viernes, junio 13, 2025
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Álvaro Cepeda Samudio: uno de los grandes transformadores de la literatura colombiana en el siglo XX

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El escritor y periodista Cepeda Samudio, autor de 'La Casa Grande' y dos libros de cuentos. Foto tomada de El Heraldo

El 23 de abril es el día oficial de la ONU para celebrar el uso del idioma español, también es el día del libro y del derecho de autor.

Durante lo que queda del mes, vamos a compartir autores que recomendamos para su lectura, hoy empezamos con el escritor y periodista colombiano Álvaro Cepeda Samudio, quien es considerado uno de los grandes trasnformadores de la literatura colombiana del siglo XX.

Cepeda nació en Barranquilla, Colombia, murió a la edad de 46 años en Nueva York. A los 18 años empezó a escribir en el periódico de su ciudad natal El Heraldo. Su obra publicada se compone de la novela La casa grande (1962) y dos libros de cuentos: Todos estábamos a la espera y Los cuentos de Juana.

 

“Pocos son los conocedores de Cepeda que no hayan pensado alguna vez en que el suyo fue un talento un poco desperdiciado, al menos diseminado, de todos modos mal invertido. Ellos lo imaginan sentado largas tardes en un estudio frente a su máquina de escribir, sin tomarse un trago, sin flirtear con una gringa, sin fumarse un tabaco, sin pelear con nadie ni dar gritos, y suponen que, de haber sostenido una disciplina de trabajo similar, habría producido las más grandes obras de la literatura contemporánea en Colombia. La suposición es demasiado teórica para que valga la pena tenerla en cuenta. Porque la verdad es que Cepeda producía, no a pesar del maremoto vital que bullía en su talento, sino tal vez gracias a él.”

Daniel Samper Pizano

 

El escritor y periodista Cepeda Samudio, autor de ‘La Casa Grande’ y dos libros de cuentos. Foto tomada de El Heraldo

 

FRAGMENTOS DE SU OBRA

 

Juana sigue sentándose todos los domingos por la tarde en el balcón, frente al campo de fútbol, pero ya no se aburre. Con su cerbatana y una caja llena de dardos, que ella misma fabrica durante la semana con taquitos de madera y puntas afiladísimas de agujas de coser número 50 y que luego envenena cuidadosamente, Juana se distrae matando tres o cuatro jugadores todos los domingos. La cosa, si se piensa bien, puede resultar realmente divertida. Juana no sigue un patrón fijo para su distracción de las tardes de domingo.

Algunos domingos se le acaban los dardos durante el primer período de juego; porque hay que advertir que aunque Juana ha adquirido ya bastante práctica en el manejo de la cerbatana, son más las veces que falla que las que acierta. Otros le alcanzan hasta para apuntar a alguien del público que se amontona en las graderías, pero esto ya es más difícil. (…)

 

 

 

Íbamos llegando uno a uno y nos sentábamos en los altos bancos rojos a lo largo del bar. Nos quedábamos allí, en silencio, oyendo las canciones que alguien cantaba en los discos. Otras noches había boxeo. Entonces dejábamos de echar monedas en los tocadiscos y mirábamos la pelea. Pero no duraban mucho tiempo. Casi nunca llegaban al último round pues siempre alguien era tirado violentamente sobre la lona gris y un hombre con un corbatín le levantaba la mano al que se había quedado de pie y la pelea terminaba. Algunas veces apostábamos, pero después de un tiempo no quisimos ver más esto y dejamos de sintonizar al Madison. Nadie dijo nada. Nos pusimos de acuerdo sobre ello sin que nadie lo propusiera. Dejamos de ver el boxeo como hacíamos todo: sin decirnos nada. Había otras noches cuando no teníamos dinero y entonces entrábamos, nos acercábamos al tocadiscos y apretábamos un botón. La canción sonaba un largo rato y luego nos íbamos otra vez. Porque teníamos que ir todas las noches pues no sabíamos cuándo llegaría y no queríamos que llegara y no estuviéramos nosotros allí. Pero el dueño se dio cuenta. Supo que nosotros también estábamos a la espera y una noche, cuando pasábamos frente a él hacia el tocadiscos, nos dijo: “pueden tomar lo que quieran”. Entonces nos acercamos al bar y comenzamos a tomar como siempre. Desde esa noche ya nunca dejamos de ir. Y aunque no tuviéramos dinero nos sentábamos en los altos bancos rojos y pedíamos nuestros tragos. Una noche llegó alguien a quien nunca habíamos visto. Como si conociera el lugar desde mucho antes, como si él supiera de nosotros. Tomó un banco y lo acercó al nuestro. Luego dijo: “voy a quedarme aquí. Tiene que llegar a este bar”. Nadie lo miró. Pero nosotros sí. Tenía el pelo negro, una pipa labrada y un saco grueso. No dijimos nada y él puso sus billetes sobre el mostrador y comenzó a tomar lentamente. “hace tiempo que estoy esperando”, dijo y golpeó la pipa contra la palma de la mano abierta y dura. “me salí de la carretera con los catorce que me tocaban a mí. Caminé detrás de ellos hasta que encontré un pequeño claro de arena blanca. Entonces oí que ya él había terminado. Ya su ametralladora no sonaba. Estaban de espaldas. Yo comencé a llorar. Cuando él llegó su ametralladora volvió a sonar. Yo me dije que no quería oír más. Y ni siquiera oí cuando las balas se callaron. Seguramente me dijo que lo siguiera y yo lo seguí, pero ya no oí más”. Nosotros no dijimos nada porque él siguió hablando y nosotros dejamos de oírlo de pronto. Era que habíamos comenzado a recordar. Y nos fuimos apartando poco a poco a medida que los recuerdos se alejaban. Llegamos a una estación. Había buses plateados y ventanillas numeradas en negro en el fondo del gran corredor. Allí habíamos comenzado, sentados en unas butacas tibias por el calor de los cuerpos que llenaban la estación, con las revistas y los periódicos desordenados a nuestro lado. No sabíamos si esperábamos o si nos esperaban. Allí habíamos comenzado. Pero antes era yo. Yo sólo viajando sobre las carreteras de ladrillos rojos. Yo frente a la vendedora de revistas, comprando todas las revistas y todos los periódicos, no para leerlos, sino para ofrecérselos a quien había de sentarse a mi lado en el doble asiento del viaje, y la voz de la muchacha preguntando a qué hora sale su bus y un negro le da la hora que yo conozco; porque he estado esperando toda la noche en esa estación. Y de pronto me quedo solo con la muchacha y las paredes se van alejando en cuatro direcciones y estamos allí solos, la muchacha y yo, y el negro, con los botones dorados de su chaqueta y su brillante escoba, se aleja empujado por la huida de las paredes mientras la muchacha de las revistas desaparece detrás de las carátulas multicolores que le hacen muecas. Yo le hablo a la muchacha que tiene un largo tiquete verde y mira sin entender los itinerarios con su complicada combinación de números. En la enorme soledad de la estación mi voz y la voz de la muchacha van llenando lentamente todos sus vacíos. Y después ya no hablamos más. La muchacha se duerme contra la madera lustrosa de los bancos y yo estoy velando su sueño derrotado. De pronto me dice sin abrir los ojos: “Tengo hambre”. Y yo me levanto sin ruido y atravieso el frío ancho de la calle porque he visto en algún lado las vitrinas opacadas de un restaurante. En un tarro de cartón me dan café caliente para la muchacha. Yo le digo al griego que está detrás del mostrador: “Ella está ahí en la estación, no sé para donde va pero ha esperado el bus toda la noche y tiene hambre”. Y el griego me pregunta: “¿Por qué no te vas con ella?”. Y yo le contesto que no lo había pensado, pero que quiero irme con ella. Me llena un tarro de cartón blanco y me lo entrega. “Llévaselo y antes de despertarla dile que te vas con ella”. Yo lo hago así y la muchacha se toma lentamente el café mientras yo pienso en lo que me ha dicho griego. Cuando llegan los buses nos levantamos y salimos a leer las letras blancas hasta hacerlas coincidir con los tiquetes. Yo me vuelvo al restaurante y le digo al griego que ella se ha ido. El me dice: “Tiene que volver”. Yo atravieso todo el frío del mundo que se ha acumulado en la calle, recojo mis revistas y me meto en el último bus.

Y otra vez las estaciones repetidas a lo largo del cansancio que había comenzado hace muchas semanas. Y por fin he llegado a esta estación y me he encontrado en este banco rodeado de periódicos y revistas. Cuando la voz vieja conocida que anuncia las llegadas y las salidas anunció el nombre que esperábamos, ya éramos nosotros. Y subimos a nuestro bus. Ahora estamos en este bar todavía a la espera. Nos rodea gente, cada uno con su espera. Estamos estrechamente unidos en que todos sabemos que estamos a la espera pero no nos conocemos, ni siquiera hablamos. Solamente “nosotros” hablamos de vez en cuando. Y ahora ha llegado este hombre y nos ha hablado, nos ha dicho cosas que no hemos preguntado. Secretamente sabemos que ha de seguir hablando y hablando, que mañana vendrá y hablará otra vez, y seguirá viniendo todas las noches. Vamos a tener miedo, miedo de que nos interrumpa a cada momento a cada momento cuando nos ponemos a parar monedas de canto sobre la madera humedecida por nuestros vasos. Y de que pregunte cuando nos ponemos a jugar con los círculos de agua que hay debajo de cada trago. Yo sé que nos está mirando y espera que volvamos la cabeza hacia él para seguir hablando. Pero tenemos miedo y no queremos mirarlo porque tenemos los ojos redondeados sobre los vasos. No podemos oírlo pues alguien ha vuelto a meter monedas en el tocadiscos y hemos hecho tapones de música para nuestros oídos. Y para distraernos pensamos: —la foca azul tiene una pelota blanca y roja sobre la nariz— cómo se llamará la foca —tonto no ves que se llama Carstairs— no, ese no es el nombre de la foca —es el nombre del whisky- pero no es lo mismo —yo siempre quise ver las focas —vamos a verlas una tarde cuando haya verano- no, ya he perdido el interés y de propio no son tan reales como esta foca azul —aquellas también tendrán pelotas rojas pues yo las llevaré— llevaremos pelotas blancas y pelotas rojas, las más grandes y más blancas y más rojas que podamos conseguir —llevaremos pelotas para dárselas a las focas— sí, tal vez podamos ir un día cuando haya verano —y después iríamos a un cine, me gusta el cine- creo que me gustaría ver una película que se llame los rinocerontes hacen pompas de jabón en la que esté Susan Peters que cuando yo era pequeño se parecía a una muchacha que llevaba sus libros amarrados con una correa verde —hubo un tiempo cuando veía todas las películas- cuando no se tienen sueños, cuando no esperamos nada, tenemos que meternos en las salas de cine y tomar los sueños prestados de las películas —también yo iba al cine todos los días a hacer míos todos los sueños—. Dejamos de pensar y nos pusimos a jugar otra vez con las monedas. Nos habíamos olvidado de nuestro miedo. No supimos cuándo entró; estaba mirándonos cuando alzamos la cabeza para pedir los tragos. La vimos al mismo tiempo, pero yo me quedé solo mirándola. Cuando me levanté, todas las monedas que estaban paradas de canto comenzaron a rodar. Yo le dije: “He estado esperándote Madeleine”. Y luego: “Ahora vendrás todas la noches”. Ella siguió mirándome y asintió. Cuando salíamos oí su voz diciéndome: “Ya no me necesitas más. Déjame ir ahora”. Yo le tomé la mano y se la apreté con fuerza. Mientras cruzamos la calle veíamos a Madeleine a través de la vitrina que había comenzado a esperar.

Piketty, Balzac y Los Aristogatos

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Es bien conocido el talante prolífico del  novelista francés del siglo XIX Honoré de Balzac, quien a lo largo de su vida escribió miles de páginas, entre ellas la serie de obras conocidas con el título de La comedia humana. Lo que muchos no saben es que, aparte de su enorme talento, el narrador produjo muchas de sus novelas para cumplir obligaciones con los editores, que le adelantaban el dinero necesario para saldar sus deudas y mantener el tren de vida propio de un arribista de su época.

Balzac fue uno de los escritores favoritos de Karl Marx. En sus personajes y situaciones el filósofo encontraba material de sobra para reflexionar sobre los valores de las clases dominantes- las únicas visibles en el conjunto del cuerpo social-  y sus efectos sobre las dominadas.

Más  de un siglo después, en su intento por comprender las variables económicas y su expresión en la vida cotidiana, el economista francés Thomas Piketty, autor del libro El capital en el siglo XXI, vuelve a la obra del creador de Papá Goriot para mostrarnos  el  impacto de las rentas ociosas y sus relaciones con la ecuación capital- trabajo- ingreso en sociedades marcadas por la desigualdad extrema.

Tomada de El País

El mundo descrito por Balzac es, si se quiere, una radiografía de las raíces de un mundo en el que, según Piketty los viejos rentistas, en lugar de haber desaparecido, como creen algunos, encarnan hoy en los capitanes de la industria, el sector inmobiliario o la especulación  financiera.

Agudo lector de Marx, el  pensador francés retoma sus aspectos sustantivos y elude de paso la tentación de caer en el  error del filósofo nacido en Tréveris: convertir sus hallazgos en doctrina, facilitando de paso la conversión de su pensamiento en profecía, con las consecuencias de sobra documentadas.

Por eso puede tomar distancia y mostrarnos una mirada comparativa de las transformaciones experimentadas por distintas sociedades opulentas a lo largo de los últimos dos siglos. A través de una cuidadosa muestra respaldada  por gráficas, cifras y análisis de las mismas, el autor nos lleva de vuelta a la paradoja de un planeta cuyos desarrollos tecnológicos le permitirían alimentar a varios miles de millones de personas más de las que lo habitan y, sin embargo condena al hambre a un porcentaje inmoral de ellas.

Las razones de ese desajuste solo pueden ser políticas y Piketty se encarga de enfatizarlo a lo largo del libro. Y como no se trata aquí de volver  pobres a los ricos, como pretendieron en su momento algunas ideologías, el camino hacia la redistribución del ingreso pasa entonces por el incremento progresivo de los impuestos. Solo por esa ruta los ubicados en la base de la pirámide, es decir, la mayoría, podrán  acceder al bienestar.

Pero ningún político se atreve a dar ese paso, por miedo a perder el respaldo de sus potenciales financiadores.

Entre tanto, las desigualdades siguen creciendo, como bien lo muestran los indicadores creados en su momento por el estadístico Corrado Gini.

De paso, el autor  de  El capital en el siglo XXI desmonta viejos mitos, como aquél que define a los Estados Unidos de América como el país de la igualdad y las oportunidades. Para ello le basta un ejemplo: al contrario de la percepción general, el acceso  a la educación  superior de calidad en el país de Thomas Jefferson está limitado a una  élite capaz de pagar  tarifas altísimas, lo que de entrada ubica a sus miembros en una posición ventajosa en el partidor. A ese grupo pertenecen los súper ejecutivos magnificados por el cine y por  las revistas de finanzas,  responsables, entre otras cosas, de la última  crisis financiera analizada en detalle por Piketty en su libro con el propósito de identificar similitudes y diferencias con la  “Gran depresión” padecida por la economía mundial  a partir de 1929.

Con todo y las dificultadas que implica la lectura de  una obra con tan altos propósitos, como lector gozoso de buena literatura, el economista francés tiene tiempo incluso para burlarse de nosotros: luego de una sucesión de páginas ilustradas con gráficas densas dirigidas a explicarnos los efectos perversos de las rentas ociosas, renuncia de pronto a los recursos de la estadística y decide aclararnos las cosas remitiéndose a la vieja y conocida historieta de Los Aristogatos.


ÚLTIMA PUBLICACIÓN DEL AUTOR

La dura irrealidad

Colombia frente a la pandemia: el palo no está pa’ cucharas

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Por: Héctor H. Quintero |

Si de algo ha servido la pandemia del Covid – 19, es para develar lo que cada país ha construido en los últimos cincuenta años (sin olvidar que ello es producto de la historia económica, política y social de cada territorio).

Y en el caso de Colombia estamos jodidos. Son tantos los indicios para respaldar dicha afirmación que difícilmente pueden ser incluidos en un texto corto. Por eso será evidente que bastantes cosas quedarán por fuera.

Colombia es una cueva de ladrones en todos sus estratos y divisiones sociales. El oportunismo, el abuso y el robo han sido parte de las dinámicas sociales de las últimas cuatro semanas. Desde el incremento espontáneo de precios en supermercados y servicios, hasta el sobrecosto millonario de los mercados comprados por alcaldías y gobernaciones a lo largo del país. La especulación con  los precios de guantes, tapabocas, alcohol, geles con alcohol, hipoclorito, entre otros, ha multiplicado hasta por 10 los costos convencionales de dichos productos.

En Colombia hay ratas gordas y grandes.

 

 

Al robo sostenido de los dineros públicos se le ha llamado corrupción, fenómeno social en el que participan amplias capas poblaciones de la sociedad colombiana. Con dinero públicos e incurriendo en sobrecostos inadmisibles para una economía como la colombiana, alcaldes, gobernadores, senadores y otros políticos han mantenido durante las dos últimas semanas una campaña publicitaria de sus nombres, aprovechando la entrega de miles de minutas alimentarias a familias en distintos lugares de la geografía colombiana.

Eso es malversación de fondos.

Adicionalmente han incurrido en contratos multimillonarios y sobrecostos para diferentes acciones relacionadas con el manejo local y regional de la pandemia.

Las recientes evidencias sobre las grandes irregularidades en los listados de cédulas de la Registraduría Nacional del Estado Civil y otras bases de datos, ha demostrado que una mano roedora con muchos años de trabajo ha logrado poner a disposición del mejor postor una serie de números y nombres que facilitan el acceso a recursos del Estado, nombramientos por elección a cargos públicos y un tráfico de influencias que está amparado en la cantidad de cédulas sobre las cuales se tiene discrecionalidad.

 

 

Las evidencias que fueron enviadas a la Fiscalía sobre los vínculos “confusos” con el narcotráfico de los políticos y las campañas políticas a los altos cargos de la nación. La participación de los narcotraficantes en campañas políticas a presidencia de la república, son vistas desde un espíritu corrupto como hechos intrascendentes que no vale la pena investigar. Es un hecho vergonzante.

Colombia es un Estado de desprotección social.

A pesar de que la cifras suponen una inversión social alta, gran parte de los recursos para la salud y la educación quedan en manos de intermediarios que poco aportan al fortalecimiento de ambos sectores. Al contrario, a partir de la corrupción, la impunidad y el tráfico de influencias se genera detrimento patrimonial, enriquecimiento ilícito y gastos ineficientes. Por esa razón la tan mencionada ley 100 ha servido básicamente para que el sector financiero se apropie de un alto porcentaje de los recursos del sistema sin revertir socialmente ningún tipo de beneficio. Cesantías, pensiones y salud se han convertido en tres flujos de recursos hacia dicho sector.

Hecho trágico en el decreto 444 de 2020 es atentar contra los fondos regionales de pensiones. Con un Estado de plano corrupto y poco cumplidor de los pactos sociales, es fácil pensar que un sistema que entrará en verdadera crisis será el régimen pensional. Los funcionarios que trabajan en el gobierno para el sector financiero tendrán entonces los argumentos (creados por ellos mismos) para acabar con el régimen de prima media, trasladando así todo el negocio de las pensiones a los fondos privados operados por el sector financiero.

 

 

En la actual crisis se está jugando con los subsidios inventados por los gobiernos Pastrana y Uribe, para sustituir la responsabilidad del Estado con los pobladores de las zonas mas deprimidas del país. En lugar de generarse polos de desarrollo, se introdujeron mecanismos de limosna (Familias en acción, Jóvenes en acción) que hay restan capacidad de decisión política y social a los denominados “beneficiarios”.

– [ ] Se está abordando la crisis de la pandemia sin generarse un organismo de orden nacional, con función regional. Si bien  el decreto 444 de 2020 define un Fondo para la atención, este no se ha convertido desde ya en el ente rector de la atención integral de la crisis. El presidente sigue supliendo dicha función sin tener la capacidad de liderazgo requerida para una acción que sin lugar a dudas es de un orden especializado. Esto implica que a la fecha sean los alcaldes y gobernadores los directos responsables de las acciones de choque, cuando deberían ser solamente corresponsables administrativos y económicos.

La improvisación es el pan nuestro de cada día.

 

 

A pesar de contarse con información verídica desde el mes de enero, el gobierno colombiano no había adelantado gestiones de reducción de riesgo y mitigación, definiendo un panorama general de riesgo que permitiera una actuación sustentada en referentes técnicos especializados. Fueron la improvisación y las acciones incoherentes con el modelo de contención seleccionado (ejemplos: permitir la apertura de aeropuertos hasta ultima hora, la no concreción de un plan de contingencia para el manejo de las condiciones de supervivencia y bienestar de todo el pueblo colombiano, la no preparación redundante del INS para el procesamiento de pruebas, la ausencia de un plan nacional para el manejo de la red hospitalaria, el no alertamiento al sector educativo para preparar acciones razonables que permitieran a niños y jóvenes el desarrollo de sus procesos educativos teniendo en cuenta las condiciones reales de las familias y los centros educativos) lo que imperó en una primera fase de las acciones nacionales.

La improvisación persiste al privilegiarse en el manejo el renglón económico, perdiéndose de vista el factor sociocultural, que depende de un abordaje interdisciplinario, con un nivel significativo de especialización que sobrepasa con creces la visión económica que se le ha dado al conjunto de la pandemia. Hoy 17 de abril, de 2020 no existe un organismo técnico para la gerencia, operación logística y abordaje técnica del desastre (solo es escuchar con cuidado las alocuciones presidenciales y las intervenciones de su ministro de protección social). De igual forma es incomprensible que los seis billones destinados, de acuerdo al decreto 444 de 2020, al sector salud, todavía no hayan sido convertidos en acciones concretas de fortalecimiento de la red hospitalaria, realización masiva de pruebas a personas con sospecha de pertenecer a cadenas de contagio, contratación digna del personal médico y paramédico, consecución de implementos de protección biológica para todo el personal de la salud y rutas concretas de atención a diferentes sectores poblacionales.

Persiste el negocio de la guerra.

 

 

En las lógicas demenciales de los asesinos que están en el poder, persisten las acciones armadas contra poblaciones desamparadas en distintos puntos de la geografía nacional, se asocian tomas, asesinatos selectivos, quema de tierras, amedrentamiento armado y asesinatos de los desmovilizados de las FARC. Una guerra paralela y sucia que se empecina en mantener condiciones de miedo, indignación e incertidumbre a múltiples poblaciones y pobladores. Los enemigos de la paz y señores de la guerra persisten en sus intenciones de desestabilizar cualquier condición de bienestar, esperanza y buen vivir de los colombianos para así usufructuar tierras, cultivos, inversiones, información privilegiada y oportunidades de negocio.

Las palabras sobran.

Solo queda esta terrible sensación de un país donde lo único que importa es la permanencia de la exclusión, la injusticia, el menosprecio por los que no están al ritmo de la economía voraz, la minusvaloración de la humanización y la agudización de una profunda ignorancia que campea en todos los niveles de la sociedad colombiana.

 

 

*Médico y docente universitario

 


 

ÚLTIMA ENTRADA DEL AUTOR

¿Educación virtual? El encierro necesita primero un maestro para el alma

Enseres para sobrevivir en casa

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De ver pasar |

A causa del encierro, de la detención domiciliaria impuesta por decreto como último recurso para contener el avance de un enemigo incorpóreo y movedizo, me he revelado más atento a las cosas de la casa. No quiere decir que antes no tuviera conciencia de la importancia del comedor para fortalecer la vida familiar; ni que antes no me hubiera impuesto el dilema de escoger el mejor invento del mundo, si la bombilla eléctrica o la lavadora.

El encierro me ha hecho, digamos, más perceptivo, no solo ante el silencio del afuera, que es terrible, sino ante el ruido y la presencia de las cosas del adentro, más terrible aún. Porque las cosas tienen ánima, sí que lo experimenta mi neurosis. Las cosas caminan, cambian de lugar, se desaparecen, como si las gobernara un Chuky cleptómano. Solo que para evitar la locura, para calmar ese otro borgiano que también nos habita, solemos decir cosas como “No recuerdo haber puesto este secador aquí”, “Tantos años buscando el destornillador de pala y míralo acá, en el nochero”, “Qué raro, pensé que este sonajero de Fisher Price lo había regalado”.

Desde mi alta conciencia de fragilidad, una película como Toy Story es un drama de terror. ¿Qué es eso de que los juguetes cobran vida mientras uno duerme?

Nuestra relación con los objetos y las cosas es tan antigua como los terremotos. E igual de inestable, porque a menudo le endilgamos a un objeto o cosa un poder y lo envolvemos con la capa tectónica de nuestros sentimientos más irracionales. Sin ellos nos sentimos menos seguros y por eso es común que al salir de casa, al emprender un viaje, nos descubramos llevando en la maleta alguna cosa: una fotografía mareada, un lapicero sin tinta, una libreta de apuntes con las hojas llenas, un reloj sin cuerda.

Conscientes de la existencia y valor de las cosas en la vida práctica y azarados ante el avance de la pandemia, no sobra, sin embargo, ser precavidos y recordar la forma en que los habitantes de Macondo enfrentaron la peste del insomnio, cuyo efecto mayor fue la pérdida de la memoria. Para enfrentar al enemigo, Aureliano decidió escribir sobre papeles el nombre de las cosas y los pegaba con goma sobre los objetos. Pero llegó un momento en que empezaron a olvidar para qué servían esas cosas. José Arcadio afinó el procedimiento y “lo impuso a todo el  pueblo”: marcar con un “hisopo entintado”, “cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola”. Solo que después fue necesario hacer la inscripción que recordara para qué servían esas cosas. Esperemos que no debamos llegar a esos extremos.

A estas alturas paranoides, el sosegado lector se estará preguntando, con justa razón, por cuáles son los enseres para sobrevivir en casa. No voy a hablar del colchón, como un elemento esencial para conciliar el sueño. Decía un personaje de Carver: “Le sorprenderá ver lo que puede acumularse en un colchón con los meses, con los años.  Todos los días, todas las noches de nuestra vida vamos dejando briznas de nosotros mismos, pizcas de esto y lo otro que se quedan ahí. ¿Y a dónde van estas briznas y pizcas? Pues pasan a través de las sábanas y se incrustan en el colchón. ¡Ahí es donde van! Y con las almohadas pasa exactamente lo mismo”.

A propósito de la almohada, tampoco la recomandaré como enser útil, porque esos elementos pueden llegar a convertirse en vehículos para instalar lo siniestro en lo cotidiano. Si no me creen, lean en compañía y antes de las once de la noche, “El almohadón de pluma” de Quiroga. Ante la inexplicable enfermedad y posterior muerte de Alicia, el marido descubrirá en el almohadón la causa de la tragedia:

“(…) sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: –sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca”.

A pesar de que tengo una inclinación por la lectura, tampoco recomendaré escoger de su biblioteca algún libro al azar. Cortázar nos previno: “En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.” Bastantes muertos ha dejado el virus de Wuhan, como para acrecentar el número con lectores caídos en combate.

En realidad, más que utilizar enseres para sobrevivir, el encierro me indica que es necesario sobrevivir a los enseres. No obstante y para no traicionar la expectativa del lector, escogeré un enser, el más últil, el más urgente. Con los años y acostumbrado a vivir en pareja, he llegado a la conclusión de que el objeto más importante en la vida privada es el trapeador. Así de simple. Tan simple como su definición en la RAE para el tercer mundo: “Utensilio para limpiar el suelo”.

Si el asunto de la higiene no se soluciona en pareja y no se logra a través del trapeador instalar en la casa una democracia participativa, la novedosa Línea púrpura instalada por estos días de urgencia en el Distrito Capital, colapsaría.

Una querida amiga, Margarita Calle, suele llamarme los domingos en las mañanas y siempre me hace una honda pregunta: “¿Ya trapeaste?”. Puede que haya otras preguntas en apariencia más profundas: “¿Crees en Dios?”, “¿Eres feliz?”, “¿Habrá vida en otros planetas?” Pero no, a ella no se le ocurre hacerme esas preguntas que de tanto hacerse en sociedad se convierten en lugar común. “¿Ya trapeaste?”, resuena en mi cabeza esa demanda, porque resume la teoría y la praxis de una vida común, tan ajena al carácter narciso de los que van por ahí, exhibiendo una superioridad moral, como Trump y Bolsonaro y López Obrador.


ÚLTIMA ENTRADA DEL AUTOR

El paga diario

Al filo de la hoja. Fragmento del libro

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Antojos |

Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores y reseñados en La cebra que habla.

 

Presento en esta ocasión cuentos y minicuentos concebidos a lo largo de mi vida. Algunos fueron publicados pero la mayoría han permanecido en estado larval. A muchos les he dado nueva forma y el conjunto lo he organizado en secuencia cronológica de acuerdo con la época de su primera concepción.

El autor

El masoquista espiritual

El café ya estaba desierto cuando arreció la lluvia. En el vaso quedaba un resto de cerveza y el hombre, que permanecía allí desde temprano, pensó que era dichoso a pesar de su miseria: ingresaba al mundo de los masoquistas espirituales porque la soledad era su pasión y su desgracia.

La mesera miró desconsolada el reloj mientras en el traganíquel sonaban las canciones que pagaron los últimos borrachos antes de retirarse. Por fin ella se acercó; transida de sueño, le pidió que pagara y explicó que ya no había más servicio. Él la miró como si la viera por primera vez, le dijo que aún faltaba música por sonar, y le rogó que le trajera una última cerveza. Ella accedió. Cuando el traganíquel quedó en silencio y se escuchó el retumbar de la lluvia en el tejado, ella volvió para insistir en la cuenta y él, sin ningún preámbulo, le propuso que se acostaran. Ella, acostumbrada a la escena, respondió con un bostezo.

El hombre aceptó la negativa, pagó y salió. Aún faltaba para el amanecer. Caminó por el centro de la calle solitaria sintiendo en el rostro los goterones helados. Desde el fondo de su mente surgió la escala musical: do, re, mi, fa, sol… Al principio fue un murmullo; cantaba al ritmo del caminar. Aceleró el paso y cantó con más volumen y a poco corría bajo la lluvia cantando a pleno pulmón.

Medellín, julio de 1962

Dios

Soy una mónada vibrante en la pantalla, una potencia dotada de conciencia, rodeada de mónadas semejantes. Para convertirme en acto, la pantalla debe quedar sintonizada en cierta frecuencia. Si fuera Dios, me sintonizaría a mí mismo, y no me importaría que las demás mónadas desaparecieran.

 

Casa de campo…

…Grande y antigua, de paredes gruesas de tierra, altos techos de tejas de barro cocido y puertas desvencijadas…

En aquella ladera coinciden tres vertientes de agua cristalina que bajan de la cordillera. Se abren en abanico, reciben el sol de la tarde y resuenan en una sinfonía de luces.

Pero la habitación principal está en la penumbra. Despierto y me doy cuenta de que la puerta ha quedado abierta. Algo o alguien se dispone a entrar y debo evitarlo. Me levanto para echarle cerrojo pero mis piernas se niegan a obedecer. Debo esforzarme, tengo que llegar a tiempo. Al fin, casi arrastrándome, alcanzo a sostener la batiente, pero aquella fuerza exterior empuja con vigor. Redoblo mi esfuerzo como si de ello dependiera mi vida y comprendo que cerrar es ya imposible. Aún aguanto unos instantes; decaen mis fuerzas, la puerta se abre y aquella cosa penetra en la habitación.

Afuera, las aguas aumentan su caudal. Retumban con ecos escalonados, envuelven la casa en velos ondulantes, tenues, vaporosos y se precipitan con horrible fragor por las cañadas.

He perdido la batalla: el suelo trepida, se resquebraja, las tapias se desmoronan, las corrientes todo lo arrastran. Cae la máscara de aquella belleza inefable del atardecer de luces y aparece la verdadera naturaleza del turbión que nos precipita por la pendiente oscura

y sin fondo.

Atosigado por el juego

Estoy frente al tablero. En cada casilla hay miles de alfiles, caballos, torres, peones, reyes, damas. Los hay blancos, negros, azules, rojos, de todos los colores. Una multitud de jugadores se agolpa a mi alrededor. Vociferan.

Mi tarea es averiguar cuáles piezas están activas, cuáles espacios están libres y cuáles son meros depósitos de piezas descartadas de juegos anteriores. Además, debo decidir a quién le toca jugar.

INFORMACIÓN DE INTERÉS PÚBLICO: Cinco beneficios de Compralonuestro.co para que empresarios del Eje Cafetero mitiguen efectos del Covid-19

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    • Colombia Productiva y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo reforzaron los servicios de la red social empresarial colombiana, www.compralonuestro.co, para ayudar a los empresarios en esta coyuntura.
    • Anuncios de compra, acceso gratuito al sistema de Códigos de Barras y aceleración digital, entre los servicios de esta plataforma que puede aprovechar el sector productivo.

Pereira (Risaralda), 17 de abril de 2020.- Colombia Productiva y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo lanzaron la campaña ‘Compra lo Nuestro por Colombia’, con la que invitan a empresarios de todos los sectores y regiones del país, para  que gocen de los beneficios de  www.compralonuestro.co.

Esta plataforma es la red social empresarial colombiana que facilita la conexión entre compañías que quieran proveer y/o comprar bienes, servicios y materias primas durante la actual emergencia generada por el Covid-19.

“Invito a los empresarios del departamento de Risaralda y el Eje Cafetero a que se inscriban para que puedan gozar de los beneficios de www.comprelonuestro.co. Es una gran oportunidad para potenciar los negocios de las empresas de cada una de las regiones del país, ya que sus servicios son gratuitos”, dijo el ministro de Comercio, Industria y Turismo, José Manuel Restrepo.

Al referirse a las bondades de esta plataforma virtual, el Ministro resaltó que también ayuda a la identificación efectiva de la oferta y la demanda.

Por su parte, Camilo Fernández de Soto, presidente de Colombia Productiva, señaló que “uno de los caminos para hacerle frente a la actual coyuntura es fortalecer la conexión y los encadenamientos entre las empresas colombianas y así dinamizar la industria nacional. Por eso, dentro de los nuevos servicios para apoyar a las empresas a mitigar los efectos del COVID-19, están los ‘Anuncios de compra’, con los cuales los empresarios pueden publicar sus necesidades de proveeduría y conocer potenciales compañías proveedoras colombianas”.

Actualmente, más de 9.200 empresas de 30 departamentos hacen parte de la plataforma, pero el objetivo es aumentar este número, por lo que el funcionario invitó a las empresas del Eje Cafetero a sumarse a la plataforma, registrándose gratuitamente en www.compralonuestro.co.

Estos son cinco de los beneficios a los que pueden acceder los empresarios registrados, como parte de la campaña ‘Compra Lo Nuestro por Colombia’. Todos son gratuitos y completamente digitales:

    1. Anuncios de compra: espacio para que las empresas especifiquen sus necesidades de proveeduría de materia prima, insumos o servicios. Se puede publicar el requerimiento a través de un formulario en línea con el tipo de producto, el volumen, los requisitos producción y/o calidad. Pueden acceder a ellos a través de: https://bit.ly/anuncios-compra.
    2. Acceso gratuito al sistema internacional de Códigos de Barras: es el sistema de identificación de productos, servicios, localizaciones e intercambio electrónico de información más utilizado en el mundo. Las mipymes inscritas en www.compralonuestro.co pueden acceder a este recurso postulándose en https://bit.ly/codigo-barras.
    3. Comunidad especializada para el sector salud: espacio para que las entidades de salud publiquen sus necesidades de proveeduría, y se conecten con empresas que puedan suplirlas. Pueden sumarse a esta comunidad en: https://bit.ly/comunidadsalud.
    4. Convenios con entidades financieras: permite a las empresas enviar directamente una solicitud de crédito a los bancos asociados al programa (BBVA, Banco de Occidente, Banco de Bogotá y Bancóldex), reduciendo tiempos y costos de los trámites. Para conocerlos, se puede acceder a través de https://bit.ly/convenios-bancos.
    5. Aceleración digital e incursión en Comercio Electrónico: Compra Lo Nuestro también tiene a disposición de las empresas su plataforma SoftWhere (www.softwhere.com.co), desarrollada en conjunto con Fedesoft. Este es el punto de encuentro entre las empresas que necesitan soluciones tecnológicas y las desarrolladoras que las ofrecen. Además, las compañías pueden realizar un autodiagnóstico para saber qué tan maduras son digitalmente y qué necesitan para avanzar en su transformación digital.
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Los pueblos de la sierra, amasados con agua, viento y arena

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La Serranía de la Macuira, ubicada en el costado derecho del ala más norte de la Alta Guajira, es un lugar mágico.

No solamente el camino hacia ella, que se orienta con el objetivo inicial de ganar la población de Nazareth, en el que el paisaje comienza a cambiar, como una transición que se va sintiendo apenas, y que permite dejar atrás los terrenos desérticos hasta encontrar pequeños arbustos, primero alejados unos de otros, y luego más densos.

También lo es su configuración hecha de bosques bajos y terreno seco, en la que ya se siente la influencia de un régimen de lluvias más copioso y del agua que se deja escurrir desde la cima.

Llamar población a la Nazareth de la Guajira es mucho decir. El poblado es como un reguero de casas dispersas, disparadas por alguna fuerza desconocida hacia los alrededores de un centro que no puede ubicarse de manera evidente; y dejadas así, en perpetuo estado de esparcimiento, como una simiente caída en desgracia.

Pero la serranía es otra cosa. Se alza en sus reflejos de verde escaso pero presente, como una fuerza poderosa.

Imagino que por esa razón, de su territorio se deslizan sigilosos, varios relatos fundantes de las culturas de estas tierras, que mezclan etnias como las Wayuú y los Arhuacos.

Guardo varias impresiones de la Serranía de la Macuira. Primero, ese chorrear permanente de tierra, agua -aunque escasa-, narraciones, piedras, y una humedad misteriosa, hecha de vapores de líquido condensado que apenas si se recrean en los azares del viento.

Constatar el cauce seco de lo que en temporadas de lluvia es el gran río, fue como estar en presencia del vientre yerto de una tierra envejecida o transitar las vertientes interiores de una mujer todavía joven pero arruinada por un peso enorme.

El lecho está ahí, y uno puede imaginar la corriente, sentirla inclusive, en su torrencial potencia que desciende arrastrándolo todo desde las alturas brumosas de la sierra. Pero hace ya varios años que no viene, el manantial no se copa y las poblaciones raizales acostumbradas a vivir sus vidas al ritmo de estas avenidas, han sucumbido entre la desolación y la inanición derivada de la pérdida de periodicidad del acto fecundo del agua que se escurre.

Caminamos unas dos horas por entre bosques de arbustos; algunos no tan bajos alcanzaban la altura de un hombre promedio.  Nuestro guía nos iba narrando, con su voz nacida de las arcillas acuosas de la montaña profunda.

De repente, arribamos a un prodigio de la naturaleza. Son las dunas de Arewaro que, ubicadas en medio de los bosques seco tropical, de galería, y bajo de niebla (similar a los bosques andinos), hacen pensar en un desvarío de la naturaleza.

Según la narración que nos hizo nuestro guía, un hombre de baja estatura, oriundo de la región, moreno de tez, grueso de tronco, fuerte de músculos, suave de voz y lleno de historias que se le iban saliendo, de su etnia, de su mitología, las dunas están allí por un mandato de la Diosa Pulowi, la deidad femenina de los Wayuú asociada a los territorios áridos, quién ordenó a los Arhuacos transportar de la playa arena fina para que sus hijos, los vientos, pudieran tener allí, en la mitad de la Serranía, un lugar de recreo.

Dice la leyenda que los Arhuacos transportaron la arena en tinajas hasta las comunidades ancestrales de la Macuira.

Cuentan que en un período determinado las dunas se convirtieron en cementerio de los Arhuacos, y pasado el tiempo ellos recibieron otra orden a través de sueños: la de desplazarse de La Macuira hasta la Sierra Nevada de Santa Marta, legando esta zona a los Wayuú para su protección y consagración.

Para los Wayuú está claro que las dunas fueron creadas para que allí jueguen los vientos, hijos inquietos de su diosa que, en su constante bullicio, van arrastrando las arenas hacia la montaña dando forma a las dunas.

Desde lo alto de aquella montaña de arena, rodeada de los bosques de baja altura que forman la serranía, se divisa el mar. Es una visión de infinita belleza, una imagen que inspira poderío, dominio de los elementos naturales, y también armonía con ellos. Un momento de plenitud, arropado por la singular manera en que soplan las corrientes, particularmente traviesas en aquel lugar.

Relato contado por el guía

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Yaxchilán: antigua ciudad maya en Chiapas, México

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A orillas del río Usumacinta, un afluente que sirve de barrera natural entre Guatemala y México, se ubica una de las ciudades mayas más poderosas de su tiempo: Yaxchilán.

Vista del río Usumacinta desde Yaxchilán

El río Usumacinta que traduce “lugar de monitos” por su raíz Náhuatl: “Ozoma-tzin-tla”, se forma en Guatemala y desemboca en el Golfo de México, son 1123 km y se dice que es el río más caudaloso de México y el más largo de Centroamérica.

Para llegar a Yaxchilán, o lo que queda de ella: la zona arqueológica de Yaxchilán, hay que ir a Frontera Corozal, que es un punto fronterizo internacional, ubicado en el municipio de Ocosingo, en el estado de Chiapas, México.

Estando en este lugar no dejas de pensar en todas las personas que vienen de Centroamérica camino hacia el norte de México, en busca de lo que aún ellos persiguen como un sueño: llegar a Estados Unidos.

En Frontera Corozal se abordan las lanchas a la reserva arqueológica, hay que navegar el río porque no hay carretera, son 40 minutos de viaje con expertos lancheros que te llevan y luego te recogen horas más tarde (puede tomar entre 2 y 4 horas el recorrido en la zona arqueológica, depende de cuánto quieras caminar y cuánto tiempo quieras quedarte visitando las más de 120 construcciones que tiene la ciudad).

Al llegar a Yaxchilán, aún sin ver las ruinas de la ciudad, estar en la selva, sentir la humedad en la piel, los zancudos con ganas de probar sangre fresca, el aullido de los monos, el ruido de los pájaros y demás insectos, ver los imponentes árboles, saber que no hay otra manera civilizada de salir de allí si no te recoge la lancha, hace que sientas que tu viaje es toda una aventura, claro, si te gustan este tipo de sensaciones. Es una ciudad de más de 2 mil años que llegó a ser una de las más poderosas de la cultura maya. Estar ahí te hace sentir que no eres nada en la vida.

Yaxchilán, lugar de piedras verdes

Después que el guardaparques te da instrucciones y te muestra un mapa de los sitios que puedes visitar, empieza la caminata.

Algunos se van solos, otros acompañados, hay que caminar y caminar, y ascender por escalinatas de piedra, recorrer caminos debajo de árboles que te observan, vas tú con el crujir de la vegetación y el eco de los sonidos de los animales que te acompañan entre el suelo y el aire.

Tienes dos caminos para la exploración, a la derecha empiezas por La Gran Plaza o a la izquierda, asciendes hasta los templos para terminar en la plaza donde se realizaba el juego de la pelota.

Cualquier camino es válido para disfrutar de los conjuntos de edificios, admirar la crestería, los dinteles, las estelas y demás estructuras y esculturas que se conservan en el lugar.

Yaxchilán es recomendado para ir una y otra vez, la selva llama, y recrear la historia de esta civilización desde allí es otra cosa.

Me imagino que en este tiempo de cero turistas en el lugar, los animales están felices y los espíritus de los antiguos mayas también, porque esta es una de las zonas arqueológicas en México que más visitantes recibe al año, y no es turismo local propiamente. Son alrededor de 8 mil personas de otras naciones y continentes.

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