Ensayo sobre la peste
1
La mejor manera de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja, cómo se ama y se muere en ella.
Cito de memoria y a la ligera estas palabras del doctor Bernard Rieux en un parafraseo de la que podría tomar como premisa central de su relato sobre los días de la peste en Orán, relato que empieza, no hay que olvidarlo, con una invasión incontrolable de ratas que buscan a los humanos para morir hinchadas cerca a ellos: en las escaleras del edificio, en las calles aún atestadas de gente, en las plazas donde el sol se insinúa y los mercadillos reverberantes de especias. Después, cuando las ratas hayan desaparecido, serán los hombres quienes van a morir por centenares.
Rieux, médico y quizá por lo mismo humanista instintivo, se levanta cada mañana a enfrentar la enfermedad, un enemigo invisible al que sabe con certeza que no va a derrotar, lo que no impide que siga visitando moribundos cada tarde, uno tras otro, durante meses.

El doctor discute tenaz con las autoridades municipales en las juntas para decidir cómo actuar contra la epidemia. Impone cuarentenas en aislamiento absoluto a los parientes de los contagiados. Recorre sin descanso los barrios marginales. Exige que se cierren las puertas de la ciudad para evitar la propagación del brote. Rieux busca la manera de salvar a sus enfermos, se empeña incluso en cuidar de los desahuciados agonizantes, en vano intenta convencer a los remisos y a los descreídos, afrontando el pesimismo general del desastre que acaba por convertirse en espíritu de una época: “la enfermedad lo había cubierto todo” escribe. “No había más destinos individuales, sólo una historia colectiva que era la peste y los sentimientos que todos compartían”.
El orden del mundo –vuelvo a parafrasear a la ligera– está reglado por la muerte. Y a pesar de ello hay personas que eligen luchar contra ella porque, nos dice Rieux, hace falta ser “ciego, loco o cobarde” para resignarse a la peste. La suya resulta entonces una pelea contra la resignación, más que contra la fatalidad de la epidemia, pues el rasgo más claro de la fatalidad, el doctor lo entendió de antemano, es su carácter inevitable. Dicha actitud resume el existencialismo tal como lo entendió Albert Camus (quien sería una buena materialización del doctor Bernard Rieux por fuera de la ficción literaria, en la vida verdadera, pero ¿dónde está la verdad?). Aquella lucha furiosa contra la resignación nace de su condición misma de resignado. Lucho porque sé que ya fui vencido, parece gritarnos, lucho porque elijo luchar, no vencer.
Cabría suponer que, en una ciudad sitiada por la muerte, la militancia que profesa Bernard Rieux a favor de la vida sería una decisión más política que personal, quizá por ello las lecturas cabalísticas de cierta crítica literaria suelen asumir la novela más famosa de Albert Camus como un enmascaramiento de la guerra, o yendo siendo más osados en la interpretación, como una gran metáfora de la imposición de Estados totalitarios durante el siglo XX, regímenes de los que el propio Camus fue un opositor convencido.
Resulta más difícil sospechar lo obvio: que la peste es nada más y nada menos que una enfermedad contagiosa, mortal, milenaria, y que la novela de Camus es la narración íntima y franca de cómo esa plaga se desarrolla en la vida colectiva de su ciudad natal y en las vidas particulares de sus habitantes, aunque esto no cambia para nada que la postura del doctor Rieux pueda ser considerada una posición eminentemente política.
Sin embargo, me parece que en el fondo Rieux está frente a una decisión personal. Despojado de su ciencia, el doctor se ha reconciliado con la muerte. No la teme, tampoco le rinde culto, solamente la acepta. En aquel gesto se oculta la fuerza que le permite empujar y empujar esa piedra cuesta arriba que al final rodará por el abismo, no obstante, él escoge levantarse para seguir empujando. “Así, cada uno tuvo que aceptar que vivía día a día” anota el doctor en su crónica, “y solo bajo el cielo”. Rieux es una versión contemporánea del mito de Sísifo.
¿Quién no lo es?, preguntaría Camus si viviera.
Aquellos que no pueden o no saben o no quieren escoger, respondería yo. Sólo que ese ya es otro asunto.
2
¿Estaban en cuarentena los muertos, los viejos muertos, antes del confinamiento?
La ciudad, mi ciudad, tiene un cementerio ruinoso, casi por completo abandonado, con el que comparto el nombre. Voy algunas veces a mirar la tumba del abuelo materno, próxima a los muros de ladrillo musgoso que rodean el sitio separándolo de las calles aledañas. La tumba quedó empotrada en un mausoleo familiar donde reposan los huesos de ancestros suyos y míos que murieron hace casi un siglo. Tan bullicioso que era mi abuelo y lo único que delata su presencia allí es que encargaron labrar su firma con trazos negros cruzando el mármol gris de la lápida. Lo demás apenas es silencio.

Después de sentarme un rato junto a la bóveda me gusta caminar por el cementerio, por los callejones desolados llenos de muertos que no reciben visitas. Hay tramos que recrean la atmósfera confusa de un laberinto y otros que son como los pasadizos de algún palacio oriental. Me gusta sentir el olor a flores podridas, contemplar el pasillo donde anidan y revolotean desde siempre las golondrinas, lleno de mierda blanca en el piso, en las bóvedas, en las celosías y capiteles cubiertos de moho. Me gusta leer los nombres ilustres en los panteones a veces adornados con pequeñas esculturas de ángeles. Familia Escaf. Familia Marulanda. Familia Mejía Robledo. Aunque ruinoso y abandonado, el cementerio es hermoso, quizá porque es uno de los pocos lugares callados y vacíos que le quedan a mi ciudad.
Con unos pocos días de confinamiento obligatorio para contener la epidemia, las calles se han convertido en un lugar semejante a ese cementerio. Silenciosas, tranquilas, abandonadas. Los gavilanes y los ibis de plumas negras campean en un parque a dos esquinas de mi casa, donde la maleza ha empezado a ponerse vigorosa. He oído por primera vez en la vida ranas que cantan y nadan en las alcantarillas cercanas. Los perros callejeros desaparecieron de súbito, aunque la primera semana de cuarentena alguien colocó en las aceras montoncitos de comida para que no pasaran hambre. Queda algo de humanidad en la humanidad, a pesar de todo. Nadie recibe visitas. Las ventanas de casas y edificios recuerdan el diseño y la forma de esas bóvedas, casi siempre cerradas, casi siempre oscuras, algunas con trapos rojos indicando que adentro ya empiezan a escasear los víveres.
La mejor manera de conocer una ciudad –¿escribe Bernard Rieux o Albert Camus?– es saber cómo se trabaja, cómo se ama y se muere en ella.
Pero parece que todas las ciudades del mundo fueran de repente la misma y única ciudad. Se ama y se trabaja esquivando a los demás, cuidando de no untarse, evitando tocar, sentir. Y se muere solo, sin funerales, sin presencia de llanto. Podemos decir, con el personaje de Camus, que “la peste fue para todos nuestro asunto”.
Ahora transcribo una línea de Emile Zolá, tomada de su relato La fortuna de los Rougon, casi un mantra por estos días: “creyó oír que la estrecha vereda se llenaba de voces. Los muertos lo llamaban, los viejos muertos…”
3
Habían corrido algo menos de sesenta años desde la primera edición de La Peste de Albert Camus cuando Michel Houellebecq publicó en 2005 La posibilidad de una isla. Ambos escritores comparten una lengua común y nada más. Es llamativo que Camus cultivara hasta el final de su vida un humanismo férreo, cerril, yo diría un humanismo montaraz, justamente él que sobrevivió a dos guerras mundiales y fue testigo directo del genocidio descomunal cometido en Argelia durante la descolonización del país, mientras que Houellebecq transpira una agria decepción frente al proyecto de la ilustración, no sin que haya sarcasmo y fina ironía en la actitud, pues él justamente creció en la época más próspera y pacífica de la historia de Europa.

Lo inquietante no es que el mundo cambie, ni siquiera que cambie a ritmos delirantes como los de las últimas décadas. Lo inquietante es que el mundo a veces permanezca idéntico, como empujado por una inercia de milenios. “La plaga no está hecha a la medida del hombre” había escrito Camus, “se diría que la plaga es irreal, que es un mal sueño que va a pasar [pero] de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan”. De ahí aquel convencimiento de que “ha habido en el mundo tantas pestes como guerras”, y con la misma inercia de los siglos y los milenios las pestes y las guerras “siempre encuentran a la gente desprevenida”.
Sin saberlo, Houellebecq anticipó mejor que Camus algunas de las escenas brutales de la peste que ahora conmociona al planeta. La posibilidad de una isla en ningún sentido es una novela sobre epidemias, sino un relato de tintes distópicos y futuristas sobre la decadencia de la civilización occidental, cuyo principio parece gravitar en torno a una pulsión básica y primaria: “aumentar los deseos hasta lo insoportable y a la vez hacer que satisfacerlos resultara cada vez más difícil”.
Houellebecq, observador sagaz de nuestro tiempo, se percata que nuestras sociedades de riqueza y consumo desaforado (que para serlo tienen que ser además sociedades de híper productividad, de máxima explotación y súper producción) rinden un culto irracional, limítrofe con lo religioso, a la idea de la juventud, quizá el sinónimo perfecto del producto recién fabricado, o al menos aún no desechado, aunque debo aclarar que esta vez la interpretación cabalística es mía y no del escritor ni sus críticos.
“Juventud, belleza, fuerza; los criterios del amor físico son exactamente los mismos del nazismo” anota el escritor, para indicar más adelante que la idea de desechar lo arcaico y anticuado “sólo disimulaba el deseo de retorno a un estado primitivo en el que los jóvenes se libraban de los viejos de una patada, sin darle vueltas, simplemente porque éstos eran demasiado viejos para defenderse, así que sólo era un reflejo brutal, típico de la modernidad, procedente de una fase anterior a toda civilización, porque toda civilización podía juzgarse por la suerte que reservaba a los más débiles, a los que ya no eran ni productivos ni deseables”.

Daniel 1 tiene un clon en el futuro: Daniel 24. Ambos son protagonistas de La posibilidad de una isla, seres aislados con vidas que ocurren en el confinamiento individualista y lujoso de los millonarios europeos de finales de siglo. Daniel 1 vive en un chalet confortable –también impenetrable– de cara a la costa española, conduce un auto de alta gama y pasa meses sin relacionarse apenas con sus vecinos, ricos iguales que él.
Daniel 1, Daniel 24 y su continuación Daniel 25 practican ese distanciamiento social que ya era regla y no excepción en las metrópolis contemporáneas. El primero cree que ha descubierto el amor justo a las puertas de su vejez. Los otros dos, que viven varios siglos después del primero, pertenecen a una especie de neohumanos cuya única interacción social se reduce a conexiones virtuales y, vaya si es predecible Houellebecq, han perdido en la evolución rasgos de sus ancestros humanos como el miedo, la risa, la vergüenza y por supuesto el amor, aunque el último de ellos logra experimentar una sensación equivalente al final de la historia cuando su pequeño perro es asesinado por una horda de humanos verdaderos, salvajes violentos y embrutecidos que evolucionaron de los restos de la civilización destruida por guerras y desastres ambientales.
La fina ironía de Houllebecq nos escupe sin adornos que el catastrófico colapso de la civilización ya sucedía entre nosotros mucho antes de la pandemia, y ese colapso pasaba desapercibido con sutileza, incluso diríamos con elegancia. La gran virtud del capitalismo es que ha conseguido hacer de esa catástrofe otra variante de la normalidad, y además una variante rentable.
“Como cada año, los viejos morían masivamente, por falta de atención, en sus hospitales y sus residencias de la tercera edad; pero hacía ya mucho tiempo que nadie se indignaba por eso, de alguna manera se había vuelto normal, como un medio a fin de cuentas natural de reducir una situación estadística de abundantísima vejez, forzosamente perjudicial para el equilibrio económico del país”.
Ese es un fragmento de su novela publicada en 2005. Ha hecho falta una epidemia sin control para que a fuerza de cadáveres viéramos lo que ya estaba ante nuestros ojos.
Viviendo al día
Hoy en el Día Internacional del Trabajo, presentamos un rastreo por algunos medios nacionales e internacionales sobre la situación del empleo con la pandemia.
Una evaluación inicial del impacto de COVID-19 en el panorama laboral mundial, indica que los efectos serán de gran alcance. En ingresos, las pérdidas de los trabajadores debido a la pandemia del COVID-19 oscilarán entre los 860.000 y los 3,4 billones de dólares, lo que llevará a muchas personas a la pobreza. Una respuesta política adecuada puede mitigar los efectos. La Organización Internacional del Trabajo ha hecho una serie de recomendaciones para ello. Adjuntamos el archivo de dichas recomendaciones. Consúltalo haciendo clic aquí .
Al día
“Estoy viviendo el día a día. Estoy sola; tengo que sufragar esto sola. Sé que hoy tengo dinero para pagar las próximas dos rentas y comer. Y ya. Después de eso, no sé”. Eso le dijo Carolina Malagamba a la BBC Mundo, una mexicana que vive en New York, una educadora de museos quien desde que estalló la crisis sanitaria por el coronavirus en Estados Unidos, todas sus clases, tutoriales y tours se cancelaron.

Al no tener contrato fijo en ninguno de los dos museos donde enseña -el Museo del Barrio y el New-York Historical Society-, Carolina se quedó sin trabajo de un día para otro.
“Sé que por lo menos hasta mayo no tendré ingresos. Aunque en el New-York Historical Society quedaron de pagarme lo que tenía en agenda, a los diez educadores independientes del Museo del Barrio nos dijeron: ‘Suerte, bye’. Claramente no aprecian mucho a sus educadores”, señala en su conversación.
En una semana normal, Carolina dice que da entre cinco y ocho tutoriales. “Ahora no daré ninguno; perdí mi trabajo”, afirma.
Esta situación se repite en prácticamente todo el mundo, sobre todo con quienes no tienen empleos estables y contratos indefinidos. Y para los jóvenes este es un duro golpe según afirman investigadores de la Organización Internacional del Trabajo:
“Las crisis golpean más duramente a las personas más vulnerables. Uno de esos grupos es el de los jóvenes, que está particularmente expuesto al impacto socioeconómico de la pandemia provocada por el virus.
La transición hacia el empleo decente representa un desafío enorme para las personas jóvenes, incluso en tiempos de máxima prosperidad económica. Así lo indican las cifras de 2019 (previas al brote del virus), según las cuales una de cada cinco personas menores de 25 años (el equivalente a 267 millones de jóvenes a nivel mundial) se contaba entre los “nini”, esto es: quienes no trabajan, no estudian ni reciben formación.
El aumento del desempleo juvenil no solo perjudica a los interesados, sino que acarrea también un elevado costo a largo plazo para las sociedades. Incorporarse al mercado de trabajo en una recesión puede provocar en los jóvenes una pérdida de ingresos significativa y persistente capaz de prolongarse durante toda su carrera. Si se ignoran los problemas específicos de los trabajadores jóvenes se corre el riesgo de desperdiciar talento, estudios y formación, por lo que las consecuencias del brote de COVID-19 podrían prolongarse durante décadas.”
Economía de plataformas
Actualmente vemos en redes sociales muchos emprendedores que pagan promociones para impulsar la venta de sus productos y enviarlos a domicilio o por paquetería. Los emprendimientos de alimentos son los más comunes, pero hay otros sectores también muy sensibles, los que viven del trabajo ambulante, por ejemplo.

Al respecto, Juan Ortega, columnista de semana.com se refiere a las medidas poco exitosas que están adoptando los gobiernos para cuidar la economía, sobre todo en países con economías subterráneas como Colombia, es decir, donde coexiste la economía formal e informal:
“La economía formal colombiana está entrelazada con la economía informal; no es un mundo aislado, sino parte de un mundo conveniente que permite vender sin IVA y licuar las utilidades dejando de reportar todos esos ingresos. Esas entregas que no se reportan como ventas, sino como traslados de mercancía que luego dizque se los ‘roban’ o se ‘pierden’ son la economía que atiende buena parte de nuestros barrios populares; o esas prefacturas a personajes en las sombras que piden la factura final se expida a números de identificación tributarios (RUT) robados o de personas pobres que nunca estarán obligadas a declarar son el submundo que al reactivarse el país puede, desde las sombras, amenazar la salud de todos.
Traer a la luz este 40 ó 50 por ciento de la economía es más urgente que nunca. La trazabilidad de contagios, la pronta intervención del Estado, depende de que todas estas actividades en las sombras se puedan verbalizar sin temor a sanción. Esta economía sin IVA, con contrabando e ilegalidad es la manera como muchas personas vulnerables llegan a tener acceso a artículos de primera necesidad. El mundo informal, donde prima el efectivo, es el ideal para mover con libertad los productos del contrabando, fortaleciendo así redes de lavado, corrupción y violencia; es un mercado en el que no manda la mano invisible sino la mano que empuña un arma y ejerce la violencia. Este es el esqueleto en el clóset que tenemos que enfrentar si no queremos vivir la tragedia del Ecuador.”
La Organización Internacional del Trabajo estima que en todo el mundo entre 8,8 y 35 millones de personas más estarán en situación de pobreza laboral, frente a la estimación original para 2020 (que preveía una disminución de 14 millones a nivel global).
Se prevé, además, un aumento exponencial del subempleo, puesto que las consecuencias económicas del brote del virus se traducirán en reducciones de las horas de trabajo y los salarios.
Este es un de los tantos panoramas que tenemos actualmente sobre el trabajo, al parecer el futuro para muchos será el crecimiento del trabajo online. No se trata solo de los sectores medios profesionales, sino también de los trabajadores de la llamada «economía de plataformas».

En consecuencia, la crisis del Covid-19 está llamada a incluir el trabajo digital precario dentro del ámbito de la protección social. Pero, ¿qué pasará con los trabajadores que no tienen internet, no manejan las redes sociales o personas que tienen que compartir el computador con todos los miembros de su familia?
Este es parte del panorama mundial que vivimos actualmente con la precariedad laboral, la brecha digital y el sistema económico que particularmente en Colombia, reporta en cifras oficiales del DANE una taza de desempleo en marzo de 12.6%, el más alto en 10 años.
Fuentes para este especial:
Organización Internacional del Trabajo: https://www.ilo.org/global/about-the-ilo/newsroom/news/WCMS_741746/lang–es/index.htm
BBC Mundo: https://www.bbc.com/mundo/noticias-51965582
Organización de las Naciones Unidas: https://news.un.org/es/story/2020/03/1471412
nuso.org: https://nuso.org/articulo/digitalizacion-trabajo-coronavirus-futuro-capitalismo/
eltiempo.com: https://www.eltiempo.com/economia/sectores/coronavirus-tasa-de-desempleo-en-colombia-en-marzo-la-mas-alta-en-10-anos-490430
Una conmemoración virtual del Día Internacional del Jazz
Especial Día Internacional del Jazz de la UNESCO |
“Ahora más que nunca, unámonos y difundamos la ética del movimiento global del Día del Jazz alrededor del planeta y usar esto como una oportunidad de oro para que la humanidad se reconecte especialmente en medio de todo este aislamiento e incertidumbre.”
Herbie Hancock, Embajador de Buena Voluntad de la UNESCO
La celebración de esta jornada tiene como objetivo sensibilizar al público en general sobre las virtudes de la música jazz como herramienta educativa y como motor para la paz, la unidad, el diálogo y el refuerzo de la cooperación entre pueblos. Los gobiernos, las instituciones educativas y la sociedad civil que participan en la promoción del jazz aprovechan esta oportunidad para difundir la idea de que el jazz no es sólo un estilo de música, sino que también contribuye a la construcción de sociedades más inclusivas.

¿Por qué un Día Internacional del Jazz?
El jazz rompe barreras y crea oportunidades para la comprensión mutua y la tolerancia.
El jazz es una forma de libertad de expresión.
El jazz simboliza la unidad y la paz.
El jazz reduce las tensiones entre los individuos, los grupos y las comunidades.
El jazz fomenta la igualdad de género.
El jazz refuerza el papel que juega la juventud en el cambio social.
El jazz promueve la innovación artística, la improvisación y la integración de músicas tradicionales en las formas musicales modernas.
El jazz estimula el diálogo intercultural y facilita la integración de jóvenes marginados.
En noviembre de 2011, durante la Conferencia General de la UNESCO, la comunidad internacional proclamó el 30 de abril como el “Día Internacional del Jazz”. Este Día Internacional reúne a comunidades locales, escuelas, artistas, historiadores, académicos y fans del jazz de todo el mundo para celebrar y aprender sobre este arte, sus raíces, su futuro y su impacto. Esta importante forma de arte internacional es un ejemplo de promoción de la paz, el diálogo entre culturas, la diversidad y el respeto por los derechos humanos y la dignidad humana, contribuyendo a la erradicación de la discriminación, la promoción de la libertad de expresión, el fomento de la igualdad de sexos y el refuerzo del papel de la juventud en el cambio de la sociedad.
El jazz colombiano, un paseo discográfico
Datos tomados de un texto escrito por Sergio Santana Archbold,
publicado en elheraldo.co
El jazz colombiano, o hecho por colombianos, ha recorrido un largo trecho desde la conformación de la Jazz Band Lorduy, en Cartagena, considerada como la primera en el país cuando en 1923 fue fundada y dirigida por Francisco Lorduy Benito-Revollo, dedicada a interpretar música norteamericana hermanada con el jazz y ritmos cubanos. Le seguirían otras orquestas ‘tipo jazz band’ como la Jazz Band Bolívar, la de Emisoras Fuentes, en Cartagena; la Sosa Jazz Band, de Luis Felipe Sosa, y la Emisora Atlántico Jazz Band, de Barranquilla; la Orquesta A No.1, en Cartagena, de José Pianeta Pitalúa; la Jazz Nicolás, en Medellín, de Nicolás Torres; la Ritmo Jazz Band, en Bogotá, de Alex Tovar.
Estas bandas primigenias de formato jazz band fueron agrupaciones de clubes burgueses y programas de radio, con poco o nulo interés de grabar, siendo escasas o inexistentes las grabaciones de jazz en sus años de formación.
Algunos datos en línea de tiempo
1957 – el primer colombiano que grabó un álbum completo de jazz, en este caso de jazz afrocubano, sería el barranquillero Al Escobar: grabó en Nueva York el larga duración Escobar’s Rhythmagic – Al Escobar Afro-Cuban Orchestra (Cadence CLP-1021) con artistas internacionales.
1960 – Quinteto con Álvaro Rojas en el saxofón tenor y Fabio Espinosa en la trompeta grabaron un sencillo titulado El jazz en Colombia (RCA Victor EP 56-061).
1961 – sexteto del español Luis Rovira –Philips 631807– que contó con la participación del colombiano León Cardona en la guitarra eléctrica.
En la misma década el pianista barranquillero Juancho Vargas, director artístico de Sonolux, grabó los álbumes Colombian brass (Sonolux LP 12-540) y Cumbias espaciales (RCA Victor LPC 53-102).
Y la disquera Sonolux publicó un álbum de Jaime Llano González y su Orquesta (Sonolux IES-63) con una versión rumba jazz de El cumbanchero, de Rafael Hernández, además con estándares de Woody Herman y Morton Gould, así como mambos, merecumbés y pasillos con una singular y dinámica influencia de jazz, que ahora se denominaría latin jazz.
1980 – el trompetista, compositor, arreglista y maestro Antonio María Peñaloza, con el formato de banda de vientos, grabó para Sonolux un disco donde él mismo tocó todos los instrumentos a excepción del clarinete, que fue tocado por Omar Cañate. En el álbum Siete sabrosuras bailables y una vieja serenata costeña, se percibe una fuerte intención jazzística con complejas estructuras armónicas y rítmicas. El disco terminó siendo el legado musical de Peñaloza, considerado por muchos como el músico más importante en la historia del jazz en Colombia.
1984 – el álbum Macumbia de Francisco Zumaqué, con la participación de jóvenes asignados a cambiar la escena jazzística colombiana de los próximos años: Antonio Arnedo y Juan Vicente Zambrano, representó el punto de arranque de las nuevas tendencias que a través del jazz podía alcanzar la música popular nacional.
A partir de 1984 algo comenzó a gestarse. El mayor investigador apareció en los noventa en la figura del saxofonista bogotano, graduado en el colegio de música de Berklee, Antonio Arnedo. Recreando la música de las dos costas colombianas con el jazz, su labor ha sido reconocida ampliamente. Sus versiones de cumbias y sus propias composiciones con conceptos vitales para el jazz impulsaron a que muchos músicos contemporáneos y jóvenes hurgaran en la tradición para lanzarse a la vanguardia con sus álbumes Travesía (MTM 018037- 2), Orígenes (MTM 018062- 2), Encuentros (MTM 018094- 2) y Hay otra orilla (BAU Records 1162).
1995 – el jazz afrocubano encontró revitalización en el país con el regreso del pianista pastuso Edy Martínez después de un periplo de más de 20 años en Estados Unidos en el mundo del jazz, del jazz latino y de la salsa. Su álbum Privilegio marcó el inicio del jazz afrocubano y desde entonces son muchos los que se han aventurado por esos solares rítmicos.
Aunque no ha vivido por muchas temporadas en el país en las últimas décadas, Justo Almario, el saxofonista sincelejano, ha tenido una influencia notoria por su virtuosismo. Estudió en la prestigiosa escuela de música Berklee, de Boston. Sus obras Andeando, Street sax y Cumbiamba, que grabó con su grupo Tolú, junto al percusionista peruano Alex Acuña, son representativas de las intenciones de Almario para construir un nuevo jazz colombiano.
Con Zumaqué, Arnedo y Almario nació todo un movimiento musical que buscó crear un jazz colombiano enraizado en el folclor nacional. Y, en cierto sentido, esto se está logrando por caminos separados.
Lo que fue un comienzo tímido entre pioneros raizales ahora representa una fuerza asociada, agremiaciones, con festivales de jazz y grabaciones que se van consolidando y que pueden llegar a un promedio en los últimos días de 15 álbumes por año.
La actualidad del jazz en Colombia
En el 2016 se crea en Colombia un colectivo de jazz en Bogotá llamado Masái, son músicos colombianos orientados a la exploración de este género y la improvisación, quienes buscan generar nuevos espacios para el reconocimiento y la difusión de los diferentes proyectos de bandas que reúnen y representan los diferentes sonidos de la comunidad.
El colectivo busca fomentar la colaboración entre artistas y locaciones para fortalecer y expandir la escena musical colombiana y crear una identidad característica que distinga el sonido Masái.
Su propuesta cubre realización de eventos, un sello discográfico y la presentación de un catálogo de bandas con muestras audiovisuales de los proyectos, la descripción de los perfiles, los contactos de cada artista y acceso al material discográfico para la descarga en línea.
El componente pedagógico y de gestión de eventos y actividades se lleva a partir de una serie de festivales que se llevan a cabo dos veces al año en temporadas en las que el jazz no es protagonista en la ciudad. También realizan actividades académicas entre las que se encuentran clínicas dictadas por algunos de los miembros del colectivo, master class y talleres que abordan diferentes temáticas relacionadas con el jazz y la improvisación.
Desde la opinión del saxofonista Felipe Paz, músico de la Banda Sinfónica de Pereira, quien nos ayudó con la recolección de los datos que estamos presentando en este especial, Masái actualmente es un buen ejemplo a seguir para las bandas de jazz en el país, porque se destaca el espíritu de colaboración entre los músicos, quienes se agremian y presentan sus productos a través de una plataforma web, para impulsar juntos sus trabajos y venderlos en el mercado.
En tiempo de cuarentena sus actividades continúan en el quehacer virtual, por eso desde sus redes comparten conciertos, sesiones en vivo, discos, sesiones académicas, artistas y datos de interés relacionados con el jazz en Colombia.
Atención: Rin rin Renacuajo, de Rafael Pombo, murió por Coronavirus
Durante el mes de abril, hemos compartido con ustedes algunos contenidos relacionados con el mundo del cómic y los dibujos animados, evocando la celebración del mes del niño y la recreación, además recordamos algunas obras y escritores en castellano, porque también fue el mes del idioma español.
Hoy terminamos estos contenidos especiales con la adaptación que el niño David Ramírez hizo de la fábula El renacuajo paseador, un texto original del escritor colombiano Rafael Pombo.
David, tiene 6 años, es oriundo del departamento de Antioquia en Colombia y por estos días está en boca del país, porque su adaptación de El renacuajo paseador está relacionada con el Covid-19.
Les dejamos el video y la transcripción de la fábula que David, seguramente con ayuda de su familia, adaptó:
El renacuajo paseador
El hijo de rana Rin rin Renacuajo
Salió esta mañana desobediente el carajo
Con pantalón corto, corbata a la moda
Sombrero encintado y sin tapabocas.
-¡Muchacho, no salgas!- le grita mamá
¿No ves que en la calle, el virus está?
pero él hace un gesto y orondo se va.
Allí en el camino halló otros inconscientes vecinos
Y les dijo: ¡Vengan ustedes conmigo!
gocemos, bailemos, que de esta pandemia no nos moriremos.
Pasearon las calles a todo montón
Burlándose del virus a todo pulmón.
Pasada la noche, a su casa volvió
No se cambió de ropa y tampoco, se bañó.
Entre risas y burlas vociferó:
-Si ve mamá, que a mí, nada me pasó-.
Pasaron los días, su cara cambió
Con fiebre, disnea, temblores y mucho toció
Por estar en la calle, el virus pescó
y a sus seres queridos también contagió.
-Si ve mijito, por qué no hizo caso- exclamó la madre.
Entre lágrimas y solita en un hospital, se murió.
Y arrepentido entre soyosos y lágrimas
el necio paseador también se murió.
Quédate en casa o si no mira lo que te pasa.
ÚLTIMA ENTRADA ESPECIAL MES DEL NIÑO
ÚLTIMA ENTRADA ESPECIAL MES DEL IDIOMA ESPAÑOL
INVITACIÓN A PARTICIPAR: Yo Veo, la fiesta de la palabra y de la imagen en primera persona
Por, Diego Leandro Marín |
Este año con el apoyo del Grupo y Semillero de Investigación Edumedia- 3 y colegas de diversos países celebraremos la cuarta versión de “Yo Veo, la fiesta de la palabra y de la imagen en primera persona”.
Se trata de un evento en el que rendimos tributo a las diversas formas de representar y de relatar el Yo, como ejercicio y práctica de la libertad de expresión con el propósito de generar un espacio de intercambio reflexivo en relación con la subjetividad, la singularidad y el individualismo.
El festival comenzó en el año 2010 en Pereira, ciudad en la que ocupamos cuatro salas de exposición del Centro Colombo Americano, la Alianza Colombo-francesa, la Fundación Universitaria del Área Andina y Comfamiliar Risaralda con el apoyo del Instituto de Cultura y Fomento al Turismo de Pereira (hoy Secretaría de Cultura).
En esta trayectoria de diez años y en las tres versiones anteriores se han vinculado artistas, caricaturistas, videastas, periodistas, investigadores, estudiantes, profesores y ciudadanos en general de El Salvador, Ciudad de Guatemala, Buenos Aires y Río de Janeiro.
Este año ya tenemos abierta la recepción de trabajos y con ellos haremos la muestra de manera virtual desde el 28 de agosto.
Descripción de la convocatoria
Enviar una obra o trabajo sobre el Yo: retrato, autorretrato, biografía, autobiografía, memoria personal o historia de vida en una de las categorías:
Categoría Imágenes del Yo: puede ser selfie, fotografía, pintura, dibujo, caricatura, plastilina, video, cine.
Categoría Palabras del Yo: poesía, crónica, diario, memoria, canción, testimonio, entrevista.
Categoría Escenas del Yo: monólogo, performance, coreografía.
Categoría Objetos del Yo: álbum fotográfico, exlibris, camiseta.
Categoría Otras formas del Yo: blog, mapa corporal, tatuaje…
Previo a la inscripción debemos conocer algo de la obra o trabajo que evaluará el comité de selección y luego el jurado del evento, por lo cual pedimos a los participantes el envío de una fotografía o video (1 minuto es suficiente), si participarán en Imágenes del Yo, Escenas del Yo, Objetos del Yo o en Otras Formas del Yo, o un audio (1 minuto es suficiente), si participarán en Palabras del Yo.
La imagen, video o audio lo deben enviar a [email protected] antes del 31 de julio del año 2020, y les responderemos lo antes posible para darles las instrucciones y condiciones de participación en caso de ser preseleccionadas.
La organización certificará la participación, publicará los trabajos preseleccionados de manera digital y en nuestros medios: página web, canal de YouTube y otras redes sociales dando el crédito respectivo, así como en medios de comunicación a nivel local, nacional e internacional.
Datos de contacto:
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Diego Leandro Marín Ossa
Docente Titular e Investigador Asociado
Área de medios y educación Escuela de español y comunicación audiovisual
Facultad de Ciencias de la Educación
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Melancolía de la resistencia
“(…) Por supuesto, al no existir ya ningún freno ni resistencia y al presentarse una temperatura favorable, la revuelta palaciega pudo empezar o, más bien, proseguir en las zonas más adecuadas; la sangre convertida en hematina ácida en los vasos de la mucosa gástrica destruyó en varios sitios la estructura de la pared estomacal y, en particular, la unidad formada básicamente por pepsina y ácido clorhídrico pudo lanzarse contra los tejidos de los órganos abdominales. Como consecuencia de la actividad del regimiento de criados enzimáticos, se desintegró el glucógeno hepático y se produjo la autólisis del tejido pancreático, autólisis que proyecta una luz implacable sobre aquello que oculta: el hecho de que todo ser vivo lleva inherente, desde el momento de su nacimiento, su propia destrucción”.
Ese lenguaje, clínico y solo en apariencia impersonal, se refiere en realidad a lo más íntimo, a lo inapelable: a la desintegración del propio cuerpo y con ella el retorno a la sustancia primordial de la que estamos hechos los hombres, las plantas y las bestias.
En este caso, el narrador nos lleva a la contemplación de la muerte de la señora Pflaum, una de las protagonistas de la novela Melancolía de la resistencia, del escritor húngaro Lásló Krasznahorkai, autor, entre otras, de las obras Y Seiobo descendió a la tierra y Ha llegado Isaías.

Aunque en la novela de Krasznahorkai la palabra protagonista lleva implícito un contrasentido, porque los personajes de la historia no protagonizan nada.
Todo lo contrario: en realidad son sombras empujadas y arrastradas por los acontecimientos que los definen y les asignan un lugar en la historia de una ciudad que nunca acaba de adquirir un nombre.
A lo largo de cuatrocientas dieciocho páginas es apenas eso: la ciudad y nada más.
Pero es allí donde acontecen los hechos.
¿Cuáles hechos?
Bueno, los que, al arrasarlos, le dan sentido al errático destino de los personajes.
Pero, insisto, palabras como destino, personaje, protagonista, son apenas convenciones para aproximarse a lo inefable.
Porque, peor que despertarse en medio de una pesadilla, es abrir los ojos y encontrarse con la sospecha de que algo ominoso se avecina, ya no en el reino del sueño sino en el de la vigilia: es decir, que despertar no va a salvarnos de nada. Todo lo contrario: nos arrojará, solos y desnudos en el vórtice mismo de los acontecimientos.
Acontecimiento: he aquí otra palabra conflictiva.
Puestos a buscar soluciones fáciles, podríamos decir que Melancolía de la resistencia acontece en uno de los círculos del infierno.
O en todos a la vez. Pero eso no ayuda mucho.
Es mejor acudir a una de las claves del relato: la música. Entonces podemos decir que la novela es algo así como una sonata interpretada al lado de un cadáver que se sabe indefenso ante las acometidas de la disolución y a duras penas opone esa clase de melancólica resistencia que Marguerite Yourcenar definiera en el título de uno de sus libros como “El tratado del inútil combate”.

En eso consiste la novela de László Krasznahorkai: en el relato de unas vidas que se anudan a su pesar alrededor de una ciudad que se deshace a cada minuto mientras la basura se acumula en las calles, formando una segunda corteza, viscosa y nauseabunda, por la que caminan hombres, mujeres y niños que intentan huir de las múltiples formas del mal insinuadas en un antiquísimo símbolo: la llegada de un circo cuyo mayor atractivo es una ballena gigante, que en realidad es la clave de una conspiración.
A esa improbable conspiración intentan dar respuesta- cada uno a su manera-los habitantes de la ciudad.
“¡Habrá que hacer algo!”, gritó uno de ellos, cansado de sus esfuerzos para saludarle, y después de que Eszter consiguiera liberar la mano que trataban de estrechar. Era Mádai, un hombre sordo que acostumbraba a gritar sin piedad al oído de sus víctimas con el fin de intercambiar opiniones, lo cual, repetía, no le importaba en absoluto, y si bien los otros dos coincidieron en esta exhortación, adoptaron posiciones divergentes en torno al qué”.
“Hacer algo”. Eso parece tarea fácil cuando los hombres se enfrentan a una realidad concreta.
Pero cuando se está ante la inminencia del horror poco puede hacerse.
Gyorgy Eszter, por ejemplo, es un reputado profesor de música convertido “por la fuerza de los acontecimientos”, en Inspector de basuras en una ciudad cuyo lema de redención está condensado en la frase “Patio limpio, casa ordenada”, auténtica premonición de todas las formas posibles de totalitarismo, así en la vida doméstica como en la pública.
Su visión del mundo aparece definida con claridad en la página ciento sesenta y tres:
“El mundo, aseguró Eszter, es sólo una fuerza indiferente y un montón de cambios amargos, sus incongruencias se mueven en direcciones contrarias, y es excesivo su ruido, su matraqueo y traqueteo, la campana que toca a rebato para la lucha… y no hay nada más, esto es todo cuanto vemos. Pero los colegas en la existencia terrenal, todos los que han venido a parar a esta barraca azotada por las corrientes de aire imposibles de caldear- incapaces de soportar la expulsión de una supuesta y lejana dulzura- viven en el permanente estado febril de la espera, aguardan algo que desconocen, confían en algo a pesar de todos los indicios en contra, mientras constatan día tras día la absoluta inutilidad de toda espera y toda esperanza”.
En medio de ese caos irrumpe de repente la lucidez de los niños. En este caso, se trata de los hijos del borracho comisario de policía de la ciudad, quienes al cruzarse con Valuska- una suerte de santo redentor en la vida de Eszter- la noche en que la pesadilla se hace al fin realidad, lo fulminan con una frase que no admite apelación: “A mí me gustaría ser un loco y decirle al rey que su reino anda mal.
Que el reino anda mal. Que el mundo nunca ha cesado de andar mal es una verdad que todos aprendemos al momento de nacer.
Pero lo olvidamos pronto para abandonarnos en brazos de la esperanza, “esa puta de vestido verde” de la que hablara Julio Cortázar.
Para recordárnoslo, László Krasznahorkai ha urdido esta inquietante novela cuyo sentido último aparece resumido en la frase de uno de los personajes: “Vivir como un triunfador constituye en realidad la más amarga de las derrotas”.