Se nos han dado multitud de instrucciones acerca de cómo relacionarnos socialmente para detener la progresión de los contagios de la covid-19. Incluso muchas de estas restricciones o pautas han quedado consignadas en decretos del orden nacional o local. Se han promulgado leyes, se han desperdiciado recursos en campañas publicitarias o en insulsos mensajes de texto enviados a cada teléfono móvil: #quédateencasa.
Se ha disparado el uso de geles y alcoholes, de tapabocas desechables y máscaras de acrílico. Es más: al comienzo de la pandemia, se puso de moda usar guantes, hasta que alguien con el tiempo suficiente para razonar, en esta cascada de acontecimientos que no dan espacio a la razón, dijo acertadamente los guantes aumentaban el riesgo que pretendían conjurar.
Nos quejamos del aislamiento, pero lo perpetuamos en el uso cada vez más irracional de los dispositivos digitales.
No queremos esta avalancha de negatividad y miedo, pero replicamos cada una de las noticias falsas, alarmantemente falsas, que aumentan la incertidumbre al respecto de una situación de por sí bastante incierta.
O, aunque no sean noticias falsas, nos dedicamos como nunca antes a llevar el recuento de enfermos y muertos por covid, y a enviar las notificaciones de estos eventos minuciosa y maniáticamente a nuestros grupos y contactos de whatsapp, por ejemplo, cosa que no hicimos jamás ni siquiera con el cáncer o el sida.
El encierro nos afecta, pero, en realidad, tampoco cumplimos a cabalidad con él.
Los centros comerciales permanecen llenos, y los clubes privados también, para dar solo un par de ejemplos. Son espacios de otra tierra, o de otro mundo, uno en que, a juzgar por la desenvoltura y relajación de sus habitantes, no existe la covid ni virus parecido. Son lugares para escapar a la sentencia del aislamiento social que, a la postre, terminará por desquiciarnos.
Lo hemos calculado todo, o casi todo, al respecto de las bajas en el PIB, el desempleo, y diferentes proyecciones que olvidan que el ser humano es un ser social por definición, y que aislarlo hará que su ya debilitada psiquis colapse.
La neurosis se ha apoderado de los hogares porque, para rematar, en lo único que somos estrictos es en el cierre de las escuelas y colegios. Es decir, las familias con hijos pueden ir a centros comerciales, a escenarios deportivos y a clubes privados, pero los chicos no pueden asistir a la escuela, o por lo menos no de una manera suficiente que los libere a ellos y a los padres de la condena de permanecer juntos y encerrados día tras día.
Una amiga decía, y creo que tiene toda la razón, que parte importante de las razones por las cuales los padres enviamos los hijos a un colegio es para vivir sin ellos, por espacios de tiempo largos y planificados, para que ambos podamos hacer nuestras vidas. Es decir, pagamos para que los supervisen mientras nosotros vivimos.
En los países con sistemas sociales más fuertes que el nuestro, el Estado se hace cargo y no es menester costear los estudios básicos, pero para efectos de esta situación da igual, el hecho es que estamos imponiendo a los hogares una carga excesiva de permanencia que amenaza con desestabilizar tanto a los mayores como a los menores de edad.
¿Y cuál es la razón sustentada científicamente para que en Colombia permitamos las actividades en centros comerciales y clubes privados, pero no habilitemos (u obliguemos) a las escuelas públicas y privadas a funcionar?
En otros países fuertemente afectados por la pandemia como los europeos o el mismo Estados Unidos, la asistencia a la escuela sigue siendo una prioridad social. Entiendo, por lo que he leído en artículos escritos por científicos sociales de los periódicos de esos países, que sociológicamente mantener las escuelas abiertas es un objetivo primordial: salud física y mental para los hijos, y estabilidad emocional y psicológica para los padres.
No se trata solo de la posibilidad de tener una jornada de trabajo en total concentración, sin tener que estar supervisando la actividad digital de los niños que, pese a todos nuestros esfuerzos, practican video-juegos o ven videos al tiempo que silencian el micrófono y apagan la cámara de su salón de clase virtual. Es que los más chicos necesitan socializar, y además que la calidad del conocimiento impartido es tan deficiente que uno podría decir que no están aprendiendo nada.
No se trata necesariamente de deficiencias en las instituciones, éstas hacen lo que pueden. Es que el sistema de educación virtual, a mi juicio, no funciona, ni siquiera a nivel universitario. Sino, pregunten por la deserción en las universidades, y no todo se debe a indisponibilidad de recursos. Tanto los profesores como los alumnos están exhaustos y hartos de esta vida simulada a través de una pantalla.
“Cuando la maestra habla, apago la cámara y lavo los platos”. Una imagen tomada de un artículo de lemonde.fr escrito por Alice Raybaud
Si de prioridades se trata, salvaguardar la estabilidad psicológica de las familias debería estar en el primer reglón. Con la población joven desadaptada y con deficiencias cognitivas, y los adultos en edad de trabajar, tensionados y cargados de obligaciones (exceso de trabajo, aumento de las deudas y baja en los ingresos, incertidumbre, deber de hacerse cargo, también, de los adultos mayores, etc.), entre las cuales una de las más extenuantes es sobre vigilar a los hijos, la sociedad y su economía, a la que tanto calculamos el PIB, el desempleo y otros indicadores “duros”, está a punto de colapsar.
El 24 de noviembre de 2016 se firmó en el Teatro Colón en Bogotá el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera por parte del entonces presidente Juan Manuel Santos y el máximo comandante de las Farc, Rodrigo Londoño.
Apartadó, en la región del Urabá, es una ciudad incrustada en una inmensa bananera. Sobre la avenida principal hay grandes centros comerciales, un montón de pequeños negocios, vendedores ambulantes, edificios en construcción, hoteles, bancos, iglesias. Cada tanto cruzan camionetas cuatro por cuatro nuevas, empantanadas y con los vidrios oscuros.
Por alguna de estas calles, el 23 de enero de 1994, se movieron los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que asesinaron a treinta y cinco personas en el barrio La Chinita. Por alguna de estas calles se movieron a mediados de septiembre de 2016 Iván Márquez y otros de los líderes guerrilleros que viajaron desde La Habana para contar la verdad y pedirles perdón a las víctimas de esa masacre. Por alguna de estas calles se desplazó Joverman Sánchez el 21 de enero de 2019 para contar su versión sobre el macrocaso Urabá ante la Jurisdicción Especial para la Paz. Por otra caminó Amado Torres, un líder social asesinado en un corregimiento cercano el 29 de febrero de 2020, el mismo día que Iván Duque visitaba la ciudad.
―Acá no respetan las normas de tránsito, toca tener cuidado.
Eso nos dice Pilar Plaza mientras avanzamos por el centro buscando la salida hacia el sur. Pilar es una española que hace parte de la diócesis de Apartadó y que lleva más de treinta años recorriendo el Urabá y acompañando a comunidades víctimas del conflicto. Ella nos llevará hasta una de las zonas de reincorporación de los excombatientes de las FARC.
En noviembre de 2016 el Estado colombiano y la guerrilla de las FARC firmaron el acuerdo para la terminación definitiva del conflicto. Como parte del proceso de reincorporación a la vida civil de los exguerrilleros acordaron establecer veintitrés Zonas Veredales Transitorias de Normalización que luego llamaron Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación distribuidos en regiones apartadas del país donde la guerrilla tuvo presencia.
Mutatá queda a ochenta kilómetros al sur de Apartadó. Es un municipio pequeño con las calles abarrotadas de gente y el sol belicoso apenas entrada la mañana. Antes de llegar al pueblo una carretera destapada que atraviesa potreros sin vacas se desvía hacia el oriente, internándose en la Serranía del Abibe.
Dos kilómetros montaña arriba, en dirección al Nudo de Paramillo, se encuentra el Espacio Territorial de San José de León: una calle larga pavimentada rodeada de casas de madera y ladrillo. En frente de las casas se ven materiales de construcción amontonados. A un lado, discoteca, billares y una tienda bien surtida. El cobertizo de la tienda sirve de salón de clases; un hombre adulto, una mujer adulta y dos niños sentados en taburetes de madera escuchan atentamente las explicaciones de la profesora delante de ellos.
Pasando la calle está el salón comunal y también un pequeño parque infantil y unos estanques de peces; un chapoteo anaranjado se advierte en la superficie del agua mientras un hombre sin una pierna apoyado en una muleta lanza puñados de comida. Detrás hay un terreno enmontado que se prolonga hasta una zona boscosa. Entre los árboles se distinguen algunas casas. Al fondo, por la carretera que desciende zigzagueante desde la parte alta de la vereda, aparece un hombre seguido por tres perros que camina hacia el caserío mientras desde las casas otros hombres y mujeres levantan las manos para saludar. Cuerpo menudo, camiseta, bluyín y botas color café.
Joverman Sánchez. Fotografía / Cortesía
Joverman Sánchez, mejor conocido como “Rubén Cano” o simplemente el “Manteco”, es un firmante del proceso de paz y líder de los exguerrilleros de la comunidad de San José de León. Tiene 50 años, de los cuales pasó 32 en la guerra. Nos invita a seguir hasta una cabaña hecha de madera con techo de paja ubicada al lado de unos estanques llenos de peces. Los perros se quedan afuera.
― ¿Entonces ustedes me van a entrevistar? ―nos dice mientras acerca una silla plástica― Espere un momentico, miremos primero cuál es el tema, quiénes son ustedes y de dónde vienen.
Luego de escuchar las presentaciones ―dos reporteros y un camarógrafo―, sin levantarse de la silla saluda a dos exguerrilleros que llegaron para acompañarlo durante la entrevista. Uno de ellos tomará apuntes y el otro estará sentado asintiendo a los comentarios de Rubén.
Luego dice:
―Es que a nosotros nos ha tocado muy duro con algunos periodistas. Hace días me hicieron una entrevista preguntándome por lo de Dabeiba; yo dije que todos los grupos armados, legales e ilegales tienen responsabilidad. Ya los medios empiezan a difundir que yo tenía que ver con las fosas de Dabeiba, dan a entender que yo tenía que ver con las fosas. Yo digo, para qué da uno entrevistas a un periodista así. Hay mucha desinformación. Las autoridades y los medios han dicho que tenemos minería ilegal, laboratorios… Tomen fotos todas las que quieran y hagan las preguntas que quieran, aquí no escondemos nada.
Rubén, quien fue comandante del frente 58, hablará insistentemente durante la entrevista de los enemigos de la paz, de promesas de campaña que ofrecían hacer trizas los acuerdos y de los montajes que, asegura, le han hecho para sacarlo del proceso:
Agosto de 2018: “la gobernadora de Córdoba asegura que alias ´Manteco´ estaría liderando disidencias de las Farc entre sur de Córdoba y Antioquia”.
Marzo de 2020: “Joverman Sánchez, un exjefe de las Farc que se movió durante años en Urabá, es el nuevo aliado de Otoniel, el jefe del Clan del Golfo y el narco más buscado del país”.
“Es claro que es un montaje, un falso positivo judicial. Están atacando el proceso de paz. Hay intereses desde el alto gobierno. Los hechos dicen que son así, maneja el discurso de paz, pero sabemos que no están comprometidos con la paz. Desafortunadamente, hay personas dentro del Ejército y la Policía que se prestan para esto. Acá hay unos intereses de atacar la paz, de no permitir que sigamos dando la pelea política”. Manifestó Rubén durante una entrevista a Semana el 3 de abril de 2020. Este era uno de los medios que lo señalaba de tener vínculos con Otoniel, máximo jefe de las Autodefensas Gaitanistas, otrora enemigas a muerte de las FARC.
Después de firmar los acuerdos, el 2 de enero de 2017, ciento treinta exguerrilleros llegaron a la vereda Gallo, en el sur del departamento de Córdoba. Fotografía / Archivo
***
Después de firmar los acuerdos, el 2 de enero de 2017, ciento treinta exguerrilleros llegaron a la vereda Gallo, en el sur del departamento de Córdoba, para iniciar el proceso de preparación para la reincorporación a la vida civil.
―Llegamos y no había nada ―dice Rubén. La espalda erguida, los pies cruzados, la mirada fija―. Cuando nosotros llegamos a Gallo, solamente se había hecho el arrendamiento de la tierra, no había una estaca siquiera para medir cuánto era la zona. No teníamos agua. Pudimos acampar y armar los plásticos porque traíamos las maderas de donde estábamos.
Pero las dificultades no solo tenían que ver con la falta de infraestructura y servicios básicos; también, con la propiedad de la tierra, el espacio se había establecido sobre una zona protegida dentro del parque nacional natural Paramillo imposibilitando la realización de proyectos productivos y la legalización del predio.
―Entonces ya la gente con esa incertidumbre empieza a decir que no va más ―continúa Rubén―. Más de la mitad se fueron. Un grupo muy grande salió por los lados de san José de Apartadó, ahí están haciendo su proceso de reincorporación. Hubo gente que se fue para Puerto Valdivia, hubo gente que se fue para Medellín, hubo gente que se fue para Saiza. Los guerrilleros eran en su mayoría del campo y con seguridad dueños de tierrita, o que el tío o que la mamá o que la novia, entonces tienen donde llegar, la gente buscó otra vez su familia. Nos resistimos otro tanto, de esos otros, fuimos cincuenta y seis los que nos vinimos para San José de León.
Rubén parece tener una particular afición por las fechas y las cifras, puede mencionar con exactitud el año, el mes y hasta el número de horas que caminaron en medio de algún combate, o hacer un análisis rápido de los proyectos de piscicultura que lidera junto a sus compañeros: número de estanques, cantidad de peces, precio de compra y utilidad por exguerrillero. Ahora suelta una cifra que nada tiene que ver con peces: asegura que el noventa por ciento de los exguerrilleros siguen firmes con la paz. Y no se equivoca.
El informe de septiembre de 2020 de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN) dice que, de los 13.936 desmovilizados de las FARC, 13.098 siguen en el proceso de reincorporación. De estos, 2.626 viven en los antiguos ETCR, 9.532 viven por fuera de estas zonas, mientras que 911 no se sabe dónde están. En las cifras de la ARN no aparecen los más de 200 exguerrilleros asesinados.
Ahora habla de los asesinatos y los disidentes:
Las casas las hicieron con la madera que encontraron en el terreno; unos la cortaban, otros la cargaban y otros empalmaban los cuartones. Fotografía / Archivo
― Durante el proceso de la firma de paz creo que van más de seiscientos líderes sociales asesinados, a esto sumado los exguerrilleros firmantes del acuerdo, son cifras escalofriantes y no creo que sea cosa del pasado y que ya va a mejorar, antes está empeorando. Por estas razones, por el incumplimiento del gobierno o la demora para materializar los acuerdos hay exguerrilleros que se han vuelto a armar. Yo lamento mucho la decisión de los camaradas que decidieron volver a las armas, porque me parece a mí que con volver a las armas se ha perdido un tiempo o una posibilidad de dar la pelea por otros medios, pero cuando no hay garantías, obligan a la gente a volver a las armas.
El día que llegaron a San José de León, en septiembre de 2017, se encontraron con un terreno enmontado y empantanado atravesado por un camino de herradura. Cuenta Rubén que la tierra la compraron entre todos con los dos millones que le dio el gobierno a cada exguerrillero, que llegaron a dormir en caletas y que a los pocos días se hicieron presente la diócesis de Apartadó, la alcaldía de Mutatá y algunos empresarios dispuestos a ayudar. Que las casas las hicieron con la madera que encontraron en el terreno; unos la cortaban, otros la cargaban y otros empalmaban los cuartones, en seis meses tenían veinte casas. Que se alimentaron con los cerdos, las gallinas y los carneros que habían levantado y con los racimos de plátano y los bultos de yuca que les regalaban los campesinos de la región. Que para abrir la carretera hicieron convite; y luego, para pavimentarla, la alcaldía y la gobernación pusieron el dinero y ellos la mano de obra.
Han pasado más de dos años desde que llegaron a San José. La carretera está casi terminada, solo faltan un par de tramos por pavimentar, pero ya están trabajando en ellos. Hay cuarenta y dos casas para cincuenta y ocho familias, poco a poco han ido reemplazando tablas por ladrillos. Los proyectos productivos están arrancando. Hay cuarenta lagos de peces para cuarenta y cinco mil alevinos. Hay galpones con pollos, huertas y una incipiente idea de ecoturismo. Han hecho buenas relaciones con los antiguos pobladores de la vereda, incluso los han vinculado a algunos de los proyectos.
― Pregúntele a la gente de la vereda por nosotros ― dice mientras retira el micrófono que el camarógrafo le había colgado para la entrevista. Su rostro se relaja un poco.
Pilar Plaza, que estuvo todo el tiempo de la charla sentada al lado de Rubén, contesta:
― Yo he estado en reuniones arriba, con la presidenta y con la junta de la vereda, el testimonio es que han descubierto el beneficio que para ellos ha sido que ustedes vengan. A ellos les ha ido bien, meramente la atención que han tenido, que jamás tuvo la vereda. Además, se les ha facilitado el transporte, se les han facilitado muchas cosas, y ustedes también los tienen en cuenta para todo.
― Y podemos hacer muchas cosas más si nos unimos ―concluye Rubén, relajando completamente el ceño. Ya sin micrófonos decide contarnos un par de historias de su época en el monte.
Empieza por hablar del día que tuvo a Carlos Castaño a tiro de fusil en el cerro de las Nubes, el 28 de diciembre de 1998. Dice que murieron dos soldados del ejército que escoltaban a Castaño, que el tipo salió corriendo y se escapó por un desecho y que finalmente lo recogió un helicóptero en Cadillo, al sur de Córdoba.
Luego habla de la batalla de Tamborales en Riosucio, Chocó, el 14 de agosto de 1998. Ese día, sostiene, murieron más de 40 soldados del ejército.
Rubén tiene razón, todos los grupos armados, legales e ilegales, le han hecho daño al país. Pero esto es lo asombroso del proceso de paz. Hace algunos años estos hombres andaban disparando en montañas y pueblos, ahora levantan casas, piensan en proyectos productivos, caminan la vereda empujando carretas cargadas de cemento. Ellos saben que los señalan, que podrían morir por apostarle a la paz como ya ha pasado con algunos de sus compañeros, pero la esperanza persiste. Aunque con dificultades, siguen esforzándose por cumplir lo acordado.
Rubén se despide y sale de la cabaña. Nosotros decidimos hacer otro recorrido por el caserío. El hombre sin una pierna terminó de hacer su trabajo. Ahora está sentado adentro del salón comunal frente a frente con un universitario que vino desde muy lejos para convertirse en el profesor de la escuela. Ambos se miran detenidamente: los codos sobre la mesa, la muleta recostada en una banca, las piezas del ajedrez listas en el tablero.
El pasado jueves 19 de noviembre, hacia las 2:00 de la tarde, un transeúnte se percató del cuerpo sin vida del joven Yan Carlos Franco Correa, en El Viacrucis, cerca de la Calle de Las Aromas, en el sector conocido como Acequia, camino serpenteante y envuelto en maleza que conduce al barrio La Esneda, Dosquebradas, y que colinda, en la parte baja, con la Avenida del Río. Al momento del levantamiento, el cuerpo no pudo ser identificado y entró a Medicina Legal como NN, según versión entregada a la prensa, sin que se le informara a la opinión pública y a su hermano que al parecer el joven había sido golpeado y que aquella, la única herida en su cuello, le había causado la muerte de forma violenta, en un lugar donde meses antes habían encontrado el cuerpo de una mujer en similares circunstancias.
Sobre la variante Turín-La Popa, se oculta este canal de agua que conduce al barrio La Esneda, allí se han instalado consumidores y expendedores de droga que muchas veces salen a la Zona Rosa, a La Badea, a este lugar de esparcimiento y rumba donde confluye un número considerable de personas, en especial adolescentes, para hurtarles sus pertenencias.
Foto: Barrio La Esneda. Fuente, Google Maps.
Foto: Avenida del Río, puente que comunica en la parte baja al barrio La Esneda, entre Pereira y Dosquebradas. Fuente, Google Maps.
Se espera que este no sea un caso más donde un adolescente pierde la vida por un objeto insignificante como un celular.
El joven Yan Franco pasó, de sus 18 años, más de 10 años bajo custodia del ICBF y estaba declarado en adoptabilidad. Estudiante de grado 11, pronto a graduarse del bachillerato diurno en la institución educativa Deogracias Cardona, sus amigos, quienes esperan celeridad en las investigaciones, aseguran que su carácter era jovial y propio de un muchacho que guarda esperanza en su futuro.
El día sábado fue entregado el cuerpo a la Fundación Mundo Hermano de Pereira, su hogar desde niño; ese mismo día fue la misa y las exequias, y a la casa ubicada en la calle 17 con carrera 4 –Nº 4-48- volvieron sus amigos, derrotados por la violencia que ahora deja entre sus víctimas a un ser querido.
Frente al silencio de las autoridades, muchos de ellos se acercaron a encender cirios y elevar oraciones al lugar donde el CTI había hecho el levantamiento, el día lunes 23 y encontraron muchas de sus pertenencias, un zapato, la cadena que se había puesto, el arete que lo distinguía, lo cual simboliza un desprecio por parte de las autoridades y un desconocimiento de los protocolos mínimos a la hora de acordonar y levantar el cuerpo, lo cual pone en peligro la investigación y abona el camino a la impunidad.
¿Por qué no se pronuncia el ICBF, el Defensor de Familia, la Fundación Mundo Hermano de Pereira? ¡Qué solos se quedan los muertos!
El XXVI Concurso de Cuento Infantil Ilustrado, Comfamiliar Risaralda fue una experiencia que permitió a los jurados conocer y entender muchos de los contextos y culturas vivas de nuestro departamento, asimilando cada cuento como la pieza de un rompecabezas que construye nuestra identidad.
Se encontraron particularidades desde los perfiles tanto marcados por la edad como por el contexto, esto permitió entender el proceso de escritura como un fenómeno de transición entre diferentes estados del que escribe, en relación con su situación: emocional, familiar, social y económica. De ahí la importancia del mismo concurso.
Imagen, fragmento del cuento | Segundo puesto: Samuel Gallego Eusse (La Vida y la Muerte son Amigas). CATEGORÍA DE 9 A 12 AÑOS
En estos cuentos se identificó una cultura que se transforma y que ha renovado muchos de sus mitos, adhiriendo las nuevas tecnologías y formas de hacer en el mundo, encontrando en los relatos elementos que dan testimonio de una época para quienes los lean en la posteridad.
Las miradas de mundo que tienen los participantes reflejan las preocupaciones, condicionamientos y percepciones que estos mismos tienen, dando como resultado una radiografía muy amplia de las situaciones de vulnerabilidad y conflicto que hay en nuestro país.
Imagen, inicio del cuento | Tercer puesto: María Guadalupe Virgen Moncada (La Batalla Contra El Rey Coronavirus). CATEGORÍA DE 9 A 12 AÑOS
En muchos de los cuentos se encontró que este concurso fue la oportunidad para contar situaciones que trascienden la concepción del mundo infantil. Algunos escritores sobre el conflicto armado; escribieron desde el dolor y la angustia. Otra de las variables narrativas fue la pandemia causada por el coronavirus. Muchos de los niños mostraron desde sus relatos la preocupación que les genera la actual situación de salud pública.
Las narrativas son variadas y dialogan constantemente desde posturas que rescatan y hacen referencia a una memoria colectiva.
Imagen, portada del cuento | Primer puesto: Daniela Marín Dávila (Un Burro que no sabe ni la U). CATEGORÍA DE 5 A 8 AÑOS
Los criterios que se tuvieron en cuenta dentro del XXVI Concurso de Cuento Infantil Ilustrado fueron: coherencia en el texto y la ilustración de acuerdo a la narrado, originalidad y una extensión mínima de 5 páginas, incluyendo ilustraciones.
Después de un mes de lectura de 227 cuentos, divididos entre los tres jurados, se establecieron los escritos premiados de acuerdo a las categorías y los premios que Comfamiliar Risaralda otorga: primero, segundo, tercer puesto y una mención de honor por cada categoría: de 5 a 8 y de 9 a 12 años.
Categoría de 5 a 8 años Primer puesto: Daniela Marín Dávila (Un Burro que no sabe ni la U). Segundo puesto: Victoria Gutiérrez Londoño (El Carrito Feo). Tercer puesto: Dylan Alejandro Correa (El Dinosaurio Miedoso). Mención de honor: Jerónimo Marín Loaiza (La Huerta de los Abuelos).
Categoría de 9 a 12 años Primer puesto: Juan David Mojica (Ocarino. Un Mundo Mágico). Segundo puesto: Samuel Gallego Eusse (La Vida y la Muerte son Amigas). Tercer puesto: María Guadalupe Virgen Moncada (La Batalla Contra El Rey Coronavirus). Mención de honor: Abraham Fajardo Carvajal (La Noche en que Nadie Durmió).
Como constancia, firmaron este documento los tres jurados del Concurso.
Juan Eduardo Gómez, Diana Lorena Ortega Valencia y Ana Lucía Cardona
Texto, Sara Zuluaga García. Ilustración, María José Porras. Publicado por Baudó Agencia Pública
El vecindario como un lugar de afectos y recuerdos. El vecindario como un patíbulo de la justicia a mano propia.
Esta es la historia de un cuerpo, o de los cuerpos que nos dijeron que sobraban. De cuando en el barrio entendimos que la carne humana se rayaba contra el pavimento y la piel se rompía más profundo de lo que pensábamos. Del rostro de la gente que juramos nunca olvidar. Y olvidamos.
Cuando teníamos entre 9 y 10 años nos pasábamos corriendo entre dos barrios al sur de Armenia. Todo el universo estaba ahí. Había personas importantes, con apodos: estaban Pinanito, Pepe, Cuscus y Payaso. Ellos eran los descolocados, los malos conocidos, los guardianes. En el barrio solo hacían cosas inofensivas: se robaban los bombillos que daban a la calle, desyerbaban los jardines y se iban con las vueltas. Un día, nos robaron el contador del agua y se formó una especie de río en toda la cuadra —había sido Payaso, lo vieron en la entrada vendiéndolo—. Mi mamá se arrodilló y metió la mano para cerrar la llave, pero estaba muy dura y tuvo que intentar varias veces. Recuerdo bien que miró y me dijo: “A veces hace falta un hijueputa hombre”.
Nos contaban que ellos sí hacían cosas malas en otros barrios, que se iban a La Fachada y a Los Naranjos. No entendíamos bien todo pero teníamos claro, en medio de nuestra cándida realidad, que no podíamos ser como ellos. Sin embargo, algo nos atraía, queríamos ser sus amigas, sentirnos grandes. Con uno de ellos, Pepe, sí lo logramos, él le lavaba la moto a mi tía y se sentaba con mi primo a hojear sus cuadernos del colegio. Pepe nos saludaba cuando Diana y yo pasábamos a la panadería y eso nos gustaba, nos hacía sentir un aire salvaje. Como si ahora fuésemos parte de algo prohibido y hermoso.
Los robos empezaron a crecer en el barrio y decidieron poner alarmas en todas las casas: botones blanquitos que retumbaban cuadras y cuadras, una sirena infinita, un aullido de peligro, el comienzo de algo muy malo.
***
Limpieza social, una violencia mal nombrada, publicado en 2016, es un informe del CNMH que recoge testimonios, cifras y propone otra forma de llamarle: matanza o exterminio social. Según el Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) —el único organismo en Colombia que lleva las cifras de este tipo de violencia—, más de cinco mil personas fueron asesinadas de esta forma entre 1988 y 2013, y estos son los datos más recientes.
Según el informe del CNMH, las motivaciones del exterminio social son el restablecimiento del espacio público —por eso lo de llamarle “limpieza”—. Aunque hay pequeñas cifras que muestran relación de este tipo de violencia con guerrilla, paramilitares y agentes del Estado, normalmente se comete por las mismas personas del barrio, el exterminio social, dice el informe, es una especie de justicia popular. Carlos Mario Perea, autor de la investigación, explica esto a través de varios casos. Uno de ellos es el de los Calvos en Bogotá: en Ciudad Bolívar agredieron a una joven de quince años que estaba en embarazo. La asesinaron, le sacaron el bebé y la tiraron al río. Su padre conformó entonces el grupo los Calvos junto con otros padres de Ciudad Bolívar, para emprender justicia por mano propia.
***
La alarma iba subiendo su volumen conforme pasaban los segundos. Nunca dejó de provocarnos un vacío en el estómago, una espera. Cuando veían a alguien caminando en el techo, sonaba; cuando veían a alguien corriendo para resbalarse por la cañada, sonaba; cuando veían a alguien sospechoso, sonaba. El vecindario se empezó a entrenar en eso de descubrir la maldad ajena.
Pero algo cambió. En el interior de nuestros cuerpos empezó a crecer un orgullo enfermo, una pulsión de bondad. Al principio, con el sonido de la alarma nos asomábamos a las ventanas y puertas, a lo sumo subíamos hasta la esquina. Luego, hombres y mujeres del barrio —los mismos con quienes hacíamos faroles de navidad—, sin importar que fueran viejos de marcapasos o cuidadores de perritos, empezaron a salir con sillas en sus manos, con cuchillos de cocina, con piedras para partir panela. Estábamos armados. Éramos un pequeño ejército. Un día, don José se paró en la esquina y disparó al aire.
El techo de mi casa era de tejas firmes y como a Diana le daba miedo subirse, yo subía sola, caminaba, les gritaba cosas a ella y a mi mamá desde arriba, trataba de encontrar hendijas para mirarlas, a veces subía comida y me quedaba horas. Una noche subí para ver las luces del barrio vecino, alguien vio mi sombra y activó la alarma. Intenté bajarme rápido, mi mamá y Diana me gritaban que me bajara. La alarma sonaba durísimo. Me paralicé y empecé a llorar porque en cualquier momento vendrían por mí. Vendrían por mí.
En el informe del CNMH, Carlos Mario Perea también dice que, entre otras cosas, este tipo de violencia se debe al abandono estatal en algunos barrios y a que en Colombia estos crímenes todavía son borrosos porque no están tipificados en el Código Penal: “de tal suerte que nada agrega la captura por la comisión de un delito atroz, tantas veces cometido de manera sistemática. Queda en manos de juristas y penalistas la minucia del debate. Por lo pronto, la ausencia en la teoría y la práctica jurídicas reposa el silencio que envuelve al Estado”.
***
De Pinanito, Payaso y Cuscus luego supimos que habían estado involucrados en venta de drogas. Un día, me contaron que habían visto a Pinanito en la entrada del barrio con una servilleta apretada contra su nariz, que había dicho en una panadería que cuando se sonaba los mocos le salía un polvo grueso, amarillo, y que se le estaba deshaciendo el tabique.
Con Pepe, en cambio, seguimos en esa rara cercanía. Le hacía los mandados a la gente del barrio y estaba pendiente de nosotras cuando jugábamos lejos de la casa. Escuchamos cuando lo mataron. Lloramos. Al día siguiente Diana y yo fuimos a la caseta comunal en la que estaba su ataúd destapado. Se llenó gente. Tenía una camisa de cuadros y un hueco en la mitad de la cara.
Con los años, el barrio siguió en lo mismo: cogían a ladrones o vendedores de drogas y entre diez o más personas les pegaban patadas. Todos vimos eso. Nos parábamos cerca, no mucho, ¿querían protegernos? Un día cogieron a un tipo que había estado robando y entre varios lo llevaron hasta la puerta de la iglesia Santa Ana. Ahí, bien puesto en el centro, quebraron un ladrillo sobre su cabeza y el hombre cayó desplomado. ¿Celebraron? Estábamos a la vuelta de la cuadra cuando pasó eso, montando patines. Pero la historia la supimos de inmediato y esa misma semana estuvimos recreándola con nuestras barbies.
***
Casi todo nuestro grupo de amigos se fue del barrio unos años después. Hoy dicen que es un lugar tranquilo, nunca hay noticias de esas calles. Los vecinos justicieros ya murieron casi todos. No sé si sigan funcionando las alarmas, pero hace unas semanas me contaron que volvieron a hacer eso que habían hecho cuando Diana y yo éramos niñas, y que prefiero escribir con las menos palabras posibles: cogieron a un ladrón, lo amarraron de la parte trasera de un carro por los pies y lo pasearon. Hubo festejo.
Ese lugar —este lugar—, decían entonces en la iglesia, es la aldea infinita y cuidadora de todos los males. La que nos salva y protege, excepto de lo que nos convertimos con el paso del tiempo.
En la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP), Departamento de Humanidades, se encuentra el grupo de investigación L´H, un equipo académico de categoría B del Minciencias dedicado a la investigación y creación en torno a las artes y a la estética.
Entre los proyectos que tienen se encuentra el Jardín de artista e Inmodernos y entre sus líderes más visibles está Oscar Salamanca, Maestro en Bellas Artes, especialización en pintura, por la Universidad Nacional de Colombia, Doctor por la Universidad de Barcelona y actualmente docente de la Universidad Tecnológica de Pereira.
Desde hace unos meses, en La cebra que habla, compartimos una agenda semanal relacionada con eventos que giran en torno al dibujo, el espacio lo llamamos La cebra que raya. Entre las actividades reseñadas hay una serie de exposiciones y convocatorias virtuales impulsadas a través de dos blogs: inmodernos.blogspot.com y jardindeartista.blogspot.com. Dichas actividades empezamos a difundirlas a través de la agenda semanal y a partir de hoy, gracias al maestro Salamanca replicaremos de manera semanal las obras que se han expuesto en estos blogs.
Nuestro interés es dar a conocer las historias que se han tejido a través del arte y la estética en este tiempo de aislamiento. Conocerán piezas de artistas locales, nacionales e internacionales que van acompañadas por textos curatoriales y/o textos provocadores que invitan a la reflexión del ser desde el arte contemporáneo.
Última convocatoria virtual del 2020
Siguiente exposición virtual
Jardín de Artista
Es uno de los productos de investigación-creación con mayor antigüedad del grupo L´H. Creado en el año 2007 a partir del encerramiento de una instalación titulada “Barricadas floridas” con la cual el grupo fue seleccionado en el Salón Regional “Ejes Imaginarios” y el 41 Salón Nacional de Artistas ¡Urgente! del Ministerio de Cultura de Colombia.
El encerramiento de la instalación, ubicada en la zona verde de la Facultad de Bellas Artes y Humanidades, hizo posible que las plantas crecieran hasta construir un verdadero refugio para especies de flora y fauna. Desde entonces el jardín florecido y cuidado ha servido de plataforma para desarrollar diversos proyectos curatoriales en formatos tradicionales y experimentales, presentados por artistas locales, nacionales e internacionales.
En la pandemia este espacio de exposición físico se articuló como proyecto de Extensión del Departamento de Humanidades de la Universidad, posibilitando la activación de las exposiciones ahora de manera virtual a través del blog jardindeartista.blogspot.com.
Flyer promocional de una de las actividades en el 2014. Imagen tomada del blog Jardín de Artista
Cuenta Oscar Salamanca que el blog antes del 2020 existía para la promoción de las exposiciones físicas y en la temporada de cuarentena se quedó como espacio expositivo virtual bajo un proyecto que se llamó Intertextualidades críticas, dedicado a la curaduría con artistas del orden local, nacional e internacional. Las exposiciones fueron exitosas en la medida en que se articuló escritura, circulación de imágenes y sistematización de la información, no solo de obras, también de tráfico de visitantes.
Inmodernos
Cuenta Oscar que Los Inmodernos es un grupo de personas reunidas para pintar al aire libre, un poco retomando la tradición de las primeras vanguardias con la influencia del romanticismo; buscan salir de los talleres y pintar al aire libre, algo que se ha abandonado en la academia de arte por considerarlo anacrónico. Pero este colectivo le da un sentido de inmodernidad, porque están por fuera del espectro de lo moderno y lo posmoderno.
Con el virus el espacio de la reunión virtual tomó importancia, dejando de ser un ponerse de acuerdo para salir a pintar y convertirse en un espacio para que cada uno pinte desde su taller y comparta la producción a través del blog, activados por textos provocadores de Salamanca.
Actividad de pintura al aire libre en el corregimiento de La Florida, febrero 2017. Imágenes tomada del blog Los Inmodernos
Los Inmodernos también son parte de los proyectos de L´H y publican en inmodernos.blogspot.com. Empezaron en el año 2006 gracias a la experiencia de pintar al aire libre para conectar intereses frente a nociones de paisaje, naturaleza y práctica artística.
Muro Líquido
Hay otro proyecto llamado Muro Líquido. Inicia en el año 2012 para generar exposiciones de imágenes y lenguaje en el salón de la Maestría en Estética y Creación de la UTP. Con el tiempo se mudó al espacio de exposición que se tiene en la Biblioteca Jorge Roa Martínez y desde entonces se han montado exposiciones con base en guiones curatoriales que siempre están unidos a las necesidades pedagógicas del Departamento de Humanidades.
Muro Líquido Maestría
Muro Líquido Biblioteca Jorge Roa Martínez
Muro Líquido centro comercial
Imágenes tomadas del blog de Muro Líquido
Luego, el proyecto encuentra otro espacio en el centro comercial Pereira Plaza con el liderazgo de Margarita Calle, directora de la maestría, lo cual generó nuevos públicos y se abrió más a la ciudad; desde entonces la Maestría hace la curaduría allí.
Ahora, por pandemia, Muro Líquido tiene un tercer momento con el blog muroliquido.blogspot.com como espacio expositivo, que ya tiene un cronograma que se extiende hasta agosto del 2021 y se espera ejecutar por dos años con exposiciones de artistas locales e internacionales.
Próxima actividad de Muro Líquido. Imagen tomada del blog.
La cebra que habla inicia difundiendo, de manera semanal, la convocatoria y curadurías de Oscar Salamanca con el Jardín de Artistas e Inmodernos y posteriormente se tendrán las obras que se expongan en el blog de Muro Líquido, las que también seguiremos difundiendo en la agenda de La cebra que raya.
Por, Ignacio Ballester Pardo, Universidad de Alicante. Tomado del libro: DIMENSIONES. El espacio y sus significados en la literatura hispánica.
Vicente Quirarte (Ciudad de México, 1954) es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2002. Dirigió la Biblioteca Nacional entre 2004 y acaba de ingresar en El Colegio Nacional y, además de escribir, da clases en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se doctoró en 1998. Entre sus obras, destacan: su poesía reunida en Razones del samurai (2000), su tesis Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México (1850-1992) (2001), su libro de relatos Amor de ciudad grande (2011) y sus prosas Enseres para sobrevivir en la ciudad ([1994] 2012). Es un poeta que camina la ciudad; es decir, mantiene un contacto directo con su superficie, penetrando incluso en ella. Así lo prueba su libro Enseres para sobrevivir en la ciudad(1), donde se refiere al superhéroe, uno de los personajes que caracterizan su poética:
Como el Hombre Araña en sus excursiones nocturnas, entendí que caminar la ciudad es distinto a caminar en ella, a caminar por ella. La ausencia de preposición era como la ausencia de red protectora para mitigar la caída. Correr la ciudad es vivirla de otra manera, es poseerla como si su cuerpo no hubiera pertenecido antes a nadie.
La relación entre literatura y espacio urbano es común en México. Su capital resulta escenario, sobre todo, en el género narrativo. Sin embargo, aquí el poeta es peatón, horizontal y verticalmente. Del mismo modo que contextualiza su obra atendiendo al pálpito de la calle, como si de un termómetro se tratara, también viaja y se integra en el transporte suburbano, en lo escatológico, en la noche, en la soledad entre la muchedumbre.
Uno de los pocos trabajos dedicados de forma específica a Vicente Quirarte se encuentra en la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, donde Marta Piña Zentella publica en 2008 su artículo «Trazo urbano en la obra de Vicente Quirarte». Partimos, pues, de dicho estudio para actualizarlo con la obra del poeta peatón.
La obra de Vicente Quirarte ofrece, entre otros, cuatro temas (ciudad, sociedad, suciedad y suicidio) que, según nuestra interpretación del espacio urbano y mexicano que el poeta nos presenta, reunimos con el neologismo «sociudad».
Si seguimos esta nomenclatura, nos referiremos a la presencia del bestiario en la poesía sobre la ciudad como «zoociudad» (una metrópolis animal). Además del origen del término por la agrupación de estos cuatro temas quirartianos, «sociudad» responde también a la unión del prefijo «so» («sub», por debajo de) y del espacio urbano por antonomasia: la ciudad, que nos coge (en el sentido americano) y nos acoge.
Ciudad
Ramón López Velarde (1888-1921) —el que para muchos es el mejor poeta de México— ya trazaba estos cuatro pilares en su poema «El sueño de los guantes negros», de El son del corazón ([1919-1921] 1932). Sus primeros versos forman parte de la tradición: «Soñé que la ciudad estaba dentro/ del más bien muerto de los mares muertos»(2). Otros poetas de los que Quirarte hereda este mapa versal son Efraín Huerta (1914-1982), Elva Macías (1944) o, más recientemente, Samuel Noyola (1965) y Luigi Amara (1971), entre muchas otras voces.
Rubén Bonifaz Nuño dirigió la tesis doctoral que Quirarte publicó en 2001 con el título Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México (1850-1992). En ella recrea la historia de Ciudad de México a partir de las personalidades (escritores, arquitectos, políticos…) que marcaron los enclaves temporales más importantes de las calles a las que actualmente dan nombre. La función de la literatura, desde sus orígenes, es fijar por escrito lo que es importante para una comunidad; y Vicente Quirarte logra recoger en este ensayo histórico los hitos que durante un siglo y medio configuraron la esencia de los mexicanos: la calle.
Por otra parte, el chilango dedica una serie de poemas a algunas plazas y lugares emblemáticos de Ciudad de México en su poemario «Calles», que aparece en la recopilación de textos que lleva a cabo en Nombre sin aire (2004): el cine es el escenario en el poema «Elogio de la calle» y en «Cine Máximo»; la noche y las clases bajas («estibadores» o «prostitutas») en «Viejo centro» y en la prosa poética de «Trenes en la noche»; la lluvia en «La diosa y los vándalos»; y el alba en «Ritual del navegante».
Si Praga no se entiende sin Kafka, si Dublín no es lo mismo sin Joyce, si París se disfruta más tras leer a Baudelaire, o si Madrid se avergüenza con Larra…, podemos decir que Ciudad de México se perfora con Vicente Quirarte(3). Cada una de sus palabras estructura versos que semejan peseros, estrofas que parecen cuadras, narrando acciones o lugares que están intrínsecamente relacionados con Distrito Federal, «en el cuaderno a cuadros/ donde los edificios /con letra de niño escriben sus mayúsculas»(4). La ciudad para Vicente Quirarte es insomne.
De igual modo, el poeta es nictálope: ve mejor de noche que de día. El ritmo de sus calles, aun sin peatones, no descansa. Además, es al anochecer cuando la iluminación (pese a ser escasa todavía) aporta un juego mágico de luces y sombras que enriquece más si cabe este ecosistema. Ejemplo de la sociedad en la ciudad es el poema «Pasaje Zócalo-Pino Suárez»(5) que Quirarte dedica a la ruta de metro que conecta con el centro histórico, la antigua Tenochtitlán, presente en el libro Como a veces la vida (2000):
Bajo humo y cieno las piedras permanecen: solo de ellas es el canto insumiso del pasado. En Pino Suárez y San Salvador llega la lluvia. Las dos torres de catedral naufragan, a lo lejos. Ni bajo la lluvia6 somos todos iguales: cámara en mano, los turistas corren al aire acondicionado de este autobús del largo de la cuadra. Las parejas besándose en las bancas coinciden en la misma puerta del mismo miserable hotel de paso.
Pero no nos quejamos, ciudad, amor mío, aunque hoy sea domingo y fin de quincena para colmo
y hasta los boletos del metro estén mojados.
[…] Por estas mismas calles caminó un hombre que nadie sabía si iba o si venía (Lo único cierto es que iba de regreso cuando otros −que nunca llegarían− apenas iban),
[…] Yo solo tengo una moneda y marco tu teléfono sin saber si la ropa mojada es por la lluvia o por las ganas de llorar, de orinarse encima de todo, cual borracho.
Estos versos de domingo lluvioso plasman el ambiente sucio con «humo y cieno», y prima lo social —de la ciudad en este caso— sobre el amor —motivo secundario, al cual apenas se le da importancia—: «Las parejas besándose en las bancas/ coinciden en la misma puerta/ del mismo miserable hotel de paso». La reiteración del adjetivo «mismo» muestra la cotidianeidad del momento, efímero por tratarse de un lugar de paso, como el del poema «Hotel Ivanhoe». El amor refuerza la relación del poeta con la ciudad, personificándola en el verso «Pero no nos quejamos, ciudad, amor mío». Los juegos de palabras, en este caso con el verbo de desplazamiento (ir, llegar) también son características que se repiten en la obra de Quirarte: «(Lo único cierto es que iba de regreso/ cuando otros −que nunca llegarían− apenas iban)». El poeta peatón: «este andariego poeta que, desde siempre, intuyó a la urbe como un ente orgánico»(7).
En el 2014, la UNAM publicó una antología con los textos (en prosa y en verso) que Vicente Quirarte ha escrito sobre la ciudad: Fundada en el tiempo. Aires de varios instrumentos por la Ciudad de México (2014).
Sociedad
Quirarte retrata a los ciudadanos del Distrito Federal, entre otras manchas urbanas. Lo hace de una forma peculiar y actual, consciente de los intereses que nos mueven y nos conforman en este siglo; pero sin desatender los modelos clásicos. Estamos, pues, ante «peatonautas» (en palabras de Ramón Carrillo).
La cámara fotográfica capta la vida metropolitana en «Conjunto de lesiones»(8):
Señor mi Padre, ahora Martín tan niño y tan mi viejo:
a la salida de la mezquita azul, un niño me ofreció una colección de fotografías donde Estambul brillaba como peces de jade. Eran joyas humildes y lujosas como la voz que desde los minaretes galvaniza los cielos con la tierra (9) . Me regaló en su compra un viejo acordeón de postales, como las que tú comprabas en tus viajes y siempre terminabas por no enviar. […] Nunca compraste una cámara fotográfica, pero de haberlo hecho, los productos no hubieran transmitido el fervor y temblor de tus palabras. Yo compré mi primera cámara el 13 de marzo de 1980, la misma mañana en que firmaste Martín Quirarte en la lista de asistencia de la Facultad de Filosofía y Letras donde diste tu clase. A la salida te tiraste de un puente. Para otros, era aún el café rutinario y sorprendente o tocar a su amante, […] (Conjunto de lesiones, dijo la autopsia.) Esta historia puede contarse de varias maneras. Pero la cámara que compré ese día me obligó a mirar el mundo de otra forma. […] Y como he tomado con mi cámara imágenes que me han hecho uno con el mundo, solo hoy reúno valor para registrar, en mi cámara oscura, la última imagen que mamá tuvo de ti, cuando te vio alejarte rumbo al patíbulo, con una mano en el bolsillo de tu saco herido por todas las arrugas, con el corazón que ninguna plancha era ya capaz de iluminar.
Pese a la tristeza de la noticia, el poeta Quirarte busca la belleza en un detalle, aparentemente nimio (la comparación de la ciudad retratada con el oxímoron de las joyas): «Eran joyas humildes y lujosas/ como la voz que desde los minaretes/ galvaniza los cielos con la tierra». Esta voz llama a la oración, al encuentro consigo y con el resto, con nosotros y con los otros, con la poesía y con la sociedad.
Quirarte dibuja en el poema «Conjunto de lesiones» la sociedad que recuerda a partir del terrible acontecimiento que para él y su familia supuso la muerte (voluntaria) de su padre. Tal retrato se recupera con la memoria de la cámara fotográfica que le «obligó a mirar el mundo de otra forma». Y es que: «El álbum fotográfico no miente./ Pero la vida sí»(10).
Suciedad
Inke Gunia destaca la paronomasia que desconcierta a José Agustín en su novela La tumba (1964): «¿Suciedad?, No, sociedad»(11). La basura, los desperdicios, el poso estancado, lo escatológico, el semen, el orín, el sudor, las lágrimas, la saliva, la sangre…, con el tiempo, generan un mal olor rápidamente perceptible por el más «sabio» de los sentidos, por lo que nos basamos en nuestra nariz para guiarnos en la «sociudad» de México, contaminada por una ciudad que crece, obligada, verticalmente: en esa «isla rodeada de volcanes»(12).
Vicente Quirarte diferencia entre el milagro (la «sociudad») y la obligación (la suciedad) en su poema «Solo de corno inglés para George Wingerter»(13):
Milagro del presente cruzar todo meteoro el corazón del bosque. Ser uno con el árbol y sus raíces hondas: al recibir el agua nos devuelven sus bienes en apretada sombra, en este fiel perfume. […] Afuera los metales, nubes de gasolina(14), los ejércitos prestos
a destrozarse el alma. Escucha los tambores concertar en el pecho tu sitio en la batalla.
La suciedad que caracteriza la Ciudad de México (por la maltrecha limpieza del Estado y por la contaminación de la urbe más poblada del mundo) desaparece con el elemento natural preferido por Quirarte: «y sus raíces hondas:/ al recibir el agua/ nos devuelven sus bienes». Los desechos deshechos se advierten en la poesía que desde 1960 se viene publicando en México. En relación con la suciedad se encuentra la animalización del sujeto poético. Los perros callejeros se guiarán por los olores a maíz y a gasolina. Las hormigas serán los peatones vistos desde arriba. Igualmente, las bocas de metro serán refugio para la densidad de población y polución.
Suicidio
Veíamos anteriormente el poema «Conjunto de lesiones», donde Quirarte describe el suicidio de su padre en 1980. Dieciocho años después, en 1998, su hermano Ignacio haría lo propio. A este último le dedica su poemario «Zarabanda con perros amarillos». Dos de sus versos concentran las posibilidades de este espacio urbano en la poesía: «La obligación de estar. Acaso ser./ El milagro de ser. Acaso estar»15. Ignacio le informó a Vicente del suicidio de su padre, Martín.
De este modo lo recuerda Quirarte en «Razones del samurai»(16):
A las tres de la tarde de aquel trece de marzo, la voz de mi hermano Ignacio en el teléfono: «¿Puedes regresar?» […] ¿Padre, hubieras querido que tu primer hijo diera la mala nueva de que ya éramos menos? […] «¿Puedes regresar?» Me dijo Ignacio. […] Y mientras yo pensaba que la vida era para mi sed un mar pequeño, te tirabas −sereno− de aquel puente para dar comienzo a las preguntas.
Las preguntas no las pudo responder Ignacio, pues tomó la misma decisión que el padre de Vicente. Quirarte tiene la oportunidad de sanar la herida mediante la escritura y la (re)creación de un espacio cívico y poético «que la restaura, que la revela, que la cuida, que la reta»(17).
Conclusión
En relación con el doppelgänger, la bilocación o el desdoblamiento que representa el defeño en su obra, el poeta se animalizará en otros seres vivos (animales —como la ballena, el oso y el perro— o insectos —con la hormiga y el grillo—, sobre todo) para cambiar de forma y adaptarse al medio que lo recibe; por lo que la «sociudad» transita en «zoociudad» (teniendo en cuenta que el seseo del español de América no distingue fonéticamente ambos espacios peatonales).
Vicente Quirarte continúa homenajeando a la ciudad que lo vio nacer. Lo hace con una serie de símbolos de la tradición patente desde Contemporáneos a José Emilio Pacheco, pasando por el maestro y director de su tesis doctoral, Rubén Bonifaz Nuño:
«ha sabido desentrañar el sentido vital urbano, particularmente de la ciudad de México, a través de los autores que, como él mismo señala, la han construido al escribirla»(18).
En definitiva, la poesía de Vicente Quirarte sugiere un espacio cuatridimensional basado en dos pares de pilares que responden a las constantes temáticas que el poeta mexicano hereda y renueva de la tradición literaria de México: ciudad, sociedad, suciedad y suicidio. La casa como ciudad pequeña o como personaje femenino son otras formas que adquiere la urbe en esta ubre: una ciudad luperquiana que nos amamanta y nos devora. El personaje viandante que advertimos en Quirarte recoge el vagabundeo del flâneur de Charles Baudelaire y la elegancia del dandi Francisco Zarco, pero participa de forma activa, como si el ritmo de su versolibrismo nos guiara a la manera de un GPS cívico, social, sucio y suicida.
(1) V. Quirarte, Enseres para sobrevivir en la ciudad, Colombia, Luna Libros, 2012 (1.ª ed. de 1994), pág. 36.
(2) R. López Velarde, El son del corazón, México, Bloque de Obreros Intelectuales, 1979 (1ª ed. de 1971), págs. 205-206.
(3) En la entrevista que le realizamos al autor en 2013, Quirarte prioriza el espacio urbano en su obra: «Mi primer poema publicado lleva por título “Elogio de la calle” que después tomé para mi biografía literaria de la Ciudad de México. Desde los poemas de mi primer libro, Teatro sobre el viento armado [publicado el mismo año que Calle nuestra, en 1979], la ciudad es territorio para el encuentro, la confrontación, el deseo, la pérdida y el triunfo, el ejercicio de la soledad y la camaradería. En el texto introductorio a mi libro Amor de ciudad grande procuro dar respuesta a tal pasión».
(4) V. Quirarte, Nombre sin aire, Valencia, Pre-Textos, 2004, pág. 47.
(5) V. Quirarte, Como a veces la vida, Valencia, Pre-Textos, 2000, págs. 139-141.
(6) Las cursivas son nuestras.
(7) M. Piña Zentella, «Trazo urbano en la obra de Vicente Quirarte», en Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, vol. 14, núm. 36, México, Eón, 2008, pág. 26.
(8) V. Quirarte, Como a veces la vida, ob. cit., págs. 41-44.
(9) La cursiva es nuestra.
(10) V. Quirarte, Nombre sin aire, ob. cit., pág. 40.
(11) I. Gunia, ¿«Cuál es la onda»? La literatura de la contracultura juvenil en el México de los años sesenta y setenta, Madrid, Vervuert, 1994, pág. 133.
(12) J. E. Pacheco, Tarde o temprano [Poemas 1958-2009], Barcelona, Tusquets, 2010, pág. 169.
(13) V. Quirarte, El peatón es asunto de la lluvia, México, Fondo de Cultura Económica, 1999,pág. 114.
(14) Es nuestra la cursiva.
(15) V. Quirarte, Nombre sin aire, ob. cit., pág. 52.
(16) V. Quirarte, Como a veces la vida, ob. cit., págs. 28-29.
(17) G. Celorio, México, ciudad de papel. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua & respuesta de Clementina Díaz y de Ovando, México, UNAM, 1997, en línea.
(18) M. Piña, ob. cit., pág. 23.
Bibliografía
Bonifaz Nuño, R., De otro modo lo mismo, México, FCE, 1996 (1.ª edición de 1979). Carrillo, R., «Brevísima y veloz presentación del peatonauta», Casa del tiempo, núm. 8, septiembre, 2014, págs. 31-33, http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/08_sep_2014/casa_del_tiempo_eV_num_8_31_33.pdf (consultado el 27-02-2016). Celorio, G., México, ciudad de papel, Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua & respuesta de Clementina Díaz y de Ovando, México, UNAM, 1997,http://www.elem.mx/obra/datos/7287 (consultado el 23-08-2016).
Gunia, I., ¿«Cuál es la onda»? La literatura de la contracultura juvenil en el México de los años sesenta y setenta, Madrid, Vervuert, 1994. López Velarde, R., El son del corazón, México, Bloque de Obreros Intelectuales, 1932 (1ª ed. de 1919). Pacheco, J. E., Tarde o temprano [Poemas 1958-2009], Barcelona, Tusquets, 2010. Piña Zentella, M., «Trazo urbano en la obra de Vicente Quirarte», Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, vol. 14, núm. 36, México, Eón, 2008, págs. 23-29. Quirarte, V., Calle nuestra, México, UNAM, 1980. — El peatón es asunto de la lluvia, México, Fondo de Cultura Económica, 1999. — La ciudad como cuerpo, México, Institución de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), 1999. — Como a veces la vida, Valencia, Pre-Textos, 2000. — Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México. 1850-1992, México, Cal y Arena, 2001. — Nombre sin aire, Valencia, Pre-Textos, 2004. — El poeta en la calle, México, Ediciones Sin Nombre, 2005. — Amor de ciudad grande, México, FCE/ UNAM, 2011. — Enseres para sobrevivir en la ciudad, Colombia, Luna Libros, 2012 (1.ª edición de 1994). — Fundada en el tiempo. Aires de varios instrumentos por la Ciudad de México, México, UNAM, 2014.
Un resumen de opinión a través de la caricatura, por LA CAUSA, movimiento social de caricaturistas colombianos independientes que busca, por medio del colegaje, promover, difundir y defender la crítica social a través de manifestaciones artísticas.
“Nuestro huracán id-IOTA” – Una caricatura de Patán@patancartoon“Supervivencia” – Una caricatura de Ganso Ciego@ganso_ciego
Compartimos gracias a Sílaba Editores fragmentos del libro (Ensayo): La Familia, de María Cristina Palacio.
Meditación I
Empalabrando familia. Una enunciación analítico-comprensiva
La enunciación de la palabra “familia” contiene una paradoja, producto de la compleja interacción y entrelazamiento entre la experiencia subjetiva de vivirla o no, el contexto estructural o sistémico que regula, legaliza y legitima un marco sobre ella, la dimensión simbólica que le otorga su representación e imaginario social, y las múltiples voces que la nombran, enuncian e interpretan. Aspectos que ponen en consideración los límites entre su referencia normal y transgresora y su utilidad para identificar las diversas visiones sobre ella y el lugar que tiene en la sociedad.
La presencia de la realidad familiar y su consideración trasciende tiempos y espacios sociales y culturales, constituyéndose en una especie de marcador identitario, en un mundo y un saber situado históricamente. El reconocimiento de esta historicidad me permite contextualizar el lugar actual
de la familia en el escenario de la dialéctica típicamente moderna entre la transitoriedad y la duración, entre la mortalidad individual y la inmortalidad colectiva. En la institución de la familia, todos los aspectos más contradictorios de la existencia humana –inmortal y mortal, hacer y sufrir, determinar y ser determinado, crear y ser creado– confluyen vitalmente, organizándose en un interjuego de mutuo sostén y fortalecimiento (Bauman, 2015: 45).
En otras palabras, es un tema profundamente sensible y poroso, porque pone a circular ambigüedades y expectativas derivadas de sentimientos personales, de concepciones y representaciones sobre el mundo de la vida y de proyecciones vitales, individuales y sociales. Además, es un tema y discurso que desde hace algún tiempo es referencia institucional pública del Estado, de agencias y convenios internacionales, campo de conocimiento experto y ejercicio profesional y, de manera más reciente, argumento electoral y agenda de decisiones políticas.
Una porosidad que contiene la interpretación y construcción social de marcos de referencia, prácticas y discursos en torno a la sexualidad, la procreación, la con-vivencia, la sobrevivencia y la coresidencia en este tiempo social. Es decir, el tema de familia circula como un asunto social, cultural, político y económico además de ser el eje de la experiencia subjetiva; por lo que tiene su razón en el lugar crucial que ocupa en la reproducción de la vida y la sostenibilidad de una manera de vivir socialmente (Jelin, 2005). Lo que se traduce en construcciones en torno al parentesco, la parentalidad, la conyugalidad, la paternidad, la maternidad, la filiación, el afecto, la crianza y el cuidado, la casa, el hogar, los derechos y las responsabilidades entre sus integrantes, como asuntos que circulan en el “ágora” contemporánea.
“Familia” es una palabra que enuncia un referente en la vida cotidiana e identifica la presencia de órdenes discursivos en torno a concepciones, imaginarios y representaciones acerca de sus potencialidades, problemáticas, proyecciones, crisis, cambios y transformaciones. Un lugar que dispone de un inconsciente institucional que, parafraseando a Zizek (2017), contiene un claroscuro de expresiones emocionales, de intimidades tiranizadas y juegos de poder como también de capacidades por descubrir y fortalecer. Además, es un campo que cuenta con conocimientos expertos que se traducen en constructos teóricos, estrategias de intervención, diseño de políticas y programas institucionales y marcos normativos y legales. En términos de Bourdieu (2006), indica la resonancia de la capacidad de ser objetivada y, de esta manera, permite desentrañar el capital cultural, simbólico y político que contiene.
Además, esta palabra, tema y realidad indican la configuración de relaciones, vinculaciones, escenarios, procesos y dinámicas sociales, culturales y legales que se producen por los entrelazamientos parentales de sus miembros con sus anteriores, presentes y futuros (Montero, 2007), indicando pertenencia, identidad y sentimiento familiar (Shorter, 1977). Esto hace visible una compleja red parental que anuda, desde una visión con profundo anclaje, la alianza (parentesco por afinidad) y la consanguinidad (parentesco por sangre o definición legal que se expande desde la filiación). En palabras de Ana María Rivas (2008), alude a la conyugalidad, a la constitución de una genealogía ascendente, descendente y colateral y a un sistema de parentalidad que moviliza la pertenencia, la solidaridad, la reciprocidad en torno a un “nosotros” (Durán, 2000).
Por esto, la familia se constituye en un referente de la vida cotidiana y, de cierta manera, un primer sentido de comunidad:
Todo el mundo nace de una familia y todos pueden (deben, estar llamados a) dar origen a una familia. La familia de la que uno es producto y la familia que uno produce son los eslabones de una larga cadena de parentesco-afinidad que precede al nacimiento y que sobrevivirá al deseo de todos los individuos que ha contenido y contendrá […] (Bauman, 2015: 46).
La palabra familia expresa voces plurales: comunidad básica humana y expresión de la philia (Aristóteles, 1989); referente del oikos griego, asociado con el mundo de lo privado y lo doméstico (Arendt, 2005); recinto y espacio del poder del pater famulus en el domus, según el Derecho Romano; ámbito sacramentalizado para la salvación del alma de la mujer (Rotterdam, 1947); lugar para la educación y cuidado de la infancia (Rousseau, 2008); proyección y valoración de la unidad nuclear moderna (Ariès, 1987); institución celular del orden social industrial y burgués (Comte, 2000); especie social particular de solidaridad (Durkheim, 1892); correa de transmisión para la difusión de las normas culturales (Merton, citado por Lovaglio, 2011); escenario de dispositivos de poder (Donzelot, 1998); subsistema para la estabilización de la personalidad y socialización de los niños (Parsons y Bales, 1955); estructura de acogida, co-descendencia y con-vivencia a través del matrimonio monogámico y heterosexual (Duch y Melich, 2009); conjunto organizado e interdependiente de subsistemas (Minuchin, 1974; Musito y Cava, 2001; Gimeno, 1999); expresión por excelencia de la diversidad, complejidad y pluralidad de formas y organización de relaciones humanas (Cicerchia, 2014; Girhardi, 2004); agencia para la democratización de las relaciones familiares y sociales (Di Marco, 2005; Sánchez et al., 2013); agencia de formación humana (Sánchez y Palacio, 2016); sujeto colectivo de derechos (Galvis, 2011); y categoría sociocultural y campo de conflictos (López, 2003), por citar solamente algunas referencias.
Esta diversidad de maneras de nombrar familia, desde diferentes tiempos y saberes expertos, aluden a sedimentar una manera particular de integración, identidad y pertenencia de un nosotros familiar; porque desde los imaginarios comunes, la palabra “familia” se asocia con una
urdimbre relacional, de unión y unidad entre parientes primarios: padre/madre/prole, generalmente asociado y situado territorialmente en la casa/hogar.
Asimismo, en los contextos actuales de globalización, movilización poblacional, desenclave institucional e individualización se visibilizan otras maneras de organización familiar que desbordan las fronteras físicas de la vivienda para cruzar hogares multisituados y glocales (Sánchez et al., 2013), manteniendo una referencia emocional de la casa-hogar como recinto de convergencia familiar; porque
la familia es una continuidad simbólica que trasciende a cada individuo y a cada generación, que engarza el tiempo pasado y el tiempo futuro […] siempre hay un núcleo de familiares reconocidos que viven en hogares separados y, no obstante, forman parte de un “nosotros” psicosociológico de identidad colectiva (Durán, 2000).
Esta continuidad marca una polifonía de enunciados sobre la palabra familia, en el contexto de la sociedad actual, la cual se enfrenta a la naturalización de una forma hegemónica –modelo único– de organización nuclear. Una forma de organización familiar en torno al matrimonio heterosexual, la institucionalización de la sexualidad, la reproducción biogenética y la constitución de la filiación, la presencia de la bilateralidad parental a través del padre y la madre, la división del trabajo a través del dualismo de género (masculino/femenino), los lugares parentales y generacionales en cuanto a las obligaciones/responsabilidades en torno a la sobrevivencia, la con-vivencia en correspondencia a una escala de prestigio y privilegio, la crianza y el cuidado con contenidos de vulnerabilidad, déficit y dominación, y, finalmente, la valoración de la co-residencia y co-habitación en el mismo hogar como recinto de la unidad y la unión familiar.
Es el referente que proyecta el sueño y la valoración sobre el mundo familiar; como también el juzgamiento moral, social, incluso legal acerca de su diversidad, trasgresión, cambios y transformaciones. Es la instalación centroeuropea, judeocristiana y occidental que pautó desde la lógica colonialista y de expansión imperialista, el exterminio, la negación y la marginalidad, la existencia de otras maneras de organización familiar. Este modelo nuclear fue denominado por Durkheim, para el campo de la sociología, como la familia conyugal (progenitores y prole) y la expresión de la ley de contracción evolutiva de la familia extendida (1892), a partir de los procesos de industrialización y la división social del trabajo, que comienzan a evidenciarse desde la génesis de la sociedad moderna, para constituirse en referente de la familia burguesa y célula matriz del orden social industrial capitalista, a partir del siglo XIX. Esta denominación de la familia nuclear, fue afinada por Parsons (1986) a partir de la segmentación de la familia paternal y troncal que trae la modernización, y definida por Merton como la principal correa de transmisión de las normas y conductas sociales (Lovaglio, 2011).
La instalación hegemónica de la familia nuclear comenzó en la alta Edad Media (Loring, 2001), desde el siglo XIII en el IV Concilio de Letrán y se afianzó en el siglo XIX con los Papas Pío IX y León XIII3. Define su
representación simbólica en la unidad social básica soportada en el amor natural incondicional, los valores altruistas de la solidaridad, la cooperación y la reciprocidad y la obediencia, el respeto y la obediencia al padre y el amor incondicional de y hacia la madre; correspondiendo a la imagen de la sagrada familia “con gran resonancia de la centralidad de la figura materna inspirada en el culto mariano y el modelo tripartito conformado por el padre a imagen de san José, la madre a imagen de la Virgen María y el niño a imagen de Jesucristo” (Ramírez, 2016: 22-23).
La imposición de este modelo nuclear como la familia corresponde al orden hegemónico capitalista y neopatriarcal, argumentando su esencialización y, por esta vía, la negación y el ocultamiento de su configuración como realidad histórica (Laslett, 1972; Bestard, 1998; Flaquer, 1998; Urrego, 1997; Goody, 2009; Cicerchia, 2014; Ghirardi e Irigoyen, 2016; Ramírez, 2016). Esto pone en trasgresión o desviación la multiplicidad y pluralidad de maneras de construir y hacer familia, especialmente en las sociedades actuales (Morgan, 2013; Zapata, 2018; Puyana, 2003; Arriagada, 2007; Rico y Maldonado, 2011; Palacio y Cárdenas, 2017; Durán, 2000; Rivas, 2008).
Resulta interesante ver cómo después de realizar varias lecturas, de hablar, de resolver dudas, de lanzar varias preguntas y de dialogar alrededor de los alcances y las bondades de la crónica, los estudiantes afinan su pluma y se lanzan a contar historias.
Esta vez fueron los estudiantes del Taller de Expresión Escrita de la Licenciatura en Comunicación de la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP), que después de buscar una idea, desarrollarla, llevarla al papel, corregirla, hasta dejarla en limpio, entregan hoy relatos que considero merecen ser leídos. Sigan.
Estamos en Yondó, un pueblito caluroso en Antioquia. Aunque decir caluroso es negarle, por lo menos, 8 grados de temperatura a los casi 40 grados infernales que casi siempre se siente al entrar, sobre todo cuando eres de tierra fría. “En Yondó siempre hace calor, hoy llegaron en mal momento”, nos dijo a manera de recibimiento, en medio de un aguacero, el propietario del hostal en el que pasaríamos los primeros tres días en el pueblo.
Yondó es mi Condoto. A veces lo amo, a veces lo odio, casi siempre lo extraño. Llegar hasta allá fue todo un desafío. Íbamos mamá, papá, mi hermano y la bebita, mi hermana menor. Pero también todos los corotos, viajábamos desde Santa Rosa de Cabal, hasta un lugar desconocido para nosotros, en camión.
Podría decir que ese fue el mejor viaje de mi vida, también el más miedoso. Yo tenía 8 años, mi hermano 4 y la bebita estaba de meses, no recuerdo cuántos. Nosotros, con mamá, íbamos en la parte trasera con los corotos, acostados casi siempre, en un colchón que fue nuestra cama y mueble durante dos días, o tres, se me van los recuerdos con el viento.
El caso es que íbamos atrás en el camión-casa viendo todo ese paisaje precioso que da Colombia. Una combinación de árboles y largos recorridos por vías casi desiertas. Fueron kilómetros de carretera en donde el sol nos quemaba sin tocarnos, sobre todo desde la Dorada (Caldas) y durante el recorrido por la calzada conocida como la Ruta del Sol. Los demás carros, que pasaban a toda velocidad, hacían que el aire caliente junto al movimiento del camión nos arrullara hasta casi dormirnos, para luego, ese mismo movimiento, despertarnos.
Recuerdo con facilidad que en uno de esos despertares mamá nos avisó que pararíamos a almorzar. No veíamos la hora de por fin estirar el cuerpo y comer algo diferente al mecato que llevábamos en los bolsos. La parada se acercaba, una casita aquí, un paradero de camiones allá, una bomba de gasolina más allá y por fin, después de varios metros, el restaurante que nos daría de comer y de beber y que tanto necesitábamos.
Quién iba a decir que sería un almuerzo tan agridulce. Y quiero que comprendan que no hablo del sabor de la comida, que según los recuerdos de mi mamá estaba deliciosa, sino porque justo antes de que papá pusiera el pie izquierdo en el piso para terminar de bajarse del camión, escuchamos eso que acá llamamos un hijueputazo. Era papá, por supuesto. Se había quemado el antebrazo con el exosto que estaba ubicado casi al lado del espejo derecho pero que no alcanzó a visualizar por el afán de estar en tierra pronto y ayudarnos a bajar del remolque.
Los pequeños nos pusimos a llorar. La quemadura se veía horrible y papá entre risas y madrazos nos informaba cuánto le ardía. Pero mamá, que a todo le encuentra una solución, se volvió a subir al camión y sacó un bolsito gris cuadradito que decía en letras naranjas Omnilife. Ahí estaba la solución para mi padre. En uno de esos productos que nunca vendieron y que compraron en uno de esos multiniveles que mostraba ricos a los ricos y estafaba a los pobres que querían serlo.
¿El producto? un líquido tipo miel que curaba lo que fuera, eso sí, al menos funcionaba y sabía rico, cosa rara en los remedios que sirven de verdad. Cogió mamá un sobrecito, le hizo un hueco, tomó con delicadeza el brazo de mi padre y le dijo a manera de burla -no vaya a gritar-, en esas exprimió sin fuerza hasta que la mielcita aquella empezó a caer en la quemadura.
¿Te duele, papi? le preguntábamos mi hermano y yo y papá, poniéndose las gafas de sol para ocultar las lágrimas, nos respondía con un movimiento de cabeza que no. No le creímos, pero insistió en su no hasta que dejamos de preguntar. La curación duró unos cinco minutos, tiempo al parecer suficiente para que el producto obrara un poco y papá se sintiera mejor. Almorzamos, nadie recuerda qué, yo digo que pescado o sudado de pollo, en ese tiempo comía carne, ahora no.
Partimos del restaurante tras unas dos horas. El calor se intensificaba, la bebé lloraba, mi papá no dejaba de mirarse el brazo y mamá, pendiente de todos, se empezaba a enojar. Era el bochorno, a mamá la desespera. Al remolque nos ayudó a subir el conductor del camión, de él no tengo recuerdos, mamá tampoco y a papá no le pregunté porque el tema lo pone muy nostálgico.
Arrancamos a recorrer los Puertos: Puerto Salgar, Puerto Liévano, Puerto Libre, Puerto Boyacá, Puerto Nare, Puerto Berrio. Puertos y más Puertos, hasta que por fin, tras un desvío por la Troncal Magdalena, dejamos todos esos pueblitos atrás y llegamos a Barrancabermeja. Nos metimos por la calle 37 a salir a la carrera 28 que en un punto iba a dar a la calle 52. Nos atravesamos por media ciudad hasta llegar, por esa calle, al Muelle Barrancabermeja.
Allí pasamos la noche, en el camión, a la espera de que amaneciera y nos pudieran dar el tiquete para subirnos al planchón. Un bloque gigante de concreto con motor, por explicarlo de alguna manera, en donde se movilizaban a través del río Magdalena los carros que querían pasar hasta Yondó.
Yo sentía que no nos movíamos ¿mami, por qué la plancha no se mueve? preguntaba con ansias. La respuesta me la dio un joven que se veía viejo y malo. Llevamos tres horas en movimiento mana, me dijo. Quedé espantada. No volví a abrir la boca hasta que en un punto le hicieron señas al conductor de cómo debía avanzar para tocar tierra y comprendí que habíamos llegado. Después mamá me explicó que el señor tenía un trabajo no muy bueno, era paramilitar y eran ellos los encargados de ese tipo de transporte. Fue ahí que descubrí que ese había sido un viaje peligroso y sentí miedo.
Pero ese pensamiento había terminado como quisiera yo que terminen algunos recuerdos, de buenas a primeras. Empezamos a entrar a Yondó. Árboles a lado y lado de la carretera formaban una entrada preciosa al pueblo que me dio y me quitó tanto.
Este viento de ahora, en el balcón de mi casa y los árboles que veo lejos en la montaña me recuerdan esa entrada ¿cómo estará ahora Yondó? me pregunto y me niego a buscar respuestas. Esas son preguntas que se lleva el viento ¿por qué el viento no se lleva, también, mis recuerdos?