sábado, junio 14, 2025
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35 años de la tragedia de Armero

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Un especial de relatos con testimonios de personas afectadas e involucradas en la tragedia natural del 13 de noviembre de 1985 en Armero.

Donde empezó todo

Transcurridas más de tres décadas la respuesta sigue enterrada en el lodo. Y uno puede desenterrar.

Por Camilo Alzate con Fotografías de Rodrigo Grajales. Publicado en La cola de rata

Nevado del Ruiz con la nieve completamente cubierta por las emisiones de ceniza a finales de 2015.

“Las autoridades en cambio dijeron que estaban creando alertas exageradas, luego los llamaron “obsesivos con el tema” y finalmente acusaron a los ambientalistas de causar pánico económico y terrorismo. Según los funcionarios oficiales, las advertencias sólo infundían miedo a la población. “Y que nosotros lo que estábamos haciendo era bajar los precios de la vivienda, que íbamos a quebrar la economía con tanto alarmismo”, asegura Guillermo Castaño, “nosotros éramos unos loquitos, nadie nos creía”. El secretario de gobierno de Pereira, Jonás Ochoa, dispuso un Jeep con agentes de inteligencia del F2 para que impidieran a Castaño denunciar la gravedad de la situación bloqueando su entrada a las comunidades, según comenta el viejo ecologista.” Encuentra la crónica completa aquí


‘Azufre en la piel’

Crónica sobre la tragedia de Armero que se publica en libro de la Cruz Roja. Tomada de elpais.com.co

En el libro hay crónicas de Fernando Quiroz, Darío Restrepo, Gustavo Gómez, Eduardo Arias, Fernando Gómez, Mauricio Silva, Paola Guevara, entre otros.
Foto: Archivo de El País

Por: Paola Guevara – editora de Ve

I. La llamada de Armero

El problema es que el teléfono estaba en el cuarto de su madre. Y ella era una profesora exigente, que no soportaba que a su hijo lo llamaran a las 11:30 de la noche cuando ya estaba dormido, y mucho menos que le apodaran “Pony”. “Necesitamos a Pony, urgente”, “Pásenos a Pony”, decían con voz agitada al otro lado de la línea, y ella, con los dedos rabiosos enredados en el cable del teléfono de disco, respondía “Aquí no vive ningún caballo. Aquí vive Henry Bejarano”.

Esa noche la madre, al percibir la gravedad en la voz del llamante desconocido, hizo una excepción y despertó a Henry, ese joven maestro del distrito, soltero y apuesto, quien cargó tres días a una compañera en su espalda en los entrenamientos de la Cruz Roja en Melgar, tierra de sol, diversión y piscinas azules, por lo que se ganó el mote equino de “Pony”.

Segundos después de colgar el teléfono, Pony se dio un duchazo rápido mientras su madre le reprochaba las horas de salir, y le advertía que no podía descuidar su trabajo en la escuela Santafereña II, y le recordaba el peligro más reciente que corrió, tan solo una semana atrás, cuando sirvió como voluntario de la Cruz Roja en la sangrienta toma del Palacio de Justicia por parte de la guerrilla del M19.

Pony, quien solo tenía oídos en esos momentos para la noticia que acababa de escuchar, que Armero sucumbía por la erupción del volcán Nevado del Ruiz, desoyó las advertencias maternas. A toda velocidad se vistió, echó mano del maletín siempre preparado que contenía ropa interior, un pantalón azul de servicio, dos camisetas blancas con las insignias de la Cruz Roja en el pecho y un par de botas negras talla 43 de caña media, de dotación oficial de las Fuerzas Armadas, que le compró a un soldado por ser las mejores del mercado anterior a la apertura económica.

Porque Colombia en 1985 era un país protector de la industria nacional, cerrado a las importaciones, y la mejor forma de ilustrarlo eran los artículos de uso personal que contenía aquella maleta azul impermeable: un cepillo de dientes sin esa modernidad que luego llamarían “estuche”; un jabón para el cuerpo, envuelto en una bolsa plástica o en un trozo de papel periódico que dejaba adheridos trozos de noticias negras a la blancura de la pasta húmeda; talco para los pies, de un país que podía prescindir de todo lujo menos de la costumbre sana de usar Mexana contra el mal olor de las extremidades; máquina desechable de afeitar Gillette y un jabón de coco o de tierra negra para lavarse el pelo.

Como Pony, esa noche del martes 12 de noviembre más de 100 voluntarios de la Cruz Roja, muchos de ellos jóvenes que aún vivían en casa con sus padres y hermanos, fueron “activados” por la llamada de alerta a lo largo y ancho de Bogotá.

“Uno casi dormía con el morral de 90 litros puesto”, dice Pony, quien pronto descubriría -por la inevitable comparación- que su maleta de voluntario era tan bienintencionada como incipiente en aquellos tiempos. Cuando días después llegaron a Colombia los rescatistas franceses y suizos, con sus flamantes trajes y arneses, zapatos especiales, dotaciones y herramientas, o los pilotos estadounidenses y rusos con sus helicópteros de doble hélice y sus soberbios equipos de rescate y raciones alimenticias, descubrieron los rescatistas colombianos lo que significa vivir en el tercer mundo y enfrentarse a las fauces de un volcán lleno de lava y azufre con una maleta donde la amorosa madre ha empacado huevos tibios como entremés.

Camisetas rasgadas servirían para inmovilizar a los fracturados, con sacos de fique se construirían arneses para sostenerse de los helicópteros, los brazos cansados servirían como sogas y las manos desnudas harían las veces de picas y palas. Los sacos de café construirían carreteras improvisadas sobre el lodo para llegar a los sumergidos que clamaban ayuda, y hasta los camiones volcados con yogurt salvarían de las quemaduras con azufre el rostro de centenares de damnificados.

Lejos aún de todas estas certezas que habían de llegar con la claridad del día, Pony salió de su casa muy cerca del popularísimo barrio 20 de julio, sitio de peregrinación de los devotos al Divino Niño, pródigo en primeros auxilios espirituales del creyente pueblo colombiano que, en aquellos tiempos, no tenía una entidad estatal dedicada a la prevención de desastres naturales pero estaba consagrado al Sagrado Corazón de Jesús.

Pony era el encargado de recibir las donaciones que llegaban a la antigua sede principal de la Cruz Roja, en la Calle 68 de Bogotá. Debía empacar, clasificar y descartar toneladas de alimentos, ropa, agua, colchones, cobijas y demás, que circularon sin cesar cuando la radio confirmó la noticia en la madrugada del miércoles: “Armero fue borrada del mapa”, “Armero es un mar de arena”.

Sin terminar de visualizar palabras que resultaban tan etéreas como inverosímiles, Pony ocupaba cada minuto en llevar la lista y direccionar a los voluntarios, médicos y personas del común que se acercaban a ofrecer su tiempo; en llenar tractomulas y despacharlas cargadas de ayudas y, en fin, coordinar desde Bogotá los auxilios que salían por tierra y por aire rumbo a los centros de acopio cercanos a la zona del desastre.
Reflexiona Pony, cabalgando sobre recuerdos lejanos pero nítidos: “Colombia podía ser un país pobre y atrasado en aquel entonces, pero fue el más rico de todos en generosidad. Pude comprobarlo esos días. Jamás olvidaré a un hombre mayor, que se acercó a la Cruz Roja en una bicicleta de panadería destartalada. Traía una pequeña bolsa de plástico que contenía una libra de arroz, una libra de azúcar y una panela. Era todo lo que tenía. Y dijo: ‘Quiero que le entreguen esto a la gente de Armero, que lo necesita más que yo’”.

II. “Tráigalos vivos” sigue leyendo aquí…

Armero, crónica de una tragedia amenazada por el olvido

A 300km/h por el cañón del Lagunilla, el río que baña a Armero, una avalancha de barro de 40 metros de altura se vertió sobre el valle. Tomada de elespectador.com

AFP

De la catástrofe de Armero, tragada por el lodo en 1985, queda la mirada de Omaira Sánchez, cuya agonía fue registrada por medios del mundo entero, aunque las ruinas de esta próspera ciudad de Colombia se hundan hoy en el olvido.

“Treinta años después, aún tengo pesadillas”, dice Olga Villalobo, quien para entonces aún no había cumplido 13 años, la edad de Omaira, símbolo de una tragedia que dejó más de 25.000 muertos y casi el mismo número de damnificados.

Como Omaira, cuyas fotos marcan un hito del desastre, Olga permaneció atrapada durante horas en el alud provocado por la erupción del volcán Nevado del Ruiz y el derretimiento de sus nieves perpetuas.

Atascada entre escombros, con una barra de metal clavada en su cadera, Omaira murió tras agonizar tres días. Olga sobrevivió.

La noche del 13 de noviembre de 1985 dice haber estado preocupada. “Llovían cenizas y piedras”, relata a la AFP. Su familia intentó huir en coche, pero no tuvo tiempo.

A 300km/h por el cañón del Lagunilla, el río que baña a Armero, una avalancha de barro de 40 metros de altura, el equivalente a un edificio de 12 pisos, se vertió sobre el valle, inundando todo en olas que se elevaron hasta 10 metros.

El despertar del “León dormido”

“Hubo un ruido fuerte, como un trueno. Y el agua, el lodo, entraron en el carro”, explica Olga.

Recuerda haberse sofocado, creerse muerta. “Solté a mi mamá, a mi hermanito y esto me salvó”, suspira al evocarlo. Con 43 años, traductora y madre de dos hijos, del horror no le ha quedado físicamente sino una minúscula cicatriz cerca de un ojo. Pero aún escucha “el canto de los gallos” que anunciaban el desastre.

El Nevado del Ruiz, apodado el “León dormido” y ubicado a unos 45 km de Armero y de 5.321 metros de altura, se había despertado hacía varios meses. “Había temblores, las cenizas cubrían todo, el agua estaba contaminada. Pero la alcaldía solo decía de taparse la nariz”, asegura Alma Landínez, de 56 años.

Cada año, esta mujer, con 14 parientes muertos por la fatídica erupción, vuelve para despejar el lugar donde supuestamente estaba la casa familiar, en la parte más devastada de la zona. Allí no queda ni un muro. El fango lo cubrió todo y a lo largo de los años, la vegetación tropical se tomó el terreno.

“No teníamos las capacidades de hoy. Esta tragedia sirvió de ejemplo, y no solo para Colombia”, subraya el médico Harold Trujillo, de 50 años, entonces socorrista de la Cruz Roja y quien perdió a 70 de sus 90 colegas.

Cuando el Nevado del Ruiz rugió, los colombianos todavía se reponían de la sangrienta recuperación del Palacio de Justicia por parte de las fuerzas armadas, luego de que la sede de la Corte Suprema, en pleno centro de Bogotá y a solo 160 km de Armero, hubiera sido tomada por la guerrilla del M-19.

Tumbas de cuerpos sin sepultura

En la entrada de Armero, los árboles destriparon los pocos edificios que quedan en pie. El último piso del hospital, una ferretería y un restaurante se extienden sobre la ruta como fantasmas: vestigios de la “ciudad blanca”, otrora famosa por sus plantaciones de algodón y arroz.

El resto no es sino una inmensidad desolada e infestada de mosquitos. Lápidas y cruces corroídas por la humedad marcan, entre algunas rocas volcánicas, los sitios donde los sobrevivientes piensan que descansan sus muertos.

Algunos de quienes lograron escapar fueron reubicados en localidades vecinas como Guayabal. Otros no recibieron nada después de agotar, en dos años, los fondos públicos otorgados.

Hoy sobre el valle, donde vacas huesudas pastan a la sombra, flota un pesado aire de abandono y, como una isla, emerge la tumba de Omaira.

Cientos de devotos le rinden homenaje como si fuera una santa. “Uno le deja una nota para agradecerle o pedirle favores”, confía July Amezquita, de 29 años, cuyo marido dobla cuidadosamente un papel que deja entre las velas, juguetes y flores que acompañan la lápida.

En lo que era el centro de la ciudad, se dibuja en el cielo un arco de cemento de tres secciones, “símbolo de los que no están más”, explica su autor, Hernán Diario Nova.

Muy cerca, al pie de una cruz levantada durante la visita del papa Juan Pablo II en julio de 1986, este artista oriundo de Armero dejó 25.000 piedras, tantas como los desaparecidos.

En la antigua plaza pública, el único espacio liberado de la coraza de lodo, se aprecia la catedral y su campanario destrozado, recuperado 2km más lejos.

Es allí donde cada 13 de noviembre una lluvia de flores cae desde helicópteros sobre ese cementerio de tumbas de muertos sin sepultura para conmemorar lo ocurrido. 


La mujer que apagó el volcán

Esta crónica sobre la tragedia de Armero hace parte del libro ‘De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho’. De Alberto Salcedo Ramos. Tomada de semana.com

Todavía hoy, trece años después, Ana Cecilia Vargas no se explica por qué su casa quedó en pie, el día que la erupción del Volcán Nevado del Ruiz borró a Armero del mapa.

Un poco después de las once de la noche de aquel miércoles 13 de noviembre de 1985, se fue la luz en el pueblo. Richi, el perro pastor alemán de la familia Osorio Vargas, comenzó entonces a ladrar con más desespero que por la mañana, lo que sus amos interpretaron como una consecuencia de la luna llena.

“Hoy estoy convencida de que el perro presentía la tragedia”, afirma Ana Cecilia, mientras le quita la envoltura al helado que uno de sus nietos le acaba de regalar.

“Yo estaba en el primer piso”, dice a continuación, “y desde allí vi un cerro que saltaba por la Avenida 18, donde vivíamos nosotros. Yo no tenía mis lentes y pensé que tal vez por eso era que veía un cerro que venía brincando a toda prisa hacia mi casa”.

Como la visión le pareció absurda, Ana Cecilia no le prestó atención. Y hasta se alegró de ser la única persona de la casa que permanecía despierta a esa hora, porque así se salvaba de que le dijeran que no estaba ciega sino loca. En seguida se fue a la cama y durmió seis horas de un solo tirón.

“Yo creo que fuimos los únicos en Armero que pudimos darnos el lujo de dormir”, señala Ana Cecilia. Su boca, untada de crema de helado, contrasta con la seriedad de sus ojos. “Mientras nosotros roncábamos, un río de lodo hirviente sacaba a casi 30 mil personas de sus casas y las zarandeaba como juguetes, antes de dejarlas tiradas entre los escombros”.

A las cinco y media de la mañana del jueves 14 noviembre, Ariel Osorio, el esposo de Ana Cecilia, se levantó de la cama. Estaba descalzo y sintió que pisaba tizones prendidos, en vez del piso frío que palpaba todas las mañanas. Su mujer abrió los ojos y lo saludó con una sonrisa.

El hombre encendió el radio, fiel a una vieja costumbre, y fue como si el locutor, desde su cabina de Bogotá, hubiera abierto las compuertas de una desgracia que para ellos había estado represada. Fue como si apenas ahora, con seis horas de retraso, la fatalidad entrara en la alcoba de los Osorio Vargas, dispuesta a devorar el último bastión de felicidad que quedaba en el pueblo. Armero estaría sepultado en un alud de fango, decía el locutor, y tal vez no habría sobrevivientes.

Ana Cecilia saltó indignada de la cama, pues nada más que en su familia había siete personas vivas, y le preguntó a su marido por qué los periodistas tienen la maña de matar a la gente con sus cifras exageradas.

Mientras los dos caminaban angustiados hacia la azotea, ella recordó los rumores de los últimos días, que hablaban sobre la inminente erupción del volcán. A las ocho de la noche del miércoles 13, algunos vecinos le habían contado que vieron caer en el pueblo, en horas de la tarde, una menuda llovizna de ceniza.

Cuando llegaron a la azotea, Ana Cecilia y Ariel vieron por fin lo que aún hoy les parece un milagro: el lodo se había tragado las primeras cinco casas de la cuadra, pero se había detenido justo en la casa anterior a la suya. En la acera de enfrente, en cambio, la avalancha no se detuvo sino que continuó su marcha destructora, y las ruinas se extendían hasta perderse de vista. En el caldo de fango en que se había convertido lo que tan sólo ayer era una avenida sembrada de almendros y bordeada por casas de colores, había cadáveres humanos, animales muertos, carros volcados, camas destrozadas, rocas monstruosas, trastos de cocina, árboles arrancados de raíz.

Por primera vez desde la muerte de su hijo Carlos, ocurrida diez años atrás en un accidente de tránsito, Ana Cecilia estalló en llanto. Sus aullidos histéricos despertaron al resto de la familia.

Resultaba irónico que el desastre que les cambiaría la vida para siempre se hubiera conocido en el resto del país antes que en la casa de ellos. Era como si la criminal avalancha se hubiera permitido la debilidad de no dañarles el último sueño en Armero… Seguir leyendo


Compartimos unos podcast y artículos realizados por Radio Ambulante, tratan el tema de los niños perdidos en la tragedia y algunas de las historias que con el tiempo se han conocido y documentado…

Los niños perdidos parte I y II

En noviembre de 1985, una erupción volcánica arrasó con el pueblo colombiano de Armero y lo enterró debajo de toneladas de rocas y lodo. Entre los sobrevivientes había varios niños pero, en el caos, fueron trasladados a otros lugares y nunca se volvió a saber de ellos. Tres décadas han pasado y todavía queda una pregunta: ¿Qué pasó con los niños desaparecidos?


Esta segunda parte de la historia sigue la labor de Francisco González y su fundación Armando Armero para descubrir qué pasó con los niños desaparecidos…


Jenifer fue adoptada por una familia española después de la tragedia en Armero. Ahora quiere saber qué pasó.

Jenifer de la Rosa es una periodista española de 32 años. Creció en Valladolid y ahora vive en Madrid. Llegó a España cuando tenía un año y medio, pero nació en Manizales, Colombia, el 6 de noviembre de 1985. “O eso creo”, dice. Fue adoptada por una familia española y no tiene ningún recuerdo de su familia biológica. Según les dijeron a sus padres adoptivos, ella es sobreviviente de la avalancha del volcán Nevado del Ruiz.

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¿Cómo fue el reencuentro de esta familia separada después de la tragedia de Armero?

A Lorena Santos no le molesta que la llamen Sully Janeth Sánchez. Siente ambos nombres como propios y son parte de su identidad. Se llamó Sully Janeth cuando nació y cuando su mamá la registró. El nombre Lorena vino más tarde, cuando la avalancha de Armero le cambió su vida para siempre. 31 años después, gracias a las ganas de saber la verdad sobre su pasado, se reencontró con una hermana biológica que no sabía que tenía.

El caso de Lorena fue el primer reencuentro por ADN gestionado por la Fundación Armando Armero.

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Joe y la esperanza

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Joe Biden, el presidente electo de Estados Unidos, puede ayudar a mejorar el mundo. No es un héroe ni un revolucionario, pero su plan nos devuelve al camino correcto: nos permite volver a confiar en la razón.

Por, Diego Fonseca. Publicado en The New York Times

Angela Weiss/Agence France-Presse — Getty Images

A Enrique Lynch, un optimista lúcido, in memoriam.


Una semana atrás, la humanidad tenía un futuro oscuro. O más, y peor: nadie veía futuro. Solo una mancha ominosa. ¿Han visto esas tormentas tropicales donde el cielo se llena de nubes gordas, omnipotentes? La sombra de Donald Trump era peor.

Pero llegó Joe Biden —y la inteligente y carismática Kamala Harris— y en un día, el 7 de noviembre de 2020, descubrimos que podía haber una promesa esperando por nosotros: Biden fue declarado presidente electo. Tan potente fue que aunque el presidente en funciones de Estados Unidos no reconoce su derrota, el mundo parece sentir que el ahogo se ha acabado al menos un instante.

El triunfo de Biden nos ha dado una ficción orientadora: la idea de que, en las peores circunstancias, creer, organizarse, movilizarse puede llegar a producir una suerte de milagro. Al menos hoy tenemos la creencia —y en este caso la fe parece una elección razonada— de que podemos intentarlo y que otros lo intentarán. ¿El mundo ha cambiado, entonces? El ambiente ha cambiado. Los desafíos son los mismos. Tenemos delante una plétora de obstáculos que nos harán fallar.

Pero hay un comienzo: volvemos a confiar. Sobre todo, en la razón.

Como sucede con las catástrofes y las epifanías, supongo que todos recordaremos dónde estábamos cuando nos enteramos de que era el principio del fin de la presidencia de Trump. Mi vuelo de Dallas a Ciudad de México estaba a punto de despegar cuando entró una alerta a mi teléfono y a otras varias decenas: pasajeros que aplaudían, algunos grititos de alegría (modosos, cuidadosos). Yo pensé de inmediato en mis hijos.

Alguna de las tantas formas de la alegría ha vuelto. Y, sobre todo, la intensa sensación de que hay una luz al final del túnel. Hemos recuperado la percepción —menor, débil y tal vez inalcanzable— de que no todo está dicho y que podemos construir un futuro mejor.

Lo he hablado con una decena de colegas, amigos y analistas en una visita exprés a México: la misma gente que en Zoom tenía rostro de desasosiego está ahora con una plenitud casi adolescente que resulta increíble, y me incluyo: hacía tiempo que las sonrisas no tapizaban una cara entera.

Así fracasemos en conseguir lo que busquemos, hemos reubicado el carro en una senda con posibilidades. Un par de décadas atrás leí una entrevista donde Primo Levi hablaba sobre la esperanza, retomando ideas de su novela Si ahora no, ¿cuándo? Dice Levi: “Puedes estar seguro de que el mundo se dirige a la destrucción, pero es una buena idea, algo moral, comportarse como si todavía hubiera esperanza”. Y sigue: “La esperanza es tan contagiosa como la desesperación: tu esperanza, o tu muestra de esperanza, es un regalo que puedes darle a tu prójimo e incluso puede ayudar a prevenir o retrasar la destrucción de su mundo”.

En estos días nos esperanzó el anuncio del hallazgo de una vacuna altamente efectiva contra el coronavirus. La totalidad de la noticia sonaba a justicia poética para una época de oscurantismo, sin épica: desarrollada en la Alemania de Angela Merkel por una pareja de científicos, un inmigrante y una hija de inmigrantes. Una suma perfecta: un país desdeñado por Trump, una mujer —una mujer, Donald— como epítome del liderazgo responsable que él es incapaz de encarnar; científicos —¡científicos!—; hijos de inmigrantes contra los que, con seguridad, el peor inquilino de la Casa Blanca hubiera sido inclemente.

Ahora bien, Joe Biden no es un héroe; no es un revolucionario que dará vuelta el mundo, pero su plan nos devuelve a una senda razonable. Biden pretende despolarizar y reconciliar a Estados Unidos con el mundo; recuperar el paso en el combate al cambio climático regresando a la conversación global; defender los derechos humanos y la democracia contra el avance de las autocracias y los populismos autoritarios; reforzar la cooperación regional y mundial para mejorar el comercio en plena crisis y favorecer un sistema internacional de instituciones que atiendan los desafíos presentes y futuros.

Los desafíos no dejarán de ser enormes y, por supuesto, no hay victoria garantizada —en absoluto––. Habrá errores reprochables y retrocesos inaceptables. Nos aguarda una colección de imposibles. La pandemia estira la lista de fatalidades; la crisis económica demandará volver a discutir paradigmas (y posiblemente no suceda); las fracturas sociales, culturales —civiles— no serán desmontadas por decreto. La pobreza se extenderá; millones están sin trabajo; la política del odio no se irá sin resistencia. Fallaremos en numerosos otros campos. Tendremos resultados buenos y malos. Nos defraudaremos y enojaremos.

Pero hoy sabemos que hay margen para la tolerancia, la civilidad, el diálogo. Se ha abierto un hueco en la oscuridad cerrada que nos envolvió, decía Levi, quien estuvo preso en Auschwitz y sobrevivió.

Tengo dos hijos, no quiero un mundo peor para ellos, y así era el futuro con Trump. Tendremos que meter el dedo en el agujero abierto, en esa brecha en la oscuridad, hasta crear un paso. Nos tomará cada día de los años por venir.

*Diego Fonseca es colaborador regular de The New York Times y director del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur, su nuevo libro de perfiles, se publicará este mes en España.

La fiesta de los difuntos es cosa de vivos

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Bien sabemos en Bolivia que conmemorar a los muertos es cosa de vivos y, muy despiertos desde temprano, para variar. Una tarea tan ardua exige muchos esfuerzos y preparativos. Como que hay familias que con una semana de anticipación van alistando sus pertrechos para no defraudar al alma de sus difuntos. Son los días en que los hornos trabajan a todo gas, cabalmente dicho. Desde los hornitos de casa a los hornos industriales de las panaderías, no dejan de sacar hornadas de bizcochos, panes, queques, galletas, empanadas, rollitos y otras masitas. Toda casa huele a masa, a pan caliente, a esencia de vainilla. La repostería en su máximo esplendor.

Como la globalización ha llegado a todos los rincones del planeta, ahora resulta que hay ciertos parámetros o estándares para instalar la mesa de homenaje u ofrenda a los difuntos. Así que no tiene nada de extraño en este país de los mil colores, acudir a la oportunísima “Feria de Todos Santos” que de a poco se ha ido consolidando en las principales ciudades, donde ya puede uno adquirir las t’antawawas o muñecos de pan, aparte de las escaleras, animalitos, y otras figuras simbólicas hechas de harina de trigo, amén de otros adornos elaborados a base de azúcar caramelizado. Luego, no es nada del otro mundo comprar las frutas de temporada y algunos otros complementos para terminar de armar el decorado.

Pero lo que no se puede estandarizar es la comida en honor al difunto, y mucho menos sus platos predilectos; aunque la tradición señale que hay cierto consenso respecto a ciertos preparados, que pueden variar según las familias y según las regiones. Ahí quería llegar este escribiente, ansioso de deleitarse con los aromas y sabores que emanan de una cocina en plena ebullición, a toda marcha también en ocasión de estas festividades. Porque no es fácil contentar a las almas que, según la creencia popular, acuden al mediodía cada 1 de noviembre para entremezclarse en el mundo terrenal y, en el ínterin, compartir un almuerzo u otro plato favorito que los aproxime a la familia y, a través de ese ritual, a la esencia de la vida.

En mi extensa familia que se pierde en distintas ramas, continúa muy vigente la costumbre de degustar una sopa espesa a base de ají colorado, harina de trigo retostada y pan molido, denominada coloquialmente “uchu”, que es laboriosamente sazonada con tres tipos de carne y que, al momento de servir, se acompaña con papas blancas, arvejas y bocadillos fritos que flotan sobre la superficie como islotes en medio de ese mar de sensaciones. Por norma, yo suelo repetir este picantoso manjar aunque me arda la lengua, una suerte de placer culpable que gustoso repetiría cada semana.

En otros hogares suelen decantarse por una ch’anka de pollo, sustanciosa sopa con esperanzadoras ramitas de cebolla verde, o también la blanquísima sopa de maní, regada de perejil recién picado y palitos de papa frita que al remojarse hacen que uno ame este tubérculo para siempre. Comoquiera, una reunión familiar en memoria de un fallecido, paradójicamente casi nunca es un asunto triste, ¿cómo lo va a ser, si el elemento unificador fuese un suculento ají de fideos, cocinado con la sencilla sapiencia de la comida hogareña?

Más allá de las concepciones religiosas, recordar a los difuntos, a los seres queridos que ya no están con nosotros, es una forma de traerlos al presente. ¡Qué mejor homenaje a la Vida que celebrar a los muertos!

Ofrendas en honor al difunto
Uchu, el plato familiar para estas fechas
Ají de fideos, un plato alternativo

*Pueden ver más contenidos de este autor en: Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas, y otros amores

El cartel del mes por Quimbaya Studio: Kira

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Arte de Kemo-Sabi, integrante del colectivo

Kira es un samurai perverso estilo steampunk enemigo de Lutra, la nutria extinta de los ríos japoneses, esta ilustración es un concepto en desarrollo creada por Kemo-Sabi e inspirada en -Los Extintos- una serie que genera una reflexión sobre la extinción de especies animales, y la serie Mee-7 creada por Héctor David Betancurt, otro integrante del colectivo.

Quimbaya Studio es un colectivo de artistas pereiranos que mensualmente comparten su arte en La cebra que habla, su intención, reflexionar a través de la ilustración sobre los temas que como sociedad nos inspiran, nos impulsan a seguir imaginando futuros mejores o en otras ocasiones nos confrontan con nuestras problemáticas como sociedad.

Los invitamos a seguirnos en Instagram, búscanos como @quimbayastudio 

Un especial sobre la obra de Lucy Tejada vía La Cola de Rata

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La Alegría de Lucy

Murales de Lucy Tejada

Por: Jess Ar

La más importante artista plástica de Pereira dejó una serie de obras de arte público en diferentes puntos de la ciudad. Sin embargo, algunas han quedado relegadas de puertas para adentro.

El 10 de octubre de 1920 nació en Pereira Lucy Tejada Sáenz, la mujer que 30 años después se convertiría en una de las artistas más importantes del país, y probablemente la más representativa pintora de nuestra ciudad.

Lucy dedicó toda su vida y su mundo al arte. Esa era su alegría.

Sus obras partían de la imaginación, conforme imaginaba daba trazos, y según su estado de ánimo, ella llenaba de color dicha obra.

Dentro de su trabajo relucen principalmente las mujeres y los niños, seres de ojos negros, muy profundos, con una estética detallista y contundente.

Un ejemplo de ello, pero en formato mosaico, es el mural La alegría de aprender, ubicado en el antiguo Club Rialto de Pereira (calle 17 con carrera séptima, esquina). Se encuentra en el tercer piso del edificio, justo a un lado de la luz que irradian las ventanas.

Antiguamente allí estaba ubicada la piscina y era el lugar de esparcimiento más frecuentado del club en sus años de funcionamiento. Texto completo.

GRABADOS

Por: Martha Traba

Una Lucy Tejada ya conocida en el arte colombiano, llena de gracia y de fuerza, de seguridad en sus síntesis y de solidez en sus soluciones formales, es la que reencontramos en la exposición de grabados expuesta en la Sociedad Económica de Amigos del País. Estamos ante treinta y tres obras apoyadas sobre un tema y que no ocultan su predilección por la humilde figura femenina atareada en su trabajo de la ciudad o del campo y por las leves figuras infantiles abstraídas en su juego y sus sueños. Pero unas y otras figuras salen del círculo de la fatiga real o de los intereses reales; carecen, por otra parte, de todo énfasis; aparecen plantadas en el papel como troncos macizos, pero balancean la severidad de sus cuerpos y la solidez corta de sus piernas con el gesto característico de los brazos en alto, enlazando la cabeza de una compañera, las bateas de ropa para lavar en el río, o simplemente, el talle puro del aire. Sus apariciones vigorosas y masculinas, de bloques escultóricos, acaban siempre, pues, en el femenino arabesco del brazo levantado. Ir a las imágenes y texto completo.

Donde acaba la ternura

Pinturas de Lucy Tejada

Por: Camilo Alzate

Hay un cuadro de Lucy Tejada que me perturba si reparo en sus detalles. Se llama El boquete infame, fue pintado en 1966, cuando la artista se despojaba de aquellos trazos gruesos, sólidos y firmes de su primera etapa, a veces rígidos, casi verticales, que recuerdan tanto al entusiasmo latinoamericano de Oswaldo Guayasamín, Cándido Portinari y Diego Rivera, dando paso a una especie de circularidad difusa y nebulosa que acabaría por señalar su obra a mediados de los sesenta.

Entre un decorado azul borroso, pleno de confusión y de oscuridad y de ceguera, unas niñas mudas con aspecto asustadizo observan a un hombre desnudo que introduce su mano bajo las faldas de una mujer cuyo semblante denota un ligero sufrimiento. La mano que hurga es apenas un detalle menor dentro de la inmensa composición dominada por una ventana sombría (¿acaso es este el boquete por donde se cuelan pesadillas y demonios?), así como es apenas perceptible el gesto de contorsión en la boca de la mujer, pasiva, aunque claramente incómoda.

Una interpretación benévola diría que puede tratarse de un parto, pero tengo motivos para sospechar una escena distinta, tan llena de horror y de espanto como lo sugiere el título de la pintura: una escena infame. Podría ser, al fin, un mal sueño, a juzgar por el clima difuso de rostros fantasmales velados en las sombras. “Yo no busco el cielo”, dijo alguna vez la pintora, “sino el momento en que uno pueda crear”. La creación –se intuye– es otro nombre para el dolor.

Aquella ambigüedad perturbadora me parece la verdadera esencia de Lucy Tejada, más allá del cliché gastado con que la encasillaron desde los años cincuenta llamándola la “pintora de la ternura”. Digo ambigüedad porque es difícil saber dónde acaba la ternura y dónde empiezan esa tristeza y esa angustia tenue que impregna su obra, poblada por niñas silenciosas siempre mirando al público, impugnándolo en su desolación. El escritor Fernando Cruz Kronfly supo ver más allá del cliché al afirmar que Lucy no hizo otra cosa toda su vida más que “pintarse a través de sus niños sin esperanzas, de sus niños lejanos en su ser sin salida”, una inocencia humana que él califico como “anterior a la historia”.

Con esa inocencia genuina y para nada fingida desbarataba a los entrevistadores, les bajaba la pompa y la circunstancia. En lugar de responder esas preguntas fatigosas sobre las vanguardias, el arte abstracto y la enorme trascendencia de su obra, ella, que se codeó con León de Greiff, Luis Caballero y Enrique Grau, prefería lamentarse porque se le había muerto la mamá de forma muy prematura y ella “no había podido gozarla”, o quejarse una y otra vez de que en Cali estuvieran tumbando los árboles tan hermosos que ya no adornaban las calles con sus flores, o contar que el único recuerdo que conservaba de Pereira, su ciudad natal, era la figura de una señora muerta y tiesa sobre una mecedora. En cierta ocasión exclamó, sin rubor ni falsa modestia, “no me había dado cuenta de que yo era tan importante”. Lo era, sin embargo.

Borrosa, inconexa, pero con un dominio magistral de la composición, Lucy Tejada adoptaría los colores terracota y ocres que le dan ese toque de arte rupestre y primitivo a sus obras de madurez, convencida como estaba de que el final y el comienzo de la creación eran casi idénticos pues “el mundo se repite, al final todo es la misma cosa, como en los sueños”.

Su pintura es una presencia reiterada de las mismas figuras borrosas, esas niñas mudas que se confunden en un velo de niebla púrpura y ocre, la paleta neutra de la mayoría de su obra. Nunca radiante ni fulgurante, siempre a la sombra del sueño o del recuerdo, como en las fotografías antiguas. Por aquel eterno retorno a la infancia, ese mundo bello pero triste, fue que el poeta Jotamario Valencia dijo que Lucy Tejada siempre había sido “una niña que pocas veces se permite la risa”.

Gonzalo Mallarino atinó al calificarla como “una de las mentes más poéticas de toda la pintura colombiana”. Esa poesía traía enredado el murmullo de la máquina Singer con la que cosía su madre y los brillos extraños de una casa oculta en las guaduas de Manizales, donde Lucy conoció el asombro que produce el color de la tierra y los rastrojeros llenos de armadillos por los que corría con sus hermanitos buscando guayabas. “Pinto niños, pero en el fondo siento que estoy haciendo mi autorretrato”, escribió Lucy Tejada al final de su vida. “Yo misma soy una niña asombrada, con miedo del mundo”.

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La vida detrás de una webcam de sexo

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Modelos y usuarios hablan de las sesiones de pornografía interactiva, un sector que mueve números de vértigo.

Por, Elena Ledda. Publicado en La Vanguardia

Son casi las 10 de la mañana de un miércoles de verano en un pueblo de Catalunya. Aunque afuera el sol castiga sin piedad y el viento intensifica el bochorno, en la habitación de Nikasumi y Jaimote, moderna y espartana, el aire acondicionado está a tope y hace frío. Nikasumi, Nika, se sienta sobre una cama agrandada uniendo dos colchones, a su lado una mesita que luce un recién adquirido ordenador amarillo chillón y una caja de cartón llena de juguetes sexuales. Y acto seguido coloca ordenadamente a su alrededor lo que necesita para empezar a trabajar: una toalla azul, un paquete de toallitas húmedas y lubricantes, además de varios paquetes de tabaco.

Nika tiene 20 años, cuerpo menudo y grandes ojos oscuros muy despiertos. Es originaria de Asturias y, desde hace año y medio, trabaja de ‘modelo webcammer’. El nombre con el que quiere que la llamen no es el de pila -en ese, afirma, ya no se reconoce- sino su ‘nickname’, el que utiliza con los ‘ciberbuscadores’ a los que ofrece sexo virtual a través de las webcams.

A su lado, pero invisible a la pequeña webcam negra está sentado, delante de dos ordenadores, su compañero, conocido como Jaimote. Originario de Andalucía pero catalán de adopción, de 32 años, un pasado de técnico de una empresa de suministro de gas natural y actualmente agente de Nika, webmaster y, ocasionalmente, modelo de cámara web.

Como una modelo de pasarela

“Es como si yo fuese modelo de pasarela, pero ante una cámara, y, en lugar de enseñar un vestido, enseño mi cuerpo”, explica Nika. En pocos minutos la pareja está preparada para emitir de manera simultánea en tres plataformas de transmisión por web y chats en directo que pertenecen a la así llamada industria de entretenimiento para adultos.

Nika, sentada con las piernas cruzadas y vestida con un conjunto de cuadros a lo Britney Spears, ríe mucho y fuma ante la cámara mientras charla con los usuarios (casi todos hombres) de cosas cotidianas, como del nuevo corte de pelo que se ha hecho uno de sus usuarios fijos. Así es como les llama: “clientes suena muy raro”, aclara.

Hasta que alguien no pague, Nika no piensa hacer nada más. Porque en esas páginas, para hacer peticiones, solicitar shows privados o enviar propinas a modelos, es necesario adquirir una moneda virtual, que se paga con dinero real. Las páginas clasifican a la audiencia dependiendo del número de monedas virtuales o créditos que compren o dejen de comprar: los webmaster pueden, si quieren, incluso bloquear a quienes nunca han comprado monedas virtuales y quedarse únicamente con quienes pagan. Nika y Jaimote dedican a las webcam entre cinco y seis horas diarias, y si todo va bien acaban teniendo unas ganancias de tres mil euros al mes.

El de las webcams de sexo es un sector que presenta números de vértigo. Uno de sus líderes es la plataforma luxemburguesa Live Jasmin: 35 millones de visitas y diez mil shows diarios (mayoritariamente llevados a cabo por mujeres) y unos ingresos anuales de cerca de 350 millones de euros.

Según el ranking de Alexa -que estima la popularidad de las páginas web combinando la media de visitas diarias con las visitas por página- en España, país que proporciona a Live Jasmin cerca del 4% de su audiencia, el sitio tiene más o menos la misma popularidad que el de compañía de vuelos Ryanair o del diario británico The Guardian.

Márton Fülöp, jefe de operaciones de Docler Holding, la empresa que desarrolla y gestiona Live Jasmin, explica: “Lo que ofrecemos es interacción y experiencia en la que son los usuarios los que definen el contenido que quieren ver”.

A pesar de que Live Jasmin sea posiblemente la menos explícita de todas las plataformas de su género y de que Fülöp insista una y otra vez en que ellos no se consideran parte y no quieren que se les asocie con la industria de la pornografía, basta con pasarse un rato allí y en cualquier otra página parecida para hacerse una idea de qué es lo que se ofrece: sexo en vivo.Webcamer

No hay dudas sobre el carácter sexual de la actividad de modelo webcammer pero hay poca unanimidad en cómo habría que definirla. La mayoría de las personas entrevistadas lo ven como pornografía interactiva. Las personas que se dedican a ello aseguran que no se trata de prostitución porque no hay ningún contacto físico con la otra persona o, como explica Andrea Gutiérrez García, psicóloga social e investigadora en temas de género, “no se produce una intromisión directa en el cuerpo de la otra persona”. Y la actriz porno, bloguera y webcammer Amarna Miller opina que es simplemente una categoría aparte dentro del trabajo sexual.

¿Pornografía o prostitución?

Sin embargo, hay quienes consideran que apenas existe una diferencia de matices con la prostitución: “Sí que hay invasión en el momento en el que alguien por chat me dice qué tengo que hacer con mi cuerpo”, afirma Péter Szil, psicoterapeuta experto en pornografía y masculinidades.

“En las webcam se ofrece exactamente lo mismo que en las páginas porno y en la prostitución -destaca Szil-, con el valor añadido que da la sensación de que se está experimentando algo más vivo, más real, pero la función es la misma: utilizar a unas personas para satisfacer a otras”.

Nika trabaja desde casa y su pareja, Jaimote, ejerce de moderador desde un ordenador cercano, aunque fuera de la vista de los usuarios
Nika trabaja desde casa y su pareja, Jaimote, ejerce de moderador desde un ordenador cercano, aunque fuera de la vista de los usuarios (Elena Ledda)

Es difícil encontrar a personas que quieran explicar de primera mano qué buscan y qué encuentran en esas páginas. De la veintena de usuarios a los que se les ha propuesto una entrevista, solo han accedido dos. Ambos son varones y los dos han pedido no ser identificados.

Edu (nombre ficticio) tiene 22 años, es de Girona, tiene un negocio de servidores virtuales y lleva ‘en este mundo’ desde que tenía 18. “Uso las webcam para divertirme y conocer a gente diferente y en general, conocer a la mujer: yo en la vida real soy bastante malo intentando hablar con las chicas” escribe por chat. No quiere hacer la entrevista por teléfono: “Prefiero no hablar de esto en voz alta”, explica.

En cambio Miguel Ángel, pintor de Extremadura afincado en Madrid, no tiene problemas en que se escuche su voz, pero no quiere que salga su apellido ni quiere ser visto y pide omitir su edad: “no viene al caso y soy muy coqueto”. Miguel Ángel es asiduo de las webcam desde hace cuatro años: “Entré por curiosidad un día que me saltó un anuncio. Por entonces estaba casado y no necesitaba nada de esto. Cuando me divorcié volví a entrar. Hice amistad con algunas de las chicas y ahora me cuesta irme. La webcam es una forma de evadirme, de olvidarme del trabajo y de los problemas”.


Andrea Gutiérrez, psicóloga

Hay mucha gente a la que cuesta relacionarse con otras personas y se escuda detrás de la pantalla”


Andrea Gutiérrez García, que también es profesora ayudante de la facultad de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca, apunta: “Hay mucha gente a la que le cuesta relacionarse con otras personas y entonces se escuda detrás de la pantalla para hacer lo que en la vida real no se atrevería a hacer. Puede ser gente que por diversas razones no acudiría a la prostitución y se siente cómoda detrás de una pantalla”.

Los diferentes tipos de CiberPorno

Hay páginas web de sexo que se podrían definir como CiberPorno 1.0, donde solo pueden interactuar con modelos quienes hayan introducido en el sistema sus datos personales y hayan pagado, ya sea comprando minutos para estar online con sus tarjetas de crédito, o directamente asumiendo el coste de la llamada. Así es como funciona, desde 1997, Chicas Webcam, de la célebre Sala Bagdad de espectáculos pornográficos de Barcelona.

“Hasta el 2002 teníamos unos estudios propios aquí al lado para emitir. Entonces las webcammer eran las mismas artistas de nuestros shows y los clientes les enviaban aquí flores y las venían también a ver en los espectáculos”, recuerda Juani de Lucía, propietaria del Bagdad.


CiberPorno 2.0

Muchas plataformas promueven la creación de una cuenta y la compra de monedas virtuales y se reparten los ingresos a mitades con los modelos


Es un sábado por la noche y, a pocos metros de distancia del despacho de Juani de Lucía, el local es un sin parar de shows, cambios de vestuarios y tacones que pisan rápido los pasillos. La propietaria sigue todo ese trasiego gracias a numerosas pantallas sin perder nunca la calma mientras habla. “Ahora ya no es tan rentable como antes porque hay mucha más competencia y los servicios desde fuera de España son mucho más baratos”, explica.

Los modelos de la Sala Bagdad, casi todos mujeres, trabajan ahora desde casa. Las plataformas de CiberPorno 1.0 generan ingresos por el tiempo que se esté en línea con la modelo. Según cuenta De Lucía, en su caso los clientes pagan 1 euro al minuto, de los que 15 céntimos se los queda la compañía. Los 85 restantes se reparten entre las modelos y el Bagdad, a mitades iguales.

La interacción durante los shows

Las llamadas plataformas de CiberPorno 2.0 son páginas a las que se ingresa creando gratuitamente una cuenta. De esta forma se puede hablar e interactuar en un chat público con los modelos y el resto de personas que estén en línea, y dependiendo de la página, incluso ver los shows, obligatoriamente en directo, que haya en ese momento.

El valor de las monedas virtuales (llamadas también fichas, o tokens) y el porcentaje que se llevan los modelos webcammer dependen de la plataforma. La canadiense Cam4 es la más españolizada de las plataformas internacionales de más éxito, con alrededor de un 40% de tráfico (que llega a los 200 millones de visitas al mes) y de un 30% de modelos procedentes del Estado español. En su caso, por cada cantidad que pague un usuario (desde España, en euros), el modelo (según afirma la empresa, el 60% del total de modelos son hombres, mayoritariamente gays) se queda con la mitad (siempre en dólares), y Cam4 con el resto.


Sofía Star, modelo webcammer y madre de dos hijos

Teniendo el éxito que tengo y viendo que estoy mejor que nunca económicamente, voy a seguir, porque me permite tener un nivel de vida que no podía tener y tengo el horario que me apetece”


Los sueldos del sector varían mucho y la mayoría de plataformas paga a través de la empresa de tarjetas por internet Payoneer, por transferencia o por cheque. Considerando la deslocalización del grueso de las transacciones del sector, donde a menudo alguien emite desde un país pero el dinero que recibe viene de otro, y además lo recibe en calidad de propina sin ninguna factura de por medio, el sector no tiene una fiscalidad transparente.

Por lo que se refiere a las plataformas, Live Jasmin asegura declarar sus ingresos en Luxemburgo mientras que Cam4 no ha querido proporcionar ninguna información que tuviera que ver con sus finanzas. Otra de las grandes protagonistas del sector, Chaturbate, directamente no ha aceptado participar en este reportaje.

Sofía Star, amateur de gran éxito

A Sofia Star, una de las webcammer amateur (que no es actriz de porno profesional) españolas más populares, no le gusta nada hablar de dinero. Pero en un día cualquiera Sofia, barcelonesa de 35 años y madre de dos hijos que empezó a dedicarse a las webcam hace más de cuatro años, puede tener tranquilamente conectadas a sus shows a miles de personas a la vez.

De promedio Sofía Star pasa online unas tres horas diarias, emite en varias plataformas y, tras muchas evasivas admite al final que en una época buena como el verano puede llegar a cobrar en tres días lo mismo que antes ganaba en un mes como dependienta, trabajo al que siempre se había dedicado hasta convertirse en webcammer. “Es una manera de ganarme la vida a la que recurrí para salir adelante en un momento de mi vida en el que me había divorciado, no tenía trabajo y necesitaba dinero”, explica por skype.


Exigencias y abusos

Una tarea importante de los moderadores es parar a quienes se pasan, lo cual ocurre a menudo. “Los que entran con respeto son los que se quedan en la sala”, aclara Jaimote, “pero la mayoría van a saco”


“Teniendo el éxito que tengo y viendo que estoy mejor que nunca económicamente, voy a seguir, porque me permite tener un nivel de vida que no podría tener de otra manera. Además es muy cómodo porque tengo el horario que me apetece y estoy en casa para cocinar y hacer todas las cosas de mami”, asegura Sofía Star, que disfruta trabajando como modelo webcam.

Ricardo y Adrián, un trabajo extra

Ricardo, de 29 años, originario de Extremadura afincado en Madrid y su pareja Adrián, de 20 años, de Madrid, no quieren que salgan sus nombres ni se vean sus caras porque sus familias y el grueso de sus amistades no saben que se dedican a esto. Para ellos es un trabajo extra, que compaginan desde hace un año. Ricardo lo hace con su empleo como jefe de equipo en un almacén de informática y Adrián con sus estudios de grado superior en educación infantil. Desde enero estiman haberle dedicado unas dos semanas y media de tiempo y haber ganado unos 700 euros.

Los ‘supershows’ de Amarna Miller

La actriz porno Amarna Miller dedica a la webcam una hora a la semana, durante la cual lleva a cabo los así llamados ‘supershows’, sesiones abiertas pagadas ya no gracias al dinero de la gente sino directamente por Cam4 a un precio fijo, que sin embargo no quiere detallar, “porque es parte de mi vida privada”.

Los usuarios que pagan por sexo en las webcams no tienen reparos en hablar de cuánto gastan. Edu explica que ahora ya casi no gasta dinero, porque se ha comprado un piso y ha tenido que recortar, pero que hasta hace unos meses y durante tres años, gastaba una media de 500 euros al mes. Miguel Angel, en cambio, afirma que como mucho se gasta 60 euros al mes, y únicamente da propinas durante los espectáculos para animar a que otros hagan lo mismo.

Amarna Miller, actriz porno y modelo webcammer
Amarna Miller, actriz porno y modelo webcammer (Stephen Ruberto)

El control de los abusos

Mientras Nika emite, Jaimote hace varias tareas a la vez: modera los chats, recuerda los servicios que ofrecen (vídeos y fotos de Nika, que el mismo Jaimote hace y edita, e incluso su número de whatsapp: por cien dólares se puede comprar una hora de llamadas con Nika, intercambiar con ellas mensajes durante un mes y recibir por teléfono unas 20 fotos), mira el posicionamiento de su compañera en las plataformas o chatea en privado con ella (para aclarar dudas o acordar el descanso por ejemplo).

Una de las tareas más importantes de Jaimote, cuando no está emitiendo junto con Nika, es “parar a quienes se pasan”, lo cual parece que ocurre a menudo. “Los que son educados los valoras muchísimo, porque hay muy pocos”, cuenta Nika. “Los que entran con respeto son los que se quedan en la sala”, aclara Jaimote, “pero la mayoría van a saco: entran y piden. A ese tipo de usuario le hacemos un perfil negativo y lo silenciamos, lo baneamos”.

Nika explica que se ha sentido insultada muchísimas veces pero señala que “no me puedo enfadar, si no le corto el rollo a todo el mundo”. No solo se meten con Nika: “Me dicen que estoy muy gordo y muy viejo para ella”, dice Jaimote. Desde Madrid, Ricardo relata una experiencia parecida: “Te insultan cuando no consiguen lo que quieren y te intentan liar para que lo hagas gratis. A mí me suelen decir que estoy gordo y feo”.


Las actitudes

Tenemos que tener claro que lo que vemos en el porno es ficción y está consensuado”, dice Amarna Miller, actriz y modelo


La psicóloga Andrea Gutiérrez García apunta por qué se producen estos abusos: “Es la misma doble moral que hay en la prostitución, donde se hace uso de las personas pero a la par se las denigra y se reniega de ellas”.

Amarna Miller difiere en la forma, pero no en la sustancia: ”En el momento en el que como mujer no tienes miedo a mostrarte públicamente como un ente sexual, vas a ser acosada. Da igual a qué te dediques. La idea de la que parten estos energúmenos es que, por el hecho de mostrarte, estás buscando su aprobación u opinión. Es el mismo argumento que dice que las violaciones están justificadas si llevas minifalda. Y, por supuesto, es terrible y tenemos que denunciar este tipo de situación”.

“Tenemos que tener claro que lo que vemos en el porno es ficción, y está consensuado, y a muchas chicas que buscan nuevos roles sexuales e igualitarios, y me incluyo, les pone y les gusta que las insulten, siempre y cuando sea consensuado. Es consenso la palabra en la que hay que hacer hincapié”, apunta Miller en referencia a los abusos.

La que le quita relevancia a los insultos es Sofia Star. “A mí si me pagan, no me importa. Yo soy una actriz, soy su fantasía hecha visualmente realidad, no me lo tomo en plan que se están pasando conmigo porque luego me tratarán como a una princesa. Incluso te dan una propina extra porque les has dejado insultarte, que era su fantasía”.

Moderador en una sesión de modelos webcammer
Moderador en una sesión de modelos webcammer (Elena Ledda)

Edu, el joven de Girona que no quiere hablar de este tema en voz alta, cree que “la mayoría de los usuarios es gente que en la vida real tiene problemas y no acepta un no, porque se creen que son putas y tienen que hacer lo que ellos dicen, lo cual está muy lejos de la realidad”.

Miguel Angel, el pintor que no quiere desvelar su edad, señala: “La mayoría es gente educada y respetuosa que entra para calentarse pero hay otros que no deben de querer a las mujeres, porque cuando lees lo que muchas veces lees en esas páginas, se te viene el alma abajo”.

Tanto Edu como Miguel Angel son usuarios fijos de webcam y a menudo también moderan chats de varias modelos. Según cuentan ambos, lo hacen a título gratuito y solo “para ayudar”.


Los límites webcammers

Nika confiesa que le han llegado a ofrecer hasta 10.000 euros para “hacer un real”, una cita para tener sexo en la vida real


Una experiencia que Sofia sí comparte con Nika es la de haber sido ‘rastreada’. “Hace un año y medio un chico consiguió mi facebook personal y empezó a enviar enlaces con mis fotos y vídeos de trabajo, a la vez que me amenazaba con que iba decir a todas mis amistades y a mis familiares a qué me dedicaba. La gente cercana ya lo sabe, pero no es nada agradable que envíen mis fotos a todo el mundo, así que al final tuve que cerrar esa cuenta”.

Un spray de pimienta en el bolso

Nika confiesa que le pasó varias veces encontrarse con su dirección de casa en el chat justo mientras ella estaba emitiendo. “Nos pasa a todas -explica- yo siempre les he bloqueado rápidamente, pero ya sabes. No es que haya pasado miedo, pero sí que por si acaso, desde que me dedico a esto siempre llevo spray de pimienta en el bolso”.

Otra experiencia que comparten no solo Nika y Sofia sino también Ricardo y Adrián es haber recibido, según cuentan en muchas ocasiones, la oferta de lo que llaman “hacer reales”. O sea quedar y tener sexo en la vida real. Ofertas de hasta diez mil euros en el caso de Nika. Todos aseguran no haber aceptado nunca: ya sea por miedo a que en el otro lado pueda haber alguien que les haga daño, o por no querer compartir el contacto físico con personas desconocidas.

¿Cómo influye en la vida sexual?

Las “performances” de sexo ante una cámara no tienen las mismas consecuencias para las personas entrevistadas. Para Sofia la mitad del goce ante cámara es de verdad, afirma sentirse siempre muy cómoda y que una vez que acaba tiene más ganas de sexo que antes de empezar. En cambio, Ricardo y Adrián explican que la mayoría de las veces fingen y que algunas cosas las aceptan a regañadientes: “Hay veces que no te encuentras bien o que duele, pero como la gente ya ha pagado, nos medio obligamos a hacerlo”, aclara Ricardo.Coral

La pareja de modelos webcammer explica que, en todo caso, lo que hacen en las webcam no afecta su vida sexual fuera de allí y no tienen necesidad de tomar algo para aguantar, lo cual sí hace Jaimote, que últimamente ingiere unos complementos alimenticios a base de pulpa de ostra para los shows. Nika afirma que se siente a gusto con lo que hace y que a ella eso no le quita las ganas.

Los usuarios tampoco creen que su consumo de pornografía interactiva afecte a su apetito sexual, aunque desde realidades completamente distintas. Miguel Ángel afirma que pasar ratos en las webcam (un promedio de tres veces por semana) no afecta en absoluto su vida sexual mientras que Edu, que suele estar unas cuatro horas diarias ante las webcam, afirma no tener realmente relaciones sexuales en la vida real.

Un debate intenso

Si las experiencias son de lo más diversas, el debate que suscita la pornografía interactiva o el sexo por webcam es muy intenso. Coral Herrera Gómez, escritora y consultora de género y comunicación, señala por correo electrónico: “Hoy la oferta de mujeres disponibles para el porno y la prostitución es inmensa porque las mujeres somos mucho más pobres que los hombres, estamos más sometidas al desempleo y a la precariedad laboral. Cualquier hombre puede permitirse pagar por tener un rato de sexo y cibersexo porque los cuerpos de las mujeres no valen nada y cualquiera, por pobre que sea, puede reunir unas monedas para pagar por sexo o para ver cuerpos de mujeres desnudas”.Itziar

Itziar Ziga, periodista y activista feminista, subraya que la idea de que el consumidor de porno es exclusivamente un varón heterosexual no se ajusta a la realidad, y todavía menos en internet. “Sí es cierto que los varones heterosexuales tienen una cultura de acceso al sexo mayor, patriarcalmente, pero en realidad siempre ha habido mujeres y hombres gays que han consumido porno. Y añade: “ahora con internet hemos descubierto que la sexualidad humana es muy diversa y que todo cuerpo es deseable, y eso me parece un triunfo”.


Los datos reales

Ni todos los modelos son mujeres ni los usuarios son todos hombres: Cam4 indica que una cuarta parte de su audiencia es femenina


Es difícil tener una idea clara del porcentaje de mujeres usuarias de webcam. Para este reportaje ha sido imposible encontrar fuentes independientes expertas en este sector en España, con lo cual los únicos datos disponibles son los que provienen de la industria. Según Cam4 las mujeres representan cerca de un 25% de su audiencia (cifra que recoge de los datos con los que la gente se registra en el portal). Este último dato coincide con los del porcentaje de audiencia femenina que proporciona el portal de porno Red Tube tanto a nivel global como español. España es el octavo país que más tráfico aporta a Red Tube.

Sofia Star explica que, según su experiencia, “normalmente las chicas no entran en las webcams” mientras que Nika, que se declara bisexual, cuenta que tiene a tres usuarias fijas en sus espectáculos. Amarna Miller señala: “puede ser que haya menos usuarias por la presión social que todavía lamentablemente sufrimos las mujeres a la hora de expresar nuestros gustos y apetencias sexuales”.Szil

El psicoterapeuta Szil considera al cibersexo un subgénero de la pornografía y cree que su consumo es dañino en términos de igualdad de género y para el desarrollo de la sexualidad humana: “para mí es una catástrofe que generaciones estén recibiendo su educación sexual de la pornografía y de las webcams, donde el sexo aparece como algo cosificado en sí, con sus formas, con sus quehaceres y donde se presentan modelos hechos de sexualidad en lugar de que las personas descubran su propia sexualidad”.

“¿Por qué la gente trata de hacer lo que ve en el porno, como si fuese real, cuando es ficción?”, pregunta retóricamente Amarna Miller. “Porque no existe suficiente educación sexual y por lo tanto la pornografía es la unica fuente de información. ¿No queremos que la gente aprenda a través del porno? Entonces enseñemos a los niños desde casa”.

Cuando, a las dos horas de show, Nika y Jaimote apagan la webcam, por fin se miran a la cara. Intercambian una sonrisa y comentan la jugada. Han ganado 50 dólares. Jaimote abre la puerta a su perro, Bruno, que les ha estado esperando ansioso fuera de la habitación, ladrando a ratos, y los dos también se sientan (en realidad Bruno se lanza) en la cama. Ahora toca descansar un rato, sacar a Bruno, comer, y otra vez a emitir.

La cebra que raya: volviendo a la presencialidad

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La mayoría de los eventos que relacionamos son presenciales, con un plus: las redes sociales se fortalecen, en ellas encuentran no solo promocionales de los eventos sino una bitácora que da cuenta del evento o proyecto planteado. Una forma de entender y abordar el regreso a la calle, con la presencia de la virtualidad a su lado.


“Naturaleza en ruina” exposición individual de Mauricio Suárez | Del 20 de octubre al 18 de noviembre de 2020 en el blog de Muro Líquido: muroliquido.blogspot.com

La obra de Mauricio Suarez Giraldo responde a lo ambivalente del arte de hoy, pues sus formas y cargas sensibles se pueden interpretar de dos maneras diferentes. Por un lado, consiste en una especie de herencia de situaciones en medio de espacialidades oníricas en extremo narrativas y por otro lado expone intenciones espaciales. Texto curatorial completo aquí.

Muro Líquido es un proyecto de investigación curatorial liderado por el grupo L’H y la Maestría en Estética y Creación de la Universidad Tecnológica de Pereira, que combina exposiciones presenciales y virtuales a través de los espacios físicos en el centro comercial Pereira Plaza, la Biblioteca Jorge Roa Martínez de la U.T.P y en el blog https://muroliquido.blogspot.com/, respectivamente.


La Jam de dibujo | 13 de noviembre, 4:00 pm | en vivo por Google Meet: meet.google.com/deu-odwa-vtf 

Ilustración Judy Cubillos @monocromatic_art

Esta sesión estará guiada por la artista Judy H Cubillos miembrodel colectivo de la jam. En esta ocasión la artista nos compartirá su experiencia a través del dibujo monocromático.

Judy es una artista por vocación, ella es Administradora Ambiental, inmersa en  el mundo artístico. Desde sus comienzos como dibujante siempre ha mostrado su interés por la naturaleza, lo místico, la vida, la conexión con la tierra. Sus dibujos están llenos de sensibilidad y expresiones hacia lo espiritual; inspirada por animales, elementos de la tierra, botánicos, guardianes de la naturaleza, guías espirituales, entre otros, con muchos detalles que nos transporta a mundos mágicos.

Ha expuesto sus dibujos en: la Alianza Francesa de Pereira “diálogos de ciudad con el tema,” animales de compañía y arte “En la muestra de dibujo 2019 con la Jam de dibujo en Armada 62 de pereira y en el Museo de Arte de Pereira 2020 con la exposición la Jam de dibujo. 

Para esta sesión compartirá un ejercicio exploratorio en la técnica de scratch (raspar sobre superficies ) y pide tener listos algunos materiales:
Tinta china negra 
– Hojas de Papel preferiblemente de gramaje grueso (acuarela o cartulina )
– Pastel óleo o crayolas en colores variados.
– Palitos, punzones, lapiceros que no ya no escriban o  cualquier elemento con lo que puedas rayar y generar texturas sobre el papel.

– Pinceles.

– Amor, paz e inspiración.

La Jam de Dibujo está dirigida a artistas, diseñadores o interesados en explorar los temas que cada semana se propone en la Jam.

“Son sesiones para crear y compartir nuestros procesos y proyectos con el resto de asistentes de forma libre. La intención es aprender e inspirarnos con nuestros compañeros en un ambiente de Taller virtual.

Por eso queremos que vengas a nuestra sesión este viernes, trae los materiales con los que quieras trabajar y si quieres nos cuentas sobre el proyecto en el que estés trabajando.

Los encuentros son libres y gratuitos.”

Las redes de contacto del colectivo son:

FACEBOOK: https://www.facebook.com/jamdedibujocolombia/

INSTAGRAM: https://www.instagram.com/jamdedibujo_/


“Devenir impuro” linograbados del seminario de investigación-creación, Maestría en Estética y Creación U.T.P | Del 26 de octubre al 30 de noviembre | Jardín de artista de la Universidad Tecnológica de Pereirajardindeartista.blogspot.com

Taller de la Casa Inclinada

Texto crítico

La energía de un posible principio dinámico en la transformación de la cultura se encuentra en el aparato de producción colectivo. Dicha fábrica de civilización opera en la nueva sociedad a través de la fuerza creadora de la ensoñación, la cual articula de por sí la esperanza, el anhelo y el deseo continuo del mundo como lo conocemos hoy… leer más

Redes de contacto con el Jardín de artista:

BLOG:  jardindeartista.blogspot.com

INSTAGRAM: https://www.instagram.com/jardindeartistautp/


Exposición Jam de dibujo en el Museo de Arte de Pereira | Del 30 de octubre al 26 de noviembre

La exposición @jamdedibujo_ hace referencia a un trabajo exploratorio de 17 personas aficionadas, artistas e interesados en el dibujo, quienes han plasmado desde su arte, situaciones, sentimientos y cotidianidades en tiempos de pandemia.

También referencia temas propuestos por artistas invitados nacionales e internacionales que han dado como resultado una muestra muy interesante desde lo íntimo de los hogares de los participantes.

Detalles en las redes de la Jam de dibujo (relacionadas anteriormente).


Convocatoria para el Festival de las Artes y las Letras, cierra el 14 de noviembre | Organiza: Facultad de Bellas Artes y Humanidades de la universidad Tecnológica de Pereira

El Festival se realizará a finales de mes entre el 25 y el 27 de noviembre, las convocatorias para participar están abiertas hasta el sábado 14 de noviembre.

En esta liga está el formato de inscripción: https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSeeJKbGWIyc7dYiy6cunDe_TTrcyOvek77rKKBA-EACPOB3Ew/viewform

Las categorías o modalidades para participar son:

Talleristas, charlas, entrevistadores, retrato técnica libre, microcuento y poesía corta, música (talleres, conversatorios, debates…), monólogo teatral.

Consulta las bases de las convocatorias aquí

Más detalles en:

CORREO: [email protected]

PÁGINA: https://linktr.ee/festival_de_las_artes_y_letras?fbclid=IwAR2_4aDQmML_lXB5QEqmmPg6_nlLTzdgB-5LWDfJ0roxToj62IG49kIj4g4

FACEBOOK: https://web.facebook.com/Festival-De-Las-Artes-Y-Letras-109970034252086

INSTAGRAM: https://www.instagram.com/artesyletrasfestival/?hl=es-la


Lunes con las artes, invitado: Sebastián Sancho Pujia | 23 de noviembre, 2 pm | organiza la Universidad del Valle | Por zoom: https://us02web.zoom.us/j/87448537368 – ID de reunión: 874 4853 7368

El Departamento de Artes Visuales y Estética de la Universidad del Valle invita a su actividad de extensión formativa denominada: “Lunes con las artes”. Se trata de un espacio de diálogo, encuentro e intercambio en torno a las artes visuales que busca promover la participación y el intercambio de conocimientos y saberes de estudiantes, profesores, graduados y profesionales pertenecientes a las distintas comunidades creativas y académicas nacionales e internacionales.

El décimo invitado es el Fotógrafo, Diseñador Gráfico, Docente y Director de “Pujia Fototeca Museo”, Sebastián Sancho Pujia. Su charla se titula “Origen como destino. Conocer nuestro entorno social y definir una postura profesional. Una charla sobre fotografía”.


Exposiciones del Museo de Arte de Pereira | Del 30 de octubre del 2020 al 28 de marzo del 2021

‘En este pueblo no hay ladrones’, Exposición colección Museo de Arte de Pereira 1974-2012

Es una adaptación curatorial del cuento corto del colombiano Gabriel García Márquez a través de escenas ilustradas por Saturnino Ramírez a modo de guión gráfico. Por medio de sus composiciones y narrativa visual se le incorpora una selección de obras de la #ColecciónMAP conformando una atmósfera cinematográfica que nos induce a estados emocionales como la ilusión, el desamor, la avaricia, la culpa, la pasión y otras representaciones de la naturaleza humana.

Exposición Indicios de fuga. Graffitti y arte urbano

Exposición colectiva con 22 artistas de la región, exponentes del arte urbano quienes abordan su práctica desde diversas perspectivas que nos hará preguntarnos sobre la paradoja de lo público y lo privado.

Un proyecto del #MAPereira con el apoyo de Khuyay en busca de un espacio de reconocimiento para dilucidar las diferencias, para dialogar y encontrarse alrededor de la creatividad y la libre expresión; un espacio pedagógico-artístico abierto a las posibilidades de la creación en los diferentes medios y formatos, abordando la relación entre lo global-local y lo llamado género urbano.

Detalles en las redes sociales del Museo:

Facebook: https://web.facebook.com/museoartepereira

Instagram: https://www.instagram.com/museoartepereira/?hl=es-la


Exposición La Cuadra 20 años | en Muro Líquido del C.C. Pereira Plaza | Desde el 5 de noviembre

En el marco del lanzamiento del libro que recoge la memoria de los 20 años del proyecto La Cuadra.

Visiten la exposición y compren el libro.

Detalles en:

Muro Líquido, Instagram: https://www.instagram.com/muroliquido/

Maestría en Estética y Creación UTP, Facebook: https://web.facebook.com/mecutp/?_rdc=1&_rdr

#CiudadaníaActiva: Martes de rock en El Pavo

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El Pavo, uno de los lugares tradicionales en Pereira, bar antes de la pandemia, donde los universitarios se han apropiado del espacio y han reconstruido su memoria a través de la música y el ambiente de cantina, regresa en estos tiempos con sus martes de rock y venta de café, abierto hasta las 8 pm.

“Segunda edición de MARTES ROCK en EL PAVO. En esta ocasión con un súper especial de Rock Argentino 🇦🇷🤘

Arauca

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La única calle que se acoge al sentido y significación de calle es la carretera que la cruza y la parte como una herida sin sanar y para siempre. Un retrato del corregimiento de Palestina, Caldas.

Pro, León Darío Gil Ramírez. Publicado en La cola de rata

No solo para tocar y oír su río, y mojar en él mis pies, bajo con frecuencia a Arauca. También para hundirme en sus lugares y asuntos, en sus magias.

hkjk. Fotografía / Cortesía

Arauca tiene lo que todavía no me quiero explicar para no desbaratar sus misterios. Le agrega el clima ciertas veleidades que encajan en su nostálgica y extinguida vocación de puerto fluvial y confín de un tren que nunca más volvió. Arauca es una aparición repentina que para contemplarla exige limpiarse el alma de las suciedades y vicios que oprimen al turista de cámara, de billete, de gafas.

De paso, demorado por el frenesí de su única vía, es un villorrio caliente donde en sus laderas cuelgan, pintorescos y milagrosos, unos ranchos.

Antes de conocerla en la realidad, con otra palabra que la acompañaba la leí escrita en letras negras en unas busetas amarillas, tan útiles como lamentosas y lentas: Empresa Arauca.

La única calle que se acoge al sentido y significación de calle es la carretera que la cruza y la parte como una herida sin sanar y para siempre. Sirve, como cualquier calle real de cualquier pueblo, para salir a ventear la rutina, sosegar el alma, subvertirla o entretener la vida o los ojos. Si mucho, dos cuadras que son al mismo tiempo zona rosa, zona comercial, zona social, zona civil y religiosa; surtidas de negocios de chucherías, telas, suertes, buñuelos, víveres, licores, y de ventorrillos a la intemperie de frutas y refrescos, de todo lo que coja a mil. La iglesia se descubre levantando la mirada. Con sus bandejas de chuzos y chorizos, de mangos sencillos o con sal, o con sus cajas de helados y paletas la recorren, mientras para un bus, una tropa de vendedores del lugar que felices y esperanzados se ven.

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Abajo de la carretera pervive una Arauca más razonable y lógica que la de arriba. La cancha, ­en la antesala del cementerio, es un peladero salpicado de manchas de pasto y plastas de vacas y caballos. El cementerio linda atrás con el río Cauca, que lo rumorea y le agrega un poco de tristeza. El matadero, atestiguado por la enlutada presencia de los gallinazos en los techos de las casas vecinas, en los muros blanqueados del cementerio o por decenas revoloteando en espiral mientras son propicias las corrientes de aire, o el hambre o el cansancio los enrumbe hacia otros horizontes o menesteres. Los vestigios del tren los rescatan las huellas de la carrilera, la peculiar arquitectura de la estación y la pervivencia de unas casas, como oriundas de la melancolía, que fueron el domicilio de fogoneros, maquinistas y operarios.

La otra Arauca se aferra a los designios de la montaña. Las manzanas no existen como noción espacial. Si son calles, las calles de la Arauca de arriba son remedos laberínticos, estrechos, ondulantes, sin orden o acogiéndose a uno que se inclina más para el lado del azar que para el lado de las normas y convenciones urbanísticas. Esas calles fungen de andenes, de patios, y para muchas casas son su subterráneo o una extensión del comedor, de la sala, de un cuarto o de la cocina; por eso la vecindad, más que vecindad, se vive como familiaridad, donde por igual se comparten tanto el tinto, una panela, una libra de arroz, como el olor del almuerzo que ya va a estar, el espejo, o la banca que retiene la puerta. Van por donde van no se sabe si acogiendo un camino, un destino o buscando el asombro. Para los muchachos y los niños, para las familias, esas calles son el patio, la cancha o el parque. Para algunos ancianos son la estancia para divisar presentimientos, recuerdos, para despabilar un sueño en un terraplén del barraco, en sillas a punto de no serlo recostadas contra un talud o contra el esterillado que ampara el fogón de leña o la estufa, o para que el amor le saque filo a sus urgencias y ternuras. Sin esquinas o son estas, apenas, el testimonio de un poste como un vigía imperturbable y solitario colmado de mensajes de amor, de fanatismos, de ociosidades o de siniestras amenazas.

Por dentro, esta Arauca es un vericueto cansado de escalas, de recodos, de recovecos, de encrucijadas. No hay lugar para el solar o para el patio. Al sol y al viento la ropa se orea, sin vergüenzas, en el voladizo de atrás, en el techo de enseguida, en la chambrana de al lado, en las ventanas o en el alambre que, como una raya mal trazada entre dos guaduas, persiste al frente de las casas.

A Arauca la recorren hilachas de olores a comida, a tierra atormentada por el sol. Fotografía / Cortesía

Los días de mercado florecen los toldos como sacados de una atávica y encantada costumbre. Se surte la plaza de colores en fiesta. La trajina un frenesí que conmueve y arrastra. El paisaje sonoro es una mezcla indiscriminada de voceos, murmullos y ruidos en pugna con el amasijo de músicas que mana a borbotones de las discotecas y cantinas y que atontan o alertan la lucidez de los seres y las cosas. Los desgarros de Darío Gómez o del Charrito Negro vuelan revueltos en el aire con los lamentos atragantados de Alci Acosta, los acordes orientales del Barco peregrino, los ecos filosos de Luis Miguel, los reclamos de un tango fulero, el verso nítido de una ranchera despechada o sangrienta, un toque de acordeón, un grito ahogado de Ana Gabriel, o con las convulsiones de un reguetón sonsonetudo y largo. No hay tregua.

A Arauca la recorren hilachas de olores a comida, a tierra atormentada por el sol, a guayaba, a matadero, a cabina de jeep, a gasolina, a río que arrastra pantano y podredumbre; olores que empegotan el ambiente y los sentidos.

La ceiba que se yergue y se resiste en la plaza es la más testaruda de sus insignias naturales. Hasta que no le llegue la muerte apurada por la sierra que ordena el progreso para favorecer la comodidad de los carros, seguirá obstinada, como un aviso de adentro de la tierra, rompiendo el pavimento para permitirse así saciar su sed y salvar sus días. Su sombra reconforta y alivia, es una estancia para guarecerse del sol que en tiempo de verano restalla y hace sudar como un castigo.

La variedad humana se reparte entre los que van de pasada y los nativos. Los segundos, mestizos, se distinguen por el color que les afirma el clima, por el tranquilo desparpajo de sus camisas desabotonadas y el aire de libertad con que enfrentan el calor. Ellas se distinguen por la lujuria de sus faldas hechas para publicar las gracias de unas piernas amieladas y gustosas, de sus bluyines estrechos como una penitencia o por las mínimas y lujuriosas prendas que forcejean con los pechos exultantes. Atiborradas unas de pinturas, jugando a los ojos con el forastero, coqueteando con la vida, con un amor cierto o en remojo, despreocupadas del bochorno, como sueltas a la alegría y a las horas.

Inéditas dentro de la algarabía pasan, como pétalos encendidos, desgranadas o en junta, las indígenas del lugar o de las cercanías. A los que van de pasada los denuncia la palidez que otorga vivir en tierra fría resguardados en las cuatro paredes del empleo o del apartamento. De gafas de sol, atentos al sudor que enjugan con pañuelitos desechables, pulcros en sus camisetas y pantalonetas sport, pero acosados por el fogaje que desespera y enrabia sus actitudes. Ellas lo mismo, pero, además, cuidando su forma de ser, de vestir y de actuar. Otras, encartadas con sus niñitos de brazos, desnudos, chorreados de anilina de paleta o de leche, pataleando y llorando en el infernal puesto de atrás del Twingo. Si se desgranaron de una cabaña de Santágueda otro es el comportamiento y la indumentaria. Ellas, exponiendo los trabajos del sol en sus cuerpos citadinos, se engarzan a ellos con desinhibida soltura, se chupan con ardor, como si mutuamente fueran fuentes a punto de agotarse, se mueven con cierta inocultable intención que busca dejar en el resto del público una ración de sus atributos y pecados vestidos de vacaciones. Señoras despintadas y aguachentas con pañoletas para amparar los oídos y con verdosas batas de playas con guacamayas multicolores y tristes. Niñas o niños ricos que en sus motos se volaron de sus fincas de recreo a untarse de otra verdad, necia tal vez, pero verdad. La variedad la completan los indígenas, pocos, denunciados por sus rasgos sin dudas y por sus comportamientos rehuidos y tímidos.

Desde donde se puede ver de lejos, Arauca es un insólito homenaje al equilibrio, un parapeto de guaduas agarradas a la ladera como un desafuero de Dios o una testarudez de la vida o de los hombres.

Arauca tiene un río que solo sirve para que pase y siga, para tirar la basura y para que unos empobrecidos muchachitos desde el puente se lancen por una moneda.

A pesar del moho y la desidia, ese puente, su puente, es el alma que se le quedó por fuera.

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