Wind of Change
Fermín López desde su exilio en el campo nos cuenta cómo es un viernes en la noche con sus amigos-vecinos en la vereda. Una noche preparando alimentos juntos, tomando cerveza, escuchando música y hablando sobre el mundo citadino, el amor y el sistema económico que ya no da para algo más que no sea la destrucción del planeta.
5:00 am
Ki ki ri kiii…suena mi despertador natural que se llama Claudio (en honor al gallo de los dibujos animados de la Warner Bros.), ¿recuerdan? Ese que siempre le daba palizas al perro con una tabla mientras le decía con un gracioso acento: “¡Oye chico, vamos chico, muévete chico!”. Son las cinco de la mañana, me doy vuelta pa´l rincón mientras me miento a mí mismo: “cinco minuticos más, cinco minuticos más, cinco minuticos… zzzzzzzz…”
6:30 am
Ahora son las seis y media cuando miro el reloj, y me levanto, es hora de empezar otro día aquí en la finca, primero voy por un poco de leña para prender el fogón. Pongo a hacer aguapanela mientras me ducho y el sol se filtra por el muro bajo del baño desde donde veo una lagartija que escala una guadua y observo el tajo que me toca desyerbar hoy. Según lo planeado y siguiendo el consejo del abuelo, en un par de días estará listo el pequeño terreno, para cuando caiga la luna nueva sembrar el fríjol.
Normalmente trabajo en las labores de la finca como desyerbar, sembrar, dar comida a Claudio, las gallinas y a cuatro patos: Lucas, Donald, Daisy I y Daysi II; también dedico el tiempo a estar pendiente de la huerta y una que otra vez reparar algún viejo cerco o uno de los clásicos puentes para pasar alambrados que se encuentran por esta vereda y que son de las cosas que mas recuerdo cuando venía a visitar a mi abuelo.

El puente consiste en dos o tres guaduas juntas que suben hasta la altura del último alambre de púas, éstas se apoyan en uno de los palos del cerco; de allí mismo al otro extremo bajan otras dos o tres guaduas que tienen transversalmente dos o tres palos para que no se vaya uno a resbalar cuando el puente está mojado, colombian technology. Bastante práctico el puentecito, y muy cómodo de usar, sobre todo para las mujeres y ancianos, y hasta pa´uno, es que eso de estarse agachando o haciendo maromas pa´ no pincharse las güevas es como jarto.
Trabajo hasta el medio día, luego a almorzar y trabajo otro rato por ahí hasta las tres de la tarde. Después me ducho y me siento a escribir, además de escribir mis bobadas, también escribo algunos artículos pa´la Internet y una que otra publicación pequeña; generalmente despacho todo por mail a veces desde el pueblo el fin de semana que salgo, o si es de urgencia voy hasta la casa de “el hacker”, así le puse a Tulio, un amigo que vive en una vereda de más arriba y que en su parcela alquiló un pedazo de tierra para ubicar una antena grande de señal y ahora tiene Internet en su portátil sin problemas.

Anteriormente a eso, de las seis de la tarde, después de comer, me ponía a leer, escuchar música o ver una peli hasta que me daba sueño. Pero los últimos días he estado yendo mucho a El Cedro, una finquita a unos veinte minutos caminando, en donde me he hecho buen amigo de Alexandra, una nena de unos veintitantos años, que tiene cinco vacas y es quien surte a la vereda de leche, queso y mantequilla.
3:00 pm
Hoy la desyerbada me rindió más de lo que creía y no tengo ganas de escribir, además está haciendo buena tarde como pa´nadar un rato en el charco que queda de camino a El Cedro. Luego aprovecho y voy por la leche y el queso que se me acabaron y boto corriente un rato con Alexandra; además hoy es viernes y suelen reunirse allí otras personas que conocí poco antes de irme a ver el mar: Angélica, Julián, William, Tulio “el hacker” del que les hablé y “el loco de las guayabas”, como suelen llamar a Fercho.

Todos tenemos algo en común: estamos recién llegados y huyendo de la urbe y sus afanes, sólo llevamos unos cuantos meses viviendo por estos lares a excepción de Fercho, “el loco de las guayabas”, hombre callado y enigmático que también habitó la ciudad y quien debe su apodo a que permanece gran parte del tiempo acostado en una hamaca en el corredor de su finca con una vieja e inofensiva escopeta descargada cuidando un palo de guayabas, él si lleva mas de 10 años en la vereda.
El grupo es bien especial, “Dios los hace y ellos se juntan”, dice un viejo refrán. Alexandra es ingeniera industrial, Tulio, ingeniero de sistemas; Angélica, médica: Julián, maestro; William, pintor y Fercho…Fercho es “el loco de las guayabas”.
5:00 pm
“Hola Fermín” dice Alexandra sonriendo mientras encierra las vacas. “¿Qué tal el viaje al Pacífico?, dice mientras se amarra una pañoleta en su cabeza. Le entrego un tarro con algunos huevos de gallina y de pato, luego ella coge un canasto y le ayudo a recoger la ropa que tiene extendida mientras nos desatrasamos. Me cuenta que en la vereda todo igual, calmado. Que la venta de leche ha bajado un poco y que se ha sentido un poco cansada últimamente, que espera darse unas vacaciones en un par de meses. “Si querés vamos al pacífico, conocí una playa bien especial”, le propongo. Antes de que se me olvide, le digo que me venda dos litros de leche y una libra de queso y que cuando me vaya a ir me los llevo. Entramos la ropa y después nos sentamos en el corredor a ver caer el sol y le pregunto si no se arrepiente de haber dejado la ciudad. “¡No!” dice sonriendo y llevando sus manos a la nuca respirando profundamente. “¿Y usted?” Me interroga. “¡Uy No!…yo también estoy feliz aquí“. “Vivir es elegir” agrega ella y ahora levanta los brazos y gira la cabeza a ambos lados cerrando los ojos sin dejar de sonreír.

7:00 pm
Al rato aparecen Julián y Angélica quienes exclaman: “¡Apareció el perdido!” “¿Sí le hizo veranito en la playa? ¿Cuándo volvió? ¡Llegó bronciaito!” Son las siete de la noche y no demora en aparecer Fercho. Más atrás llegan Tulio y William que dice con un vozarrón: “¡Viejo Fermín! Guelconnn!” (welcome). Angélica y Julián trajeron unas cervezas, Tulio unos buñuelos, William trae plátanos y Fercho…guayabas. Alexandra y yo prendemos el fogón de leña, Julián y Angélica pelan plátanos y todos preparamos una merienda: trocitos de queso y guayaba de pasabocas, patacones con huevo de pato, buñuelos y aguapanela con leche. Todos alrededor de la mesa, menos Fercho, quien después de comer, en silencio corre su taburete hacia la esquina del corredor y se sienta a limpiar su vieja escopeta descargada y la mirada se le pierde en la oscura noche. En el reproductor de Alexandra que está a un volumen moderado empieza a sonar “Don´t Worry, Be Happy” de Bobby McFerrin.
Luego las cervezas y ¡a hablar mierda!, el deporte nacional. Algunos chistes huesos como el del pastuso que se encontró un recibo de los servicios públicos y fue y lo pagó, u otro que compró una patrulla de policía pa´trabajar por cuenta de él. Después de varios temas empezamos no se porqué a hablar del amor, y me corre un escalofrío por todo el cuerpo. “El perfecto amor viene del perfecto conocimiento” dice Tulio citando a Da Vinci.
“Yo la verdad no creo en el amor…suena muy bonito, pero no creo, demasiado lindo para ser real.” expresa Alexandra muy segura de lo que dice sorbiendo un poco de su cerveza y yo envidio su certeza. Julián y Angélica (que son pareja) sólo se miran, con ese brillo en los ojos que parece decir más que las palabras y luego se besan mientras yo hago caras y me voy para el fogón y le agrego un poco de leña.
William dice que de eso no se habla, que es mejor dejarlo por allá en algún lugar donde no sea violentado. “¿Y vos Fermín? ¿Crees en el amor?” Me interroga Tulio. -“En la ¿ciencia ficción?” digo. Ja, ja, ja se ríen todos menos Fercho que sigue con la mirada clavada en la noche. “A veces sí, a veces no”. Confieso sorprendiéndome a mí mismo de mi respuesta. “Por lo menos creo que ya aprendí a no huirle ni a esconderme de él, eso ya es mucho para mí, me acuerdo cuando mataba al tigre y me asustaba con las rayas. Aunque debo reconocer que para dejarlo volar soy el campeón nacional, la última vez lo dejé cruzar el Atlántico” digo revolviendo la segunda tanda de patacones y en el reproductor de Alexandra suena “No hay ni un corazón que valga la pena” de Miguel Bosé.
“El amor no se extingue nunca, porque se queda sin resolver durante años y, a veces de por vida” refunfuña Fercho con la mirada perdida y una voz áspera. Luego baja la cabeza, apoyando sus manos y su frente en el cañón de la inofensiva escopeta mientras todos en un sepulcral silencio volteamos a mirarlo. Con la cabeza agachada todavía agrega: “lo leí en alguna parte, hace tiempo, cuando leer era un escape”.
Por un momento dudo de la inofensiva escopeta y prefiero cambiar de tema. En estos casos cualquier tema es mejor que el amor, “mientras tratemos de descifrarlo siempre va a ser un dolor, un enigma, un problema, sólo hay que sentirlo, vivirlo…” las palabras de Vanessa cruzan como un relámpago por mi mente… “Bien jodida la crisis económica a nivel mundial, ¿oiga?” digo repartiendo la segunda ronda de huevos con patacones. “Se están quebrando los bancos y la General Motors, no se va a quebrar uno” agrega William. “Algunos dicen que la crisis puede ser igual o peor que la del crack del 29” dice Angélica. “Los viejos modelos económicos deben desaparecer” dice Tulio. “El problema es que el hombre sólo se ha preocupado de poseer”, expone Alexandra. “Y la gente que no quiere darse cuenta de la gravedad de la situación, la gente cree que vive en un comercial“, añade William. “Por estar pegados de Caracol y RCN” digo y luego continúo: “Todo se volcó hacia el dios dinero, que todo lo vale, todo lo compra y todo lo decide. Hace rato se perdió la humanidad…”
“La humanidad es de la estirpe del diablo: estúpida y criminal” vocifera Fercho levantando la mirada y poniendo la inofensiva escopeta en sus rodillas mientras saca del carriel un tabaco llevándoselo a la boca: “no es mía, lo recuerdo de alguna película, hace años, cuando evadía la realidad en alguna sala oscura” dice.
Tulio “el hacker” nos cuenta que anda haciendo una comunidad en la web con un japonés, un hindú, un francés y un australiano creando proyectos y haciendo foros donde se proponen nuevos modelos económicos en pequeños grupos y comunidades, modelos económicos más funcionales y menos letales, más equitativos y humanos.
“En este tiempo es necesario en la economía un cambio de objetivos de acuerdo a nuestro tiempo” dice. “Y ojalá donde prevalezca un mejor comportamiento humano” agrega Julián. “Por ejemplo esa vaina de las multinacionales invadiendo regiones buscando mano de obra barata, desplazando a la gente de sus tierras, acabando con el medio ambiente y dejando pocas ganancias a las economías locales debe cambiar.
Si la gente va exigir mejores salarios o protección ambiental, estos bastardos no dudan en llevarse su circo a otra parte, a otros países que les alcahueteen sus abusos” dice William. “¿Entonces? ¿Volver al socialismo de estado?” Dice Alexandra. “¡Peor!”, replico, eso tampoco funcionó, por algo colapsó”. Y ahora del reproductor salen las notas de “Se bastasse una bella canzone”, de Eros Ramazzotti cantando con el finao Luciano Pavarotti.
“Esa desproporción de los países industrializados (con su poderío económico y militar) y el resto del mundo pareciera acercarse a su fin con la actual crisis”, dice Angélica. “Parece que es hora de hacer cambios drásticos, ojalá surja algo que en un tiempo traiga una prosperidad económica más equitativa y humana, sin guerras, frenando el daño ambiental, sin contaminar ni agotar nuestros recursos, donde se de mas importancia a necesidades básicas como combatir el hambre, las enfermedades y cuidar nuestro planeta, antes que buscar riquezas y armarnos con bombas nucleares para encañonarnos nosotros mismos”. Alexandra complementa: “El ser humano con la tecnología que tiene debería disfrutar de mas tiempo para sí mismo, tener sus necesidades básicas cubiertas y evitar que su dignidad sea pisoteada con salarios de subsistencia donde el futuro es un enigma. Si en el planeta tenemos todo, no debería ser tan complicado…”
11:00 pm
“Hacer cosas complicadas es fácil, el verdadero desafío es la simplicidad” dice Fercho lanzando una bocanada de humo y parándose del taburete poniéndose el sombrero, colgándose la escopeta en el hombro derecho, prendiendo una vieja linterna y tomando el camino hacia su casa despidiéndose con una mano en alto mientras dice: “lo escuché en una canción, hace mucho, cuando buscaba respuestas en alguna melodía”.
Sssssss se oye el viento mientras todos observamos a Fercho alejarse y cruzar la cerca de la finquita El Cedro y al fondo vemos el cielo estrellado mientras en el reproductor de Alexandra suena Scorpions con la Orquesta Filarmónica de Berlín tocando Wind of Change.
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Caricatura de opinión: ¿Y a ella quién le estará dando cuerda?
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Entre la corraleja y la lluvia
“Siempre el toro ha matado al hombre, pero nunca el hombre ha matado al toro, en la corraleja es así. El toro arranca, embiste y quien cayó, cayó. Uno siempre pone la papaya. Pendejo que es uno. Pero ya parece que tanta pendejada se va a acabar. Ahora la cosa será a otro precio. Si hay muertos, que sean de parte y parte. Esa es la justicia, ¿no cree usted?” El Pescao, mantero popular
Las corralejas son las fiestas populares de toros en el caribe colombiano, eran muy conocidas las de Sincelejo, y hablamos en pasado porque desde el 2014 la capital del departamento de Sucre en vez de toros tiene carruajes, comparsas y otro tipo de actividades y no corridas de toros, debido al último accidente en una de las faenas: más de una treintena de heridos en el 2013.
El alcalde de entonces, Jairo Fernández, las eliminó porque es animalista, según indicó en el 2015 a la Revista Semana en una entrevista:
“Yo creo que se debe reflexionar sobre una tradición que ya debe ser reemplazada. Creo que en la costa caribe se deben encontrar otros mecanismos para reemplazar estas fiestas y no exponer a los animales al maltrato, ni a los seres humanos al peligro. Porque esa es la realidad. En una corraleja ninguna persona pobre de la ciudad puede subir a un palco, a los pobres les toca es ingresar al ruedo y exponer sus vidas.” Entrevista completa, clic aquí
Para La cebra que habla el tema de las corralejas está en la agenda por su significación, como dijo Gustavo Colorado en una reciente nota sobre el tema:
“Como el ser humano requiere de mitos, ritos y leyendas para mantenerse en pie, algunos pueblos quisieron ver en la tauromaquia la síntesis del encuentro primordial entre el hombre y la muerte.” Nota de Gustavo Colorado, clic aquí
Pero las corralejas aunque salieron de las fiestas de la capital de Sucre, en el resto del caribe se siguen realizando, y no faltan sus defensores. Edgar de la Ossa hizo un video sobre esta tradición:
La antropóloga Nina S. de Friedemann describió en su momento lo que pasa entre corrales y corralejas en su libro:
Corrales, corralejas y circo
¡Cacho en la manga! es el grito que como rayo fulminante entra en el cuerpo del coleador y de su fiero caballo, que arrancan del lado izquierdo del corral. Van a aparear al toro o novillo que acaba de saltar en la pista o manga de coleo de trescientos metros de largo por quince de ancho.
El coleador se agacha, coge la chacua, que son las crines de la cola del toro, las enrolla en su mano y velozmente separa el caballo del toro para colearlo, halándolo y tratando de tumbarlo. Si el toro da dos vueltas sobre sí mismo, el coleador es campeón de una de esas tardes llaneras de fiesta en que los hombres apuestan coraje y fortaleza física.
En los Llanos Orientales de Colombia el coleo ha sido parte de las faenas de trabajo en las vaquerías cuando los animales se desvían del rodeo. Y de unos años para acá, esta práctica se ha convertido en centro de festivales que concitan la poética popular:
Vienen desde el Llano adentro
con aroma de sabana
con la pata en el estribo
y soga cagaleriada
para lucir en sus brazos
la cinta roja y rosada.
El 11 de noviembre en la fiesta de San Martín y de sus cuadrillas, los caballos se apoderan del escenario y miden el poder de su velocidad en el desafío. Con la música de arpa criolla y joropo sellan la identidad de esa enorme llanura en el oriente colombiano.

El juego con los toros es distinto en Sincelejo, Sincé y numerosos pueblos de la llanura caribe en donde las corralejas son fiestas que se celebran a partir del 20 de enero y por espacio de varias semanas. No son sólo un hombre y un toro encorralados. Son muchos hombres y varios toros en la arena, celebrando una justa entre los dueños de ganaderías.
En las fiestas hay manteros que viajan de corraleja en corraleja enfrentándose a los toros; también los hay voluntarios, por lo general trabajadores de las ganaderías, que saltan a la arena. Frente al toro, pueden perder no sólo su improvisada manta de toreo sino la vida misma. Pero una corraleja es buena –dicen– siempre que haya algún muerto.
En los palcos se comparte la fiesta con licor y música de gaitas. Por fuera las hornillas de las mujeres exhalan humos y aromas de comida frita. Al pie de la corraleja, colman el estremecimiento ambiguo de vida y muerte que emana de la fiesta.
En Cali, Manizales y Bogotá el toreo es una fiesta de circo con luces de audacia y saber de capotes, espadas y estoques en donde, según el decir de algunos, se da una batalla entre la fuerza física del animal y la inteligencia del torero. Pero donde, conforme a un cronista taurino, el toro tiene tanta responsabilidad como el torero, porque “…el torero propone, Dios dispone y el toro lo descompone…”.
De todos modos, tanto el toreo como la pelea de gallos, dondequiera que se celebren en Colombia, en corrales, corralejas o circos, encuentran manifestaciones simbólicas que aluden a diferenciaciones culturales de género: En este trance particular son los hombres quienes interactúan con los animales.
No hay fiesta en corraleja
Lo cierto es, que en Sincelejo, lugar que dio origen a la canción Fiesta en Corraleja de Rubén Darío Salcedo, ya no tiene su 20 de enero la fiesta en corraleja.
Y son las corralejas una representación cultural del caribe colombiano, que genera muchos debates, desde los argumentos animalistas hasta la tradición de las haciendas ganaderas y el Patrimonio Cultural de la Nación.
Estas fiestas son populares y es el pueblo quien expone su vida al enfrentarse a los animales y aún así este encuentro parece ser necesario para el hombre, según deja ver el testimonio de El Pescao, un popular mantero que le dijo al escritor José Luis Garcés González:
“¿Usted qué quiere, qué uno siempre salga perdiendo con el toro? Siempre el toro ha matado al hombre, pero nunca el hombre ha matado al toro, en la corraleja es así. El toro arranca, embiste y quien cayó, cayó. Uno siempre pone la papaya. Pendejo que es uno. Pero ya parece que tanta pendejada se va a acabar. Ahora la cosa será a otro precio. Si hay muertos, que sean de parte y parte. Esa es la justicia, ¿no cree usted?”.
La cebra que lee
La literatura del caribe ha dejado en la memoria escrita lo que ocurre en las fiestas en corraleja, sobre todo desde un momento muy particular en la historia de estas corridas, el 20 de enero de 1980, hoy 40 años después, destacamos para finalizar este especial dos textos que permiten al lector sensible identificar rasgos de esta sociedad caribeña que acuña tradiciones que para unos u otros pueden ser absurdas.
Había un viejo rencor entre la corraleja y la lluvia
Éste es el título de una crónica de José Luis Garcés González, un escritor caribeño nacido en Montería, un referente importante para la tradición literaria y cultural de esta zona del país, quien le da mucha importancia a las tradiciones regionales y se dedicó a estudiar su región, hasta creó el concepto sinuanología, que él define como el estudio integral y organizado de lo sinuano:
“Mantener nuestras esencias, conocer nuestros ancestros, pero abrirnos al mundo. Si nuestro árbol cultural tiene fuertes las raíces, ningún huracán de cultura consumista va a arrancarnos de nuestra tierra y de nuestros valores más preciados. Que se inserte en nosotros el mundo, decía Martí, pero que el tronco sea nuestro. Si conocemos lo propio, si valoramos lo propio, no le tendremos miedo a lo extraño. Asimilar el universo, pero conservar nuestras raíces.” José Luis Garcés González, Cultura y sinuanología, 2002.
Su texto Había un viejo rencor entre la corraleja y la lluvia es una bella crónica que narra lo ocurrido hace cuatro décadas.
Dejamos el texto completo para que ustedes lo disfruten. No sin antes darle los créditos al grupo literario El Túnel, del cual es miembro fundado por José L. Garcés quien comparte este texto y otros, en un trabajo que se llama La palabra compacta de donde extrajimos la crónica en mención, que pueden descargar haciendo clic aquí.
Terminamos con las décimas populares de José Inocencio Pacheco, decimero popular oriundo de Colosó, Sucre, quien también narró lo ocurrido aquel 20 de enero de 1980:
La tragedia
I
La víspera de la fiesta/ Hubo algo que presagiaba
el peligro que acechaba/ Con una agresión funesta
apareció la tormenta/ Anotó violentamente
Sobre el tumulto de gente/ Que a duras penas se mueve
lo que anunció el diecinueve / Fué confirmado el día veinte.
II
Trágico veinte de Enero/ Triste recuerdo nos deja
Los toros, la corraleja / Y los gritos lastimeros
De aquellos que perecieron / En la tragedia fatal
Que invadió a la Capital / De angustia y resentimiento
De dolor y sentimiento / Que no se olvidan jamás.
III
Locución y periodismo / Incógnitos se quedaron
Cuando los palcos rodaron / Lentamente al abismo
Resultó de cataclismo / Un gran número de muertos
Que en aquel terruño… envuelto / Bajo el asombro quedaron
Donde los hombres lloraron / En el lugar del siniestro.
IV
Es lamentable la forma / De la masacre ocurrida
En la cual pierden la vida / Más de trescientas personas
La misericordia dona / Para los damnificados
Recursos para el traslado / Ya que aquí no bastó el cupo
Sincelejo guarda luto / por lo que se han preocupado.
V
Después de tanta aflicción / El pueblo pidió demanda
junto con las condolencias / Vino la resignación
Y en el primer avión / Enviado de Bogotá
Con drogas y personal / Para atender los heridos
Que ya estaban recluidos / Todos en el hospital
VI
A los poquitos instantes / De hacer el levantamiento
Fueron recluido los muertos / En los carros ambulantes
Heridos fueron bastantes / y de mucha gravedad
De afuera y de la ciudad / muchos no identificados
pero fueron sepultados / con justicia y caridad.
VII
La tragedia en realidad / Es bastante dolorosa
Por lo que deja la fosa / Parte de la humanidad
Este recuerdo será / Hasta que tengamos vida
Si el paciente se fastidia / Agobiado por el suelo
Llora sin tener consuelo / Porque quedó sin familia.
VIII
Hubo necesidad / De pedir auxilio urgente
Ya que el peso de la muerte / agobiaba la ciudad
Aquella fatalidad / Hallada bajo los escombros
Al rescatar los cadáveres / Y dizque hallaron imágenes
Unidas hombro en hombro.
IX
Ya de la fiesta ni hablar / De la corraleja menos
Porque la herida que tenemos / Es de profundo pesar
De continuo lamentar / En todo lo sucedido
Y por los seres queridos / Muertos en este lugar
Yo los invito a rogar / Por los desaparecidos.
X
Los hospitales móviles / Traidos desde Bogotá
Dispuestos a colaborar / Hasta donde sea posible
Con este equipo le sirve / A Sucre y a la Nación
El pueblo con emoción / Por el favor recibido
Les esta muy agradecido / Por toda la colaboración.
XI
Del personal trasladado / A las distintas regiones
Continúan las defunciones / De los hospitalizados
Acaso no ha terminado / esa tragedia del veinte
Es por eso que se siente / El dolor desesperado
Del que se ha paralizado / Entre la vida y la muerte.
XII
¡Oh¡ qué veinte miserable / Quiero decir que tirano
Que dejas en los humanos / Páginas inapreciables
Por la trágica y sombría / Que da a la ciudadanía
La impresión de una desgracia / Porque dejaste en la plaza
Eterna melancolía.
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Historia de las corralejas
Este año se cumplen 40 años del accidente en corraleja, recordamos este texto a propósito:
39 años de la peor tragedia en corraleja
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Mataculebras
Como crédulos y buenos cristianos, aún tenemos la esperanza de conseguir dinero apostándole al chance, a la lotería, a la rifa navideña y, por supuesto, al Baloto: esa mecánica surrealista, distópica, que sortea la ilusión de convertirnos en millonarios. Esa forma del azar que pende, como las pesadillas, de combinaciones algorítmicas: una suerte de mala traducción de “La lotería en Babilonia”.
Si algo nos enseñó el célebre creador de DMG, el hombre de negocios David Murcia Guzmán, es que para conseguir plata hay que ser astuto y tener fe. ¿Recuerdan las interminables filas de colombianos en los puntos de recaudo de unas oficinas fachada? Unas filas que siguieron aumentando a pesar de que los medios insistían en denunciar que el negocio informal de Murcia Guzmán, un chico excéntrico con cola de caballo, cuyo pasado lo ligaba a la pobreza, era lo más parecido a una estafa.
No podemos negar que era un negocio sencillo de entender: usted iba hasta un cajero de DMG, entregaba 5 millones, se persignaba y en un par de meses, se daba la pasadita por el lugar del recaudo y retiraba 10 millones. Era un negocio fácil de hacer y solo era cuestión de tener fe y un tris de paciencia; sin necesidad de buscar fiadores, de llenar formularios, de dar referencias familiares y sin la dificultad de utilizar la calculadora para comprender esa ciencia vieja del sistema financiero que interpreta a su antojo la ecuación capital + interés = deuda.
Y para tener fe alguien debe dar testimonio. Y en lo que tiene que ver con el dinero, los testimoniantes, educados en la paciencia y la sencillez desde que hicieron la primera comunión, suelen ser legión.
Recuerdo que un arriesgado periodista, en el punto más álgido del negocio revolucionario de Murcia –su vida de lujos en Panamá era prueba del milagro de la riqueza rápida– llegó con su cámara y su micrófono hasta una de estas filas de fieles que depositaban a ciegas el dinero en DMG y preguntó, en plural, si no les daba miedo perder la plata. Uno de ellos, quizá un profesor universitario, endeudado en los bancos-cooperativas, lo enfrentó en singular y le espetó lo que sus cofrades pensaban: “¡Dejen trabajar!”, que es una de las primeras virtudes que ensalzan del colombiano: su buena disposición al trabajo, a la libre empresa, a su capacidad ingeniosa para sobrevivir en el día a día.
Sin haber leído jamás alguna biografía autorizada de Luis Carlos Sarmiento o la familia Gilinski, Murcia Guzmán pensó que podía llegar a ser como ellos. E iba muy bien, sobre todo porque su exitoso negocio piramidal le permitía competir en el mercado de los recaudos. Y es que el asunto tiene que ver con el dinero, “El dios vivo que hemos inventado”, como sentencia el personaje estafador de una novela de Roberto Arlt. Con el dinero y no con el pasado dudoso de quien lo ostenta. Pensemos en Pablo Escobar, en los Rodríguez Orejuela, en Gonzalo Rodríguez Gacha. Pensemos en Murcia Guzmán, cuando al defender su empresa frente a los cuestionamientos de una periodista, enfatizaba en que la suya era una empresa solidaria. Tenía razón: todo sistema piramidal o de redes de mercadeo –Herbalife, Omnilife, Anway– se constituye en una empresa solidaria, con un principio asociativo y corporativo tomado de Nacho lee: mientras tú ganes, ganamos todos.
Este cuento del enriquecimiento fácil se acabó cuando al chico Murcia lo apresaron, lo esposaron, lo exhibieron como un criminal con cola de caballo y se lo llevaron en un vuelo chárter hacia una cárcel de los Estados Unidos. Hordas de testimoniantes lloraron la captura de su líder espiritual, mientras exigían a gritos que el Estado, esa cosa amorfa que existe solo cuando estamos en apuros, los indemnizara, pues habían quedado desprotegidos, desamparados.
Pero esa es otra historia, otra histeria.
Sospecho que ante la ausencia de Murcia Guzmán, el líder colaborativo capturado por lavado de activos, surgió la necesidad de afinar otras formas de hacer dinero o por lo menos de impedir su devaluación.
¿Alguien tiene duda de que el sistema del Gota a Gota, esa práctica perversa de pagar exorbitantes intereses a sujetos motorizados que amenazan con bisturí si no cumples con la cuota diaria, no se aceleró después de la caída de DMG? El mensaje es diáfano: Siempre habrá otras maneras, tal vez menos objetivas, para hacerse a un capital que nos permita matar culebras, esto es, deudas, cuotas atrasadas, hipotecas, facturas con tijera.
Como crédulos y buenos cristianos, aún tenemos la esperanza de conseguir dinero apostándole al chance, a la lotería, a la rifa navideña y, por supuesto, al Baloto: esa mecánica surrealista, distópica, que sortea la ilusión de convertirnos en millonarios. Esa forma del azar que pende, como las pesadillas, de combinaciones algorítmicas: una suerte de mala traducción de “La lotería en Babilonia”.
Por más que nos fastidien, soñamos con tener más dinero que Maluma y J Balvin, ese par de parceros libidinosos con suerte reguetonera.
A propósito de pesadillas, recuerdo que una noche de diciembre desperté sobresaltado y sudoroso. Había soñado que mi nuevo vecino, un hombre de cabello largo y dientes incompletos, se había ganado el Baloto. En mi sueño, el tipo tocaba a mi puerta a las siete de la madrugada de un sábado frío, me abrazaba con alegría, mientras me daba la buena nueva de que se había ganado el Baloto.
Lo primero que pensé, y esto es materia del sueño, es que entonces yo estuve muy cerca, a una puerta, de ganarme el Baloto. Y lo segundo que juzgué, así suene perverso confesarlo aquí, es que debía liquidarlo, no en términos financieros sino físicos. Y mi accionar, digamos, era cristiano: ninguno de los dos reclamaría el premio. No habíamos hecho méritos, en nuestra vida pagana, para merecer premios. Yo no podía dar fe de que él fuera un buen vecino. Él no podía esperar de mí comprensión, misericordia.
En el fondo, ese hombre con suerte era lo más parecido a una culebra, a un vicio adánico. Liquidarlo era el antídoto para volver a conciliar el sueño.
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Diez días en coma y ni un recuerdo de cómo fue su accidente
Orlando Salazar, describe apartes de la vida del John Fernando Sánchez, un deportista paralímpico colombiano.
En el mismo segundo piso del mismo hospital militar en donde 7 años atrás le habían amputado sus dos piernas, John Fernando Sánchez Bocanegra despertó de un estado de coma de 10 días, y al sentirse vivo de nuevo, intentó zafarse de los cables que lo tuvieron conectado a equipos médicos. Por eso, no hubo más remedio que amarrarle sus brazos.
Precisamente ese despertar es el único recuerdo que tiene tras el accidente que sufrió el 22 de noviembre de 2019, mientras representaba a Risaralda en la prueba de ruta de paracycling, de los Juegos Deportivos Paranacionales de Cartagena.

Sánchez Bocanegra, de 30 años de edad (Ortega – Tolima, primero de marzo de 1989) terminó el bachillerato en su pueblo y buscó trabajo en Cali y Pereira antes de incorporarse como soldado regular al Ejército, institución en la que prosiguió su vida como soldado profesional.
Hace dos años, ya retirado de la milicia, con la secuela de una doble amputación y con la proyección de ser un deportista de élite, John Fernando se unió a la Liga Departamental de Discapacitados Físicos del Risaralda (Lidifir) y empezó a entrenar por el sueño de una medalla en Juegos Nacionales.
Teníamos una medalla “asegurada”
“La verdad, ese día me sentía muy bien; en la primera vuelta todos hicieron unos arranques duros y yo me le pegué a la rueda a quien iba de puntero. Dimos la otra vuelta y yo no quería adelantarme para no desgastarme”, comentó a www.deporterisaraldense.com este deportista que tuvo en vilo a la organización de los Juegos Paranacionales, ya que su accidente estuvo cargado de misterio y drama.
John Fernando ya se había estrenado en estos Juegos; lo había hecho unos días atrás en la contrarreloj individual, una modalidad en la que, según él, le fue mal. Perdió la medalla de bronce por seis segundos. “Además, apenas nos estábamos acoplando porque habíamos acabado de llegar a Cartagena”, se justificó.
Su gran expectativa estaba en la prueba de ruta. La rivalidad seguía y la estrategia era la misma: chupar rueda.
“Yo tenía sed, pero no le di importancia; no tomé agua. No quería desconcentrarme. Yo me decía: a este marica lo saco en la recta.”
La carrera siguió con los dos protagonistas que estaban a muy pocos kilómetros de definir las medallas de oro y de plata.
“El sol estaba pegando durísimo y entonces iba a tomar agua y en ese momento se me fueron las luces”.
Hasta ahí recuerda John Fernando Sánchez Bocanegra su participación en sus primeros Juegos Deportivos Paranacionales. Lo otro se lo han contado, porque entró en estado de inconsciencia.
Por ejemplo, le contaron de su traslado a un hospital de Cartagena, luego al hospital de la Armada y su embarque en avión del Ejército al Hospital Militar de Bogotá, en donde vivió una especie de déjà vu cuando los médicos le preguntaron al despertar del coma ¿Usted sabe dónde se encuentra?
“Yo reconocí el sitio y les dije, ¡pero sí yo salí de aquí hace como siete años!”
Eran los primeros días de diciembre pasado. Le hicieron cuanto examen requerían los médicos para establecer el por qué se vieron afectados el riñón y el hígado, para descartar otras lesiones internas y para corroborar que su estructura ósea estaba incólume.
“Nosotros teníamos asegurada, mínimo, la medalla de plata”, dijo el entrenador de la selección de Risaralda Evelio Cely, que empezó a preocuparse cuando empezaron a llegar a la meta los deportistas y no aparecía su pupilo.
La organización no admitía ni carros ni motos acompañantes en la carrera y por lo tanto la asistencia era en puntos fijos. Desde la meta, Cely se comunicó con su colaborador que estaba en el recorrido, quien le confirmó que vio al ciclista “subir, pero no bajar”. La preocupación escaló al nivel del desespero, porque nadie daba información de él.
Finalmente lo encontraron en el arcén, oculto a la vista, inconsciente, aporreado por el impacto contra el piso y dorándose por la fuerte temperatura cartagenera; su bicicleta (especial para el deporte) estaba a un lado, con la cabrilla torcida y unas peladuras que explicaban el fuerte impacto del corredor de Risaralda contra el asfalto. Allí estuvo no menos de 10 minutos solo, a merced de las circunstancias mientras llegaron las primeras personas, el apoyo médico, el traslado a un hospital de Cartagena, luego al hospital de la Armada y su embarque en avión del Ejército al Hospital Militar, de Bogotá…
Hoy está recuperado; próximamente tendrá una ecografía, cuyos resultados los debe llevar a finales de enero a Bogotá. Espera que en marzo pueda volver a entrenar.

Vive en el centro poblado Olaya Herrera, del municipio de Ortega, Tolima, al lado de sus padres, un par de campesinos: ella, ama de casa, y él, un trabajador de oficios varios del campo.
Eso fue un sábado…
Cuando era soldado profesional su tarea era “municionador”, es decir, proveía de munición la ametralladora que manejaba otro compañero, al que él mismo le cuidaba la espalda con su propio fusil. Hacía idéntica tarea aprovisionando los morteros.
“Una vez salimos de la base militar a patrullar el pueblo (Pueblo Nuevo para la guerrilla; Puerto Jordán para la comunidad, en Arauca). Eso fue como a las 9:00 de la mañana y se nos hizo muy raro que todo estuviera cerrado ese día; como que la gente ya sabía”, dijo.
Lo que la gente sabía ese sábado 3 de marzo de 2012 – como lo deduce John Fernando – es que había una casa –bomba que la guerrilla de Las Farc, al mando de alias “La Leona”, tenía lista para detonar cuando la escuadra (10 soldados) pasara por ella.
La explosión mató a un teniente; al soldado Salazar Sánchez y a un niño de unos 9 años que quedó en el piso, a su lado, y que una señora se apuró en recogerlo y llevárselo. Los siete soldados restantes salieron ilesos.
“Yo intenté reaccionar; busqué el fusil pero no podía moverme; me llevaron en un helicóptero a un dispensario en Arauca y a los 5 días ya estaba en el Hospital Militar, de Bogotá, en donde lo primero que escuché fue: viene oliendo a feo; si quiere salvar la vida le tenemos que amputar las dos piernas”.
Luego llegó la recuperación psicológica y física, y entonces otro miembro del Ejército que hacía terapias con él lo motivó a practicar el paracycling. Buscando ayuda para pagar la bicicleta de 7 millones de pesos que compró, llegó al deporte de Risaralda, y desde hace dos años viste sus colores.
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