Es un desafío para todas las generaciones, es una decisión responsable y hace parte de la evolución humana. ¿Si dejaran de existir las redes sociales que pasaría con nuestras vidas?
En una de mis charlas con nativos digitales, encontré una gran apatía en todo lo relacionado a los conflictos en redes sociales: bullying,ciberacoso,ciberdependencia,abuso sexual, autoestima, desarrollo de relacionesvía Internet y los llamados stalkers.
Esto me hizo reflexionar acerca de las relaciones humanas, las formas de amar y ver el mundo digital versus el universo análogo.
Surgióuna pregunta cuya respuesta mesorprendió: ¿si dejaran de existir las redes sociales que pasaría con nuestras vidas?
Respuestas como depresión, suicidio, no volver a estudiar, no me imagino el mundo sin Whatsapp y sin Snapchat, hicieron en mi un vacío que inundó mi gran incógnita hacia las herramientas para enfrentar el futuro en la formación del ser humanocomo sujetosíntegros en el desarrollo personal, las relaciones humanas y el amor.
Pues la mayoría estamos destinados a compartir la vida en pareja.
Si bien es cierto queel mundo enfrento un desafío, donde la adaptación digital no tuvo exclusión, tuvimos que ajustar nuestro cerebro para la transformación digital,hoy en día seguimos, por ejemplo en el proceso asertivo de la interpretación de lo que se quiere decir vía whatsapp.
Con la penetración de las nuevas tecnologías las relaciones sociales han variado.
Los adolescentes, que han nacido y crecen conectados a un mundo virtual, inician también sus primeras relaciones de pareja en este nuevo escenario, al contrariode lageneración Xque ha tenido que adaptarse a la tecnología y a las nuevas formas de interlocución digital. La correspondencia para esta generación dejó de existir.
Los nativos digitales están desarrollando un aprendizaje en un entorno tecnológico donde el amor se convierte muchas veces en obsesiones manifestadas en control a través de redes sociales, desarrollando así relaciones efímerasy con un alto grado de riesgo.
El Whatsapp por ejemplo, provoca un control permanente. Están las 24 horas conectados, no haydescanso ni para el cerebro ni para las emociones, y genera una necesidad psicopática muy fuertellevando a incrementar las relaciones obsesivas, vacíasy toxicas.
Según cifras reveladas por la Organización de Naciones Unidas (ONU) y La Fundación Telefónica, el 55% de los jóvenes en Latinoamérica han sido víctimas de ciberacoso.
Esta práctica conocida como matoneo cobra cada día más víctimas entre la población estudiantil, y a pesar que no es algo nuevo, la práctica ha sido llevada a las redes sociales en forma de montajes difamatorios hasta mensajes amenazantes.
La falta de conciencia de los riesgos en internet es alarmante.
Los adolescentes son muy susceptibles de caer en redes y en manos de personas que convierten vidas en mundos negros, llevando a suicidios o a situaciones alarmantesa través de las amenazas.
La falsa confianza que se establece en las redes sociales es una amenaza en incremento, haciendo parte de las nuevas formas de establecer relaciones afectivas.
Las herramientas para enfrentar los conflictos cotidianos de la vida se han escaseado por falta de tiempo en familia, por la interpretación de la intención en chats, por carencia de una comunicación asertiva, por déficit en el diálogo y por no tener el hábito de expresar sentimientos.
Desafortunadamente, los hogares disfuncionales y la pobreza mental en Colombia dejan huellas enormes en la vida de los adolescentes, dando como resultado chicos desorientados y sin mecanismos de defensa humana en la escala de valores.
Los nativos digitales pueden estar en una travesía de aprendizajes, pues se es necesario aprender a relacionarse de una manera sana. Es imprescindible un refuerzo en lo académico, retomarel Manual de Carreño, de urbanidad y buenas maneras donde nos recuerda “lecciones y consejos” sobre cómo deben comportarse las personas en lugares públicos y privados tales como el hogar, la familia, la escuela y el trabajo.
Hoyamar en digital es un desafio para todas la generaciones, es una decisión responsable y hace parte de la evolución humana, pues rescatar las buenas tradiciones haceparte de volver a vibrar por el otro en tiempo real y con la certeza que el Whatsapp no será una dificultad para creer en el otro.
Hoy enamorarse de verdad es parte de la decisión de volver a vivir el amor verdadero, ese que es natural, que no tiene adornos ni escondites en Facebook.
Quién iba a pensar que en el 2017 habría que volver aaprender a enamorarnos, a tener más citas, más abrazos, a tener conversaciones cara a cara y menos chats.
Hay que enseñar a los adolescentes a vivir en “modo avión”, hay que volver al diálogo, al tacto cariñoso, a lo sencillo, a vivir momentos que se quedan en el corazón, a la reflexión a través de charlas cara a cara.
Ycomo padres hay que investigar, actualizarse y estar al tanto de las tendencias en redes sociales. Existen herramientas como aplicaciones de control parental,actualización en el léxico ycursos online de poder digital.
Las relaciones humanas en digital y en físico deben estar basadas en el amor natural , en el compartir y en ponerse siempre en el lugar de la otra persona, que los comentarios tengan un valor altruista y que las redes sociales se usen de manera adecuada en pro deldesarrollo personal y cultural de los seres humanos.
Cuando compartas algo en redes sociales piensa qué valor tiene y qué reflexión de impacto puede causar en otros. Comparte amor, dale like al saber, a la bondad, a las buenas obras y di NO al Bullying.
La realidad de nuestro día a día es que la barbarie parece haberse tomado las costumbres de las personas. Muchos parecen no considerar los derechos de los demás. A continuación algunas de esas situaciones donde no se acatan las normas de convivencia.
Fotografía: Pixabay
Cuántos de ustedes, por estos días, no se han preguntado: ¿qué tal que la pólvora no estuviera prohibida?
Sí así se oye y se padece, ¡con prohibición y todo!
¿Quién o quienes la fabrican? ¿Dónde la expenden? Todo ello sucede en las narices de las autoridades, al igual que su quema masiva, tan evidente puesto que en sí misma está hecha para ser mostrada.
La prohibición de quemar pólvora está incluida en el Código de Policía, acompañada de otros tantos “saludos a la bandera”.
La realidad de nuestro día a día es que la barbarie parece haberse tomado las costumbres de las personas. Muchos parecen no considerar los derechos de los demás, y si medianamente sobrevivimos es porque aún quedan ciudadanos que, a pesar de todo, intentan acatar las normas de convivencia.
Casi a diario nos vemos obligados a respirar hondo y llenarnos de paciencia, cuando:
Fotofrafía: Pixabay
El atronador ruido de totes y voladores no nos deja dormir en toda la noche
Tenemos una vecina borracha que presa de una suerte de alucinación, y micrófono en mano, se cree cantante, en medio de la juerga que se prolonga hasta las más altas horas de la madrugada.
Nos toca recoger el excremento de las mascotas del vecino, o llegar a la casa a lavar los zapatos que, irremediablemente, han ido a parar a la plasta dejada descuidadamente en el césped del parque.
Intentamos trabajar cuando, megáfono en mano, nos aturde la oferta de guanábanas, mangos, aguacates, y otras verduras, que se anuncian a todo timbal por los carretilleros quienes, además, recorren la ciudad circulando en contravía.
Queremos caminar por el centro de cualquier ciudad en Colombia, saltando por entre los establecimientos de comercio (¿qué otro nombre se les puede dar?) que ocupan lo que deberían ser andenes para los peatones.
Somos adelantados por el “avispado”, que se salta la fila de los vehículos para hacer el giro en cualquier intersección, y se planta con cara de corredor de carros en doble línea, estorbando la visual de los demás y propiciando, no pocas veces, accidentes.
Nos toca ver la cara de los colados en el sistema de transporte masivo, que se creen muy audaces al robarse lo que se paga con los recursos de todos.
Salimos a la calle con ojos de detective, para intentar descifrar donde se esconde la amenaza que saltará sobre nosotros para robarnos la cartera, el celular, las gafas, o cualquier pertenencia por nimia que sea.
Tenemos que recordar el mercurio vertido en nuestros ríospor la minería ilegal, cuando se cruza por nuestra cabeza la mala idea de comer algún pescado.
Contemplamos el triste espectáculo de la ciudad rayada, sucia, por cuenta de quienes se sienten “artistas urbanos”.
Estas y otras situaciones, nos obligan cotidianamente a hacer acopio de tolerancia, frente a tanto bárbaro con el que nos ha tocado convivir. Mejor dicho, sobrevivimos por pura tozudez, sobre todo, y con mayor esfuerzo, en diciembre.
Podemos ser despojados de tierras, bienes y hasta de honra, pero si tenemos los alimentos que nos identifican, entonces hay motivos para reconstruir cualquier sueño en cualquier lugar.
“Dime que comes, y te diré quién eres”
(Jean-Anthelme Brillat-Savarin).
En lugar de hablar, me gustaría antojar de comida y de recuerdos patriotas; y no precisamente por mis gustos culinarios o la afición a viajar, sino para gustarnos en el buen sentido de la palabra.
Y aclaro que no se trata de contrastar el gusto y el placer de comer, con teorías académicas. ¡No! eso aburre en cierta forma. Si el ají influye en nuestro temperamento o no, es una cuestión que poco interesa; igual que si comer Piña trasnochada sirve como purgante natural, o tomar aceite de Oliva en ayunas destruye los cálculos y da buen tono a la piel.
Los chinos que acostumbran a ver en la comida remedios y los psicólogos formas de conducta, difieren de los escritores que tratan de conectar el sabor con el recuerdo por medio de las letras.Para iniciar, relataré que mi hermana quien vive en Miami, subió una foto a su red social de una gaseosa y dos buñuelos. Nada fuera de lo común, aunque exista más comida en las fotos de Instagram que en África. Pero un comentario de una de sus amigas en ese mismo post fue lo peculiar: «¿Hasta por allá llega nuestra comida?». Y la respuesta lo fue aún más: «Si, gracias al TLC. Y que rico es disfrutar por acá lo que alguna vez comí en Colombia cuando era niña».
Tradicionalmente los buñuelos colombianos se hacen con Queso Costeño, un queso blanco nacional que es un poco salado y más duro que el Queso Fresco. Extraída de: Colombia me gusta.
Más que el hecho de si el TLC (Tratado de Libre Comercio) es bueno, malo o simplemente contraproducente para el país, la idea es que un colombiano donde quiera que esté siempre lleva la patria entre la maleta, la mente y el estómago.
La comida es una de esas curiosas alegrías que poseemos. Podemos ser despojados de tierras, bienes y hasta de honra, pero si tenemos los alimentos que nos identifica, entonces hay motivos para reconstruir cualquier sueño en cualquier lugar.
Y es un hecho doblemente feliz que, este instinto del hambre (y comer con gusto) esté menos rodeado de tabús y códigos sociales que otro, el sexual, por ejemplo. Las colonias colombianas en cualquier parte del mundo, compuesta de arquitectos, escritores, comerciantes, políticos, ingenieros, pintores o simplemente ciudadanos de a pie, se unen en torno a una comida y así cumplen la función de hacer patria.
CAFE DE COLOMBIA es la denominación que se le otorga al café 100% arábico producido en las regiones cafeteras de Colombia, delimitadas entre la latitud Norte 1° a 11°15, Longitud Oeste 72° a 78° y rangos específicos de altitud que pueden superar los 2.000 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m.). Extraída de: Mundo TKM
Es una clara evidencia que amamos nuestra tierra madre, cuando fuera de ella, buscamos productos como: chocolate Luker, Kola Granulada, leche Klim, Chocorramo, Chitos Yupi, Supercoco, Bom Bom Bum; arroz Roa, Diana; salsa Fruco; Frutiño; café Colcafe, azúcar Manuelita; fósforos Póker; cerveza Águila y un largo etcétera comercial.
O platos típicos como: La bandeja paisa, Mondongo, Ajiaco de gallina, arroz con carne y plátano, arroz con coco, carne a la llanera, sancocho de pescado, bistec a Caballo, entre otros productos que omito, no por nostalgia, sino por espacio y por que se nos puede abrir la molleja.
En nuestro país tenemos algunas de las mejores gastronomías de la región (México como primer lugar, luego Perú y Brasil), aunque lo sabroso se incentiva cuando los exiliados (los que están y los que estuvimos) recuerdan su comida.
También se le conoce como bandeja de arriero o bandeja montañera; esta comida es un plato contundente que consiste en servir los fríjoles y la carne molida con arroz blanco, huevo frito, chicharrón, chorizo, tajadas fritas de plátano maduro, aguacate y arepa. Extraída de: La Cocina de Bender.
Como dijo el escritor chino Lin Yutang en uno de sus tratados morales y pedagógicos, “La importancia de vivir”, «¿qué es el patriotismo sino el amor por las buenas cosas que comimos durante la niñez?». Y que acertado el oriental, ya que el paladar nos convierte en patriotas afuera, aunque una suerte de tristeza nos embargue por no encontrar lo deseado en un mercado popular, una plaza, una galería o un Shopping Mall.
Es difícil para un colombiano en África tener que reemplazar la arepa por el cuscús, o por la Sopaipilla cuando está en Chile; o dejar de disfrutar el café oloroso de nuestras montañas quindianas y caldenses, por el café de soya tostada de Perú y Bolivia; o nuestro pan fresco, que venden en cada esquina de las ciudades, por las hallullas en Ecuador o las marraquetas en Francia.
La Changua es una de las recetas más interesantes que posee Colombia. Es una preparación diversa que combina varios sabores. Es perfecta para consumirla en los días donde hace mucho frío. Es ideal para soportar bajas temperaturas. Extraída de: Colombia.Com
Ni hablar de consumir porotos creyendo que son nuestros frijoles, o confundir ensalada de repollo por Chucrut alemán. Solo cuando por causalidad, encontramos un restaurante colombiano en una ciudad de América o en Europa, es que nos vuelve la patria al cuerpo. Y al comprarla o pedirla, ¡vaya que disfrutamos de la comida con todo el gusto que se demanda!
Se nos sale lo medieval al ver un caldo de Changua o de costilla de ternera; un pollo asado con miel; un ajiaco; un sancocho de pescado (Bagre o Cachama); fritanga (papas con guiso, rellena, patacones..) o simplemente arroz crocante. Sé que todos tenemos modales de etiqueta, pero a la hora del buen comer, lo que importa es sentirnos como en Colombia, como en casa.
El Sancocho de pescado colombiano es uno de los platos más típicos de Colombia. Tiene variantes en función de la región, pero es muy común en zonas de costa. Extraída de: Antojando Ando
No tenemos reparos en dejar de fingir que jugamos con el cuchillo y el tenedor para tomar la comida con la mano, por ejemplo, roer un hueso de pollo hasta que quede limpio, o golpear un hueso calambombo. Prohibirnos comer con esa libertad es sentir la dispepsia, la melancolía, la neurastenia y otros males mentales peculiares que aqueja a quienes viven sujetos al «qué dirán».
Es cierto que en Colombia carecemos de una cultura gastronómica sofisticada -pero si con platos propios y deliciosos-, y que no se acostumbra a enseñar a cocinar a nuestros hijos o hijas, como en Perú o México, sin embargo, en nuestra idiosincrasia preparamos platos a lo “My Way” de Frank Sinatra, o sea, a nuestra manera, con nuestros toques, logrando sabores y tonos únicos.
La creatividad en los colombianos juega un papel muy importante, ya que como dice Gabriel García Márquez: «la virtud que nos salva es que no nos dejamos morir de hambre por obra y gracia de la imaginación creadora. Porque hemos sabido ser faquires en la India, maestros de inglés en New York o camelleros en el Sahara».
El relleno en este tamal es de pollo, tocino de cerdo, costillas de cerdo, huevo cocinado, zanahoria, arvejas, papas, arroz, condimentos y masa, todo envuelto con hojas de plátano. En la región del Tolima es tradicional comer Tamal Tolimense para el desayuno con chocolate caliente y arepa. Extraída de: A-Hotel
Así entonces, en esta imaginación de la que nos habla Gabo, un colombiano en Egipto podría fácilmente transformar el cuscús en arepas; o la sémola de trigo en buñuelos; el Sushi japonés en un rico viudo de pescado, eso sí a lo criollo, o sea con papas, porque el plátano en el país nipón es raro como escaso. Con este espíritu de reinventar las cosas en el exterior, se busca hacer patria con la gastronomía. y nuestra magia está ahí, porque se logra lo que se emprende.
Y entre otras cosas en el exilio es posible enterarse que, un bogotano posee una cancha de tejo en Madrid; un joven de Buenaventura alquila baños en Perú (lo presencié en Huarmey, región Ancash); y un santandereano llora asiduamente frente a la estatua de don Simón Bolívar en Londres. Nosotros en el exterior somos un país que flota dentro de otro país. Nos buscamos en los lugares comunes y en la idiosincrasia que plantamos; en la buena comida; los gustos y los buenos amigos que nos permitimos.
Cuando diciembre asoma detrás de la última hoja del calendario una saludable confusión, combinada con una refrescante laxitud, se instala en la vida de la gente.
Para muchos de los que regresan, la ciudad que tenían en la memoria ya no existe y les tocará forjarse otra para llevarse de recuerdo.
¡Esto parece la hora de llegada! Clamaban las abuelas cuando una situación intempestiva sembraba el caos en una cotidianidad solo en apariencia controlada por la rutina.
Cuando diciembre asoma detrás de la última hoja del calendario una saludable confusión, combinada con una refrescante laxitud, se instala en la vida de la gente.
Una de las razones es el regreso de miles de personas que un día viajaron a otros lugares del país o del mundo y se quedaron lejos de casa para volver, después de muchas navidades, en busca de unos reencuentros que a veces solo existen en la propia memoria porque el talante inexorable de la vida ha seguido su propio curso.
Aeropuertos y terminales terrestres se convierten por estas fechas en escenario de la dicha o la desolación. De un volverse a ver que a la menor fisura se convierte en desencuentro.
Volver
Desde la última semana de noviembre el aeropuerto Matecaña es un hervidero de gente ansiosa. Familias enteras corretean por los pasillos apretando ramos de flores contra el pecho. Mujeres que se han puesto muy bellas para la ocasión aplastan la nariz contra la vidriera buscando los rasgos de un rostro amado entre la hilera de cuerpos cansados que descienden del avión.
Todos los viajeros agitan la mano a la multitud aunque su saludo solo vaya dirigido a un alguien en especial. Por ahora es como encender una bengala en la oscuridad por si alguien los ve.
En este avión llegan viajeros que llevan cinco, diez, veinte, treinta y hasta cuarenta y ocho horas saltando de aeropuerto en aeropuerto en busca de sus propios pasos perdidos.
Miami, Nueva York, Ciudad de México Santiago, Buenos Aires, Sao Paulo, Madrid, Barcelona, Las Palmas, París, Londres, Berlín, Roma, Sidney, Pekín, Tokio, Delhi o Moscú son los lugares a donde ha ido a parar y a parir esta diáspora de personas originarias del Eje cafetero que coincidieron en el vuelo Bogotá – Pereira que suele arribar a esta ciudad a eso de las 10.30 de la noche.
Se llaman Clemencia, Ricardo, Adrián, Amanda, Luisa, Jame, Gabriel, Etelvina Mariela, Maicol, Andrea, Pastora, Niray, Ángela, Rubiela, Miguel, Martha y una centena de nombres más.
Son bebés, niños, jóvenes, adultos y viejos fundidos en una confusión momentánea de gritos, lágrimas y abrazos.
Muchos de ellos jamás se habían visto en la vida, pero durante los cuarenta y cinco minutos que dura el viaje entre Bogotá y Pereira se sintieron hermanados por una fuerza que los ayudó a sobreponerse al cansancio: la certeza de pertenecer a una especie de cofradía: la de millones de colombianos que desde mediados del siglo XX, empujados por la curiosidad o la necesidad, tomaron sus maletas y emprendieron viaje hacia lo desconocido.
Miles de esos peregrinos han muerto fuera de casa y sus cenizas fueron esparcidas a un viento que, en principio, no era el suyo. Otros, simplemente no quisieron regresar porque un día se despertaron y descubrieron que ya no albergaban nostalgia alguna en el pecho.
Unos cuantos sintieron que, por alguna razón insondable, odiaban de veras el lugar donde habían nacido y cortaron de tajo todo contacto.
Pero ese no es el caso de los ocupantes de este vuelo.
Para ellos los carteles de bienvenida y las fiestas con música vallenata que los esperan en casa son suficiente recompensa.
Los pasos perdidos
¡Comer mondongo en la galería!
¡Escuchar baladas en Iskidara!
¡Ir a un partido de la Copa Ciudad Pereira!
¡Bailar en Mango biche!
¡Tirar baño en San José!
¡Escuchar tangos en La Milonguita!
¡Comer fritanga en El palacio de la chunchurria!
¡Moteliar en Amoblados el Jardín de Caracol- La Curva!
Los pedidos son tantos como las dichas aplazadas de quienes vuelven a casa.
Muchos no saben que buena parte de los lugares donde creen haber sido felices ya no existen porque el secreto de la vida consiste en no parar.
Así que deberán eludir las trampas de la nostalgia y abrirse a otros descubrimientos si quieren aprovechar estas tres o cuatro semanas de vacaciones.
Bienvenido a casa, papá.
Te amo, Miguel
Eres lo máximo Mariana.
Se lee en pancartas improvisadas con cartulinas y lápices de colores.
Al fondo suenan canciones de Darío Gómez, Dora Libia, Diomedes Díaz y Jhony Rivera, esa especie de panteón de la nostalgia y el desarraigo que anida en los corazones de la gente de esta región.
Afuera una noche de lluvia hiere con sus alfileres de hielo, pero eso no le importa a nadie.
Un improvisado carnaval de familias aguarda en taxis, motos, busetas y automóviles entonando coros entusiastas antes de emprender la última parte de la ruta hacia barrios donde la dureza de la vida es conjurada a punta de rumba: Corocito, Berlín, San Judas, Santa Isabel, Frailes, Ciudadela del Café, Galán, Panorama, San Fernando, Boston, Kennedy.
A otros los aguarda un camino más largo hacia sus pueblos de origen: Belén de Umbría, Montenegro, Quimbaya, Anserma, Chinchiná, Marsella o La Virginia.
Les da lo mismo. La espera de varios años ahorrando cada centavo para el viaje ya pasó.
Mejor dicho: A la hora de volver en busca de sus propios pasos perdidos lo mejor es tirar la casa por la ventana.
Por eso mismo mañana emprenderán una romería en busca de pólvora para prender la fiesta, de ediciones piratas de los 14 Cañonazos bailables, de helecho para chamuscar el marrano, y lo último pero no menos importante, del infortunado cerdo en persona.
Entonces, descubrirán que no hay matadero junto al Puente Mosquera, ni polvoreros a lo largo de la Avenida del Río y que tampoco abundan los vendedores de helecho en el vecindario.
Lo único que conserva su vigor son las grabaciones piratas de la música favorita.
La ciudad que tenían en la memoria ya no existe y les tocará forjarse otra para llevarse de recuerdo.
Porque también descubrirán que la antigua galería es un importante centro cultural y que los campesinos, las verduleras, las putas y los malandrines que le daban vida y muerte fueron desplazados hacia otros lugares de la ciudad donde aguardan la llegada del próximo plan de renovación urbana para mudarse a otro rincón.
Una semana después doña Maruja Largo, una abuela indígena que en los años setenta del siglo XX viajó desde Riosucio hasta Caracas, donde décadas más tarde se volvió chavista, se quedará atónita al escuchar los relatos de médicos venezolanos que recolectan café en fincas de Risaralda, de antiguos burócratas que venden arepas en barrios periféricos de Pereira y Dosquebradas y hasta de curas abandonados de la mano de Dios que pregonan rifas clandestinas en esquinas céntricas.
Cuando el tren se fue para siempre, la estación se sumió en el silencio y fue ocupada por una nueva clase de desterrados que dormían bajo sus aleros, hasta que la administración municipal decidió convertirla en sede de la Biblioteca Pública “Ramón Correa Mejía”
El tren lento va partiendo
El sonido de una sirena y la humareda olorosa a carbón mineral es todo lo que sobrevive en la memoria de quienes viajaban en tren a Armenia por la ruta de Nacederos-Alcalá- Quimbaya y Montenegro. Eso y la visión de los cuerpos de hombres y mujeres que, allá abajo, disfrutaban de las aguas limpias del río, a la altura del Balneario Sucre.
En esos trenes llegaron, vía Buenaventura, los prodigios técnicos que cambiaron la vida de quienes habitaban la región: radios, discos en vinilo, victrolas, caperuzas, relojes, despulpadores de café y medicamentos milagrosos como las píldoras de vida que acabaron por suplantar las recetas caseras de las abuelas.
De eso hace ya medio siglo, porque la máquina del tren se apagó y las orillas de la carrilera fueron ocupadas por familias que llegaban huyendo de la pobreza o de alguna de las violencias que se enseñorean de los campos colombianos cuando se descubre una fuente de riquezas capaz de atraer a una nueva horda de bárbaros.
Así surgieron barrios como Nacederos, Matecaña y La Libertad, ubicados detrás del aeropuerto y del zoológico que recién se mudó al parque Ukumarí con su tropa de monos disolutos y elefantes nostálgicos. Más abajo nacieron las distintas etapas de Galicia, estimuladas por los caciques políticos, sabedores de que la llegada de los pobres trae siempre a cuestas una cosecha de votos.
Fotografía: La Cebra que Habla.
En Pereira la estación central del tren funcionaba sobre la carrera trece con calles diecinueve y veinte, a un costado del Parque Olaya Herrera.
Los vecinos más viejos del barrio Mejía Robledo todavía recuerdan la algarabía armada por los viajeros al subir y bajar con sus maletas de cuero, sus costales de fique y sus bolsas de plástico repletas de ropa, alimentos o chucherías compradas en el camino.
Como sucede con todo puerto o estación dignos de ese nombre, en los alrededores florecieron hoteles, restaurantes, bares, cafetines y ventorrillos de toda suerte de objetos para salir de apuros: jabones, cuchillas de afeitar, piedras para candelas, pañuelos, parrillas para asar arepas, radios y linternas.
Los condones y las toallas higiénicas todavía eran cosa extraña entre nosotros.
Fotografía extraída de: Ciudad Cultural
Cuando el tren se fue para siempre, la estación se sumió en el silencio y fue ocupada por una nueva clase de desterrados que dormían bajo sus aleros, hasta que la administración municipal decidió convertirla en sede de la Biblioteca Pública “Ramón Correa Mejía”, que llegó con sus cortejo de visitantes ilustres: desde al Álgebra de Baldor y la Tabla Periódica, hasta las sagas infinitas de León Tolstoi y Tomas Mann, pasando por voces tan vigorosas de la literatura nacional como José Eustasio Rivera, Gabriel García Márquez o Héctor Rojas Erazo, sin olvidar a los más cercanos Benjamín Baena Hoyos o Alba Lucía Ángel.
El Olaya Herrera vio entonces desfilar a varias generaciones de estudiantes que encontraron en los anaqueles de la biblioteca la información y el conocimiento indispensables para emprender el camino que la ciudad en crecimiento les ofrecía como una promesa.
De la regla y el compás
“Aquí reposan los restos del prócer por el cual esta ciudad lleva su nombre. José Francisco Pereira Martínez. Cartago, 1789. Tocaima, 1863”.
Fotografía: La Cebra que Habla.
A los humanos nos gustan las exhumaciones. Es nuestra manera de entender o exorcizar el pasado.
El obelisco, más bien modesto, elevado en homenaje a Francisco Pereira, está ubicado en el Parque Olaya Herrera, a unos metros de la calle 19, sobre el pasaje que lo separa del edificio donde funciona la gobernación.
En la parte alta, la regla y el compás, los símbolos de la masonería, nos recuerdan que a lo largo de la historia las distintas logias han estado vinculadas al devenir de la ciudad.
En la política, en los negocios, en la academia y en las artes, los masones han dejado la impronta de su cosmovisión. Los masones y los liberales.
Foto compartida por Diana Maria Duque en el grupo de Facebook “Fotos Antiguas de Pereira”.
De hecho, el nombre de este parque rinde homenaje a la memoria de Enrique Olaya Herrera, presidente de Colombia entre 1930 y 1934, cuyo gobierno supuso el fin de la hegemonía conservadora.
Según los forjadores de su mitología, ese talante liberal y masón hizo de Pereira una ciudad abierta a las ideas y por lo tanto bien dispuesta a recibir a quienes llegaban de otras tierras a probar fortuna.
De ahí que al territorio arribaran no solo colonos de otras regiones de Colombia sino inmigrantes desplazados por las guerras del Medio Oriente que se establecieron en la ciudad y ampliaron con su cultura y sus prácticas mercantiles el estrecho horizonte de la naciente población.
Apellidos como Chujfi, Náder, Syriani, Merheg, Sefair, Gandur y Aguel se cruzaron con los raizales Jaramillo,Vallejo, Ángel y Salazar, para dar lugar a un mestizaje que desde entonces define la esencia de la ciudad.
Fotografía por Fernando Pérez Mejía compartida por Diana Maria Duque en el grupo de Facebook “Fotos Antiguas de Pereira”
Muy pronto, las fiestas de Pereira hicieron de ese feliz encuentro un motivo de celebración. Y el Parque Olaya Herrera resultó ser el escenario propicio para recibir las comparsas en las que los inmigrantes sirios y libaneses hacían de sus tradiciones, sus músicas y sus gastronomías toda una puesta en escena.
Cuentan los cronistas que los pereiranos del área urbana y rural caminaban hasta el Olaya, animados por la idea de ver hablar, cantar y bailar a hombres y mujeres llegados de otros mundos, aunque tan de carne y hueso como ellos.
Los caminos de la sal.
Mucho antes de la llegada del tren, el punto donde hoy está ubicado el parque Olaya fue escenario de otros encuentros.
El de los comerciantes y viajeros que bajaban por la ruta del Alto del Nudo y atravesaban los puentes de guadua tendidos sobre las aguas del río Otún o subían por la pendiente de lo que hoy es la Calle de la Fundación, después de recorrer los caminos del Quindío y cruzar el río Consota.
La imagen de los arrieros y sus recuas de mulas cargadas de productos del campo precedió a las flotas de camiones, buses y automóviles que se asentaron después en los alrededores de la antigua galería central, siempre en el vecindario del Olaya.
Esos viajeros aprovechaban la antigua urdimbre de senderos que conducían al Salado de Consotá, el gran epicentro de actividad económica ubicado cerca a lo que hoy es Caracol- La Curva, que durante los tiempos de la colonia mereciera especial atención por parte de la corona española.
La actual calle diecinueve se desarrolló sobre el camino que unía los ríos Otún y Consota. No es difícil imaginar el desfile de hombres y bestias recorriéndola con su carga de víveres y productos de pancoger. Su destino eran las pequeñas parcelas y algunas grandes haciendas hoy urbanizadas pero que entonces se antojaban remotas.
En los potreros que luego se convirtieron en el parque Olaya improvisaron kioscos para tomar la merienda, refrescar las bestias y cerrar negocios. De vez en cuando un arriero desenfundaba la guitarra y animaba la velada con pasillos que hablaban de montes borrascosos, ríos turbulentos y hembras indómitas.
En el fondo, esos hombres no estaban muy lejos de los muchachos que hoy se reúnen en el parque Olaya Herrera a contarse sus cuitas, a fumarse sus porros y a enamorar chicas al son de unos versos de Enrique Bunbury.
Pasos en el tiempo: Parque Olaya Herrera (1945-2017)
Desde el paso de una banda marcial conducida por el colegio La Salle y el cierre de la calle 19, hasta la construcción de una estación del tren y múltiples cambios, el Parque Olaya Herrera, con más de 50 años en la historia en nuestra ciudad, ha sido testigo y anfitrión al recibir y despedir a quienes estaban de paso por tierras pereiranas.
Hoy sus colores no son los mismos y sus formas son otras. Sin embargo es un espacio que ha vuelto a la vida, al origen, donde todo comenzó: siendo un gran pulmón lúdico de Pereira.
Un espacio para la vida
Los parques tienen historias a través de sus visitantes que vuelven frecuentemente a ellos, por ocio, deporte o actividades culturales. En dichas memorias, voces y testimonios se puede rastrear algunas dinámicas propias de la ciudad y más recordadas por sus habitantes. El parque es definitivamente, y debe seguir siendo, un espacio de todos.
El parque y sus satélites: las huellas de la memoria
Buena parte de la ciudad palpita al ritmo del Parque Olaya Herrera. El ocio, la rumba, el comercio, el rebusque, el placer, son claves de un lenguaje que se reinventa día y noche.
Fotografía: La Cebra que Habla.
Parque Olaya Herrera, un parque que volvió a la vida
El parque Olaya Herrera indiscutiblemente es otro. Con el paso de los años dejó de ser una zona de miedo para convertirse en uno de los escenarios más importantes de la cultura en la región. Además es un sitio amplio de encuentro, 3 manzanas se suman allí, que alberga actividades de todo tipo para toda clase de gustos y edades. Los recorrimos rincón por rincón, hablamos con la gente que lo transita, lo ocupa y lo disfruta, algunos de los protagonistas de su cambio y transformación.
Una mirada al actual comportamiento del ser humano en medio de redes sociales y series de televisión.
¿Cuánto nos permitimos expresar nuestra individualidad, nuestra creatividad, sin miedo a ser juzgados?
Esa pregunta me ronda con mucha frecuencia, al ver cómo seguimos siendo moldeados más por lo que pasa afuera que por lo que queremos ser en realidad.
Modas en política, en arte, en usos de los objetos cotidianos, artificios sociales o familiares nos hacen cumplir con un papel para el que supuestamente estamos diseñados y nos apartan cada segundo de pensar libres, de realizar nuestro potencial, de cumplir con nuestras misiones usando nuestros dones únicos e irrepetibles.
Nos sentamos en la vereda del frente a juzgar con mucha facilidad los comportamientos humanos, hacemos causa común por hechos o circunstancias de las que no estamos por completo convencidos.
Seguimos actuando como lo hicieron nuestros antepasados hace miles de años para conseguir la cueva que nos de abrigo, nos asegure la comida y nos haga parte de algo, así no estemos convencidos de que sea lo mejor para nosotros ni nuestro crecimiento.
Tal vez en eso esté la raíz de la necesidad posmoderna de tener muchos amigos en Facebook, seguidores en Twitter, contar todo lo que hacemos en Pinterest, producir (y ver) una cantidad ilimitada de series de televisión que narran la vida artificial de gente famosa o que se vuelve popular precisamente por contarnos cómo pelea, sale de compras y de copas, sin que realmente sea muy importante lo que nos narren de su vida, ni hagan ningún aporte a la humanidad.
Mujeres a las que usan por su enanismo para hacer una serie sobre sus relaciones, atuendos, que se embarazan en vivo, y por cuestiones de genética, también tienen alta posibilidad de que sus hijos tengan esa condición.
Cubanos que van a exponer sus miserias familiares ante “doctoras” que juzgan sus comportamientos como apropiados o inapropiados, dependiendo de cómo ande el rating por la zona (hasta echamos en falta a la peruana Laura Bozzo, la de “que pase el amante…”).
Exóticas hembras, hijas de celebridades (una de ellas era hombre y se volvió mujer, casi que en vivo) a las que siguen millones de autistas, porque tal vez se están perdiendo de algo importante.
Y en nuestro patio, gente con gargantas estridentes haciéndonos creer que lo que dicen es cierto, que los sigamos porque a su lado hallaremos la fortuna.
Somos únicos, somos irrepetibles, pero no nos hemos comido ese cuento, que es el único cierto. Por eso va a ser tan fácil que nos remplacen los robots, total ya estamos actuando como máquinas programables.
Siendomaestro rural, tuve de alumno una persona que era una chica prisionera en el cuerpo de un chico. El abuelo para que le demostrara que era un varón y verraco, la obligó a hacer cosas impensables. Esta es parte de su historia.
Lunes. Goyito lela por la sexta de Pereira ve volar una paloma, recordó el universo de sus sueños. Su cerebro captaba otras frecuencias, ni vigilia ni sueño, estaba en nivel alfa, esa dimensión que hablan los brujos, o una paramnesia duplicante de momentos cuando creía estar en una ciudad desconocida y bella, con estados alterados de consciencia para viajar o regresar de los sueños y seguir hacia mundos ignorados que intuía haber recorrido siempre.
Martes. Goyito sentía pasado y presente, personas a su lado, en otrahabitación, otra dimensión, otra ciudad, otro país, más allá de la vida, volaba su espíritu es un vaho invisible y dejó atrás su cuerpo, flotó en espacio superior y sentía un estiramiento de sus formas de ser en una elíptica sideral, vibraba en dimensiones de luz y nebulosa, traía cosas del futuro y exploraba su pasado; no solo infancia, existencias anteriores, habitó entre una localidad extraña en territorios que fueron sus moradas, desterrada por violentos, diferente en otro tiempo, espacio y caos que se desmoronaba entre erupciones, terremotos, huracanes y se reconstruía en ella misma y su mundo de otra forma.
Miércoles. Goyito regresó a ser al detenerse en los ojos de Giovanni, estaba ahí, caía abruptamente en la cotidianidad del día que la asediaba con problemas y asuntos por resolver, detenida y atascada en la fila de un centro comercial, una bolsa de compras por pagar y el peso de las cosas en el mundo real que no la había abandonado.
Jueves. Goyito al pie de una fuente, fluía, brillaban gotas diminutas como las erupciones de sus estados emocionales, necesitaba conexiones que deleitaran su razón de ser, su familia es una tribu dispersa por ciudades y países, sin padres y con hermanos, primos, tíos, sobrinos en cuatro países y siete ciudades de tres continentes y la red del internet solo le daba puntos y momentos de contacto sin abrazos, esa comunicación llenaba algún vacío. Goyito aún no descifraba su propio mundo, no toleraba cierta nada dura que la movía aparte hacia un escenario impreciso, cambiante y de realidadesefímeras, compraba juguetes de la tecnología que a la vuelta de los días ocupaban el cuarto con obsolescencias.
Viernes. En una convención, hotel de lujo, decían que por ahí despertaría triunfante, viogente del grupo usar drogas: peyote, mariguana, coca, hongos alucinógenos. Le hablaba un chamán que levita y sabe usar esas cosas en sus rituales, se metió en su liturgia de drogas sicodélicas, se le parecieron al agua con sal y el incienso de ayer, le generan ansiedad, sacó una pisca de su fe de carbonero para flotar y dejarse ir en ese trance de oraciones y desdoblamientos míticos. Su cuerpo desdoblado en pedacitos de soledad que intentaban hacerse compañía los unos a los otros.
Sábado. Goyito aún está estaba enredada entre esa aventura que asumió con temeridad. Creía tener el control porque eran drogas útiles, tal vez sagradas que la llevarían por otros modos de felicidad o de goce, quería un medio divertido del éxtasis y la escapatoria hacia donde la mente solo va en los sueños o por curiosidad. Sintió un llamado desde algún sitio del tiempo, flotó mientras la droga dañaba conexiones neuronales en su cerebro y ponían en una bomba de vacío su cuerpo y el espíritu, ignoraba que solo ayudaba a la causa del enriquecimiento de cualquier mafioso y después sería parte con sus aportes de compra y sostén entre las redes del microtráfico que pervierte a las ciudades y a los políticos que reciben su patrocinio.
Domingo. Goyito autómata, camina sin ganas entre esa realidad licuada de los días y las horas en cualquier lugar, se toma un café, se conecta y me escribe el chat y está tan frenética en esa cotidianidad que no se ha preocupado más de lo real, solo se mete entre los objetos y el mundo virtual y se deshizo de la Goyito bella y auténtica que cantaba y salía con la abuela, la Goyito de los días para estar con los suyos, ellos se dispersaron y son seres virtuales y contactos, retacitos de afecto a quienes dice cosas agitada por la lentitud de la pantalla y la comunicación llena de ruidos.
Es una películasin precedentes, pues es la primera animación pintada a mano y con técnica al óleo sobre lienzo.60.000 fotogramas enalta resolución querecrean las principales obras del pintor holandés VincentVan Gogh.
Título original: Loving Vincent
Reino Unido – Polonia, 2017, 95 min.
Director: Dorota Kobiela, Hugh Welchman
Guión: Dorota Kobiela, Hugh Welchman, Jacek Dehnel
Actores: Animación,Douglas Booth,Helen McCrory, SaoirseRonan,Aidan Turner, Eleanor Tomlinson,ChrisO’Dowd,Jerome Flynn,John Sessions,Holly Earl, Robert Gulaczyk,James Greene,Bill Thomas,Martin Herdman,Josh Burdett, Richard Banks,Shaun Newnham.
Música: Clint Mansell
Fotografía: Animation, Tristan Oliver, Lukasz Zal
El cine es considerado el séptimo arte (fue señalado así por Riccioto Canudo en su obra “Manifiesto de las Siete Artes” publicada en 1911).Cuando vemos una película no visualizamos un único producto, sino la unión de numerosos elementos que se enlazan y componen una obra.
Esta es una obra sin precedentes, pues es la primera animación pintada a mano y con técnica al óleo sobre lienzo.
La película se desarrolla un año después de la muerte de Vincent Van Gogh.Armand Roulin, el hijo del cartero del artista, debe entregar, a pedido de su padre, la última carta escrita por el pintor a su hermano Theo, pero cuando descubre que éste también ha muerto, viaja a Auvers-sur-Oise e inicia una investigación con tintes policíacosen la que va conociendo a distintos personajes que estuvieron cerca de él antes de su muerte.
Losrecuerdos van armando una trama sobre sus últimos años, y los posibles motivos que pudieron haber influido en su decisión de quitarse la vida.
Directores de cine: Dorota Kobiela y Hugh Welchman
A medida que se desarrolla la historia, cobran vida pinturas como “La noche estrellada”, “Terraza de café por la noche”, “Retrato del Dr. Gachet”, “Anciano en pena”, el “Dormitorio de Arlés” y “El café de medianoche”.
“Loving Vincent” tiene un destacado nivel de producción. Particularmente yo no esperaba mucho del guion, pues iba con mis expectativas puestas en el trabajo artístico que supondría una faena de casi 7 años.
Sin embargo, aunque el guion no alcanza a ser tan profundo, y es una mezcla entre realidad y especulación, la historia se sostiene por sí misma y logra mantener el interéspese a que casi todo el peso dramático cae en la reproducción y animación de esa peculiar realidad del genio impresionista.
Gracias a la superposición de imágenes –al menos 12 óleos por cada segundo de composición– crea un ambiente y un ritmo fascinante y seductor. El colorido es hipnótico y está bellamente acompasado por la musicalización de Mansell.
En la medida en que se intercalan los flashbacks en blanco y negro y se abandona la reproducción de pinturas, nos vamos enterando de distintos aspectos de la vida de Van Gogh.Gran parte de los datos biográficos y de los detalles de sus últimos días están basados en cerca de 120de sus obras representativasy en la correspondencia que mantenía con su hermano menor. Unacalidad literaria a la altura de la pictórica.
Me sorprende que siendo un trabajo hecho entre tantos artistas se sienta homogéneo en sus colores, trazos y pinceladas, ya seaa través de las coloridas pinturas creadas usando la misma técnica de brochazos esparcidos deVan Gogh o enlos dibujos a lápiz en blanco y negro.
Podríamos decir que se debe a la cuidadosa dirección del matrimonio compuesto por Dorota Kobiela y Hugh Welchman. Su ojo preciso también cuidó que el movimiento de las bocas de los personajes acompasara perfectamente con sus palabras. Además el casting es extraordinariamente acertado y podemos evidenciarlo en los créditos finales.
Con esta maravillosa película se crea una oportunidad única para conocer mejor al genial Vincent Van Gogh, para admirarlo y rendirle un merecido homenaje. Es imposible no enamorarse del artista a través de esta conmovedora carta de amor que repasa exactamente sus palabras: “sólo podemos hablar a través de nuestros cuadros”.
El pasado sábado 2 de diciembre se realizó en el Parque Olaya Herrera el Festival Blues y Fusión. Uno de los tantos eventos que artistas y colectivos independientes vienen realizando en los últimos años en este escenario deportivo y cultural. La gente respondió y disfrutó.
¿Qué se requiere entonces para propiciar una oferta amplia de espectáculos en este lugar?
Fotografías: Juan David Ochoa.
En Pereira se ha cumplido la quinta versión del Festival Blues y Fusión.
Se trata de una puesta en escena de artistas representativos a nivel nacional e internacional del género musical blues, pero que, por su carácter universal y folclórico, no se agota exclusivamente en dicho sonido, sino que este año, y por vez primera, incorporó reggae, rock, parranda, músicas del Pacífico, fusiones, entre otros géneros.
Sucedió en el parque Olaya Herrera el pasado sábado.
Allí, en un ambiente más familiar que bohemio, se dieron cita los amantes de la música para apoyar a un tesoro que aún no es muy conocido en otras esferas de la ciudad, por fuera del ámbito de la cultura: el gestor del festival y músico de blues Carlos Eliot Jr.
Este hijo de las brisas del Otún, apropió durante su estancia en los Estados Unidos los ritmos propios del sur, y los transformó con composiciones propias que dan cuenta, también, de su origen montañero.
Los organizadores del festival y los diferentes colectivos invitados, dispusieron todo para que se pudiera pasar una jornada agradable, desde la tarde del sábado hasta la madrugada del domingo. Además de la música hubo venta de comida, picnic familiar, mascotas, muestras artísticas, feria artesanal y una destacable organización en el ingreso (el cual tuvo un cobro simbólico de $3.000 por persona).
Entre los artistas internacionales se encontraba R. L. Boyce, oriundo de Mississipi, hoy nominado a los premios Grammy 2018. Él, junto a otros artistas norteamericanos, compartieron escenario con agrupaciones de Bogotá, Pasto, Manizales, Armenia, Cartago y Pereira.
Destacado lugar ocupó en esta agenda, Rubiel Pinillo. Un hombre sensible que lleva la montaña en sus manos y en la entonación de su voz, junto a sus Parranderos de La Florida.
En general, es muy destacado que se realicen este tipo de eventos en Pereira, y en especial en escenarios como el Parque Olaya.
Hace un tiempo escribí una columna de opinión en la que expresaba mi preocupación por la proliferación de consumo de alucinógenos en este espacio público. A raíz de esta y otras opiniones hubo un revuelo, y tanto el Alcalde Gallo como el Gobernador Salazar, anunciaron acciones para recuperarlo.
No vale la pena entrar nuevamente en un debate con quienes en ese momento opinaron que debería hacerse una apología a las libertades individuales. Ya, en aquella ocasión, me convidaron a “fumar bareta” en el parque para que me diera cuenta, de primera mano, que esto no era ningún “pecado”.
Anécdotas aparte, hasta la fecha no ha pasado nada importante en relación con propiciar una oferta amplia de espectáculos deportivos y culturales en este lugar: una agenda permanente, que ofrezca eventos semanales, y, ojalá, por lo menos una vez al mes realice un gran encuentro en torno a la música u otras manifestaciones culturales.
La gente responde, a pesar de la lluvia y algunas otras incomodidades.
Lo que falta es la voluntad de nuestros gobernantes para apoyar este tipo de iniciativas.
El Festival Blues es un logro de los artistas y colectivos aliados, pero la continuidad que se requiere en la apropiación del Olaya implica la gestión institucional y la inversión de recursos públicos.
Murió hace dos años, pero estuvo 16 en la Institución Juan Manuel González del barrio Los Naranjos en Dosquebradas. Su presencia e historia dejó un concurso de cuento y crónica establecido y una comunidad educativa con una alta conciencia animal.
La Coordinadora
La directora Patricia Pungo nos recibe en su despacho ubicado en un salón esquinero al fondo del colegio Juan Manuel González. El aspecto de su oficina parece más un pequeño museo, pues las paredes están decoradas con dibujos de jirafas, cebras, gatos y perros, y por la ventana lateral se ve un arrume de sillas a la espera de ser acomodadas.
Las paredes blancas del interior hacen juego con la cantidad de hojas bond apiladas una sobre otras, que en realidad son los 4.639 cuentos escritos que recibió su club “Ojitos Lectores” este año en el 4to concurso de crónica infantil que se extendió a 31 departamentos del país.
Al empezar a hablar con ella notamos su mirada de éxito por el resultado de la convocatoria, pero cuando comienza a hablar (o mejor, le preguntamos) de “Mocho” o “Viejo” su alegría se convierte en ternura, ya que recuerda que el concurso de crónicas escolares, que ha soportado cuatro temporadas, está mediada por el perro cuyo nombre ahora está en su boca y en sus recuerdos.
Foto: Diego Val.
“El viejo nos enseñó que todos los seres vivos tenemos algo que aportar y cuando lleguemos a viejos, lo mínimo es que hay que vivir y morir con dignidad. También su vida transmitió el mensaje de que a veces no somos tolerantes con los adultos mayores”.
Y cuando habla en pasado, su voz cambia, porque el “Viejo” murió hace ya dos años, pero estuvo casi 16 con el colegio, entre los profesores, los alumnos y dentro del corazón de todos los que le conocieron.
Fauna natural
Sin embargo, antes que la institución Juan Manuel González de Dosquebradas se enamorara del perro que ahora es un icono en el establecimiento cuya imagen se usa como logo del club escolar “Ojitos lectores”, el lugar era un terreno lleno de fauna natural: gallinazos, pájaros, iguanas, gatos, barranqueros, halcones, sapos, grullas, armadillos. Animales que disfrutaban (y disfrutan) de la quebrada Los Molinos, porque muchos nacieron allí.
Foto: Diego Val.
Los niños, antes que adquirieran la conciencia animalista de la cual hoy se sienten orgullosos, porque aprendieron esto también del “Viejo”, hacían todo tipo de acciones hoy reprochables por ellos.
La directora Patricia Pungo recuerda que algunos lanzaban piedras para ahuyentar a los animales, sin embargo aún heridos, estos insistían en quedarse en el lugar. Los docentes al ver la situación llamaban a la Policía Ambiental y a la CARDER para que se hicieran cargo, pero los animales regresaban a la zona, a su hábitat natural después de escapar.
Los estudiantes aprendieron poco a poco el amor y el respeto por los seres vivos, y mucho más después que apareció “Mocho”, como se bautizó inicialmente al perro por su diminuta cola, y cuya raza, en palabras de la directora, es amor.
Fotografía: Archivo particular Patricia Pungo.
El nacimiento de Mocho
El “Mocho” llegó al mundo como llegan los animales de su especie: siendo una pequeña bola de pelos que inspiraba ternura. Sus padres caninos sufrieron un destino trágico, ya que la mamá fue asesinada por un ladrón que intentó meterse el colegio a robar, y su padre se lo llevaron del lugar por “perro”, es decir, después de que una perra en calor lo sedujera y desapareciera.
El colegio adoptó a “Mocho”, que en cierta forma había quedado huérfano, solo y sin protección.
Y es con el pasar del tiempo que crece, se vuelve vigoroso y se convierte en el guardián ilustre de la institución prestando su servicio como agudo vigilante. Sin embargo, una sucesión de guardias de seguridad del colegio, al ver solo un perro grande, lo maltrataban sin ninguna causa aparente, o quizá para volverlo feroz ante los demás; también algunas aseadoras le pegaban con la escoba y algunos niños le halaban la orejas. No todos consiguieron entender el mensaje del amor hacia cualquier ser vivo.
Fotografía: Archivo particular de Patricia Pungo.
De Mocho a Viejo
La coordinadora Patricia Pungo, que inició dando clases en el Colegio Juan Manuel González, se ausentó un año para ir a enseñar a otro centro educativo, el Pablo VI. Luego regresó al lugar donde había dejado medio corazón al lado de “Mocho”, a quien conoció siendo este un bebé. A su regreso encuentra que el animal está mal alimentado, vive a la intemperie en una perrera en la parte posterior del colegio, con señales de violencia y envejecido.
Así decide emprender un club de lectura llamado “Ojitos lectores” para concientizar a los niños y adultos sobre el trato animal, y para ayudar a que “El viejo” como ahora decide nombrarlo cariñosamente, viva sus últimos años con dignidad.
Mientras se gestan ideas para ayudar al perro, que bajo el cuidado de la coordinadora se vuelve intocable, llega al lugar una compañera canina llamada Juana. Al caminar juntos como pareja le inyecta una dosis de vida al anciano canino.
Foto: Diego Val.
Patricia Pungo idea y gestiona una convocatoria de narración y cuento inspirada en los animales, y con la visión de aportarle algo al “Viejo”. En el año 2014 se da inicio a esta nueva aventura a nivel de Dosquebradas y con el tema: “Historia de los animales trabajadores”.
Inspirado en salvarle la vida al perro que había servido fielmente al colegio, porque iban a aplicarle la eutanasia. Para su sorpresa, recibe 96 bellas narraciones.
Al siguiente año, la convocatoria se titula “Historias de animales libres del maltrato y el abandono” cuyo tema central era no abandonar a nadie en la vejez. Llegan 415 cuentos.
Foto: Diego Val.
En el 2016 “Animales que transforman vidas humanas” aumentado a 1753 crónicas, y el de este año, el más reciente hasta ahora, fue sobre “Animales que inspiran acciones de paz”, sobrepasando las expectativas con 4639 escritos de niños y niñas de 31 departamentos.
Las historias recibidas por el club de lectura “ojitos lectores”, y cuyo jurado está compuesto por los mismos niños capacitados desde su sensibilidad de asombro y amor por los animales, contienen una alta dosis de ternura, enseñanza y talento, como puede resaltarse en algunos trabajos seleccionados como semifinalistas.
Algunas historias tratan sobre el perdón y el olvido, y en otras los niños hacen un proceso de catarsis perdonando a sus adultos por regalar o dar en adopción algún animal.
La coordinadora resalta que esto es lo bellamente triste que se lee en las crónicas: cuando los niños relatan como obtuvieron un animal por medio de sus padres con la idea de adquirir responsabilidad, pero al crecer esas mascotas, son los mismos progenitores quienes las regalaban.
Unas contradicciones que los pequeños no entienden, pero que a través de los cuentos los perdonan de todo corazón.
Al animar a la coordinadora Patricia Pungo a que nos relate las historias que leyó y fueron sus favoritas, nos cuenta con voz dulce y pausada:
Foto: Diego Val.
“Son narraciones de niños y niñas de varias zonas de conflicto en el país. Por ejemplo, una de las finalistas es la historia de un conejo que una niña ve herido entre las plantas, al decidir acercarse para atraparlo, se lo imagina como un plato de comida. Lo mete en la mochila, lo lleva a casa, le saca al abuelo un frasco para curar heridas y lo derrama sobre el conejo. Luego en la noche papá y mamá la regañan porque gastó el remedio.
Sin importarle la reprimenda, decide esconder al conejo hasta que se cure. Un buen día encuentra al papá lanzándole piedras al conejo. Y después de pensarlo un tiempo, decide liberarlo porque no se hace a la idea de que a futuro sea un plato.
Ella misma lo lleva y lo libera en el monte. La niña termina la crónica diciendo que a pesar de que le gustaba la carne de conejo, no quiere ver que el animalito sea su comida ni la de nadie”.
Foto: Diego Val.
La segunda historia que narra es más tierna aún, y en sus palabras, trata del sentimiento humano emparejado con la vida animal.
“Otra es la historia de un pajarito que una niña decide comprar para regalar a su hermano que está en silla de ruedas. Va al veterinario y ve un pájaro hermoso que canta. El zoólogo dice que ese no está en venta porque tiene una patita dañada, sin embargo, ella alega que es el ideal, pues considera que se identificará mucho con su hermano.
Finalmente lo adquiere y se lo regala al hermano, y este, junto al animalito aprende a bajarse por las escaleras sentado, y surge así sus ansias de vivir para enseñarle a caminar también al pajarito. Se crea una dependencia afectiva y de vida”.
Foto: Diego Val.
Dos historias menudas de las 4637 restantes que fueron el resultado de salvarle la vida al “Viejo”, porque había gente resignada a verlo morir por ser anciano, pero una gran voz dentro de un cuerpo de niña, una estudiante dijo: “entonces que hago con mi abuela, ella ya está vieja”.Y se suscita el debate: cómo una institución que hace varios concursos sobre animales y que ha tenido respuesta de parte de los niños, va a aplicarle la eutanasia al perro que inspiró el concurso.
Es así como el “Viejo” alcanza a presenciar dos convocatorias en su nombre, pierde movilidad, hay que transportarlo en sábanas y darle la comida en su boca. Cuidados de los que se encarga la señora Gilma Pungo, madre de Patricia.
De esta manera, todos de alguna forma, tienen que ver con el perro porque lo aman, o se ha ganado el cariño de muchos con el pasar del tiempo.
Fotografía: Archivo Particular Patricia Pungo.
El domador que ama
El vigilante Jorge Hernán Botero, de baja estatura, rollizo y con una mirada tranquila, relata que tiene un recuerdo del viejo: “me mordió”. Lo dice riéndose, porque aclara que con el perro aprendió lo que es el amor genuino. En su juventud no le gustaban los animales, pero desde que empezó a trabajar en el Juan Manuel González desde hace 6 años, comenzó a mover su corazón por ellos.
“A mí no me gustaban las mascotas, pero gracias al “Viejo” pude conocer el amor verdadero. Ahora tengo una gata, Pepa, que adopté en el colegio, pero tengo otro llamado Rocky”.
Y “Rocky” es especial porque tiene mucho que ver con el “Viejo”, pues este, por decirlo de alguna forma, fue su terapeuta canino, quien, junto con “Juana”, corrían para ejercitar las patitas y músculos atrofiados del veterano perro. Fueron inseparables hasta su último ladrido.
Extraída de: Web Animales.
“No soy partidario del cuarto oscuro. Es decir, si alguien va a casa y no quiere los animales, que entonces no vaya. A los animales hay que tenerlos en ambientes libres”.
Declara esto porque también fue testigo de ver al “Viejo” abandonado a la intemperie y mal nutrido. Pero ese amor hacia los animales que lo ha llevado a sensibilizarse de tal manera que no solo les ha dado el corazón sino la mente, y también las atenciones debidas y principales.
“Yo prefiero darle comida a los perros y los gatos, antes que a las personas. A la gente se le olvida lo que se hace por ellos, los animales no, ellos siempre son amigos”.
Fotografía: Archivo particular Patricia Pungo.
Y así prioriza a sus amigos peludos antes que a los demás, incluso por encima de una futura esposa. Por eso prefiere no salir a rumbear, o ausentarse mucho de casa, para evitar dejarlos solos, o privarse de ellos.
En su voz asegura que todo eso lo aprendió del “Viejo”, y sus ojos se ponen aguados cuando recuerda a la mascota oficial del colegio.
Muerte del viejo
Y aunque el “Viejo” muere el 20 de enero de 2015, pasa sus días finales consentido, gruñón, comelón Y feliz. Fue enterrado en la finca del veterinario Rafael Otálvaro, en sus predios a la salida de Pereira hacia Armenia.
Fotografía: Archivo Particular Patricia Pungo.
A su muerte, los dos primeros meses de duelo fueron complicados tanto para la coordinadora, todos reconocen su amor innato por los animales, como para los estudiantes. Y aunque aseguran, como es, en efecto, que el “Viejo” está en el cielo, en la tierra dejó un concurso de cuento y crónica establecido, un colegio con una conciencia animal, el amor por las personas adultas, y una impresión de ternura en decenas de estudiantes del colegio.
En la voz de ellos, estas fueron algunas de las impresiones que perduran en sus mentes y en sus corazones.
El Legado en los Estudiantes
Foto: Diego Val.
Juan José López. Grado 6º.12 años
“Lo conocí cuando se paseaba por toda la escuela. El cuidaba el colegio muy bien. Tenía bigotes tiernos y sus ojos eran hermosos. Por él fue que quise adoptar una gata que el colegio estaba dando al que quisiera. La llame “Solecita”. También tengo un perro que me recuerda al “Viejo” llamado “Nichi”. Los perros y los gatos son los mejores compañeros del hombre. Eso lo aprendí en el colegio por medio del concurso de cuentos para salvarle la vida al perro”.
Vanesa Dávila Agudelo. Grado 6º. 11 años
“Era un perro que le enseñó mucho a los adultos, porque ellos están acostumbrados a tirar a los abuelitos a la calle. Que hay que estar con las personas viejas hasta el final, igual que el colegio estuvo con el “Viejo” hasta que se murió.
Tengo a “Paco” que lo recogí en la calle. Es un gato que llegó quemado, aporreado y lo sané con el amor que aprendí por medio del concurso de cuento de los animales dirigido por la coordinadora Patricia. Quería tocar al “Viejo” la última vez, pero no pude, porque murió cuando estábamos en vacaciones”.
John Edison Bustamante. Grado 6tº. 11 años
“Desde el segundo año lo vi cuando apareció subiendo por las escaleras. Era como un abuelito, muy suave, buena gente y nos cuidaba. Aprendimos con él que debemos cuidar y amar a los animales como si fueran seres humanos. Aprendí a tener cariño hacia ellos, porque la coordinadora también los cuida mucho”.
Foto: Diego Val.
Alexandra Herrera. Grado 8º. 17 años
“Estaba acostumbrándome al colegio y me daba la impresión de que el “Viejo” mordía. La coordinadora me dijo que no, así que empecé a acercarme con confianza y en poco tiempo le tomé amor. Luego se fue enfermando, sus patitas no le funcionaban. La mamá de la coordinadora le daba sopas y concentrados, aunque no solo a él, también a “Juana” y después a “Martina”.
Tiempo después el “Viejo” murió. Tenía casi 17 años. Cuando falleció me puse triste porque lo quería mucho. Con él se inició el club de lectura, y también con “Juana”. Ahora está Martina como reemplazo de él, pero ella fue más como compañera; creo más bien que es Congolo el que lo reemplaza, porque es el perro macho que ahora cuida a las perritas.
El “Viejo” era cascarrabias, pero las cuidaba. De toda su vida y muerte aprendí que hay leyes que protegen a los animales y campañas contra los fuegos artificiales porque los estallidos les causan miedo y les puede dar un paro del corazón”.
Sofía Rodríguez. Grado 7º. 12 años
“Me encantaba jugar con él, era amistoso, pero si no te conocía era grosero. Nos hicimos amigos y todo funcionó bien. Gracias al “Viejo” tengo 3 perros en casa, 2 perros más en otra casa, 10 pájaros, 1 cacatúa, 2 gatos y 2 hámster.
Aprendí que no hay que halarles la cola a los animales, hay que respetar su espacio y no tratar a esos seres bellos como cualquier cosa, sino como alguien muy especial. Como lo que son” .
Ahora, más que en palabras, en acción, los padres y los profesores, y hasta la comunidad, ven como muchos niños han empezado a amar a los seres vivos en general. Así cuando ven un animal herido avisan al colegio; cuando están regalando un perro, un gato o pájaro, ellos llaman a casa para que sus papas puedan permitirles tenerlo.
Y cuando se hace la convocatoria por medio del club de lectura “Ojitos Lectores” todos están ávidos de participar porque tienen en su mente y en su corazón un animal que fue más que un perro.
Ese ser que les enseñó el valor y el respeto por la vida y la muerte digna.
Foto: Diego Val.
Ver entrevista en audio a la profesora Patricia Pungo en Ecos 13.60.