martes, abril 29, 2025
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El barrio del puente alto y del río ancho, que se mantiene entre recuerdos y anhelos.

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Algunas de las familias fundadoras se han mudado, vendieron después que el barrio, paradójicamente, en vez de subir de estrato, bajó. A pesar de los cambios aún puede considerarse una belleza ecológica y urbana, ya que contiene un amplio parque para la actividad deportiva y zonas verdes bien podadas y mantenidas.


 

Fotografías: Diego Val

 

 

 

El barrio Alcázares antes era el puente entre Pereira y Dosquebradas, paso obligado para ir de un municipio a otro. Después de construir el viaducto “Cesar Gaviria Trujillo”, que a propósito cumple 20 años de fundado en la ciudad, el barrio cambió paulatinamente, ese mismo que ha sido llamado popularmente Bavaria.

Cambió, y no precisamente para festejar por esos grandes arcos que sostienen una calzada que descongestionó de alguna forma la ciudad. La fábrica de cerveza que funcionó muchos años en el lugar, responsable de ese otro nombre del barrio, fue reemplazada por una de esas grandes superficies que de un tiempo para acá han llegado a Pereira con bastante paso acelerado.

 

 

Los primeros habitantes del barrio Alcázares recibieron sus primeros terrenos de casi 472 mts2 por medio de Telecom, la empresa de telecomunicaciones ahora extinta, y por el Instituto de Crédito Territorial (Inscredial). Y algunas otras fueron financiadas por Bavaria, la empresa que tenía muchos de sus trabajadores viviendo en el sector.

 

 

Era un lugar lleno de promesas, porque el río que queda al margen le daba mucha belleza al sector por su utilidad y su imponente anchura. Belleza que muchos moradores en agradecimiento ahora conservan: una piedra, sea el tamaño que sea, dentro de sus jardines como un recuerdo del terreno duro desde el cual se erigieron sus casas.

 

 

 

Era un barrio bueno, admirado por todos, y su ubicación lo posicionaba como un de los mejores para ser habitado. En una ocasión, cuando hubo sequía de agua en Pereira, por medio de un pozo abierto en el lugar se abasteció a los habitantes de barrios circundantes.

El vecindario también se sostuvo como un “fuerte” ante los terremotos que azotaron la ciudad en 1979, y 20 años después, en 1999. Las estructuras se mantuvieron unidas, igual que los moradores, en torno a las bondades del lugar escogido por ellos.

 

 

Ahora las familias fundadoras como los González, los Aguirre, los Arbeláez, y otros, se han mudado. Vendieron después que el barrio, paradójicamente, en vez de subir de estrato, bajó. Como afirma Carlos Gutiérrez, habitante aún del barrio, y cuyo único sustento es un bazar persa: lo único que no bajó fueron los impuestos”.

 

 

 

Es una voz que nos lleva a los orígenes del lugar, antigua por la edad pero nueva por su preocupación, y muy necesaria, porque es una de las pocas que se oye en el lugar, aunque pronto podría irse para otro sector más “concurrido”, como él mismo afirma.

Aunque en realidad todo se trata de perspectiva. Porque de arriba, desde el viaducto hacia abajo, solo se ven techos grises, patios traseros y carros que se mueven como diminutas hormigas.

 

 

 

 

Pero de abajo hacia arriba, o hacia los lados, el barrio, es una belleza ecológica y urbana, ya que contiene pistas de skate o patinaje, cancha de futbol, baloncesto, y las zonas verdes están bien podadas y mantenidas.

 

 

 

 

Lo único que los vecinos han querido, y que han solicitado a las administraciones municipales desde hace un buen tiempo, es un Centro de Atención Inmediata de policía, o C.A.I. porque algunas personas que desconocen el valor histórico del barrio, han aterrizado (y no desde arriba) a consumir alucinógenos, desvirtuando así, la imagen de uno de los barrios que en otro tiempo fuera paralelo en importancia, por ejemplo, a Los Álamos.

 

 

 

 

Sin embargo, la Sociedad de Mejoras de Pereira no ha despegado el ojo de este sector, pues recientemente han pintado las bases del Viaducto, arreglado las canchas, y decorado el lugar con figuras ecológicas y de concientización ambiental, entre ellas, la de un pequeño pez que levanta un cartel que reza “queremos volver”, como parte del proyecto La Acuavenida del Río, liderado por Edgar Velazco.

 

 

Con todo, la junta de acción comunal presidida por el señor Julián Iscabuze hace sus correctivos, o mantiene el orden, y se reúne con toda la comunidad para conversar y concientizar que no hay mejor seguridad, que la que deben tener entre ellos.

Por eso, como una forma de cuidar el viaducto, el vecino Fredy Hincapié Londoño y su familia que vive por la misma cuadra, avisan a las autoridades por si sucede alguna actividad sospechosa, están pendientes en todo momento.

 

 

El barrio Bavaria, antes una sola hilera de casas, ahora atravesado por un puente, se mantiene estructuralmente y en remembranza entre los vecinos.

Y aunque es una sorpresa para algunos saber que el viaducto cumple 20 años, es una certeza que decenas de sus habitantes llevan más de 50 años en el lugar, viendo carros, oyendo el sonido del río, y esperando que algún alcalde por fin cumpla las promesas electorales para mejorar el sector.

 

Cuando el amor al revés es más difícil que el amor al derecho

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Sílaba Editores publicó “La difícil vida fácil” del español Iván Zaro. Un libro que trata sobre uno de los aspectos menos documentados en Colombia: la prostitución masculina. Un ensayo que contiene 12 testimonios de trabajadores sexuales en diferentes países del mundo.


 

Información Bibliográfica del libro
 

Título: La Difícil Vida Fácil

Autor: Iván Zaro

Editorial: Sílaba Editores. Medellín.

Colección: En Voz Baja

Género: Ensayo

Año: 2017

Pág. 222

 

Pocos libros, si acaso algunos contados con los dedos de la mano, tratan sobre la prostitución masculina. En esta ocasión, la editorial Sílaba de Medellín se ha anotado un hit, con la obra “La difícil vida fácil” (2016) del español Iván Zaro (1980).

Un ensayo que contiene 12 testimonios de trabajadores sexuales masculinos y cuyo prólogo encargado a Pedro Adrián Zuluaga, contextualiza magistralmente uno de los oficios más viejos (y aún vigente) del mundo, con las prácticas sexuales, casi subterráneas, de la prostitución de los hombres en Colombia. Un oficio, que poco a poco comienza a visibilizarse, con esto de la equidad de género y derechos sexuales.

Así es que este libro representa una rareza (por lo poco explorado de su temática) que todo lector debe adquirir,  ya que una pregunta lo determina todo: ¿hay vida más allá de la prostitución, al romper con el tabú de hombre como sinónimo  de “masculino” ? Y la respuesta la entregan las voces de los entrevistados por el mismo Iván Zaro, que con paciencia, y una confianza labrada entre al comunidad homosexual de Madrid, España. 

 

Iván Zaro: “Si la prostitución masculina fuera heterosexual, se hablaría más de ella”. Foto extraída de: El País. España.

 

De esta forma el autor se rodea de un aurea de verdad, (o la verdad de cada uno de sus entrevistados, algunos amigos, otros no) ante estos descubrimientos orales, ya que, sin que Iván sea periodista, se sumerge en la comunidad de trabajadores sexuales de Madrid, hablando con hombres gais/bisexuales y transexuales, no solo españoles, sino dominicanos, colombianos, brasileros y otros, y cuyo resultado ya se puede apreciar en este ensayo, que como se reitera, Sílaba Editores supo traer al público lector colombiano. 

Algo importante al reflexionar sobre esta lectura, es que, en Colombia, la prostitución masculina no ha sido documentada  al detalle, y no por falta de herramientas sociológicas, investigativas o sanitarias, sino por la timidez (nunca pacatería) que nos caracteriza como país al abordar el tema.

Aún así, es una verdad que el espacio que se abre ante el discurso político de la comunidad LGBTI en Colombia,  es uno que se abona lentamente con teatro, poesía, pintura, música, danza, y en este caso, con literatura y ensayo.

 

La característica más reseñable de los TMS (Trabajadores sexuales Masculinos) radica principalmente en su anonimato, incluso en lo que se refiere a la literatura. Foto extraída de: Al Minuto.

 

Por eso este libro es imposible de imaginar, (y ya existe) pero posible de leer, ya que una lectura como estas es  la reivindicación, o confirmación del poder de decisión del hombre sobre su propio cuerpo, sus usos, placeres y las múltiples formas de cuidado de sí, y del otro. 

La otra cara de la moneda, la prostitución femenina, ya ha cargado con la cruz del estigma, pero el hombre, ante esta faceta, ya no es posible concebirlo como un cuerpo solo para la razón, sino también para el placer y el erotismo.

En un contexto como Colombia, (aunque la prostitución no reconoce fronteras), es claro que hay varios factores que impulsan a los trabajadores sexuales masculinos a comerciar con su propio cuerpo. Iván Zaro, quien es solo un interlocutor, no lo dice directamente en su obra, pero se intuye un capitalismo sin un ethos, migraciones, crisis económicas, disfuncionalidad familiar, y las posibilidades tecnológicas que se abren para ejercer este oficio sin exponerse al estigma social.

 

Iván Zaro es Profesional con formación en Trabajo Social y Sociología. Experto en Prostitución Masculina y atención a personas con VIH. Foto extraída de: Estoy Bailando.

 

Pero, además, surge una riqueza y descubrimiento de espacios físicos (o espacios recreados) de encuentro muy interesantes: saunas, páginas de internet, chats, celulares, bares, cruising, todos, paralelos al peligroso trabajo callejero, donde se expone la integridad física a un público poco confiable.

Los 12 testimonios acá compilados en “La Difícil Vida Fácil”son una aventura, un viaje por las emociones de jóvenes y adultos, y su trato con clientes, parejas, o  simples curiosos que pagan por explorar el sexo puro y duro, o tierno y paterno.Como inquiere Michael Foucault, en ¿qué hacen los hombres juntos? “No se trata de preguntar, ¿Quién soy yo? o ¿qué secreto esconde mi deseo? Sino “¿Qué tipo de relaciones pueden, a través de la homosexualidad, trabarse, inventarse, multiplicarse, delinearse?”. Así el problema no radica en descubrir en uno mismo la verdad del sexo, como en hacer uso de la sexualidad.

 

El curriculum de Iván Zaro dice que tiene tras de sí más de una década de experiencia profesional en el campo de los trabajadores masculinos del sexo, así como con personas con VIH. Con este bagaje a sus espaldas, Iván presenta este libro. Foto extraída de: El País. España.

 

El lector no se encontrará ante una obra técnica, sino pragmática, como el mismo autor lo sugiere. Es una ensayística sobre la autodeterminación masculina por reivindicar la exploración de su deseo, unido a lo difícil de la vida fácil, y lo que representa la prostitución de los hombres, tan real pero tan inexplorada en el mundo.

El barrio de Pereira al que todos le cambiamos el nombre

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Se trata de Alcázares, popularmente conocido como Bavaria. Lo que antaño fuera una zona residencial de muy buenos estándares, se ha convertido en una sombra. La construcción del viaducto lo cambió por completo: el lado oscuro del desarrollo que beneficia a unos y afecta a muchos otros.


 

Fotografías: Diego Val

 

 

Me vine a enterar la semana pasada cuando, realizando los recorridos de La Cebra en tu barrio, decidimos visitar el que hasta ese momento era para todos el Barrio Bavaria. Pero este no es su verdadero nombre.

Realizamos esta visita motivados por los veinte años de la inauguración del viaducto que de Pereira conduce al vecino municipio de Dosquebradas, y con el objetivo de hablar con algunos de sus habitantes para entender qué cambió después de la construcción de esta gran obra de ingeniería.

Conservo en mi memoria el recuerdo de este barrio, antes de la intervención que cambió para siempre su aspecto, su carácter residencial y su seguridad.

 

 

A finales de los años ochenta, allí vivía una compañera del colegio. En su casa hicimos trabajos, reuniones en grupo, y recibimos la visita de algunos pretendientes.

Es cierto que, para llegar hasta allí, había que cruzar una zona a mis ojos extraña y deteriorada, pues el camino usualmente se recorría descendiendo por la calle 13 hasta la carrera 3ª. Pero, una vez cruzada esta vía, se accedía a un barrio tranquilo, de casas relativamente amplias, con buenos andenes y antejardines.

Jamás tuve allí, en esas épocas, la sensación de inseguridad y aislamiento que percibimos en las calles de lo que quedó de este barrio.

 

Fotografía tomada de Fotos antiguas de Pereira

 

Partido en dos por la presencia de un gigante, se conserva algo de su estructura a lado y lado de lo que son las bases del puente y de su inmensa sombra.

Recorrer este lugar es entender cómo las obras de infraestructura pueden afectar radicalmente la forma de habitar un lugar. Hoy día, las casas están llenas de enrejados asegurados con uno o varios candados. Especialmente en aquellas cuyo frente está sobre la Avenida del Río. Desde fuera de los enrejados, puede observarse que dichas casas están habitadas, pero no es posible ver a nadie. Ni usando el timbre, o tocando copiosamente (al golpear los candados contra las barandas que sujetan) fue posible entablar un diálogo con persona alguna.


 

Ciertos gestos denotan que la vida de barrio no quedó aplastada completamente por la presencia del puente. Algunos habitantes intentan cultivar pequeños jardines. Es la vida de ciudad que se asoma por debajo del rugir de los vehículos que, muchos metros arriba, circulan a gran velocidad.

No nos fue posible conversar con nadie en esa cuadra, pero, tuvimos tiempo de observar.

Y, al hacerlo, nos detuvimos en la presencia de las piedras, que acompañan las fachadas y los antejardines. Son recuerdos de las cercanías del río, y de la imposibilidad de retirarlas completamente a la hora de urbanizar, razón por la cual, quedaron incorporadas como un rasgo distintivo de la arquitectura del lugar.

 


 

Una o dos cuadras más arriba, en dirección a la carrera 3ª, nos llamó la atención la gran cantidad de viviendas en venta. Pero, al igual que en las cuadras vecinas, no se ve gente en las calles, a no ser aquellos que llevan a cabo reparaciones en una que otra propiedad.

En este sentido, la sensación que percibe el visitante al recorrer el lugar es que éste está detenido en el tiempo, y que se deteriora de manera muy lenta. También, se puede intuir miedo en el vecindario, razón por la cual pareciera que la gente se esconde. No lo sé a ciencia cierta, pero, en todo caso, no es precisamente un ambiente de barrio el que se vive allí, con niños en las calles jugando o adolescentes conversando en las esquinas.


 

Hay soledad y tal vez, una herida. Una hendidura que se lleva como una fea cicatriz, obligando a quienes permanecen a esconder la cara.

Solamente, en una de esas cuadras, pude ver un gesto de esperanza, plasmado en un árbol-jardín. Un solo elemento vegetal lleno de otros ornamentos como helechos y otras plantas, haciendo un delicioso jardín.

Plantado en el retiro frontal de la fachada principal (lo que denominamos ante jardín), da a esta vivienda un aspecto distinto a todas las demás. Además de cumplir la función de limitar todo registro visual, al contemplarlo, el que observa tiene la certeza de que allí habita alguien que gusta de su lugar de residencia, y que no quiere darse por vencido resignándose al abandono generalizado.

 

 

Desplazándonos en dirección al parque que existe debajo del puente, pudimos comprobar algunas lógicas extrañas. Vimos un grupo de niños jugando futbol en una de las canchas, pero, su mirada era esquiva y su actitud prevenida. Luego, llegaron algunos adolescentes, a los que la policía (dos auxiliares que había en los alrededores), inmediatamente requisaron.


 

Extraño comportamiento en lo que debía ser un parque para todos (recientemente adoptado y remodelado por la Sociedad de Mejoras).

Las razones precisas de esta sensación de inseguridad y extrañamiento no las conozco, pero, cuando un vecino del sector nos abrió las puertas de su casa, algo nos quedó claro. Es la suya una de las primeras que tuvo el barrio, y él fue quien nos reveló el verdadero nombre de esta urbanización: Alcázares.


 

El antejardín de su casa también está cuidado y florecido (un gesto significativo que afirma la intención de quienes habitan la casa), y fue él quien, prudentemente, nos contó la razón de fondo que genera, supongo, esa sensación de “ocultamiento” que se siente al recorrer las calles de este sector. Son las “ollas”, nos dijo, las que hacen que la seguridad del barrio al igual que la tranquilidad estén tan afectadas. Hay varios expendios de drogas en este sector que, según él, han ocupado las casas que se vieron afectadas y desvalorizadas por la ejecución de la mega obra.


 

Lo que antaño fuera un barrio residencial de muy buenos estándares (con vías amplias y pavimentadas, espacios públicos, redes peatonales y viviendas generosas, habitadas casi todas por propietarios), se ha convertido en una sombra.

 

Lo pienso mejor y concluyo que lo sucedido al barrio Alcázares (para todos Bavaria), es que pasó a ser la sombra del Viaducto: el lado oscuro del desarrollo que beneficia a unos y afecta a muchos otros.

 

Invisibilizados, pocos se acuerdan de lo que fue ese barrio antes de que se construyera el puente, y muy pocos se preocupan por sus problemáticas actuales.

 

No creo que muchas autoridades se hayan preguntado por la afectación en los precios de las viviendas que quedaron en pie después de la intervención. Los que allí conservan sus propiedades, y quienes persisten en habitarlas, son sobrevivientes. Algo les cayó encima hace veinte años, y las explosiones que se llevaron a cabo para excavar la cimentación, se siguieron repitiendo a menor escala durante muchos años.

A los que no les compraron les empezaron a llover, desde esa especie de nube de hierro y concreto que se instaló de manera permanente en su firmamento, piedras, botellas y todo tipo de objetos que perforaron por muchos años sus tejados.

Después, la entidad correspondiente puso una malla de seguridad, para evitar que la gente se ensañara con los que se quedaron viviendo “abajo”, y también, para impedir que los desesperanzados usaran el puente como plataforma de lanzamiento para arrojarse a la muerte.

 

 

Los de “abajo” se quedaron dueños de la hendidura marcada por las pisadas del gigante, e impotentes, han tenido que presenciar durante los últimos veinte años como su barrio se convertía en otra cosa.

Es extraño. Al tiempo que el sector es arrasado por el silencio y la soledad, no todo parece abandonado. Algo palpita de puertas para adentro de estas construcciones, y el gesto visible de la presencia interior son los jardines. Por ellos puede saberse que, aun habiendo quedado convertidos en una sombra, hay calor a interior de esas paredes.

 

 

No sé si todo estará perdido para este barrio. La desolación en la que está convertido el hiper almacén que alguna vez se inauguró con bombos y platillos como un proceso (mentiroso desde el comienzo) de renovación urbana, es demasiado diciente.

En este caso, y ante el cierre de la fábrica de Bavaria, se forzó la normatividad y se diseñaron grandes proyectos en los planos, pero la verdad es que todo se hizo para que se pudiera construir en ese sector un almacén Carrefour.

 


 

Que luego, ante la ausencia de clientes en el área de influencia (y la falsa ilusión de que allí se construirían torres de nuevas viviendas), fue vendido a otra cadena de almacenes, que hoy lo mantienen a punto de cerrar. El abandono es tal, que en el parqueadero se encienden apenas esporádicas luces y los estacionamientos lucen completamente vacíos.

 

¿Qué podría hacerse para recuperar una zona que tiene tan buenas vías de acceso, es central, que está en cercanías a la belleza natural del río, acompañada al otro lado de la avenida por abundantes guaduales, que le aportan frescura y un gran paisajismo?

 


 

Si queremos que la ciudad se detenga en su progresiva expansión, o por lo menos, que existan alternativas viables para aquellos que no desean irse a vivir muy lejos de las zonas céntricas, es vital que Pereira revise zonas como Bavaria, Los Alamos o Maraya.

 

 

Existen muchas otras con esta vocación de re densificación, pero las que menciono tienen la ventaja de haber sido barrios residenciales de estrato medio y alto, y, por lo tanto, conservan una estructura urbana que puede ser reforzada y aumentada para llevar a cabo allí procesos de construcción masiva de nuevas viviendas.

Mientras tanto, Los Alcázares (para todos Barrio Bavaria) seguirá sobreviviendo de puertas para adentro. Y, su palpitar apenas se hará perceptible por la persistencia de algunos de los jardines que nos cuentan que la soledad es solo de puertas para afuera en este sector de la ciudad.

 

La eterna parranda de Alberto Salcedo Ramos

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Se sabe y se asume cronista y nada más. Con eso le sobra y basta para contar una realidad como la colombiana, que todo el tiempo nos sobrepasa con su abrumador despropósito. Y la cuenta con el tono cadencioso de esos viejos juglares vallenatos que escuchaba de niño.


 

 

 

 

Ya se trate de los relatos más gozosos o de las historias más terribles, Alberto Salcedo Ramos escribe con la despreocupada cadencia de los juglares vallenatos que, de niño, alimentaron su universo musical desde esos enormes picós que en la costa Atlántica son casi la insignia de toda familia digna de ese nombre.

Lo de despreocupada es solo una manera de decir. En realidad sus textos se leen de un tirón porque se ha consagrado a ellos con el rigor y la paciencia del artesano que se dedica a cada uno de los engarces de su filigrana con la tenacidad de quien sabe que en ello le va la vida.

 

 

Entre la piadosa ironía de un texto titulado De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho a la pesadilla de los campesinos destrozados por la avanzada paramilitar, median obras tan valiosas como la inmersión en las aguas profundas de la errática vida de Kid Pambelé o esa crónica entre tierna y despiadada que es La eterna parranda de Diomedes Díaz, un viaje a la vida, obra y desastres de uno de los más célebres músicos de la escena vallenata.

 

 

Salcedo se sabe y se asume cronista y nada más. Con eso le sobra y basta para contar una realidad como la colombiana, que todo el tiempo nos sobrepasa con su abrumador despropósito. Nada de esas incursiones veleidosas y casi siempre equívocas que algunos cronistas se conceden en otros géneros que les son ajenos por vocación y estilo.

Heredero afortunado de maestros como Gay Talese, Norman Mailer o Tomás Eloy Martínez, Alberto Salcedo enfoca su mirada en lo que hay detrás, en la dimensión sublime o brutal escondida tras el juego de sombras chinas que llamamos realidad.

 

Gay Talese en su casa.

 

De allí regresa para compartirnos los entresijos de vidas tan apasionantes como la del juglar Leandro Díaz– él mismo un personaje de la picaresca – o para dejarnos sobre la mesa un texto impecable y agradecido sobre el maestro José Benito Barros. Si: el creador de La Piragua.

En su libro La invención de la crónica, la escritora venezolana Susana Rotker desliza una sugestiva teoría: la realidad latinoamericana es tan dislocada que obligó a la creación de un género capaz de abarcarla en toda su dimensión. Siguiendo los rastros de José Martí y de Rubén Darío, la profesora ve en ellos la continuidad de los narradores que llegaron a registrar la aventura de Europa en América y tuvieron que forjarse un lenguaje propio para hacer creíble la inverosimilitud de lo que vieron.

 

 

José Barros.

 

 

Salcedo Ramos se inscribe en esa tradición. Por eso puede contarnos su aproximación a la multitudinaria fauna de la que somos parte: músicos, políticos, boxeadores, futbolistas, cantantes y malhechores desfilan, vivos y palpitantes, por las páginas de sus libros con sus fardos de dicha y desolación, de solidaridad y maldad.

Es un lugar común – además de una perogrullada- decir que la realidad supera a la ficción. Pero en América Latina la desmesura nos empuja a crear lentes para contemplarla y narrarla en toda su dimensión.

La convivencia entre el pensamiento mágico y los intentos de racionalidad, nuestro al parecer infinito acervo de solidaridad borrado de pronto por las formas más brutales y refinadas de la barbarie, la disposición a la fiesta y el regocijo desembocando de repente en las múltiples formas del patetismo sentimental.

 

 

Con Kid Pambelé, uno de los protagonistas de sus historias.

 

 

Estas y muchas otras son facetas de unos pueblos que llevan cinco siglos tratando de averiguar a qué y a quién se parecen: a sí mismos- con todo y lo compleja que pueda ser esta idea- o a los modelos impuestos por el poder desde las metrópolis.

La crónica es uno de esos lentes acuñados para interrogar y contar la realidad.

El fino olfato de Alberto Salcedo Ramos ha sabido identificar esas señales y adentrarse en los territorios donde la gente reinventa cada mañana las distintas maneras de amar y de olvidar, de vivir y de morir.

El resultado de esa aventura es un puñado de libros que le han merecido reconocimientos como el Premio Simón Bolívar o el Premio de Periodismo Rey de España.

 

 

Pero más allá de los logros están esas historias tiernas y dolorosas que Salcedo ha perseguido por todos los rincones de Colombia. De regreso a casa el escritor despliega ante nosotros todo un universo lleno de matices y sorpresas que nos cuenta con el tono de los viejos narradores que, bien cobijados junto al fuego, desgranaban anécdotas frente a un auditorio embelesado ante el poder de las palabras.

Solo que Alberto Salcedo Ramos le añade otro valor: las cuenta con el tono cadencioso de esos viejos juglares vallenatos que escuchaba   de niño en los picós de su tierra natal.

 

1968: cenizas de revoluciones en Colombia

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“1968 Historia de un acontecimiento”, es el más reciente libro del historiador santandereano Álvaro Acevedo Tarazona. Nos ofrece una mirada en detalle y a la vez una perspectiva global de lo que significó la década del sesenta como punto de llegada y de partida para grandes cambios en occidente.


 

1968 Historia de un acontecimiento

Acevedo Tarazona Álvaro

Ediciones Universidad Industrial de Santander

Historia

2017

Pág. 698

 


 

Fotografía: Diego Val

De la aldea al planeta

Precisar en detalle los acontecimientos locales para establecer su relación con hechos universales es el propósito de muchos historiadores.

Solo de esa manera es posible identificar los elementos comunes y las diferencias que, cada uno a su manera, marcan el devenir de una sociedad.

Por distintas razones, la década del sesenta del siglo anterior ha sido abordada por muchos investigadores como un punto de quiebre en la política, la sociedad y la cultura al menos en lo que corresponde al mundo occidental.

 

 

Pero no siempre los estudios se ocupan de indagar en las raíces recientes y remotas de una sucesión de eventos que tuvieron en el célebre mayo francés del 68 su punto más alto, al menos a nivel simbólico.

 

 

En el caso de Colombia esa década   transcurrió sobre tres grandes líneas: los gobiernos del Frente Nacional, el surgimiento de las guerrillas de corte comunista influenciadas por la Revolución cubana y la irrupción de grandes transformaciones culturales que, en muchos sentidos, crearon las bases para una protesta estudiantil que alcanzó su máxima intensidad en 1971, durante el gobierno del conservador Misael Pastrana Borrero.

 


 

Y decimos protesta estudiantil, porque no resulta claro si el estudiantado colombiano alcanzó de veras a forjar un movimiento organizado, con unos propósitos y un enfoque definido acerca de cuáles eran sus propios intereses y cuál su papel en una sociedad que vivía su tránsito de lo rural a lo urbano de una manera caótica y violenta.

 

 

Es en ese terreno donde el historiador Álvaro Acevedo Tarazona se plantea sus preguntas sobre lo que significó esa época para la Historia de Colombia, interrogantes que trata de resolver a lo largo de las casi setecientas páginas de su libro 1968 Historia de un acontecimiento.

Una obra de tan vasto alcance precisa de una estructura que le permita transitar todo el tiempo un camino de ida y vuelta sin perderse en el intento.

 

Por eso el profesor Tarazona plantea su trabajo como un debate entre distintos momentos de la historia nacional y universal, de modo que al tirar de un determinado hilo pueda identificar sus repercusiones cercanas o remotas para situarse en el devenir de unos hechos que a veces se antojan simple consecuencia de lo acontecido en otros lados, y a veces parecen ser de veras el germen de grandes transformaciones en el ámbito nacional.

 

 

Si de lo que se trata es de situar las protestas de los estudiantes colombianos en un contexto más amplio, resulta indispensable remitirse a los grandes movimientos desencadenados en países como Argentina, México y Brasil.

 

 

Las luchas de los estudiantes en Córdoba durante la segunda década del siglo XX, la matanza perpetrada en la llamada Noche de Tlatelolco en 1968 y el papel jugado por los universitarios brasileros en las grandes reformas sociales y la posterior reacción de las dictadores, nos ubican en un territorio que ayuda a entender la temprana presencia del estudiantado colombiano en momentos tan significativos como la masacre de las bananeras, la dictadura de Rojas Pinillla y las reformas al sistema educativo implantadas en consonancia con los intereses norteamericanos durante el Frente Nacional.

La revolución que no fue

Corrían los tiempos de la Guerra Fría. Los satélites de Estados Unidos y la Unión Soviética se alineaban en dos bandos solo en apariencia monolíticos. Habían transcurrido veinte años desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Los hijos de quienes habían muerto o habían padecido los horrores de esa confrontación tenían razones de sobra para desconfiar de sus mayores. De paso, habían leído a Marx, a Freud y a Sartre. Por lo tanto, tenían una mirada distinta acerca de la política, el sexo y la sociedad. Entre la ansiedad y el hastío se incubaba un profundo malestar.

 

 

Y fue en el país de la Revolución Francesa, con sus promesas siempre aplazadas de libertad, igualdad y fraternidad donde estalló una revuelta que parecía capaz de ponerlo todo cabeza abajo.

Pero al final fue solo eso: un parecer.

Los resultados de ese intento han sido documentados hasta el mito. Y el libro de Álvaro Acevedo Tarazona se encarga de explorar sus incidencias en un país en el que gobernaba Carlos Lleras Restrepo, un liberal ortodoxo que intentaba emprender medidas capaces   de brindarles opciones a unos habitantes recién instalados en las ciudades, que demandaban, entre otras cosas, más y mejores servicios de educación.

 

 

Fue en ese punto donde un sector del estudiantado colombiano- por reflexión o por inercia- se inspiró en algunas de las prácticas del mayo francés del 68 y de movimientos similares en Italia y Alemania.

Solo que el modelo estaba soportado en una revolución que no fue.

 

El todopoderoso mercado y el papel de los intelectuales

Justo cuando los ecos del 68 languidecían en todas partes, las protestas estudiantiles se hicieron fuertes en Colombia.

¿Las razones? Los gobiernos de Lleras Restrepo y Pastrana Borrero intentaban implantar un modelo educativo que priorizara las demandas de un mercado que exigía profesionales y técnicos para un sector industrial que intentaba consolidarse en medio de grandes cambios a nivel internacional.

 

 

 

Estudiantes y profesores se plantaron contra esas reformas en instituciones públicas como la Universidad Nacional, La Universidad de Antioquia, La Universidad del Valle, La Universidad Pedagógica Nacional y la Universidad Industrial de Santander.

A tono con los tiempos, varias universidades privadas también se alzaron frente a las reformas oficiales.

En el camino, algunos líderes estudiantiles se planteaban la necesidad de tejer vínculos con los movimientos sociales de obreros y campesinos.

 

Mientras eso sucedía, los jóvenes confrontaban el mundo de los mayores y lograban de paso grandes cambios en aspectos tan esenciales como el sexo, el aborto, el rol de las mujeres y la estructura familiar.

A estas alturas, el libro del profesor Tarazona desliza otra pregunta: ¿Existía en realidad un movimiento estudiantil con visos de coherencia, o se trataba apenas de respuestas coyunturales a una situación de emergencia?

El curso de los acontecimientos no contribuyó a aclarar las cosas: tras alcanzar su cota máxima en 1971 y 1972 las protestas empezaron a declinar. Los intelectuales, llamados a arrojar luz sobre los hechos, andaban más ocupados en ajustar sus discursos a las ortodoxias ideológicas globales que en pensar su propio país.

 


Entre libros y revistas

En busca de algunas claves para entender esa parte de nuestra historia, el profesor Acevedo Tarazona se sumerge en los archivos de instituciones públicas, universidades y medios de comunicación. Allí encuentra que los sectores políticos de izquierda han alimentado un permanente y muchas veces disperso debate sobre lo que, de manera un tanto vaga, se ha dado en llamar realidad nacional.

 

 

Una realidad hecha más de sospechas que de certezas y más anclada en el prejuicio y el dogma que en el análisis. Por eso mismo en un alto número de esas publicaciones el investigador encuentra más ideología que pensamiento, lo que no contribuye a esclarecer los factores que, en gran medida, definirían el rumbo de la educación y de la sociedad colombiana en las décadas siguientes.

Basado en un amplio catálogo de fuentes nacionales y extranjeras, así como en una rigurosa pesquisa en bibliotecas y fuentes documentales, el libro 1968, Historia de un acontecimiento nos ofrece una mirada en detalle y a la vez una perspectiva global de lo que significó la década del sesenta como punto de llegada y de partida para grandes cambios en occidente, al tiempo que ubica las protestas de los estudiantes y profesores colombianos en relación con esos fenómenos y con las crisis experimentadas por un país anclado entre el feudalismo y la modernidad.

 

De series web y otros formatos para contar la ciudad.

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Una pareja de profesores universitarios y talentosos conocedores del formato transmedia y el audiovisual digital, decidieron hacer de su pasión conjunta todo un reto y una posibilidad para sus estudiantes. Acá les contamos la experiencia.


 

Carlos Betancurth, coordinador de la línea de Comunicación Audiovisual de la Licenciatura en Comunicación e Informática Educativa de la UTP, y Diana Carolina Suárez, profesora, licenciada en comunicación y magister en Estética y Creación, son los gestores de las series web que por esta temporada están presentando con orgullo a la ciudad. Una propuesta audiovisual y digital que combina series televisivas, novelas y narración con formatos transmedia.

 

Fotografía: Diego Val

 

He aquí una entrevista que les realizó La Cebra Que Habla

 

¿Qué son las Series Web?

Carlos Betancurth: Básicamente para entender el ejercicio de series web, hay que entender el contexto. La UTP tiene una licenciatura en comunicación, pero no es comunicación ni periodismo, sino que el objeto de estudio es la comunicación e informática educativa.

Así dentro de esta línea están las asignaturas de cine, video, televisión. Los estudiantes aprenden a moverse en dos campos, la producción y recepción de medios para la alfabetización mediática. Así nace la propuesta de las “Series Web”.

Pensamos ese ejercicio porque consideramos que unen dos componentes muy importantes: el primero, los nuevos formatos que están diseñados para esto (pantallas, tecnología) con narrativa televisiva, mezclada con el formato americano de series. Es decir, narrativas serializadas.

 

Fotografía: Archivo particular

 

¿Y los contenidos de la serie como tal?

Diana Suárez: Por ahora el interés es hablar de las historias hiper locales. Es decir, partir de las historias cotidianas y cercanas de los jóvenes, que les permita observar sus entornos, y que estas se visibilicen a nivel mundial pero con tono ficcional que enriquezcan sus guiones.

En las Series Web hay algunos videos educativos, otros con tono ficcional, pero el objetivo del ejercicio es que los jóvenes comprendan el poder de los medios audiovisuales a nivel mundial, y apostarle a la comunicación global. Narrar con imágenes en estas plataformas.

Esta es la tercera temporada de las Series Web. ¿Cómo les fue con la primera y segunda temporada?

Carlos Betancurth: La primera es un experimento, la segunda también y la tercera también. (Risas). La primera fue un choque – sobre todo para el estudiante – porque no entendían un poco el concepto de hacer televisión por las redes sociales. Tuve que enseñarles que el formato es flexible, que se podía narrar en clave de televisión, pero para otros dispositivos.

Hay elementos importantes en series como por ejemplo Netflix, ClaroTV, Fox, es decir, las aplicaciones están viviendo la “tercera edad de oro” de la televisión. Sabemos narrar, sabemos de producción, lo hacemos sin miedo, entonces hay que hacerlo.

La primera temporada fue un show, salieron dos series. Ya en la segunda la gente comenzó a motivarse y salieron cuatro series. Abrimos la tercera temporada este mes de noviembre, y han sido propuestas más largas.

 

 

¿Cómo están promocionando por las redes esta iniciativa?

Diana Suárez: Cada estudiante hizo un plan de comunicación diseñado para llegar al público al cual pensaron las series. Han publicado constantemente, aunque los más interesados son la misma comunidad educativa, los estudiantes de la licenciatura de comunicación e información educativa.

Ellos se involucran, se comprometen, viven la experiencia de realización televisiva, y trabajan con actores naturales, gente del barrio, conocida, e involucran grupos de teatros locales. Los estudiantes disfrutan de hacer algo visual.

 

¿Han previsto una especie de feedback?

Carlos Betancurth: En este ejercicio de Series Web no solo es producir, sino pensar en los nuevos medios y formatos. Parte de eso es crear un plan de comunicaciones que permita la circulación de contenidos y el feedback de la gente.

En el lanzamiento de las Series Web, los directores enviaban pantallazos con inquietudes de los que presenciaban los videos. Quién hace bien el trabajo, quién esta “empeliculado” y pensó el guion para la audiencia específica, logró captar el feedback de esa audiencia.

 

Fotografía: Archivo

 

Con este ejercicio posiblemente vamos el próximo año a participar en FIS-MED, que es el segundo festival latinoamericano de Series Web realizado por la universidad EAFIT. Entonces desde Pereira pensamos insertarnos con este circuito.

Lo importante es que esto no es un proyecto cerrado, sino que cualquier emprendimiento, universidad o persona puede vincularse, es el formato de moda y se pueden apropiar de él. En la medida en que todos estamos produciendo, se va a manejar mejor calidad y un buen ambiente audiovisual en la ciudad.

 

¿Hay otras experiencias de otras Series Web en Colombia?

Carlos Betancurth: Si, en la universidad EAFIT. Todo el fenómeno de la transmedia y prosumidor ha generado como la tercera ola “de la televisión. Como Henry Jenkins lo planteó en la falacia de la caja negra, todo iba a converger en una sola caja negra, o la televisión.

Él dice en otras palabras que la tecnología diverge, lo que confluye son los contenidos. La cultura de la convergencia tiene que ver con los nuevos formatos y los contenidos.

 

Fotografía: Archivo

 

En ese sentido es que a nivel mundial la gente está produciendo de manera independiente, en universidades y otras instituciones, a bajo costo y con calidad. Lo importante es como el ecosistema de medios permite la aparición de estos nuevos formatos.

Hace poco, con un ejercicio anterior, los estudiantes de la UTP se ganaron un premio en Bogotá: una cámara 4k marca Panasonic. Entonces es algo que está sucediendo y hay que prestarle atención. Vincularse por medio de un circuito de producción. Hay un gran talento en todas las universidades de la ciudad.

 En Pereira sería un evento pionero, pero creo que como dice, no solo es grabar sino también financiar esto de alguna forma.

Carlos Betancurth: los formatos transmedia tienen claro la publicidad. La televisión tiene tres funciones: educar, informar y entretener. Esas tres funciones no se pierden y se relacionan. La meta es que a partir del entretenimiento se lleven productos inteligentes, educativos e informativos.

 

¿Para hacer las Series Web se formaron grupos, o cómo fue ese proceso?

Diana Suárez: En este momento el profesor Carlos Betancurth tiene 30 estudiantes y por mi parte, otros 30. En el grupo de Carlos, se organizó grupos como si fueran productores. La idea fue organizarlos así para que ellos vivan esa experiencia de crear su propia empresa; pero también para que cada uno asuma el rol y se lo tome en serio.

Productores (estudiantes) que en clase eran retraídos o callados, pero en producción resultaron ser espectaculares. Así que cada uno está identificando su rol desde la producción.

El mío fue más diverso, entonces se hicieron cuatro grupos, buscando el trabajo colaborativo y la comunicación constante que les permita divertirse en la producción.

 

Fotografía: Diego Val

 

 

Los trabajos que resultaron fueron estos:

Uróboro: Este grupo está conformado entre 10 y 12 estudiantes. El director maneja una historia familiar cotidiana. Situaciones donde cualquiera persona se ve reflejado. Inquietudes después de salir de la Universidad.

 

 

Despertar: Se trata de la historia de una joven que se confronta con el mundo laboral al salir de la Universidad.

 

 

 

Antumía: Serie dirigida por David Vanegas con otros seis estudiantes más. Trabajaron en un barrio e involucraron a todos los del sector.

 

 

 

Trastorno: Es una serie muy bien editada que habla de un joven que sufre trastornos basados en una lucha interna consigo mismo.

 

 

 

Hemos visto la evolución de los estudiantes que se apropian del lenguaje audiovisual.

Ya sabemos las fortalezas del proyecto. ¿Cuáles son las debilidades de las Series Web?

Carlos Betancurth: Básicamente es la actitud mental de algunos estudiantes que piensan que la producción es para profesionales, o para los que tiene la experiencia o porque tienen ciertos equipos. Pero entonces, el que los estudiantes conozcan experiencias de otros estudiantes que han hecho videos con celulares, historias potentes, los ha motivado. También hay que ser disciplinado con el plan de rodaje, el guion, y que con el proceso de pre-producción es posible grabar y tener un buen producto final. Entonces es que los estudiantes entiendan que el éxito de su programa es equivalente a lo disciplinado que sean.

Foto: Archivo particular

 

En Pereira hay mucho que contar con estas series. Entonces creemos que esto promete.

Carlos Betancurth: Nosotros nos movemos en esa línea, entre lo hacker y lo maker. Es decir, si hay que hacer, hagámoslo. Y cuando las cosas se ponen difíciles entonces hay que hackear el sistema, la mentalidad de los estudiantes.

Es el equivalente al comenzar una licenciatura. Dicho programa no forma comunicadores ni periodistas, sino docentes, pero se produce. Entonces en este acercamiento que ellos tienen a la producción, cuando ellos sean docentes, van a tener herramientas empíricas y teóricas, sobre cómo contarles a sus estudiantes, cómo hacer una buena recepción de televisión.

Sin necesidad de irnos solo a la parte teórica. Aunque esta es importante, claro. El acompañamiento entre lo teórico y lo práctico. Incluso hay ejercicios donde deben hacen crítica de la televisión para que reconozcan elementos y parámetros para sus propias producciones.

 

 

 

Los contenidos temáticos de posconflicto y paz.

¿Cómo unen eso con las Series Web?

Diana Suárez: Estábamos pensando trabajar esto en el próximo semestre. En Medellín conocimos una experiencia llamada “Desarmados”. Una página transmedia donde los estudiantes primero reciben cartas de las víctimas, construyen un relato biográfico, y luego las dejan abierta al mundo para el que desee contestar, y en cierta manera se haga una catarsis de ese dolor.

Son medios muy vigentes que están aportando a construcción y memoria de país. Entonces estamos en conversaciones con Mauricio Vázquez, que es el director de la línea de ciber medios de EAFIT para participar del proyecto, pero ampliándolo a Risaralda, porque hay mucho que contar desde los municipios, aprovechando los saberes.

 


 

“Consumo responsable”: mirando a nuestro Goliat para vencerlo.

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Entra a nuestras casas y arrasa con todo a su paso, para olvidar el entrañable aprecio que le teníamos a ese televisor viejo y a los zapatos regalados por la abuela. ¿Qué hacer con él para mejorar nuestras vidas?


 

 

Miro mi maleta y recuerdo que hace tiempo viajo con poco equipaje, no sólo cuando me traslado de un lugar a otro sino en mi vida.

El cargar, comprar, habitar y demandar “poco” se ha constituido en una nueva tendencia de lo que los expertos han denominado “consumo responsable”, es decir, demandar los bienes y servicios necesarios, pero no suntuarios.

Es claro que lo suntuario para todos no consiste en las mismas cosas. Para algunos tener ropa por temporadas puede ser excesivo, mientras que para otros puede resultar vital.

 

 

Por ello el experimento del “consumo responsable” resulta un proceso personal, en el cual algunos lo limitan a un número definido de objetos (por ejemplo la experiencia de Joshua Becker www.becomingminimalist.com), otros a un estilo de vida dónde sea preferible productos derivados de procesos orgánicos comprometidos con la preservación ambiental, y por último hay quienes eligen estilos de vida centrados en propuestas: slow, veganas, vidas en comunidades en reservas naturales o economías colaborativas.

De todo este universo de posibilidades, lo que queda claro es que existen en la actualidad movimientos ligados a la “desintoxicación” de los estilos de vida que tengan como centro el consumo. Contraponiendo a éstas, metas ligadas con la satisfacción personal, la armonía con la naturaleza, el derecho animal, u otros.

 

 

Ilustración: David con la cabeza de Goliat. Caravaggio.1607.

 

 

A todas estas propuestas de consumo responsable se enfrentan las tendencias de marketing y producción en serie, que tienen en las colecciones por temporadas, los Black Days, las rebajas y la obsolescencia programada a sus mayores aliados.

Estas estrategias, que se acentúan en las fechas de celebración de final de año, nos rebasan y arrastran a atiborrar nuestros hogares con artículos de dudosa utilidad y disfrute.

 

 

Es como si Goliat entrara a nuestras casas y arrasara con todo a su paso, para olvidar el entrañable aprecio que le teníamos a ese televisor viejo, a los zapatos regalados por la abuela y a ese gastado estilógrafo que sólo necesita una nueva tinta.

Pero como veíamos al inicio, este es un camino íntimo en el cual juzgas la “necesidad” de nuevas y lujosas cosas, en el que decides si prefieres el compartir a través de la comida navideña con la familia y amigos con la simplicidad de la música o en la necesidad del último celular con magnificas aplicaciones para los éxitos del momento.

Lo realmente importante, no es la unicidad del camino sino la valentía para reconocer mi Goliat del consumo, para mirarlo a la cara en estos tiempos frenéticos y plantearme una decisión frente a mi responsabilidad con la naturaleza.

 

 

El Área Metropolitana tendrá catastro propio.

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Su actualización permitirá recolectar importantes insumos para la planeación y la gestión del territorio. Una muy buena noticia para los municipios del Área Metropolitana, debido a la expectativa de mayores cobros.


 

Fotografía: Diego Val

 



 

Las oficinas de catastro, que dependen del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, IGAC, actualmente se han convertido en una piedra en el zapato para la gestión predial de los municipios. Rígidas y lentas, permanecen rezagadas en relación a la dinámica inmobiliaria de los entes territoriales.

 


Así las cosas, tanto para los propietarios de inmuebles, los desarrolladores inmobiliarios, y el mismo municipio, la inoperancia del actual catastro ha sido un dolor de cabeza.

Lo es para los propietarios de nuevas construcciones que, demorándose una eternidad en aparecer censados en el catastro, tienen problemas para registrar legalmente las operaciones de traspaso de dominio de sus bienes.

Es un tropiezo permanente para los desarrolladores inmobiliarios, quienes requieren registrar la transformación que imprimen a los predios desarrollados por ellos.

 

 

Comúnmente, por ejemplo, un edificio construido en un terreno sigue apareciendo como lote, aunque ya se hayan terminado, vendido y entregado las unidades correspondientes al proyecto constructivo. Y significa, sin duda alguna, un grave perjuicio para las finanzas municipales.

Puesto que el catastro no está en consonancia con el desarrollo de la ciudad y la construcción de nuevos inmuebles, y él es la base para el cobro del predial, los recursos captados en razón a este impuesto están siempre por debajo de los reales.

Recientemente el Área Metropolitana y sus municipios han firmado un convenio con el IGAC para capacitarse e implementar un catastro propio, en el marco del artículo 180 del Plan Nacional de Desarrollo que creó el Programa Nacional de Delegación de Competencias Diferenciadas (PNCD).

 

 

El costo estimado para llevar a cabo esta descentralización es de 66.000 millones de pesos, a invertir durante los próximos 10 años. Las fuentes de financiación se estiman como una porción del mayor recaudo del impuesto predial derivado de todo el proceso.

Considero esta una muy buena noticia para los municipios del Área, debido a la expectativa de mayores cobros. Por ejemplo, en Pereira, el total del impuesto predial anual equivale a $97 mil millones de pesos, y con la delegación del catastro se estima recuperar $22 mil millones/año.

 

 

Es decir, cerca de un 30% adicional al valor total actual recaudado. Hay que recordar que, en este municipio, el impuesto predial equivale al 65% del total de los ingresos percibidos por los denominados “recursos propios”.

Pero no se trata únicamente de la hacienda requerida para financiar las actividades municipales. De igual manera, y no menos importante, la actualización catastral permitirá recolectar importantes insumos para la planeación y la gestión del territorio.

 

 

Solo nos resta desear que el presupuesto estimado sea ajustado a las necesidades del proyecto. Y que, una vez los municipios se encuentren en poder de sus bases catastrales, todos los procesos relativos a su reconocimiento, actualización y cobro, se lleven a cabo con el personal idóneo y con criterios técnicos.

 

 

Para que no se convierta esta nueva entidad metropolitana, como otras, en lugar para el pago de nefastas cuotas burocráticas, manejos politiqueros o fuente de corrupción y presiones indebidas a los desarrolladores privados.

Se acercan los días más felices de Carlos Elliot Jr.

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Carlos Elliot Jr. en el lanzamiento del disco “Del Otún al Mississippi” en el Parque Olaya Herrera.


El músico prepara su fiesta del blues y la fusión para el próximo sábado dos de diciembre. Como siempre, atenderá a sus invitados en la sala de la casa: esta vez en el parque Olaya Herrera de Pereira.


 

Fotografías: Jess Ar

 

Carlos Elliot Jr. en el lanzamiento del disco “Del Otún al Mississippi” en el Parque Olaya Herrera junto a The Cornlickers y R. L. Boyce.

 

 

En algún recodo de su memoria, Carlos Elliot Jr. debe guardar la imagen del momento justo en que descubrió que, independiente del lugar de la tierra donde se interprete y de los nombres utilizados para designarlo, el blues echa raíces en la más honda tristeza de los desarraigados, de los que ya perdieron la cuenta de sus derrotas por nocaut.

Por eso mismo sabe que cuando se lanza al camino, en alguna vieja fonda, taberna, cantina o tienda caminera encontrará a sus hermanos. Hombres y mujeres que, acompañándose de una harmónica, un bajo, una guitarra y algún otro instrumento tomado sobre la marcha, desgranan las penas y se inventan ilusiones para sobrevivir un día más.

 

Carlos Elliot Jr. con sus amigos, los bluseros norteamericanos The Cornlickers y R. L. Boyce, en el parque Olaya Herrera.

 

 

Si de por medio se cruza una buena botella de ron o de whisky sin domar, mucho mejor.

Por eso le fluyen de manera tan natural esas músicas campesinas que igual pueden hablar de amores ganados al caer la tarde y perdidos sin remedio al despuntar el alba o de las pequeñas aventuras de los plantadores de   cebolla, maíz y trigo entre La Florida y el delta del río Mississippi.

 

Carlos Elliot Jr. en el lanzamiento del disco “Del Otún al Mississippi” en el Parque Olaya Herrera.

 

No por casualidad una de sus obras lleva ese título: Del Otún al Mississippi.

A golpe de guitarra Carlos Elliot aprendió a tender puentes que pueden llevar de la calma de su casa a las tumultuosas ciudades de la India.

En cualquiera de los casos siempre está de regreso a sí mismo, vale decir: a la esencia de los suyos.

De hombres como   esos campesinos que bajan desde las montañas donde nace el río narrado por Mark Twain y pastorean sus recuerdos acodados en la barra de un bar mientras contemplan a lo lejos el humo de los barcos que recorren esas aguas amarillas una y otra vez como almas en pena.

 

Rubiel Pinillo, cultor del cancionero campesino en el corregimiento de La Florida. Invitado este año al festival.

 

O tipos de tan buena onda como Rubiel Pinillo, el campesino y juglar de La Florida que ahora lo acompaña en la aventura de componer a su lado una tanda de canciones encaminadas a celebrar la tristeza de la dicha, o la alegría de la pena: como ustedes quieran mirarlo.

En todo caso el título no admite apelaciones: El blues de la parranda.

 

Rubiel Pinillo y Carlos Elliot Jr. en una de las sesiones de grabación de “El blues de la parranda”.

 

 

Ver: “El blues de la parranda”: lo nuevo de Rubiel Pinillo junto a Carlos Elliot Jr.

 

 

Por eso, porque el blues es también una fiesta, Carlos Elliot Jr. organiza desde hace cinco años un Festival de Blues, al que ahora le ha agregado la palabra Fusión,  del que es anfitrión, y al que invita a sus mejores amigos de todas partes.

Ya lo sabemos: las fiestas de verdad solo se hacen con los amigos del alma. Lo demás son formas. Páginas de sociedad.

 

El blusero R. L Boyce, uno de los máximos exponentes del Hill country blues. Viene desde Mississippi por segunda vez a Pereira.

 

 

En nuestras tradiciones diciembre es, por definición, el mes de la parranda. Y la música parrandera campesina está aferrada muy hondo a esas maneras de celebrar.

Así que Carlos Elliot Jr. prepara su fiesta del blues y la fusión para el próximo dos de diciembre.

Como siempre, atenderá a sus invitados en la sala de la casa: esta vez en el parque Olaya Herrera de Pereira.

 

 

Lanzamiento del disco “Del Otún al Mississippi” de Carlos Elliot Jr. en el Parque Olaya Herrera.

 

 

Abandonado por la indolencia de las administraciones y recuperado por la tenacidad de artistas y gestores culturales, el parque ha vuelto a la vida convocado por miles de feligreses que asisten a liturgias tan valiosas como La Fiesta de la Música, Convivencia Rock o los rituales de música electrónica.

Después de todo, desde el comienzo de los tiempos la música ha estado vinculada a la reinvención de lo sagrado.

Tambores, coros, guitarras, bajos, trompetas, harmónicas y maracas nos curan de las penas y por ese camino desencadenan el torrente de la dicha.

 

Carlos Elliot Jr. en plena ejecución del blues junto a R. L. Boyce.

 

 

“Llegó diciembre / con su alegría/ mes de parranda/ y animación”, dice una vieja canción tropical.

A tono con ese espíritu, el dos de diciembre el Parque Olaya Herrera abrirá de par en par sus puertas invisibles para celebrar de sol a sol los días más felices de Carlos Elliot Jr. y su panda de amigos de todas partes.

 

Rubiel Pinillo, cultor del cancionero campesino en el corregimiento de La Florida. Invitado este año al Festival de Blues.

 

 


 

El Festival Internacional Blues y Fusión se realizará el próximo sábado dos de diciembre desde las 2 de la tarde en el parque Olaya Herrera. Entrada general: $3.000 / Entrada familiar: $5.000

Cartel de músicos:

R. L. Boyce (Mississippi, USA)

Los Petitfellas (Bogotá)

Lighnin´ Malcolm (Mississippi, USA)

Bobby Gentilo (Pensylvannia, USA)

Carlos Elliot Jr. (Pereira)

La Pata Records (Manizales)

Herencia Afro Cantaoras (Cartago)

Los Trejos Brothers (Pereira)

Blues INK (Pasto)

Rubiel Pinillo y Los Parranderos de La Florida (Pereira)

Guambú Rescatando Cultura (Pereira)

Armenia Blues (Armenia)

Daniel Rivero (Pereira).

 


 

El blusero R. L Boyce, uno de los máximos exponentes del Hill country blues. Viene desde Mississippi por segunda vez a Pereira.

Una visita a la capital del mundo en pleno verano

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Nueva York tiene esa facultad de presentar en cada calle una mezcla radical entre pasado, presente y futuro. Una de las ciudades más particulares  que existe. En este recorrido les contamos por qué. 


 

Fotografías: Martha Alzate

 

Es tiempo de verano. Y así, plena de luz, nos recibe Nueva York.

Un regreso largo tiempo ansiado, en compañía de mis dos pequeños hijos. Mi fascinación sería ver esta mega ciudad a través del brillo de sus ojos. Las expresiones de asombro y maravilla, el goce de vivir a la capital del mundo en pleno verano.

Iniciamos en un recorrido rápido por las calles de Manhattan en donde la iglesia de Saint Patrick es la primera referencia obligada.

 

 

Enfrente de esta iglesia neogótica de gran tamaño se ubica el Rockefeller Center, más exactamente la escultura de Atlas.

 

 

El interior de la iglesia es iluminado pero frío. Su estructura en concreto añade de manera importante a la sensación de majestuosidad, pero el material marca una distancia con la vida y lo terreno.  

 

 

Debido a las presiones que en materia de seguridad vive Nueva York, están instalados en la iglesia severos controles al ingreso.  Aburrida de verme nuevamente inspeccionada (estado recurrente en la capital del mundo que limita el acceso a muchas de sus edificaciones y atractivos), decidí esperar observando el ir y venir de los visitantes.

Algunos, fervorosos creyentes, otros simplemente turistas entusiastas que intentaban sumar un atractivo más en su lista de chequeo.

Enfrente de la iglesia un edificio con alma. Lo miré largamente. Porque Nueva York tiene esa facultad de presentar en cada calle una mezcla radical entre pasado, presente y futuro. De repente, puedes ver estas pequeñas construcciones, testigos obstinados de un pasado no tan remoto, al lado de construcciones consolidadas y de gran altura, que se ven disminuidas ante la promesa abierta al infinito de los nuevos rascacielos, cuyos pisos superiores dan la impresión de habitar en otras atmósferas.

 

 

En la imagen puede verse un local de Le Pain Quotidien. Una delicada panadería de estilo francés. Esta cadena internacional de panaderías, fundada en Bruselas en 1990, está presente en la ciudad con una buena cantidad de locales. Y es una gran alternativa a la hora de tomar desayunos y refrigerios.

Su propuesta de comida orgánica, caracterizada por el servicio en “mesa comunal”, combina la posibilidad de tomar preparaciones muy frescas con una excelente calidad de panadería y bebidas calientes. Su ambientación es familiar, y esa mesa compartida hace de la experiencia una mezcla entre cálida acogida y obligada socialización, que aportan algo de sosiego a la experiencia de desarraigo que se siente al estar de visita en ciudades tan distantes, frías e impersonales, como NYC.

FOTO New York 150: Mesa comunal en alguno de los locales de Le Pain Quotidiane. 

De este primer recorrido, siguió el obligado tour por la ciudad en el bus turístico.  Fuimos a tomar nuestro transporte en la zona de Times Square que se mezcla con los alrededores de Broadway.

  

 

Mientras esperábamos la llegada del articulado, haciendo una interminable fila, pude detenerme a observar a una chica que, mientras se encargaba de repartir publicidad de algún show teatral o musical, hacía ella misma su propia representación en los andenes de este sector.

 

 

Iniciaba, se acercaba con actitud de mimo a los transeúntes, evaluaba la respuesta, se decepcionaba, tomaba aire, volvía a iniciar.  Todo un ritual de la representación y de su propia vida, poblada vaya a saberse por qué frustraciones y anhelos.

 

 

Por fin, a bordo del bus, iniciamos el recorrido.

Las calles, los edificios, las referencias a lugares históricos o de interés, todo se conjuga para que la expedición esté llena de atractivo.

 

 

También, desde mi perspectiva, observar el funcionamiento de esta ciudad desde la altura de un vehículo de dos pisos, con la posibilidad de comparar el hormigueo de los transeúntes en las calles, el orden al momento de abordar los cruces peatonales o cebras, y la proyección de esa misma vida que asciende por las fachadas de edificaciones a las que, permanentemente, es imposible seguirlos con las capacidades del ojo humano, porque se pierden en la inmensidad de su proyección hacia el espacio superior, hacia un submundo poblado por nubes y otras perspectivas del cielo.

 

 

Imposible no conmoverse con las imágenes que van quedando impresas en nuestra mente, de la prolongación sutil de estas estructuras y sus fachadas en vidrios azulosos hacia el firmamento.

 

 

Ambos celestes se superponen hasta confundirse y crear la sensación de una habitación más próxima a los vecindarios celestes que terrenos. 

 

 

Pasos por vecindarios exclusivos, históricos, elegantes, en donde se han tomado seguramente decisiones importantes para este mundo en el que habitamos pero que solo unos cuantos parecen gobernar.  

 

 

Los alrededores de la Biblioteca Pública de Nueva York y el Bryant Park. Con sus espacios repletos de gentes disfrutando de las bondades del clima.  Todo un espectáculo de lo público en el uso y disfrute de las infraestructuras comunes.

 

De repente, un hombre que lustra zapatos, oficio extraño para estos confines del mundo. Alza su mirada, sentado como está, al pie de su extraordinario mueble de lustrar, una mirada increpadora a estos turistas que lo miran desde lo alto, desconocedores de sus luchas y de su trabajo, de la dignidad de su labor en medio de tanta opulencia.


 

Los audífonos apenas parecen protegerlo del agite a su alrededor, y, sin embargo, su mirada es elocuente, enfrenta y no niega un dolor, un cierto resentimiento de la vida.


 

Los vehículos se aglomeran y las calles se abren extensas, una detrás de otra, en una uniformidad pintoresca y ordenada a la vez.  Hasta lo temporal, como es el caso de las reparaciones locativas en algún edificio, es controlado, limpio, pulcro. Se lleva a cabo sin perturbar.


 

Nuevas edificaciones se abren a nuestro paso. Estructuras en materiales diversos, fachadas decoradas que dan cuenta de épocas en las que ser diferente se lograba a partir de gestos artísticos y dramáticos, de la superposición de pequeñas piezas, herencia de inmigrantes árabes o de otras latitudes que dejaron, también, su impronta en las construcciones de la mega urbe.

 

Locales comerciales, institucionales y demás, todos en perfecto orden y armonía. Gestos de una vegetación programada para convivir con lo edificado en materiales inertes.  Perfecta alineación de las fachadas. Coordinación para no perturbar el tráfico aún cuando se estén realizando descargues y otras operaciones propias de la vida normal de la ciudad.

Respeto por los peatones y sus cebras. Los infaltables buses turísticos, invadiendo una cotidianidad que no se da por aludida. Que prosigue, aún, en la certeza de ser permanentemente observada, fotografiada.

 

 

La ciudad y sus lógicas continúan aún con la agitada presencia de multitud de visitantes, sobre todo en el verano. No sucede lo mismo que con otras ciudades turísticas como Paris, en donde, los residentes se ven desplazados por las escenografías y actividades dispuestas exclusivamente para la horda turística.

Debe ser molesto ser parisino en verano e intentar tener algo de vida cotidiana cuando en las calles se prepara toda una puesta en escena para ser disfrutada por los invasores que devoran ansiosos cada rincón de la ciudad.


 

No es el caso de Nueva York. A pesar de la evidente presencia de turistas, la ciudad continúa con sus lógicas. Se acomoda. Parece más bien ignorar, de manera displicente, a estos advenedizos. No repara en ellos ni se detiene en consideraciones especiales.

En medio del recorrido reparo en las señales. Esas tan ligadas a la existencia urbana, tan interiorizadas por nosotros, tanto que actuamos y respondemos a ellas de manera automática y casi universal.

 

 

Y en el trasfondo de esta visión totalmente urbana, un gesto que me llama.  Un edificio de viejas escaleras de emergencia exhibidas con desparpajo en la fachada.  Un llamado a pensar en otros momentos, de ciudad vieja que puede incendiarse (y de hecho se incendió muchas veces), en la fogosidad y el agite de la ebullición de una inmigración constante y prolífica. Es, con toda certeza, la historia de Nueva York.

Al fondo se observa el edificio Flatiron . Todo un ícono arquitectónico de comienzos del siglo pasado, innovador en su ubicación (un lote triangular), fue desarrollado con una estructura de tipo aerodinámica que causó inquietud entre los neoyorkinos de la época quienes apostaban a su colapso,  derrumbado por los fuertes vientos.


 

Concebido por un arquitecto de la escuela de Chicago, Daniel Burnham, se conserva como una de las construcciones más emblemáticas de la ciudad.  


 

En cercanías a este vecindario, esta linda torre de iglesia con reloj, cuyo nombre no puedo recordar.


 

Y, los fantásticos espacios públicos, abiertos y dispuestos para el disfrute permanente.

Me encantan esas calles a las que el juego de luz y sombra, propios de la híper urbanización de la isla, dan ese toque peculiar, que despierta emociones e instiga la imaginación.


 

Recuerdo entonces las voces múltiples, el azar de la vida cotidiana, puesta en escena a través de las palabras de John Dos Passos y su Manhattan Transfer.

 

A la vista, otro edificio emblemático. Esta vez se trata del edificio The New School University Center. Un edificio contemporáneo, inaugurado no hace más de tres años, cuya construcción está completamente certificada en las prácticas de arquitectura bioclimática LEED.

 

En este mismo vecindario, un letrero intrigante. Un mercado que promete vender comida para humanos reales, denigrando de la soya, el azúcar, la canola y el trigo.  


 

Nueva York es, junto a Londres, tal vez de las pocas ciudades en donde los que padecemos algún tipo de alergia alimentaria no tenemos por qué preocuparnos. En todos los lugares es posible encontrar cartas separadas, alimentos dispuestos para prevenir todo tipo de alergias.

Se puede solicitar las cartas de gluten free y lactosa free (tal vez las más comunes), pero también vi sugar free, soy free, y hasta garlic free.

 

 

Nuestro recorrido termina en el vecindario cercano a Washington Square y a los múltiples edificios que ocupan como sede la Universidad de New York.  Por los audios del bus turístico me enteré que NYU es la universidad de carácter privado más grande en el mundo. 

Y a fe que tiene un campus dispuesto en un lugar de ensueño, girando alrededor de este magnífico espacio público que es la plaza Washington.

 

 

Caminar por estas aceras contemplando las fachadas de los edificios, ambiente que se percibe residencial (no ya turístico), pensando cómo podría ser vivir allí, y ver la vida desde el balcón de cualquiera de estos edificios, cultivando plantas en macetas para no perder la sensación de ser parte de algo natural.

Recorrimos nuestro camino hacia Washington Square, no sin antes detenernos en esta especie de surtidor de productos frescos, comidas saludables, batidos energéticos, que es Fresh &Co.

Hay una verdadera obsesión en la capital del mundo por la comida saludable, y casi en cada cuadra es posible encontrar supermercados, tiendas, cafés, o restaurantes cuya propuesta está basada en smoothies, batidos de frutas, cereales y verduras, y ensaladas de todo tipo.

Consultando su página web, veo que su promesa de venta está basada en la inclusión de productos locales. “We are local” reza su slogan, y es que con la comida como una súper industria, el pánico se ha tomado las tendencias de consumo de quienes tienen con qué decidir y pagar por sus decisiones.

Termina así el recorrido por las calles de Manhattan y nos aprestamos a internarnos en el mundo de su espacio público, a toda luz, en Washington Square.