domingo, diciembre 14, 2025
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MIGRACIÓN VENEZOLANA EN COLOMBIA: Los otros infiernos de los Canache Amaíz

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Esta entrada se publicó originalmente el 20 de febrero de 2020, la reactivamos a raíz de las últimas noticias sobre el futuro de los venezolanos en Colombia.

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Las formas de la indolencia

Cuando se lo pregunto a Norbey, un Ingeniero de Sistemas que transita todos los días por la variante La Romelia- El Pollo, que da salida desde Medellín y Manizales hacia el Valle del Cauca, el hombre sólo atina a levantar los hombros.

Casi siempre, ese gesto puede traducirse por: No sé, ni me interesa.

Es el mismo gesto de la elegante mujer que va al volante de un lujoso automóvil color cereza, detenido en la estación de gasolina del sector.

Ante la pregunta, me mira con una expresión de estupor, como si le estuviera preguntando si hay vida en Marte.

Fotografía, Martha Alzate

Por este sitio, donde hace unas décadas funcionó una granja avícola que le dio nombre a un restaurante ubicado allí durante muchos años, pasan cada día miles de conductores de autos y motocicletas que van y vienen entre Cartago, La Virginia y Cerritos rumbo a sus lugares de trabajo o de estudio.

O los viajeros que se mueven entre los municipios del occidente de Risaralda y el Área Metropolitana Pereira- Dosquebradas.

Le hago idéntica pregunta a otra decena de conductores, pero el resultado es el mismo.

Todos los miran, pero nadie los ve.

Foto: Daniel Reina Romero

Y eso, a pesar de que son cada vez más numerosas las familias venezolanas instaladas en campamentos improvisados, a la espera de una oportunidad para seguir con rumbo a Cali, a Popayán, a Pasto, a Ecuador, a Perú… o a la nada, según leo en el rostro apagado de un niño de tres años que tira de la falda ya astrosa de su madre, una mujer  que no llega a los veinte y ya se ve vieja, muy vieja.

El hambre, el sol, la lluvia, la violencia y la indolencia ajena consiguen esas cosas.

Luego me dirá que se llama Karen, Karen Canache Amaíz y que nació en Valle de la Pascua, una población de los llanos de Venezuela, un lugar en otro tiempo próspero al que fueron a parar sus abuelos y donde se conocieron sus padres.

Por ahora, Karen, de rasgos acentuadamente indígenas mira a Maicol-  ese es el nombre del pequeño- con una mezcla de impotencia y rabia. Impotencia frente al mundo, rabia contra ella misma. “No me cuidé y quedé en embarazo”, dirá.

Cuando me le acerco, tiende la mano en un gesto instintivo de supervivencia, así que le alargo un billete de veinte  mil pesos que le servirá de algo y de nada: la moneda colombiana no es que alcance para gran cosa.

Lo recibe con un guiño de gratitud y vergüenza. Con un silbido que resulta ser una clave secreta, llama al resto del clan, que empieza a desgranarse de la multitud y se acerca hasta donde nos encontramos.

Está la madre, Carmen Araíz, los cuatro hermanos Canache Amaíz y los cinco hijos de tres de ellos.

Todos con idénticos rasgos indígenas  y con esa sombra de vencidos ensuciándoles la mirada.

Dicen que con el billete comprarán una gaseosa dos litros, pan tajado y salchichón en un Kiosco vecino, que ha visto incrementar sus ventas desde que los venezolanos empezaron a llegar.

Hombres y mujeres, jóvenes y viejos se agolpan en el sector, como acabados de brotar de la tierra. Nadie repara en que la población se renueva en cosa de días: unos se van en busca de un destino cada vez más incierto y otros llegan empujados por la necesidad y la desesperación.

Foto: AFP

Efraín, el dueño del Kiosco, no puede precisar el momento en que aparecieron, pero sí tiene claro que los grupos no han parado de crecer.

“Se bajan de buses, de camiones y hasta de volquetas. Luego empiezan a armar sus toldos con planos y plásticos. Allí duermen y se alimentan con lo que pueden conseguir. Al mismo tiempo tratan de reunir algo de plata para seguir el camino. Cuando lo consiguen, desaparecen  y son remplazados por otros grupos”, declara este tendero  bendecido por  la creciente marea de venezolanos.

Ahora son enjambre estos exiliados, a los que la hipocresía generalizada se refiere con el calificativo de hermanos.

Pero nadie los ve.

Sucedió en Guárico

Los libros de Historia de Venezuela relatan que Valle de la Pascua es la capital del municipio de Leonardo Infante, en el estado de Guárico. Anotan, además, que fue fundada en 1785 por el padre Mariano Martí. En sus alrededores tuvo lugar la Batalla del Valle de la Pascua, en febrero de 1814.

Valle de Pascua, Guaricó, Venezuela

En ese lugar fueron a encontrarse los padres de Ramón Canache y de Carmen Araíz en los años setentas del siglo XX. Eran jovencitos, atraídos por la fama de prosperidad de ese lugar, ubicado en un enclave agrícola y comercial de los prósperos Llanos venezolanos. Cuando el azar los juntó, se consagraron a reproducirse con una feracidad que pretendía competir con la  tierra.

Así que Carmen y Ramón nacieron en Valle de la Pascua y al despuntar la adolescencia ellos también se juntaron, siguiendo el ejemplo de  sus mayores.

De ese fervor bíblico les nacieron cinco hijos, entre ellos Karen, nacida con el nuevo siglo, el 3 de mayo del año 2000.

El Día de la Santa Cruz, según la liturgia cristiana. Así que la bautizaron Karen de la Cruz Canache Araíz

Había transcurrido un año desde la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela.

“Todos estábamos llenos de ilusiones. Tantas, que cuando nació Karen soñábamos con que la mandaríamos a estudiar medicina en Caracas, o a lo mejor en Cuba, porque el nuestro pueblo trabajaban varios médicos de ese país, que hacían maravillas entre los enfermos. Tantas, que se ganaron fama de santos”.

Carmen está sentada en un bulto de ropa que, en realidad, es todo el patrimonio familiar. Ha repartido la gaseosa en vasos desechables. El pan y el salchichón se sirven en la mano.

Al natural tono cobrizo de la piel se han sumado jornadas enteras caminando por carreteras venezolanas y colombianas bajo soles que no dan tregua.

“Creía que el sol de los llanos era el más picante de todos, hasta que, ya en Colombia, tuvimos que caminar desde Cúcuta a  Bucaramanga, pasando primero por un páramo que ni le cuento. Ya en Bucaramanga nos trajeron en camiones  hasta Manizales y desde allí nos repartieron en buses  que nos dejaron en este lugar donde nos encontramos ahora. Con la ayuda de Dios vamos a llegar hasta Guayaquil, Ecuador, donde esperamos encontrarnos con parientes que trabajan allí”.

¿Los trajeron quiénes? ¿Los dejaron quiénes? Les pregunto, y todos esquivan la mirada. Al pasar, noto que Karen putea en voz baja. Sospecho que algo terrible le pasó a su cuerpo y eso explica la expresión de furia contenida en la mirada. Luego, antes de despedirnos, su madre me dirá que la muchacha fue violada por los hombres que los transportaron por trochas desde Venezuela hasta Colombia.

Pero no cuenta más. Cuando utilizo la expresión traficantes de personas, prefiere mirar para otro lado, hacia el Alto  del Nudo, que al primer golpe de vista le arrancó una lágrima, porque la llevó a evocar la visión del Monte Ávila en las mañanas caraqueñas de tiempos mejores.

Pero fue años más tarde, porque al menos hasta 2010, los días de los Canache Araíz transcurrieron en medio de una modesta solvencia. Si hasta les alcanzó para salir un par de veces con su prole a bañarse en las playas del Mar Caribe en Santa Marta, Colombia.

“Ramón y yo trabajábamos en una distribuidora de abonos para las empresas agrícolas de Guárico. Todo iba bien, hasta que los dueños empezaron a atrasarse en los pagos. Decían que los dólares estaban escasos y que los productos no llegaban. Un día de  2015 cerraron el negocio y unas cincuenta familias nos quedamos sin trabajo. Ya había muerto Chávez y Maduro  llevaba dos años en el gobierno. Lo grave es que no había forma de buscar trabajo, porque otras empresas estaban cerrando”.

Con ese panorama, Ramón decidió que viajarían a Caracas. “Aquí ya no hay nada que  hacer. En una ciudad grande al menos alguna cosa se consigue”, les dijo a manera de motivación.

Ninguno estaba muy convencido, pero lo siguieron sin objetar. Al fin y al cabo, el hombre siempre los había conducido por el buen camino.

Foto: Raúl Arboleda, AFP

Los círculos del infierno

En enero de 2016 llegaron a Los Magallanes, al oriente de Caracas. Con los ahorros pagaron por adelantado el arrendamiento del cuarto en un inquilinato donde se instalaron los integrantes de la familia. Carmen, Ramón y Karen salieron  a rebuscarse la vida en esas calles duras cantadas por el poeta Yordano.

Los sueños de estudiar medicina ya se habían desvanecido en el aire.

Muy pronto, supieron que en la capital la cosa estaba cada vez más difícil, excepto para quienes lograran colarse en   las filas del chavismo.

Pero esas puertas también estaban cerradas para los advenedizos.

“Solo nos quedaba agarrar unas bolsas de plástico y ponernos a recoger basura para conseguir la comida. Pero hasta la basura  estaba escasa en esos días. Hasta que una noche de septiembre, el 4 de ese mes, mi  marido regresaba caminando  hasta el cuarto que ocupábamos, con un poco de bolívares en el bolsillo para comprar algo de comida. Una cuadra antes de llegar, lo atracaron Los culebros, una de las bandas más peligrosas de Los Magallanes. Como la plata les pareció poquita, le dijeron que fuera a la casa por la niña,  que ya había cumplido los dieciséis, para que se las diera en pago”.

Todo lo que se sabe es que Ramón se enfrentó a la pandilla en pleno. De inmediato le descargaron en el cuerpo la munición de sus pistolas. No tuvieron tiempo ni de recogerlo: esa misma noche escaparon de Los Magallanes, uno de los sectores más violentos de Caracas y huyeron sin rumbo establecido: sólo los guiaba el pánico del animal acorralado.

Conversando con ellos  bajo un sol que muerde en este lugar de las afueras de Pereira entiendo por fin el miedo, el odio, el asco que alientan en esas miradas llenas de sombras.

Pero eso a ellos de nada les sirve.

De pronto, Karen recuerda:

“Fue en un enero cuando llegamos a Caracas, luego de atravesar la mitad de Venezuela. Y en  un enero llegamos a  Pereira, después de atravesar medio Colombia. Pero la diferencia es que  hace cuatro años mi padre estaba  con nosotros para darnos valor.

“Ahora  nos queda mi mamá, mis hermanos y los dos niños  que llevo en el vientre. Porque  estoy embarazada de mellizos ¿Sabe?”

Pero ni los vecinos del sector, ni los automovilistas que pasan raudos por aquí  los ven.

O no los quieren ver.

Solo a Efraín, el dueño del Kiosco, le interesan.

Guayaquil, allá a lo lejos

Efraín descubrió otra veta: la venta de minutos para llamadas a celular. El poco dinero recaudado por los venezolanos lo destinan a comprar alimentos escasos en nutrientes, a  reservar un poco para continuar el viaje y a  pagar llamadas telefónicas dirigidas al pasado y al futuro.

En el pasado están los familiares, amigos y vecinos dejados atrás, en algún lugar de la basta geografía venezolana. En el llano, en la sierra, en el asfalto de las ciudades, en  un  pueblito frente al  mar.

Para los Canache Amaíz, el pasado se llama Ramón y tiene la extensión de su cuerpo abandonado de la mano de Dios y de los hombres en una barriada violenta de Caracas.

El futuro, en cambio, tiene una suerte de sonoridad y en la ilusión se presenta como un lugar de sol y de sal.

Foto: EFE

Se llama Guayaquil, un puerto situado sobre el Mar Pacífico Ecuatoriano. Toma su nombre del río Guayas y se nutre de las aguas del mar vislumbrado por Vasco Núñez de Balboa.

Cuando marca ese número de teléfono, Carmen siente que cada uno de los dígitos puede ser un paso hacia la redención.

Como en esta tarde de enero de 2020, cuando el clan en pleno se congregó en el Kiosco de Efraín. Como pueden, se distribuyen los minutos que Karen mide en un reloj sobreviviente de los buenos tiempos.

Todos quieren escuchar la voz de la tía Elvía en Guayaquil. Es el aliento del futuro. La voz de la esperanza.

“¿Cuándo llegan a Ecuador?”  Pregunta la voz de la tía, viajando a través del prodigio digital del aparato.

“Ya  casi, ya casi”, le responde un coro entusiasta y nervioso.

Pero nadie los ve.

Los inmodernos “Algo se mueve”

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Los Inmodernos es un grupo de personas reunidas para pintar al aire libre, con el virus el espacio de la reunión virtual tomó importancia, dejando de ser un ponerse de acuerdo para salir a pintar y convertirse en un espacio para que cada uno pintara desde su taller y compartiera la producción a través de un blog. Estos fueron los resultados de la convocatoria desde casa: Algo se mueve.


Texto provocador

Las cosas de la casa se encuentran estáticas, expectantes, esperando pacientemente que algo las saque de su estado de letargo. El viejo souvenir herido no hace sino mirarnos, casi que encorvado, pero atento ante cualquier leve simulacro telúrico. Las fotografías y pinturas,  en otrora hieráticas, suelen confundirnos al pasar porque devuelven miradas y hasta parecen reír junto a nosotros. Los vidrios, cerámicas y manteles se ponen de acuerdo en un  conjunto de intenciones maliciosas por caer, suspendidos frágilmente para anunciar que ha llegado por fin el momento.

Preciso ayer, vi que unos libros por su propia cuenta se habían aburrido en su espacio de previo orden humano y decidieron trasladar su pesada carga de tinta acumulada a otro lugar con menos anunciación. Yo creo que el sol tiene mucho que ver con tanta contención en la casa, ya que, hasta las hormigas, en su obstinación por recorrer la esquina y los túneles diminutos, terminaron cediendo su camino frente al paso del dios lumínico.

De vez en cuando, al huir de la intensa refracción, me encuentro cobijado entre sombras y desde allí, observo los pequeños intentos del insecto invasor por atravesar la fría condensación del vacío que nosotros llamamos vidrios y que, si nos ponemos algo trascendentes, experimentaríamos onto-reflejos del espejo.

Algo se mueve en mi lugar, puedo pintarlo, aunque no sabría cómo. Mi caja de pinturas desata viejos pinceles y magullados tubos de óleo; eso podría tomarse como un llamado a la creación olorosa, porque tengo entendido que la trementina despertará la curiosidad de más de un inesperado visitante. 

Julián López, Nueva York

THE SICK APLE  18 X 24 Inch
CAPITAL ILUTION 12 X 12 Inch
THOUGHTS ON CAPITAL 16 X 20 Inch
STRONG TOGETHER 16 X 20 Inch
 SICK MAN 16 X 20 Inch

INSIDE THE DREAM 16 X 20 Inch
DISPOSABLE LUXURY  12 X 18 Inch

Cuauhtémoc Rodríguez, Ciudad de México

Dubi
San Komorebi, Komplexo

Adrián Tomate, Estado, Pereira

Mauricio Sánchez. “Ya mutantes” Lápiz, dibujo sobre tela. 0.52 x 0.53 cm. Cúcuta

Juan Rojas, Hambre, Fotografía, Barcelona, España

Santiago Patiño Muñoz, Pereira

Orlando Maldonado, dibujos lápiz sobre papel

Mauro de Jesús Ramírez, billetes intervenidos, 8 versiones de Gaitán, Pereira

Lina María Vélez Trujillo, Estados Unidos

Javier Aranguren, movimientos espaciales, Bogotá

Un gran parque para Pereira

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El 13 de enero del presente año, el colectivo Ágora Cívica publicó en sus redes el estado actual del proceso de selección de un gerente para el proyecto del Parque San Mateo https://bit.ly/2XWQ0w5. De acuerdo con su comunicado, hoy hay seis candidatos a hacerse con el cargo, cuya hoja de vida, propuesta y resumen ejecutivo, será calificado por siete congresistas ligados al Departamento: Alejandro Corrales, Diego Patiño, Gabriel Vallejo, Iván Marulanda, Juan Carlos Reinales, Juan Carlos Rivera y Sammy Merehg.

Sin desconocer la buena voluntad de los miembros de Ágora Cívica, a quienes la Alcaldía de Pereira les solicitó ser garantes de la meritocracia y transparencia del proceso, cabe preguntar si nombrar como jurados a 7 congresistas, varios de los cuales son viejos zorros de la politiquería, es el modo más lógico de garantizar la limpieza de esta elección. Además, no es claro hasta qué punto los políticos en cuestión se encuentren cualificados para emitir un concepto de este tipo.

Sin embargo, podría aducirse que, a pesar de lo anterior, incluir a dichos congresistas le garantizaría al nuevo gerente y a sus decisiones, cierta representatividad, pero esto está lejos de la realidad, dado que, a excepción de Iván Marulanda, todos pertenecen a la clase política tradicional y a ninguno se le ha distinguido por ser un abanderado del deseo ciudadano de convertir el San Mateo en un Parque Ambiental, por lo demás son muchas las personas y grupos sociales interesados en que tengamos un gran parque para la ciudad, que no nos sentimos representados por la mayoría de estos congresistas.

No obstante, este no es el problema principal. Aun cuando la selección del gerente se diera desprovista de cualquier interés non sancto, el Municipio se quedaría con un funcionario al frente de un proyecto del que no se han surtido todas las discusiones necesarias, porque hay que recordar que, en temas medulares, como el porcentaje de terreno que debería destinarse a zonas verdes, o en cómo se haría partícipe del parque a la comunidad del barrio El Plumón (hay quienes han planteado un muro entre el parque y este barrio), existen varias posiciones, y dependiendo del punto de vista que se imponga, el resultado final será de distintas naturalezas.

“son muchas las personas y grupos sociales interesados en que tengamos un gran parque para la ciudad, que no nos sentimos representados por la mayoría de estos congresistas.”

De modo pues, que la pregunta sería ¿un gerente para gerenciar qué? porque no es lo mismo un proyecto inmobiliario como el que en su momento imaginó el exministro de Defensa Luis Carlos Villegas y concertó a la mitad con el exalcalde Juan Pablo Gallo, que un verdadero pulmón en medio de la ciudad que mejore de una buena vez la pésima relación que hay en Pereira entre su número de habitantes y los metros cuadrados de zona verde con que estos cuentan.

En tal sentido, son más que válidas las inquietudes presentadas por el columnista James Fonseca Morales en columna de Vigía Cívica titulada “Informe sobre 2020 (IV)”. De nada sirve que el alcalde Carlos Maya diga estar de acuerdo con el sueño del gran parque San Mateo si su intención es, utilizando palabras del autor, “…consentir que solo el 31% del predio sea para espacio público y equipamiento” lo que, en la práctica, les dejaría a los ciudadanos únicamente “áreas de conservación y laderas poco accesibles”.

Recordemos que no se trata solo de contar con un área de conservación, se requiere que el grueso de la ciudadanía, aquella que no cuenta con los medios para adquirir una acción de un club campestre o comprarse una finca, cuente con zonas verdes en la que pueda compartir con su familia. De fondo, todo esto es un asunto de inclusión, porque no puede ser que la única opción de esparcimiento de los pereiranos sea atiborrarse en los centros comerciales. La accesibilidad es pues uno de los atributos más importantes del proyecto, y el lugar en el que está ubicado actualmente el batallón San Mateo, la posibilita.

Lewis Carol, autor de Alicia en el País de las Maravillas escribió: “Si no sabes a dónde vas, cualquier camino te sirve”. Pues bien, esto es lo que hoy podría estar sucediendo con el Gran Parque San Mateo. Elegir a un gerente es sin duda avanzar, lo que pasa es que no se sabe hacia dónde, razón por la cual, la alcaldía debe poner sus cartas sobre la mesa, y toda la ciudadanía, apropiarse de la discusión.

El reino y el poder

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Así se produjo, según el bien documentado libro de Reyes, el  principio del fin de la Sociedad Anónima como mecanismo de democratización económica en Colombia


Cada año,  por las fechas de celebración del Día de los Periodistas, las empresas públicas  y privadas envían a directores y trabajadores de medios de comunicación una antología de mensajes sensibleros donde exaltan, entre otras virtudes,

“La invaluable labor de nuestros profesionales en la defensa de  la libertad de expresión  como soporte de  los valores  democráticos”.

En sana ley, no hay nada de falso o impreciso en la frase. De hecho, hasta los sistemas totalitarios lo reconocen en el papel.  Pero basta con echar un vistazo a la realidad para confirmar la vacuidad de esa declaración retórica.

A medida que las grandes corporaciones afinan su entramado de intereses, medios y periodistas son cada vez menos canales de información y conocimiento al tiempo que se ven reducidos a la simple condición de amanuenses del poder. Una de las consecuencias visibles es la lenta agonía del periodismo de denuncia, dedicado durante décadas a revelar las lacras de la sociedad, garantizando de paso los mínimos de decencia necesarios para hacer posible la convivencia y la confianza entre los ciudadanos.

Lo sucedido durante los días previos a las últimas elecciones presidenciales en Colombia es una muestra de los abismos de abyección y servilismo alcanzados por los medios de comunicación en nuestro país.

Imagen extraída de: 1.bp.blogspot.com/

Por eso resulta oportuno y saludable volver a las páginas del libro titulado Don Julio Mario, biografía no autorizada, escrito por el periodista colombiano Gerardo Reyes.

Cuando uno lee las más de cuatrocientas páginas del libro de Reyes entiende por qué Julio Mario Santo Domingo no solo se rehusó a concederle una entrevista personal: una vez publicado el texto intentó por todos los medios torpedear su distribución, sin excluir la conocida treta de comprar el total de la edición.

Desde el primer párrafo, el autor demuestra que además de gran investigador es un buen escritor: la imagen del joven magnate enfrentando a salivazos a una peligrosa serpiente hasta provocar su muerte reaparecerá todo el tiempo  como metáfora de las implacables y nada limpias pugnas por el control de empresas y mercados.

Allí reside uno de los grandes logros del libro. En contravía de la imagen de Don Julio Mario como un cruce entre bohemio, filántropo y genio de las finanzas, el autor desvela un universo de claroscuros caracterizado por los fraudes, las componendas y las zancadillas como práctica corriente a la hora de hacerse con el control de los negocios más codiciados. 

Así se produjo, según el bien documentado libro de Reyes, el principio del fin de la Sociedad Anónima como mecanismo de democratización económica en Colombia. El asalto a Bavaria, la fallida venta del Banco Comercial Antioqueño o la utilización de poderes falsos en las asambleas de accionistas ayudan a comprender, entre otras cosas, los métodos que varias décadas después condujeron a las corruptelas y descalabros financieros conocidos por todos.

Imagen extraída de: scontent.feoh4-2.fna.fbcdn.net

Lejos del capitán de empresa ejemplar forjado a la medida de sus oficinas de publicidad y relaciones públicas, esta biografía no autorizada nos muestra al magnate como el ejemplo de lo que no se debió permitir nunca.

Según el libro, en su lento y metódico ascenso, Santo Domingo se encargó  e tejer, sin prisa pero sin pausa, el control de los medios de comunicación más importantes del país.

La cadena Caracol, el periódico El Espectador y la revista Cromos fueron solo tres entre las muchas empresas informativas utilizadas para atacar a los adversarios, magnificar los logros y acallar las anomalías del todo poderoso propietario y sus amigos.

Episodios como el de la salida del periodista Edgar Artunduaga del programa radial La Luciérnaga por solicitud expresa del entonces presidente Andrés Pastrana demuestran con creces que los vehementes saludos institucionales a la libertad de  prensa son en el mundo de hoy apenas una manera protocolaria de eludir lo inocultable: la absoluta sujeción de  medios y periodistas a los nuevos amos del mundo, que ya no necesitan ejercer en persona el poder político porque lo detentan en la práctica.

Imagen extraída de: cdn1.radiosantafe.com/

*Publicado originalmente el 17 de julio del 2018, lo reactivamos por su vigencia en el marco del Día del Periodista 2021.

Milagro en el trópico

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Un buen día, a Álvaro Mutis se le ocurrió escribir una novela gótica, pero en el trópico. A su amigo Luis Buñuel la ocurrencia le pareció ilógica porque las novelas de este tipo deberían transcurrir en ambientes invernales, “…en un blanco eterno donde todo desaparece, y bajo un gélido viento como el aliento de un conde con colmillos afilados”.[1]

Al parecer, la tesis de Buñuel no convenció a Mutis que terminó escribiendo La mansión de Araucaima (1973) novela fundacional de un movimiento artístico conocido como el “gótico tropical” que encontraría su máxima expresión gracias a los cineastas Carlos Mayolo y Luis Ospina. El experimento consistía en incorporar relatos tenebrosos y entidades malvadas, por ejemplo, muertos vivientes y seres vampíricos, en tierra caliente. Los sucesos misteriosos ya no ocurrían en castillos europeos ocultos tras la bruma, sino en territorios de clima sofocante. El resultado fue tan malo, que resultó bueno.

Algo similar sucede con las novelas policiacas de Leonardo Padura, protagonizadas por Mario Conde. Son historias alejadas de su entorno habitual. Ya no es la sobria Baker Street o las calles nubladas de Londres en donde tienen lugar los casos más misteriosos, que un hombre con talentos excepcionales tendrá que resolver. En este caso, la respuesta a los enigmas está en alguna parte de esa Cuba profunda que el autor parece conocer como la palma de su mano.

Padura L, (2018) La transparencia del tiempo. Barcelona, España. Tusquest Editores S.A.

Mario Conde está a punto de cumplir 60 años y eso lo tiene aterrado. Ya no es el muchacho aquel de los primeros libros de la serie. Sin embargo, su capacidad para sacar la verdad de su escondite sigue intacta. Es un conversador hábil que puede presionar a su interlocutor hasta que diga lo que pretende ocultar. Nostálgico, como su autor, este expolicía se lamenta de las últimas tendencias de la moda y de la música, especialmente del reggaetón que ha llegado a Cuba y no parece tener planes de irse. Es fácil percatarse de que las quejas de nuestro Sherlock tropical, son en realidad las de Padura.

A la casa de Mario Conde llega un viejo conocido que le solicita recuperar la estatua de una virgen negra que le fue robada. Así, nuestro héroe va detrás de una imagen religiosa, a la que le son atribuidos algunos milagros, mientras aprovecha para reflexionar acerca de temas trascendentales, por ejemplo, el bien y el mal. Es la mirada de un hombre romántico en lo general, pero práctico en la particular, como son las personas del Caribe.

Y es aquí donde Padura, apoyándose en Conde, deja entrever algunos de sus cuestionamientos y los de la sociedad cubana: “A pesar de sus convicciones de agnóstico militante, la historia de Bobby sobre el poder de la Virgen negra lo estaba alarmando más de lo previsible”. El detective se mueve por un terreno que no es el suyo.

La transparencia del tiempo es la octava novela de nuestro querido detective Mario Conde. El título está lleno de significados, y descubrirlos es un placer que queremos dejarle al lector. Sea pues esta la oportunidad para recomendar el último libro de este detective cubano. A estas alturas, no sabemos si los milagros de la Virgen negra sean ciertos, pero los que resultan de la buena literatura, están garantizados.


[1] Berdet, Marc, & Ordóñez Cruickshank, María. (2016). Gótico tropical y surrealismo. La novela negra de Caliwood. Acta poética37(2), 35-52. https://doi.org/10.19130/iifl.ap.2016.2.733

Postales desde México

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Por, José Nava

¿Cómo estás?

“Cómo estás”… es una pregunta común, que muchos hacemos o nos hacen. Por lo general, todos contestamos, bien, muy bien, o como lo piden los cursos de autoayuda, excelentemente bien. La respuesta a esta pregunta, siempre depende de quién pregunte, si es un conocido, con un “todo bien” es suficiente, pero si la pregunta la hace alguien con el que llevamos una entrañable amistad, la respuesta puede ser diferente, más emotiva y cargada de “cosas”.

En estos tiempos, de pandemia, la pregunta está cargada de: miedo, zozobra, angustia, necesidad, morbo, quizás, hasta de amor. Esta pregunta puede ser más que una simple interrogante, puede ser el grito desesperado del remitente que necesita ayuda, que está al borde de la depresión, (me pasó) o que ya tiene una depresión. El encierro o confinamiento, ya sea total o parcial, ha detonado muchas “cosas”, buenas y malas: en las redes sociales se ven casos de violencia terribles, como el de la maestra de preparatoria que asesinó a sus dos hijos y luego intentó quitarse la vida pero falló. Muchos nos preguntamos por qué lo hizo, y los más cercanos a ella, sus alumnos virtuales, aún no pueden creer de lo que fue capaz de hacer su profesora que, pensando en ellos y para facilitarles el aprendizaje, abrió un canal de YouTube para subir los temas que verían en clases… se miraba una persona “normal”. Me pregunto: ¿la pandemia detonó algo en ella?, solo ella lo sabrá.

Foto por formulario PxHere

Impactado por esta noticia y queriendo hacer algo al respecto, me puse a llamar a mi camaradas para desearles que este 2021 sea un año mejor y que todo lo bueno les llegue como regalo navideño. Pero las respuestas al ¿cómo están?, no siempre fueron las mejores: un accidentado en moto, una madre que lucha contra el “virus”; una chica que se quebró la rótula en un accidente de carro y además resultó con Covid; el hermano del amigo que muere de paro cardiaco; el guardia con sangrado interno; el dueño de una imprenta que murió empezado este año; el vecino de mi suegra que perdió contra el “virus”; un joven, que en diciembre vería nacer a su primogénito, murió en noviembre, y meses antes, su papá y hermano se adelantaron en la travesía sin regreso; los padres de tres conocidos igual fallecieron: la madre de una amiga fue al un hospital hacerse unos estudios y ya no la dejaron salir, está delicada de salud, en verdad ya no quiero preguntar.

¿Qué será de nosotros este año? porque el que terminó dejó mucho que desear. ¿Cómo sobrellevaremos el encierro, el confinamiento? ¿Cuántos más morirán? Preguntas de las cuales no quiero saber las respuestas pero las sabré porque “las malas noticias vuelan rápido”.

Espero que este clima no sea un presagio de lo que será este 2021: para nuestro estado, Baja California, y otros del norte de México, se anuncia que entrará un vórtice frío: lluvia, vientos y condiciones de nevadas, para una ciudad, como Tijuana, que creció a la buena de Dios, no son buenas noticias. Los fuertes vientos ya azotan las ventanas con tal fuerza que despierta el corazón, y por un momento, solo por un instante, hacen que me olvide del virus y sus muertos, y me preocupe por la resistencia de las ventanas y de que no se vaya la luz. Al parecer, el mal clima es una especie de tregua para olvidar otras “cosas” y poner atención a cuestiones más cotidianas: que no se mojen las mascotas, cubrir las goteras de la casa, salir temprano y rápido a comprar víveres para evitar la lluvia, que no se vaya la luz, que no nos quedemos sin internet (en este mundo cibernético se ha vuelto de primera necesidad, por lo menos para los que hacemos “home office”, sí, -muchos trabajamos así para no contagiarnos-: el clima nos da una tregua para dejar de lado las angustias por otras “cosas”.

No queda más que esperar a que todo mejore, que la vacuna funcione: parece que al final, es necesario tener fe, en algo o en alguien, tener la esperanza de que esto un día va a terminar; no es cuestión de cliché o de ser cursi; es necesario que todo mejore, que la vida vuelva a la “normalidad” (difícil caso, los que se “fueron” dejaron un vacío, un hueco en el alma, su partida caló hondo), necesitamos que el “mundo” vuelva a ser como antes: esto nos pegó y nos pegó muy duro, sacó lo más malo o lo más bueno de nosotros.

Ya no quiero preguntar ¿cómo estás? Sin embargo, la pregunta es obligada para ayudarme y ayudar a los amigos a desahogarse, a sacar esta infección emocional que nos está afectando a todos, a buenos y malos. Es necesario hacerla para que vacíen eso que les nubla el corazón como tormenta de invierno, para que, con cada palabra que digan, se desaloje la tristeza que les presiona ese “otro” corazón, que no existe pero duele.

No siempre hay palabras de aliento que puedan ayudar a olvidar o a reanimar un corazón triste, invadido por el yugo de haber perdido al padre, a la madre, al hermano, a la hermana, al amigo, ese amigo que, con sus consejos, nos ayudaba a no andar a la deriva como barco sin timón.

Preguntar, ¿cómo estás? puede ser el inicio de una nueva amistad que en estos tiempos es muy necesaria, o puede ser, el sinónimo: aquí estoy contigo para lo que se te ofrezca amigo.

Foto por formulario PxHere

Tomémonos unos minutos, y por qué no, unas horas para hablar con el amigo, el familiar o el conocido, mirémoslo a los ojos con atención y cariño, y digámosle: aquí estoy, cuéntame tus alegrías y tus tristezas, cuéntame lo que sea que se necesario contar para que no cargues solo el peso que llevas, amigo la muerte se puede compartir. Sal de tu encierro aunque sea con tu voz, que mis oídos estarán dispuesto a escuchar lo que tengas que decir. Aunque mi cabeza no da para más, aquí estoy, para ayudarte.

Alejandro Dolina: “Las redes sociales y el fútbol fariseo son los nuevos axiomas de la distopía neoliberal”

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Diálogo con el escritor, cantante, actor, periodista, conductor, poeta y apasionado futbolero

Por, José Luis Lanao. Publicado en Página 12

Alejandro, "El Negro" Dolina.
Alejandro, “El Negro” Dolina. 

No reconocemos la aldea. Brecht aseguraba que, un día, también se cantará sobre los tiempos sombríos. Es la vida de hoy, que se desangra, que no podemos tocar, que no podemos abrazar, la vemos pasar, sin prisas, como un sueño ajeno, distante, fuera del ruido de la calle. Cada primavera Perséfone emerge del infierno, y como una brisa cálida de calima nueva derrite los cristales del invierno. Es tiempo de encontrarnos, de llenar las ágoras, las plazas, las avenidas, para glosar el misterio inasible de la belleza del mundo. Todos venimos del viaje heroico de Ulises en su regreso a Ítaca, Alejandro Dolina también. Odiseo enhebra todas las noches texturas apacibles de voz y de sonido: lee, pregunta, escucha, mira, sueña, vive, y deambula por las copas de los árboles, mientras un Whitman apasionado lo reconoce: “descansa en la hierba/ suelta el freno de tu garganta/ ni palabras, ni música, ni poesía quiero/ solo el susurro de tu voz templada”.

-¿Qué soñó anoche?

-Que no “volaba”. Resultó extraño, como un acto de injusticia.

-La vida que no podemos vivir podemos soñarla. Soñar es otra manera de vivir, más libre, más bella, más auténtica…

-Soñar nos permite tener una segunda vida. Somos lo que somos, pero los sueños nos permiten ser lo que queremos ser. Hoy los sueños están en otra parte, en la esperanza. Pero la esperanza es una diosa esclavizante, temible, inmovilista.

-Hay un nosotros sagrado, amenazado, un nosotros que es un cuerpo colectivo que asedian con furia, con rencor turbio, de negación del otro como ser humano. ¿Lo percibe?

-Es el zumbido ronco del fariseo burgués. Grotesco, mezquino, miserable, que reclama una libertad supuestamente “arrebatada” para satisfacer un deseo mínimo, infame: el beber una cerveza en la calle, irse de compras, juntarse, mezclarse, sin atender el drama que nos paraliza. Con banderas al cuello exige una libertad de “bolsillo”, una “libertad individual”, donde ni el dolor, ni los contagios, ni las muertes le sacuden la conciencia.

-Kant decía que el bienestar es un ideal de la imaginación, mientras que la justicia es una exigencia de la razón.

-El “homo economicus” de la modernidad no entiende de razones. El burgués protesta desde falsas posiciones ideológicas, hace política opositora de trinchera, de barricada, solo por la defensa de un sistema de mercado sin restricciones. No se puede crear una sociedad igualitaria con quienes creen que el mundo se termina en la verja de su propiedad.

-La memoria es una inmensa niebla llena de resonancias.¿Qué momentos importantes recuerda de su vida?

-El nacimiento de mis hijos, y los relacionados con el amor.

-¿Se ha enamorado mucho?

-Me he enamorado. Me he llevado bien con el amor, y más con el amor a la belleza. Hoy me sigo enamorando, desde un concepto artístico, lírico, poético. También he sufrido de forma intensa el desamor. El desamor es un dolor mal curado. Mi amigo, Gabriel Rolón, acaba de escribir El Duelo, donde analiza el dolor desde la perdida, la ausencia. El dolor es inherente a la vida, pero hay que soportarlo con entereza. Todos llevamos ausencias sin resolver.

-¿Ha conocido la depresión?

-Claro, vive conmigo, en la habitación de al lado. No es peligrosa, aparece de forma puntual. Cuando veo televisión se manifiesta de forma virulenta. Tengo el aparato en ese cuarto, debo cambiarlo. La depresión es el gran drama social de nuestro tiempo, temible, doloroso.

-¿Por qué hay tanta gente avergonzada de su cuerpo y tan pocas de su mente?

-Porque el “cuento” que te “cuentan” está lleno de realidades imaginadas, inducidas. Se sostiene desde una falsa felicidad obligatoria que potencia la imagen, el envase, no el contenido. Es la bruma de una sociedad donde no sabemos si consumimos o somos consumidos. En mis años de juventud me fui a recorrer el mundo; encontré gente leyendo, intentando aprender, profundizar, razonar. Sabíamos que la sociedad de consumo era el problema, no la solución. Esa cruzada se ha perdido, pero era el espíritu de la época. Hoy las enciclopedias se leen en las redes sociales, el espíritu es ganar dinero, poseer, acumular, defender lo individual por encima de lo colectivo. Hemos pasado de sociedades culturales, de protección, de cuidado, a sociedades de inmensos vertederos de lo innecesario, del cansancio, de la utilidad de lo inútil.

-¿Cómo se lleva con las redes sociales en este capitalismo de vigilancia?

-Las evito por salud mental. Es el nuevo axioma de la distopía neoliberal. Acaban con la dimensión social del individuo al situarlo en el centro de la escena, lo apartan del escenario colectivo. El “ego” conmigo a todas partes y todo el tiempo.

-Algunas voces estiman que el fútbol también se ha transformado en un axioma neoliberal.

-También hay un fútbol fariseo que se manifiesta como un negocio especulativo y que responde a la dinámica actual del sistema. La fuerte entrada de capital financiero en los últimos años lo acredita. Eso no quita que el nivel de fútbol sea bueno.

-¿Lo sigue?

-Sí, lo sigo, me gusta. Veo fútbol inglés, español. El nuestro también, aunque no está en su mejor momento, pero se ven cosas.

-¿Cómo fue su infancia?

-Feliz, la recuerdo feliz. La memoria escarba entre los restos, y a veces encuentra, y a veces no. Muchos de los recuerdos no son míos, son ficcionados, instantes recuperados por la memoria familiar. Se dice que el artista mejora con el sufrimiento, con un cierto dolor, con una cierta angustia interior. No fue mi caso, tuve una niñez y una adolescencia feliz.

-¿Fue futbolística?

-Sí. El fútbol se incorporó tarde en mi niñez, pero luego me acompañó de forma intensa durante toda la vida. Hoy me sigue acompañando. La pandemia ha suspendido la actividad, pero algunas tardes me subo a la terraza a hacer unos jueguitos con el balón. Todavía recuerdo de chico aquella pelota de goma “pulpo” estrellarse contra la pared. Son los sonidos de la infancia.

-El fútbol tiene una verdad que carece el arte, no hay falsos prestigios: solo hace falta salir a jugar.

-Es cierto, la cancha no miente. El talento, o su ausencia, se desnuda de inmediato, cuando te llega la pelota a los pies. Ahí comienza la aventura o la desventura. A edades tempranas se puede ser muy cruel a la hora de valorar como tratas el balón.

-¿Cómo se reconoce cuando le llega la pelota a los pies?

-Bien, muy bien, disfruto, me defiendo. De niño por lo menos no me mandaban al arco, ese refugio envenenado que pone de manifiesto tu grado de inutilidad. De adulto tampoco. Creo que estoy bien considerado. Los que son muy buenos jugadores son mis hijos.

-¿Cómo vivió la muerte de Maradona?

-Con una enorme tristeza, lloramos todos en casa. Diego me ofreció un cariño inmenso, mucho más de lo que merecía.

-Escritor, cantante, actor, periodista, conductor, poeta, “no arquero”, y volador de sueños. ¿Un libro para volar, para quedarse suspendido en el aire?

-Soy muy de Borges, tal vez El Aleph, o Guerra y Paz de Tolstói, o un cuento de Oscar Wilde: por ejemplo, “Retrato de Dorian Gray”. Ahora estoy leyendo mucha divulgación científica, especialmente del ensayista Jorge Wagensberg. Para volar hay que “irse”, “irse” de verdad.

(*) Ex jugador de Vélez, y campeón Mundial Tokio 1979

Chernóbil: noticias del fin del mundo

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¿Cuál es mi mayor deseo en esta vida? Se pregunta el joven soldado, tez pálida, bigote incipiente, veinte años apenas.

Y él mismo se responde: una muerte corriente, un infarto, un cáncer, un golpe, un balazo quizás.

Ese era su mayor anhelo, depués de haber mirado de frente los muchos rostros del horror nuclear.

Un mes atrás fue obligado a alistarse en las filas de los que iban a “imponer el orden” en Chernóbil, luego de la explosión del reactor nuclear el 26 de abril de 1986, a la una, veintitrés minutos y cincuenta y ocho segundos de la madrugada.

Tomada de Infobae.com

El momento preciso en que volvimos a tener noticias del fin del mundo.

“Poner orden” en una reacción atómica en cadena: he ahí la primera muestra del absurdo que rodea las acciones del poder en todas las épocas y en todos los lugares del mundo. Parece una broma pero era en serio. Ese fue el primer anuncio de los jerarcas del fin del imperio soviético, con Gorbachóv a la cabeza.

Aquí no pasa nada, era el mensaje. Peor aún: durante mucho tiempo le hicieron creer a su pueblo y al mundo que hasta las peores manifestaciones de la catástrofe, entre las que se contaban los abortos, los bebés con malformaciones, la leucemia, los cuerpos despellejados, los animales muertos y los alimentos contaminados eran un asunto pasajero.

Todos a una, los gobernantes, los políticos, la prensa, la academia se proponían lo imposible: ocultar que en Chernóbil se había abierto una escotilla del infierno. Pero era y es imposible ocultar una mancha nuclear que se esparce por los confines de la tierra, dejando a su paso una estela de muerte y desolación.

La escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2015, se consagró a seguir el rumbo de esa estela. Visitó campos devastados, se coló en clínicas donde agonizaban los sobrevivientes, habló con sus familiares, entrevistó a científicos y hasta consumió alimentos contaminados en la búsqueda de algo que se pareciera a la verdad-

O al menos a una verdad en medio de tanta propaganda, de tanta mentira, tanto del lado soviético como de sus contradictores en el mundo.

El resultado de ese viaje es el libro Voces de Chernóbil, Crónica del futuro, una obra coral que conjuga lo mejor de la literatura y del periodismo narrativo para entregarle al mundo el testimonio de quienes un día se acostaron confiados en el futuro y se despertaron en medio de una pesadilla de la que era imposible despertar, porque ya estaban despiertos.

El libro es una polifonía en la que se conjugan el miedo y el amor, el dolor y la esperanza, la indolencia de los burócratas y la solidaridad de la comunidad, las ambiciones personales y la compasión por el prójimo.

Como en toda situación extrema, en Chernóbil afloró lo mejor y lo peor de la condición humana.

(…) “Modernismo… Postmodernismo. Por la noche me sacaron de la cama por una urgencia. Llego al lugar. La madre está de rodillas junto a la camita: la criatura se está muriendo. Y oigo la súplica de la madre: “Quería, hijito, que si esto ocurría, que fuera en verano. En verano hace calor, hay flores, la tierra está blanda. Ahora es invierno. Espera aunque sea hasta la primavera.”(…)

La gente narra y se desahoga, o eso cree. La escritora escucha y cuenta para que los humanos no olvidemos que somos parte de un solo organismo gozoso y doliente a la vez.

O eso espera ella, al menos.

A lo largo de 406 páginas Svetlana Alexiévich nos conduce de la mano por los entresijos de una tragedia que, nos advierte, tiene una diferencia esencial con la de Hiroshima y Nagasaki. En éste último caso el objetivo era aniquilar a un pueblo y sentar un precedente de dominio: anunciar el advenimiento de nuevo imperio. La ciencia y la técnica como instrumentos del mal.

En Chernóbil, como en tantos otros centros nucleares, se hablaba todo el tiempo de los buenos usos del átomo, de sus bondades para la producción de energía sana y útil.

Sin embargo, algo falló. La ineptitud, la arrogancia, la burocracia se conjugaron para desatar el desastre. La muestra gratuita de lo que nos depara el futuro. Eso es lo que nos dice una de las voces de Chernóbil, la del maestro de formación profesional Nikolái Prójorovich Zharkov:

(…) “Desde mi punto de vista, somos material para una investigación científica. Un laboratorio internacional. En el centro de Europa. De nosotros, los bielorrusos, de los diez millones de personas, más de dos millones viven en tierras contaminadas. Un laboratorio natural. Todo está listo para anotar los datos, para hacer experimentos. Nos vienen a ver de todas partes del mundo. Escriben tesis doctorales. De Moscú, de Petersburgo. Del Japón, de Alemania, de Austria… Se están preparando para el futuro”(…)

Un país entero convertido en una concentración de cobayas, de sujetos de prueba para tratar de conjurar lo que se avecina: un apocalipsis nuclear que se se advierte en los ojos de los sobrevivientes: cristales ardientes en los que se refleja el bullir de la reacción atómica en cadena.

Svetlana Alexiévich

En el fondo del drama avistamos la irrevocable fragilidad de la condición humana. Seres hasta ayer plenos de ilusiones, de proyectos, de ambición, convertidos de repente en objetos radiactivos a los que todos quieren eludir. “Olvídese de él. Lo que está ahí en la cama no es su marido: es un objeto altamente radiactivo”, le dice el médico a una esposa devastada. No hay que culparlo. De tanto tratar con el desastre desarrolló una especie de coraza protectora que resulta fácil confundir con el cinismo.

Historias como parábolas

Cada voz es un monólogo que aspira a ser diálogo para dar cuenta de la entera dimensión de la tragedia, así en lo individual como en lo colectivo. Por eso, el testimonio del operador de cine Serguéi Gurin, ostenta el siguiente título: Monólogo acerca de cómo San Francisco de Asís predicaba a los pájaros.

(…) “Caminos rurales. Polvo. Yo ya había comprendido que no era simple polvo, sino polvo radiactivo. Guardaba la cámara para que no se ensuciara; había que cuidar la óptica del aparato. Era un mayo seco, muy seco. Cuánta porquería tragaba, no sé. Al cabo de una semana se me inflamaron los ganglios. En cambio, economizábamos película como si fueran municiones; porque el primer secretario del Comité Central, Sliunkov, debía presentarse en el lugar. Nadie te anunciaba de antemano en qué lugar iba a aparecer, pero nosotros mismos lo adivinamos. El día anterior, por ejemplo, cuando recorrimos una carretera, la columna de polvo se levantaba hasta el cielo, y al día siguiente ya la estaban asfaltando: ¡dos o tres capas!” (…)

Como en todas partes, en Chernóbil el poder quería ocultar el tamaño del desastre. Velar la prueba de sus responsabilidades. Sepultarla bajo capas de asfalto… aunque con ellas quedaran también enterrados cientos de miles de pájaros muertos: los pájaros de san Francisco de Asís envenenados por la radiación.

Han pasado casi 35 años desde ese 26 de abril de 1986. La naturaleza herida sigue engendrando terneros de dos cabezas, niños sin ano ni riñones, zanahorias monstruosas, insectos descomunales. Pero el mundo aprendió a olvidar.  A lo mejor es puro instinto de conservación. Pero también puede ser una forma refinada de la indolencia, expresada en la frivolidad de los paquetes turísticos que ofrecen visitas guiadas a Chernóbil como a un parque temático del Apocalipsis.

Quién sabe. De cualquier manera, vale la pena volver cada cierto tiempo a las páginas del libro de Svetlana Alexiévich. En ellas podemos redescubir qué tan cerca estamos de esos viejos, de esos niños, de las viudas, de los huérfanos, de los vecinos que una mañana de abril se despertaron en las entrañas del infierno atómico.