lunes, junio 30, 2025
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Un paso rápido por la ciudad donde murió el Libertador

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Abandonamos la última morada de Bolívar, el museo que lo evoca en todas sus dimensiones, y pronto dejamos también atrás Santa Marta. Un buen destino desde el que se pueden emprender muchos otros caminos


 

Este año he tenido la oportunidad de regresar a lugares a los que no iba hacía muchos años.  Sucedió con Quito, la capital del Ecuador. Y, brevemente, con Santa Marta.

La capital del Magdalena me hospedó por última vez a finales del año 1995 comienzos de 1996.

En ese momento, mi estadía se concentró en un hospedaje para backpackers en el centro de la ciudad, y una larga estancia en el parque Tayrona.  Todavía recuerdo el hostal. Un ala de la construcción estaba sin terminar, y era allí, desde las placas de concreto a la vista, de donde colgaban la larga hilera de hamacas que eran alquiladas por turistas, casi todos extranjeros, al módico precio de $2.000 pesos la noche.  Nuestra suerte estuvo un poco más acomodada, y la nuestra fue una habitación privada pero sin baño. El servicio sanitario estaba ubicado al final del corredor y debía ser compartido con los demás ocupantes del piso.

No obstante, la ciudad me pareció, en ese entonces, colorida y amable. Con sus parques y el recorrido sobre el mar, que en ese entonces no era aún un bulevar como el que encontré en este viaje de regreso.

Había turismo, pero concentrado en el tradicional sector de El Rodadero. Y el centro no era, como hoy, un epicentro de actividad, lleno de hostales, restaurantes y lugares con ofertas de productos autóctonos, orgánicos, de cocina de autor, entre otras muchas maravillas que pueden hallarse actualmente en sus alrededores.

 

Foto: Archivos personales de Martha Alzate

 

Playa Dormida

En este viaje, nos alojamos en el condominio Playa Dormida (Ver) , un moderno conjunto de edificios con un diseño arquitectónico sobresaliente. Diseñados por el arquitecto cartagenero, egresado de la Universidad de Los Andes, Fernando De La Vega, las edificaciones se distribuyen alrededor de una zona social central, compuesta por varias piscinas, corredores y terrazas; y su disposición vertical es en forma de sucesivas terrazas, lo que brinda la oportunidad de conservar en todos los niveles amplias vistas al mar y a la playa.

En esta misma playa llamada “Pozos Colorados”, de acelerado crecimiento turístico, se encuentran hoteles tradicionales como el Irotama y el Suana, y muchos otros hoteles y edificios.  Igualmente, en medio de todo este complejo turístico se encuentra un moderno centro comercial, el Zazué, que a su vez está complementado por un complejo habitacional (Ver) .  Allí, hay una variada oferta de restaurantes, locales comerciales y un supermercado de la cadena Carulla-Éxito.  Muy apropiado para brindar servicios a todas las unidades hoteleras y de residencia que rodean este sector.

El crecimiento acelerado de la oferta hotelera en este lugar se dio a partir de la década de los años noventa del siglo pasado, cuando fue declarada Zona Franca Turística. Entonces, según se asegura en un documento de El Tiempo del año 1995 (Ver) se empezaron a dar toda suerte de extraños movimientos en la compra venta de los terrenos de esta zona que antaño fue una salina y que, a todas luces, favorecieron la apropiación de particulares en detrimento de las propiedades ancestrales o tradicionales de campesinos e indígenas de la sierra nevada.

La cercanía al aeropuerto de todo este desarrollo turístico, así como la facilidad de desplazamiento a la ciudad, lo hacen un lugar muy apropiado para tomarse un descanso o hacer una inversión en segunda vivienda.

Ubicados en este alojamiento de lujo, disfrutando de la oferta de servicios, diversión y esparcimiento que el mismo lugar ofrece, emprendimos dos cortas expediciones a la ciudad. Una para recorrer el centro histórico y el bulevar peatonal contra el mar. Y otra para reconocer la Quinta de San Pedro Alejandrino, lugar en el que falleció el Libertador Simón Bolívar.

 

Foto: Archivos personales de Martha Alzate

 

El centro de la ciudad

El centro de Santa Marta tiene hoy en día varias de sus calles adoquinadas, sobre las cuales se sitúan los servicios de varios locales de comestibles, cafés, restaurantes, y también aquellos dedicados a la rumba nocturna.  Algunas de las casonas conservan su estructura atesorando frescos patios interiores, alrededor de los cuales se organizan los diferentes locales de comercio. Hay de todo: desde alojamientos boutique, hasta hosterías, pasando por restaurantes muy elegantes o aquellos que, siendo más informales, tienen propuestas innovadoras y creativas.

De manera pintoresca, las callejas se llenan con los muebles, sillas y mesas, dispuestas para la atención de los transeúntes, que acuden masivamente, sobre todo en las horas de la noche.  Hay mucho ruido, eso sí, en cercanías al parque de Los Novios. Parece que, a pesar de que las intervenciones arquitectónicas de las antiguas viviendas ya acogen el aire internacional que atrapa a turistas de todas las procedencias, aún el bullicio costero impide que se armonicen las diferentes propuestas en oferta, y cada una pretenden imponerse sobre la vecina, elevando hasta la locura los niveles de sus respectivos aparatos de sonido.

Un punto negativo en medio de un paseo muy agradable, en donde además de la buena comida, puede disfrutarse tranquilamente del espacio público (calles adoquinadas y parques), y de la misma intervención arquitectónica de las fachadas e interiores de las viviendas remodeladas, que se han hecho con gusto y siguiendo patrones de diseño muy contemporáneos.

Esta visita al centro estuvo acompañada por un recorrido por el bulevar peatonal que da contra el mar.  Esta es una zona que se percibe menos segura, y, por momentos, tuve la sensación que podían atracarnos.  Aunque había algo de presencia policial, el ambiente se percibía hostil, y mucho más popular que el de los sectores más próximos donde están ubicadas las casas remodeladas que ofrecen servicios de comercio y alojamientos.

En el paseo Rodrigo de Bastidas, así se llama el circuito peatonal frente al mar de Santa Marta (Ver), hay dispuesto un mirador en donde hay una estatua del fundador de la ciudad. La mezcla de materiales es armoniosa, y a la caída de la tarde las piedras coralinas, que tapizan la plazoleta central y el mirador, entran en perfecto juego con los tonos ocres que ofrece la pequeña muerte del sol en las aguas del mar.  La bahía se ofrece en todas sus dimensiones, y puede observarse desde allí la formación rocosa denominada “El Morro”, el espectáculo de las pequeñas embarcaciones de vela, o de los cargueros repletos de contenedores que se resisten a ser abrazados por las grúas.

 

Foto: Archivos personales de Martha Alzate

 

La otra visita: Quinta de San Pedro Alejandrino y Museo Bolivariano de arte contemporáneo

Quisimos acudir a reconocer, mi esposo y yo, la Quinta,  en compañía de mis dos hijos pequeños. Yo había visitado la hacienda en al que murió Bolívar en el año 1992. Estábamos de vacaciones en Santa Marta junto con mis padres, y yo solo deseaba quedarme de rumba en las playas del Rodadero. Pero, la voz imperativa de mi padre de “va o va”, me “animó” forzosamente a acudir a aquel lugar, del cual, guardaba hasta ahora una viva impresión sobre la basta sombra de sus árboles.

Al llegar encontré todo distinto. Hay una muralla que separa el lugar de la vía exterior. Y, en general, todo se ve mucho más cuidado. Tal vez los años transcurridos me dieron la posibilidad de apreciar mejor el conjunto, quizá el hecho de que haya estudiado afanosamente la figura de Bolívar, leyendo novelas, biografías y otros documentos respecto de él, incidió para que mi apreciación fuera más amplia y considerada.  Intenté respirar la atmósfera de la casa quinta.  Atesorar en mi la frescura de los jardines exteriores.

Recreé en mi mente esas últimas horas del Libertador. Las miradas que pudo haber dirigido a esos árboles centenarios, conducido como fue a ese lugar en su litera de moribundo.  Por una larga avenida en la que ondean banderas de los países de toda América, se llega a una amplia plazoleta en la que se emplaza el Altar de la Patria.  Monumento construido en mármol, en su interior se encuentran esculturas entre las que destaca una del Libertador.  La guía turística nos dijo que, pensado para inaugurarse en el año 1930 (para conmemorar el primer centenario de su muerte) solo pudo ser abierto oficialmente hasta unos años después, puesto que las esculturas encargadas a artistas europeos naufragaron en el viaje a América, y fue menester volverlas a hacer completamente.

De visita en la casa de la hacienda, recorriendo en compañía de nuestra guía y sus relatos cada uno de sus espacios, la nostalgia me invadió y no pude reprimir un sentimiento de orfandad y el mismo anhelo de haber contemplado en tiempo presente los acontecimientos que allí sucedieron.  La casa tiene una arquitectura de muros de tapias y arcillas en los pisos, fresca y acondicionada con corredores y patios exteriores e interiores.  Las habitaciones se encuentran amobladas con los muebles y utensilios usados en el momento del arribo de Bolívar al lugar.  Está el cuarto en el que descansó sus últimos días, y la cama en la que murió cubierta por una bandera patria.

Igualmente, el detalle dramático del reloj, cuya cuerda fue arrancada por uno de sus oficiales, preso de dolor, quien consideró, según se nos contó, que no era posible que ese reloj siguiera su curso después de la muerte de aquel hombre excepcional.  Están también abiertas al público las salas de estar y de lectura, la cocina, los baños, el comedor, la repostería y el área de las caballerizas. En la sala bolivariana, se puede contemplar una escultura de tamaño real cuyo rostro, a decir de la guía, fue una impresión que se tomó al cadáver en el momento justo de su deceso.  En este cuadro se encuentran documentos, pinturas, y objetos personales que completan la atmósfera de tributo permanente a este personaje único en nuestra historia.

 

Galería de fotos de Santa Martha

 

Como en todos mis recorridos, la arquitectura misma de la casa y sus exteriores, la historia de la hacienda y sus formas de habitar, de las cuales aún es posible visitar el espacio del antiguo trapiche, la destilería y la bodega de los licores, entre otras instalaciones que correspondieron a las labores propias de la propiedad, hicieron parte del deleite de esta visita.

En los jardines exteriores aún se conservan algunos de los árboles que ya eran especies grandes y desarrolladas en las épocas en que Bolívar estuvo allí. Incluso, se nos comentó que, en esos días finales, él se hacía llevar a unas hamacas, ubicadas al abrigo de esas ceibas y samanes.

Finalizada la visita a la casa, regresamos a la plazoleta, en cuyo costado está ubicado, enfrente del Altar de la Patria, el Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo (Ver) . En épocas del presidente Belisario Betancourt se gestionó la donación del terreno para la construcción de las instalaciones de este museo, cuya edificación es de una arquitectura sobresaliente.

La colección allí exhibida pretende ser un compendio de las diferentes expresiones plásticas de artistas bolivarianos.  Hay pintura, escultura, fotografía, y dibujos.  No es fácil hallar un hilo conductor o unidad en la exposición, pero en general, es un lugar con atractivo al cual, a mi juicio, la casa le aporta una porción importante.

Los materiales de la casa que son, fundamentalmente piedra y madera, se distribuyen armónicamente entre los corredores, los espacios internos de las salas de exhibición, y dos magníficos patios interiores.   La vegetación dispuesta en los jardines es fresca, y hace juego con las fuentes (dispuestas una en cada patio), en donde destacan los árboles, las palmas y los helechos colgantes.

 

Foto: Archivos personales de Martha Alzate

 

A un costado, se puede apreciar el teatro al aire libre Joaquín de Mier y Benítez. Es una estructura blanca, cuyo escenario central se prolonga por un corredor conformado por un buen número de columnas.  En él, se llevan a cabo representaciones culturales al igual que matrimonios, recepciones y otro tipo de eventos sociales.

Finalmente, damos un paseo corto por algunos de los espacios que hacen parte del extenso jardín botánico que rodea la Quinta. Fuentes y un pequeño lago adornan el recorrido.

Abandonamos la última morada de Bolívar, el museo que lo evoca en todas sus dimensiones, y pronto dejamos también atrás Santa Marta. Un buen destino desde el que se pueden emprender muchos otros caminos, pues su ubicación la relaciona con lugares tan fascinantes como La Guajira o la Sierra Nevada, y todo lo que a ellos rodea.  Nos vamos con la inquietud de regresar para profundizar más en todas estas maravillas.

Frank Sinatra está resfriado. 4ª parte

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Frank Sinatra, con un vasito de bourbon en la mano izquierda, se abrió paso entre la multitud. A diferencia de algunos de sus acompañantes, todavía estaba impecablemente planchado, con la pajarita del esmoquin en perfecto equilibrio, los zapatos sin mancha.


Por: Gay Talese

 

Durante el primer asalto Floyd Patterson persiguió a Clay por todo el cuadrilátero pero no pudo darle alcance, y de ahí en adelante fue el juguete de Clay, hasta que la pelea terminó por nocaut técnico en el decimosegundo asalto. Media hora más tarde casi todos se habían olvidado del combate y estaban de vuelta en las mesas de juego, o hacían cola para comprar entradas para el número de Dean Martin, Sinatra y Bishop en The Sands. El espectáculo, que incluye a Sammy Davis Jr. cuando está en la ciudad, consiste en unas pocas canciones y muchas interrupciones, todo muy informal, muy especial y bastante étnico, con Martin, copa en mano, preguntándole a Bishop: «¿Alguna vez viste el judiu-jitsu?»; y Bishop, haciendo de camarero judío, advirtiendo a los dos italianos que se cuiden, «porque tengo mi propia

organización: la matzia».Más adelante, después del último show en The Sands, el grupo de Sinatra, que ahora sumaba unos veinte —entre ellos Jilly, que había venido en avión desde Nueva York; Jimmy Cannon, el columnista deportivo preferido de Sinatra; Harold Gibbons, un directivo del sindicato de camioneros que se espera tomará el mando si Hoffa va a la cárcel—, subieron todos a una hilera de coches y enfilaron hacia otro club. Eran las tres de la mañana. La noche era aún joven.

Pararon en el Sahara, donde ocuparon una mesa larga en la parte de atrás para ver a un comediante pequeñito y calvo llamado Don Rickles, probablemente el cómico más cáustico del país. Su humor es tan basto, de tan mal gusto, que no ofende a nadie: es demasiado ofensivo para ofender a nadie. Cuando vio a Eddie Fisher entre el público, Rickles la emprendió contra él como amante, diciendo que no era de extrañarse que no pudiera con Elizabeth Taylor; y cuando dos hombres de negocios reconocieron ser egipcios, Rickles los fustigó por la política de su país hacia Israel; e insinuó abiertamente que la mujer que ocupaba una mesa con su marido era en realidad una buscona.

Cuando el grupo de Sinatra hizo su ingreso, Don Rickles no cabía de contento. Señalando a Jilly, Rickles le gritó: «¿Cómo se siente ser el tractor de Sinatra?… Sí, Jilly camina delante de Frank despejándole la vía». Luego, señalando con un gesto a Durocher, Rickles dijo: «Ponte de pie, Leo, muéstrale a Frank cómo te resbalas». A continuación se dedicó a Sinatra, sin pasar por alto a Mia Farrow, ni el peluquín que llevaba puesto, ni dejar de decirle que estaba acabado como cantante; y cuando Sinatra se rió, todos rieron; y Rickles señaló a Bishop: «Joey Bishop mira todo el tiempo a Frank para ver qué es gracioso».

Al rato, cuando Rickles se echó sus cuantos chistes de judíos, Dean Martin se puso de pie y le gritó: «Eh, siempre hablas de los judíos, nunca de los italianos», y Rickles lo interrumpió: «¿De qué nos sirven los italianos?… Como mucho para espantar las moscas del pescado».

Sinatra rió, todos rieron, y Rickles siguió en esta vena durante casi una hora, hasta que al fin Sinatra se levantó y dijo:

—Ya está bien, anda, acaba de una vez. Tengo que irme.

—¡Cállate y siéntate! —le replicó Rickles—.

Yo he tenido que oírte cantar.

—¿Con quién crees que estás hablando? —le contestó Sinatra a voz en cuello.

—Con Dick Haymes —dijo Rickles, y Sinatra rió nuevamente.Entonces Dean Martin procedió a derramarse en la cabeza una botella de whisky y, con el esmoquin empapado, se puso a darle golpes a la m esa. —Quién hubiera pensado que la borrachera puede hacer una estrella —dijo Rickles. Pero Martin gritaba: —Eh, quiero echar un discurso.

—Cállate.

—No.  Don, quiero decirte —insistía Dean Martin—… que creo que eres un gran artista.

—Bueno…, gracias, Dean —le dijo Rickles complacido.

—Pero no te atengas a lo que digo —dijo Martin, desplomándose en su asiento—: estoy borracho.

—Eso te lo creo —dijo Rickles.

A las 4 a.m. Frank Sinatra sacó a su grupo del Sahara, algunos con los vasos de whisky en la mano, bebiendo sorbos en la acera y en el automóvil. De vuelta en The Sands, entraron al casino. Seguía repleto de gente, las ruletas giraban, los jugadores de dados daban gritos al fondo.

Frank Sinatra, con un vasito de bourbon en la mano izquierda, se abrió paso entre la multitud. A diferencia de algunos de sus acompañantes, todavía estaba impecablemente planchado, con la pajarita del esmoquin en perfecto equilibrio, los zapatos sin mancha. Nunca se le ve perder la compostura, nunca baja la guardia del todo, no importa cuánto haya bebido ni cuánto lleve sin dormir. Nunca hace eses, como Dean Martin, ni jamás baila en los pasillos de los teatros ni salta sobre las mesas, como Sammy Davis.

Una parte de Sinatra, no importa dónde esté, siempre está ausente. Siempre hay una parte suya, si bien pequeña a veces, que sigue siendo II Padrone. Incluso ahora, al asentar el vasito de licor puro en la mesa de blackjack, de cara al crupier, Sinatra lo hacía desde cierta distancia, sin inclinarse sobre la mesa. Metiéndose la mano por debajo del esmoquin sacó del pantalón un fajo grueso pero limpio de billetes. Desprendió con cuidado un billete de cien dólares y lo puso en el fieltro verde. El crupier le repartió dos cartas. Sinatra pidió una tercera, se pasó, perdió los cien.

Sin mudar de expresión, Sinatra sacó otro billete de cien dólares. Lo perdió. Puso enseguida el tercero y lo perdió. Luego puso dos billetes de cien en la mesa y los perdió. Al cabo, tras apostar el sexto billete de cien dólares y perderlo, Sinatra se apartó de la mesa, señaló al hombre y dijo:

—Buen crupier.

El corro que se había congregado a su alrededor se abrió ahora para dejarle paso. Pero una mujer se le interpuso, entregándole un papel para que lo autografiara. Él se lo firmó y además le dio las gracias.

En la parte de atrás del espacioso comedor de The Sands había una mesa larga reservada para Sinatra. El comedor estaba más bien vacío a esas horas, con unas dos docenas de personas ocupándolo, entre ellas una mesa de cuatro jovencitas solas cerca de la de Sinatra. Al otro lado del salón, en otra mesa larga, había siete hombres sentados codo a codo contra la pared, dos de ellos con anteojos oscuros, todos comiendo en silencio, sin cruzar palabra, sentados nada más, comiendo, sin perderse nada.

Después de acomodarse y tomar otras cuantas copas, el grupo de Sinatra pidió algo de comer. La mesa era más o menos del mismo tamaño que la que le reservan cuando visita la taberna de Jilly en Nueva York; y las personas que ocupaban esta mesa en Las Vegas eran muchas de las mismas que a menudo se dejan ver allí con Sinatra, o en un restaurante en California, o Italia, o Nueva Jersey, o dondequiera que él esté.

Cuando Sinatra se sienta a cenar, sus amigos de confianza están cerca; y no importa dónde esté, no importa lo elegante que sea el lugar, algo del barrio se trasluce porque Sinatra, por lejos que haya llegado, tiene aún algo de muchacho del barrio; sólo que ahora puede llevar consigo el barrio.

En cierto modo, esta ocasión cuasi familiar en una mesa reservada en un sitio abierto al público es lo más parecido que ahora tiene Sinatra a una vida en familia. Quizás, tras tener un hogar y abandonarlo, él prefiera mantener las distancias; aunque no parecería ser propiamente así, dado el cariño con que habla de la familia, el estrecho contacto que mantiene con su primera mujer y su recomendación de que

no tome ninguna decisión sin consultársela. Se muestra siempre diligente por colocar sus muebles y otros recuerdos de sí mismo en la casa de ella, o la de su hija Nancy; y también sostiene relaciones cordiales con Ava Gardner. Cuando él estuvo rodando El coronel Von Ryan en Italia pasaron un tiempo juntos, perseguidos dondequiera que fueran por los paparazzi. En aquella ocasión hubo noticia de que los paparazzi le habían hecho a Sinatra una oferta colectiva de 16.000 dólares para que posara con Ava Gardner; y se dice que Sinatra hizo una contraoferta de 32.000 si le dejaban romperle un brazo y una pierna a uno de ellos.

Aunque a Sinatra le encanta estar completamente a solas en casa para poder leer y meditar sin interrupciones, hay ocasiones en las que descubre que pasará la noche solo, y no por elección. Puede llamar a media docena de mujeres y por un motivo u otro ninguna está disponible. Así que llama a su valet, George Jacobs.

—Esta noche vendré a cenar a casa, George.

—¿Cuántos van a ser? —Tan sólo yo —dice Sinatra—.

Quiero algo ligero. No tengo mucha hambre. George Jacobs es un hombre de treinta y seis años, divorciado dos veces, parecido a Billy Eckstine.

Ha viajado por todo el mundo con Sinatra y le es muy leal. Jacobs vive en un cómodo piso de soltero cerca de Sunset Boulevard, a la vuelta de la esquina de Whiskey à Go Go, y en la ciudad es conocido por la colección de retozonas chicas californianas cuya amistad cultiva, unas cuantas de las cuales, él lo reconoce, se le acercaron al principio por su relación con Frank Sinatra.

Cuando Sinatra llega, Jacobs le sirve la cena en el comedor. Luego Sinatra le informa que puede irse a casa. Si, en una noche de ésas, Sinatra llegara a pedirle a Jacobs que se quede un poco más o que jueguen unas manos de póquer, él lo haría gustoso. Pero Sinatra nunca se lo pide.

Ésta era su segunda noche en Las Vegas, y Frank Sinatra estuvo con sus amigos en el comedor de The Sands hasta las 8 a.m. Durmió casi todo el día, voló luego a Los Ángeles y al día siguiente por la mañana conducía su cochecito de golf por los estudios de la Paramount Pictures. Tenía programado para terminar dos escenas con la rubia y sensual Virna Lisi en la película Asalto a la Reina. Mientras maniobraba el pequeño vehículo calle arriba entre dos grandes estudios, divisó a Steve Rossi, quien, con su compañero de comedia Marty Allen, rodaba una película en un estudio contiguo con Nancy Sinatra.

—¡Eh, italiano —le gritó a Rossi—, deja de besar a Nancy! —Es parte de la película, Frank —dijo Rossi, mirando hacia atrás mientras seguía andando.

—¿En el garaje? —Es mi sangre latina, Frank.

—Bueno, pues serénate —dijo Sinatra, guiñándole el ojo, antes de doblar con su cochecito de golf por una esquina y aparcarlo frente a un edificio grande y gris dentro del cual se iban a filmar las escenas de Asalto a la Reina.

—¿Dónde está el director gordinflón? —saludó Sinatra, entrando a zancadas en el estudio, que estaba repleto de asistentes técnicos y actores agrupados en torno a las cámaras.

El director, Jack Donohue, un hombre voluminoso que ha trabajado con Sinatra durante veintidós años en diversas producciones, ha tenido dolores de cabeza por esta película. Le habían recortado el guión, los actores se habían impacientado y Sinatra se había aburrido. Pero ahora sólo faltaban dos escenas: una corta que sería rodada en la piscina y una más larga y apasionada entre Frank Sinatra y Virna Lisi que sería rodada en una playa artificial.

La escena de la piscina, que dramatiza la situación cuando Sinatra y sus compinches de secuestro fracasan en el intento de saquear el Queen Mary, salió rápido y bien. Cuando Sinatra se vio obligado a quedarse con el agua hasta el cuello durante unos minutos, dijo:

—Movámonos, compañeros…, esta agua está fría y yo acabo de salir de un resfriado.

Así que los equipos de cámaras se le acercaron, Virna Lisi se puso a chapotear en el agua junto a Sinatra y Jack Donohue les gritó a los asistentes que manejaban los ventiladores: «¡Hagan las olas!», y otro hombre dio la orden: «¡Agiten!», y Sinatra empezó a cantar: Agitate in rhythm,10 pero hizo silencio cuando las cámaras empezaron a rodar.

En la siguiente escena Frank Sinatra estaba en la playa simulando que miraba las estrellas y Virna Lisi debía acercársele, lanzarle cerca uno de sus zapatos para avisarle de su presencia y luego sentarse a su lado y prepararse para una sesión apasionada. Antes de comenzar, la señorita Lisi amagó con tirarle el zapato a la figura de Sinatra, que se extendía boca arriba en la playa. Ya iba a lanzarlo cuando Sinatra alzó la voz:

—Me pegas en el pájaro y me voy a casa.

Virna Lisi, que poco inglés entiende y con seguridad nada del especial vocabulario de Sinatra, puso cara de incomprensión, pero todos rieron tras las cámaras. Entonces le arrojó el zapato. Este dio vueltas en el aire, aterrizó en el estómago.

—Bueno, dio unos diez centímetros más arriba —anunció él.  Otra vez ella quedó desconcertada con las risas tras las cámaras. Luego Jack Donohue les hizo ensayar sus papeles, y Sinatra, todavía muy entonado con el viaje a

Las Vegas y ansioso de ver rodar las cámaras, dijo: «Intentémoslo». Donohue, aunque dudaba de que Sinatra y Lisi supieran bien sus papeles, dio el visto bueno, y el asistente de la claqueta anunció: «419, toma 1», y Virna Lisi se acercó con el zapato y se lo arrojó a Frank, tendido en la playa. Le cayó junto al muslo, y la ceja derecha de Sinatra se alzó casi de manera imperceptible, pero el personal captó el mensaje y sonrieron todos.

—¿Qué te dicen esta noche las estrellas? —preguntó la señorita Lisi, recitando su primera línea mientras se sentaba en la playa al lado de Sinatra.

—Las estrellas me dicen esta noche que soy un idiota —dijo Sinatra—, un idiota chapado en oro por haberme enredado en esto.

—Corten —gritó Donohue. Había sombras de micrófonos en la arena, y Virna Lisi no se había sentado donde debía estar, cerca de Sinatra.

—419, toma 2 —dijo el asistente de la claqueta.

La señorita Lisi se aproximó de nuevo, le lanzó el zapato y esta vez falló por poco. Sinatra suspiró apenas y ella le preguntó:

—¿Qué te dicen esta noche las estrellas?

—Las estrellas me dicen esta noche que soy un idiota —dijo Sinatra—, un idiota chapado en oro por haberme enredado en esto.

Entonces, según el guión, Sinatra debía continuar: «¿Sabes en qué nos estamos metiendo? En cuanto pongamos pie en el Queen Mary, quedaremos fichados». Pero Sinatra, que a menudo improvisa, recitó:

—¿Sabes en qué nos estamos metiendo? En cuanto pongamos pie en ese maldito barco… —No, no —interrumpió Donohue, sacudiendo la cabeza—. No creo que eso esté bien. Las cámaras pararon, hubo risas y Sinatra alzó la cara desde su posición en la arena como si lo

hubieran cortado injustamente. —No veo por qué eso no pueda servir… —empezó a decir, pero Richard Conte gritó detrás de una

cámara: —Eso no lo proyectarían en Londres. Donohue se pasó la mano por el escaso pelo gris y dijo, aunque sin verdadero enfado:

—Saben, la escena iba bastante bien hasta que alguien la estropeó.

—Yeah —asintió el camarógrafo, Billy Daniels, sacando la cabeza por detrás de la cámara—, la toma era bastante buena…

—Cuida tus palabras —interrumpió Sinatra.

Entonces Sinatra, que tiene el don de ideárselas para no repetir una escena, sugirió una manera de usar lo filmado y regrabar después la parte defectuosa. Hubo aprobación. Las cámaras volvieron a rodar, Virna Lisi se inclinó sobre Sinatra en la arena y él la atrajo hacia sí para estrecharla. La cámara se acercó entonces para hacer un primer plano de sus caras y estuvo zumbando durante varios segundos, pero Sinatra y Lisi no dejaron de besarse; seguían simplemente tendidos en la arena, envueltos en un mutuo abrazo… y la pierna izquierda de Virna Lisi empezó a levantarse levemente. Todos en el estudio ahora miraban en silencio, no se oía una palabra, hasta que Donohue dijo:

—Si algún día terminan, háganmelo saber. Se me está acabando la película.

Entonces la señorita Lisi se puso de pie, se alisó el traje blanco, se peinó hacia atrás su pelo rubio y se retocó el lápiz de labios, que se había corrido. Sinatra se puso de pie con una sonrisita y se dirigió al camerino.

Al pasar frente a un hombre mayor que cuidaba una cámara, Sinatra le preguntó:

—¿Cómo va tu Bell and Howell?11 —Está muy bien, Frank —dijo el hombre, sonriendo. —Qué bien. En su camerino Sinatra fue recibido por un diseñador de automóviles que traía los planos del nuevo modelo hecho por encargo para reemplazar el Ghia de 25.000 dólares que Sinatra venía conduciendo durante los últimos años. Lo esperaban también su secretario, Tom Conroy, con un saco repleto de cartas de admiradores, incluyendo una del alcalde de Nueva York, John Lindsay; y Bill Miller, el pianista de Sinatra, que venía a ensayar algunas de las canciones que debían grabar al final de la tarde para el nuevo álbum, Moonlight Sinatra.

Aunque a Sinatra no le importa exagerar la nota un poco en el estudio de cine, es sumamente serio con las sesiones de grabación de un disco. Como le explicaba a un escritor británico, Robin Douglas- Home: «Cuando te pones a cantar en ese disco, estás tú solo y nadie más que tú. Si sale malo y te trae críticas, tú cargas con la culpa y nadie más. Si es bueno, también es por ti. Con una película nunca es así: hay productores y guionistas, y cientos de hombres en sus oficinas y la cosa se te escapa de las manos. Con un disco tú lo eres todo».

But now the days are short I’m in the autumn of the year And now I think of my life As vintage wine

From fine old kegs.12

No importa ya qué canción canta, ni quién escribió la letra: son sus palabras, sus sentimientos, los capítulos de la novela lírica que componen su vida.

Life is a beautiful thing As long as I hold the string.13

Cuando Frank Sinatra llega al estudio, parece saltar del coche bailando para cruzar la acera y atravesar la puerta; y sin dilaciones, chasqueando los dedos, se sitúa frente a la orquesta en un cuarto íntimo, hermético, y muy pronto domina a cada hombre, cada instrumento, cada onda sonora. Algunos de los músicos lo han acompañado durante veinticinco años, han envejecido oyéndolo cantar

You Make Me Feel So Young.

Cuando su voz se conecta, como esta noche, Sinatra entra en éxtasis, la sala se electriza, la excitación se extiende a la orquesta y se deja sentir en la cabina de control, donde una docena de hombres, amigos de Sinatra, lo saludan con la mano detrás de la ventana. Uno de ellos es el pitcher de los Dodgers, Don Drysdale («Hey, Big D. —lo saluda Sinatra—, hey baby!»); otro es el golfista profesional Bo Wininger. También hay un número de mujeres bonitas de pie en la cabina detrás de los ingenieros, mujeres que le sonríen a Sinatra y mueven suavemente sus cuerpos al son acariciante de la música.

Will this be moon love Nothing but moon love Will you be gone when the dawn

Comes stealing through14

Cuando acaba, ponen la grabación que hay en la cinta; y Nancy Sinatra, que acaba de entrar, se une a su padre al pie de la orquesta para oír la reproducción. Escuchan en silencio, todos los ojos puestos en ellos, el rey y la princesa; y cuando la música termina, suenan aplausos en la cabina de control. Nancy sonríe y su padre chasquea los dedos y dice, sacudiendo un pie:

—¡Ooba-deeba-boobe-do!

Entonces llama a uno de sus hombres:

—Eh, Sarge, ¿crees que me podría tomar media tacita de café? Sarge Weiss, que estaba oyendo la música, se levanta lentamente.

—No quería despertarte, Sarge —le dice Sinatra, con una sonrisa.

Sarge regresa con el café y Sinatra lo mira, lo olfatea y anuncia:

—Pensaba que él iba a ser bueno conmigo, pero miren: ¡café de verdad! Hay más sonrisas y ya la orquesta se prepara para el siguiente número.

Y una hora después todo ha terminado. Los músicos guardan los instrumentos en los estuches, toman sus abrigos y empiezan a desfilar por la salida, dándole las buenas noches a Sinatra. Él los conoce a todos por el nombre, sabe mucho de su vida personal, desde sus días de solteros hasta sus divorcios, con todos sus altibajos, tal como ellos saben de la de él. Cuando un trompa, un italiano bajito llamado Vincent DeRosa, que ha tocado con Sinatra desde los días del Hit Parade radiofónico de los cigarrillos Lucky Strike, pasaba por un lado, Sinatra alargó el brazo y lo detuvo por un momento.

—Vicenzo —le dijo Sinatra—, ¿cómo está tu nenita?

—Está muy bien, Frank.

—Oh, ya no es una nenita —se corrigió Sinatra—: ahora debe de ser una niña grande.

—Sí, ahora va a la universidad. A la USC 15.

—Fantástico. —También, Frank, creo yo, tiene un poquito de talento como cantante.

Sinatra calló por un instante y luego dijo: —Sí, pero más le conviene educarse primero, Vicenzo. Vincent DeRosa asintió: —Sí, Frank —y agregó—: Bien, buenas noches, Frank. —Buenas noches, Vicenzo. Cuando todos los músicos se marcharon, Sinatra salió de la sala de grabación y se unió a sus amigos en el corredor. Pensaba salir a tomarse unos tragos con Drysdale, Wininger y otros pocos, pero primer fue al otro extremo del corredor, a despedirse de Nancy, que había ido por su abrigo y tenía planeado irse a casa conduciendo su propio coche.

Después de besarla en la mejilla Sinatra corrió a reunirse con sus amigos en la puerta. Pero antes de que Nancy pudiera salir del estudio, uno de los hombres de Sinatra, Al Silvani, un antiguo mánager de boxeo profesional, se le unió.

—¿Ya estás lista para salir, Nancy? —Oh, gracias, Al —dijo ella—, pero estaré bien.

—Órdenes de papi —dijo Silvani, alzando las palmas de las manos.

Sólo cuando Nancy le señaló a dos amigos suyos que la iban a escoltar a casa, y sólo después de que Silvani los identificó como amigos, el hombre se marchó. El resto del mes fue soleado y cálido. La sesión de grabación había salido de maravilla, la película estaba terminada, los programas de televisión habían quedado atrás, y ahora Sinatra iba en su Ghia rumbo a su oficina para empezar a coordinar sus más recientes proyectos. En los próximos meses tenía una presentación en The Sands, una nueva película de espías titulada Atrapado que sería filmada en Inglaterra y la grabación de un par de álbumes. Y dentro de una semana cumpliría cincuenta años.

Life is a beautiful thing As long as I hold the string I’d be a silly so-and-so

If l should ever let go16

Frank Sinatra detuvo el coche. El semáforo estaba en rojo. Los peatones cruzaban rápido frente al parabrisas, pero, como de costumbre, uno no lo hizo. Se trataba de una chica veinteañera. Se quedó en la acera sin quitarle los ojos de encima. Él podía verla por el rabillo del ojo izquierdo, y sabía, porque eso le pasa casi a diario, que ella estaba pensando: parece a él, pero ¿será?

Justo antes de que cambiara el semáforo Sinatra se volvió hacia ella y la miró a los ojos, esperando la reacción que él sabía se iba a producir. Se produjo, y él le sonrió. Ella le sonrió y él se perdió de vista.

 

Banda Sonora de esta 4ª Parte

El Corruptour llega al Eje Cafetero: súbete al viaje por la corrupción

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Transparencia por Colombia, Datasketch y el Sistema Universitario del Eje Cafetero – SUEJE invitan a los ciudadanos, este sábado 2 de junio de 2018, a subirse al Corruptour; un recorrido guiado en chiva por algunos lugares afectados por la corrupción en Pereira y Dosquebradas


 

 

  • El próximo viernes 1 de junio en Armenia y el sábado 2 de junio en Pereira y Dosquebradas se realizará un recorrido en chiva por lugares emblemáticos afectados por corrupción.
  • El Corruptour invita a los ciudadanos a recuperar la memoria sobre los casos de corrupción ocurridos en la ciudad, a generar una reflexión y a buscar colectivamente soluciones a este flagelo.
  • Después de dos versiones del Corruptour en Bogotá, esta es la primera vez que se realiza a nivel regional en Colombia y en el Eje Cafetero.

 

Pereira, mayo 30 de 2018

Transparencia por Colombia, Datasketch y el Sistema Universitario del Eje Cafetero – SUEJE invitan a los ciudadanos, este sábado 2 de junio de 2018, a subirse al Corruptour; un recorrido guiado en chiva por algunos lugares afectados por la corrupción en Pereira y Dosquebradas. Este proyecto está inspirado en el primer Corruptour que surgió en Monterrey y Ciudad de México en el año 2014. Para el caso de Pereira, el Corruptour cuenta como aliados a la Corporación Vigía Cívica y el portal digital La Cola de la Rata.

A través del humor y de datos e investigaciones oficiales, los ciudadanos podrán conocer durante una hora de viaje, hechos de corrupción que han afectado a las dos ciudades desde una mirada histórica.

Además de visitar los lugares emblemáticos escogidos, el Corruptour brindará información histórica y detallada sobre los hechos de corrupción allí ocurridos, así como los delitos, los actores y el dinero en juego en cada caso. Los asistentes también conocerán que los hechos de corrupción en su ciudad han afectado en su mayoría sectores como salud, servicios públicos y saneamiento básico, educación, recreación y deporte, electoral, industria y comercio, innovación y tecnología

Andrés Hernández, Director Ejecutivo de Transparencia por Colombia, afirma: “a través de esta recuperación de memoria en el Corruptour, invitamos a los ciudadanos a generar un diálogo, una reflexión y sobre todo, a que juntos busquemos soluciones a este flagelo que tanto afecta a nuestro país. Es importante que como ciudadanos nos empoderemos y logremos hacerle un quiebre a la corrupción en Colombia”.

 

Sobre el Corruptour en Pereira:

  • Reflexionaremos sobre los siguientes casos de corrupción en Pereira:
    • Caso de Adultos Mayores
    • Caso Enelar.
    • Caso pérdida de investidura del exsenador Soto.
    • Caso cartel de la chatarra.
    • Caso manejo de las Regalías.
    • Caso Irregularidades en la entrega del Megacolegio La Macarena de Dosquebradas.
    • Caso Cubierta de canchas en cinco barrios de Dosquebradas.

 

  • Cuándo: Sábado 2 de junio a las 9:00 a.m.
  • Dónde: Salida desde la Plaza Cívica de Ciudad Victoria.
  • Horario del recorrido: de 9:00 a.m. a 11:00 a.m.
  • Totalmente gratis.
  • Al final del recorrido, habrá un acto cultural de cierre rechazando la corrupción, en la Plaza Cívica de Ciudad Victoria.

Invitamos a los interesados a inscribirse a través de la página web: http://corruptour.datasketch.co/

Acompáñanos y ¡súbete al Corruptour!

 

Nota: Esta actividad es posible gracias a la contribución 11497 de 2017 “Promoción de la transparencia y prevención de la corrupción para el bien común” de la Embajada de Suecia, la Fundación Panamericana para el Desarrollo – FUPAD y Transparencia por Colombia.

 

Sobre Transparencia por Colombia:

La Corporación Transparencia por Colombia -TpC-, capítulo nacional de Transparency International, nace en 1998 como respuesta de la sociedad civil colombiana a un escenario político complejo, por la incidencia de la corrupción en la institucionalidad pública y en el debilitamiento de la democracia. Desde entonces, TpC ha liderado desde la sociedad civil la lucha contra la corrupción y por la transparencia, en lo público y en lo privado, para promover una ciudadanía activa, fortalecer las instituciones y consolidar nuestra democracia.

 

Recorrido del Corruptour Pereira y Dosquebradas el próximo sábado:

9 am. Charla introductoria y Salida desde la Plaza Cívica de Ciudad Victoria.
9:20 am Primera parada Plaza de Bolívar, al lado de la alcaldía de Pereira: se exponen dos casos: adultos mayores y Enelar.
9:40 am Segunda parada: Sede del Partido de La U: Pérdida de Investidura senador Soto
9:50 am Tercera Parada: Sede de la DIAN Cartel de la Chatarra
10:10 am Cuarta Parada Camara de Comercio DQ. Manejo de regalías
10:25 am Quinta Parada: Colegio La Macarena DQ
10:40 am Sexta y última parada Cubierta de canchas en cinco barrios de DQ. Entre la 5 y la sexta parada hay tres cuadras.
11 am Llegada Plaza Cívica

 

 

Infografía: Diego Val

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Mayor información | María Paula Rincón | Tel. (571) 610 0822 Ext. 106 | Cel: 3012067510 | [email protected]

Género, lucha y territorio en el Barrio Saturno

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Una galería para un Quilombo de mujeres líderes en el barrio Saturno (Frailes-Dosquebradas)


 

El Colectivo Quilombo de la Ciudad de Pereira conmemoró en el marco del mes de la “Herencia Africana” un encuentro de mujeres líderes de diferentes barrios de la ciudad. El objetivo fue conversar sobre el papel de las mismas como víctimas del conflicto armado. También temáticas como las madres cabezas de hogar en resistencia y su vez como constructoras de oportunidades para los territorios.

Se contó con la participación de diferentes mujeres del área metropolitana, y entre estos lugares, de La Virginia, el barrio el Plumón Alto, barrio Cuba y por supuesto, del barrio Saturno de Dosquebradas.

Los invitamos a ver un poco de lo que fue el desarrollo de este encuentro.

Santa Rosa de Cabal y la gallina de los pollitos de oro

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Y  de esos tiempos data la idea de que las raíces de Santa Rosa son más profundas en Caldas que en Risaralda.


 

La montaña mágica

Carolina dice que su bisabuelo lo soñó, lo leyó o se lo contaron.

Pero hasta el día de su muerte el  viejo Nicanor insistió en que, durante una travesía entre Santa Rosa de Cabal y Marsella, se tropezó con una gallina seguida de una camada de pollitos de oro.

No se sabe muy bien cuando surgió esa historia entre los vecinos de El Alto del ChuzoEl cuento es que muchos caminantes de distintas generaciones dan fe de las palabras de Nicanor.

Incluso jóvenes ambientalistas que se aventuran por esos parajes  aseguran haberse cruzado con la gallina en cuestión y su bandada de polluelos dorados.

Al final importa poco si es verdad o leyenda: con ese tipo de relatos se ha tejido la historia de  todos los pueblos de la tierra.

En el antiguo camino entre  Santa Rosa y Marsella esas leyendas se daban silvestres. Tañidos de campanas, súbitas llamas que surgían de la montaña y hasta portales hacia otras dimensiones.

 

 

Foto: Jess Ar.

Eso cuentan.

La ruta  de los colonizadores es fértil en ese tipo de situaciones.

Y quienes  poblaron a Santa Rosa no fueron la excepción. Por eso sus descendientes erigieron una cruz  allá por 1940, con el fin de conjurar las fuerzas que extraviaban hasta al más experimentado de los aventureros. A 1950 metros de altura entre bosques de niebla puede suceder cualquier cosa.

Como darse de narices con La casa de los enanos, por ejemplo.

Pero Carolina repite que ha recorrido estos caminos decenas de veces y que lo único sobrenatural es la belleza misma del paisaje.

 

La dura tierra

Menos mágicos y más duros se les antojaron los caminos a  Fermín López y su grupo de colonizadores.

Corría la década de 1830, cuando Colombia era una suma de pugnas por apropiarse de grandes extensiones de tierra, en su mayor parte  baldías. Fermín y sus acompañantes  venían del oriente de Antioquia, siguiendo una avanzada que los llevó a pasar por Rionegro y Sonsón hasta alcanzar la cresta de una montaña donde ayudaron a fundar pueblos como Aranzazu.

Antes de ellos ya había gente poderosa afincada en la zona. La familia Aranzazu y la Sociedad  López Salazar y Cia no estaban muy dispuestas a permitir que los recién llegados ocuparan unos territorios de los que ellos se  sentían dueños, aprovechando la débil y confusa normatividad de tierras existente en ese momento.

No quedaba otra alternativa que  emprender la ruta hacia el  Estado del Cauca, donde las guerras  civiles habían dejado un montón de predios disponibles

Fue así como abandonaron San Cancio y tomaron rumbo hacia Cartago. Junto a media docena de familias acabaron asentándose en proximidades del cerro Monserrate  y el río San Eugenio. El estar en la ruta entre Antioquia y el Cauca facilitaría el rápido desarrollo unos años más tarde.

 

Foto: Jess Ar.

 

De momento, aprovecharon el agua y la fertilidad de la tierra, hasta que el 28 de agosto de 1844 el presidente de la República expide la ordenanza mediante la cual el poblado de Santa Rosa entra a pertenecer  al Estado Soberano del Cauca.

Con doce mil fanegadas de tierra empezó a labrarse el  destino de este vecindario que, gracias al turismo, el café y la ganadería, aparece hoy como la tercera localidad en importancia en el departamento de Risaralda.

 

Puente sobre aguas turbulentas

No ha sido fácil llegar hasta aquí.

En el principio fueron dos las rutas colonizadoras que partieron desde el Estado de Antioquia. Una la conformaron familias oriundas del suroeste, donde los hombres trabajaban como jornaleros en fincas de Fredonia, Venecia, Jardín, Andes, Jericó y Caramanta. Desde allí partieron con sus mujeres y sus niños, buscando las riquezas del Chocó, amplificadas por la leyenda. En su recorrido plantaron la simiente de poblaciones que después se llamaron Belén de Umbría, Apía, Mistrató, Balboa, La  Celia, Santuario y Pueblo Rico.

Fueron las familias del mestizaje, las que al cruzarse con los pueblos indígenas y negros de la frontera con el Chocó dieron lugar a nuevas formas de ver el mundo, expresadas en las músicas, en la gastronomía, en el tono de la piel, en la religiosidad y en las formas de labrar la tierra.

 

Foto: Jess Ar.

 

La otra ruta venía del oriente, donde poblados como Marinilla y Rionegro recibían todo el tiempo noticias sobre la cantidad de tierras disponibles.  Esas familias, integradas por blancos de ojos claros ostentaban su condición como una suerte de privilegio.

A su paso fundaron a Aguadas, Pácora, Aranzazu, Salamina y Manizales.

De esta última hasta donde hoy se ubica Santa Rosa se contaban  muchos tabacos de camino.

Y  de esos tiempos data la idea de que las raíces de Santa Rosa son más profundas en Caldas que en Risaralda.

De ahí que durante los meses previos a la creación de este último departamento  se dieran fuertes resistencias por parte de quienes  querían seguir perteneciendo a Caldas.

 

Foto: Jess Ar.

 

Tan fuertes que hasta último momento los gestores de la secesión tuvieron que  atravesar un puente sobre aguas turbulentas.

“Eso es tan cierto que hoy en Santa Rosa de Cabal se cuentan más hinchas del Once Caldas que del Deportivo Pereira”, sentencia Miguel, sentado en una de las bancas del Parque de las Araucarias a la espera de un grupo de franceses que se dirigen  a los termales.

Y todos  sabemos lo que el fútbol representa para  los pueblos de la tierra.

 

En las aguas ardientes

Alizee y Noel nacieron en Carcasona y  Marsella.  Treinta y tantos años ella, cuarenta él, se conocieron durante sus días de estudiantes en el campus de La Sorbona.

Igual que tantos europeos, llegaron a estas tierras  seducidos por los cantos de sirena del buen salvaje: buenos sentimientos, agua pura,  bellos  paisajes, vientos frescos y paz interior.

 

Foto: Jess Ar.

 

En parte, Colombia no los ha defraudado.

O por lo menos es lo que concluye Alizee, ahora que  se alista para sumergirse en las aguas termales.

“Una vecina colombiana en París nos habló todo el tiempo de dos lugares: Salento y Santa Rosa de Cabal. Al primero casi no pudimos entrar, por las caravanas de carros y por la cantidad de personas  que pretendían hacer lo mismo. Después fue muy bonito todo, incluida la cabalgata.

“En Santa Rosa ya  hemos visitado los alrededores. Nos  gustaron mucho las leyendas del Alto del Chuzo, pues se parecen  bastante a los relatos de los campesinos de Suiza o de Gales. También  estuvimos en una charla con los historiadores, donde aprendimos  muchas cosas sobre la forma como se organizaron estos territorios. Las luchas por la tierra, las disputas políticas y las transformaciones en las formas de vida, provocadas sobre todo por el turismo en masa.  Y cómo no hablar de lo que aprendimos acerca de Simón Bolívar, cuyas ideas estuvieron bastante influenciadas por la Revolución Francesa. Con ese recorrido, lo único que nos falta es sumergirnos de pies a cabeza en las aguas termales, para completar el bautismo a la colombiana”.

Aunque si le preguntamos a Noel, el hombre dice que lo mejor han sido los recorridos en bicicleta por algunas fincas cafeteras. Asegura que era un niño cuando Lucho Herrera se cubrió de aplausos en lo alto de Los Alpes,  pero que escuchando a su padre aprendió a amar a esos guerreros de las montañas, cuyos descendientes les disputan hoy los títulos  a los europeos   en cualquier terreno.

 

Foto: Jess Ar.

 

Desde Santa Rosa a  pedalazo limpio

Pocos  de quienes  lo ven hoy ocupándose de los huesos y los músculos de los  integrantes  de la selección colombiana de ciclismo, reconocen en él a ese  corredor que en los años ochenta  y noventa del siglo anterior- los de Parra, Flórez, Herrera, Rodríguez y compañía- ocupara un cuarto  lugar en los mundiales de ciclismo de 1991 y el mismo lugar en la Vuelta a Francia de  1993.

Se trata del médico Álvaro Mejía Castrillón. En el campo del deporte es uno de los hijos más queridos de Santa Rosa de Cabal, al lado de Juan Carlos Osorio, hoy entrenador de fútbol de la selección mexicana.

Bueno, también habría que sumar al futbolista Dorian Zuluaga, un diez de la vieja guardia, talentoso y hábil, en quien algunos aficionados creyeron  ver a un segundo Pibe Valderrama.

Sus compañeros de generación  lo recuerdan subiendo  como  si nada la cuesta del Alto de Boquerón, que a  pesar de su brevedad dejó con las piernas maltrechas a más de un grande del ciclismo mundial.

Mejía partió de Santa Rosa como quien dice a pedalazo limpio. En 1988  compitió en la Vuelta de la Juventud y en el clásico RCN. Aparte del Giro de Italia y la Vuelta a España .En  las vueltas de Galicia, Murcia y Cataluña lo vieron pasar con el ritmo firme y sin exasperaciones que siempre lo caracterizó.

 

Imagen extraída de: Blogs.El Colombiano

 

“Pudo haber sido tan grande como sus contemporáneos pero se retiró  muy temprano. Fueron apenas ocho años de carrera. En un momento determinado tomó la decisión de guardar la  bicicleta para los fines de semana  y dedicarse a estudiar medicina.  Algunos dicen que estaba fastidiado por los manejos sucios que se veían en el mundo del deporte. Pero a lo mejor sintió que había llegado al límite de sus fuerzas y optó por consagrarse al estudio. Lo único cierto es que es lo más grande que  ha tenido Santa Rosa en el campo deportivo. Viéndole la fuerza de las piernas era inevitable pensar en esos murales del maestro Leonel Ortiz”.

Lo dice Amanda Bermúdez, ingeniera mecánica, cincuenta años y  treinta de ellos dedicados a pedalear por las carreteras   rurales del municipio entre cinco y siete de la mañana. Más de una vez se cruzó con Álvaro Mejía cuando entrenaba en el vecindario. Recuerda que fue viéndolo como se  entusiasmó más con las bicicletas, hasta el punto de que no hay compromiso alguno que la haga renunciar a su rutina de cada mañana.

 

La canción del trabajo

El mural es todo fuerza, sudor y músculos que empujan yunques y engranajes. Son hombres desnudos y semidesnudos que  dejan la vida en el taller. En medio de todos, una mujer hincada de rodillas  se  dedica a rumiar su impotencia.

Es una de las obras del maestro Leonel Ortíz, considerado por muchos como uno de los grandes muralistas de América. Y hablamos de un continente que solo en México tiene a Rivera,  a Orozco y a Siqueiros.

Heredero de esa vigorosa tradición,  Leonel  Ortiz forjó- esa es la palabra precisa- su obra con los elementos que  le daba la vida cotidiana de su ciudad y su país. Los músculos  que nacen, se elevan, se debilitan y mueren son  el soporte de una parábola política que no cesa de reproducirse en el mundo: la de la explotación de unos hombres por otros. Toda esa cosmovisión se resume en un mural titulado así: La marcha del hombre, pintado en la sede  de la antigua Clínica Risaralda, en Pereira.

 

Foto: Jess Ar.

 

Con los brazos de esos hombres y la inventiva de unos cuantos más  que aprovecharon tanto la situación geográfica como la creatividad de los habitantes, Santa Rosa vivió desde sus orígenes  un dinamismo económico que la llevó a buscar formas de organización gremial  dirigidas a sortear las dificultades y  potenciar  las ventajas. Por eso en junio de 1957 nació la Cámara de Comercio de Santa Rosa de Cabal, agrupando  a empresarios de los sectores agrícolas y comerciales alrededor de una idea que conjugaba lo mejor de la visión del mundo de los primeros colonizadores.

Esa materia se hace visible en los murales de  Leonel Ortiz y en muchos sentidos influye en  el trabajo artístico y cultural de organizaciones como la Corporación Basoches, liderada por Jorge Mario López, que desde las expresiones estéticas promueve otras formas de convivencia y de gestión del territorio en una ciudad que no es ajena a las convulsiones y violencias propias de un país como Colombia.

 

En busca de Ricardo III

Con fuertes raíces en Santa Rosa de Cabal, el actor y cuentero Jorge Mario López encarnó a  Ricardo III  en una muy libre puesta en escena de la obra de Shakespeare propuesta por la agrupación teatral  El Paso.

Esa  obra los ha llevado a lugares tan distantes como México, Bolivia y China.

Con la misma obstinación de ese rey jorobado, invocando la tenacidad de fundadores como Fermín López,  Jorge Mario es la expresión visible de una manera de vivir la vida capaz de inventar gallinas con polluelos de oro si se trata   de ilustrar al mundo sobre el tamaño de las propias ilusiones.

 

Fotografía: Facebook personal del actor.

El insulto o cómo armar una guerra

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Vamos, pero ¿ a qué viene todo este cuento de injuriar y difamar ?


 

Foto extraída de: Presenciaadsis.

Ficha técnica

Año, país, duración 2017, Líbano, 110 minutos
Dirección y producción Ziad Doueiri
Guion Ziad Doueiri, Joelle Touma
Fotografía Tommaso Fiorilli
Música Éric Neveux
Reparto Adel Karam, Kamel El Basha, Christine Choueiri, Camille Salameh, Rita Hayek, Talal Jurdi, Diamand Bou Abboud, Rifaat Torbey, Carlos Chahine, Julia Kassar
Productoras Coproducción Líbano-Francia-Bélgica; Ezekiel Films / Scope Pictures / Tessalit Productions / Rouge International / Cohen Media Group [USA] / Ciné+ / Douri Films / Centre National du Cinéma / L’Aide aux Cinémas du Monde / Le Studio Canal+
Género Drama

 

Un insulto retrata y delata una cultura. ¿qué significa para un colombiano que otro le grite ¡Ojalá Hitler lo hubiera enviado a Treblinka! Posiblemente nada, porque no fue nuestro contexto, ni nuestra drama. Pero si en un aeropuerto nos ponen en una fila diferente por el mero hecho de ser colombianos, o nos preguntan: “¿cuánta cocaína lleva?” o nos gritan con cierto coraje: ¡su madre!, el asunto toma otro matiz porque toca unas fibras culturales concretas.

Claro, los adefesios tiene su arte, hasta su doctorado y no todos tienen boca y pluma para este privilegio profano. Y lo digo porque por ahí un joven, Juan Álvarez, colombiano, es el autor del libro ‘Insulto, breve historia de la ofensa en Colombia’ (Seix Barral Colombia. 16 de enero de 2018). Toda una novedad literaria que, seguro, muchos esperan venga con manual de ejercicios prácticos.

Con todo, sea hablado o escrito, sería difícil hacerle justicia al asunto del insulto, porque además hay gente que conserva cierta dignidad ante hechos de tan baja calaña. Vamos, pero ¿ a qué viene todo este cuento de injuriar y difamar ? En esencia, de la película libanesa “El Insulto” (2017) del director Ziad Doueiri. Una coproducción Líbano-Francia-Bélgica con un prontuario de reconocimientos  internacionales (y no por insultos) como:

 

Escena de la película. Foto extraída de: nosolocine.net

 

2017: Premios Óscar: Nominada a Mejor película de habla no inglesa.

2017: Festival de Venecia: Mejor actor (Kamel El Basha).

2017: Seminci de Valladolid: Premio del público.

2017: Premios David di Donatello: Nominada a Mejor film extranjero.

 

Y no es para menos, porque su trama es una bomba de tiempo, pues versa sobre la sensibilidad que existe entre las culturas del medio oriente, especialmente entre palestinos e Israelíes. Así es que todo comienza (según como nos lo quiere plantear el director) por un absurdo, como todo conflicto histórico. Una disputa verbal entre un cristiano libanés (Tony Hanna) y un refugiado palestino (Kasser Abdallah) que por una filtraciones de agua y una tubería destrozada  desencadenan una sucesión de eventos personales, barriales, laborales, hasta finalmente, llegar a estrados políticos y nacionales.

El lío, que comienza con una nimiedad, deja su primer insulto del palestino al libanés:  “maldito estúpido”. Luego el libanés , que buscando justicia al esperar una disculpa personal de Kasser Abdallah, no la obtiene,  prepara sus misiles verbales:

“Uds. son un pueblo de bastardos. De lo contrario se hubiera disculpado. Se merecen su mala reputación”.

Y luego la estocada final: “¡Tal vez Sharon debió exterminarlos a todos!”.

 

Escena de la película. Foto extraída de: Archi Sevilla Siempre Adelante.

 

Después de esto viene todo un compendio para un arte de la guerra: dos costillas rotas a Tony, un juicio sin abogados, despidos, xenofobia, de nuevo un juicio, ahora si con abogados, remembranzas históricas de cómo pasó todo entre los dos protagonistas y cómo pasó todo según la historia de las masacres entre palestinos y libaneses por igual. El asunto no tiene asidero, pues ninguno quiere dar el brazo a torcer. Tampoco la historia quiere cejar. 

Todo, como se afirmó,  inicialmente empezó por una cañería, por un insulto, pero todo insulto tiene un precio: un niño prematuro al borde de la muerte, un repartidor de pizza en el hospital, banderas agitadas y la intervención del presidente del Líbano (en la ficción cinematográfica) que habla con Tony Hanna y Kasser Abdallah para que pasen la página y apacigüen el conflicto nacional que podría desatarse. En fin, toda una madeja histórica de hostilidades que deben desentrañarse para buscar la conciliación.

Es esta una película que merece ser vista, (y que está en Cine en Cámara Pereira) ya que que calza perfectamente con los históricos comienzos de la guerra en nuestro país. ¿Le suenan los términos gallinas, cerdos, Marquetalia, Ejército? Ya, ya, ya sabemos por dónde va el agua al molino. En fin, como afirma Angela María Arbeláez:

“las FARC se mostraron como una guerrilla campesina nacida espontáneamente un día de 1964, luego de que el Ejército Nacional bombardeara las gallinas, los marranos y los sembrados de un tal pueblo llamado Marquetalia”. 

Por ahí va el tema.

 

Escena de la película. Foto extraída de: Cdn.20m.00

 

Porque la naturaleza humana, y un centenar de animales calcinados en un pueblito colombiano, dejó como saldo: una guerrilla, 220.000 mil muertos, 25.000 mil desaparecidos y 4.744.046 desplazados,  hasta su desarticulación de la “guerra” en  el llamado “proceso de paz” que convirtió a las Farc en un movimiento político.

Entonces, ¿vale la pena insultar? Parece que es catártico cuando se hace a solas, pero catastrófico cuando se profieren desahogos de ese tipo frente a otros. Todo mundo tiene derecho a una dosis de rabia, de dolor, de insultar por insultar, pero lo injustificado es que esa libertad o sentimiento, viole la integridad o dignidad del otro.

En ”El insulto” (2017), se pasa la página de la manera más inesperada. Kasser Abdallah, que ha intentado de todas formas no pedir disculpas, sino arrojarse la culpa de haber injuriado al libanés, regresa al taller de mecánica de Tony Hanna y lo insulta con un propósito: que Tony también le rompa dos costillas para quedar a paz y salvo, buscando una ley más universal, la ley del Talión del “Ojo por ojo y diente por diente”. Al final, el asunto no se arregla en los estrados, sino entre ellos, y algo que solo queda en la conciencia de ambos, pues el veredicto del juez no le hace justicia ni a uno ni al otro, porque se entiende que la guerra empieza por algo absurdo, y darle fin no es tan fácil como parece.

 

Escena de la película. Foto extraída de: Amazonaws

 

Una película recomendada para todo público, al menos para uno critico, o para uno que piensa como Jean Paul Sartre de que “cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres lo que mueren”.

 

Trailer

https://www.youtube.com/watch?v=huKZu-YoWoI

Cine Club La Florida, un espacio como punto de encuentro y creación

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El disfrutar es libre, el aprender es libre.


 

Diego Alejandro Hoyos y su familia vienen de Guática, Risaralda. Hace 16 años se trasladaron al corregimiento de La Florida, en Pereira. Allí  se establecieron y es donde actualmente funciona el Cine Club La Florida.

A los 13 años Diego llegó al corregimiento, estaba cursando noveno grado:

“No fue un asunto fácil, ya que las familias que proceden del campo, suelen ser muy arraigadas a su terruño; familias que se pasan toda una vida; nunca cambiaron de casa, nunca pasó nada más que conocer el pueblo, pero a nosotros la situación de la violencia nos obligó a otra cosa”.

 

Fotografía: Stefanny Rodríguez.

 

Una de las vacaciones en las que se fue a pasear a Guática,  se encontró con un compañero que estaba vendiendo películas y música en cedés:

Los muchachos del pueblo siempre son muy rebuscadores, por ejemplo yo tuve una carreta; con algunos amigos hacíamos algunos jornales, íbamos a limpiar cebolla, después de hablar con mi amigo el de las películas, llegué a Pereira y me fui a San Andresito a conseguir las películas, para empezar el negocio en La Florida.

A partir de ese momento el mundo del cine y la música conectaron profundamente. Cada película o álbum que adquiría, lo escuchaba para seleccionar el cliente ideal para ese producto. Con el tiempo adquirió un bagaje y un gusto definido en la música y en el cine. A los 16 años, en el cine del Pereira Plaza, cuenta que pudo ver su primera película en pantalla grande y a partir de ahí, una vez por semana siguió asistiendo a las salas de cine.

 

Fotografía: Stefanny Rodríguez.

 

Después del colegio Diego tenía la idea de irse a un seminario por influencias de familia, pero antes decidió pasar una temporada en una finca en Guática durante un año. A partir de esa experiencia su camino tomó otro rumbo;  leyó muchísimo y se dio una ruptura con todo lo anterior.

Regresó a La Florida, donde instaló unas cabinas telefónicas, donde es el actual local del Cine Club. Allí se tejieron redes de amistad y  proyectos comunes, entre ellos el gusto por la cultura y el cine.

Empezamos a ver películas. En ese momento yo ya tenía un bagaje. Nos reuníamos en la casa de cualquiera y nos poníamos a ver películas, hacer sándwich y charlar sobre eso. Pensamos en presentar películas para el corregimiento. Hablamos con unos muchachos de la Universidad Católica de Pereira y nos reunimos para ver qué necesitábamos; nos conseguimos un video beam  en Pereira; un señor de la bananera prestó la cabina y conseguimos pendones del teatro Santiago Londoño que utilizábamos al revés como pantalla; la primera proyección fue el 9 de mayo del 2009 un viernes a la 6 pm.

 

Fotografía: Stefanny Rodríguez.

 

La primera proyección fue en la calle y llegaron más de ochenta personas. Era una propuesta diferente. Antes no se había hecho. Desde el local se había tejido esa amistad, era un espacio de encuentro.

“La gente quedó muy animada, y ya preguntaban que cuándo íbamos a presentar la próxima película y dijimos que al siguiente viernes.  Volvimos a la odisea de conseguir todos los equipos, pero nos dimos cuenta que ahí surgió un proyecto. Siguió la película semanalmente, se intentó hacer cine-forum. Después organizamos ciclos;  el primero fue en octubre de ese 2009, empezamos con Tim Burton”. 

En la tercera proyección decidimos ponerle nombre: Cine Club La Florida, y organizamos el logo que eran esas montañas que se veían en el fondo del callejón con una representación de lo que es el río, que en este caso es el carrete de película, encerrado en un círculo que puede ser la luna.

 

Fotografía: Stefanny Rodríguez.

 

El Cine Club ha sido un espacio para compartir. Empezó como un proyecto que ofrecía un espacio alternativo emitiendo películas cada viernes; además se proyectaban uno o dos cortos, y en el transcurso de la semana en el espacio pasaba la gente y comentaba sobre la película y se generaban discusiones sobre cine.

Durante nueve meses se proyectaron películas. Cada viernes empezamos hacer crispetas y a venderlas a 500 pesos, entonces ya los papás le daban a los niños para sus crispetas y gaseosas. Ese era el parche en ese momento. Ese año se nos ocurrió hacer una rifa para comprar material, pero se cayó la rifa, entonces la gente dijo que no devolviéramos la plata, ahí pudimos comprar el primer Vídeo Beam. Y con las crispetas se habían recaudado fondos  más un ajuste personal compramos la cabina. Entonces ya teníamos videobeam, cabina y biblioteca.

Empezaron los talleres de cine. Diego realizó un Diplomado en cine, y en el espacio se ofrecieron talleres, encuentros en torno al cine, intercambios de experiencias, ideas y conocimiento.

 

Fotografía: Stefanny Rodríguez.

 

Hubo como un boom hace cuatro años donde mucha gente que estudiaba en Pereira, querían tener que ver con La Florida; entonces acá se creaban historias, guiones, grabábamos y fue una época de mucha creatividad.

Después de las primeras proyecciones, el proyecto tomó forma. Surgió la biblioteca comunitaria,; la gente donó libros, y todo lo demás ha sido auto gestionado.

Nosotros soñábamos y aún lo hacemos, con una Casa de la Cultura; un lugar donde haya música, teatro, danza, cine; durante mucho tiempo buscamos opciones; en ese momento había mucha gente que hoy ya no está; de hecho la primera exposición que se hizo en el espacio,  fue de Guillermo Mejía, un señor que procedía del campo que le gustaba pintar ; él falleció antes de la muestra y se  hizo en homenaje a él.

 

Fotografía: Stefanny Rodríguez.

 

Después surgió el festival cultural ecológico “Montaña Mágica”, donde convergen muchas disciplinas: música, teatro, cine, plástica. De este festival se hicieron tres versiones.

Todo empezó porque vino una chica buscando una finca para unos artistas, y entonces nosotros le buscamos y en contraprestación ellos nos colaboraron con presentaciones, fue realmente lindo, música, circo y teatro en vivo. También se hizo un mercado de pinturas y se enlazó con una actividad más constante;  un proyecto llamado “Camino a la Montaña”,  se realizaba una vez al mes, donde habían presentaciones de  músicos, o un artista plástico, una película y ya el evento grande era el Festival.

El espacio ha estado mutando: primero fue un sitio de cabinas de Telecom; luego una biblioteca comunitaria que recrea un espacio cultural comunitario o el cine club, donde actualmente es un punto de encuentro de artistas, exposiciones,  música, cerveza y buen café.

Es la posibilidad de tener un espacio para compartir experiencias, arte, conocimiento y vida”.

Kyōkai no Kanata: Un amor más allá del limite

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Con este anime estamos ante una de esas obras románticas que pasan sin pena ni gloria cada cierto tiempo en los estrenos de temporada.


 

Kyōkai no Kanata, que originalmente apareció como una novela ligera (wasei-eigo) escrita por Nagomu Torii y acompañada por ilustraciones de Chise Kamo, trascendió del formato papel y después de tres volúmenes, a la pantalla, debido a la aceptación de un gran público que demandaba, o mejor, esperaba la peculiar historia juvenil.  La adaptación al anime se emitió con éxito entre el 2 de octubre de 2013 y el 18 de diciembre del mismo año, con un total de 12 episodios, realizados por el estudio “Kyoto Animación, quien este año va a emitir en pantalla de la misma forma, otro anime: “Violet Evergarden”.

Este estudio de animación, que posteriormente también tuvo el privilegio de preparar dos películas más de la franquicia:  Kyōkai no Kanata Movie I’ll Be Here – Kako-hen (14 de marzo de 2015) con una duración de 82 minutos que resume los 12 episodios transmitidos ; y Kyōkai no Kanata Movie I’ll Be Here – Mirai-hen (25 de abril de 2015) película que con una duración de 90 minutos ofrece un cierre de la historia.

En Kyōkai no Kanata se narra la vida de un estudiante aparentemente normal de nombre Akihito Kanbara que en realidad es un híbrido mitad humano mitad “Yōmu”. Debido a esto posee un extraordinario factor regenerativo que en términos prácticos lo hace inmortal. Akihito es acosado por una novata recién transferida a su escuela llamada Mirai Kuriyama, la cual afirma ser una guerrera espiritual y está decidida a exterminarlo. Hecho que desencadena una serie de eventos desafortunados (aunque afortunados) que les llevará a convertirse en amigos muy cercanos.

 

Imagen extraída de: Deviant Art.

 

Es una trama básica pero muy curiosa, ya que con este anime estamos ante una de esas obras románticas que pasan sin pena ni gloria cada cierto tiempo en los estrenos de temporada. Y aunque inicialmente está cargado de comedia,  la historia va madurando progresivamente a lo largo de sus 12 capítulos, dejándonos en sus últimos episodios con una sensación de ver una temática diferente a la que aparentaba ser en sus inicios. Así es que logra conseguir un cierre dramático, en definitiva, y según mi opinión, insatisfactorio.

Personalmente, lo confieso, no quería ver este anime, ya que por su sinopsis, trailer y póster promocionales, daba la impresión que sería una obra al estilo de K-ON! (serie de manga en cuatro paneles escrito e ilustrado por Kakifly), cargados de MOE («florecimiento», ocasionalmente escrito moé, es una palabra del argot japonés que originalmente se refiere a un fetiche por los personajes de videojuegos, anime o manga) sin sentido, lo cual jamás ha sido precisamente de mi agrado particular.

No obstante tuve la buena fortuna de cruzarme con su segunda película la cual contiene un desarrollo nostálgico que consigue involucrarte a totalidad con la obra y regresar a ella.

 

Imagen extraída de: Media-Imdb.

 

Así que me decidí a darle una oportunidad y me encontré con una historia muy interesante y con muchísimo potencial pero llena de capítulos diarios que no aportan nada a su desarrollo y que contrastan con los capítulos super acelerados en el avance de la historia.  En particular Kyōkai no Kanata tiene episodios muy buenos y divertidos pero en general debo decir que es una historia muy desaprovechada y hasta cierto punto mal ejecutada.

Otro de sus fallas es que deja muchos cabos sueltos que se niega a justificar, haciendo que muchas de las situaciones importantes pasen “porque si” o “porque no”. Punto.

Finalizando, Kyōkai no Kanata es una obra que me dejó  un sabor agridulce ya que a pesar de sus buenos episodios llenos de acción, dinamismo y drama, falla en aspectos vitales como el desarrollo de la obra y la justificación.  Además, claro,  que desaprovecha totalmente una gran trama y con un estilo de animación muy típico del estudio que no destaca demasiado. No obstante me atrevo a recomendar las dos películas, las cuales resultan ser un agradable vistazo a la historia en general.

 

Imagen extraída de: Vignette.Wikia

Un domingo entre sábalos y surubíes

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La consigna era que las madres no cocinaran en su día y había que agasajarlas de mil maneras.


 

Como cada 27 de mayo, celebramos oficialmente el Día de la Madre en Bolivia, institucionalizado en honor a las Heroínas de la Coronilla, un grupo de mujeres que en 1812 ofrendaron sus vidas en la colina de San Sebastián (aquí cerca, a cuatro kilómetros de mis aposentos) enfrentándose al ejército español comandado por el feroz Goyeneche. Así rezan las crónicas e historias al respecto.

Actualmente la avenida más céntrica de la ciudad posee el nombre de Heroínas, vital y de pleno significado para todo cochabambino, pues al este conduce hasta los pies del Cristo de la Concordia y por el oeste lleva hacia el santuario de la Virgen de Urkupiña. Ya puede cada uno peregrinar según su conveniencia, y como los vallunos somos tan conveniencieros nos gusta meter a todos los santos en la misma bolsa para que el milagro no falle.

Como el festejo coincidía con el domingo, prácticamente todas las familias salieron a comer fuera de casa, ya sea a cierto restaurante típico, una heladería de renombre, una churrasquería de fama o, en su defecto, una feria gastronómica de algún municipio cercano, que siempre las hay todos los fines de semana en esta tierra de promisión y ventura. La consigna era que las madres no cocinaran en su día y había que agasajarlas de mil maneras.

 

Foto: José Crespo Arteaga.

 

Los periódicos, días antes, ya rebosaban de ofertas para tan magno evento: desde desayunos ejecutivos, arreglos florales y bombonería, hasta platillos especiales en restaurantes gourmet. Sabíamos que ir a comer a cualquier sitio nos supondría un engorro, una molestia, una calamidad, porque lo usual de estas fechas es que los restaurantes estén llenos hasta la cocina. En los lugares emblemáticos incluso hay que ponerse a la fila en espera de una mesa. Los bolivianos somos muy fans de cerrar filas en torno de cualquier asuntillo, incluso si hay que ponerse a la cola para ocupar el corazón de otro.

Ante tal perspectiva, en casa, mis primos cortaron por lo sano y resolvieron zanjar la cuestión con unas carnes a la parrilla, muy de manual. Me invitaron y, por mucho que empecé a salivar con los carbones ya calentando, tuve que rechazar la oferta apesadumbrado por la oportunidad perdida. Una noche antes ya me habían reclutado para otra parrillada, a efectuarse en casa de otros primos. Me habían asegurado que allí almorzaríamos pescado y, a ciencia cierta que andaba muy antojado, acepté con la sonrisa de oreja a oreja como quien gana la lotería.

Así que emprendí con toda religiosidad la peregrinación de unas cuantas cuadras, a eso del mediodía con el sol achicharrante en este cielo otoñal sin ninguna nube, tratando de afilar mi olfato de sabueso en procura de algún rastro humeante. Mala idea: el aroma a churrasco ya pululaba en todo el vecindario, no éramos los únicos que atizaban la parrilla. Había que guiarse por otros parámetros, muy de humanos, yo que quería jugar al perro detector de emociones.

 

Foto: José Crespo Arteaga. Sábalos listos para ser comidos.

 

Llegué, tomé mi lugar como acostumbro en estas ocasiones: cualquier chukuna (una silla, un tronco), a ser posible en la sombra y muy junto al cocinero para atizar la conversación, pues en estos sitios se cuecen las mejores historias, las anécdotas más picantes y afloran los recuerdos más vívidos. Como que al parrillero le quemaba el pantalón a la altura de la bragueta por la disposición un tanto baja de la parrilla empotrada. Era gracioso verlo sacudirse con un trapo para ventilarse el área. Nosotros decíamos: ahí está, ya tienes un runtu kanka, un asado de huevos con todo rigor.

Ah, mucha exquisitez prometía esa abundancia de pescado preparado en el mesón. Pese a no tener costas, deberíamos considerarnos privilegiados porque la madre naturaleza nos ha provisto de abundantes ríos que suplen esa carencia. Viéndolo de otra manera, considero que el pescado de río (especialmente el tropical) es más sabroso por la variedad de nutrientes que arrastra, todo lo contrario del lecho marino que es más pobre en suministros.

Efectivamente, los sábalos asados no nos decepcionaron, considerando que fueron comprados muy de mañanita de los camiones de Villamontes, que por estas fechas arriban cargados con pesca fresca del Pilcomayo, el anchuroso río que atraviesa el departamento de Tarija rumbo a Paraguay y Argentina. La carne del sábalo es de una suavidad extraordinaria, pese a sus innumerables espinas vale la pena el extremado cuidado que hay que tener al comerlo. Los indígenas matacos, aseguran los que han ido al Chaco, son unos expertos para zamparse piezas enteras de sábalo sin ningún temor de atragantarse.

 

Medallones de surubí asados a fuego lento. Foto: José Crespo Arteaga.

 

Para los que les da pereza batallar con las espinas y, con sentido común, para los niños, se tiene la alternativa de la carne de surubí que, pese a su desabrido tono, se deja comer si se la condimenta bien. Pero su textura y sazón recuerdan bastante al pollo y a mí no me convence más allá de sus valores nutricionales. Pero tampoco me hago de rogar a la hora de degustarlo, pescado es pescado, me digo y me lo zampo sin más.

Aunque el pescado es el alma de la comida de una tarde cualquiera, importante es también el acompañamiento y no sólo de guitarra. Como bien saben los chaqueños, el mote de maíz es la pareja perfecta para el sábalo, relación que puede ser enriquecida con unos trozos de yuca hervida. Los vallunos pusimos nuestro granito de arena, empezando por la llajua y terminando en la ensalada. Luego, cada familia tiene su toque particular: para la ocasión nos sirvieron un arroz chaufa que sabía de maravilla, marca de la casa, y buena mano del anfitrión que lo preparó.

Comimos y comimos. Y a la hora de la sobremesa recibí una llamada: que otro de mis tíos convocaba ipso facto a su casa, que había otra parrillada en ciernes. Dolorosamente tuve que rechazar tan generosa oferta. Era abrumador tanta buena suerte en un solo día.

 

El mote es como el pan nuestro de cada dia en los valles. Foto: José Crespo Arteaga.

 

 

Pero la llajua le da sabor a la comida, y a la vida también. Foto: José Crespo Arteaga.

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PS. Como homenaje a esa exuberante región chaqueña y, particularmente, a ese río Pilcomayo que siempre ha alimentado a buena parte del país con su generosa pesca.

 

Turquesa de marfil

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él me mira, me acaricia, me besa y dice que soy la piedra más hermosa que ha visto en su vida


 

Soy una turquesa azul, vivo en uno de los lugares más fríos y hermosos del planeta; reposo bajo la nieve de la Cordillera Blanca y nado en las aguas cristalinas del Huascarán ; mi reflejo de serpiente me lo devuelve el agua. Siento un sonido, es un chapuzón; que extraño, nadie suele entrar a estas aguas, tienen miedo de quedar congelados; veo un cabello castaño y unas manos largas y delgadas que vienen  hacia mí; están muy cerca; quiero correr,  se me olvida que no puedo; ¡ayuda!, ¡ayuda! Ahora me acaricia, abre sus pequeños ojos y su mirada penetra los míos; me toma en su mano y aprieta el puño; siento que me falta el aire, grito: ¡suéltame! ¡Déjame ir!, se me olvida que los humanos no pueden escucharme; lloro pero ella no siente mis lágrimas.

Madre, haz que me regrese.

Ella comienza a sentir escalofríos y  mareos, se acuesta en posición fetal y cierra sus ojos, a su cabeza llegan algunas de las estrofas de un poema que le dedicó a los Farallones

“A los mejores lugares he llegado caminando, mis pies son los que me conducen; lugares que te sientes diminuto ante la inmensidad; lugares en los que podría morir tranquilamente”.

Su cuerpo reposa mientras que su espíritu vuela sobre la tierra mística de los Chavín; siente el mayor éxtasis de su vida, ignorando que es el dulce sabor de la muerte. Su amigo mueve su cuerpo, le grita, la calienta, le da palmadas en las mejillas, hasta que ella recupera la mirada; sonríe vaya plenitud en la que regresa, ambos, efusivos saltan y se abrazan de poder seguir su viaje juntos.

La Cordillera se nubla. La joven y su amigo se sienten perdidos, no logran ver el camino de regreso. No te asustes amigo he encontrado un amuleto, dice ella. Abre su mano, él me mira, me acaricia, me besa y dice que soy la piedra más hermosa que ha visto en su vida, ella nos mostrara la ruta, dice él joven con certeza. Vuelvo a gritar: ¡Madre, ayúdame!

 

Foto tomada de: Portal Andina

 

En este momento los jóvenes sienten una fuerza sobrenatural que los obliga a dejar sus pertenencias más valiosas; ella entrega su chaqueta roja cargada de quinua y hojas de coca y él, el “chuyo” que calienta su calva y la carpa donde de forma ingenua pretendían acampar; entregaron sus cosas a la montaña porque ella se los pedía, pero la joven no me soltó.

 

Turquesa, la joven no ha comprendido el mensaje, dijo la montaña.

Pero, Madre, esta es mi casa.

Todo vuelve a su lugar.

 

Cayendo la noche los viajeros escucharon la risa de dos niños; pensaron que ellos podrían mostrarles el camino y siguieron sus voces, en medio de la niebla vieron que eran  pequeños y tenían puestas chaquetas fosforescentes; los siguieron por varias horas hasta hallar la salida del Parque, y cuando estuvieron cerca de los niños estos desaparecieron bajo la niebla.

Los jóvenes se abrazaron felices de sobrevivir por segunda vez al Huascarán. Miré  por medio del agujero la inmensa y soberana cordillera y me llené de tristeza  y de rabia al sentirme presa en las manos de la joven. Ellos caminaron por la carretera por largo tiempo hasta llegar a Caral, el pueblo más cercano.

 

Foto extraída de: Apuntes de Historia

 

Tomaron un bus hacia Lima. Los jóvenes se durmieron al instante, la joven apretó el puño asegurándose de llevar su amuleto. Y yo planeé mi venganza. “ojo por ojo… “

Al llegar a Lima, ella tomó un taxi, antes de montarse le dijo a él, gracias este ha sido mi mejor cumpleaños.

Ella regresó a su rutina, con la particularidad de que me llevaba a todas partes. Siempre me tenía escondida en medio de sus pequeños pechos y ahora todo lo que hacía le salía mal; comenzó a tener una pésima racha: en el trabajo, en su casa, en sus relaciones, era una cosa tras otra, ella no encontraba el motivo, no entendía la razón.

Una noche, ella, él y otro salieron a una parrillada en la playa; ella se sentó en la arena. Reflexionaba por las cosas que le sucedían y me pedía que la ayudara, yo le decía que me soltara y que me tirara al agua, que me dejara libre y ella también lo sería, pero a veces los humanos solo escuchan las palabras y no las señales.

 

Foto extraída de: El Comercio. Pe.

 

Nos montamos al carro; el otro manejaba, él iba atrás y ella de copilota; el otro conducía por la solitaria avenida de la Costa Verde y aceleraba cada vez más; de repente perdió el control y el carro se fue contra el poste de la luz; fue tan rápido que lo único que ella pensó era que había muerto.

Ella estaba en la Cordillera Blanca, volaba como el cóndor, los Apus la abrazaban y la llenaban de fuerza, saltó a la laguna; nadaba y jugaba con las piedras, la nieve entraba al agua y sus chorros masajeaban su espalda, después vomitaba sangre, el agua estaba turbia y roja; un remolino se la iba llevando y ella gritaba ¡Auxilio! Madre, ayúdame.

Abrió los ojos. Estaba en el hospital, una enfermera limpiaba su sangre, me apretó con su puño y me susurró, tengo que regresarte, que felicidad, seria ¡libre! ¡libre!

Ella lloraba se había dado de cuenta que había perdido su preciado diente; “ojo por ojo….  Regresó a casa con su cuerpo morado he hinchado por el accidente; al cabo de unos días, cuando tomó fuerzas. Nos fuimos al mar; ella  nadó y nadó muy lejos muy al fondo y antes de soltarme dijo: perdóname por tomar tus tesoros, por llevarme lo que no es mío, por arrancarte las joyas de tus entrañas; entiendo que la perdida de mi diente no es gratuita; y me arrojo; sentí la sal del mar; la plenitud del agua y la grandeza del universo.

 

Foto extraía de: Mendoza Travel

 

Antes de hundirme vi por última vez su mirada, la joven viajera era un ser renovado y había comprendido lo hermosa que era la vida; se llevaba la más noble y bella enseñanza; el respeto profundo por cada lugar que recorría y por cada ser que se encontraba en el camino.