domingo, abril 27, 2025
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Cómo luchar contra el olvido

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Auschwitz es el lugar de los cómo sin respuestas, de los por qué conducen a lo más insondable del alma humana.


 

Dignidad ante preguntas sin…

¿Cómo luchar contra el olvido?

¿Cómo describir el horror cuando las palabras no alcanzan?

¿Cómo perdonar a los perpetradores?

¿Cómo no re victimizar a las víctimas?

¿Cómo evitar que los viejos demonios regresen cubiertos con otros velos?

Hace 75 años tropas bajo el mando soviético abrieron las puertas de un infierno llamado Auschwitz-Birkenau. El campo de exterminio en el que fueron asesinadas más de un millón de personas, la mayoría de ellas judías. Se erige desde entonces como el símbolo por antonomasia de la crueldad sistemática.

 

UN News

 

Auschwitz fueron las cámaras de gas, los hornos, la hambruna, la deshumanización, y los trabajos forzados para la industria pesada alemana. Auschwitz fueron los capos, los experimentos humanos y la identidad reemplazada por un número tatuado en el brazo.

Auschwitz es el lugar de los cómo sin respuestas, de los por qué conducen a lo más insondable del alma humana.

Pero el holocausto se vivió por fuera de los alambrados de Auschwitz. Más de once millones de personas fueron asesinadas por el régimen nazi en Europa. De ellos, seis millones profesaban la religión judía. Todos ellos perecieron en el Holocausto. Una palabra de origen griego antiguo compuesta por dos partes: olos que significa “todo” y kausto que traduce “quemado”. Y así fue la política nazi de exterminio: un fuego que consumió todo a su paso, o casi todo.

 

 

Y esta violencia, esta demencia colectiva, este odio irracional, fue en muchos casos producto de lo que la filósofa alemana, Hannah Arendt, denominó magistralmente: la banalidad del mal. En otras palabras, cuando la humanidad se queda en la puerta, y solo la eficiencia sin ética se sienta en la mesa.

Hace 75 años una tropa soviética liberó a los sobrevivientes del campo de exterminio, les devolvió la libertad, a quienes ya habían olvidado que ésta existía. Hoy, los pocos testigos presenciales de aquellos horrores, que aún viven, cuentan para no olvidar, cuentan para prevenir, cuentan porque solo quedará de ellos lo que los videos y audios nos permitan capturar. Vivir ha sido su venganza frente a sus victimarios. Vivir para contar su historia, con la esperanza de que no se repita.

Igor Malitski sobreviviente ucraniano del holocausto en Oswiescim. eluniverso.com

 

Y con algo de desesperanza vivimos el retorno de estos viejos fantasmas, que como lo describió acertadamente el presidente Frank-Walter Steinmeier en su discurso en Yad Vashem, “se disfrazan hoy de otra manera. Más aún, presentan su pensamiento antisemita, nacionalista y racista, autoritario como respuesta para el futuro, como una nueva solución a los problemas de nuestros tiempos.” Ir al discurso del presidente haciendo clic aquí

Y pese a todo Auschwitz, esas ruinas del alma humana y de las construcciones que han resistido el paso del tiempo, siguen ahí para recordar la barbarie del pasado y alertar sobre su posible repetición en el futuro. De eso se trata el trabajo de memoria histórica aquí y allá. Se trata de justicia restaurativa, de ofrecer disculpas y de esforzarse porque ese “nunca más” sea una promesa renovada. Y tanto habrá alcanzado, que en la conmemoración del aniversario 75 del fin del holocausto un presidente alemán por primera vez en la historia tuvo el honor de compartir escenario con las fuerzas liberadoras. Alemania, el país perpetrador, la gestora de la Shoá -literal de “la catástrofe”- tomó la palabra para recordar su responsabilidad y su compromiso de luchar contra el olvido y el retorno de la violencia, en cualquiera de sus formas.

 

Foro del Holocausto celbrado el 23 de enero del 2020 en el memorial de Yad Vashem en Jerusalem

 

El holocausto y Yad Vashem. La deshumanización y “un monumento, un nombre”. La Shoá y el “Nunca más”. El Nacionalsocialismo y la cultura del arrepentimiento. La muerte y la vida. La memoria histórica es la única posibilidad que nos queda ante la barbarie.

 


 

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Caricatura de opinión: Águilas negras… no me aparecen.

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Perorata de un perro vallejiano

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Se preguntarán qué hago sacando la cabeza por la ventanilla de un bus de servicio urbano, con los colores del glorioso y sufrido Deportivo Pereira. Pues bien, la necesidad tiene cara de perro. Baste decir que aunque no comprenda de economía, la de mi dueño se fue al traste.


 

 

Qué te puedo decir, no es fácil ser perro en la ciudad. Por más que Fernando Vallejo nos ponga en el mismo lugar de Céline y nos lave los dientes y done sus premios para crear albergues dignos. O Coetzee se conduela de los perros desahuciados en Desgracia. O Carolina Sanín opte por el animalismo y se la vea con su mascota, impetuosa, por el Park Way, mientras denuncia que “No debería haber perros vigilantes”, nuestras circunstancias caninas son tan complejas como el carácter variable de los veterinarios.

Fuera de soportar el peso de la domesticidad cargamos con las neurosis de nuestros dueños, con sus soliloquios mascotiles.

Eso de hablar con nosotros, en tono íntimo, no les queda bien: “Mira, mira, Póquer, allá vive tu tío Ernesto. Sí, en el piso siete”. Algo va del trauma a la compañía que prodigamos en apartamentos diminutos. Algo se liga entre la soledad del bípedo pensante y esa manía de sacarnos a la calle con bozal y correa, mientras las cacas que dejamos  a nuestro paso, con el sol a cuestas, los dueños suelen dejarlas por ahí, en bolsas negras, para molestia de los vecinos.

A propósito de cacas, la ciudad es hostil con sus avisos de advertencia: “Prohibido dejar excrementos”; “Él lo hace por necesidad, yo lo recojo por educación”; “Que tu perro no deje un mal recuerdo”; “Yo tengo un dueño…responsable”.

En fin: la literatura en la que la palabra mierda, cara a la literatura colombiana, jamás aparece, es abundante. Deberíamos aprender de las groserías directas y sin ambages de Fernando Vallejo, el San Roque paisa, nuestro patrono de los días azules.

Me enfada que nos exhiban como seres exóticos. De eso algo sé, pues soy un Shar Pei, buen lector, seguidor de la poesía de Li Po, miembro de una raza dinástica y guerrera. No me extraña que un french poodle o un chihuahua me observen como un perro a cuadros. Jamás entenderán la belleza que exhiben mis arrugas, el perfecto diseño de mi hocico. Siempre les parecerá que es excesivo el cuidado que demanda mi delicada piel y más ahora con el calentamiento global. Siempre pensarán que estoy pasado de kilos, que deberían imponerme una dieta rigurosa.

 

 

Un tipo entrometido, paseador de perros, me puso un sobrenombre que detesto: Sean Penn. Le dice a mi dueño, en la portería del edificio, que lo mío es actuar: que soy perezoso, que arrugo la piel más de lo debido, que soy marrullero con la comida, que ladro mucho cuando estoy solo, que soy histérico.

Como verán, entre este individuo y yo no hay buena comunicación y todo se debe a que un día que nos acercó a su casa, le mordí la oreja izquierda a su gata Lola. Una gata fea, sin pedigree, de esas que buscan su hogar en Bienestar Animal Familiar. El otro día se atrevió a sugerir que si la mía es una raza china, lo más seguro es que me vendan de contrabando en Sanandresito.

Se preguntarán qué hago sacando la cabeza por la ventanilla de un bus de servicio urbano, con los colores del glorioso y sufrido Deportivo Pereira. Tengo los ojos cerrados y no es precisamente porque esté disfrutando el viaje. De algún modo debo evitar el smog que abunda en la zona industrial de Dosquebradas.

Pues bien, la necesidad tiene cara de perro.

Baste decir que aunque no comprenda de economía, la de mi dueño se fue al traste. Los compromisos financieros no resueltos nos han obligado a utilizar el transporte público. Me siento raro, debo decirlo, porque las gentes me miran con inquietante recelo. Mi sola presencia en este acuario en movimiento delata la condición calamitosa de mi dueño y de plano la mía. Tengo claro, eso sí, que prefiero ser futuro usuario del Megacable: ha de ser fascinante ver la diferencia de estratos sociales desde las alturas.

Se preguntarán por qué he decidido perorar. El asunto es sencillo y no requiere de la interpretación psicoanalítica del psiquiatra Alarcón: los de mi especie, en condición canina y actualizados con la protesta social, también tenemos derecho a levantar la voz, a gritar en las plazas públicas: “Perros proletarios de todos los países, uníos!”.

 

 


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Entre lo local y lo planetario: los retos de nuestra supervivencia

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Río Otún a la altura del corregimiento de La Florida. Foto: Diana L. Ortega

Guillermo Gamba reflexiona sobre los retos planetarios de acuerdo a los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 y se pregunta por la agenda ambiental de Risaralda con miras a lograr lo que le toca al departamento como parte del planeta.


 

He visto la tierra desde la luna, pequeña y hermosa, redonda y azul en el universo donde flota”.

Así describió Neil Armstrong a nuestro planeta cuando lo observó desde la superficie de la luna el 21 de julio de 1969.

 

Tierra desde la luna – Imagen tomada por la NASA

 

Aquí y ahora, pienso en mi planeta que, como a nuestro cuerpo, lo hemos descubierto y dado nombres con palabras míticas, como el tendón de Aquiles o el valle del Cocora. También en los siglos hemos deteriorado el entorno al que pertenece nuestro cuerpo. Somos tierra del cuerpo con mente delirante y placeres.

La Convención de Naciones Unidas sobre la diversidad biológica, nos recuerda que la humanidad no alcanzó a cumplir la mayoría de los objetivos acordados para conservar recursos genéticos, especies y ecosistemas, como “una preocupación común de la humanidad” para salvar la biodiversidades desde el año 2010 hacia el año 2020.

Ahora las amenazas son ascendentes.

Tenemos gobiernos cuyas obligaciones deben ser mayores, por su responsabilidad directa para la sostenibilidad de sus territorios vulnerables.

Es el caso de la Amazonía de Brasil y Colombia. El Chocó, donde la selva y la riqueza natural son violentadas, lo mismo que esas zonas del África, hogares de elefantes e hipopótamos, distinguidos en los mapas como territorios de gran caza, con consecuencias que socaban la supervivencia.

 

Mapa de Infoamazonía

 

A quienes están al frente, les distrae la política de las pequeñas cosas, asuntos de agendas por violencia y proyectos que generen oportunidades de ganar y enriquecer a quienes los han llevado al poder.

Y en el trasfondo, los países más contaminantes, las potencias económicas, los mayormente poblados, y en ellos y todo lugar donde existen empresas cuyas tecnologías son obsoletas, vehículos que deberían dejar de circular, negocios explotadores del trabajo, minerías agresivas de la vida, esclavistas, negociantes de la fauna y la vida amenazada, consumidores ignorantes, servicios de salud transformados en negocios de farmacéuticos, y una lista más larga.

Ahora, cuando la Convención de Naciones Unidas para la Diversidad Biológica traza los objetivos hacia 2030, tendremos diez años para mejorar la sostenibilidad de la biodiversidad de la tierra; diez años para otorgar más protección para la fauna terrestre y marina amenazada, para reducir la contaminación por biocidas, desechos plásticos, excesos de nutrientes en los suelos, manipulación de vacunos y animales que crecen y engordan con anabólicos esteroides que generan alteración genética en el cuerpo de quienes comen su carne; diez años para recuperar la población de abejas y especies que movilizan la vida en los corredores de la biodiversidad cuando polinizan en todos lados.

 

Objetivos de Desarrollo Sostenible para el 2030

 

Diez años, en fin, para aplicar controles más estrictos y sanciones ejemplares por la tala de los bosques, la contaminación de los ríos, el comercio de fauna silvestre, la producción y corrosión humana y moral del narcotráfico.

La corrupción que impulsa todos los males.

Los datos son más ilustrativos: un millón de las ocho millones de especies existentes en el mundo están en el sendero de la extinción, y ocultas en esa realidad están comunidades de pobladores primitivos que habitan y sostienen la selva. Sus hábitats disminuyen y los invasores deforestan: los humanos hemos alterado el 66% de la tierra y el 66% de los ecosistemas marinos.

Los habitantes que marca el reloj mundial de población suben más allá de 7767 millones, lo cual quiere decir que aumenta a razón de 119.500 personas cada día y llegará a 8.000 millones en diciembre de 2022; así crecerá la demanda de recursos, alimentos, infraestructura, el uso de la tierra.

Las organizaciones sociales, los gobiernos, la economía, deberán ajustarse para atender a ese crecimiento y al mismo tiempo mejorar y superar el atraso, la miseria y la pobreza, reducir la contaminación, y lograr mejores condiciones de vida para la libertad y la supervivencia en un mundo sostenible.

Ignoro y me interrogo, si el Gobernador de Risaralda, los alcaldes y personajes responsables de la Junta de La Carder, y todas las instancias obligadas para la agenda ambiental de la región, tienen pensamientos y propósitos con miras a lograr lo que nos toca como parte del planeta. Las noticias me dicen que los afanes burocráticos para proveer los cargos que no ha sido posible nombrar, los tienen distraídos.

Debe ser el monto de presupuestos y contratos lo que los encandila.

La biodiversidad, que ha sido nuestro patrimonio más valioso y los beneficios que nos proporciona son esenciales para el bienestar humano y el planeta saludable.

 

La Florida, corregimiento de Pereira. Foto: Diana L. Ortega

 

Cada persona, cada familia, cada empresa y cada escenario donde convivimos y trabajamos, deberán tener presentes los cambios de conducta y las tareas que tendremos que cumplir para salvarnos y supervivir en este planeta amenazado.

 

Río Otún a la altura del corregimiento de La Florida. Foto: Diana L. Ortega

 

 


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Caricatura de opinión: ¿Qué arte ha empezado a crecer en tu país?

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Siete intelectuales frente a un mundo en disolución, IV de V

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Crisis y Crítica es un grupo de pensadores que desarrollan actividades en diversos campos de las ciencias humanas y desde diferentes lugares de América. Estamos publicando apartes de sus intervenciones en la Feria del Libro de Guadalajara 2019 a través de cinco entregas, ésta es la cuarta publicación, al finalizar el texto encuentren un enlace a las anteriores.


 

 

LA VIOLENCIA COMO FORMA EXTREMA DE LA NEGACIÓN

Arturo Aguirre es Doctor en Filosofía de la Universidad Autónoma de Puebla. En esta ocasión ha reflexionado sobre la violencia en México, y la negación de los intelectuales a considerarla como un conflicto bélico o de Estado. Igualmente, la ausencia de estos pensadores al momento de asignar categorías teóricas que arrojen luces sobre estos penosos hechos.

En su ensayo, preparado con ocasión de la reunión en Guadalajara de los intelectuales agrupados bajo la consigna de Crisis y Crítica, y del Circuit Circus del escritor Eduardo Subirats, nos ofrece su visión que resalta la figura del periodista, aquel que en el ámbito de la más extrema violencia que ha asolado al país mexicano durante las últimas dos décadas, se ha elevado por encima de la inteligencia letrada del país haciendo gala de su valor para ser él quien, en casi total soledad, ha dado cuenta de cómo se ha arrasado con amplios grupos de la población del país del norte.

 

(V)

EL INTELECTUAL IMPERTINENTE

Arturo Aguirre (Puebla)

Los habitantes de México nos encontramos en una situación de emergencia humanitaria bajo el signo de la violencia y el daño, que en poco más de 12 años de conflicto se ha incrementado en el número de homicidios, intensificado en cualidad de crueldad aplicada a una diversidad creciente de víctimas, así como extendido espacialmente por el territorio mexicano.

Conflicto, o mejor dicho, constelación de conflictos fratricidas que se despliegan de manera inédita, en secuencias de mutaciones, combinaciones y fragmentaciones, muchas veces aleatorias e inesperadas, cuya fisonomía se comienza a perfilar en un proceso de violencia eliminacionista como práctica social, a partir de las formas de la legitimación y o normalización a través del consenso y las consecuencias que produce, no solo en los grupos victimizados –muertos o  sobrevivientes, víctimas directas o indirectas–, sino también en los mismos victimarios y testigos, que ven modificadas sus relaciones sociales, a partir de la emergencia de la eliminación.

En este sentido, el eliminacionismo en México, se evidencia en las violencias feminicidas, infanticidas y juvenicidas, en un proceso de muerte y desaparición innegable en los más de 40 mil desaparecidos, entre los que debemos reconocer a los más de 4 mil niños sin localizar, así como en los más 250 mil muertos, las más de dos mil fosas clandestinas, el desploblamiento de más de 691 municipios a causa del desplazamiento forzado por la violencia y el incremento de buscadores de desaparecidos quienes rasguñan el suelo mexicano para localizar a sus familiares.

Todas estas prácticas eliminacionistas ante un Estado mexicano que -cuando no es agente directo de violencia a la población- es un ente rebasado en sus capacidades de acción e institución, para lo cual ha tenido que implementar tecnologías del afecto para la administración del miedo a través de la espectacularización de la violencia y la criminalización de las víctimas.

 

 

Hoy los muertos en México desbordan los refrigeradores de las morgues, los cuerpos en muchas escenas se cuentan por pedazos, las masacres se incrementan como estrategia comunicativa entre grupos delictivos, la desmesura e incapacidad de las agencias ministeriales así como de los juzgados hacen de la impunidad la constante; el sistema penitenciario y las capacidades de punición son lo que siempre han sido en ineficiencia.

Entre toda esta necroescena mexicana, convocada bajo los más diversos neologismos como narcoviolencia, necropolítica, capitalismo gore, horrorismo y más, resalta para nuestra discusión de hoy, primero la ausencia, después la renuencia y finalmente la impuntualidad de la intelligenzia filosófica mexicana.

 

 

Cabe reconocer que ha sido el investigador periodístico el que ha cargado sobre sus hombros la tarea de seguimiento en estas espirales de violencia. Las cifras de periodistas asesinados que hacen de México el país más letal del mundo para este oficio son prueba ineludible de ello.

Ante la falta de información gubernamental clara y oportuna, indispensable como basamento de cualquier democracia, sobre los entrecruces de la delincuencia organizada, ha sido el periodista el que nos ha permitido conocer desde un inicio lo que la violencia hace. Puesto que aquellos que debíamos comprender lo que la violencia es, nos replegamos a la seguridad intramuros de los campus y edificios universitarios, suponiendo que aquello terminaría apenas había comenzado.

 

 

En diciembre de 2006, en la declaratoria del conflicto, unas voces discutían tímidamente en medios de circulación nacional, que el concepto de “guerra contra el narco” era incorrecto pues no se trataba de dar batalla a un ejército regular. El enfoque de la relación entre violencia y seguridad nacional no previó lo que estaba por venir: las dimensiones de sufrimiento social que hasta hoy no logramos comprender, sumergidos en un conflicto in activo de alta intensidad, que ¡lo que son las cosas! tiene las dimensiones de un conflicto bélico como el de Sirio o Afganistán, es decir, un país en guerra por los daños a la infraestructura institucional, los desplazados, los asesinados, los niños desaparecidos, y poco más de lo ya mencionado.

 

 

Un racimo de sociológos, politólogos y antropólogos fueron quienes, ya sea por vocación propia de su disciplina o por lo excepcional del conflicto que se daba en México, tomaron la iniciativa entre 2007 y 2011 para pensar -con herramientas teóricas austeras las más de las veces, como conceptos de violencia de Estado, o represión- ante una realidad que exigía trascender los umbrales de lo conocido.

El rastreo mínimo en los ficheros permitiría entender que en aquellos años la población filosófica en México (casi toda agrupada bajo la universidad pública) continuaba, en su generalidad, con la normalidad de sus preocupaciones cotidianas de investigación documental, revisión, transmisión, repetición, y a veces de sucursalismo y despreocupación por la realidad social mexicana, bajo el resguardo de la abstracción, teorización y metodologías de rastreo histórico de huellas.

Ni siquiera cuando se convocó al magno y multitudinario congreso de la Asociación Filosófica de México en octubre de 2011 bajo el título de “Razón y violencia” los congresistas supieron qué hacer ante los feminicidios de ciudad Juárez, que solamente en el 2010 reportó 300 carpetas de investigación, ni ante la innegable realidad de fosas clandestinas que comenzaba a despuntar como modo de operar para desaparecer los cuerpos victimados.

 

 

2011 implicó en México el punto de no retorno de la emergencia humanitaria aquí pergeñada. De ahí en más, los índices de violencia homicida dolosa trascienden los números del mes anterior, del año anterior. El mes más violento, el año más violento, son parte del mantra espectacular de los medios de comunicación masiva.

Desde el rampante 2011 quedó claro que la relevancia de las investigaciones filosóficas debería contrastarse con la pertinencia investigativa de una realidad sociopolítica interpelante y la capacidad de respuesta social de la universidad pública en México.

Lo más extraordinario del 2011 al 2018 fue que a la renuencia ante el problema se sumó la negación y la minimización de los hechos.

Los intentos por pensar la violencia y el daño en México por un reducido número de filósofas y filósofos, encontró la mayor oposición en el propio gremio que se rehusaba a reconocer las dimensiones de terror, así como las exigencias por repensar el cuerpo y las corporalidades, los muertos y la muerte (orgánica, ontológica, cultural y políticamente enfocada), las especialidades y el frontal debate de espacios de conflicto, terror y dolor con el concepto hegemónico de espacio fisiográfico.

Enfaticemos, entonces, que ha sido la realidad y la cifra lo que ha confrontado a la ausencia, renuencia e impertinencia temática de la filosofía hecha en México.

 

 

Entretanto, arribó a México el extractivismo académico que se ha deleitado con la narcocultura, los análisis del narcorrido, las conclusiones fáciles de la muerte como inercia cultural de los mexicanos (para lo cual apuran a afirmar el culto a la santa muerte, Martín Malverde o los sacrificios mexicas).

Investigadores provenientes de las más variopintas academias de países híperindustrializados, en los que sus realidades sociales o bien los hastían o el terruño de sus problemas está demasiado explotado por sus colegas en mejores posiciones universitarias: Entonces llegan para recuperar los datos en este laboratorio de crueldad que es México, folclorizan o tergiversan, y en todo caso producen artículos académicos de impacto que pocas veces esclarece las dimensiones del sufrimiento, las intensidades del daño y las alteraciones sociopolíticas y culturales de los vivos entre los vivos y de los vivos con los muertos.

Pero, ¿a los profesionales de la filosofía, aquellos que se dedican a esta disciplina y viven de ella en las universidades y centros de investigación les será posible mantener la asepsia de la razón, la pulcritud de la teoría ante un conflicto creciente, aleatorio y sanguinario? ¿Con cuáles categorías y conceptos les será posible cuestionar una realidad poliédrica y convulsa? ¿Qué criterios tienen a mano o cuales pueden crear para llevar a cabo la crítica de la política, justicia e historia, en un país con más de dos mil fosas clandestinas?

¿Relevancia científica o pertinencia investigativa lograrán encontrarse, confrontarse, o serán los paradigmas científicos y sus comunidades del saber los que mantendrán las cúpulas del poder bajo el sello de la sucursal académica, con el auspicio de las agencias de cooperación internacional de países que mantienen una colonización cultural que se intensifica entre jóvenes investigadores acomplejados y reticentes a su propia condición de ayer y hoy?

 

 

Tal vez nos ha faltado tradición; tal vez todo esto nos ha desbordado, quizá estamos en el impacto y parálisis frente a los niveles de destrucción inesperada que día con día se despliega entre la violencia en masa, eliminacionista, y las figuras espectrales de las instituciones universitarias y el Estado en su conjunto; tal vez nos falta la tranquilidad en medio de tanta devastación;  tal vez y solo tal vez estamos ante el intelectual impertinente en un país con más de dos mil fosas clandestinas.

 


La primera parte de estas entregas consúltala haciendo clic aquí

Segunda entrega clic aquí

Tercera entrega clic aquí

La próxima semana última entrega.

 


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Caricatura de opinión: Colombia es un país hipercorrupto

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El flautista y el mar

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Germán y los niños en la Bocana. Foto, cortesía de Sebastían Trejos

Germán Gómez Botero decidió un día armarse hasta los dientes. Pero tranquilos: el hombre no siguió el mal ejemplo de quienes han sembrado de sangre y horror los caminos de Colombia. Sus armas son otras: se trata de un cargamento de flautas que distribuyó entre un grupo de habitantes de La Bocana, cerca de Buenaventura, ese puerto arrasado por nuevas y despiadadas  formas de barbarie.


 

 

Después de un lustro, acabo de recibir noticias suyas. Me las trajo un Andrés Botero, periodista de radio, poseído todavía por los fulgores de las playas de Arboletes, un rincón de Antioquia  ubicado frente al mar Caribe.

 

Arboletes, Antioquia

 

Dice que se lo encontró de golpe, paseando sin prisas como un viejo trovador entre la multitud llegada a principios de enero desde muchos rincones de Colombia.

Les hablo de Germán Gómez Botero, uno de esos seres anónimos tocados con la gracia de iluminar a su paso la vida de quienes tienen la fortuna de cruzarse en su camino.

Me encuentro entre esos privilegiados.

Y la gracia, los dones del cielo, no precisan de explicación.

Simplemente acontecen y ya.

Ese don lo llevó a materializar su viejo anhelo de refugiarse en el puerto de La Bocana.

Mientras en los mitos griegos Neptuno es el rey del mar, en el  Pacífico colombiano reinan la miseria y el abandono,  como puede constatarlo quien se aventure por esas costas, donde el contraste entre la belleza de los paisajes y las carencias de la gente no puede ser más visible.

Foto de Papagayo Trip. Tomada de publimetro.co

 

Pensando en estas últimas, Germán Gómez Botero decidió un día armarse hasta los dientes. Pero tranquilos: el hombre no siguió el mal ejemplo de quienes han sembrado de sangre y horror los caminos de Colombia. Sus armas son otras: se trata de un cargamento de flautas que distribuyó entre un grupo de habitantes de La Bocana, cerca de Buenaventura, ese puerto arrasado por nuevas y despiadadas  formas de barbarie.

No  contento con eso, Germán destinó una parte de su pensión de empleado público al pago de un profesor enfocado a  potenciar las innatas facultades rítmicas y musicales de los habitantes de ese sector del país.

Sí, es un lugar común, pero qué le hacemos si los nacidos en la costa pacífica y en las selvas del Chocó profundo llevan la música en la sangre: es su principal escudo contra el infortunio.

Por puro y espontáneo espíritu de solidaridad Germán hizo lo que es obligación del Estado y de las empresas y personas que se han enriquecido con los al parecer inagotables recursos de la zona: tejer lazos comunitarios a partir del aprovechamiento de la capacidad creadora de la gente.

No por casualidad, esta es la tierra de Petronio Álvarez, ese músico dotado de un talento casi  sobrenatural para convertir en ritmo y poesía las  alegrías y las penas de sus paisanos.

 

Patricio Romano Petronio Álvarez Quintero. Tomada del El Espectador

 

Al principio Germán empezó con escepticismo, pero muy pronto entendió que el número de instrumentos se había quedado corto. Los beneficiarios no solo los hicieron suyos sino que empezaron a invitar a los vecinos. Se formó así una especie de oleada que lo tiene en este momento pensando en nuevas formas del rebusque para alimentar su obsesión en ese rincón de la tierra ubicado en el que los primeros cronistas rebautizaron como “El mar de Balboa”, vaticinando así un futuro de saqueos y oprobios que continúa hasta hoy.

El de Germán Gómez y la música es un amor de vieja data. En sus tiempos como funcionario de la biblioteca pública “Ramón Correa Mejia” ya andaba con una guitarra enamoradiza que ayudó a tejer más de un romance al ritmo de tonadas de Juan Pardo, Facundo Cabral, Piero o Joan Manuel Serrat.

Más tarde le dio por el saxofón y consagró noches enteras como vigilante en el teatro Santiago Londoño a perfeccionarse en la interpretación de ese instrumento que, según algunos mitógrafos, fue inventado  por el mismísimo  Eros en persona.

El caso de Germán debería servir como ejemplo real de que la esperanza es posible y que la música constituye una opción de paz y convivencia, en un país donde estas últimas son reducidas muchas veces a simple retórica electoral para disfrazar intereses de poder. No por nada este hombre simple y bueno tiene bastante experiencia en esas lides. Con un desinterés inaudito en estos tiempos obró a modo de Cupido bohemio, propiciando  amoríos ajenos con unas tarjetas elaboradas en la técnica del origami que los aprendices de seductores supimos aprovechar,  mientras él se replegaba en su sabia condición de espectador feliz  de las dichas ajenas.

Ahora vuelve a hacer lo mismo, pero con instrumentos musicales. Quizás le falte una marimba, ese instrumento que parece resumir los fogosos y melódicos encuentros entre el mar y la selva.  Ya encontrará los recursos para hacerse con ella, tal como le sucedió con la colección de flautas.

Germán y los niños en la Bocana. Foto, cortesía de Sebastían Trejos

 

La suya es una manera de estar vivo. Un punto de fuga que se alza como opción real frente a la terrible certeza de que en las ciudades ya solo hay sitio para el mercado y su particular manera de vaciar de sentido al tiempo, mutilando de paso a los hombres.

“El tiempo. El tiempo muerto y podrido” de las ciudades del que hablara Podsnichev, el amargo personaje de Tolstoi  en su novela Sonata a Kreutzer, recobra vida y color a ritmo de flautas en esta aventura emprendida por Germán al comienzo de  la parte más cierta de su existencia, descubierta  al fin frente al mar.

 


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