domingo, mayo 18, 2025
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Conoce las patinetas de alto vuelo hechas por un pereirano.

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Su creador es David Díaz. Conoció este deporte en el colegio, su primera patineta era una skate de madera que estaba en casa de su madre


 

Parce, individuo, sujeto, Dude. Palabras que albergan muchos significados entre los Skaters, y son muy usadas en su comunidad alrededor del mundo.


David Díaz comenzó su camino en el mundo del skateboarding cuando tenía 13 años.

 

Fotografía Valentina Allan Archivo particular
Fotografía Valentina Allan Archivo particular

 

Conoció este deporte por unos compañeros de colegio, y recuerda que su primera patineta era una skate de madera que estaba en casa de su madre, y que usaban sus tías para jugar  cuando eran niñas.  

En ella comenzó a rodar y hacer sus primeros saltos.

Me cuenta que por esa época vivía en Facatativá. En ese entonces era difícil y costoso conseguir una patineta. Con esfuerzo se consiguió una Variflex,

“Los skaters viejos recordamos que las Variflex eran las primeras que se vendían en el país; eran baratas, pero servían para aprender. Aprendimos por los viejos que llevaban algún tiempo patinando y tenían videos de skate antiguos. Recuerdo que veíamos mucho el primer vídeo de Plan B en el que salía un skater llamado Rodney Mullen. Yo hice la copia y lo tenía en VHS para verlo”.

 

Fotografía Susana Domínguez
Fotografía Susana Domínguez

 

En su juventud comenzó con sus amigos del barrio a deslizarse por cualquier baranda, en cualquier parque. En cada pequeño borde se encontraban un sin fin de posibilidades para divertirse sobre tablas de madera.

Fue una época muy divertida para él.  Todos salían a patinar, y en ese entonces, la chicha era su fiel acompañante de parche.

Desde un  principio fue consciente que no era tan talentoso en este deporte, y su proceso de aprendizaje era un poco más lento que el de otros. Por ello pensó que sería bueno tener una marca o un skate shoop, o algún tipo de proyecto relacionado con  el skatesboarding.

 

Fotografía Susana Domínguez
Fotografía Susana Domínguez

 

Su hobby se convirtió en un estilo de vida. Aunque por cuestiones de tiempo interrumpió montar para poder terminar sus estudios. Se graduó como diseñador visual de la Universidad de Caldas, y tuvo la oportunidad de viajar a EE.UU.

Allá comenzó a investigar el mercado de las tablas y luego de dedicarse unos meses a planear la idea, rayarla, madurarla y trazarla sobre papel, nació DUDE.

El primer proceso fue invertir un poco de sus ahorros  para comprar algunos artículos que trajo a Colombia desde EE.UU., comenzó a comercializarlos por medio de su página en Facebook. Paralelo a esto, y con los fondos recaudados, comenzó a crear el proyecto para hacer su propia línea de tablas.

 

Fotografía Susana Domínguez
Fotografía Susana Domínguez

DUDE comenzó a tener más seguidores:

“En ese momento yo no visibilizaba la dimensión de este sueño, que empezó a crecer muy rápido y a mí se me acabaron los productos que tenía”

decía David con entusiasmo mientras desayunaba y me contaba su historia.

En ese proceso de crecimiento descubrió que existía  una marca nacional que hacía patinetas. Como estrategia de mercado, decidió incluirla en su portafolio, para complementar su oferta distribuyéndolas a través de redes sociales.

 

Foto archivo particular
Foto archivo particular

 

Mientras la marca se expandía vino la primera colección que se llamó En la trampa,  y con la cual DUDE arrancó en la escena local como marca de patinetas y accesorios fabricados en Colombia.

Desde ese momento se tomó como filosofía sólo la distribución y venta, y el apoyo a la industria nacional.

 

Fotografía Valentina Allan Archivo particular
Fotografía Valentina Allan Archivo particular

 

Las patinetas de DUDE  y Guácala

Para su colección trabaja un proceso de dirección de arte en compañía de un colectivo llamado Guácala, quienes son los que definen un nombre y una temática a trabajar, y los mismos que hacen proyectos conjuntamente con artistas nacionales para apoyar la escena de lo de acá.

 

  • En la Trampa
  • Hey Dude
  • En la Juega  (Tuvo la colaboración de Ceroker, un diseñador gráfico muy teso en la escena del graffiti en Bogotá)
  • Patineta Criolla (Fue un especie de reconocimiento a lo que nos hace colombianos, y llevó un collage de imágenes alusivas a la región entre las que encontramos arepas, aguacates, pedazos de pollo, entre otras. En esta última participó el artista paisa Choneto.
  • Buena la Rata. (Contó con la participación nuevamente del colectivo Guacala)

 

Foto archivo particular
Foto archivo particular

 

 

Siempre ha tenido el apoyo de su familia. Actualmente la marca genera los recursos para seguir creciendo, y en este momento se encuentra desarrollando un proyecto tipo fundación llamado Siembra Skateboarding,  junto con otros skates locales, con el fin de promover hábitos de vida saludable entre los jóvenes de la ciudad.

La idea es que la juventud vea en el skate un proyecto de vida transversalizado, en el cual se encuentren diferentes tipos de profesiones como la fotografía, el diseño, la arquitectura, entre otras.

 

Foto archivo particular
Foto archivo particular

 

Un ejemplo es el DUDE del mes, proyecto que patrocina a un skater a nivel nacional o local con el que hacen un vídeo mostrando su talento y dotándolo de los artículos necesarios que necesita el deportista.

 

Foto archivo particular
Foto archivo particular

 

Otro de los eventos que hacen es el Chorirat, que celebran por lo general el 31 de octubre, hecho para compartir con la familia y amigos. Aquí hacen concursos de disfraces y carrera de ratas (Seudónimo que utilizan los skaters para llamarse entre sí).

 

Conoce mas de sus actividades del Duke Skate Shop

Apuntes sobre los trágicos griegos: “De sus orígenes” (I parte)

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La tragedia, para los atenienses, entró a sus vidas porque conmovía el espíritu humano: el coro cuestionaba al público.


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Trag-oedia que significa “el canto del macho cabrío”

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Desde su aparición, la tragedia griega, singularmente, fue humana: celebraba el sacrificio de Dionisio, y celebra la vida y la muerte a través de la conmoción del espíritu humano. Acciones, en tanto, ceñidas a una manifestación religiosa.

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Alrededor de los siglos V y VI  a. C., los cantos en honor a Dionisio, el nacido dos veces, se establecían, tal vez, en las calles de Grecia, donde todo se ensombrecía por el ritmo de los coros llevados a un tiempo preciso. La primera tragedia se remonta, en efecto, al año 534 a.C., llevada por Pisístrato: narra la victoria de Atenas sobre los invasores persas.

Se perpetuó, al parecer, remotamente en el recuerdo del pueblo porque se conserva.

 

 

Tespis, pues, agrega al coro un actor que, tras una máscara, crea un diálogo con los integrantes del coro. Dialogan actor y coro, equilibrados, por encima de una multitud asombraba, concedidas a la confusión.  

Aquí, la tragedia empieza a mostrar sus primeros rasgos, en todas sus formas, a dibujar desde la oscuridad una criatura que palparía el misterio de los hombres. Seguidamente, aparece  Esquilo, Sófocles y Eurípides, en ese orden, figuras que, prontos a tocar el corazón del hombre,  permanecieron, poco a poco,  con sus obras en la memoria de un pueblo, cuyo mar al menos, llevaba verdades.

 

Tomada de Elojoinfinito
Tomada de Elojoinfinito

 

Esquilo, entre tanto, compuso 91 obras y solo se conservaron siete. Proveniente de la ciudad de Eleusis –lugar donde la lluvia y los truenos eran un misterio–, cerca a Atenas,  el trágico  cierta vez fue a consultar el Oráculo de Delfos, para visionar su futuro. Allí, la profecía fue rotunda: Morirás aplastado por una casa.

Esquilo, entonces, se retiró a vivir al campo, lejos de las casas para eludir su muerte. Un día, mientras recorría los caminos que, de cierto modo, tenía tallado en la planta de los pies, un águila que volaba por los cielos, dejó caer de repente una tortuga que llevaba en sus garras  sobre la cabeza de Esquilo.

 

 

El golpe lo descalabró, el peso de la sabiduría cayó sobre él, porque mostró a través de Prometeo la fragilidad de Zeus –el águila de vuelo perplejo–. Murió el trágico, por lo visto, llevando a la acción la revelación del Oráculo.

Entregar la verdad, pues, es zambullirse en una muerte que, como el destino, está en las entrañas del hombre.  

Precisamente, en la estructura de la tragedía, Esquilo dotó a los personajes de un dolor y sentimiento de culpa que, uno a uno, son llevados a un camino de purificación, es decir, a la catarsis. Y a su vez, dentro de la estructura trágica, agrega un actor más.

 

 

Así, sumando actores, llegamos  a  Sófocles que, siguiendo la cuerda templada de su espíritu, da los acabados a la estructura de la tragedia introduciendo un actor más. Escribió, en efecto, ciento treinta obras, que a través de la sucesión de días, se conservan en la actualidad  siete tragedias.

En absoluto, aquí, la tragedia ya era el animal perfecto según Alfonso Reyes. Para conformar el grupo de los tres trágicos nos falta, desde luego, Eurípides, de quien se conservan dieciocho obras, contando Reso.

 

 

La tragedia, para los atenienses, entró a sus vidas porque conmovía el espíritu humano: el coro cuestionaba al público, en un sentido, donde  leía sus emociones y se las narraba tan hondamente que, en ciertos aspectos, destemplaba las fibras que revisten el corazón.

En el género trágico, pocas veces vemos la acción: la imaginamos. Cuando muere Antígona, después de quebrantar las leyes de Creonte y seguir las leyes humanas, lo vemos a través de los ojos de otro, un personaje nos cuenta. Nos llegan, en consecuencia, las noticias pero no vemos el hecho.

 

 

Todo se cuenta, al parecer, por boca de otros. Los trágicos, entonces, ejercían los contrastes: Antígona es, a primera vista, la dualidad: lucha por enterrar a su hermano, pero si lo ejecuta está en contra de la ley del pueblo.

Pero, cualquiera que sea el costo, Antígona es humana y entrega la vida a lo que palpita: da sangre de su corazón a lo que nace y sigue su extraña geometría:

 Antígona: Afirmo que lo he hecho y no lo niego.

 


 

Daniel Silva, el joven estudiante que puso en aprietos al poder local en Risaralda

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Tiene 22 años. Recibirá su título de abogado  el próximo año. Las demandas y procesos   han copado gran parte de su tiempo, y le han costado reiteradas amenazas contra su vida.


Fotografía: Erika Valencia 

Daniel Silva Orrego nació un 9 de septiembre, hace 22 años.

Esa fecha en la que vio por primera vez la luz del mundo, tal vez marcó  su destino, por la coincidencia que lo une a la conmemoración que se hace en Colombia, cada 9 de septiembre, del Día Nacional de los Derechos Humanos.

Fotografía: archivo personal Daniel Silva

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Vale aquí rememorar el motivo de esa conmemoración.

El Congreso de la República decidió dedicar esa fecha como un homenaje a San Pedro Claver, sacerdote jesuita defensor de los derechos y libertades de los negros esclavos en Cartagena de Indias, ciudad en la que falleció el 9 de septiembre de 1654.

Arriesgado. Valiente. Consciente del riesgo que corre a cuenta de su trabajo.

Fotografía Jess Ar


Daniel Silva obtendrá el título de Abogado el próximo año, carrera que cursa en la Universidad Libre de Pereira.

Por ahora está concentrado en culminar las materias que tiene pendientes.

“La prioridad es terminar la carrera y ejercer, porque me gusta el litigio, en el derecho administrativo”.

Fotografía Erika Valencia

 

Además, por supuesto, seguir con las demandas y procesos que han copado gran parte de su tiempo, y le han costado reiteradas amenazas contra su vida, que lo obligan a andar protegido.


Algo de su historia

Daniel ‘soltó la lengua’, -como dicen los abuelos refiriéndose a los niños que aprenden a hablar ya grandecitos- a los tres años. Sus padres-abuelos paternos, que se encargaron de su crianza, hasta creyeron que era mudo.

Fotografía: archivo personal Daniel Silva


Pero fíjense, resultó que no.

En el colegio, por los alegatos que sostenía como Representante del grupo, los profesores le insistieron que debía estudiar Derecho y no Ingeniería de Petróleos, como quería su familia.

Este joven estudiante ya pasó a la historia regional y nacional con los procesos jurídicos interpuestos, que han puesto ‘a temblar’ a personajes de la política regional en Risaralda, hasta el punto de  ser llamado ‘el terror de los corruptos’ por medios nacionales  de comunicación.
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Fotografía archivo personal Daniel Silva 


“Para los procesos que he llevado no se requiere tarjeta. Hay muchas acciones que la ley nos permite hacer como simples ciudadanos, como  la tutela, interponer las pérdidas de investidura, que es lo que más he ejercido. Demandar la elección de un funcionario, como se hizo con el director de la Carder”.

Entre otros.

La Cebra Que Habla habló con él. Compartimos con ustedes apartes de esa conversación.

 

¿De  dónde le nació a usted esto de dedicarse a causas sociales?

Desde el colegio era el representante del grupo. En grado 11, ya para graduarme, fui representante de los estudiantes ante el Consejo Directivo  del Técnico Superior, un colegio público. Ahí me tocaba defender a los compañeros.

 

¿Su familia lo respalda en el trabajo que hace?

Sí. Por supuesto. Saben lo que hago y me dicen que es preferible que corra un riesgo por hacer las cosas bien, y no porque esté en actividades ilícitas. En ningún momento me han dicho: “no, no haga eso”. Muchas veces le han dicho a mi papá: “usted porqué no le dice a Daniel que no haga eso”. Y él les contesta: “Como le voy a decir que no lo haga si está haciendo lo correcto”. He tenido el respaldo no solo de ellos, sino de la familia completa. De los tíos, los primos.

Fotografía Erika Valencia


En el vecindario, ¿cómo es la convivencia?

Muy tranquila. Además, muchas veces llego a altas horas de la noche. Cuando un fin de semana estoy en la casa y salgo a hacer ejercicio dentro de la unidad, algunas personas me conocen, me saludan. No ha habido ningún tipo de rechazo.

Uno sabe que en este ejercicio uno se gana sus enemigos, pero por ejemplo nunca he tenido el escenario que vaya en la calle y alguien me insulte, no. Antes, por el contrario, muchas veces gente que no conozco me saluda y me dicen: “siga así, muy bien”. Es un nivel de aceptación por la ciudadanía. Y eso me pasa en el entorno donde resido.


¿Y en la universidad?, porque aún va a las clases presenciales…

Sí. Con los compañeros, bien. Los amigos y docentes se preocupan. Inclusive la Universidad ha sacado comunicados rechazando  las amenazas, cuando tuve el inconveniente en mi domicilio, que me amenazaron.

Los docentes, a veces que he tenido que ausentarme, me brindan toda su solidaridad. No ha habido ningún inconveniente.

Fotogafía Erika Valencia


¿Le hacen matoneo?

Por el contrario. Con los compañeros y docentes, muy buenas relaciones.

 


De ciudadano del común a joven protegido


Sus rutinas de vida han dado un giro a partir de 2016, cuando sufrió las primeras amenazas
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Vivía en el corregimiento de Combia. Se vio obligado a trasladarse a la ciudad. Ahora vive en un conjunto cerrado, bajo protección.

Fotografía Jess Ar



“Todas esas medidas se las recomiendan a uno, y las he seguido al pie de la letra. No solo por la tranquilidad de uno, sino familiar. La seguridad, que es tan delicada, me ha llevado a suprimir rutinas que llevaba como un ciudadano del común, como estudiante y como joven”,
comentó.

Tuvo que alejarse de la diversión en lugares públicos y de uno de sus hobbies predilectos: el fútbol. Ahora hace ejercicio en el gimnasio.

Redujo su círculo social. Anda siempre acompañado. Tampoco debe frecuentar establecimientos en horas nocturnas. Todo, como medidas de autoprotección.

Fotografía Jess Ar
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Lo hace con sentido de responsabilidad hacia sí mismo, y sin demasiado esfuerzo.

“De niño cumplía los castigos que le imponía su padre, de quedarse un mes sin salir a la calle a jugar, y ni siquiera a la tienda, cuando cometía alguna falta”, recuerda su abuela.

 


Hijo de padres separados

“Desde los nueve meses me crié con mis abuelos paternos. Cuando nací mis padres estaban muy jóvenes. Mi papá tenía 21 años y estaba terminando la universidad.  Mi mamá tenía 17 y terminaba el colegio. Mis papás son separados. Ambos tuvieron más hijos con otras parejas”, contó.

Fotografía: archivo personal Daniel Silva


Aunque la creencia popular atribuye a los abuelos una educación más laxa, en el caso de Daniel no fue así.

Además, porque su padre siempre ha estado atento a su formación, y fue “muy riata, como se dice”, comenta con una sonrisa cómplice: “conmigo siempre ha sido estricto”.

Al vínculo de su papá con el magisterio, sumado a la seriedad y disciplina inculcados por sus abuelos, atribuye Daniel ese temperamento fuerte que lo caracteriza.

Fotografía Erika Valencia 

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Pasa buena parte de su tiempo entre los libros y los expedientes.

Y se divierte en su casa o en la de sus compañeros, ya sea de universidad o del colegio.


Cuando lo picó el ‘bicho’ de los asuntos de ciudad

En su familia “no ha habido abogados, ni políticos, ni gente de izquierda. Siempre bipartidismo: liberal o conservador”, dijo.

Fotografía Jess Ar

Sin embargo, desde el primer año como estudiante de Derecho, en el 2013, cuando surgió la polémica por el cobro   de la valorización en Pereira, ya tenía el ‘bicho’ del interés por los temas de ciudad”.

Y recuerda:

“Fue lo primero que me sumergió en el asunto público de la ciudad, y de ahí se derivaron  otras demandas, a los concejales, al  senador, en si, lo  de la veeduría ciudadana”, explica.

Al mismo tiempo empezó a acercarse al Partido Polo Democrático, al ver “sus luchas: que los corteros de caña, que  los trabajadores de las empresas públicas…”.

Ese ‘bicho’ ciudadano lo aproximó a la dirigencia nacional del Polo: a los senadores Jorge Robledo y  Germán Navas Talero.


¿Tiene aspiraciones políticas para lanzarse como candidato?

Por el momento, el interés mío no es la política. Indiscutiblemente lo que uno hace tiene un impacto político y de reconocimiento. Pero lo mío es más un tema académico y jurídico, de práctica, de formación como profesional. Mucha gente sí me ha dicho que participe en las elecciones locales, por lo menos en el Concejo, que no descarto, pero no es una prioridad para mí.

Fotografía Jess Ar


¿Qué sueña Daniel?

Me gustaría participar en el sector público, en concursos de méritos en la Procuraduría o la Contraloría.


Eso en su vida profesional, ¿y en lo personal?

Me veo con una familia. Tres hijos.

 

Planes que aspira concretar después de los 25, cuando “tendré algo serio y me casaré”, dice con firmeza.

Esta conversación con Daniel Silva terminó entre risas, al comentarle que entonces en tres años se convertirá en uno de los solteros más “cotizados” de Pereira.

Fotografía Jess Ar

Purembará, un resguardo ‘cuarentón’ con más de 500 años de historia

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El territorio en Mistrató que habitan los indígenas Embera Chamí desde tiempos anteriores a la llegada de los españoles, deben  administrarlo ahora con gran responsabilidad,  en esta época  de cambios climáticos y desarrollo sostenible.


 

Fotografías: Elizabeth Pérez P.

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“Hemos sobrevivido porque hay un pensamiento diferencial”: indígenas Embera Chamí

 

Siglos de historia

Caminaron jornadas de cuatro, cinco, seis horas.

Surcaron las agrestes montañas de la cordillera oriental, un amplio territorio que atraviesa el sur occidente del departamento de Risaralda y  bordea con Antioquia y Chocó, para llegar puntuales a la cita que tenían prevista para el 25 de agosto en Purembará, resguardo indígena unificado Embera Chamí, sobre el río San Juan en  Mistrató.

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Fotografía Jess Ar

Sonaron tambores, guitarras, raspas, y claro, también los fututus, uno de los instrumentos autóctonos que canta el pensamiento indígena.

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Las mujeres, ataviadas con sus mejores galas: vistosos y colores vestidos, con sus faldas de prenses plisados, que cada una de ellas cose a mano.

Y sus cuellos adornados con los tradicionales collares de chaquiras –que antes elaboraban con semillas de la selva pacífica-, que guardan en cada pepita el significado de sus vidas.


Sus rostros, amables y adustos a la vez, lucían pictogramas pintados para la ocasión en cada uno de sus pómulos, la nariz y la cumbamba.

Los convocó la conmemoración de los  39 años  del reconocimiento del resguardo, “de la autoridad tradicional indígena del  territorio ancestral, Dachi Drúa”,  por parte del Estado colombiano.

Ese territorio que habitan desde tiempos anteriores a la llegada de los españoles a América, saben que ahora son los responsables de administrarlo, en esta época moderna en que se habla de cambio climático y desarrollo sostenible.

Fotografía Jess Ar

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Su cultura ancestral, permeada por las costumbres, los desarraigos, y hasta malas prácticas occidentales, como la deficiente disposición de las basuras
, lucha por sobrevivir.
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Fotografía Jess Ar


La resistencia indígena, como ellos la nombran, es palpable en este paraje montañoso,
alejado de centros urbanos y de comercio, y al que sin embargo llegan a lomo de mula y de sus propias espaldas, una variedad inusitada de productos ofrecidos en pueblos y ciudades.

Una muestra es la prevalencia de su lengua materna, que hablan todos ellos, y algunos visitantes e invitados.

También se entienden en español, sin traductores, como sí los necesitamos para relacionarnos con ellos quienes apenas empezamos a conocerlos.
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“La cultura no se acabó. Está presente”, dijo una de las líderes embera, durante el acto protocolario de conmemoración, en el que estuvieron presentes distintas autoridades civiles y administrativas del municipio de Mistrató y del ámbito nacional.

 

 

Ritos,  danzas y comida.

El festejo inició con un rito dedicado a la protección de los bosques, los ríos, los truenos… en fin, a la Madre Tierra, a la naturaleza, elementos reunidos en el nombre Jaibaná, al que le cantaron y le ofrendaron  con inciensos de plantas nativas de los bosques de esa selva tropical del Chocó biogeográfico que habitan.

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Siguieron las danzas. Cada vereda trajo su representación. Bailaron al ritmo de tambores, con pasos armoniosos y coreografías propias de su cultura.
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Mientras tanto, a un costado de la improvisada maloca principal, construida con guadua y plásticos, María Elba Ciágama, que viajó desde la vereda Geguada, ofrecía a los asistentes una pequeña muestra de la gastronomía autóctona: un gajo de ramas de yuyo, un aderezo culinario propio de esas tierras; iracas, una especie de tamal de exquisito sabor; frijol chengue, una variedad de esta leguminosa cultivada por ellos;  envueltos y chicha de maíz.

A su lado, Luis Carlos Chicamá y María Edilma Nariquiasa exhibían los canastos que trajeron de la vereda Gete Alto. “Son el canasto coro y tiza”, me dijeron. Un bejuco es la base del tejido. La cargadera es la corteza de un árbol, tan resistente que les sirve para terciársela en la frente y caminar largas jornadas con los menajes que llevan a pie para sus casas.

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También rindieron homenaje a sus símbolos culturales propios.  Todos de pie, custodiados por la guardia indígena, cantaron el himno que refuerza su identidad cultural.

Entrada ya la noche, conversaron, bebieron, bailaron y cantaron hasta el amanecer.

Fotografía Jess Ar


La pausa de Sísifo

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En el año 2005 comenzó a funcionar a través de un convenio de 3 entidades la bolera de la Julita. El sueño de muchos bolicheros de contar con una instalación para el mejoramiento de este deporte en Risaralda, se vio prontamente frustrado. Sin embargo, en este 2017 la situación depara nuevos rumbos.


 

 

En el año 2005 se prefiguraba lo que sería el más grande de los logros para un deporte naciente en nuestro territorio: tener una instalación que sirva para el mejoramiento del desempeño de los bolicheros y el buen disfrute y recreación  de todos los risaraldenses.

Para entonces, gracias a los esfuerzos de Comfamiliar Risaralda, La Alcaldía de Pereira y la Liga de Bolos de Risaralda, se estableció un  convenio que daba lugar al funcionamiento de la “Bolera Pública Comfamiliar” o popularmente conocida como “Bolera de la Julita”.

 

Foto tomada de El Diario del Otún
Foto tomada de El Diario del Otún

En su momento alentó  a los deportistas de esta disciplina a participar en distintos escenarios nacionales y continentales, al tiempo que puso  en los ojos de los pereiranos la posibilidad de un lugar de esparcimiento y recreación familiar.

Así, y bajo la idea de propiciar nuevos escenarios recreativos y deportivos, se suscribió un  comodato que duró 5 años.

Pero vendrían grandes dificultades  administrativas, y la prórroga del convenio por lo tanto no  tuvo aliento, y por primera vez  se aventuró  la posibilidad de cerrar el lugar.

 

 

Es así, como se suscribió un nuevo convenio entre la Caja de Compensación  y la Liga de Bolos de Risaralda,  donde esta última, expresa  la intensión de administrar el lugar  y Comfamiliar establece un canon de arrendamiento por el uso de las instalaciones.

Una vez más, habría de suceder que el gran Sísifo pierda sus esfuerzos en una batalla inútil ante la abismal sinrazón humana.

Lucha que  representa los inmensos esfuerzos que hay que hacer para que lo nuestro, o sea, los recursos públicos, se destinen  a programas realmente sociales.

 

 

No bastando la difícil enramada, en el año 2016, y tras una serie de supuestos de reubicación de la bolera al centro comercial Unicentro, se anuncia que “Mediante la disposición del Plan de Ordenamiento Territorial, el lote donde se encuentra ubicada la bolera, será escenario del proyecto urbanístico  La Glorieta de Canaán”.

Así mismo se ha especulado: funcionará una de las estaciones del cable aéreo.

 

 

En ese sentido, sería inminente el cierre del escenario deportivo. Y ahí va la roca que exige el esfuerzo improcedente de los proyectos mal visionados.

No obstante, mientras esta situación parecía no encontrar solución alguna, Comfamiliar por su parte, ha resuelto construir  en el Parque Consotá un escenario que, seguramente, dignificará el deporte de los bolos en el departamento.

 

 

Se tiene previsto que antes de finalizar el año en curso los risaraldenses podrán disfrutar del escenario recreativo y deportivo.

 


 

En el Centro de Lima no toda belleza arquitectónica es motivo de orgullo.

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Palacio tras palacio, casona a casona, el lugar  es un tesoro, mal aprovechado y despreciado por los propios limeños. Gran parte de lo que fue el virreinato del Perú se cae a pedazos, o es tan solo un gran bazar comercial que  alberga todo tipo de bisutería y objetos insulsos.





Este año visité esta capital.  Iba con la expectativa que vende el turismo tradicional, en relación a la gastronomía.  

Cuento con amigos cercanos que tienen inversiones hoteleras importantes en esta ciudad, y, al mencionar que nunca había visitado el país, replicaban una y otra vez sobre “el gran valor” de la gastronomía peruana.   

Me ubiqué en un hotel de frontera entre el centro y los barrios que se abren hacia el mar, tomando la ruta de la gran avenida Paseo de la República (llamada también vía Expresa o Zanjón).

En un hotel en cercanías del palacio de Justicia, desde donde se accede fácilmente al centro, siguiendo el recorrido de la emblemática calle Jirón de la Unión.  

Ya en el inicio se encuentra el visitante con la maravilla del edificio Rimac. Es el preámbulo de un descubrimiento.  

No voy a intentar hacer una reconstrucción textual del centro de Lima y su riqueza espacial y cultural.  Solo quiero hacer énfasis en un punto que para mí fue sorprendente: a los limeños parece no asombrarles el tesoro que tienen por centro histórico.

Podría casi atreverme a afirmar que lo desdeñan.

Había entendido algo así en una novela que llevaba leída antes de mi viaje, Un Mundo Para Julius.  En ella, el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, hace una reconstrucción de ese que podría llamarse el modo de ser de la aristocracia limeña.



A partir de esa lectura tuve una noción del desprecio que sienten los limeños de clases altas por el centro de su ciudad.  Pero al fin y al cabo la novela es un texto de ficción y no constituye un referente sociológico que deba asumirse.
Uno siempre cree que la realidad es otra.

El motivo de mi viaje fue un encuentro académico. Mi maestro Eduardo Subirats había programado una serie de conversatorios sobre el ensayo como problema, en dos lugares de Lima: La Casa de la Literatura Peruana y la Universidad Católica de Lima.

A partir de este encuentro, pude interactuar con diversas personas que no son precisamente de esa élite de los negocios y los clubes de golf, aunque se podía intuir que algunos de ellos tenían una procedencia social de clase alta.

Lo que me sorprendió fue su incredulidad, su casi vergüenza, al escucharme hablar de lo maravilloso que me había parecido el centro de la ciudad.

Expresiones similares a “Era más lindo antes”, o Han destinado las viejas casonas para esos centros de comercio popular, me recordaron una escena de la novela de Julius.

A este niño en extremo solitario que era Julius, en la Lima de los años 40 y 50, lo llevan a tomar clases de piano a un viejo caserón del centro de Lima.

La visión que se reconstruye a través de sus ojos infantiles es la de la decadencia, muy asociada a la expansión de la ciudad hacia los campos cercanos, que se llevó con entusiasmo por esa época.  

La construcción  está distribuida para albergar un inquilinato, de la cual su propietaria, la hija de alguna familia aristocrática caída en desgracia, subarrienda hasta el más mínimo espacio.

Ella, profesora de piano, finge tener una gran escuela cuando en realidad el sufrido y aterrorizado Julius es su único y último alumno.

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El lugar es, en sí mismo, la representación de “esa gente” que habita lo que alguna vez fue el centro de una ciudad colonial, esplendoroso y lleno de lujo.

En cada una de sus ventanas, que conducen la mirada de Julius por mundos inquietantes y desconocidos, se recrean personajes que caracterizan a los nuevos habitantes de las que antaño fueron grandes residencias aristocráticas.  

Y esa misma expresión de decadencia, algo matizada por tratarse de personas relacionadas con el mundo de la cultura, se dejaba entrever en las  opiniones de mis compañeros de viaje acerca del estado actual del centro de Lima.


Allá, las  personas de clases aristocráticas y altas llaman  indios y cholos  a aquellos de menos recursos en general.

Sin embargo, en mi condición de viajera desprevenida, que recorrí ese centro con una disposición iniciática, el valor arquitectónico y urbanístico del centro fue evidente.

Palacio tras palacio, casona a casona, el centro de Lima es un tesoro.  Mal aprovechado y despreciado por los propios limeños.

Un poco subutilizado y apenas maquillado en las calles que circundan los edificios principales: el Rimac, el de correos, el palacio de gobierno, el palacio arzobispal, la edificación que aloja al ayuntamiento, el hotel Bolívar, y todas las magníficas edificaciones instaladas alrededor de la plaza mayor y de la plaza San Martín, entre otras.

También los pisos que tienen frente a Jirón de la Unión.  Todos tan bellos, ricos arquitectónicamente, desperdiciados en su potencial patrimonial.

Usados apenas como cascarones que incuban en su interior tiendas por departamento llenas de artículos “made in China”: los mismos que deslucen totalmente el significado de lo que representó el virreinato del Perú.

Estos dos fenómenos no son aislados.

No existiría el Paris del varón Haussman sin Napoleón. No existiría el centro de Lima sin las riquezas del virreinato del Perú.

Es por ello que las capitales de Colombia y Ecuador no se corresponden ni pálidamente con el esplendor de este magnífico centro.


Había riqueza y por ello, en la consolidación de su capital, en su arquitectura, en el espacio público, en el proyecto de ciudad moderna que se emprendió al momento de lograr la independencia del régimen español e intentar crear una identidad nacional,
los limeños intentaron trasplantar Europa a América.

Para muestra de ello, esos palacios de estilo afrancesado, igual que el Rimac, y muchas otras edificaciones, desde casonas hasta iglesias, que estimaron conveniente copiar el estilo y los destellos de los “hermanos mayores” del viejo continente.


Sin embargo, hoy día el centro de Lima, específicamente las construcciones que bordean las calles más emblemáticas, está en ruinas
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Hay zonas de tolerancia, o, simplemente, las edificaciones abandonadas se caen a pedazos.

La ciudad vieja se debate en ese pulso entre la conservación del pasado y la especulación inmobiliaria, entre preservar verdaderas joyas de la cultura (no solo de la arquitectura sino de la historia, las religiones o las costumbres), por ejemplo, el convento de Santo Domingo, o echarlo todo abajo para usar los predios con el fin de levantar edificios modernos y rentables.

Este convento merece detenerme.  Procede de una época arquitectónica muy anterior a los palacetes de estilo francés, y es una belleza de inspiración árabe.  Sus cuatro patios interiores dan cuenta de un mundo que nunca volverá.  Un espacio concebido para la meditación trascendental, especie de intento de evocación del jardín del edén.

Construido para llevar una vida espiritual, este convento es además una belleza arquitectónica. Sus techos decorados, (cuyas piezas instaladas a presión en la Sala de Visitas están contadas, el guía que nos acompañó en el recorrido nos hizo notar que faltan pocas, y el emplazamiento exacto donde, mirando bien, se puede apreciar el faltante), son una obra de arte.

Las maderas, de bosques de Panamá, cuya existencia parece una mitología en nuestros días, asemejan al hierro.  Altares y estructuras del convento están construidos con esta madera a la cual hay que concederle el beneficio de la duda, porque a simple vista no se puede creer que esa fortaleza impenetrable sea de origen natural.  

Los pisos y los mosaicos, el espacio de la biblioteca, las fuentes y los jardines en los patios interiores, todos ellos creados por el hombre para ir mucho más allá de la intención estrictamente constructiva.  Ellos incorporan, a la manera en que debe hacerlo toda buena arquitectura, una intención subjetiva, una forma de vivirlos y ser habitados.  Tienen una funcionalidad que cumplen a cabalidad a partir de las sensaciones que recrean.  

Otro aspecto destacado de esta edificación es la torre de la iglesia. Se sube a ella por empinados escalones (tiene más de 46 m de altura), para obtener por premio una gran vista de la ciudad, que ayuda a tener una mejor comprensión de su fisonomía.  Desde allí, puede apreciar, no solo el centro histórico, sino el cerro San Cristóbal y el paseo del río Rimac.  

Igual de imponente es la sede de La Casa de la Literatura Peruana.  Instalada en la que fue concebida la principal estación del ferrocarril en Lima (la estación de Desamparados), fue enteramente edificada con materiales importados.

En el libro Estación de las Letras, se puede leer que “El concreto utilizado para las columnas y las paredes fue traído de Inglaterra, lo mismo que los vitrales y el reloj; en tanto que las recias y vistosas puertas de cedro se trabajaron en Estados Unidos”. Desde el año 2009, en ella se alberga el centro cultural, un espacio público que cuenta con una amplia biblioteca, salas de exposiciones y salones para conferencias y capacitaciones.  

La fachada posterior se vierte sobre los rieles del tren, que aún circula por allí. En efecto, los visitantes se sorprenden cuando el estruendo de las máquinas sacude por momentos a la edificación de carácter cultural.  El tren continúa pasando, mientras en su antigua estación se intenta reunir a la intelectualidad del Perú, tal vez esperando que ella misma, al igual que la locomotora, experimente los remezones propios de la inquietud intelectual, aunque sea de cuando en vez.

Fotografía Alma de Viaje

Diagonal a La Casa de la Literatura está el Bar Cordano. Nadie me lo había dicho, pero mi instinto, de amante de los bares y cafés de centro, me indicó que allí podría encontrar algo auténtico.  Y así sucedió.  El establecimiento, fundado en 1905 por los genoveses Botano y Cordano, tenía el objeto de ser un salón restaurante. Y lo sigue siendo, en cierto modo. Al estilo de los cafés europeos, poseedor de un hermoso mueble de madera que sirve de vitrina y botellero, ofrece además de bebidas comidas típicas peruanas.

El piso es otro atractivo. Se conserva la baldosa original que, aunque trajinada por los rigores del tiempo, atrapa en ella el espíritu del sitio.  Allí, es posible ordenar una causa limeña, un postre de suspiros, una copa de frutas, un té, un montadito, entre otros platillos.  Las mesas también conservan la originalidad.  Con su cubierta en mármol lucen integradas a una elegancia que se ha ido curtiendo con el pasar de los años, y que obsequia a los visitantes con toda la riqueza de sus elementos añejos.


Después de caminar desprevenidamente por el centro de Lima, sentarme a escuchar la interpretación matutina de la banda de guerra en el Palacio de Gobierno -que aporta una magia especial a la plaza de Armas-, e internarme por sus callejas, dejándome seducir por uno que otro café de centro,  pude  maravillarme con las fachadas de las edificaciones, y tuve la inquietud de conocer las casas por dentro.  

Por esta razón, intenté hacer una cita para visitar la casa Aliaga (se requiere hacer una cita previa y acordar el recorrido con un guía de un listado que se adjunta en la página web de la casa). Sin embargo, el procedimiento es engorroso y no facilita en nada la concreción de la visita, tomando en cuenta la escasa disponibilidad de tiempo que generalmente acompaña a los viajes turísticos.  No logré hacerlo.

Al fondo  la banda de guerra en el Palacio de Gobierno

Para rematar este relato debo incluir al hotel Bolívar. Inaugurado en 1924, fue declarado monumento nacional en 1972. Su arquitectura y las historias que lo rodean, estimularon mi imaginación.  Acudimos a su lobby, donde se puede contemplar una bella cúpula hecha a partir de vitrales.  El lugar  es famoso  porque se supone que en él se inventó la receta del pisco sour, coctel hecho a base del “gallo blanco” o pisco, bebida nacional del Perú.  

En su interior, se encuentran la cafetería y los salones de reuniones.  Amplios espacios llenos de madera y pisos tipo parquet, que recuerdan el esplendor pasado de este otrora lujoso hotel. Los mismos que hoy lucen fantasmales, al igual que su cafetería, cuya terraza se abre a la avenida Nicolás de Piérola (popularmente conocida con el nombre de La Colmena).

Los manteles, la vajilla, los cubiertos, los meseros y hasta la comida, parecen jugar un pulso contra la adversidad, sosteniéndose apenas ante el inminente hundimiento.  Y no es que permanezca desolado. De hecho, en las guías turísticas recomiendan reservar pues suele llenarse de gente.  Es solo que, la noche que cenamos allí, en compañía de un nutrido grupo de intelectuales, algunos de ellos residentes del centro de Lima, tuve la impresión que la comida guardaba un fuerte sabor a nostalgia.  No estuvo ni bien ni mal.  Más bien, fue un acto de evocación, una fe puesta en un pasado que ya no regresará.

En resumen, esos días vagando por el centro de Lima fueron solo una insinuación de algo que deberá repetirse, cuando pueda regresar y disponer de más días para visitarlo, ojalá en compañía de algún habitante local.  Pero, me quedó clara una idea: lo de la gastronomía peruana, por muy ponderada que sea, es solo una característica, en medio de la diversidad geográfica y cultural que esta nación puede ofrecer.  Debe su preponderancia, según mi parecer, a la liviandad de los tiempos que vivimos.

Suena más sofisticado repetir hasta la saciedad “se come muy bien en Lima”, que tomarse el trabajo de recorrer, interiorizar y dialogar con los espacios físicos y el trayecto histórico y cultural que ellos encierran.

Sería necesario untarse de sus viejos adobes, en repetidas jornadas, respirar el aire teñido por las humedades del tiempo, para entender todo lo que ofrecen y lo que pueden evocar. La verdad es que, gustos aparte, no se compadece la belleza de este casco histórico con su estado  actual de gran bazar comercial, destinado masivamente a albergar todo tipo de bisutería y objetos insulsos.  

Por supuesto, pocos días son completamente insuficientes para descubrir todo lo que este espacio puede ofrecer. Igual, quería hacer un recuento de la experiencia para señalar, una y otra vez, la sorpresa que me causa que la propia gente del país no valore en la forma en que debería este gran tesoro que es el centro de la ciudad de Lima.


Beatriz Ceballos, una de las tantas mujeres que han sacado adelante la comunidad de Galicia.

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Es  una líder comunal que madruga  día tras  día  para desempeñar  labores  en beneficio de sus vecinos. Es la fundadora de PRECOOEMSOL, cooperativa multiactiva para el emprendimiento solidario de Cerritos, que ya ha sido reconocida por sus aportes a la educación y a los procesos sociales.


 

 

“En comunidad se vive muy bueno”, empezaba a comentar Beatriz Ceballos Castañeda.

El origen de una comunidad radica en las familias que han ayudado a sembrar los caminos del hombre a través del tiempo y su paso en la tierra. Y,  si, estos procesos tienen unos intereses sociales donde se va encontrando el llamado bien común.

Fotografía Erika Valencia
Fotografía Erika Valencia

Beatriz Ceballos es una líder de la comunidad  Galicia o “cabeza de banda”, como dirían en alguna época remota de la prehistoria. Madruga, al igual que muchos de sus vecinos,  día tras  día  para desempeñar  labores y procesos sociales como el trabajo en el Centro de Acopio de  residuos orgánicos e inorgánicos o  huerta comunitaria, aunque ella, prefiere decirle: “jardín”.

Fotografía Erika Valencia
Fotografía Erika Valencia

Es  un espacio para el arte ambiental y diversas actividades.  El aroma de plantas medicinales conduce al lugar, dos pisos llenos de toda clase de flores complementan y  adornan paredes,  suelos y una  escalera  que conduce al segundo nivel. Es una especie  de paraíso que se ha forjado con manos suaves y fuertes.

Beatriz fue desplazada de Antioquia en el año 1995, es madre soltera de dos hijos.  

Con su hijo mayor  experimentó el peor dolor. Había sido secuestrado y vendido a la guerrilla por parte de su padre. Con el tiempo ella ha tenido que sanar estas heridas y encontrar alivio en las labores sociales.

Fotografía Erika Valencia
Fotografía Erika Valencia

Ahora vive con su hijo menor,  Julián David Ceballos, un joven emprendedor de 20 años que  se ha encargado de construir y transformar su casa para generar un lugar agradable y un espacio para líderes, quienes también son emprendedores de negocios.

Las voces, las historias y las sonrisas nunca faltan en ese hogar, al igual que el  compartir un dulce aroma a café o a chocolate. Es un espacio de aprendizaje y enseñanza, en donde potencializan sus habilidades a través de programas  que se encargan de la producción de objetos en diferentes materiales.

Fotografía Erika Valencia
Fotografía Erika Valencia

Allí mismo, se  reúnen y se organizan para concretar ideas y proyectos que buscan sostener no solo un barrio, sino una comunidad que trabaja  alrededor de unos ejes claros como el medio ambiente y el reciclaje.

Beatriz fue la creadora   de los diferentes grupos de la organización de adulto mayor Semillas de Fe, las escuelas de seguridad y  deportes (Taekwondo), la Red de Apoyo en la Salud y el más importante de todos:  el Grupo de Gestión Ambiental creado en el  año 2002.

Fotografía Erika Valencia
Fotografía Erika Valencia

Hoy es una pre cooperativa multiactiva para el emprendimiento solidario de Cerritos, y se conoce bajo la sigla PRECOOEMSOL, responsable de  procesos  importantes como la educación de los abuelos y  jóvenes que no habían terminado su secundaria.

Han sido  reconocidos ante la administración como gestores y emprendedores.

Julián tiene en casa también una escuela de música y  taekwondo, donde  enseña a los jóvenes del  barrio dichas actividades. En  sus tiempos libres sigue construyendo el hogar de  su familia, que ha sido también el hogar de todos.           

Fotografía Erika Valencia
Fotografía Erika Valencia

Para él la disciplina y la convivencia son bases  fundamentales para un hogar, y para que este luego pueda servir a los demás. “El que no nace para servir, no sirve para vivir” comenta varias veces con un tono seguro.

Para Beatriz  la familia debe de ser un ejemplo, esa es la base de todo. Es por ello que ella se siente orgullosa,  su hijo ha seguido sus mismos pasos, al igual que su comunidad, de la cual también siente gran admiración y respeto.  

Fotografía Erika Valencia
Fotografía Erika Valencia

Este  estilo de convivencia o vida comunitaria es la que la familia Ceballos lleva construyendo desde hace años con paciencia y disciplina.

Dos seres maravillosos que tienen como propósito algo grande que empieza por el amor propio, el amor a sus vecinos, al medio ambiente, a su barrio  y a la lucha por crear procesos que los una y los lleve a un equilibrio entre la naturaleza y el espirito en comunidad.

Y al final comunicar y dejar legados de una mejor cultura.  

“Valerian”, una película que nos conecta

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La más reciente película de Luc Besson es un poderoso artefacto visual


 

 

Ficha Técnica

Titulo original Francia,  137  min, 2017
Dirección Luc Besson
Guion Luc Besson (Cómic: Pierre Christin, Jean-Claude Mézières)
Adaptaciones de Valérian y Laureline
Actores Dane DeHaan, Cara Delevingne, Clive Owen, Ethan Hawke, Rihanna, Herbie Hancock, Rutger Hauer, Kris Wu, Emilie Livingston, Aurelien Gaya
Género Ciencia ficción, comic.
Música Alexandre Desplat
Fotografía Thierry Arbogast

 

El francés Luc Besson logró trasladar un cómic  a imágenes en movimiento, después de  una larga espera de cincuenta años  para ser adaptado.

Valerian  es un secreto, un tótem, una magia. Su historia  revela lo que no hemos podido comprender en el universo y las galaxias, en los confines de este planeta  que pareciera que ya lo hemos agotado; o sin descubrirlo del todo ya no exploramos ni aventuramos tanto.

Ver Valerian es como si fuera un cuenta gotas para empezar de nuevo, es el tipo de películas cuyas marcas quedan instauradas en nosotros.

Pertenecemos a una especie exterminadora y renovamos la mirada cuando otras especies de diversas  latitudes  nos dicen cómo caminar y proteger lo que nos ha sido otorgado: el premio de respirar, de contar con manos y un sistema límbico en el que  transportamos toda nuestra energía, tener un potencial para desarrollar conocimiento, extender la vida y relacionarnos con nosotros y con lo que nos rodea en armonía.

De repente esa idea se sacude y nuestra especie también atenta contra otras.

Desde la lejanía y en un conjunto de “civilizaciones”  llamado Alpha (curioso nombre), además de la “interculturagalaxialidad” disponemos de modos de convivencia, también de conspiraciones, pero ahí, de la mano del “desarrollo” hay posibilidades de renovación.

Valerian se encuentra llena de símbolos,  su propia V y algunas de las naves nos recuerdan al útero. Su significado es que vivimos en él, y lo podemos despreciar o seguir resguardando.

 

Foto tomado de Hipertextual
Foto tomado de Hipertextual

Es curioso eso sí, que sea un grupo de individuos, que saben de la necesidad de conectarse consigo mismos y la naturaleza, quienes ofrezcan un mensaje (borrado y clasificado por los humanos), y logren sobreponerse cuando la humanidad y otras especies han creado una torre de babel y todo el conocimiento albergado sea para “progresar”.

Al ver un filme con tanta belleza, con unos azules inolvidables, y una aventura y búsqueda por el eslabón perdido, el espectador no sólo se cautiva sino que reacciona con favorabilidad.

Son conocidos  los efectos sobre el medio ambiente y los estragos humanos en películas como Avatar. Sin duda muy valiosa, pero esta, en mi opinión, la supera, pues incorpora un deleite visual único  al tiempo que  trasciende las expectativas sobre el cuidado del bien mayor: la vida.

Una trama con la que es imposible no engancharse. Nos divierte y  da lugar a la fascinación, a estar atentos de tantas curiosidades de ese futuro no tan entrópico (no perder de tacto la actuación de Rihanna).

La narrativa nos plantea una presentación idílica, luego un conflicto, posterior hay una resolución. Es decir, una estructura clásica que  sin agotar temas los confronta, y hace críticas severas a nuestro desborde con el consumismo mientras los personajes cohabitan dimensiones diversas en un mismo espacio.

El grueso y la clave  residen en Melo, un animal, con la astucia para reproducir cuanto se come. Y ese animal, muy representativo, nos asegura  que allí hay ya un enorme caudal: cada uno debería multiplicar lo recibido.

 

Foto tomada de Hipertextual

 

Por todos lados hay mensajes  que no pueden pasarse por alto: la necesidad de complementariedad,  el  saber sospechar,  el actuar en sociedad y no en individualismos, los adelantos tecnológicos, el aporte de cada especia, entre otros.

Dos sujetos  jóvenes, aunque experimentados, son una especie de  guardianes  que acuden a una misión en la que sin saberlo, se topan con una aventura. A  Valerian le llega un chispazo cósmico, una corriente lo captura y al incorporarse, dicha  movilidad hace que también nos conecte.

Es una delicia ver una película con tantos puentes, desde el nombre de cada personaje  hasta la delicada y álgida manera de hablar de los planetas y ser agrupados en mil ciudades.

Nos extiende en la pantalla, también nos transporta desde  la butaca (como si tuviéramos nuestra nave) a un espacio y a otros, pasando por la presencia de avances tecnológicos  y de lo que en algún momento nos gobernará.

Luc Besson han combinado su modo de re-crearnos con imágenes, desde lo hecho en El quinto elemento (1997), no había realizado  una película tan íntegra y poderosa. Cada obra  también se prolonga, pero la de Valerian alcanza un nivel extraordinario.

Si usted la ve, seguro, se conectará.

 

Foto extraída de: Hipertextual

En el Parque Olaya Herrera la historia la cuenta el bronce y el color

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Allí  se ha venido posando a lo largo de los años una gran variedad de arte público que en otros parques no se encuentra.

En total son  10 obras de diversos autores, con formas, búsquedas e intereses  diferentes, y  con una historia particular e irrepetible.


 


Un parque con estación del tren es un lugar de tradición y memoria, las generaciones pasan, los medios para  transportamos cambian,  las prácticas en su entorno mutan, pero ante todo eso, prevalece el recuerdo, una especie de comunión  que siempre lleva a él.

Sin duda, es un espacio  de una alta importancia  para todos los que vivimos en Pereira y para  aquellos que vienen de otras partes y  logran  conocerlo.

En esa estación imponente y ahora encerrada  y solitaria, funcionó por mucho tiempo la Biblioteca Pública Municipal,  en algunos de nosotros evocará  esas visitas para hacer las tareas.

 


Hoy en día  el parque  es uno de los sitios predilectos para hacer deporte, pasar la  en familia, y desde hace algunos años, el espacio donde la música y un amplio entramado de manifestaciones culturales han sabido resonar.

Sumado a lo  anterior, en el parque Olaya Herrera se han venido posando a lo largo de los años monumentos, bustos, murales y esculturas. Una gran variedad de arte público que en otros parques no se encuentra.

 

Solo hace falta visitar el parque de lado a lado, sus alrededores y sus múltiples espacios para toparse en cualquiera de sus rincones o puntos cercanos, con 10 obras de diversos autores, con formas, búsquedas e intereses diferentes.

Cada una de ellas remite a un momento específico de la ciudad, guardan una forma propia de  homenaje, una historia particular e irrepetible.

 

 

 

 

Las obras:

 

Niña con Ánfora

 


Técnica:
escultura en bronce
Autor: desconocido. Réplica de Praxiteles,  siglo IV A.C.
Lugar de procedencia: Francia.



Es una  viajera que llegó a la ciudad  junto con Diana de Gavies, otra de las esculturas del parque, para llenar de dinamismo el lugar  y vestirlo de arte.

 

[Ver postal  “Niña con Ánfora, una fuente onírica”]



Falls

 

Autor: Jaime Mejía Jaramillo
Técnica: Lámina de metal pintado
Año: 1988
Ubicación: Calle 19 con Cra 13 esquina.

Es una escultura imponente. Sabe configurar bien la arquitectura del edificio al que acompaña.

Está elaborada en metal pintado de negro.

Una escultura que en el 94 fue otro damnificado del terremoto, pero que hoy por hoy goza de una acertada reconstrucción de la  fachada del edificio donde se encuentra.

 

Posada en una esquina, la  figura es  una trenza que se une hasta formar un pico que alcanza los ocho metros.

Evoca la figura de una cascada, el autor la calcó  geométricamente, con su lenguaje estético.

Aunque no está debidamente identificada ni iluminada en las noches, durante 20 años ha sido testigo de las trasformaciones de la calle más emblemática de la ciudad y de uno de los parques más importantes.

 


Fusión

 

Artista: Jaime Mejía Jaramillo
Técnica: Escultura en lámina pintada
Año: 1989
Ubicación: Centro Uniplaza Cra 15 Calles 22 y 2, frente al Parque Olaya Herrera.

 

La conforman  5 láminas pintadas de rojo que  dejan ver formas geométricas repetitivamente.

 


Esta obra es en sí misma la instauración del movimiento  mínimal en la ciudad, arte nacido en las calles de EEUU, en las manos de David Smith, y que  Antonio Caro y posteriormente  el negro Mejía, como le decían al fallecido artista, trajeron  a Colombia y  a Pereira respectivamente.

 


Es una escultura de alto valor sensorial, para  sentir.

Intencional, puesta estratégicamente para evocar una sensación dinámica entre las figuras que entreteje.


Bailarina

Escultor: Santiago Cárdenas
Formato: Platina de hierro pintado
Año: 1995
Ubicación: Zona verde puente de la 14, frente a la Gobernación.

 


La Bailarina es otra de las esculturas que ha sabido bordear el Parque Olaya Herrera.

Con 22 años en la ciudad, ha visto los distintos cambios de este espacio.

 

[Ver postal “Santiago Cárdenas o el sentido de los objetos” ]

 


 

El Vigilante

 


Artista: Rubens Gerchman (Brasil)
Técnica: Lámina de hierro soldado y pintado
Ubicación: Parque Olaya Herrera

 

Esta escultura ha estado en mi memoria desde siempre.

 

El-Vigilante Monumnto olaya
Es la imagen más inmediata que siempre he tenido del Olaya Herrera, sobre todo porque en ella se puede posar cualquiera: sentarse, almorzar, pasar la tarde, estar bajo la sombra que da la obra.

La escultura es un grupo de cabezas superpuestas (4, puntualmente) que forman una columna.

Amarillo, verde, naranja y violeta, o lo que queda de esos colores, el tiempo y el clima no ha sido en vano.

Es una escultura enmarcada dentro del Arte pop.

 


Y de verdad en un vigilante del parque se convierte esta escultura, haciendo honor a su nombre, imponente y llamativa para todas las edades.

Donada por el ex presidente César Gaviria Trujillo, convocando una especie de  “Arte-vía” por la Av. 30 de Agosto.

 


 

La celebración de los 100 años de la Banda Sinfónica de Pereira que muchos esperaban

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El invitado esta vez será el director japonés Tetsuo Kagehira. Con este concierto centenario, quedan, quizá, selladas las paces entre los músicos y la administración municipal.


Archivo particular Banda Sinfonica de Pereira
Archivo particular Banda Sinfonica de Pereira

Las puertas del teatro Santiago Londoño se abren este jueves 31 de agosto para recibir a los ávidos de  músicas sinfónicas de tradición clásica.

El acontecimiento ha sido convocado como “una noche de gala histórica”, como se lee en las postales de invitación   que sirven a la vez como boletas de ingreso a uno de los conciertos más esperados en la ciudad.

Y por qué no, para guardarlas como un recuerdo de la historia musical del Eje Cafetero.

Archivo particular Banda Sinfonica de Pereira
Archivo particular Banda Sinfonica de Pereira

El repertorio

Cada una de las piezas musicales que sonarán esa noche en el teatro  fueron  escogidas por el maestro japonés Tetsuo Kagehira, director invitado para uno de los tantos conciertos que han hecho parte de  la celebración del primer centenario de la Banda Sinfónica de Pereira.

Será un encuentro sinfónico que quedará grabado en la memoria de los pereiranos, y para el cual se vienen preparando desde el pasado  lunes, con dedicación y esmero, los músicos de la Banda Sinfónica Municipal de Pereira, en ensayos mañaneros con el invitado, Tetsuo Kagehira.

Fotografía Elizabeth Pérez
Fotografía Elizabeth Pérez

Bajo la dirección de Kagehira, los oboes, trombones, cornos, flautas, fagots, y cada uno de los instrumentos de cobre y viento de la Banda afinan entonación y ritmo, en acordes melódicos que siguen el compás marcado por la batuta del invitado.

El director, en sus trasegares sonoros se encontró con el maestro Ignacio Ríos Torres, actual director titular de la Banda Sinfónica de Pereira. Trabaron una amistad que los reúne ahora para conmemorar el arribo a los 100 años de la Sinfónica.

Archivo particular Banda Sonfonica de Pereira
Archivo particular Banda Sonfonica de Pereira

De voluntario a residente

Hace 29 años, Tetsuo Kagehira llegó al Conservatorio de la Universidad Nacional, en Bogotá, como músico voluntario.  Ganó la convocatoria abierta en Japón, su tierra natal. Ya era Maestro en Música – Trombón – , título obtenido en la Universidad de música Musashino, de Tokio.

Viajó con la expectativa de quedarse dos años en este país tropical, en los tiempos en que el Conservatorio era dirigido por la maestra Carmen Barbosa.

Fotografía Elizabeth Pérez
Fotografía Elizabeth Pérez

Decidió participar en otra convocatoria, esta vez en Bogotá. Volvió a ganarla. Se quedó como profesor de trombón.

Y luego una más, que también ganó, como Trombón Bajo de la Orquesta Sinfónica de Colombia, donde estuvo por 15 años.

Hizo carrera en Colombia. Llegó a la dirección de algunas de las Orquestas Sinfónicas de mayor renombre, entre ellas la Orquesta Sinfónica de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja y de la Policía Nacional.

De las músicas colombianas, a Tetsuo Kagehira le llaman la atención los ritmos, algo ‘arrítmicos’, de los porros, esas melodías que animan las fiestas y bailes de la Costa Caribe.

Centenario sinfónico

Con este concierto centenario, quedan, quizá, selladas las paces entre los músicos y la administración municipal, luego de las tensiones desatadas ante la apertura de la Secretaría de Cultura, y a las que de manera sutil hizo alusión el alcalde Juan Pablo Gallo en el concierto sinfónico ofrecido a la ciudad en la Plaza de Bolívar, con el cantautor de música popular de despecho, Jhon Alex Castaño, durante la apertura de las Fiestas de la Cosecha.