lunes, junio 16, 2025
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#QuédateEnCasa Lecturas recomendadas esta semana

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Esta es nuestra tercera entrega de notas en medios internacionales para leer en cuarentena.

Fuera de recomendarte nuestros contenidos, nos interesa que viajes mucho por buenos y diferentes textos en internet. Por eso nuestras diversas recomendaciones.

Sigamos en casa cuidándonos y leyendo, recuerda que La cebra te acompaña.

El País de España: Siete minutos para cada difunto

31/03/2020
En la foto, una familia en la breve ceremonia de despedida junto al padre Jose Luís. La mujer del fallecido por coronavirus echa agua bendita sobre el féretro, en la capilla del Cementerio Sur de Madrid, esta mañana. Madrid, 2020.

 

Gato Pardo: Charlotte Brontë, la sobreviviente de una familia de mujeres escritoras

Página 12, Argentina: Gerardo Morales echó de Jujuy a 61 inmigrantes de países latinoamericanos

El Gobierno porteño esperaba la llegada de 18 personas, en el micro había 61.
Imagen: NA

 

Caretas de Perú: Revista de EE. UU. resalta el trabajo que realiza ministra de Economía

The New York Times: Bogotá y el virus: calles vacías y cacofonía en pausa

Las bulliciosas calles de Bogotá estaban vacías por el decreto estatal de quedarse en casa. Creditos: Federico Ríos para The New York Times

 

El País de España: Muere por coronavirus el dibujante Juan Giménez a los 76 años

Juan Giménez, en una imagen reciente.

 

 

 

 

 

 

 

 

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¿Ya viste los otro textos que te hemos recomendado?

Da clic en La foto para ir al contenido.

La historia secreta de un espía ruso en Bogotá. Fragmento del libro

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Antojos |

Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores y reseñados en La cebra que habla.

 

 

Preludio

 

Ella llegó a Colombia en 1961. Había nacido en Madrid y tenía 23 años. Era guapa, alta de estatura y de muy elevada autoestima. Su familia no era acaudalada. Su padre vendía tabaco de contrabando en los bares del barrio. Ella buscaba un futuro mejor, que España no le ofrecía. No quería emigrar a Alemania, entonces destino de muchos españoles. Prefirió Colombia por el idioma y porque un sacerdote colombiano que vivía en España le consiguió trabajo en Bogotá. La capital tenía entonces 1.300.000 habitantes y todo el país 16 millones. El acontecimiento del año en 1961 fue la visita de John F. Kennedy y de su esposa Jackie a Bogotá, donde inauguraron con el presidente Alberto Lleras Camargo las primeras casas construidas por la Alianza para el Progreso en Ciudad Techo, luego llamada Ciudad Kennedy.

Él llegó a Colombia en 1971. Era ruso, tenía 31 años y hablaba corrientemente el español, que había perfeccionado en los dos años que vivió en Cuba. En la URSS había sido un estudiante sobresaliente, primero en la academia naval donde inició sus estudios y luego en la universidad. Tenía un doctorado en economía. Siendo hijo de un oficial naval era un privilegiado del sistema soviético, que reservaba las vacantes en las universidades y en los cargos gubernamentales a los hijos de la nomenklatura, la élite social y burocrática. Pertenecía a las juventudes comunistas y era miembro activo del PCUS, el Partido Comunista de la Unión Soviética. Arribó a Bogotá como diplomático asignado a la embajada soviética.

Bogotá tenía entonces 2.500.000 habitantes y la población colombiana se acercaba a los 22 millones. Una de las principales noticias de 1971 fue la formación del grupo guerrillero M-19.

 

I

Pilar y Aleksandr

 

La CIA interceptaba los teléfonos de la embajada soviética en Bogotá.

A partir de este hecho, que fue cierto a comienzos de los años setenta y seguramente en otras épocas también, un romance que se gestó en Bogotá y en la represa del Neusa, se convirtió en una historia internacional de espionaje que culminó en tragedia en Moscú. El idilio de una española que llevaba años viviendo en Colombia y de un joven diplomático soviético recién llegado al país cuando se conocieron a raíz de un evento en el Teatro Colón de Bogotá, se transformó en un capítulo poco conocido de la Guerra Fría que en su momento enfrentó a la KGB y a la CIA. El joven diplomático fue luego el único espía de la CIA en Moscú a mediados de los años setenta. Un documento oficial de la Agencia Central de Inteligencia lo calificó en 1993 como “una inmensamente productiva fuente de la CIA en el Ministerio de Asuntos Exteriores Soviético”. En 2016 James Olson, que fue jefe de contrainteligencia de la CIA, señaló en un programa de la CNN que Aleksandr Ogorodnik generaba informes de inteligencia que llegaban directamente al escritorio del presidente de los Estados Unidos y al escritorio del secretario de Estado Henry Kissinger. “La calidad de la inteligencia que nos pasaba era alucinante. Con esa operación hicimos historia al tener por primera vez a un agente en una posición clave en Moscú. Eso no lo habíamos hecho antes”.

Aleksandr Ogorodnik aterrizó en el aeropuerto El Dorado el 16 de septiembre de 1971(…)

¿Te sientes violentada y en peligro?

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INFORMACIÓN DE INTERÉS PÚBLICO |

Postal de Aranguren

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Cada temporada mi vecino, el poeta Aranguren, se refugia los tres primeros meses del año en su choza de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde planta por igual café, tubérculos y marihuana para su uso personal.

De regreso,  lo sorprendió la cuarentena en las playas de Pescadito y  desde allí nos envió la visión que, cual san Juan redivivo, tuvo de nuestro más reciente apocalipsis.

Dice que es el fruto de sus delirios insomnes.

Ah… informa, además, que volverá a estas tierras “ cuando san Juan agache el dedo”, cosa improbable, si tenemos en cuenta que ese santo tiene el dedo bastante rígido.

El Editor

 

Aquí va la postal

OURÓBOROS

Para los que escriben ficciones- yo soy apenas un poeta- podría ser la historia soñada: redonda, como imaginaban los antiguos la perfección.

El ouróboros. La serpiente que se muerde la cola.

 

Ouroboros castillo de Ptuj (Eslovenia) por, Johann Jaritz

 

Durante la cuarentena un hombre joven está instalado con comodidad en la sala de su casa, que puede estar ubicada en cualquier rincón del planeta.

Para las circunstancias, da igual.

Un cuarto en penumbras. Desde la ventana se ven las calles vacías donde reinan las ratas y los perros callejeros. Hasta los borrachos, las putas y los ladrones las abandonaron.

Una silla reclinable, una cerveza fría y un paquete enorme de papas fritas.

Pasa las veinticuatro horas del día contemplando, sin pestañear, el resplandor de la pantalla del televisor empotrado en la  pared.

Las imágenes fluyen sin cesar- por algo se llaman “pantallas líquidas”-.  A través de ellas puede seguir, como en un instante eterno, la transmisión en directo del apocalipsis, encarnado esta vez en una criatura invisible y letal surgida, nos dicen, en la cada vez más indescifrable China.

De repente se detiene, fascinado, en una escena: cuatro hombres encapsulados en trajes espaciales sacan de la morgue con rumbo al crematorio un cuerpo que- no sabe bien por qué- adivina joven y fuerte.

Mientras apura un largo trago de cerveza siente que una sensación de familiaridad, extrañeza y fatalidad se apodera de todo su ser.

Entonces lo ve con claridad: el cadáver que los hombres se disponen a convertir en cenizas es el suyo.

 

                                   Santa Marta, Colombia, marzo 30 de 2020.

El testigo

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Qué cosas no habrá visto el Bolívar desnudo de Pereira. Instalado en su pedestal y cagado a perpetuidad por las palomas, lleva medio siglo viendo pasar el mundo con su carga de prodigios y miserias.

Si es cierta la creencia aquella de que por cada fotografía que le tomen un hombre pierde parte de su alma, la de este Bolívar al galope debe ser inconmensurable. He visto gringos, españoles, chinos, escoceses, australianos, ingleses, coreanos, nigerianos, argentinos, mexicanos, uruguayos, y colombianos de todas las regiones tomándose instantáneas frente a la estatua del prócer, como testimonio de su paso apresurado por estas tierras.

Los turistas son así: coleccionan fragmentos de eternidad, de los que se olvidan una vez regresan a casa.

En tiempos de las viejas cámaras de rollo, un enjambre de fotógrafos se ganaba la vida en esta plaza registrando imágenes de niños recién bautizados, estudiantes acabados de graduar, emigrantes retornados y amantes recién enamorados o en trance de estarlo. Durante al menos tres décadas un hombre llamado Lorenzo tomaba fotografías, mientras su loro del mismo nombre sacaba de una urna de cartón los papelitos de la suerte. “Lo espera una rubia en su camino”, rezaba el mío, lo que no era gran cosa: más o menos a todo varón heterosexual lo aguarda una rubia  en el camino, aunque al final resulte estar teñida hasta el último pelo.

María Paz Muñoz

Hoy, una suerte de demencia anida en los ojos de bronce de este Bolívar tan nuestro. Sospecho que esa locura tiene menos relación con el fracaso histórico del original que con el delirante trajinar de quienes pasan por aquí.

Una panda de hinchas del Deportivo Pereira se  trenza  en una batalla a navajazo limpio, sin respeto alguno para con el ilustre testigo. Un par de travestis adolescentes atracan a un anciano que acaba de cobrar su pensión. Diez perros de razas distintas asedian con ladridos y lametazos a la mujer que pide limosna en el vecindario para comprarles comida. Un político promete el cielo en la tierra a una veintena de desempleados. Un sesentón ataviado al estilo ranchero mexicano desafía las leyes del mercado y trata de convencer a los padres de familia para que  le compren una fotografía de sus pequeños hijos a lomo de un caballo de cartón.

Juan Pablo Franco

Bolívar no se mueve, pero toma nota: a las cinco de la mañana un tipo bien trajeado degusta un café caliente, mientras espera la llegada del compinche con el que jugará a las cartas hasta las ocho en punto. A la misma hora, una decena de feligreses recién bañados aguardan a que el sacristán les abra las puertas de la catedral, para rezar al unísono el rosario de la aurora. En la otra esquina, el gurú de una secta nueva era contempla el azul furioso del cielo y espera con ansia la llegada de sus fieles seguidores: tres hombres  y tres mujeres que parecen depositar el resto de sus esperanzas en ese encuentro mañanero.

Mientras eso sucede, los mangos maduros caen sobre los transeúntes como una imprevista lluvia dulzona. A su vez, las palomas de la plaza comen y cagan. Cagan y comen como corresponde a su destino milenario. Contemplándolas, el Bolívar de bronce se pregunta por su destino de héroe inmovilizado por tantos segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años y décadas que se  anudan a  su alrededor como una corona de penas y olvidos.

tomado de cpr.org.ar

Los pueblos de Santander o el sabor de la tierra roja

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Se pueden degustar con la mirada, como si nos fuese dado recorrerlos con la lengua y llegar a captar el sabor exacto de esa arcilla de colores cobrizos que se exhibe en toda su dimensión en tapias y muros, que resaltan aún más cuando se muestran en combinación perfecta con el blanco que recubre algunas de las superficies.

Iglesias, residencias de uno o dos pisos, balcones, los tradicionales tejados color marrón, el empedrado de las calles, y hasta la mirada arrojada al infinito de sus cañones, hechos de geografía abrupta que escasamente se deja tocar por algunos reductos de verde, están hechos de barro seco.

Por momentos un pequeño vergel, sustraído a la escasez del suelo semidesértico, anima el paisaje y agrega belleza y alegría a fachadas y recorridos. Una mezcla compuesta de cactus de diversas especies que ofrecen dadivosos su floración de tonos bermejos profundos, combinados con otros arbustos cuya exuberancia tiene la ventaja de poder nutrirse de una austera demanda de humedad.

De todos, mis favoritos son los cactus, pues sus formas erguidas y proyectadas al intenso azul del firmamento, se me antojan una metáfora de la dignidad, o de la ilusión, todo depende del estado de ánimo del observador.

Barichara es el pueblo más afamado de Santander, y ostenta sobradas razones para ocupar esta posición. Sus calles y edificaciones parecen ubicadas en otro tiempo, en la incerteza de un estado indefinido entre la época colonial y la patria boba. Se encuentra en la actualidad, como toda villa turística, bajo la presión de ciertas élites deseosas de su propia versión de la autenticidad, y por ello sujeto a no pocas excentricidades.

Entre ellas un taller de oficios creado por el ex presidente Belisario Betancur que hoy sigue siendo dirigido por sus hijas, en el que se hacen hermosas figuras procedentes de todo tipo de plantas del desierto: fique, yute, y otras fibras extraídas y cocidas por las manos de mujeres madres cabeza de hogar que aprendieron la técnica de un español que alguna vez anduvo por esos lares. Con esos hilos tejen papel, figuras, joyas, lámparas, y muchas otras versiones de objetos plenos de creatividad que parten de un principio simple de supervivencia: en zonas como estas la ausencia de agua hace que las plantas almacenen en su interior lo necesario para sobrevivir.

En aquel pueblo al que sin duda es mejor visitar en temporada baja, se encuentra un taller de pintura con greda, en donde es posible realizar diseños sobre un pequeño tablón usando pinceles y mezclando varios tipos de arcillas extraídas a estos suelos que son de tonalidades diversas. La mujer que dirige el taller nos contó que su esposo estudió en Francia una especialización en cálculo estructural para construcciones en tierra armada.

Pero en Colombia no es legal realizar esta actividad formalmente, porque esta técnica constructiva no está reconocida en el código nacional de construcciones sismo resistentes y estructuras. Ella, de quién no retuve su nombre, también nos dijo que la especulación inmobiliaria es muy fuerte en el pueblo y que, incluso, muchos de los multimillonarios que tienen casas de recreo arriban en avionetas para evitarse la fatiga de la carretera que de Bucaramanga remonta el cañón del Chicamocha hasta llegar a San Gil, Curití, Barichara, Guane.

Razones no les falta para querer evitar el trayecto de esa vía que es además de congestionada imposible para adelantar, pues su trazado es cerrado y pendiente como pocos.

Hoteles formales, hostales, glampings (lugares de carpas que son, en realidad, habitaciones opulentas con servicios comunales de lujo), restaurantes, comercios de artesanías, panaderías gourmet, todos estos establecimientos forman un paisaje en el que conviven como extraños en su tierra los habitantes propios del lugar. Las tiendas elegantes se alternan con ventas de queso, víveres o abarrotes, billares, cafés y algunos estancos que en las noches se convierten en improvisadas tabernas.

Tanto en los lugares como en el perfil de los visitantes de estos establecimientos la mezcla es la norma.

Se podría concluir sobre Barichara que es una aldea ordenada que parece resistir a los embates de la especulación inmobiliaria desatada por su belleza. Un lugar seductor para el visitante, sobre todo en la temporada en que se encuentra vacío de turistas.

Curití es otra cosa, es un pequeño pueblo más auténtico. Allí es posible visitar diversos almacenes de artesanías. En uno de ellos una joven nos atendió para vender los objetos que hacía su papá. Muy desenvuelta, debido a su condición de estudiante de ingeniería en Bucaramanga, nos ofreció los artículos, nos cuadró los despachos, organizando rápidamente todas las cuentas. Es posible comprar en Curití y pagar el envío hasta cualquier ciudad de Colombia. solo es necesario hacer algo que a los colombianos nos cuesta trabajo: confiar en que lo que se ha pagado efectivamente va a ser enviado.

Pero la bondad innata de los habitantes de este pueblo conduce con facilidad a la formación de esa confianza.

San Gil es ya una aglomeración de tamaño importante, a medio camino entre ciudad y pueblo. Atrapada un día completo en ese lugar, puesto que por restricciones médicas no me fue permitido ir a hacer la actividad programada (rafting), tuve que pasarme las horas entre los diversos cafés y cafeterías disponibles. Antes, busqué una librería. A pesar de la buena disposición de los habitantes del lugar para darme indicaciones, solo pude hallar una papelería donde escasamente se ofrecían textos escolares. No obstante, una suerte de “agáchese”, al que llegué por azar, vino a socorrerme. Entre la interminable sucesión de libros inútiles de recetas de cocina, contenidos de superación, cursos de idiomas o contabilidad, hallé solo dos opciones posibles. Una, “El Ensayo Sobre La Ceguera” de Saramago. La otra, un libro poco conocido pero llamativo, “Madama Sui” de Augusto Roa Bastos.

Así que me interné en los arenales habitados por la pequeña lechuza que fue Sui para Roa Bastos, y embrujada por esa lectura deambulé por los lugares céntricos de San Gil, probando cuanto café y agua aromática estuvieron a mi alcance, un poco para justificar mi presencia y poder ocupar una silla que me permitiera continuar leyendo.

Para finalizar quisiera hablar de Guane. Este pueblo es como la hija virgen de ciertos núcleos campesinos que la madre prefiere llevar con ella a todas partes, aún a costa de dejar temporalmente abandonados a los demás miembros de la familia, incluso los más pequeños. En la plenitud de la belleza que corresponde a su estado de hembra en edad fértil, Guane es un lugar aún inexplorado, auténtico, una mezcla entre aldea indígena y villa colonial incipiente. Este es un territorio aferrado a las montañas, al cual se llega descendiendo desde Barichara por una carretera pegada al perfil de una topografía riscosa haciendo uso de un medio de transporte particular, los “tuc tuc” (o lo que aquí conocemos como motocicletas tipo Piaggio).

La quietud es su característica, que lo define todo, hasta la escasa circulación del aire. Es posible ir a la iglesia, y existen ventas de algunas artesanías, pero este pueblo parece más bien una metáfora de la espera.

Lo que aguarda Guane en sus atardeceres somnolientos, es que llegue la horda desbordada que se deja caer desde Barichara, y, cómo no, en un futuro no muy lejano, la especulación inmobiliaria, la transformación radical de su ser aún intocado en lugar vacacional para gente acaudalada.

Algo de eso se puede ver ya. Nos encontramos a unas dos cuadras de la plaza central, guiadas por la insistencia obsequiosa de la propietaria de uno de los escasos comercios ubicados en los alrededores del parque central, un hostal. Instaladas en una antigua casa, algo transformada y adaptada para su nuevo uso con un aire hippie chic, dos belgas sonrientes nos ofrecieron no sólo las tres habitaciones disponibles sino el menú de comidas y bebidas. Dueñas de un español aceptable, nos contaron que creían que íbamos a traerles suerte, pues ese era precisamente el día de la apertura de su pequeño emprendimiento.

Señales que empiezan a verse, incipientes pero inequívocas, de cómo el deseo humano por arrasarlo todo va copando los espacios más diversos, hasta dejarnos convertidos en una sola masa informe que todo lo codicia, que todo lo depreda.

Aunque lo aquí narrado puede cambiar a partir de la pandemia que por estos días azota a la humanidad, no lo veo probable. Más bien creo que el ansia por la villa chica, por el aire de campo, terminará de arrasar la precaria autenticidad de estos poblados, y que como en los mejores tiempos de Bocaccio los señores acaudalados se apertrecharán en las comarcas y tal vez hasta les alcance el tiempo para contarse historias los unos a los otros, si es que el uso intensivo de los dispositivos móviles les deja algún reducto de imaginación para darse cuenta del lugar cierto en el que se encuentran y reconocer a sus compañeros de temporada, en esta suerte de exilio auto elegido que el Covid-19 ha venido, vaya  paradoja, a imponer como el destino de los  humanos contemporáneos.

#lacebraenimagenes

GUANE

CURITÍ

GIRÓN

SAN GIL


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El cartel del mes por Quimbaya Studio: las confecciones de Pereira hechas por mujeres

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Pereira es una ciudad famosa por sus confecciones. Gracias al trabajo de miles de mujeres trabajadoras que desde hace muchos años le han aportado a esta industria, siendo en gran medida mujeres cabeza de hogar.

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El oficio de contar

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Fotograma de la película 'Spotlight'

Cada vez que un periodista se niega a menear la cola a cambio de un empleo o de un tajada publicitaria, los “distinguidos ciudadanos” que se arrogan el derecho a asignar los roles en una sociedad no reparan en gastos a la hora de ofrecerle una de tres opciones: el silencio, la marginalidad o la muerte.

Aunque en algunas ocasiones se pasan de generosos y deciden incluir los tres servicios en un solo paquete. Esa es una de las caras de este oficio que el maestro Tomás Eloy Martínez definiera como “El sismógrafo de una sociedad”. Se trata del periodista incómodo y preguntón que no se conforma con la carga publicitaria de los comunicados de prensa y trata de asomarse a la naturaleza de los hechos por caminos distintos a los asignados por la retórica oficial.

Fotograma de la película ‘Spotlight’

Otra cara es la de las palmaditas en el hombro. En Colombia lo largo del mes de Febrero abundan las ceremonias de celebración del Día de los Periodistas, en las que en medio de discursos floridos se reconoce “El invaluable aporte de estos profesionales al fortalecimiento de las instituciones democráticas” según rezan las declaraciones protocolares consignadas en las tarjetas que circulan con profusión por esas fechas.

Estamos aquí ante el periodista amanuense o notario que se niega a profundizar en los acontecimientos para recrearlos en su complejidad o a abordarlos con un espíritu crítico que contribuya a su comprensión.

En mi caso prefiero quedarme con la percepción del autor de Santa Evita, La Novela de Perón y de esa obra maestra del periodismo narrativo que es el libro de crónicas y reportajes Lugar Común la Muerte.

Porque, en últimas, atendiendo a la etimología latina del vocablo inglés Journalist, un periodista es en esencia un contador de historias. Es decir, alguien que se asoma a los pliegues de la realidad para auscultar sus más secretas pulsaciones. En ese riesgoso tránsito descubre que nada es lo que parece y que en la biografía de todos los prohombres del mundo hay siempre un detalle del que quisieran olvidarse. Es por eso que el pensador Karl Popper define la historia universal como “El relato de la delincuencia internacional”.

Fotograma de la película “Todos los hombres del presidente”

A lo largo del tiempo, los periodistas colombianos que han elegido la segunda opción  fueron a menudo llevados a juicio o al exilio porque eran los suficientemente conocidos y respetados como  para  correr el riesgo de eliminarlos a pistoletazo limpio. Son bien sabidos y documentados los casos de Daniel Coronel, Alfredo Molano, Fernando Garavito, así como el conocido caso de la periodista Claudia López, demandada por el expresidente Samper por el delito de revelarnos lo evidente. Detrás de las amenazas han estado siempre los voceros de esas castas que llevan varios siglos manejando un país como si fuera su finca particular en la que nadie puede alzar la voz para denunciar lacras y atropellos sin poner en riesgo su pellejo.

“El que busca encuentra” dice el refranero popular. Y claro, cuando uno se da a la tarea de escudriñar en la trastienda no tarda en descubrir que la realidad es mucho más diversa y compleja de lo que quisieran los notarios del poder. En ese entramado las cosas no siempre huelen muy bien. Es más: a menudo sus aromas rondan lo nauseabundo.  Y si nos da por remover la inmundicia el resultado puede ser bastante desagradable para el fino olfato de las buenas conciencias. A partir de ese momento serán más escasas las tarjetas de felicitación y por eso mismo resultará más gratificante el haber optado en un recodo del camino por este impagable oficio de contar historias.