lunes, junio 16, 2025
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Los 25 mejores temas de música clásica de 2020

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Para tomar un descanso de las malas noticias de este año pandémico, escuchen las composiciones favoritas de nuestros críticos en una temporada en la que buena parte de la energía musical provino de las grabaciones.

Por Anthony TommasiniZachary WoolfeJoshua Barone, Corinna da Fonseca-Wollheim, David Allen y Seth Colter Walls. Publicado en The New York Times

In Seven Days; Kirill Gerstein, piano (Myrios)

La amistad artísticamente fructífera del compositor Thomas Adès y del pianista Kirill Gerstein nos ha proporcionado dos álbumes esenciales este año: la grabación de estreno del Concierto para piano y orquesta de Adès, en el que participan Gerstein y la Orquesta Sinfónica de Boston (Deutsche Grammophon); y éste, que incluye un arreglo en solitario de la angustiosa y resbaladiza berceuse de la ópera de Adès “The Exterminating Angel”. JOSHUA BARONE

Bach: Complete Cello Suites (Transcribed for Violin); Johnny Gandelsman, violín (In a Circle)

Desde el principio de este movimiento, adornado con la despreocupación de la música popular, es difícil resistirse a dar golpecitos con el pie. Ese impulso no se apaga en el resto de las seis suites de violonchelo, interpretadas alegremente en un violín solista por Johnny Gandelsman. Este es Bach en gravedad cero: ligero como una pluma y de baile libre. JOSHUA BARONE

Beethoven: Symphonies and Overtures; Vienna State Opera Orchestra y otros; Hermann Scherchen, director (Deutsche Grammophon)

Las pocas nuevas sinfonías de Beethoven estrenadas en este año, en el que se celebran los 250 años de su nacimiento, han ofrecido en gran medida más evidencia del estado monótono de los gustos interpretativos de hoy en día. No así los reestrenos, sobre todo este ciclo remasterizado y excepcionalmente vigorizante que estaba eones adelantado a su tiempo cuando salió por primera vez en la década de 1950. El Beethoven de Scherchen —como esta Segunda Sinfonía con la Royal Philharmonic Orchestra— es rápido, elegante y asombrosamente detallado, tan emocionante como cualquier otra cosa que haya llegado desde entonces. DAVID ALLEN

Clairières: Songs by Lili and Nadia Boulanger; Nicholas Phan, tenor; Myra Huang, piano (Avie)

Después de que Lili Boulanger, la talentosa compositora francesa, muriera en 1918 con solo 24 años, su devota hermana mayor Nadia tuvo dudas sobre su propia composición y se dedicó a la enseñanza. En esta encantadora grabación, el tenor Nicholas Phan interpreta elegantes canciones de ambas hermanas, terminando con la nebulosa y arrebatadora “Soir d’hiver” de Nadia, una versión de 1915 de su poema sobre una joven madre abandonada por su amante. ANTHONY TOMMASINI

Chopin: Piano Concertos; Benjamin Grosvenor, piano; Royal Scottish National Orchestra; Elim Chan, directora (Decca)

Hay pianismo de calibre histórico en este lanzamiento, y otra marca de la impresionante madurez de Grosvenor, a pesar de que todavía es un veinteañero. Invocando una interpretación que es poesía pura, prodiga en estos conciertos toda su alabada sensibilidad, su innato sentido del ritmo y su facilidad de fraseo. Es igualado compás a compás por Chan, una impresionante joven directora que hace una celebración de la escritura orquestal que en otras manos suena a rutina. DAVID ALLEN

Black, Brown and Beige; Jazz at Lincoln Center Orchestra con Wynton Marsalis (Blue Engine)

Si la interpretación de Ellington en el Carnegie Hall en 1943 de su Black, Brown and Beige sigue siendo inigualable, el sonido de sus emisiones de radio ha quedado anticuado, lo que hace que la nitidez de esta fiel interpretación reciente merezca saborearse. La brillante interpretación y los valores de producción permiten una mirada fresca a “Light”, incluyendo la elegante manera en que Ellington entrelaza los motivos que se escucharon anteriormente en “Black”, justo antes de un final entusiasta. SETH COLTER WALLS

Rising w/ the Crossing; the Crossing (New Focus)

A principios de este año, cuando cantar juntos se convirtió en lo más peligroso que uno podía hacer, Donald Nally, el mago detrás de Crossing, nuestro mejor coro de música contemporánea, comenzó a publicar grabaciones diarias de sus archivos. Lo llamó “Rising w/ the Crossing”, también el título de un álbum de una docena de temas destacados. Está la inquietante reflexión de David Lang sobre la pandemia de gripe de 1918, interpretada el año pasado, y el conmovedor “Lincoln” de Alex Berko. Pero sigo volviendo al soñador despliegue de llamado a la Tierra de Eriks Esenvalds, su texto una oración del pueblo Ute del suroeste estadounidense: una obra de verdadero resplandor, disparada por la precisión y la pasión de este espectacular grupo. ZACHARY WOOLFE

Barricades; Thomas Dunford, laúd; Jean Rondeau, clavecín (Erato)

Esta es música barroca como una tocada de hard-rock: impulsiva, intensa, vertiginosa, dos músicos enfrentándose en una batalla insolente que eleva sus niveles. Es el estridente clímax de un álbum que crea un nuevo pequeño repertorio para dúo de laúd y clavicordio, con arreglos de favoritos y relativas oscuridades que resaltan la astuta y exuberante química artística de Thomas Dunford y Jean Rondeau ZACHARY WOOLFE

Something to Hunt; International Contemporary Ensemble; Lucy Dhegrae y Alice Teyssier, vocalistas (Sound American)

Trato de no ser quisquilloso con la calidad de audio. Pero si algo requiere una excepción, es esta esperada colección de música de Ash Fure, obras que experimentan con la forma en que los sonidos se hacen y se sienten. Así que antes de empezar a tocar, concéntrate, junto con tus mejores audífonos o altavoces, para una experiencia auditiva intensamente visceral. JOSHUA BARONE

Agrippina; Joyce DiDonato, mezzosoprano; Il Pomo d’Oro; Maxim Emelyanychev, director (Erato)

Una inyección de veneno, abriéndose camino hasta el cerebro: hay algunas arias que apuntan a calmar la ansiedad, pero para la transferencia catártica pura de toda la ira, el miedo y la impotencia que el 2020 ha provocado, esta aria —“Pensamiento, me atormentas” — por el personaje del título de “Agrippina” de Handel es la entrada. La ferozmente dramática Joyce DiDonato aporta a la música su mezzo multicolor y sus adornos exagerados, mientras que la orquesta de instrumentos de época lo empuja todo con insistencia cruda. CORINNA da FONSECA-WOLLHEIM

Handel: Suites for Harpsichord; Pierre Hantaï, clavecín (Mirare)

Las ocho suites para clavecín de Handel, publicadas en 1720, no siempre han recibido tanta atención o respeto entre los intérpretes como las obras para teclado de Couperin, Rameau o, especialmente, Bach. A veces se han visto más o menos como ejercicios de entrenamiento: buenos para la técnica pero no tan sublimes. Pierre Hantaï, conocido por su vívido Scarlatti, disipa los prejuicios ligeramente despectivos con una suave danza y un toque lúcido. ZACHARY WOOLFE

The Wake World; Maeve Hoglund, soprano; Samantha Hankey, mezzosoprano; Elizabeth Braden, directora (Tzadik)

Con su enrevesada y juguetona ópera de cuento de hadas de 2017 “The Wake World”, David Hertzberg demostró que los voluptuosos y arrolladores elementos de la gran ópera pueden ser reimaginados para hoy. En el creciente y reluciente dúo de la obra entre una joven que busca y su príncipe de hadas, Ravel se encuentra con Messiaen, y Wagner con Scriabin; la música es punzante, original y maravillosamente extraña. ANTHONY TOMMASINI

Forward Music Project 1.0; Amanda Gookin, violonchelo (Bright Shiny Things)

Incluso cuando son breves y minimalistas, las composiciones de Nathalie Joachim atraviesan rangos complejos de emoción. Aquí, en una pieza para violonchelo (y voces grabadas por su compositora), el sombrío efecto de ánimo en la apertura se complica por un cambio en la marcha. El resultado es similar al que se puede sentir al inventar un nuevo baile de la nada, mientras se camina por un entorno que de otra manera sería sombrío. SETH COLTER WALLS

Breaking News; Studio Dan (Hat Hut)

Riffs y contra riffs bulliciosos parecen sugerir prácticas de improvisación; después de todo, este veterano artista ha explorado esas prácticas. Sin embargo, el viaje de placer de 25 minutos de George Lewis es totalmente premeditado. Y fue escrito para un conjunto austriaco que aprecia el ruido y los lamentos de la música que imita a los trenes de Duke Ellington, así como los rigores del modernismo de técnica extendida. SETH COLTER WALLS

Memory Game; Meredith Monk & Vocal Ensemble; Bang on a Can All-Stars (Cantaloupe Music)

Durante casi 60 años, la compositora e intérprete Meredith Monk ha creado obras principalmente para ella misma y su círculo cercano, por lo que ha sido una pregunta abierta qué pasará con esas piezas intrincadas e idiosincrásicas cuando ella no esté. Este álbum de nuevos arreglos simpáticos pero no serviles —colaboraciones con el colectivo Bang on a Can— ofrece tentadores experimentos. El clarinetista Ken Thomson da la voz de vértigo de “Downfall”, parte de la velada post-apocalíptica de 1983 de Monk“The Games”, un entorno instrumental seductoramente siniestro. ZACHARY WOOLFE

Drift Multiply (New Amsterdam/Nonesuch)

La música surge de nevadas de ruido blanco en esta hipnotizante pista. Tristan Perich es uno de los experimentadores más innovadores en la música electrónica, al crear obras de vibrante misterio. En “Drift Multiply”, 50 violines interactúan con 50 altavoces conectados a otros tantos tableros de circuitos hechos a medida que canalizan el sonido en audio de un bit. El resultado es un paisaje en constante evolución donde los sonidos se fusionan y toman perspectiva, donde los violines se enfocan y se desdibujan en un éter relajante. CORINNA da FONSECA-WOLLHEIM

The Grey Land; Numinous (New Amsterdam)

The Grey Land de Joseph C. Phillips Jr. es una mono-ópera conmovedora y estilísticamente variada que se inspira en las reflexiones de su compositor sobre el ser negro en los Estados Unidos contemporáneos. El movimiento más largo de la grabación de estreno hace una referencia textual temprana a “Knoxville: Summer of 1915” de Barber, mientras dramatiza el malestar de unos futuros padres tras la muerte de Michael Brown. SETH COLTER WALLS

Silver Age; Daniil Trifonov, piano; Mariinsky Orchestra; Valery Gergiev, director (Deutsche Grammophon)

El reflexivo pianista Daniil Trifonov explora la música de la llamada “edad de plata” de Rusia de principios del siglo XX en un fascinante álbum que ofrece varias obras en solitario y conciertos de Scriabin, Prokofiev y Stravinsky. El amplio pero diabólicamente difícil primer movimiento del Segundo Concierto para Piano de Prokofiev es especialmente emocionante. ANTHONY TOMMASINI

Debussy Rameau; Vikingur Olafsson, piano (Deutsche Grammophon)

Pocos músicos elaboran sus álbumes con tanto cuidado como Vikingur Olafsson, cuyoDebussy Rameau es una conversación brillantemente concebida, de casi 30 pistas a través de los siglos, entre dos maestros franceses. Hay una intervención moderna: el arreglo de un solo de Olafsson de un interludio de “Les Boréades” de Rameau, tierno y reverencial, un manantial de gracia. JOSHUA BARONE

Labyrinth; David Greilsammer, piano (Naïve)

En su fascinante y acertadamente titulado álbum Labyrinth, el formidable pianista David Greilsammer se atreve a yuxtaponer piezas que abarcan siglos, desde Lully a Ofer Pelz. El tema del álbum está capturado en el arreglo de Jonathan Keren de “Le Chaos”, de Rebel, que se presenta como una aventura de principios del siglo XVIII en un modernismo que hace que tu cabeza de vueltas. ANTHONY TOMMASINI

“Musica Viva, Vol. 35”; Carolin Widmann, violin; Bavarian Radio Symphony Orchestra; Ilan Volkov, conductor (BR-Klassik)

Una renombrada figura de la escena de la música experimental europea, Rebecca Saunders construye sistemas de gran severidad a partir de los más escasos materiales melódicos. En esta grabación en vivo de su concierto para violín, Carolin Widmann sobresale en el cumplimiento de los requisitos contrastados de delicadeza y potencia de la partitura. Ayudando a juzgar el equilibrio está el director Ilan Volkov, un artista con el que las orquestas estadounidenses podrían considerar trabajarSETH COLTER WALLS

Where Only Stars Can Hear Us: Schubert Songs; Karim Suleyman, tenor; Yi-heng Yang, fortepiano (Avie)

Íntimo, de tono dulce y más fácil dado al humor seco que sus poderosos teclados sucesores, el fortepiano debería ser una elección natural para los lieder de Schubert. Sin embargo, grabaciones como este exquisito recital personal —con el tenor de voz clara Karim Suleyman y la sensible pianista Yi-heng Yang— siguen siendo raras. Escúchalos tejer un hechizo de narrador en esta canción sobre una cita nocturna en un barco de pesca, y maravíllate del arco emocional que tejen con el más simple de los gestos. CORINNA da FONSECA-WOLLHEIM

The Prison; Experiential Orchestra and Chorus; James Blachly, director (Chandos)

Ethel Smyth, sufragista y compositora, es una de varias compositoras que reciben una atención fresca y merecida cuando la industria de la música clásica aborda su problema de diversidad. Si todas reciben grabaciones tan perfectas como esta representación de su último gran trabajo, todos nos beneficiaremos. Mitad sinfonía, mitad oratorio, The Prison incluye este llamativo preludio coral, con la oscuridad y la luz en los mismos compases, en su corazón. DAVID ALLEN

Epicycle II; Gyda Valtysdottir (Sono Luminus)

Un salón subterráneo de espejos atrae al oyente en esta pista de tres minutos que afecta profundamente. El violonchelo de Gyda Valtysdottir toma el aspecto de un Orfeo moderno y los sonidos espectrales del inframundo mientras ella superpone su actuación a dos temas pregrabados. Mientras esta línea de violonchelo protagonista suspira, se levanta y se afloja, las partes grabadas añaden tonos de rascado fragmentados, susurros y temblores, evocando un terreno tanto seductor como traicionero. CORINNA da FONSECA-WOLLHEIM

The Beethoven Connection; Jean-Efflam Bavouzet, piano (Chandos)

No ha surgido ninguna grabación más refinada de la celebración de Beethoven que esta, y no tiene ni una sola obra de Beethoven en ella. La mirada inquisitiva de Bavouzet a los músicos que componían al mismo tiempo que su colega y competidor presenta a Muzio Clementi, Johann Nepomuk Hummel, Jan Ladislav Dussek, pero es el olvidado Joseph Wölfl, que una vez luchó contra Beethoven en un duelo de habilidades de teclado, quien sale mejor, en esta inmaculada y encantadora sonata. DAVID ALLEN

Tradiciones del 31 de diciembre o noche vieja

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El 2021 viene cargado de mucha tensión, porque se espera mucho de él, al menos, volver a salir sin tapabocas y sin miedo a enfermar, contagiar a nuestros seres queridos y/o morir.

Son varias las tradiciones de noche vieja que tenemos en Colombia para darle la bienvenida al año nuevo, quizás muchas personas sigan con estas tradiciones, tal vez otras pedirán más salud y recordarán a los que ya no están a causa del Covid o por alguna complicación de salud acrecentada por el virus.

Entre las cosas que se hacían hasta el 31 de diciembre de 2019 está comer las 12 uvas pidiendo un deseo por cada fruto antes de las 12 de la noche, darse abrazos y besos justo a la hora que empieza el año nuevo o rezar unos padrenuestros antes de la hora señalada.

Hay otras actividades que tienen un fin más materialista, como andar con la maleta alrededor de la cuadra para que se la pase viajando todo el año, tener la billetera con dinero para que no le falte, ponerse las joyas de oro que tenga para atraer la prosperidad, vestirse con ropa elegante y nueva, usar la ropa interior amarilla… son diferentes cosas que se hacen, acciones que aluden a la obtención de satisfactores símbolos del progreso personal impuesto por la sociedad.

Cualquiera que sea su tradición, deseamos que tengan mucha salud y si no tiene algún agüero en particular, les compartimos algunas de las tradiciones mencionadas y otras que nos encontramos en una nota del periódico El Tiempo para este especial.

Tradicionales muñecos de año viejo

Armar un muñeco con materiales inflamables y prenderle fuego en la calle es costumbre en Colombia y en otros países de Latinoamérica. La tradición consiste en reunirse con la familia, amigos y vecinos y quemarlos apenas sean las 12 de la noche. Muchos de los muñecos representan acontecimientos o personajes negativos del año, otros ciudadanos los rellenan con papeles en donde escriben las cosas negativas que les sucedieron durante el año. La idea es dejar atrás todo lo malo que pasó.
Las papas y la economía

Otra de las tradiciones en Colombia es la de las papas. Esta consiste en poner tres de ellas debajo de la cama: una totalmente pelada, otra debe estar medio pelada y una más debe estar sin pelar. El primero de enero se debe tomar cualquiera de las papas sin ver. Según la tradición, la que usted escoja le dirá cómo será su economía el próximo año: buena, regular o mala.
Espigas de trigo

Los colombianos suelen decorar sus mesas con espigas de trigo en diciembre, pero sobre todo en Año Nuevo. Esta tradición común simboliza un cambio o transformación hacia el futuro. Se dice, además, que el cultivo del trigo representaba la transformación, desde la antigua Mesopotamia.
Lista de metas y deseos

Para celebrar el Año Nuevo no puede faltar la lista de metas y deseos del año siguiente. La tradición en el país es hacerla antes de que sea medianoche y así tener claro qué queremos en los próximos 12 meses. Muchos creen que no tenerla hecha antes de las doce es mal agüero. 
Llevar dinero en el bolsillo o en la billetera

La prosperidad y la estabilidad económica es una de las metas que se trazan las personas antes de comenzar el Año Nuevo, por ello una ayuda no está de más. Tener a las 12 de la noche dinero en los bolsillos o en la billetera es agüero de buena economía para los colombianos. Muchos creen que hacer esto ayuda a tener más riqueza.

Las 12 uvas

La tradición de las 12 uvas consiste en comerse una por cada campana que suene en Año Nuevo o por cada mes del año que entra. En Colombia, al comerlas, se debe pedir un deseo por cada una. La tradición llegó a América Latina desde España. Según el libro ‘España’, del periodista estadounidense Jeff Koehler, existen dos teorías sobre los orígenes de esta costumbre. Una de ellas se remonta a 1880, cuando la clase burguesa española, imitando a la francesa, comenzó a celebrar Nochevieja comiendo uvas y tomando vino. 
Subir escaleras

Subir escaleras el 31 de diciembre significa ascensos en diferentes aspectos de la vida: en el trabajo, en el amor o en la familia. Esta tradición es común en Colombia y en otros países de Latinoamérica. Hay, incluso, quienes se paran sobre una silla apenas son las 12 para lograr un ascenso en el campo laboral el próximo año.
Salir a correr con una maleta

Además de trazar metas que consisten en tener una buena estabilidad económica, los colombianos se prometen viajar. Apenas son las 12 de la noche, la tradición es salir a correr con una maleta para pedirle al destino que lleguen más viajes en el nuevo año. En los barrios, sobre todo, es común ver a personas haciendo esto, esperando que su primer viaje llegue pronto.
Lentejas, fríjoles o garbanzos

La tradición en Colombia dice que rellenar la billetera y los bolsillos de lentejas atraerá dinero, prosperidad y estabilidad económica en el año que comienza. Muchos lo hacen y otros, incluso, dejan en sus mesas un puñado de estos granos aunque no celebren Año Nuevo en sus hogares.
Ropa interior amarilla

Una de las tradiciones que ha perdurado por años en el país es el uso de prendas de vestir o ropa interior amarilla. El uso de este color en la celebración de Año Nuevo está ligado al color del sol, un elemento que representa la eternidad y la energía vital de nuestro planeta. Además, para muchas culturas, incluso para Colombia, es la representación del oro, el metal que simboliza la riqueza.

La carrera de San Silvestre

También hay actividades que se han vuelto tradicionales en esta fecha, es el caso de la carrera internacional de San Silvestre que se realiza en muchas partes del mundo.

En Colombia, por ejemplo, se hace desde 1970 en Barranquilla en homenaje al deportista directivo Rafael Enrique Guzmán Mendoza (1952-2012). Fundada en el barrio Chinquiquirá hace 50 años y declarada en el 2013 Patrimonio de Interés Cultural, Social y Deportivo por el Consejo Distrital de Barranquilla, este año se hará de manera virtual:

“EN SU  VERSIÓN  CINCUENTA (50 AÑOS: 1970-2020), SERÁ ÚNICAMENTE RECREATIVA Y EN ATENCIÓN A LAS MEDIDAS ESTABLECIDAS POR EL GOBIERNO NACIONAL DE COLOMBIA, A RAÍZ DE LA PANDEMIA DEL COVID-19,  LA CARRERA SE DESARROLLARÁ  VIRTUALMENTE, A NIVEL LOCAL E  INTERNACIONAL, A TRAVÉS DE UNA APLICACIÓN DENOMINADA APP tustiempos.com(LEER REGLAMENTO 2020)“. Las inscripciones se hacen en su página http://carrerasansilvestre.com/

Quién era San Silvestre

San Silvestre fue un obispo de Roma desde el 31 de enero de 314 hasta su muerte. Se le considera el 33.er papa de la Iglesia católica, y es venerado como santo por las iglesias católica, ortodoxa, armenia, luterana y anglicana. Su fiesta se celebra en occidente el 31 de diciembre, que coincide con las celebraciones de fin de año y lleva el nombre de la carrera en mención.

Nacimiento de la carrera

Según una nota de elmundo.es muchos creen que la San Silvestre nació en São Paulo (Brasil). La primera edición brasileña de esta conocida carrera data del año 1925. Comenzaba la noche del 31 de diciembre y acababa el 1 de enero. Durante el recorrido, los competidores portaban antorchas para iluminar el camino.

Sin embargo, al contrario de lo que se piensa, la San Silvestre brasileña se inspiró en una carrera parisina que se celebraba el día 1 de enero en la que los participantes también recorrían las calles de la capital francesa cargados con antorchas. El periodista brasileño Casper Líbero tomó esta idea francesa y la llevó a su país, dando lugar a la que se convertiría en la San Silvestre más longeva y continuada en el tiempo.

San Silvestre en España

En una nota reciente de efe.com se dice que este año ninguna de las más de 1.200 carreras de San Silvestre que se celebran cada año en España podrán disputarse de forma presencial. Por ello, EDP y Atresmedia Publicidad han unido sus fuerzas para poner en marcha una nueva iniciativa, ‘La San Silvestre, la energía que nos une’.

Se trata de un movimiento virtual que permitirá que todas las carreras de San Silvestre de España puedan celebrase de manera virtual aportando la herramienta necesaria y la mecánica para permitir a todos aquellos que lo deseen despedir el año corriendo y cumplir un año más con su tradicional cita.

Hasta el 31 de diciembre todas aquellas personas que deseen terminar el año corriendo podrán inscribirse a la San Silvestre de toda España que deseen a través de la web. Cada corredor podrá seleccionar la San Silvestre en la que desee participar, independientemente del lugar dónde se encuentre. Además, podrán escoger la distancia a recorrer, 5 o 10 kilómetros, a correr entre las ocho de la mañana y las nueve de la noche de ese día.

Movimiento solidario

El objetivo que persigue la iniciativa es conseguir que miles de corredores participen como cada año en la tradicional carrera, además de apoyar a los organizadores de los cientos de pruebas locales en momentos tan difíciles. Por ello, este movimiento se compromete a donar el 20% de la inscripción de cada corredor a la carrera local que hayan seleccionado.

“El año pasado iniciamos el movimiento la ‘Energía de San Silvestre’ realizando un documental y el primer estudio sobre este fenómeno social que une cada año a cientos de miles de personas. Este año, más que nunca, teníamos que continuar con este proyecto y ponernos al lado de todos aquellos organizadores de carreras San Silvestre que este año tienen más complicado aún su celebración”, declara Carmen Fernández, directora de Marca y Comunicación de EDP.

Pueden ingresar a sansilvestre.com para más detalles de la carrera en España. O en Colombia a carrerasansilvestre.com

Terminamos este especial con dos canciones populares en Colombia para despedir el año:

Nicanor Cardona Velásquez, el periodista que marcó el camino de Acord Risaralda

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El paso del tiempo va borrando indefectiblemente parte de la historia, pero quedan retazos que, zurcidos, rescatan a protagonistas como el fundador y primer presidente de Cicrodeportes, hoy Acord Risaralda (Asociación Colombiana de Periodistas Deportivos – Capítulo Risaralda), la entidad periodística más sólida de Pereira y de la región, que en este 2020 llegó a 50 años de fundación.

Foto archivo familiar. Nicanor Cardona, a la izquierda

Se le conoció en Pereira como un periodista de línea crítica, con un agudo discurso que corroboraba con un fino humor perpetuado bajo el pseudónimo de “Don K – Nuto”. En 1970 se convirtió en el primer presidente de Acord Risaralda, que para entonces se llamaba Cicrodeportes Risaralda, entidad a la que él mismo le dio vida, haciendo gala de un liderazgo que lo llevó a ser figura pública de la ciudad – desde el periodismo – entre las décadas de 1950 y 1970.

Foto archivo familiar. NICANOR CARDONA

Había nacido en el corregimiento Las Coles, de Pácora, Caldas, en 1934, desde donde partió a Radio Manizales para encontrar, de la mano de Jesús Otálora Gómez, la oportunidad de ser el hombre de radio que soñó. Rápidamente lo logró, porque a pesar de su extracción humilde, de las limitantes para estudiar, de su empirismo para el oficio, Nicanor Cardona Velásquez era culto, instruido y poseía un talento innato para desenvolverse con solvencia ante los micrófonos y la máquina de escribir, en tiempos en los que un libreto era la rosa de los vientos de la radio.

En Pereira fue muy conocida su crítica social y política expresada en el noticiero Vanguardia Liberal, de la emisora Onda Libre, cuyo dueño era el líder político Camilo Mejía Duque. La sátira y su irreverencia también se escucharon en La Voz del Pueblo, en Radio Centinela, en la Voz del Café y en Ecos del Risaralda.

COLUMNISTA

“Don K – Nuto” era el nombre de la columna que Nicanor Cardona Velásquez escribió con su marcado sello crítico en El Diario y en El Imparcial, y su influencia y recordación fueron de tanto impacto que terminaron reemplazando en la cotidianidad su nombre de pila, y a la vez, rindiéndole un homenaje a su abuelo Canuto Cardona.

El fundador y primer presidente del Círculo de Cronistas Deportivos de Risaralda hace 50 años (jurídicamente desde el 6 de noviembre de 1970), fue lector de noticias, narrador y comentarista de fútbol, periodista del deporte aficionado y de la vida política y social de la ciudad; también se destacó como libretista y declamador.

Foto archivo familiar. NICANOR CARDONA

Quienes coincidieron con él en algún tramo de su carrera periodística afirman que era criterioso, innovador, directo para abordar los temas; tenía argumento y era versado; nadie desconoce su fino humor y su perspicacia. Y todos coinciden en su nobleza, en su sensibilidad al dolor ajeno y en su elegancia para la crítica y para el vestir.

“Don K – Nuto” creó con Guillermo Peláez, Guillermo Arango y Gustavo Vergara las caravanas deportivas, un programa social que llevaba deporte a las veredas en plena época de la violencia política. Su liderazgo lo puso al servicio del comité procreación del departamento de Risaralda, de la fundación del Círculo de Periodistas de Pereira (Ciper) y de un plan de vivienda para periodistas cerca al coliseo Mayor.

Fue punzante con el Deportivo Pereira; era duro crítico del entonces dirigente Hernán Mejía Campuzano, con quien tuvo una cordial amistad fuera de micrófonos. Pero también fue directo con los jugadores. Una vez, el arquero Hernando “La Pinta” García lo abordó en el centro de la ciudad y con una tijera le cortó la corbata, porque no le había gustado uno de sus comentarios.

SUS AMIGOS

Nicanor Cardona Velásquez coincidió en su época de periodista con otros destacados hombres de radio y de prensa como Fabio Manzano Martínez, Germán Gutiérrez Peláez, Libardo Gómez, Néstor Cardona Arcila “Can” (creador del periódico satírico El Fuete), Orlando Cataño Céspedes, Silvio González Mora, Óscar Giraldo Arango (dueño de La Voz Amiga), Julio César Villa, “Chimbambui”, Henry Carvajal Castro y Carlos Armando Marmolejo, entre otros.

Nicanor Cardona, Silvio González (periodista) Mora, Jairo Arango Gaviria (ex alcalde de Pereira) y Nelly Muñoz (periodista)

Y por supuesto, estaban aquellos con los que saboreó el aguardiente. Amigos entrañables, como Guillermo Arango, impulsor del boxeo en Risaralda; Julio César García “Chispas”, con quien tenía un programa de humor crítico, y el sacerdote Álvaro Martínez, amigo de infancia en Pácora, y quien “bendecía” las muy frecuentes tertulias “aguardienteras”.

El gran jugador de fútbol Jairo Arboleda recordó en su libro que tuvo una discrepancia con el periodista Nicanor Cardona Velásquez, de la que no profundizó para su biografía, mas sí para esta semblanza.

Don Nicanor Cardona Velásquez repetía todos los días en su programa radial “Cátedra Deportiva” una frase que retrataba su agudeza: “Nadie está libre de decir disparates; lo grave es decirlos en serio”.

Cierta vez, dijo Arboleda, él y otros jugadores del Deportivo Pereira (Héctor Rengifo y Darío Sánchez) coincidieron en una fuente de soda “por El Lago” en donde estaba don Nicanor con sus amigos.

“Y resulta que ahí entró un padre; entonces yo no sé qué fue lo que pasó entre el cura y Rengifo (Héctor); bueno, eso se quedó ahí, pero después Rengifo se levantó del asiento y le metió una palmada al cura en los glúteos (risas)… pero eso fue como un chiste en esos momenticos, entonces yo le dije a Rengifo ¿cómo se te ocurre? Y él me dijo: ¡qué va Jairito!

Don Nicanor se quedó viéndonos y entonces al otro día el nombre mío fue el que salió (inculpándolo del suceso) … que cómo era posible que el maestrico Arboleda… pero nunca fui yo. Eso fue todo. Entonces en unos partidos, cuando yo llevaba la pelota, él (Nicanor Cardona) no decía lleva la pelota Arboleda, sino que decía la lleva el número 8”.

FAMILIA DE PERIODISTAS

Con Gilma Montoya, figura de la radio en Manizales y la primera mujer cronista taurina del país, formó un hogar del que nacieron Óscar Cardona Montoya, comunicador social dedicado en Medellín a la academia y Carlos Alberto Cardona Montoya, periodista y psicólogo de Pereira. “Don Nica” (también lo llamaban así), murió el 21 de noviembre de 1996, agobiado por un cáncer y – como lo dice su hijo Carlos, quien heredó su agudeza – “mamándole gallo a la parca”.

Durante 25 años “don K – Nuto” sentó sus posiciones críticas en su programa radial, que no solo hizo historia por su defensa a ultranza del deporte aficionado y del Deportivo Pereira, sino que, además, como lo indicaba su nombre “Cátedra Deportiva”, ilustraba al ciudadano de entonces, para quien la radio era su principal medio de compañía y fuente de información.

Foto Cortesía Jairo Vélez. De izquierda a derecha los periodistas Nicanor Cardona, Antonio del Valle González y Duván Hurtado García.
Asociados Acord – celebración 50 años, el 10 dic 2020

Y Alfredo de la Felicidad

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Un texto publicado en El Universal de Cartagena, en marzo de 1992.

La última noche del Festival en la Plaza de Toros. Algunos, ya cansados porque es su segunda o tercera noche de sí, sí, Caribe.

El momento va llegando. El himno del Festival suena más fuerte. La arena de la plaza se llena, no queda ningún claro.

Viene Oscar James y los cuerpos empiezan a moverse. Katrina ya es una vieja amiga, hace rato que su nombre baila entre la gente.

Ha empezado la última noche. Ha empezado bien, movida; con la música que la gente ha terminado por relacionar con la palabra Caribe.

Entonces ha llegado un baldado de agua helada. Un grupo vallenato que suena como suenan todos los grupos vallenatos y un cantante al que sus amigos deberían aconsejarle que se dedique a otras cosas.

La gente está desconcertada. Con el siguiente grupo la alegría tendrá que volver as empezar desde cero.

Y empieza.

Es Alfredo de la Fe. Los gestos oscilan entre el entusiasmo y el recelo. Aquí las opiniones se dividen. A muchos les cuesta admitir que nada más a propósito para un Festival de Música del Caribe que ese lento y cadencioso tema que nota a nota construyen impecablemente un piano y un violín.

En ese momento, escuchando ese violín endemoniado, nutrido a veces con repertorio clásico, quedó demostrado que también en el Caribe hay música elaborada, rica en matices.

Más tarde vendrían otros grupos, otros estilos, pero tal vez ninguno pudo dejar la sensación de que se asistía algo verdaderamente intenso y vital.

El Checo Acosta trató de colmar todos los gustos y su presentación tuvo algo de balada, de cumbia y de la salsa que tal vez ya nunca más se vuelva a hacer. Fue una presentación que alegró, que levantó a la gente, pero demasiado sobria y aprendida, con un destello inolvidable en el timbal.

De los demás grupos podría decir poco (y aquí es indispensable la primera persona, porque cada uno podría dar una versión distinta). A cada uno la fatiga le llega tarde o temprano. Pero a juzgar por el lento reflujo de la gente, por el lánguido final cuyo cantante se negó a improvisar al lado de un espontáneo, el final de la noche no fue para recordar.

La noche del domingo tal vez habría dejado un saborcillo amargo si no hubiera sido por la presentación de Alfredo de la Fe; por ese Alfredo de la Esperanza que conoce más su violín que a su propia alma; por ese Alfredo de la Caridad que también supo darle a la gente lo que le gusta, el himno del Festival, algo que pocos harían por miedo a desentonar, a no estar a la altura de esa canción que es el gran patrimonio de la Fiesta.

Si la noche tuvo un clímax, si hubo un momento en que el tiempo se detuvo y pasó algo de verdad, fue cuando Alfredo del Valor bajó del escenario y se fue internando entre la sorprendida multitud, solo, armado con su violín, improvisando ante las caras de asombro que le abrían paso, nadando entre los cuerpos alegres y sudorosos.

Hubo problemas técnicos y a lo mejor Alfredo de la Búsqueda no quedó contento con su espectáculo. Los encargados de las luces estaban como dormidos y no estuvieron a la audacia de ese Alfredo de Hamelin que reclutaba corazones en la arena.

Al regresar al escenario el violín se silenció. Pero ya lo mejor había pasado, ya nada superior podía venir. En la memoria de algunos quedaría para siempre ese hombre finalmente iluminado por un reflector, solo en lo más profundo de la multitud, haciendo lo que más feliz lo hace, fabricando momentos eternos como sólo puede hacerlo él, Alfredo de la Música y sobre todo Alfredo de la Felicidad.

“Exudaciones” exposición individual de Jorge Lagos

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De antiguas conversaciones con el maestro Jorge Lagos me queda en la memoria el descubrimiento de un ser con capacidad para discernir de manera un tanto literal los efectos de la política, otros dirían, las trazas constructivas del arte comprometido.

He aprendido a sospechar de las conversaciones que tengo con amigos, en especial cuando también son pintores como yo, pues reconozco varias cosas que se cuecen, muchas veces en medio de paraísos intuitivos y por ende de orden aparente. Entre los salones idílicos se instalan sin permiso los siguientes tres motivos de incertidumbre, a saber, la autoplastia, la estética y la acción.

En lo que se refiere a la autoplastia, la obra de Lagos ocurre entre dualismos formales y conceptuales en medio de espacialidades gigantes independientes de los formatos. Ya sea en telones o superficies pequeñas, la intención es la misma: generar lenguajes seducidos por la grandilocuencia como nueva plastia por demás, harto flexible para ratificar al ser humano como alguien destinado a transformarse en casi cualquier cosa. Aquí Lagos se convierte en demiurgo, allá en científico social sobre ecuaciones políticas de época, en todo caso matemáticas de impregnación causales, como si en realidad un trozo de tela pintada adquiriera la tensión matrística del primer alumbramiento, o la deseada denuncia que no acaba de convencer como crítica social y ¿por qué no? responsabilidad del artista que vive en medio de la guerra.

Sus pinturas son estéticas, nadie lo niega, pues no habría cabida para determinar qué obras claramente enunciadas desde el arte pintado alcanzaran de diferentes maneras territorios ideológicos mejor comprometidos a pesar de lo que el artista siente y traiciona de sí mismo. Lagos con sus pinturas crea no sólo estelas profusamente diversas de gusto, sino una ética, si por ética entendemos una especie de purgatorio donde nuestras curiosidades acaban por relativizarlo todo.

Desarraigo
Murindó

Entonces no florece ningún ser antes de la acción, ya que su pintura de acción, esa que recorre y genera vértigo, termina por congelar movimientos catastróficos en medio de hieratismos que recuerdan las cacerías etruscas, sigilosamente dispuestas como plato para una nueva economía ecológica.

Las imágenes gravitan atravesadas metafísicamente con artilugios no radicales, son arpones, ganchos, metales contorcidos sin anécdota. Los cuerpos presentes aleccionan con su evocación morfofílica el límite, así se trate de exudaciones del dolor tipo exvoto o bien clarísimas alusiones al desperdicio del lixiviado conceptual que regurgita por expresionismos tardíos surgidos en el tránsito entre México y Colombia, dos territorialidades álgidas en su trabajo.

Serie Migrantes

Serie Migrantes
Técnica: Acrílico sobre lona
Dimensiones: 170 x 178 cm
2007 
Serie Migrantes
Técnica: Acrílico sobre lona
Dimensiones: 150 x 200 cm
2007  
Serie Migrantes
Técnica: Acrílico sobre lona
Dimensiones: 130 x 170 cm
2008 
Serie Migrantes
Técnica: Acrílico sobre lona
Dimensiones: 150 x 200 cm
2007 
Serie Migrantes
Técnica: Acrílico sobre lona
Dimensiones: 150 x 160 cm
2007 
Serie Migrantes
Técnica: Acrílico sobre lona
Dimensiones: 130 x 150 cm
2015

Como se dijo anteriormente, el arte pictórico de Jorge Lagos se compone de dualismos. Ahora podríamos complementarlo si lo inscribimos en polaridades un tanto ficticias, pues pretende el informalismo y acuña una nueva figuración muy golpeada de historicismos; propone una solución anti caústica del enervamiento destructivo del hombre cazador único y al mismo tiempo des intensifica la posición moral del carnívoro, recordado mamífero político en que nos hemos convertido pornográficamente. 

La obra de Lagos Juega con el escapismo de mundos antagónicos para ofrecer generosamente un tercer mundo compuesto de elementos sin tanto peso gravitacional, sin tanta culpa, donde es posible encontrar destellos titilantes entre rosas, azules Prusias, amarillos miccionados, porque la pintura, así como se aleja de fundamentalismos políticos, se la ve enmascarada por distintos ordenes modernos.

Uno se preguntaría por el lugar desde dónde Lagos observa el fenómeno de lo cotidiano para poder acercarse también como una falaz y posible víctima de sus ventanas, a síntesis falocráticas de un pensamiento unívoco de imposición. El hombre constructor autoplástico, ontólogo estratega que representa con su lenguaje cargado de metáfora, una dieta de competición donde solo sobrevive quién pueda hacer de su vida una historia, una escenificación de sí mismo, que ayude a levantarse ante la aplastante realidad de lo verdadero.

Serie Cacerías

Serie Cacerías
Técnica: Acrílico sobre lona
Dimensiones: 190 x 330 cm
2019
Serie Cacerías
Técnica: Acrílico sobre lona
Dimensiones: 270 x 470 cm
2018
Serie Cacerías
Técnica: Acrílico sobre lona
Dimensiones: 270 x 470 cm
2019

Mis sospechas en las conversaciones con artistas amigos se convierten en prognosis de la mentira como un nuevo orden donde al arte no le es para nada indiferente.

Oscar Salamanca (curador)

SOBRE EL ARTISTA:

Jorge Lagos, Maestro en Artes Plásticas Y Maestría en Artes Visuales por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Docente procesos de creación talleres de Expresión del programa maestro en Artes Plásticas Universidad de Caldas y creador de la Maestría en Artes de la Universidad de Caldas.

*Esta exposición llamada “Exudaciones” exposición individual de Jorge Lagos., se publicó en el Jardín de Artista U.T.P, del 22 de agosto al 5 de septiembre de 2020, en el blog de Jardín de artista bajo el Proyecto intertextualidades críticas.

Instagram: @Lagos4280

La violencia que nos une

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Texto, Martín Franco Vélez. Ilustración, Jhonathan Restrepo Ospina (Opert_ser). Publicado en Baudó Agencia Pública

Un homicidio, un magnicidio, un bombazo, ser colombiano es calcular el tiempo a partir de hechos luctuosos. Si hay algo que nos ata como miembros de este país es la violencia.

A Luis López Peralta lo mataron el 22 de febrero de 1997 en Barrancas, un pequeño municipio de la Guajira. Ese día, poco después de las nueve de la mañana, López entró a la oficina que había construido en un hotel de su propiedad y, mientras bromeaba con una de sus hijas y sacaba plata para comprarle ropa interior a una conocida que había madrugado a ofrecérselas, entró un sicario portando una pistola en la mano. López tenía la vista clavada en el cajón donde guardaba el dinero y por eso no lo vio, así que lo último que escuchó, quizás, fue la advertencia de su hija («papi, ¡te matan!»), y luego el sonido seco de un disparo que le entró por el lado izquierdo, a la altura del cuello.

El sicario se devolvió a la entrada del hotel, donde lo estaba esperando un cómplice, y ambos se perdieron por un monte cercano. López alcanzó a ser trasladado al hospital, donde llegó vivo, pero no lo pudieron salvar.  

La escena la narra Diana López Zuleta, una de sus hijas, en Lo que no borró el desierto, un libro del que se ha hablado mucho, y con razón. Diana era apenas una niña cuando el entonces gobernador de la Guajira, Juan Francisco “Kiko” Gómez, mandó a asesinar a su padre, su otrora aliado político, quien había tenido la valentía de denunciarlo públicamente por corrupción. Durante aquellos años La Guajira había sido territorio de Kiko: imponía su ley. Allí formó un escuadrón paramilitar con la complicidad del ejército y la policía, y el que tuviera la osadía de enfrentársele se colgaba al cuello una corona fúnebre. Eso fue lo que les pasó a López Peralta y a la exalcaldesa Yandra Brito, entre otros, a quienes Kiko mandó a asesinar con la misma sangre fría con la que luego fue capaz de presentarse a sus entierros, dar el pésame y hasta cargar el ataúd.

Diana —la hija de Luis— se hizo periodista movida por el afán de buscar justicia en un país donde la impunidad es lo habitual. Y en su libro cuenta cómo logró desenmascarar al asesino de su padre, quien purga hoy una condena de 55 años en la cárcel La Picota, de Bogotá.  

¿Sirvió de algo?

“Siento que en el caso de mi padre se hizo justicia —no la justicia entendida como castigo y cárcel— en la medida en que hubo una búsqueda exhaustiva de verdad como hija que me llevó a revivir el dolor profundo del asesinato, pero que me permitió comprender lo que pasó”, me dice Diana en un mensaje de WhatsApp. “Creo que la gran justicia sería saber que no se va a repetir lo que pasó con mi padre, y que yo no sería blanco de un atentado, pero de eso no estoy segura. Sin embargo, estoy convencida de que lo único que restituye es la memoria, o bien, como lo dijo Ana Blandiana, que la memoria es una forma de justicia”.

***

Por esas conexiones que hace la memoria, el libro de Diana me puso a pensar en una verdad devastadora: todo el mundo en Colombia ha sido tocado de una u otra forma por la violencia. Todos tenemos un pariente cercano que fue asesinado o secuestrado o que sufrió un atentado, o un conocido o el pariente de un amigo o quien sea. Basta hurgar un poco en la gente que nos rodea, no demasiado, para entender que es una marca común, el precio que parecemos pagar por haber nacido aquí.

Las palabras de Diana ratifican esta intuición: “Con el libro sucedió algo muy lindo que no me esperaba: cómo cientos de historias —a pesar de tener contextos distintos— se han reflejado en la historia mía como si en el fondo fuera una sola historia de dolor y de sangre. También creo que el libro ha tenido éxito y que ha conectado con mucha gente, por la manera como está construido, porque más allá de la historia particular, habla de elementos universales como la pérdida, la búsqueda de justicia, el amor perdido, la memoria, etc.”.

Esas raras conexiones me hicieron pensar también en una escena de otro libro: El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez. Aunque lo leí hace mucho tiempo, recordé vagamente la parte en que uno de sus personajes hacía una reflexión similar, indicando que la gente que ronda hoy los cuarenta años, o un poco más, tiene la costumbre de recordar momentos de su vida usando como referencia hechos de violencia que sacudieron al país hace tres décadas: la bomba al DAS, el asesinato de Galán, la fuga de Pablo Escobar de La Catedral. Saqué el libro y me puse a buscar el pasaje, hasta que di con él. Ahí estaba, en un diálogo que surge entre los dos protagonistas mientras visitan la Hacienda Nápoles, la mítica finca de Escobar:

En mi memoria está asociada la imagen de ese avión, que tanto gustaba a Ricardo Laverde, con la pregunta de Maya: «¿Dónde estaba usted cuando mataron a Lara Bonilla?».

La gente de mi generación hace estas cosas: nos preguntamos cómo eran nuestras vidas al momento de aquellos sucesos, casi todos ocurridos durante los años ochenta, que las definieron o las desviaron sin que pudiéramos siquiera darnos cuenta de lo que nos estaba sucediendo. Siempre he creído que así, comprobando que no estamos solos, neutralizamos las consecuencias de haber crecido durante esa década, o paliamos la sensación de vulnerabilidad que siempre nos ha acompañado».

De una u otra forma, siempre, la violencia nos ha moldeado. Es uno de los pocos elementos comunes que en realidad tenemos los colombianos.

***

¿Dónde estaba usted cuando mataron a Escobar? Yo tenía 13 años y acababa de llegar del colegio, cuando timbró el teléfono en la casa. Un amigo que vivía cerca me lo dijo: «mataron a Pablo Escobar, lo están dando en las noticias», y a pesar de que no lograba dimensionarlo, sentí que algo grave había sucedido, algo que cambiaría muchas cosas aunque al final nada de fondo se haya alterado. Y así podría —podríamos— repetir el ejercicio con muchos hechos más, incluso cuando menguó el apogeo del narcotráfico y el miedo mutó por el que inspiraba la guerrilla de las FARC: ¿dónde estaba usted cuando liberaron a Ingrid Betancourt? ¿Cuando mataron a Luis Carlos Galán? ¿Cuando Tirofijo dejó plantado a Pastrana en los diálogos del Caguán?

Y luego están —decía— los muertos que nos unen, las víctimas que todos conocemos. La violencia que nos ha rondado y sigue acechándonos. Cuando era un adolescente, secuestraron al hijo de un amigo de mi padre, por quien se dice que pagaron un rescate millonario. La hija del pediatra al que mi madre me llevaba —un doctor que casualmente murió hace poco—, también fue secuestrada por la guerrilla: la devolvieron muerta. Al papá de un amigo lo habían raptado muchos años atrás. Tiempo después, en la finca de mi padre, mataron a tiros a su mayordomo, en una escena que conté en mi libro, La sombra de mi padre, y por la que curiosamente nadie se ha interesado demasiado: había subido a recoger el ganado como todas las tardes, cuando un tipo que lo estaba esperando, ocultándose en un guadual espeso, le salió al paso y le descargó seis tiros de revólver. Él alcanzó a bajar por la montaña tratando de hacer el camino de vuelta, hasta que cayó desangrado en medio del potrero. El crimen sigue impune: nadie supo qué pasó.

Por eso, guardando las proporciones, lo que cuenta Diana López en su libro es un reflejo de lo que nos ha pasado a casi todos en este país durante tantos años. Le pregunto: ¿Ser colombianos nos condena a vivir con la violencia? “Sí —concluye Diana—, porque no se han resuelto los conflictos estructurales que la generaron, y la violencia es la eterna consecuencia de las desigualdades. Desde que Colombia era territorio español de ultramar ya se estaban matando”.  

A todos la violencia nos ha tocado, de frente o de perfil. Todos tenemos dolores, preguntas, tristezas clavadas: es el precio que pagamos por ser colombianos.

Es la violencia que nos une.  

La emergencia del homo sapiens

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Publicado en Un Pasquín

Hay una torpeza y arrogancia en nuestra existencia que nos impide entendernos. El ego es el motor. Y las incapacidades las llenamos de excusas y discursos.

¿Por qué tengo que estudiar por un futuro que quizá pronto deje de existir, ya que nadie está haciendo nada para salvar ese futuro?

Mi primera reacción ante la pregunta de Greta Thumberg, fue cínica. Pensé que esta adolescente sueca, que lleva meses sin ir al colegio cada viernes en señal de protesta, actuaba como una fatalista. Y es que los humanos hemos sobrevivido a los estragos de la bomba de Hiroshima, a la explosión de Chernóbil, a la extracción de oro con mercurio, a las islas flotantes de plásticos en los océanos, a las chimeneas de la revolución industrial, a los millones de toneladas cúbicas de las emisiones de los autos, al metano que producen las vacas durante siglos… ¿qué le pasa a esta niña? Y no, no soy una negacionista que piensa que los científicos están desinformados. Creo más bien que, como muchos en mi generación, nos hemos acostumbrado asociar progreso con tenerlo todo en superlativo. Que en esta vida se trata de acumular, de gastar, de tirar, de volver a comprar y así una y otra vez, sin pensar en que nos van a pasar una cuenta de cobro.

Y por esa vida, en la burbuja de las ciudades, me parecía la pregunta de Greta un tanto tremendista. Salpicada de algo naif y de optimismo. Yo misma parecía un librito de esos llenos de citas de automotivación, de “el futuro será mejor”, de “es cuestión de voluntad, para alcanzar las metas”. Pero no. Lo cierto es que cruzamos, en medio de la ignorancia y la comodidad, la línea de no retorno. Ya no está en manos de las buenas intenciones, sino de las acciones. Me mareo cuando veo las imágenes de los osos polares, revolcando la basura de algún pueblo de la estepa siberiana, en busca de comida.

LO CIERTO ES QUE CRUZAMOS, EN MEDIO DE LA IGNORANCIA Y LA COMODIDAD, LA LÍNEA DE NO RETORNO. YA NO ESTÁ EN MANOS DE LAS BUENAS INTENCIONES, SINO DE LAS ACCIONES.

Ciertos críticos intentan minimizar el alcance de las palabras de Greta cuando acuden a su autismo, a su visión del mundo en blanco y negro. Y sí quizá sea algo fatalista, pero es que edulzándola, pidiendo a otros que hagan lo que todos los demás no hacen, tampoco ha demostrado ser una solución ideal. No es momento de andarse con ternuras.

La activista climática Greta Thunberg asiste a una conferencia de prensa después de una reunión con la canciller alemana Angela Merkel em Berlín, 30 de agosto de 2020. (AP Foto/Markus Schreiber)
(ASSOCIATED PRESS)

Recuerdo que cuando estudiaba desarrollo económico nos referíamos con frecuencia a las diferencias de Norte-Sur. Los debates se llenaban de complejos ideológicos, y crecía la indignación entre los del Sur porque los del Norte les exigieran, que crecieran de manera sostenible. Era algo odioso porque no existía la tecnología para que ese progreso llegara.  Entonces las discusiones se encendían entorno a las opresiones, a tensiones de poder, y prepotencias. Quizá si hubieran ofrecido su ayuda temprana y con medios efectivos, no estarían hoy asustados ante la posible migración climática, y habrían logrado acciones consensuadas.

Hoy, ante la inminencia de los actos consumados, y con esta Greta al oído, pienso que aquí reina el Homo Turpis. Hay una torpeza y arrogancia en nuestra existencia que nos impide entendernos. El ego es el motor. Y las incapacidades las llenamos de excusas y discursos.

Gastamos a manos llenas con una tarjeta de crédito ambiental que se nos antojaba ilimitada. La pregunta existencial sobre la crisis climática parecía una discusión intelectual. Cuando además se viene de una zona geográficamente privilegiada: montañas completamente verdes, recodos inexplorados, santuarios naturales, el problema no se ve. La exuberancia de la naturaleza inmediata minimiza las evidencias científicas. Y encima, el resto del país ardiendo en otros frentes como la inequidad, el machismo, la violencia y la corrupción… Así el asunto ambiental parecía capricho.

Pero esa miopía nos deshiela los páramos. La misma que tiene a las tortugas marinas con pitillos clavados en sus narices. Y como no nos toca en el barrio, nos la pasamos negando problemas reales y alcahueteando la desidia de los políticos a la hora de legislar las regulaciones ambientales y su concupiscencia frente a sus financiadores.

En medio de la autocomplacencia, de las censuras y de tantas otras urgencias, queremos olvidar la pregunta que los más jóvenes nos lanzan cada viernes con urgencia… ¿De qué sirve asistir a la escuela o la universidad si no estaremos aquí porque ustedes nunca han previsto esto? La vida es todo lo que sucede fuera del aula de clase.

Quizá estas Gretas del mundo que capan clases nos despierten de la ceguera operativa en la que vivimos. Es hora de que este Homo Turpis et Urgentis entienda la dimensión de lo que está en juego, si no por lo obvio, por lo menos para que esos niños puedan volver a clase y estudiar para que mañana tengan derecho a vivir y no solo a limpiar los regueros de los que veníamos primero. Como anunciaba una de las pancartas en la pasada marcha “Salvemos este planeta, porque es el único con pizza”.

Pornógrafos y anarquistas

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El 15 de diciembre de 1972 el director italiano Bernardo Bertolucci estrenó en Roma su película El último tango en París, protagonizada por el legendario Marlon Brando y por la más bien desconocida actriz María Schneider.

La anécdota gira alrededor del feroz encuentro sexual entre Paul, americano de cuarenta y cinco años residente en París, quien acaba de perder a su infiel esposa que se ha suicidado, y Jeanne, frágil veinteañera aspirante a actriz.

Hace poco, y aupada por el empeño del movimiento #metoo, la Schneider recobró vigencia, a raíz de la célebre escena de sodomía que habría resultado ser real, según los auspiciantes de la cruzada.

El último tango en París (1972) , protagonizada por Marlon Brando y Maria Schneider. seestrena.com

En su momento, la película ya había desatado la furia de El Vaticano, aunque no precisamente por sus escenas sexuales, bastante moderadas por lo demás, si las comparamos con los niveles alcanzados por la pornografía en el siglo XXI.

Unos límites en los que ya no es el sexo lo que importa, sino el cuerpo en su condición de juguete: escenas en las que las parejas se consagran a echarse pedos y prenderles fuego con un encendedor.

Un regreso al más puro universo infantil.

Algo así como porno conceptual, para utilizar la jerga de la crítica en sus abordajes del llamado arte contemporáneo.

En realidad, la furia de la jerarquía vaticana poco tenía que ver con la mantequilla utilizada por Brando para sodomizar a María.

El furor bíblico fue desatado por el despiadado lenguaje usado para referirse a la institución familiar en particular y a todos los valores de la sociedad burguesa en general.

Ese hecho conecta por sí solo a El último tango en París con la mejor tradición de la literatura pornográfica escrita durante  los siglos XVII y XVIII, es decir, en medio de las grandes discusiones animadas por La ilustración.

Biblioteca Nacional de París

No es casualidad que en buena parte de las taxonomías emprendidas durante esos años, los pornógrafos compartan anaqueles con los filósofos y poetas de la época.

Es más: durante un par de siglos, la Biblioteca Nacional de París conservó un espacio denominado El Infierno, en el que estaban confinados los libros prohibidos.

 Igual que en 1972, los poderes de la época sabían que a la liberación del cuerpo emprendida por los libertinos, le sucedería el desenmascaramiento y la rebelión frente a las otras formas de poder: político, religioso, económico y  cultural.

Lo que en el siglo XIX se conocería con el nombre de anarquismo.

No por casualidad, los protagonistas de esos relatos eran marqueses, frailes, obispos. Yendo un poco más lejos, es importante recordar que la palabra Abadía (Abbayé, en francés) era utilizad de manera indistinta para referirse a las casas de putas y a las de los eclesiásticos.

¿Podía existir algo más anarquista que eso?

Tan anarquista como las palabras pronunciadas por Mademoiselle Eradice, en el momento de ser sodomizada por su preceptor, un famoso sacerdote jesuita:

“¡Ah, padre mío- exclamó ella-. ¡Qué felicidad! ¡Qué ventura me penetra! Oh sí, me siento en otro mundo. Se me va el alma. Se separa de la carne. Arrojad de mí, padre mío, cuanto quede de impuro. ¡Más, más, padre! ¡Empujad, empujad! Estoy viendo a los… án…geles. Más adentro… más… ¡Ah!…¡Ah!… Qúe rico… ¡Bendito San Francisco! ¡No me abandones! Siento el cordón… el cordón… el cordón… ¡No puedo más… ¡Me muero!

La escena aparece en las páginas de Thérése Philosophe, una de las dos o tres obras pornográficas más importantes del siglo XVIII, según lo consigna el  historiador norteamericano  Robert Darntnon en su libro El coloquio de los lectores.

La palabra pornografía ha transitado un camino de equívocos desde el momento mismo de su nacimiento.

En su sentido literal significa Escritura sobre las putas. Lo que reduce el asunto a una transacción comercial, al viejo y conocido concepto de la división del trabajo. En su sentido moral se refiere a lo obsceno y éste último vocablo sí que nos conduce a un laberinto de malentendidos:

¿Qué es lo obsceno? ¿Cuándo? ¿Para quién? ¿Dónde?

Ignoro si Bertolucci y el guionista de El último tango en París leyeron Thérése Philosophe, o al menos se asomaron, como gozosos mirones, al combate sexual entre el padre jesuita y Mademoiselle Eradice.

De lo que estoy seguro es de la indudable conexión entre la escena de la película de 1972 y la novela de 1748: bajo la aparente mecánica de los actos corría el río de la rebelión contra toda posible forma de dominio.

Y discurriendo, ni más ni menos, que bajo el puente levantado por pornógrafos y anarquistas.