sábado, abril 26, 2025
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Y nos robaron la clínica, un libro de Emilio Alberto Restrepo

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Antojos |

Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores y reseñados en La cebra que habla.

 

 

Esta novela está basada en una serie de casos y asuntos que parecen tomados de la vida real, pero son producto de la imaginación del autor. Muchos personajes son inventados para efectos de la función narrativa. Si los nombres o las situaciones evocan a alguien en específico, no se haga ilusiones, es pura casualidad. A veces la maldad y las intrigas humanas imitan la ficción, y esto es inevitable…

 

Prólogo

No podía creer lo que estaba pensando y haciendo, pero era cierto: en ese momento yo estaba allí, sentado frente a mi colega Pascual Gervasio, como obedeciendo un mandato que me desbordaba, que era superior a mí, y le estaba ofreciendo en venta mis acciones en la Clínica.

Le estaba entregando mi patrimonio, pero era más que eso, pues al tiempo estaba permitiendo que se volatizara el sueño de toda mi vida, la premisa por la que había luchado desde siempre, la promesa del porvenir, el sustento de mi retiro, la solidez, en fin, estaba echando al retrete todo por lo que había luchado a brazo partido durante mi etapa profesional.

Y lo hacía sin ofrecer resistencia, casi que sin chistar… mentiras, lo hacía incluso con cierto regocijo, con la nueva convicción de que esta vez sí que estaba haciendo lo correcto.

Pero vamos por partes, pues en realidad es un asunto complicado. Tan complejo, que involucra la vida misma y es el reflejo de lo que en ese momento estaba ocurriendo dentro y fuera de mí.

Me llamo Mauricio Lotero, soy médico, especialista en ginecología, obstetricia y laparoscopia. Soy un producto típico de la clase media de una ciudad tercermundista, y con el esfuerzo incondicional de mi familia logré ir escalando uno a uno los peldaños económicos, académicos y sociales, en un armónico sincronismo de talento, padrinazgo, dedicación y suerte, que me permitieron convertirme con el tiempo en lo que todo el mundo normalmente aspira: el dueño de su propia fuente de trabajo, en un ambiente de respeto profesional, haciéndome a una clientela cada vez más fiel y consolidada.

Alrededor de los treinta años ya había conquistado cada uno de mis sueños, todo me salía de acuerdo a mi diseño, cada vez estaba en mejores condiciones, había formado mi familia y las cosas no podían ir mejor. Era cuestión de cimentar lo edificado para después bajar un poco el ritmo y poder seguir navegando en aguas más tranquilas. Por lo menos era lo que yo pensaba.

Entonces vino la demanda.

Y después, vino la quiebra.

Y créanme, era solo el principio.

Los hijos bisiestos ¿Favoritos de los dioses?

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El año tiene 365 y 1/4 de días, ese un cuarto cada cuatro años se convierte en un día adicional en el calendario y se ubica en el mes de febrero. Ese día de más se le llama bisiesto, por eso en el año 2020, febrero tiene 29 días.

¿Qué pasa con los nacidos en un día bisiesto?

 

 

En el mundo anglosajón, a los que nacen un 29 de febrero se les llama “leapers”, palabra que proviene del término Leap Year, año bisiesto en inglés. En Irlanda se premia con 70 libras a los bebes que nacen en Leap Year.

En primera instancia uno podría decir que los hijos bisiestos tienen tres opciones: celebrar su cumpleaños el 28 de febrero o el 1 de marzo de cada año o esperar cuatro años para festejar sus vueltas al sol.

¿Alguien está leyendo esto y es un hijo bisiesto?.

Hoy en este especial mencionamos datos sobre el 29 de febrero y destacamos enfermedades raras, porque curiosamente, este día fue proclamado en el 2008 por la Organización Europea para las Enfermedades Raras, como día mundial para crear conciencia sobre patologías que afectan a una pequeña parte de la población (cuando no es bisiesto se crea conciencia de estas enfermedades el 28 de febrero).

Días bisiestos buenaventura o fatalidad

Consultando el periódico el Heraldo en el 2014, tienen una nota en la que campesinos y microempresarios comentan lo que significa para sus cosechas y actividades económicas este día adicional en el año. Entre los comentarios salen a relucir refranes como: “año bisiesto, año siniestro” o “año bisiesto, ni viña ni huerto”. También se habla de buenos presagios en cuestiones de dinero. Consulta la nota haciendo clic aquí

 

Aunque la imagen es del 2018, en el 2020 sigue teniendo vigencia

 

Independientemente de las creencias, a ciencia cierta lo que tenemos es un día más en el año dentro del calendario gregoriano. La BBC señala algunas curiosidades sobre este día:

  • La culpa es del emperador

Bajo el gobierno de Julio César en el siglo 1 a.C., se comisionó a los astrónomos la tarea de mejorar el antiguo calendario romano, que tenía 355 días con un mes adicional de 22 días cada dos años.

Se pensaba que el calendario se había quedado irremediablemente fuera de sincronía con las estaciones y por eso se creó el año de 365 días, con un día adicional cada cierto número de años para incorporar las horas adicionales acumuladas.

Fue así que nació el año bisiesto. Y en esos años especiales, el mes de febrero, que originalmente tenía 29 días, pasaba a tener 30.

Pero se cuenta que cuando Augusto se convirtió en el primer emperador del recién establecido Imperio Romano, quiso tener un mes nombrado en su honor con los mismos días que el mes de julio, que honraba a Julio César.

Y en la batalla por los días adicionales el pobre febrero terminó cediéndole un día a agosto

  • Una oportunidad para las mujeres

Los años bisiestos han sido asociados con todo tipo de rituales y creencias, y algunas están relacionadas con el matrimonio.

En Grecia, por ejemplo, algunas parejas tradicionalmente evitaban casarse en un año bisiesto porque se pensaba que traería mala suerte en el futuro.

Pero en el Reino Unido los años bisiestos se conocen sobre todo como aquellos en los que las mujeres pueden proponer matrimonio a los hombres.

La costumbre se popularizó en el siglo XIX, cuando se alentó a las mujeres que realizaran sus proposiciones en tarjetas postales.

La leyenda dice que el santo irlandés San Patricio emitió un decreto en el que otorgaba a las mujeres el derecho a proponer el asunto una vez cada cuatro años.

Otros dicen que fue la reina Margarita de Escocia la que emitió una ley en 1288 que daba a las mujeres solteras la libertad de proponer matrimonio durante un año bisiesto, y el hombre que se rehusara era multado.

Los académicos, sin embargo, no han encontrado evidencia de que existiera dicha ley.

  • Una revolución pendiente

Si recibes un salario cada mes, los años bisiestos son mala noticia para ti.

Técnicamente debes trabajar un día extra sin paga adicional, ya que tu salario anual sigue siendo el mismo en los años que tienen 366 días.

  • Empresarios y benefactores bisiestos

Ha habido otras “revoluciones” más modestas y pequeñas dirigidas por los que abogan por el carpe diem (aprovecha el momento) y desean que la gente haga trabajo voluntario y ayudar a otros en el día adicional que se gana en un año bisiesto.

“Dona tu día bisiesto a la caridad”, insta el sitio easyfundraising.org y muchos otros similares que existen principalmente en Europa y Estados Unidos.

Hay campañas para que la gente done, participe o reúna fondos para una variedad de causas, desde investigación de cáncer hasta actividades comunitarias.

La clave, sin embargo, como reconocen los mismos grupos de caridad, es que los empresarios acuerden dar a sus trabajadores el 29 de febrero libre. Y sobra decir que no todos están dispuestos.

  • Una fiesta de cumpleaños gratis en Texas

Estas personas sólo pueden celebrar un “cumpleaños apropiado” cada cuatro años. Muchos celebran el 28 de febrero, pero no es lo mismo.

“Cuando era niño era bastante desconcertante. Ahora estoy acostumbrado y me resulta divertido”, le dijo a la BBC Dimitrios Michalopoulos.

Actualmente en el mundo hay 4,1 millones de personas que nacieron el 29 de febrero.

La buena noticia es que todos los bebés bisiestos pueden tener un fiesta en la ciudad de Anthony, en Texas, EE.UU.

Esta es la autoproclamada Capital Mundial del Año Bisiesto y realiza un festival de cuatro días durante los años bisiestos que incluye una enorme cena de cumpleaños para los nacidos el 29 de febrero.

El 29 de febrero es también el Día Mundial de las Enfermedades Raras 

Las denominadas enfermedades raras, según el Ministerio de Salud de Colombia, son aquellas que afectan a un número pequeño de personas en comparación con la población general y que, por su rareza, plantean cuestiones específicas. Una enfermedad puede ser rara en una región, pero habitual en otra. También existen muchas enfermedades comunes cuyas variantes son raras.

Las enfermedades raras son enfermedades potencialmente mortales, o debilitantes a largo plazo, de baja prevalencia y alto nivel de complejidad. La mayoría de ellas son enfermedades genéticas; otras son cánceres poco frecuentes, enfermedades autoinmunitarias, malformaciones congénitas, o enfermedades tóxicas e infecciosas, entre otras categorías.

Consultando en la red, encontramos una serie de materiales al respecto que compartimos con ustedes:

 

Federación Colombiana de Enfermedades Raras

En Colombia existe FECOER: Federación Colombiana de Enfermedades Raras, es una asociación independiente que surge en el 2011 y trabaja en campañas para visibilizar a los afectados de estas patologías en el mundo. Aunque en la pagina oficial no tienen información actualizada a la fecha en el perfil de facebook se encuentra el “Comunicado oficial de FECOER en el marco del Día Mundial de las Enfermedades Raras 2020” que entre otras cosas dice:

Bogotá, 12 de febrero de 2020. El 29 de febrero, el día más raro del año se conmemorará a nivel global el Día Mundial de las Enfermedades Raras, y en el marco de esta conmemoración, la Federación Colombianas de Enfermedades Raras FECOER, invita a personas que viven con una enfermedad rara, sus familias y cuidadores, además de responsables políticos, autoridades públicas, representantes de la industria, investigadores, profesionales sanitarios y el público en general a unirse a esta campaña que, al igual que todos los años, busca visibilizar a los afectados por enfermedades raras en el mundo y asimismo lo hace FECOER en Colombia.
El lema propuesto por la organización Rare Disease Day para este 2020 busca contarle al mundo que ya somos más de 300 millones de personas que conviven con alguna enfermedad rara.
Sin embargo en Colombia, no existen datos precisos sobre la cantidad de pacientes diagnosticados con enfermedades raras. Por eso queremos hacer un llamado al Estado colombniano para que tome acciones inmediatas que garanticen el cumplimiento de los derechos de los pacientes con enfermedades raras.
Asimismo queremos dar a conocer masivamente la situación y barreras que enfrentan los pacientes con enfermedades raras para acceder al derecho a la salud y el impacto que ha tenido en el costo de vida de los pacientes.
También queremos, a partir de nuestra campaña nacional, despertar la conciencia de la comunidad en generar con tres mensajes clave:
  • Somos raros, somos muchos: ya que hay más de 300 millones de personas con enfermedades poco frecuentes en todo el mundo, invitando a las organizaciones del Estado a volcar su mirada a estas enfermedades en Colombia.
  • Raros y fuertes: pues la comunidad de enfermedades raras se une cruzando fronteras para concienciar y abogar por la equidad.
  • Raros y orgullosos, invitando a todo el país a mostrar su apoyo a las enfermedades raras. Es muy probable que conozcas a alguien con una enfermedad poco frecuente.

Consulta el comunicado completo haciendo clic aquí.

El día extra por falta de precisión

Al final, los días bisiestos son una “falta de precisión” de nuestro Sistema Solar: un año terrestre (el tiempo que tarda la tierra en girar alrededor del sol) no se completa en un número exacto de días. En otras palabras, un año no tiene en realidad los 365 días, sino 365,2422 días (aproximadamente). Fuente BBC

Terminamos con música

Cerramos este especial con canciones relacionadas con la palabra bisiesto

 

 

 

 

Caricatura de opinión: ¿Nos cansaremos de repetir la historia?

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Barbarias un personaje de Don Fingo

Paisaje con Cristo mutilado. Una postal de Bojayá.

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Esta fotografía fue hecha el 11 de noviembre de 2019. Un azar la trajo hasta mí, por eso no tengo certeza sobre su autoría, aunque dicen que es de Carmen, una muchacha que perdió a su madre y otros parientes durante la masacre de Bojayá.

La composición de los elementos que llenan el paisaje fluvial parece la obra de un montaje, de una escenificación cuyo propósito es conseguir el cuadro de belleza más sobria, más sublime y conmovedora.

Pienso en alguien que coloca con mucho cuidado al Cristo sobre la proa del bote, guardando el recato en esa manera de ordenar los cirios para que destaquen sin romper la armonía del fondo. El sentido de las proporciones queda manifiesto en la geometría simple de los cofres con las flores blancas de bisutería encima que apenas logran adivinarse. Pienso en el cuidado que tuvieron esas manos al vestir al señor con la túnica de tela fina. El señor recién arrancado de la cruz, sin brazos, sin piernas, la mirada rota hacia abajo, el señor es un Cristo atípico: mutilado, sucio, porque viene de la guerra. 

Vuelvo a mirar el río del fondo, el majestuoso Atrato por el que va navegando ese Cristo mutilado con los 98 cofrecitos de madera adornados de flores blancas, donde reposan otros tantos restos humanos que van a ser sepultados luego.

Entonces se me ocurre que Carmen apenas terminó de pulir los últimos aspectos del decorado, el ángulo de la cámara, la iluminación, el encuadre para que el río abarque la imagen completa, puros detalles menores.

Se me ocurre que los verdaderos responsables de esta composición fueron otros, cuando colocaron con mucho cuidado la bomba cargada de explosivos y metralla en el cañón fabricado en un cilindro de gas doméstico, pienso en la meticulosidad precisa con que los guerrilleros rodearon el pueblo desde la ciénaga y arrinconaron a los paramilitares, que se escondieron detrás de la iglesia donde había quinientos civiles, y luego el recato con el que alguno dio la orden de lanzar la bomba que cayó donde no tenía que caer.

En Bojayá la gente repite todavía las palabras que dijo el comandante guerrillero Sílver la mañana del 2 de mayo de 2002: “guerra es guerra, el que murió, murió”. La guerra, tan irremediable, ese día desclavó al Cristo de su cruz, le rompió las manos, las piernas, mató 79 personas, dejó una estela de viudas y viudos, de huérfanos y lisiados.

Lo demás ya no se me ocurre, sólo lo supe por la voz de los sobrevivientes que contaban, diecisiete años más tarde, las historias de los niños destrozados y señoras rajadas a la mitad, las de los hombres que salían enloquecidos de la iglesia con trozos de hierro y varillas clavados en su cuerpo, mezclados con el reguero de piel y vísceras que los enterradores sepultaron tomando aguardiente como antídoto contra el absurdo y el horror.

Platón confiaba en una improbable equivalencia entre verdad, bondad y belleza. Pero cuánta maldad ha costado lograr la belleza sobria y verdadera de esta fotografía, cuánta bondad ha costado recoger ese Cristo roto para vestirlo de nuevo.

¿Contribuyeron a ese propósito las manos que ordenaban la túnica junto a las que dispararon los fusiles, las que dispusieron los cofres con los restos de las víctimas junto a las que recogieron esos muertos desmembrados en el suelo de la iglesia destruida, las que fijaron el objetivo y apretaron el obturador junto a las que apuntaron con el cilindro bomba y recargaron las ametralladoras?

Caricatura de opinión: ¡Campo eres y en desplazado te convertirás!

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Don Barbarias un personaje de Don Fingo

Rubiel después de la parranda

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Fotografías Jess Ar |

Por estos días se prepara para abrir en su casa del corregimiento de La Florida un local que decidió llamar “El corralito”. Lo imagina como un lugar rústico, amoblado con objetos tomados de aquí y de allá y alentados por la fuerza que lo mantiene vivo: las ganas de hacer música.

Dice que no tiene límites de género.

“Allí tocaremos de todo un poco: salsa, bolero, son cubano, vallenato, carrilera, parranda y hasta música argentina antigua. Esa de Los Trovadores de Cuyo, Los Visconti y Los Chalchaleros que tanto le gusta a la gente. Por supuesto, en el repertorio también incluiremos las canciones del libro disco El blues de la parranda”.

“Además, tendremos un atractivo especial para quienes nos acompañen: el sancocho parrandero”.

Lo afirma con ese tono suyo de mansa sabiduría que tan hondo cala en la gente cuando conversa con él o cuando escucha sus canciones.

Es lo mismo que sintieron los asistentes al Parque Simón Bolívar de Bogotá al caer la tarde de ese domingo 1° de septiembre de 2019. Ese día finalizaba la XVIII edición del Festival Colombia al Parque.

Rubiel Pinillo, sus Parranderos de La Florida y el músico de blues Carlos Elliot Jr compartían tarima con agrupaciones tan destacadas como los mexicanos Banda Regional Mixe, de Oaxaca, así como la legendaria Inti Illimani, de Chile, a los que se sumaron los colombianos Monsieur Periné y Los Yoryis.

En total, fueron veintiséis las agrupaciones y solistas participantes en el evento.

Habían sido invitados por la organización del festival luego de escuchar y evaluar las diez canciones que integran ese libro disco donde se recrean a través de canciones, crónicas y perfiles, las vivencias de algunos personajes de ese sector rural de Pereira convertido en lugar de peregrinación para ambientalistas y neo jipis.

Ah, durante todo el camino contaron con la compañía y el talento del productor norteamericano Bobby Gentillo. No por casualidad éste último cerró con un extenso y virtuoso solo de guitarra eléctrica la intervención de los músicos en el Parque Simón Bolívar.

Rubiel y los muchachos que lo acompañan en su grupo Los parranderos de La Florida desembarcaron en Bogotá el sábado 31 de agosto.

“Era la primera vez que me subía a un avión grande, así que me sentía como un niño estrenando juguete. Muchos años atrás había volado en avioneta por el Valle del Cauca, pero no es la misma cosa”, declara Rubiel en una calurosa mañana de febrero de 2020.

Han pasado cinco meses, pero los recuerdos de ese concierto en Bogotá mantienen todo su vigor.

La instalación en el Hotel Tequendama, la visión de la Plaza de Toros de Santamaría y de las torres diseñadas por el arquitecto Rogelio Salmona. Ayudado por el periodista cultural Alejandro Patiño, Rubiel Pinillo rememora su encuentro con la cantante La Tenaz, una de las figuras de la nueva escena musical colombiana. También su presentación en el bar Smoking Molly, donde tocaba un músico norteamericano de blues llamado Jesse Cotton Stone.

Ese vino a ser el precalentamiento para el concierto del domingo. Esa noche Rubiel y el grupo de muchachos que lo acompaña desde hace por lo menos una década demostraron de qué materia están hechos.

“Cuando arrancamos a tocar frente a esas diez mil personas sentimos que habíamos alcanzado otra dimensión. No sé si a todos los músicos les pasa, pero cuanta más gente tengo al frente, más seguro me siento. Muy rápido logramos contagiarle esa seguridad a los pelaos, que de todas formas estaban muy nerviosos. Por mi parte, perdí el miedo a los escenarios hace muchos años, cuando ocupé el tercer lugar en el concurso del Factor X”.

“Ese día quedé, como quien dice, curado de espantos”.

Ya perdió la cuenta del número de canciones que ha compuesto en sus casi seis décadas de vida. Por eso, animado por un amigo, anda en la tarea de registrar sus canciones ante Sayco y otros organismos encargados de velar por el pago de los derechos de autor.

“Uno es muy despistado. O, mejor dicho, muy pendejo. Ese amigo me hizo caer en la cuenta de que cualquier persona puede tomar mis canciones, interpretarlas y registrarlas como propias. Por eso, mi primera tarea consistió en mandar a hacer las partituras. Es el primer requisito para registrar las composiciones y hacer valer los derechos de propiedad intelectual”.

Fiel a su esencia campesina, Rubiel no duda en asegurar que, a pesar de todas las cosas tan bonitas, lo que más le llamó la atención de Bogotá fue la gran cantidad de árboles y zonas verdes.

“A pesar del clima tan frío, vi muchos árboles originarios del Eje Cafetero y del Valle del Cauca”.

Es la misma esencia que lo llevó a componer una canción que dice así en algunos de sus versos:

Cómo dejar a mi tierra

Si de aquí son mis raíces

De aquí soy toda la vida

Por ella tengo mis cicatrices

La recita a modo de repuesta cada vez que alguien le pregunta por qué, con todo ese talento, no se ha marchado de La Florida a probar fortuna en otros lados.

Si hago eso me muero: son los bosques de La Florida, los ríos, los caminos, los cultivos, las personas de este lugar las que me dan la inspiración. Sin esas cosas no podría componer nada, o compondría canciones falsas y creo que lo que hace grande a un artista es la autenticidad.

Eso y el público.

“Sin público el artista no es nada. Esa es la razón por la que pienso fundar El Corralito: en lugar de salir a buscar a la gente quiero abrirles las puertas de mi casa, para que vengan y se enrumben con nosotros. Entre otras cosas, parte de las adecuaciones logré hacerlas con la venta del libro disco El blues de la parranda y con una plata que me prestó mi mamá”.

Al final del concierto de ese 1° de septiembre, los grupos con los que compartieron la tarima más grande de su vida se acercaron a felicitarlos por haber logrado ese feliz encuentro entre el blues del Mississippi y la música parrandera de la región andina colombiana.

Muchos de los asistentes, que bailaron y corearon durante toda la presentación, los abordaron para agradecerles ese momento de dicha.

Al fin y al cabo, por eso a todos nos gusta la música: por su capacidad para prodigarnos momentos de plenitud aún en las circunstancias más adversas.

Y eso sí que saben hacerlo bien Rubiel Pinillo y sus Parranderos de La Florida.

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En Belalcázar ensayan nuevos aromas para animar los mitos del cacao

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Una familia completa, así fueron los Giraldo Buitrago, quienes nos recibieron en su finca ubicada en Belalcázar Caldas para mostrarnos su plantación de cacao.

Simón, el menor del clan, agrónomo de profesión, nos recogió en la plaza de Belalcázar, un pueblo que uno creyera blanco porque la figura del Cristo que se erige sobre él parece insuflarle esa luz.

Pero no hay tal, Belalcázar es un pueblo que no ha sido aún apestado por el turismo, es tan solo un grupo de casas arrojadas a la montaña en algún momento en el devenir de los designios divinos. Faldudo, lineal, siguiendo la sinuosa trayectoria que delimita la cima de la cordillera.

Para desplazarse por las carreteras que conducen a su área rural hay que hacerlo en un vehículo con buena tracción, un auto con pretensiones de ser, como se dice, “un gato herrado”.  Porque el descenso por esas lomas es vertical, cerrado contra los desfiladeros, proyectado hacia el horizonte que remata en el valle del río Risaralda.

Belalcázar es frío porque para ganar su altura es obligado remontar una estribación que se eleva por encima del río Cauca unos mil seiscientos metros; pero sus veredas recorren el trayecto contrario, van en descenso, y la bajada es brusca, retrechera.

Simón nos condujo en un campero Trooper vetusto, que se agarraba a las piedras del camino hacia la finca como una mula vieja que va tragando polvo camino al trapiche.

En un rellano que apenas lograba ser una leve tregua a la alta montaña, la casa. Al descender del campero, viejo conocedor del camino, cuatro perros pastores alemanes daban la bienvenida. Es una vivienda sencilla pero de construcción reciente, instalada en el que podría ser el único terreno plano de toda la propiedad, rodeada de principio a fin por las matas de cacao.

El cacao es una planta misteriosa, me dije, y me pregunté si fuera posible que alguna mitología perdida se hubiera basado en los brillos ocres, rojizos y verdeamarillos que se desprenden de sus frutos y follaje, para dar cuenta de la creación de hombres de cacao, así como los Mayas se creyeron desde el comienzo de los tiempos hijos del maíz.

Tal vez venimos, los de estas tierras, de esas pepas gigantescas y rugosas, rojizas por fuera y de blanca pulpa en su interior, ¿por qué no?, me permití especular.

La familia toda está comprometida con el cultivo y transformación de este fruto prodigioso, que comercializan bajo la marca de Chocolate Santo Aroma.

Cada uno de los miembros del grupo familiar ha hecho su aporte a la economía de esta transformación.

El padre desciende de antiguos propietarios de las tierras que antes fueron cafeteras, y a las que la acción del hombre cambió el piso térmico, haciéndolas poco aptas para el cultivo del grano, y forzando a sus dueños a abandonarlas antes de hallar en el cacao una alternativa de explotación rentable.

El hijo mayor, un joven de treinta y pico de años, de barba rojiza y mirada de genio vikingo, es ingeniero físico. Él diseñó las cerca de quince máquinas que la familia tiene en la planta procesadora en Manizales. Llamaba insistentemente “Moncho” a su hermano menor, el agrónomo, y juntos nos mostraron el cultivo, luego la mazorca, y de su mano nos dieron a probar el jugo que usando la pulpa hizo su madre, manos amorosas que, además, adicionaron limón para que la bebida no llegara a oxidarse.

Nos hicieron partícipes, entre Moncho y el vikingo, de cómo se tuesta la pepa, para después convidarnos a pelarla, retirando la cascarilla superficial para dejar al descubierto la almendra. A este punto del proceso ya los sentidos estaban suficientemente activados, porque los aromas envolvían todo el lugar, y bajo la mirada atenta del padre nos invitaron a probar los Nibs, que son los granos de cacao que quedan como producto de la tostión.

Con habilidad de científico loco, el vikingo ajustó los tornillos de un molino portátil, y mientras la semilla torrada daba vueltas y se estremecía contra las piedras que la trituraban, pacientemente, como quien prepara una poción, el barbarroja añadía trozos de almendras.

El resultado de todo este proceso fue una crema, suavidad de color oscuro, textura a granos machacados, casi imperceptibles pero aún presentes.

La casa que nos albergó en la tarde de un día cualquiera de febrero, en cuyo salón fue servido un ajiaco abundante producto de la sabiduría de la madre, fue diseñada y construida por uno de los cuatro hijos, el ingeniero civil.  El otro descendiente, el publicista, fue quién dio imagen a la marca concebida por el padre, diseñando las piezas para los diferentes empaques: la presentación para preparar bebida o de mesa; la de pastillas para comer en trozos que varían del 40 al 90 por ciento, de acuerdo a la mayor o menor concentración de chocolate.

Tal vez nunca sabremos si en este pedazo de América nacimos hijos del cacao. Lo que sí nos quedó claro aquel día a los visitantes de la finca La Elenita, fue la certeza de un renacimiento, el de la familia Giraldo Buitrago, a partir de su dedicación a este nuevo cultivo que les ha permitido conservar su propiedad, y abrirse caminos posibles de subsistencia de la mano del fruto color de tierra, rojizo y prodigioso, en cuyo interior crepita la pepa más sabrosa. 

Más de la chocolatería Santo Aroma en nuestro canal de  youtube…

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