo.

 

 

¿Quién va a sembrar y recoger lo que emane la tierra para la supervivencia de la humanidad?

El campo sigue envejeciendo, serán necesarias fuerzas jóvenes para la producción, fuerzas que no aparecen por ninguna parte, ojala y aparezcan pronto.

¡Jóvenes… al campo!

 


 

Mujer con cuenco, el bello monumento de La Rebeca que enamora a los desprevenidos.

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Ubicada en lo alto de la Avenida Circunvalar, en un parque que la rodea de verde y movimiento ciudadano. Representa una aborigen que se ha convertido en el ícono del lugar.


 

Información del Mural
Título: La Rebeca

Formato: Escultura en concreto

Artista: Leónidas Méndez  V.

Ubicación: Parque La Rebeca. Avenida Circunvalar. 

Fotografía Por: Diego Val

 

En lo alto de la Avenida Circunvalar hay un parque triangular con una historia lineal que gira en torno a una mujer. Pero no una mujer cualquiera, representa toda una raza.

No una madona, sino una aborigen que se ha convertido en el ícono del lugar, además de ser el punto de encuentro entre enamorados, de gente que quiere pasar un rato cerca de la naturaleza que rodea a la fémina, o simplemente a tomar fotos para el recuerdo.

 

Fotografía Por: Diego Val

 

Es el parque de La Rebeca.  Un exquisito lugar donde confluyen varias vías de la ciudad, y que todo el que pase por ahí  no puede dejar de apreciar este monumento que delimita el sector, y que además, en relación con los vecinos o transeúntes hay varias historias menudas.

Como la del ciudadano que saltó el jardín para pintar las uñas y los labios de rojo a la estatua, y hasta ponerle una diadema para coronar la delicadeza que representa.

 

Fotografía por: Diego Val

 

O el deseo que emana de su feminidad que hizo exclamar al señor Ricardo Bedoya “esa mujer es bella, bellísima, aunque recoge agua donde no la hay”.

Y es que si se compara este monumento a los aborígenes que habitaron estos lugares con las creaciones femeninas de otros artistas, no hay nada que envidiar. Tenemos en nuestra metrópolis una muestra del arte más simbólico representado en la feminidad característica de nuestras mujeres pereiranas.

 

Fotografía por: Diego Val

 

Cualquiera que quiera conocer a Pereira, debe, por amor a la estética y la escultura, pasearse por este reconocido sector de la ciudad, que no solo transmite serenidad, sino también identidad y remembranza de qué somos y qué amamos como ciudadanos.

“Oktoberfest”, el evento cervecero más importante del año llegó a la Región Cafetera.

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En  alemán significa fiesta de octubre, y se  celebra desde 1810, entre los meses de septiembre y octubre, en la ciudad Bávara de Múnich. Es la fiesta popular más grande del país europeo, que tiene su propia versión en algunas regiones de Colombia.


 

 

Foto: Diego Firmiano

 

Andrés y Mariana llegaron temprano. Si es que se entiende por temprano arribar dos horas antes de empezar el evento cervecero más importante del año, y al que fueron invitados desde la Universidad Católica de Manizales, donde estudian arquitectura y administración.

Al llegar lo primero que notaron, y lo dicen con sonrisas, es que no olía a cerveza, sino a juventud. Mariana dice que este día lluvioso es cómplice, porque si hubiera un sol radiante, la cebada madura de la bebida dorada comenzaría a hacer su efecto entre ella, su novio y los más de 1800 participantes del Oktoberfest que se llevó a cabo el sábado 21 de octubre en EXPOFERIAS, el centro de eventos y exposiciones a las afueras  de la ciudad.

Uno a uno, al igual que Andrés y Mariana, llegaron  jóvenes de diversas partes del Eje Cafetero, que no quieren perder su ida a la factoría del mes de la cerveza alemana, que como se sabe, es una franquicia importada del país europeo, y que, en Caldas, hace presencia con demostraciones prácticas de cómo se prepara la preciada bebida, cómo nació y qué variedades ya existen en el mundo.

 

Foto: Diego Firmiano

 

Al ingresar, uno puede sentir el aire germano. Jóvenes que no superan los treinta años vestidos con trajes bávaros: minifalda, pantalón, camisa de botones blanca, tirantes, medias rodilleras y el gorro verde con pluma, típico del país de Goethe.

Hay de todo, menos por supuesto salchichas con chucrut. Sin embargo, para adaptar un estilo parecido, hay carne al carbón, albóndigas especiales, cerveza artesanal hecha en la región, y mucho vapuleo en el lugar.

Para hacernos una idea, es una especie de Woodstock pequeño, decorado por sombrillas rojas donde se acomodan las personas, almohadas persas, sombreros de paja-toquilla, cerveza dorada, negra, roja, azul, toneles gigantes donde atienden de forma personalizada, cigarreras rodantes, incluso la Bogotá Beer Company hace presencia.

 

Foto: Diego Firmiano

 

Esperan un concierto musical, y se apostan delante de la mega plataforma que abrirá el sonido estridente con los músicos  invitados,  y que empezará al caer la noche.

Andrés dice que se puede interpretar que los que asisten al lugar son ebrios, pero no hay ninguno con una pinta igual. Antes bien, para nuestra curiosidad, sabiendo que venimos desde Pereira a presenciar el evento, dice que es como un Pavo gigante  sin techo ni ventanas donde las personas vienen a socializar.

Aunque el lugar no da abasto, siguen llegando en autos lujosos y haciendo fila india para ingresar. Andrés y Mariana no se intimidan al decir que llegaron en taxi para demostrar que, aunque el lugar de concentración es tan alejado de la metrópolis (a 2 kilómetros del centro), la “agüita amarilla” une a la región en una muestra única que pretende  dejar el líquido y la ciudad en alto.

 

Foto: Diego Firmiano

 

Hacen salud en su nombre.

Brindan entre ellos, porque cumplen 3 años de novios. Y al sugerirles el casamiento, afirman que este evento puede ser un buen punto de partida, porque marido que se respete, bebe cerveza, igual que el alemán Martin Lutero que era complacido por su esposa Catalina de Bora.

Las luces en el lugar se encienden lentamente, y los jóvenes comienzan a remolinarse en torno al líquido multicolor, la música, la lluvia menuda y por supuesto, tomando fotos para decir a otros en la universidad que este octubre es el mes más inolvidable en la región.

Salud.

 

 


 

De memorias, nuevos tiempos y lugares en el barrio Los Alamos de Pereira.

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Hoy, este tipo de barrios, que antaño fueron urbanísticamente los más apreciados por la ciudadanía, se debaten entre el aprecio que sus habitantes  sienten por sus muchas virtudes,   y sus desgracias, entre ellas,  el tráfico vehicular y el indebido parqueo.  


 

 

Fotografías: Diego Val

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En los recorridos que hacemos por los barrios de Pereira y Dosquebradas, con el portal web de historias lacebraquehabla.com, encontramos siempre muchas sorpresas.

Recientemente estuvimos de visita en el tradicional barrio Los Alamos de la ciudad de Pereira. Y aunque debemos volver porque son muchos las historias  a abordar en cada lugar, hay un aspecto que me lleva a la reflexión sobre este último recorrido.

La forma de vivir a finales del siglo pasado cambió. Por la inseguridad, por los altos costos de prediales y servicios públicos, y otras razones, muchos de quienes habitábamos este barrio migramos hacia los condominios cerrados en el área de Cerritos.  

Es evidente que son mejores las ciudades donde el urbanismo se desarrolla de puerta a la calle, sin barreras, porterías o murallas, que impidan el libre acceso a las zonas comunes y a las mismas residencias.

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Pero, resistir en medio de la inseguridad es un acto de fe.  

Muchos lo hacen y continúan habitando sus casas de siempre.  Otros han sido víctimas de repetidos asaltos que han llegado a comprometer de manera seria su seguridad física y su estabilidad emocional.  Amarrados, injuriados y amenazados, decidieron, muchos, partir hacia otros sectores que les ofrecieran mejores condiciones.

 

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Hoy, este tipo de barrios, que antaño fueron urbanísticamente los más apreciados por la ciudadanía, se debaten entre el aprecio que sus habitantes (los que persisten) sienten por sus muchas virtudes (cercanía, un buen urbanismo –aunque algo deteriorado-, sus corredores ambientales que le brindan al lugar su frescura característica, sus vistas a la cordillera y hacia el occidente –en razón a que está ubicado un poco más alto que el resto de la ciudad-, etc.) y sus desgracias.  Una de ellas, el tráfico vehicular y el indebido parqueo.  

 

 

Los Alamos fue un barrio que inició su construcción a mediados del siglo pasado como COHAPRO (Cooperativa de Habitación para Profesionales), y cuyos habitantes, herederos de la modernidad y la idea de progreso, miraron siempre a su vecino más próximo, la Universidad Tecnológica de Pereira, con expectativa y admiración.  

Es decir, en cercanías a su lugar de habitación pululaba algo, un embrión que todos quisieron ver crecer, y fueron muchas las relaciones tejidas entre los habitantes del barrio y esta institución.

 

 

Hoy, la Universidad ejerce una supremacía sobre el territorio que lo deteriora, por lo menos al barrio Los Alamos. Este deterioro acelerado es y no es responsabilidad directa de esta entidad.  Es cierto que ella no es  autoridad de transporte y que no tiene bajo su cargo el mandato de regular el tráfico.

Pero, es indiscutible que la cantidad de vehículos, muchos de ellos de servicio público, que circulan diariamente por las calles de lo que antaño fuera un tranquilo barrio de residencia, altera drásticamente su entorno y lo somete a presiones inadecuadas.  

 

 

Además, que no existe malla vial suficiente para albergar el tráfico tan intenso que circula todos los días hacia este centro educativo.  Para no hablar del indebido parqueo, que es notorio en cercanías, por ejemplo, al denominado bloque L (área de posgrados, la sede de lo que antaño fue el colegio Liceo Pereira).

 

 

La ocupación indebida del perfil vial, por vehículos de todo tipo, no es, sin embargo, patrimonio exclusivo de la UTP.  Son muchos los establecimientos que, instalados en viejas casas de habitación, usan la calle para el estacionamiento de sus clientes.

Esto debido a que Los Alamos está compuesto actualmente por una mezcla de comercio y residencias (algunas pocas casas en donde moradores de toda la vida resisten los embates del crecimiento de la ciudad, y muchos edificios de habitación que suman a las dificultades de movilidad, precariedad de espacio público y equipamientos).  

 

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Hoy, la Alcaldía realiza una buena intervención en las vías. Una de fondo, levantando viejas carpetas asfálticas que ya estaban más que deterioradas, y reemplazándolas por nuevas, supongo, reforzando la estructura de la vía donde haga falta.

En cuanto al patrimonio arquitectónico, el barrio fue desarrollado por profesionales que, a partir de los años cincuenta del siglo XX encontraron allí un lugar propicio para iniciar sus vidas de familia.  Muchos de los hijos de quienes fueron a vivir a esta parcelación nos conocemos de toda la vida, y compartimos las vivencias, desgracias y alegrías que nos fue trayendo la vida.  

La arquitectura se respetaba como una profesión liberal, y varios de los habitantes del barrio eran arquitectos. Es el caso de Gustavo Villegas Campo, Guillermo Guzmán.  Las viviendas diseñadas por ellos, así como por otro gran arquitecto pereirano, Hernán Ramírez, figuran entre las construcciones más destacadas de esta época en la ciudad.

Hoy día, sobre todo en la parte baja del barrio, aquella más pegada a la cuenca de la quebrada La Dulcera, aún se conservan muchas de estas maravillosas residencias.  Su tipología evoca la arquitectura moderna de los años cincuenta al setenta del siglo XX.

 

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Son inconfundibles con sus losas vaciadas en concreto, sus columnas curvas, escaleras en voladizo, y los muros hechos a partir de “calados”, que permitían la libre circulación del aire. Jardineras interiores, uso de Cristanac en las fachadas y los baños,  balcones, terrazas, concretos a la vista, entre otros aspectos característicos de este tipo de arquitectura, hacen de este barrio una joya que debería ser preservada.

No conozco a ciencia cierta si algunas de estas maravillosas viviendas están incluidas en el listado de bienes de patrimonio arquitectónico, pero seguro que varias debería ser parte de este inventario pues, aunque constituye un patrimonio reciente, está siendo destrozado a grandes velocidades.

 

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Con la huida de sus residentes y la migración de las viviendas al comercio, su concepción como lugar residencial se debilita y las rentas migran de las construcciones al suelo.  

Así que, hoy día, es mucho más rentable vender las antiguas viviendas para desarrollar allí edificios, densificar de manera importante el sector (sin que se aumente o se vea cómo pueda incrementarse la capacidad en servicios públicos, equipamientos, vías y espacio público), y destruir, de paso, la memoria de la que constituyó una manera de habitar muy distintiva de una época: toda la segunda mitad del siglo XX.

 

 

Todavía recuerdo cómo los alumbrados navideños del barrio eran los más visitados de la ciudad. Las vecinas se reunían con mucha anticipación a diseñar y fabricar sus propuestas para realizar la decoración de fin de año.

Los resultados eran majestuosos, del nivel de los que hoy pueden visitarse en municipios turísticos como Filandia y Quimbaya (Quindío).  De esa tradición, hoy, solo resta un pálido reflejo.  Porque ya no hay vecindad. El sector se volvió otra cosa, y las viejas épocas de ir a la tienda de barrio en bicicleta a comprar un confite  quedaron en el olvido.

 

 

Yo fui una niña que patinó las calles del barrio, que paseó a su Setter Irlandés por esos andenes, que fui llevada por mis hermanos mayores a la tienda de Doña Nidia a comprar dulces, y luego, cuando recién iniciaba mi adolescencia, llevé también a mis sobrinos mayores Camilo, Manuel y Alejandro, a caminar sus primeros pasos montados en los bordillos de los antejardines, a los juegos del jardín.

 

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Y luego, cuando aún vivía mi madre en su casa de siempre, lo hice con mi hijo mayor. Lo llevaba a dar maíz a las palomas en el parque y a que las correteara en la despreocupación propia de sus primeros días.  

Mis padres se fueron de este mundo, y en donde fue mi casa hoy se yergue un alto edificio de apartamentos.  Recorrí las calles y tuve la memoria de los andenes, de las hojas de los árboles y del silencio que me acompañaron hasta que me hice una mujer adulta.

 

 

Recordé cómo, en las noches frescas, me acompañaba el canto de los búhos y pude sentir la tranquilidad que tuve al vivir en un lugar pleno de urbanismo.  

El urbanismo no es accesorio. Configura el mundo de quien lo habita.

Por ello, ojalá nuestras ciudades pudieran retornar al desarrollo en barrios abiertos, de puerta a la calle, ordenados y dotados de una buena infraestructura.  

 

 

La vida de cada niño que respira el aire puro de los bosques cercanos, que puede ir, incluso, al río, como nosotros fuimos tantas veces a bañarnos en el Consota, que tiene el privilegio del silencio y del sonido de la naturaleza como sus principales compañeros.

Esa vida sería  tranquila y permanecería como un tesoro al que siempre se podrá retornar, sobre todo en los momentos más oscuros que trae consigo toda existencia.

 


 

#YoTambién

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La más reciente campaña promovida desde twitter por la actriz Alyssa Milano, evidenció la dimensión de una  problemática: el acoso sexual al que son sometidas las mujeres en su vida cotidiana.


 

 

 

La semana pasada ocurrió que las redes sociales obraron como amplificador de una realidad que exige plantear un serio debate.

Todo empezó por un trino de la actriz Alyssa Milano, en referencia a las denuncias que señalan de acoso sexual al todopoderoso director de Hollywood Harvey Weinstein, con el que  impulsó a muchas mujeres para que hicieran visible estas situaciones en su vida cotidiana.

Traducción: Si has sido acosada o agredida sexualmente , escríbe "YoTambién" como respuesta a este trino. Yo También. Sugerido por un amigo, "si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente escribieron "YoTambién" como un estado, podríamos darle a las personas una idea de la magnitud del problema.
Traducción: Si has sido acosada o agredida sexualmente , escríbe “YoTambién” como respuesta a este trino. Yo También. Sugerido por un amigo, “si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente escribieron “YoTambién” como un estado, podríamos darle a las personas una idea de la magnitud del problema.

 

 

Escribir  #YoTambién daría , según la actriz, una dimensión de la problemática.  

En pocos minutos su publicación se convirtió en tendencia, y su trino recibió más de 27.000 respuestas.

En otras redes sociales como Facebook, se pudieron observar multitud de estados en los que #MeToo era adoptado a cada idioma, lo que sumó para hacer evidente la magnitud del asedio al que se ven sometidas constantemente las mujeres a lo largo de todo el mundo.

 

 

Sucede en el trabajo, en el caso de actrices, modelos, altas ejecutivas y empleadas de cualquier nivel; y también en la vida de pareja y en las relaciones cotidianas.

Ceder a las pretensiones sexuales  de compañeros de trabajo, jefes, clientes, etc., so pena de ser despedidas, obstaculizados nuestros ascensos o, simplemente, tachadas de sensibles en exceso o amargadas.

Recibir agresiones de la pareja, ser obligadas a tener sexo, entre otras situaciones angustiantes.

Ir por la calle y ser objeto de instigaciones por parte de cualquier desconocido.

 

 

Se supone, por estúpido que sea, que todo tipo de insinuaciones, ya pretendan ser halagos o piropos, ya se trate de afirmaciones agresivas o vulgares, deberían ser toleradas, pues se considera que hacen parte de la manera como hombres y mujeres se han relacionado siempre.  

Obviamente, todo ello tiene matices, y cada cultura tendrá sus maneras de interactuar.

En general, la mujer es objeto permanente del deseo masculino, y se ve en muchos momentos de su vida sometida al hostigamiento de quienes anhelan entrar en intimidad con ella.

 

 

 

No sucede solo con los hombres.

También hay por allí lesbianas que pretenden indagar sobre la firmeza de las elecciones de género de las otras mujeres.

Y, descaradamente, aprovechan la desprevención que implica estar en relación de “mujer a mujer”, para rozar, incitar, o dejarle saber que allí podría existir otra posibilidad.  

 

 

Provenga de quien provenga, pues también se da el caso de la mujer hacia el hombre, este tipo de sobrepasos, de iniciativas no consentidas, no sólo son desconcertantes, tienen el poder de intimidar y dejar perplejo a quien las padece.

Si, además, se suma la necesidad del trabajo, o cualquier otra relación de poder, la víctima (no puede llamarse de otra manera) estará sometida a una presión que puede conllevar a su desequilibrio emocional.  

 

 

Por ello, es muy importante que empecemos a hacer consciencia que esta manera de obrar no hace parte de la “normalidad”, y que cualquier manifestación sexual corresponde a un acto íntimo que en todos los casos debe ser el resultado de un consenso.

Tal vez, empezar por educar bien a nuestros hijos e hijas pueda contribuir a superar esta anacrónica manera de relacionarnos.

 


 

 

 

Javier Mariscal, un diseñador de múltiples trazos y colores.

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El multifacético creador español fue invitado de honor en este 2017 a la muestra Cómic Sin Fronteras en su décimo séptima edición. Nos habló de sus pasiones, sus personajes, sus inicios y la actualidad de su oficio.


Fotografías: Jhon Edgar Linares

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Lo primero que llama la atención de Javier Mariscal  es la  ternura, el carisma  y el trato suave que refleja ante los demás.

Lo otro  es su comprobado talento, aunque poco conocido en Pereira, en otros lugares del mundo,  especialmente en Barcelona, es reconocido por creaciones como Cobi, la emblemática mascota de los Juegos Olímpicos Barcelona 92, además de ser el autor de personajes  como Chico y Rita, llevada posteriormente al cine de animación, y de varias portadas de álbumes musicales.  

 

 

Y aunque el prestigio y los premios están ahí, lo más grande para Javier  es su arte, su forma de ser. Al igual que un niño, nos explicó después de revelarle el nombre del medio que lo buscaba,  una Cebra Que Habla es maravillosa, porque  los animales son los seres más bellos e inteligentes, incluso, según él, más que los hombres.

 

 

Lo encontramos en la ciudad, mientras miraba libros en la sala de Cómic de la Alianza Francesa de Pereira.

Su curiosidad, igual que la de un niño, es característica, porque encuentra en sus dibujos un mundo que puede representar con su vida.

 

 

Javier Mariscal y sus creaciones.

 

 

Evocando a Picasso, que decía que un niño es un genio potencial, Javier saca un encendedor del bolsillo, lo mira, lo chispea, luego lo pasea de un lado a otro jugando a los aviones de guerra, después acota que este encendedor puede ser un juguete increíble para ese niño, pero una vez que crece, se le enseña que solo sirve para encender cosas, y lo previenen que tenga cuidado de no quemarse.

 

 

Es que él mismo es un niño. Anda por la ciudad catando café, admirando la belleza de la mujer pereirana, y feliz, compartiendo del fruto de años de trabajo en el país ibérico, de dibujar incansablemente, de dar color como soplo de vida a sus creaciones.

Es el invitado de honor en este 2017 a la  XVII edición  de Comic Sin Fronteras, el evento más importante de esta disciplina  en la región.

 

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Sus comienzos en el arte de dibujar son nobles como la mirada que conserva hoy a sus 67 años.

Recuerda que usaba  piedras para moler carbón, las combinaba con aceite, y a pintar con una pluma de ave o con palillos diminutos que cortaba de árboles en su natal Valencia, en España.

 

 

Desde ahí comienza su recorrido como ilustrador, que lo catapultó a una fama que prefiere evitar, pues escoge  la intimidad, los colores, las imágenes, y por sobre todas las cosas, su familia: la inspiración más fuerte.

 

 

Cuando habla de Cobi, la mascota de los olímpicos de Barcelona 92, se refiere a ella como si fuera un hijo. También  Chico y Rita, sus hijos mayores, que en realidad son dos chicos cubanos en una historia de amor en los años 40.

Y por supuesto, los “Garriris” que son la versión psicodélica de Mickey Mouse.  Sus personajes siempre están en la playa, viendo la luna, o pescando, aunque nunca   atrapen nada.

 

 

Cuando habla de sí mismo, lo hace con jocosidad, dice, soy bajito, con cara de perro y tengo solo una bicicleta, no tengo nada más.

Es un hombre modesto, porque en realidad tiene todo un mundo de imágenes, de sueños, de vida, que viene a compartir con  jóvenes y adultos, que esperan de él, no una receta para hacer ilustraciones, sino alimentarse de su personalidad tan tierna y explosiva, que lo ha hecho tal cual es.

 

 

Su último trabajo es un cómic, que pronto verá la luz. Es la historia, “tú historiadice, sin mencionar título alguno, pero lo explica de forma sencilla: “empieza cuando eras molécula de agua, luego bacteria, luego esponja, luego cocodrilo, luego un dinosaurio, luego una ratita, hasta que acabaste siendo un chico colombiano”.

 

 

Suelta la risa ahogada de un niño, nos abrazamos y espera que la Cebra Hable, para que él pueda ver una creación parecida a la suyas en esta parte del mundo.

 


 

De mujeres, guerras atómicas y conflictos entre potencias mundiales que se resolvieron desde Colombia.

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El periodista y escritor Alberto Donadío nos presenta en 2017 “Historia secreta de un espía ruso en Bogotá”, un libro que ya puede considerarse un clásico de la literatura de espionaje transcontinental.  


 

 

Historia secreta de un espía ruso en Bogotá.

Alberto Donadío.

Sílaba Editores

Colección: Sílabas de tinta.

Reportaje

2017

Pág. 160

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[one]Alberto Donadío desvela dentro del escenario colombiano y a través de su libro “Historia secreta de un espía ruso en Bogotá”, una serie de acontecimientos dignos de un guion de película.[/one]

 

Alberto Donadío. Foto archivo particular
Alberto Donadío. Foto archivo particular

 

Es más, podríamos afirmar, al igual que el autor,  que parte de la caída del muro de Berlín en el siglo pasado, se debe a una serie de sucesos que se desarrollaron en ciudades como Bogotá, Bucaramanga y otras.

Al leer este libro el lector no puede evitar preguntarse en silencio: ¿espionaje? ¿soviets en Colombia? ¿Cohetes? ¿Confrontación mundial? Si. Esto y más.

 

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Inquietudes que embargaron la mitad del siglo pasado hasta el comienzo del nuevo,  en las que todo buen lector, no solo del género de aventuras policiales sino de periodismo narrativo, debe sumergirse para ubicar la injerencia de país en ese escollo de talla atómica.

Todo lo narrado con la pluma de Donadío es certificado por la historia.

 

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Un bello libro que contiene diplomas, certificados, fotos familiares como copias fieles, además de una rigurosa investigación que unió tres continentes para dar coherencia y maestría al cuerpo textual, y  que alza este libro a un clásico de la literatura de espionaje transcontinental.

En esencia es la relación de esos grandes diplomáticos con otras súper potencias, las mujeres. Féminas que siempre estuvieron en resoluciones de conflictos internacionales, pero también en los meollos que involucraron no solo el secretismo más codiciado sino también los corazones y sentimientos de esos hombres claves.

 

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Idilios paralelos entre el amor personal y una guerra que se avecinaba entre el Tío Sam y la madre Rusia, como personificaban cada uno, sus esfuerzos para sostener sus propios sistemas imperialistas.  

Y no solo mujeres fachadas, sino verdaderos asuntos que permitieron ganar la guerra de un lado y no de otro, fuese este la KGB para Rusia o la CIA para Norteamérica.

 

 

Así, solo para antojar, es enigmático que espías como Adolf Tolkachev, cuya iniciativa sirvió para que Estados Unidos se diera cuenta de que los Soviets no tenían un sistema de armamento tan sofisticado, fuera motivado por una pasión personal:  vengarse del comunismo por la muerte de los padres de su esposa.

Hecho que tiene como enlace Bogotá, especialmente el arribo a Colombia de otro espía posterior llamado Aleksandr Ogorodnik  en el año  1971,  donde este doble agente de talla mundial conoce  en el embalse de Neusa a Pilar Suárez Barcala.

 

 

Y así una serie de relaciones sentimentales que, con múltiples identidades, influiría históricamente en la victoria del capitalismo sobre el comunismo, y que hoy, a pesar de las aparentes guerras ganadas, aun se sigue ese juego nervioso de espías, que van y vienen, transfiriendo mapas, planos de armamento, secretos militares de alto nivel, y demás, en pleno corazón de Colombia y las capitales de Latinoamérica.

Sílaba Editores nos transporta, desde una narración real en los anales de la historia del país, a una aventura que sucedió y sigue sucediendo como lo es el juego de patriotas.

 

 

Todo aquel que empieza a leer este libro de Alberto Donadío no deja de hacerse preguntas, del por qué nuestro país es tan geopolíticamente estratégico y tan codiciado por los que venden secretos del sur, hacia el norte o el oriente del hemisferio.

 


 

 

La llegada de uno de los tantos habitantes de la vereda Betulia a Long Island, New York

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Esta colonia de betulianos en Estados Unidos es la  más grande del sector. A mediados de los   años ochenta alcanzaban casi  200 personas.  Carlos Londoño llegó en septiembre de 1984 y esta es la historia de su aventura.


 

 

 

Fogtografía Diego Val
Fogtografía Diego Val

 

Todo empezó cuando la familia Londoño, asentada en Betulia Baja, vereda del corregimiento de Arabia  al sur occidente de Pereira,  se enfrentó al dilema de repartir el dinero de la venta de su única posesión, una finca llena de caturros de café y plataneras desperdigadas.

El viejo Londoño, no solo repartió la herencia como el padre bondadoso, sino que entregó un consejo que cambiaría la vida de sus hijos:

mijos, este dinero que les entrego, es para que se vayan al exterior, y cuando estén allá ayuden a los de la casa. Lléveselos para allá. Para que progresen.

Los hermanos, José, Oscar, Jesús y Carlos pensaron que el viejo estaba melancólico y llegaron a planear en comprar otros terrenos, pero en consenso decidieron que era mejor seguir la voluntad del padre.

 

 

Fotografía Edgar Linares
Fotografía Edgar Linares

 

Así escogieron a Carlos, el mayor, para hacer el viaje a Estados Unidos, y lo primero que hizo este hijo aplicado fue arreglarse los dientes, sacar el pasaporte y comprar ropa nueva. Era abril de 1984 y ya todo estaba decidido.

Fue la primera vez que Carlos montó en avión, y  lo impresionó. Recuerda bien el día, era el 29 de septiembre de ese mismo año. Tomó el avión en el aeropuerto Matecaña, y cuando despego ese “pájaro” sintió un vacío en su estómago.

A su lado, iba una  reina de belleza de Perú, que también asustada, se agarró  de él, y no lo soltó sino un par de minutos después. Él le transmitió confianza a la reina, y también a la azafata que estaba de infarto.

Al llegar a Bogotá, con escala en Medellín, partió rumbo a México para entrar al país del norte por el llamado Hueco. Su asesora lo instruyó diciéndole que cuando llegara a migración en México dijera que estaba de paseo, aunque previamente lo había preparado asegurándole que lo iban a tildar de narco, y todo eso, pero que debía llevar dinero para sobornar a los funcionarios, en  caso que se presentara algún problema.

Además, fue enfática:

“por nada del mundo vayan a comer chile, por si les ofrecen”

 

Por los caminos de Betulia. Fotografía Edgar Linares
Por los caminos de Betulia. Fotografía Edgar Linares

 

De la capital partieron a Chihuahua, y de ahí al paso fronterizo de Aguas Claras. Carlos recuerda que veía el desierto de Arizona, y lo contrastaba con los cafetales tan fértiles que había en Betulia.

Eh ave María, ome, esto es puro desierto.

“El coyote”,   que les  indicaba como cruzar el Hueco les dijo  que debían pagar un hotel barato, y que los esperaba a la madrugada para cruzar la frontera, pero debían vestirse de negro. Y así sucedió.

Al otro día cruzaron el paso a pie en tan solo 20 minutos, bajo el ruido de las aves y las dunas del árido desierto, pero una redada de migración hizo que de las trece personas que intentaban lograr el sueño americano, se llevaran a diez, Carlos pudo escapar y llegar sano y salvo a la capital de Arizona.  

 

Por los caminos de Betulia. Fotografía Edgar Linares
Por los caminos de Betulia. Fotografía Edgar Linares

 

El efecto de la nicotina hizo que Carlos saliera del hotel en Phoenix a buscar cigarrillos.

No encontró tiendas como las de Betulia o Altagracia, pero si una máquina expendedora de cigarrillos. Insertó monedas, pero no sucedió nada. Con el deseo de fumar tan fuerte, esperó a ver cómo funcionaba la máquina. Hasta que llegó un gringo, insertó las monedas, bajó la palanca y salió una cajetilla de cigarrillos con fósforos incorporados.

La alegría fue total. De Phoenix pagó el avión a Chicago que le costó 350 dólares, y después  otro que lo llevó hasta New York. Una vez en La Gran Manzana, se acordó como en Pereira tomaba un taxi, y silbó como arreando mulas.  Cuando dijo que iba para el Bronx, el taxista se negó:

“No, no, i dont go place. ¡Get out!”

 

Tiendas y negocios a la entrada de Betulia. Fotografía Diego Val
Tiendas y negocios a la entrada de Betulia. Fotografía Diego Val

 

Y sin pensarlo se bajó y tomo el Subway, o tren, y llegó hasta Penn Station, un terminal 5 veces más grande que el de Bogotá. Allí necesitaba llegar hasta el Bronx, y al pedir ayuda con la dirección, un turista llamó a un policía. A Carlos le temblaban las piernas.

Este le ayudó, y pudo llegar hasta el distrito de Manhattan. Allí entró a desayunar, pero al no encontrar arepas ni buñuelos, decidió pedir su bebida favorita: “Coffe, Please  y un mufin”, y mientras tomaba el café mañanero otro policía se sentó a su lado, y se le quitó el hambre por completo.

Se dirigió a buscar la dirección que le habían dado, la casa  de un tío del cantante Darío Gómez. Le ofreció la ayuda completa, y por fin pudo llegar a Long Island donde estaba la colonia de betulianos más grande del sector, casi 200 personas. También había de  corregimientos y veredas cercanas como  Arabia, La Selva, La Palmilla, entre otras.

 

Fotografía Diego Val
Fotografía Diego Val

 

Carlos nunca olvidó la promesa de ayudar a su familia, y su primer trabajo fue arreglar tablas en una base de la marina norteamericana, un proyecto interoceánico donde le pagaron bien. Pudo empezar a ahorrar, para traerse a sus seis hermanos restantes.  

Fueron dos  años de trabajó duro  para lograr cumplir el deseo del viejo Londoño, hasta que, por fin, pudo legalizarse gracias a una amnistía emitida para los inmigrantes en 1986. Los papeles para ese proceso le constaron 35 dólares.

Con el pasar del tiempo montó una empresa de estuco veneciano y plaster. Juntó dinero y mandó por toda su familia que ahora están en Estados Unidos, viviendo el sueño americano, trabajando de jardineros, manejando autos  y comprando cosas para vender.

 

Fotografía Diego Val
Fotografía Diego Val

 

Así, siendo fieles a la tierra que los vio nacer, y a su lugar de origen, no solo los Londoño, sino los Betancurt, los González, y otras familias del sector que están en Estados Unidos, vienen a la vereda los diciembres a repartir regalos a los niños, celebrar los días especiales a lo grande, y a adornar eso viejos caminos que los vio crecer, partir y regresar.   

 

Casa de los Betancurt en Betulia. Fotografía Edgar Linares
Casa de los Betancurt en Betulia. Fotografía Edgar Linares

 

Ahora se sabe que de cada familia que vive en Betulia, por lo menos  hay  3  personas en Estados Unidos. Y por eso en esta vereda de Pereira, se habla inglés y se mueven dólares, gracias a un sueño que nació en el corazón de un padre por ver a sus hijos prosperar sin olvidar la tierrita.

 

Fotografía Diego Val
Fotografía Diego Val

 


 

César Sampedro: La historia del hombre que por décadas ha pedaleado en su bicicleta alemana

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Desde 1978  empezó a “engallarla” con  calcomanías, banderas, colores, monos y  muñecos infantiles que se cuenta por decenas. Hoy en día pertenece al imaginario turístico del pueblo.


 

Fotografías: Diego Val

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Hace más de 50 años, recuerdan algunos de los habitantes, el parque Los Fundadores de La Virginia no era un parque sino un terreno despejado lleno de garrapateros y perros callejeros.

Un lugar que por esos tiempos no divisaba nada especial, hasta que a este pueblo cañero al borde del río Cauca comenzó a recibir importaciones en barcos para la industria azucarera.

Entre los enseres traídos por migrantes, un par de japoneses desembarcaron una bicicleta alemana marca Bauer para su desplazamiento personal por el pueblo, pero años después fue vendida y adquirida por el señor César Sampedro, que, desde su llegada a La Virginia, a mediados de los años 70, empezó a usarla como transporte para su trabajo.

Con el tiempo  se volvió la bicicleta para sus aventuras personales, incluso desplazándose hasta Cartago en ella.

El velocípedo adquirió kilometraje, pero también ornato, ya que desde 1978, César Sampedro empezó a “engallarla” con calcomanías, banderas, colores,  monos y  muñecos infantiles que se cuenta por decenas.

El “nuevo objeto” deambulando por calles y caminos  comenzó a ser admirado por los vecinos de La Virginia, como se bautizó el pueblo, según algunos,  en homenaje a Virginia, la esclava del palenque Nigricia, que se destacó por su gran valor.

 

Fotografías: Diego Val

 

El viejo, como lo nombran, mientras escucha boleros mexicanos en la frecuencia AM, recuerda que día tras día iba al parque principal del pueblo, hasta que se aburrió y se desplazó hasta el llamado Parque de Los Fundadores, que hoy es un espacio de unos cuantos metros, sin ningún atractivo, salvo las estatuas doradas de bronce que el escultor Juan Esteban Álzate Ramírez elaboró de los esclavos cimarrones más representativos de Nigricia.

Y por supuesto,  su bicicleta, que según él, es conocida en todo el mundo, especialmente por fotografías que mandan vía  WhatsApp los turistas o habitantes que lo conocen.

El viejo lleva 17 años yendo y viniendo al parque con la rutina de un santo: de seis a ocho de la mañana. Se levanta, se baña y se va para el lugar. A la 11:30 va a almorzar a la casa,  se queda  hasta la 1:30 de la tarde,  y de nuevo al parque hasta las 5:30  cuando ya se dirige hacia su casa a descansar.

Todos lo conocen en el lugar, pero él no conoce a nadie.

 

Fotografías: Diego Val

 

Con las justas, sabe que han emplazado, sin consultar con él, las estatuas de Virginia, la Pancha, La Canchelo,  el neroniano Juanchito Marín y demás personajes de la historia de Nigricia, que el alcalde Nelson Palacio Vázquez mandó a hacer recién en el año 2015.

Porque antes de poner los monumentos de esos aguerridos héroes, era su bicicleta, como réplica, que iban a usar como símbolo del parque.  Al final no sucedió.

Pero César Sampedro, es ahora el símbolo más representativo del lugar y porque no, de La Virginia.  En su velocípedo ha montado Martín Emilio “Cochise” Rodríguez, El Caballero Gaucho  y uno que otro alcalde de las administraciones del pueblo.

 

Fotografías: Diego Val

 

Al hablar con él, se jacta de no tener pensión, pero tiene un caballito de acero que le da sentido a su vida, y, es más, es su segunda esposa, pues desde que la tiene jamás la ha abandonado.

Tiene tres hijos y ahora piensa sobre quién será el próximo heredero de su preciada bicicleta, que ahora pertenece al imaginario turístico del pueblo, y del municipio de Risaralda.  El viejo, vive en el parque, ahí llega todos los días arreglado como para una boda, escuchando su música favorita, los tangos y los boleros, que lo transportan a La Virginia de mediados del siglo XX.