domingo, diciembre 14, 2025
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Fragmentos del libro: La caravana de Gardel, Fernando Cruz Kronfly

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Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores.

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Antes de partir rumbo a la comarca Umbría, donde la tierra atardece, Arturo Rendón decidió darse una vuelta por el prostíbulo de María Bilbao. Allí siempre había encontrado, a la medida de su creciente sombra interior, un rincón ideal para enfrentar sus pesares, sentarse a escuchar la música de su perturbación y observar sin afán el dorso del infinito, que él veía nacer a cada instante no solo en el borde de su vaso sino en el cuerpo redondeado de las botellas.

Desde diciembre de 1935, cuando le fueron confiados para su transporte los restos que quedaron de Carlos Gardel, junto con veinte baúles de la utilería de su comparsa, su vida nunca pudo volver a ser la misma. Su sensibilidad pasó a ser otra y su ropero debió adecuarse a la transformación de su sensibilidad. Pero ahora había decidido por fin no esperar más y partir de una vez en busca de lo que él sentía que le pertenecía: su parte en el producto de aquella borrosa profanación, de la que él se había enterado apenas entre sueños pero de la que solo ahora se atrevía a hablar. Pero una cosa fue empezar a meditarlo para sí como un obseso durante todo el día, incluida la noche, y muy otra atreverse a dar el paso que lo habría de conducir de la meditación a la acción, aunque fuera gradualmente. Quince años de espera corroen la coraza de cualquier indiferencia, por profundo que haya sido el motivo del ensimismamiento.

Según las últimas pistas, Heriberto Franco vivía ahora en Umbría. Cambiado de fisonomía, olvidado de su pasado y con bigote, al parecer se dedicaba a atender una pesebrera de su propiedad y de paso se refugiaba de los reclamos de la humanidad, aprovechando la sombra de los nevados. Se trataba entonces de caerle por sorpresa, hacerle sentir la punta de los colmillos en el resplandor de su nuca, empujarlo hasta un rincón y amenazarlo con un escándalo. Y, de ser mucha su obstinación, arrastrarlo en cuatro patas hasta el portal de la cárcel, tal como se lo merecía. En realidad, Arturo Rendón no exigía demasiado. Cuando mucho una tira del ala del sombrero de Gardel o un jirón de su bufanda. Y, además, una buena tajada de aquello de lo que no se atrevía ni a hablar.

Sin saber las causas y a pesar de su aceptable estado general, Arturo Rendón se sentía ya muy abatido por el peso del mundo. Sospechaba haber caído en poder de un extraño desequilibrio del alma, ocasionado por una tristeza sin regreso que él poco a poco consideró insuperable debido a su carácter, tan aficionado a lo esencial a pesar del origen rústico de su espíritu. Intuía a su modo que había sido tocado por la desesperanza de los tiempos y se sentía cubierto de niebla de la cabeza a los pies. Y para el sosiego de tales quebrantos era que él precisaba cuanto antes la recuperación de lo suyo.

Escuchaba la voz de Gardel día y noche, como un elixir. Y empezó a doblarse poco a poco sobre el lomo del mundo, perturbado. Iba a contemplar el bailongo de los tangos y las milongas en una de las esquinas del Guayaquil, y cuando por fin se marchaba para tumbarse en su lecho de hombre abandonado no podía dejar de escuchar la música de fondo de la ciudad, que a modo de constante efluvio le llegaba desde el “Bettinotti”, ese siniestro bar de la esquina contraria donde a juzgar por el continuo murmullo de sus quejas jamás nadie dormía ni bajaba la guardia. “El tango dice tanto de mí, que él y yo hemos quedado convertidos en la misma cosa”, pensaba Arturo Rendón. En tales condiciones de melancolía, en las que de pronto había quedado hundido por la fuerza de las cosas, un pedazo de sombrero o un jirón de la bufanda podrían bastarle. Pero, sobre todo, un poco de lo otro. De una astilla del madero de Cristo a una reliquia de Gardel, había menos de nada.

El prostíbulo de María Bilbao ofrecía a su clientela los servicios que por entonces debían incluirse en el menú de la democrática y plural ideología de la noche. Allí se reunía, para cantar abrazada en medio de la ebriedad igualitaria, toda la baraja social de la ciudad. Desde la alta gerencia hasta el último engrasador de zapatos. Abrazo y mutuo tratamiento de confianza inimaginables por fuera del desjerarquizado espacio prostibulario, lugar donde todos por parejo se degradaban chapoteando en el mismo fango para implorar luego la misma misericordia. Por el solo hecho de bajar a las aguas del prostíbulo todos quedaban convertidos por igual en una manada de pobres hijos de puta, acorralados y cínicos ante la fuerza de las tentaciones y variopintas representaciones del pecado, la contundencia de las aberraciones pendientes y el pavor del infierno.

El prestigio de lo de María Bilbao como cobertizo donde solía sombrear su pellejo el demonio, había ido consolidándose a medida que arreciaban las denuncias del clero y se producían los violentos señalamientos de la jerarquía. Desde las copas de los árboles de mango que crecían en aquel patio sereno y sombreado y que más que árboles parecían chimeneas, subían al cielo en las tardes de domingo brillantes chisporroteos y llamaradas que la parroquia atribuía a desahogos y holganzas de Lucifer. Pero las chicas que allí calmaban la sed de vida y entraban en trato con los hombres no se arredraban por el impacto de aquella aurora boreal. Para una chica del bajo mundo que debiera ennoblecer su currículum, trabajar en lo de María Bilbao era como haber sido admitida en un plan de estudios conducente a un título de posgrado. Y fue allí donde Arturo Rendón decidió ir a recalar cuando se enfriaron para él, hasta cubrirse de hielo, los días que siguieron a diciembre de 1935.

De joven, Arturo Rendón se había desempeñado como rústico arriero de mulas por los caminos del viejo Caldas. Expulsado del campo por causa de las masacres que vinieron más tarde, terminó por refugiarse en una barriada del bajo Medellín, en una especie de conventillo o vecindad para desplazados. Poco después conoció a una vaca medio loca llamada Amapola Cisneros, mujer infectada de rojos atributos por fuera aunque hecha de semillas negras por dentro, de quien se enamoró como un perro y con quien se casó una mañana de abril de 1938, en una afanosa ceremonia que tuvo lugar a las cuatro de la madrugada, en medio de la tiniebla invernal. Un año más tarde y cuando más él la quería, Amapola Cisneros huyó del lugar para marcharse con un guitarrista que tocaba en el grupo de un farsante cantor del bajo mundo que se hacía llamar el Melenas, en memoria del auténtico. Arturo Rendón juró que su puñal de pata de cabra no descansaría hasta ver tasajeada la rosada mejilla de su querida, como si se tratara del filete de un sábalo, pero Amapola Cisneros desapareció por completo de su alcance junto con su guitarrista, sin dejar la menor pista de su paradero. Con los meses se supo que habían huido hacia Marmato, pues a ella le fascinaba el rumor del oro.

Pasadas las semanas que parecieron suficientes después del abandono y sin saber cómo, Arturo Rendón se hundió en la pena. Hizo causa común con quienes, como él, rumiaban su desarraigo y su incerteza en las tardes del vecindario, rezongando ante la transformación moderna de los valores y de las sensibilidades, para venir a refugiarse en la agonía que brotaba del tango, como si aquella emanación rioplatense coincidiera con la secreción de su propia alma. Ya para entonces, trastornado por el influjo de aquellas letras y voces canoras, al salir de su trabajo como albañil en el edificio de la fosforería, había adquirido la costumbre de cambiar su uniforme de obrero por un vestido completo hecho de paño, sombrero de ala caída y un chaleco cruzado que se abotonaba de arriba a abajo y dentro del cual se enfundaba hasta la madrugada del día siguiente. Y había también amasado la idea según la cual las mujeres, por las que a pesar de todo todavía echaba la baba, eran sin embargo la causa de todo dolor y de toda penuria. Con la única excepción de mamá, claro, que le servía para confirmar la regla. Todas ellas motivo de pecado y de culpa y cuerpo de tentación. Lo cual, por lo demás, ya había sido suficientemente advertido por el director de orquesta en las páginas de la Biblia y en el texto misógino de las sagradas escrituras.

Apenas ahora Arturo Rendón comprendía por qué razón él venía sufriendo por causa del amor de las mujeres desde mucho antes de conocerlas y mordisquear sus carnes. En estas condiciones de evaporamiento de la confianza en la promesa, desarraigo rural y abandono urbano, el tango le estaba diciendo al oído lo que necesitaba escuchar y continuar escuchando por el resto de su vida. Y, como él, sus compañeros de barriada, que compartían su suerte, terminaron admitiendo que el tango resumía la actual confusión urbana de sus sentimientos, como hasta entonces nada en el mundo. Confusión derivada, él mismo no lo supo nunca, de la fascinación y del encanto modernos pero al mismo tiempo de una fuerte resistencia antimoderna que, sin embargo, no conducía a posturas retardatarias sino solo a acompañar en solitario el dolor del proceso.

En el fondo del mar la vida

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Desde esta casa, en lo alto de la montaña, las faldas se desprenden en cascada hacia la ciudad. En las mañanas, una paz de angustia acompaña el río de gente que se despide y se persigna al pie de las puertas del inquilinato, del garaje, del hueco del barranco que le sirve de salida de emergencia. Se van y hacen espuma. Chocan contra los muros de las avenidas, pierden la cabeza. Aún no ha sido creada una ley, una moral, un arte para el barrio donde vivo. En su mayoría son vendedores ambulantes, amas de casa, jíbaros y ladrones, gente ordinaria y sucia que parece siempre la misma. Aquí es imposible distinguir una puerta de una ventana, tan apiñados conviven que, al parecer, solo los colores primarios permiten hacer una división justa entre casa y casa.

Ya los sepulta la noche, ya llegan con su pan al hombro y su café. Mañana volverán a arder con el sol –beso amargo-  y todas las noches el sueño será la muerte. Volverán a partir platos y huesos y ventanas… Arriba del segundo piso de la casa donde escribo, el niño, el fantasma de un niño no tendrá aire para llorar… dos, tres, cuatro de la madrugada… cómo ascienden del abismo. Ayer mi vecino mató a su esposa a golpes y la dejó tendida en el filo de la escalera. En la radio el gobernador insiste, insiste en que “en el departamento no existe presencia de ninguna banda criminal o actores armados”. Poco se merece o se espera de una vida por la cual hay que pagar para morir, ¿quién liquida o transfiere la deuda de esta vida de horror, de esta vida cuyo origen puede no ser divino, sino de espasmos y quejas…? Mañana, sí, mañana iremos a parar con nuestros huesos al desbarrancadero al otro lado de la montaña en bolsas negras ¿Quién dice que tuvo un nombre y su madre lo recuerda en aquel rincón de Soacha? Con las manos que borró el petardo, tengo fiebre y escribo.

Las líneas invisibles de la droga, las líneas invisibles de la madrugada son ahora las fronteras de la muerte. Cuando mueren dejan sus zapatos colgando de los cables eléctricos… La ciudad ruge bajo la centella, bajo la metralla… Son innumerables las casas de bahareque y guadua en donde no se puede prender una vela a ningún santo a riesgo que arda la comunidad ¡Es nuestro infierno el paraíso en la tierra! Hoy, el carro de la basura dejó de pasar. Chulos, perros, gatos, gusanos y hormigas se disputan las sobras… luego la lluvia de las dos de la tarde barre las calles y nada.

Dónde están los Aletrados

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Escuchamos la emisión de la CILE. Es casi medianoche y recordamos ciertas situaciones. Acá transcribimos lo que dice la voz inolvidable, la voz integradora y desinfectada del Informante:

“Faltando menos de media hora, anuncio la planilla de interés. Sabemos que este proyecto es imperante para establecer la salud mental de los ciudadanos. Damos a conocer 80 unidades problemáticas por día. Pronto serán limpiadas e integradas.

Si usted, Aletrado, escucha este mensaje, congratúlese, entrará en nuestro programa social. Somos pacientes ante la contradicción. La CILE está presente y es rigurosa. Una minoría no podrá acusarnos de desaparición. La política de transparencia del Gobierno Central hace uso de los medios para informar sobre los faltantes por dar de alta.

Damos entonces la lista de aquellas 80 unidades problemáticas. No se preocupen por salir de las casas, ni por recibirnos en la puerta. Ya lo saben radioescuchas, al señalarlos, solo es cuestión de segundos. Ya estamos en el lugar.

Iniciaré con las categorías ilegales. Primero los pregoneros literarios y los musicalistas. Luego, los traficantes de vocablos. Terminaré con los casi extintos defensores de la tradición oral.”

Hasta ahí las palabras del Informante. No daremos datos de los acusados. Algunos de nosotros no pueden sobrellevarlo aún. Recuerdan esa noche cuando un padre, una madre, un abuelo o hermana los observaba al escuchar su nombre y ver una unidad de la FUR entrando en la casa. Ninguno podría escapar después del anuncio de la lista. Optamos por la clandestinidad. La memoria de estos tiempos es nuestro objetivo. Lo que ahora está pasando en alguna parte de la ciudad debe escribirse.

Santiago Londoño Londoño: comunista por un tranvía

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El protagonista de esta historia amaba el riesgo. Por eso piloteaba él mismo su avioneta personal y le gustaba moverse en motocicleta a altas velocidades. De hecho, su vida terminó después de estrellarse contra un camión  cerca de Zarzal, Valle del Cauca, un primero de agosto de 1982.

Esa inclinación hacia el riesgo lo llevó a vivir en contravía de su clase social, destinando su talento y su fortuna al servicio de los marginados, de los que el sociólogo Franz Fanon denominó “Los condenados de la tierra”.

Además, fue lo que en otras épocas llamaban “Un humanista”. Vale decir, alguien movido por una cosmovisión que logró el milagro de conjugar lo mejor de la ciencia, la política y la poesía para mejorar las condiciones de vida de la gente aquí y ahora.

Dicho de otra forma, lo contrario de una utopía.

Hablamos de Santiago Londoño Londoño, médico oncólogo, líder político, militante comunista y hombre cívico que dejó su impronta en la historia de Pereira, al punto de que fue admirado y respetado a partes iguales por simpatizantes y contradictores.

Para muestra, unos versos escritos en su honor por Luis Carlos González, el poeta oficial de la ciudad:

Como todos los dignos, en su genio sereno

tiene recio refugio un principio atrevido,

muchas veces el cielo muy cercano ha tenido

por amor a las alas y desprecio del cieno.

Parte de su vida y obra la podemos descubrir-  o redescubrir- en el breve y bien documentado libro Santiago Londoño Londoño, el hombre y la leyenda, del investigador y escritor pereirano Javier Amaya, quien fue testigo cercano de una parte del periplo vital de Londoño Londoño.

Remitiéndose siempre a testigos y a fuentes escritas de toda confianza, el autor de esta biografía nos ofrece, en poco menos de cien páginas, una mirada en perspectiva de este hombre fiel a sus convicciones hasta el último de sus días.

Porque hay quienes bajan la bandera a mitad de camino y reducen sus ideales a mera retórica: la cáscara hueca de lo que nunca fue.

Otros en cambio, poseídos por una tenacidad sin límites, hacen de su vida una revolución permanente que parece alimentarse tanto de los logros como de las derrotas.

Dotado de un fino humor que lo ponía a salvo de cualquier forma de soberbia o patetismo, confesó una vez que se había vuelto comunista por un tranvía. Así se lo declaró a la periodista Marta González Villegas en entrevista publicada en el periódico La Tarde el 20 de abril de 1976, y reproducida por Amaya en su libro.

“Yo era estudiante avanzado de medicina, y al regreso una tarde de la escuela fuimos interrumpidos- cuando viajábamos en el tranvía- por una manifestación de una gente que gritaba cosas y nos impidió seguir el camino. Llegué tarde y cansado al apartamento, porque me tocó caminar bastante. Me encontré allá con un amigo y le dije: llegué tarde a la cita que tenía contigo, porque había una manifestación de unos desarrapados gritando horrores y no pude llegar a tiempo. ¿Qué es lo que pasa?. Él, estudiante avanzado de derecho, me dijo: mira, esa gente reclama tales y tales cosas”.

En distintos momentos de su vida Santiago Londoño Londoño volvería a esa imagen y la evocaría como su primera toma de conciencia política contra un sistema del que su propia familia formaba parte.

De hecho, su madre María Edma (Emma) pertenecía a una de las familias más adineradas de la ciudad.

Desde ese día, el joven estudiante de medicina se hizo comunista, de aquellos para quienes la teoría y la práctica constituyen una sola materia indisoluble. Un artífice de esa Revolución Permanente que soñara Lev Trotsky, y que lo llevara a la muerte a manos de un asesino que lo atacó en su refugio de Coyoacán, México.

Para probarlo están sus obras sociales y culturales, que abarcan un amplio catálogo del que Javier Amaya señala algunos aspectos: donación de los primeros equipos de radioterapia del Hospital San Jorge de Pereira, según lo registra el periódico El Tiempo en su edición del 26 de junio de 1964; donación de los terrenos donde hoy funciona el teatro municipal que lleva su nombre; auspicio a la Sociedad de Amigos del Arte; cesión de un edificio de su propiedad en Bogotá para el funcionamiento del periódico Voz, órgano del Partido Comunista; aportes para el traslado e instalación del Bolívar Desnudo en la plaza principal de Pereira y creación de la Casa de la Amistad con los Pueblos, como agente de paz y respeto a las diferencias.

Esta última es otra de las facetas de su personalidad destacada por Javier Amaya en el texto: lejos de las ortodoxias tan caras a las militancias extremas, Santiago Londoño era un convencido del carácter imprescindible de la paz para emprender cualquier mejora en las condiciones de vida de la sociedad.

Amaya lo presenta de esta manera en la página 64 del libro:

“La otra característica que lo destacaba era que a Santiago no le interesaba el poder y tampoco ejercerlo, a diferencia de otras personas en su mismo círculo inmediato. Nunca quiso ser cacique político de nadie. Si hubo alguien ajeno a la práctica del estalinismo, que se puede definir como la antidemocracia, el hambre de poder y la eliminación de la crítica dentro de los partidos revolucionarios, ese fue Santiago. Cuando de necesidades económicas se trataba, para adelantar el trabajo político, siempre proponía soluciones y terminaba asumiendo la carga más pesada, una y otra vez”.

Y bien sabemos que desde el comienzo de los tiempos los apetitos de poder son los grandes enemigos de la paz.

Como todos los hombres que descollan sobre la medianía, Santiago Londoño Londoño padecío toda suerte de ataques rastreros por parte de sus detractores. Desde quienes señalaban su homosexualidad siempre asumida, hasta publicaciones  en los medios nacionales donde se le acusaba- sin que jamás presentaran prueba alguna- de traficar con armas y de promover el reclutamientos de jóvenes colombianos para convertirlos en milicianos en Cuba, país donde estudió y ejerció la medicina.

Desde luego, no es la intención del autor del libro presentar un personaje sin los claroscuros propios de la condición humana. De hecho, en la vida de su biografiado, como en la de todos, abundaron las contradicciones.

Es más, no faltaron las inconsecuencias. Pero al final de su aventura el fiel de la balanza se inclinó del lado de la coherencia. De esa correspondencia entre el discurso y la práctica tan dífícil de alcanzar. A lo mejor sin saberlo, el humanista Santiago Londoño Londoño materializó con su ejemplo aquella vieja aspiración: “Uno debe vivir como piensa o no pensar en absoluto”.

#CiudadaníaActiva: Emprendimientos y tips en tiempos de Covid-19 | 2 de 6

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Distintos expertos en el mundo coinciden en afirmar que la historia se aceleró bajo el impacto del Covid-19. Una de esas manifestaciones es el trabajo en casa. La otra son los negocios en internet. Por considerarlo de interés público, en La cebra que habla empezamos a reproducir una serie de recomendaciones de Marketing Digital de Melina Nogales, publicadas en principio en su blog https://eldigitalpreneur.com/

Buyer Persona: Tips infalibles de Marketing Digital en tiempos de Coronavirus

¿Qué significa? Es simple.

Identificar tu público objetivo, quiénes serán tus potenciales compradores.

Es un gran error dirigir una estrategia para todos, deberías concentrarte en lo que te importa.

Foto por formulario PxHere

Identificarlo es como generar un prospecto de cómo se ven en características como: sexo, edad, ubicación, preferencias y comportamiento del consumidor. Puedes incluir las demás características que crea necesarias para definir el perfil de tu potencial comprador.

Al principio también ayuda responder un par de preguntas para continuar:

  • ¿Existe un predominio de género, profesión, edad y región en la que viven?
  • ¿Cuáles son las razones por las que estas personas encuentran en tu marca la solución a esa necesidad de servicio?
  • ¿Por qué estas personas deberían elegirte?
  • ¿Cuál es tu valor añadido?
  • Si ofreces más de un tipo de producto o servicio, ¿puede identificar qué compran cada uno?

Después de responder a estas preguntas, verás que todo será más fácil y más específico y tus estrategias de Marketing Digital tendrán que dirigirse sólo a estos perfiles de compradores potenciales.

No tienes que improvisar o buscar más.

workana.com

¿Qué te parecieron estos tips de Marketing Digital? ¿Los vas a emplear en tu negocio?

¿Cómo estás sorteando con esta situación del Coronavirus?

Puedes dejar todos tus comentarios en la caja de descripción de abajo. Asimismo si tienes dudas, ¡no dude en hacérmelo saber!

#CiudadaníaActiva: Denuncia pública del Gobernador Mayor del Resguardo Gito Do Kabu – Embera Katio por la violación a una niña de la comunidad.

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La autoridad tradicional del resguardo indígena Gito Dokabú en ejercicio de su autonomía, sus atribuciones constitucionales, legales y reglamentarias, en especial las conferidas por la ley 89 de 1890 y de conformidad con los usos y costumbres reconocidas por la ley 21 de 1991, aprobatoria del convenio 169 de la OIT internacional.

Como autoridad mayor del Resguardo Gito Dokabú – Embera Katio, debo denunciar, a la opinión pública, autoridades nacionales y regionales, Defensoría del Pueblo, ONIC, que el día domingo 21 de junio del 2020, una niña de apenas 12 años, perteneciente a nuestra comunidad, fue secuestrada y abusada sexualmente, por un grupo indeterminado de soldados del Ejército de Colombia, quien está en el territorio para brindar seguridad y conservar el orden, especialmente en épocas de esta pandemia.

Esta no solo ha sido una agresión para nuestra niña, y su dignidad como ser humano y como miembro de un pueblo ancestral, ha sido una agresión para todo nuestro pueblo Embera Katio, y un acto que defrauda la confianza que hemos depositado en ellos como representantes del Estado.

Olvidando o ignorando que somos uno de los 39 pueblos indígenas que estamos en peligro de extinguirse física y culturalmente, y que con el amparo de Corte Constitucional esperamos de todas las autoridades que crucen nuestro territorio, respeto por nuestras tradiciones, usos y costumbres y por la integridad de cada uno de nuestros integrantes.

Exijo como autoridad mayor que los agresores sean entregados, para que desde nuestra autoridad y autonomía pueden ser juzgados y una vez paguen su condena bajo nuestra propia legislación , sean juzgados por las leyes de ustedes.

JUAN DE DIOS QUERAGAMA NARIQUIAZA
CC.18603450 Expedida en Pueblo Rico
GOBERNADOR MAYOR
Resguardo Gito Do Kabu

Autoridad Tradicional Indígena del Resguardo Gito Do Kabú -Embera Katio

RESGUARDO INDIGENA GITO DOKABU CRA 4 # 5-15 – Pueblo Rico CEL: 319
3904208
[email protected]

Leyes físicas

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El niño lanza una piedra hacia el cielo. Quiere observar el recorrido que realiza al elevarse, desaparecer de la vista y luego volver como un meteorito de fin del mundo. En el colegio, un profesor con plan de trabajo anticipado le hablará de las leyes físicas. Por lo tanto, lanzar una piedra significa lanzar una piedra. Con la instrucción el niño aprende que las piedras solo son útiles para hacer casas y caminos, pues en el cielo las normas son estrictas.