miércoles, junio 18, 2025
cero

Este rollo no es antiguo: reseña de “A la sombra de un Naranjo”

0

Por, Daniel Ramírez Orozco

A la sombra de un naranjo, Juliana Muñoz Toro

Ilustraciones de Mohammad Barrangi

Colombia, 2020

Editorial Tragaluz

La literatura tiene algo de etérea porque su material no es algo tangible. Un escultor no puede trabajar sin el mármol o la arcilla, pero un poeta, a menos que sea víctima de una afasia, siempre tendrá sus palabras y no habrá forma de evitar que trame un verso como no sea con la inconsciencia o la muerte. A pesar de esta circunstancia, no se puede negar que el soporte de la escritura puede entregar algo extra a la lectura. Por eso pueden encontrarse lectores que reniegan de los e-book y reivindican cierta mística en el contacto con el libro físico. A quienes piensan esto hay que concederles que, efectivamente, si se logra compenetrar el formato del libro con la historia que cuenta puede cambiarse la experiencia lectora radicalmente. Esto es precisamente a lo que le ha apostado la obra “A la sombra de un naranjo”.

Es bien sabido que lo “retro” está de moda desde hace un tiempo y la editorial Tragaluz ha decidido llevar esta tendencia al extremo sacando un libro en formato de rollo, como los que se producían en el antiguo Egipto hace milenios. Esta novedosa y a la vez arcaica idea surgió de las ilustraciones de Mohammad Barrangi, quien ganó en 2017 el IV Premio Internacional de Ilustración Tragaluz con sus trabajos de inspiración persa. La editorial, al ver estas obras que transportan a otro tiempo y otra cultura, decidió poner en marcha un proyecto que hiciera honor a la sensación que despertaban dichas imágenes. Para ello pidió a la escritora Juliana Muñoz Toro que escribiera un relato inspirándose en las ilustraciones de Barrangi y de este trabajo conjunto resultó está particular obra que debe medirse en metros y no en páginas como los demás libros.

Aunque seguramente no es fácil el trabajo de escribir una historia partiendo de dibujos ajenos que no buscan narrar algo concreto, el esfuerzo de la autora dio como resultado un cuento cuya lectura nos regresa a la infancia, cuando el juego y el sueño eran extensiones de la fantasía que inundaba nuestra mirada y sin saberlo creaba metáforas hermosas allí donde se posaba.

La protagonista del relato es Layla, una niña que al cavar cerca del naranjo de su vecino encuentra una botella con el siguiente mensaje:

Mi nombre es Mahnún. Soy descendiente de un clan de aventureros y he crecido escuchando las leyendas de sus hazañas y sus descubrimientos y cómo nunca tienen miedo. Cuando grande quiero ser tan honorable como ellos, pero se acerca una terrible batalla y tengo miedo porque perderé mi libertad. Tal vez cuando yo crezca el Gran Dragón haya caído, aunque entonces habrá llegado otro más feroz y su fuego solo nos traerá oscuridad”

A partir de allí a la imaginación no le queda sino volar, porque el fragmento no ofrece contexto alguno, y Layla vivirá cada noche en sus sueños una fantástica travesía en busca de Mahnún, a quién imagina como un niño de su edad. El naranjo será un punto de unión entre el sueño y la vigilia, ya que esta última también forma parte del relato y se nos muestran trozos de una cotidianidad que, gracias a la magia de la mirada infantil, deja que el sueño se inmiscuya un poco en la realidad.

La experiencia de leer este cuento no es como cualquier otra. La historia es de una sencillez hermosa y aunque por sí sola no sea una obra maestra, la conjunción con las ilustraciones y la sensación de estar desenrollando poco a poco un manuscrito antiguo la hacen inolvidable. Hay que decir, no obstante, que la historia hubiese ganado bastante si se hubiese narrado de forma continua en lugar de separarse en fragmentos cortos, los cuales en algunos casos no tienen mucha cohesión. Este es un proyecto que sin duda ha buscado la unidad entre el fondo y la forma, pero este formato que se va desenrollando invita más a la continuidad que a la fragmentación. Puede que la decisión de separar el relato de esta manera se deba al carácter poético con que es narrado (la brevedad se aviene bien con la poesía), o quizá se pretendía ligar la forma de la narración al hecho de que todo parte de un fragmento de papel encontrado en una botella. Sin embargo, si se trataba de esto último, no es la impresión que se logra dar, mejor hubiese sido enterrar botellas con los distintos fragmentos del cuento alrededor de un jardín y que el lector, con la pala en mano, tuviese que encontrarlos y ordenarlos, lo cual desde luego sería un fiasco como formato de publicación, pero como ejercicio de literatura ergódica sería como mínimo interesante.

Aun así, lo anterior no opaca la mayor virtud del libro: Las imágenes poéticas que Layla sabe percibir tanto en su sueño como en la realidad; La estatua del pescador que parece buscar algo en la oscuridad de los charcos, el naranjo que se convierte en cielo formando constelaciones de azahares y lluvias de pétalos, la visión del silencio como un pájaro incomodo que a veces hay que espantar y a veces hay que atraer lanzando migajas en secreto, peces enormes que fungen como barcos encaminados a lejanos reinos del sueño. Estas son solo algunas de las maravillas que aguardan en el rollo.

Es destacable el trabajo que hay detrás de la narración, no es un texto que se haya escrito de buenas a primeras, dejando solo la ocurrencia como guía, sino que ha sido revisado y planeado. Esto se nota en algunos elementos que al principio parecen superfluos pero que resultan ser indicios que más adelante develan su razón de ser, aunque esto se hace sutilmente y es posible perdérselo en una primera lectura. Aquí sobresale otra virtud del cuento: que, a pesar de ser tan corto, invita a la relectura y al visitarlo otra vez se encuentran detalles nuevos y valiosos, como el hecho de que hay ciertos paralelos entre Layla y Barrangi, el ilustrador, pero sobre esto es mejor no decir más para que cada lector tenga el gusto de descubrirlo por sí mismo.

“A la sombra de un naranjo” es, en conclusión, un cuento para los viajeros de la imaginación, para quienes quieran recordar esa mirada imaginativa que tenían de niños, para quienes les gusta hacer de la lectura un ritual. En realidad, las singularidades que acompañan esta obra hacen de su aparición un evento que los amantes de los libros no deberían perderse.

La crónica: entre la Historia y las historias. 4 de 4 partes.

0

Una historia por entregas. Encuentra la parte 3 haciendo clic aquí.

VIII

LOS MISTERIOS DEL OFICIO

Hay un texto del citado Kapuscinski, publicado inicialmente en la revista The New Yorker, donde el maestro polaco describe, en ese estilo suyo preciso y directo que no renuncia sin embargo a los milagros de la imagen poética, el estado de conciencia de los habitantes de una aldea moribunda situada en el centro de África. El recurso es tan sencillo como contundente: para recrear el sopor sin remedio que los carcome, el autor de El emperador detalla con minuciosidad obsesiva la manera como la búsqueda de un poco de sombra que les garantice una jornada más de vida se convierte en la única actividad diaria de los pobladores de ese caserío sin nombre. Para conseguirlo, se arrastran pegados a  las  paredes hasta alcanzar el lugar adonde todavía no llega el lengüetazo calcinante del sol. De ese modo, sus movimientos los convierten en una suerte de reloj viviente, al punto de que para calcular la hora basta con mirar hacia el sitio donde se encuentra instalado el abuelo o la niña que se inicia en los ritos de la fertilidad. El margen de error puede alcanzar solo un par de minutos.

Idéntico camino, aunque con distintas técnicas y en tiempos y momentos diferentes, han seguido virtuosos del periodismo narrativo como el norteamericano Gay Talese para relatar los avatares de la construcción del puente Verrazano en Nueva  York, el argentino Martín Caparrrós en su aventura de adentrarse en las entrañas de la otra Argentina que nadie nombra o el colombiano Carlos Sánchez Ocampo en su viaje a los infiernos para relatarnos los pormenores de ese ritual de autodestrucción que es el consumo de bazuco en el casi desaparecido sector de Niquitao en la ciudad de Medellín.

En cualquiera de los casos mencionados, aparte del virtuosismo en el manejo del lenguaje, que de entrada le da una dimensión estética a sus propuestas, los autores saben que los retos de la crónica van mucho más allá de la relación de sucesos, porque los suyo es en últimas un intento de desnudar el alma de los seres humanos y con ella la de los tiempos y lugares en los que acontece su aventura vital. Lo supo Bernal Díaz del Castillo, el cronista de Hernán Cortés, cuando descubrió el carácter indómito de unos pueblos que ofrecían a sus dioses los corazones palpitantes de las doncellas, con el propósito de aplacar una furia milenaria cuyos motivos nadie parecía recordar. Lo sabía también Pedro Cieza de León, en su tránsito por tierras de Incas y Chibchas, en el momento de comprobar que los guerreros españoles experimentaban una especie de sagrado pavor ante la sola visión de los guaduales donde los aborígenes parecían volverse invulnerables. Y lo supo -y de qué manera- Fray Junípero Serra, el hombre que llevó la cruz de los católicos a todo ese territorio entre Florida y California que hoy forma parte de los Estados Unidos de América, pero que entonces era poco menos que una tierra de nadie habitada a trechos por seres que rendían culto a las divinidades del viento y la lluvia y en noches de plenilunio enloquecían de dicha y pavor ante la visión de la piel de cobre de sus muchachas desnudas.

Puestos a desnudar almas y cuerpos, disfrutemos la estampa que Cieza de León nos ofrece de Huayna Capac, uno de los herederos del trono del Inca Tupac Yupanqui: “Era Guayna Capac, según dicen muchos indios que le vieron y conocieron, de no muy grande cuerpo, pero doblado y bien hecho; de buen rostro y muy grave, de pocas palabras, de muchos hechos, era justiciero y castigaba sin  templanza. Quería ser tan temido que de noche le soñaran los indios. Comía como ellos usan y así vivía vicioso de mujeres, si así se le puede decir; oía a los que le hablaban bien y creíase muy de ligero; privaron con el mucho los aduladores y lisonjeros, que entre ellos no faltaban ni hoy dejan de haber; y daba oídos a mentiras, que fue causa que muchos murieran sin culpa …”   ( Cronistas de Indias- Antología.- Pedro Cieza de León- El Áncora Editores- página 121

Y la desnudez es, en todas sus acepciones, el gran leit-motiv de los cronistas. En la primera de ellas lo que se busca es descorrer el velo que los poderes del mundo arrojan sobre la realidad, en su afán de mantenerla bajo control. Las falacias de los políticos, los tejemanejes de los especuladores, los fuegos de artificio de los seductores, la retórica de los clérigos y la venalidad de los jueces devienen desafío para quienes decidieron contar la historia propia y la ajena, mediante los recursos que brinda esa especie de criatura de fábula, resultado de un cruce incestuoso entre el periodismo, la Historia y la literatura.

Situada en esa encrucijada, la venezolana Susana Rotker lo plantea así: “la identificación de lo estético con lo ficticio ha alejado y debilitado al discurso literario del mundo de los acontecimientos, haciendo que parezca una actividad suplementaria y prescindible.

El criterio de factualidad no debe incluir ni excluir a la crónica de la literatura o del periodismo. Lo que sí era y es un requisito de la crónica es su alta referencialidad -aunque esté expresada por un sujeto literario- y la temporalidad (la actualidad). Ortega y Gasset decía que el periodismo es “el arte del acontecimiento como tal”:

la crónica, entonces, era un relato de historia contemporánea, un relato de la historia de cada día” (Susana Rotker- La invención de la crónica– Fondo de Cultura Económica. Página 130).

De ese modo en Cabeza de turco, el alemán Gunter Walraff consiguió hacer visibles las pesadillas de los inmigrantes turcos en Alemania, contratados por las multinacionales de la industria química y farmacéutica para realizar los peores trabajos, incluso aquellos que representaban un peligro inmediato para sus vidas. No se puede olvidar tampoco a la argentina Leila Guerriero mostrándonos el abismo de tedio y frustración que alentaba en el corazón de los protagonistas de Los suicidas del fin del mundo. O al colombiano Germán Castro Caycedo viajando a Fredonia, Antioquia, un pueblo cafetero de su país, para denunciar desde la historia de la bruja Amanda la banalidad, la estulticia y la rapacidad de quienes detentaban el poder en ese momento, capaces de utilizar helicópteros oficiales para desplazarse hasta un pueblo de la cordillera con el fin de hacerse leer la palma de la mano mientras el mundo se desintegraba a su alrededor. Nada de qué extrañarse, en todo caso: al fin y al cabo hoy ese mismo país está gobernado por un hombre que toma goticas mágicas mientras firma decretos que hipotecan el destino de sus coterráneos muchas décadas hacia delante. En todos esos autores, más allá de las diferencias de estilo y de visiones del mundo, subyace una certeza común, consignada hace años en las lúcidas palabras del pensador Estanislao Zuleta: que en el fondo, toda lucha por la dignidad de los seres humanos es ante todo una lucha contra el poder, en cualquiera de sus manifestaciones: políticas, económicas, familiares, afectivas, sexuales o religiosas. En esa búsqueda de desnudez la crónicas es, sobre todo, una propuesta política, como bien lo pudo experimentar en la ciudad de Pereira el periodista y escritor Juan Miguel Álvarez, quien luego de publicar en la edición digital de la revista Semana en enero de 2008 un juicioso texto sobre la naturaleza y los protagonistas de la violencia en Pereira y Dosquebradas, vio como su nota desaparecía en menos de un día, como resultado de las presiones de los representantes del poder político, económico y policial, quienes consideraban que el informe representaba un riesgo para sus intereses, confirmando una vez más que al poder, con sobradas razones, nunca le ha gustado la verdad.

Ocupémonos ahora de la otra acepción de la palabra desnudez: aquella que lleva implícito el estremecimiento erótico, cuya condición natural es la de repetirse siempre ante un cuerpo nuevo, como si fuera la primera vez. De esa clase de desnudez si que conoce el cronista, pues es imposible llevar a buen término una historia sin desearla con el ahínco, con la desesperada obsesión que nos inspiran algunos cuerpos cuando doblan la esquina.

¿Quién será? ¿De dónde viene? ¿Hacia dónde irá? ¿Qué motivaciones lo guían ¿Con quién va a encontrarse?

Las anteriores son también las preguntas que se hace el contador de historias, aunque se sepa derrotado de antemano, como todo buen enamorado que se respete. De ahí en adelante deberá estar dispuesto a utilizar todas las herramientas a su alcance para hilvanar un relato que en principio se entregará a sí mismo y después compartirá con los lectores, en ese ejercicio de voyerismo sobre el que se sustenta la dialéctica escritor-lector: cuéntame lo que viste que, a modo de recompensa, yo te contaré una historia para que me la cuentes, transfigurada. Es por eso que el contado de historias necesita tiempo, mucho tiempo: al fin y al cabo Cronos es la divinidad que rige su destino, y ya sabemos que la única manera de apaciguarlo es entregarle cada cierto tiempo, como a las divinidades Aztecas que estremecieron de pavor a Hernán Cortés hasta el día que tuvo a su alcance la piel trémula de “La Malinche”, el corazón palpitante de una historia, con todo y le escenario en el cual acaece: protagonistas, lugares, emociones y música de fondo, pero ante todo con las claves que permitan entender esos destinos rescatados del olvido por la palabra escrita.

El escritor de crónicas se aproxima entonces a los hechos y sus protagonistas con la mezcla de miedo y fascinación que tanto atormenta a los amantes primerizos. Tendrá que ser cauto y prolijo para no asustar al objeto de su deseo con modales de atarván de feria, pero a la vez deberá armarse de valor para no quedarse paralizado ante las incertidumbres que depara toda fuente de conocimiento; y el deseo, ya lo dijo el poeta, es la más incierta de todas. Hay que ver la dosis de ternura y respeto con la que un escritor como Alberto Salcedo Ramos aborda sus relatos para entender de qué estamos hablando: se trata de la ternura y el respeto de quien sabe que está invadiendo una parcela de intimidad ajena, pero a la vez está convencido de que esa invasión es necesaria para que esa vida, o al menos una parte de ella, no se diluya en el olvido, que es el otro nombre de la indiferencia. Indiferencia que no solo nos vuelve insensibles a las glorias y tribulaciones del prójimo, si no que nos niega de entrada la posibilidad de reconocernos en el diálogo con él, según se desprende de ese poema de Octavio Paz en el que se nos recuerda que “Para poder ser he de ser otro”.

Bajo esas premisas el cronista va por el mundo desnudando campos y ciudades. Sobre todo ciudades, que son los lugares donde se concentra hoy la mayor parte de los habitantes del planeta. En su trashumancia olfatea, interroga, escucha, palpa, contempla y lo que encuentra es el incesante palpitar de la vida, materializado en pequeños y grandes destinos que al cruzarse dan lugar a la otra Historia, la que insistimos en nombrar con mayúsculas, como si no fuera el resultado del ir y venir de las otras, las historias de los seres que intentan aprovechar de la mejor manera el milagro de su breve tránsito sobre la tierra. Es en ese punto donde descubre que su amor es a la vez erótico y político. Erótico porque le apasiona acariciar esa sustancia misteriosa con la que se amasa la vida. Político porque no tarda en descubrir que esa vida permanece en constante riesgo de ser manipulada, estropeada y sobre todo aniquilada por los dueños del mundo, que pueden dejarlo en un instante con el vacío del cuerpo amado entre las manos. En esa encrucijada no queda otra salida que narrar la desnudez, para que sea amada por otros en la momentánea comunión de la lectura, pero también para que esos otros tomen conciencia de lo frágil de su condición y de lo expuesta que está a toda clase de peligros. Así, cuando el cronista nos relata la historia de esos músicos callejeros conocidos como “ Los Calimenios” que aquí nada más, a la vuelta de la esquina, se ganan la vida interpretando con instrumentos precarios el cancionero del Chocó profundo, nos está diciendo cosas sobre el carácter insólito de la belleza que surge en cualquier parte, al tiempo que nos advierte sobre los riesgos que corren esas personas ante la agresividad latente en unas ciudades donde la exclusión y el rechazo a lo diferente parecen ser el único campo de coincidencia para muchos de sus habitantes.

IX

LA CRÓNICA, LA CIUDAD Y LA NOCHE

Pero como no se puede hablar de las ciudades en abstracto, así como no se puede amar a una mujer sin desear el cuerpo donde habita, tengo que hablar de Pereira, la ciudad donde he vivido, que a su modo ha sido intuida y reinventada por la palabra de sus cronistas. En la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX tuvo en Ricardo Sánchez el testigo irónico de unas transformaciones vividas al ritmo de los adelantos tecnológicos que cambiaron para siempre la imagen que la aldea tenía de si misma. La llegada del teléfono, el cinematógrafo, el automóvil y el fonógrafo, así como el descubrimiento de ritmos musicales. Importados de Argentina, España, México y Estados Unidos minaron los cimientos sobre los que se asentaba la seguridad de una comunidad que se sospechaba el centro del mundo, al recordarle que más allá de sus extramuros quedaba el universo. Más tarde sería el poeta Luis Carlos González quien diera cuenta de lo que significó el tránsito de pequeño pueblo a ciudad intermedia que había encontrado en los periódicos, el cine, la radio y más tarde la televisión, una manera distinta de conectarse con un planeta sacudido por la Segunda Guerra Mundial, las revueltas por los derechos sexuales y raciales y la revolución bolchevique.

“Porque se volvió ciudad/ murió mi pueblo pequeño”

se lamentaba el poeta, expresando así el contradictorio estado de ánimo de sus contemporáneos, que se maravillaban con el crecimiento de la ciudad, al tiempo que lloraban la pérdida de los que consideraban los valores verdaderos. La contraparte serían las crónicas, artículos y reportajes de Miguel Álvarez de los Ríos, un hombre que desde su condición de lector y viajero infatigable propuso una mirada en perspectiva de las relaciones entre la ciudad y el mundo, ajena a cualquier lamentación y anclada en la búsqueda de un diálogo en el que las ideas políticas y las corrientes artísticas jugaron un papel determinante.

Y entonces llegaron los años setentas del siglo XX, prefigurando la avanzada globalizadora que acabó por confinar esos valores en el cuarto de los trastos viejos y abrió las puertas a dos fenómenos que cambiaron la Historia de la región y del país: el narcotráfico y la violencia como dos caras de ver el mundo basada en  la negación de lo diferente, sumada al arribismo y el consumo sin límites como único credo posible. Los templos de esa cosmovisión serían los centros comerciales, los conjuntos residenciales, los estaderos campestres y las discotecas, todos ellos conectados por una red de avenidas y puentes que todo lo hacen parecer fácil, menos la existencia. En ese momento de transición se hizo necesaria la palabra del cronista para recoger y recomponer los fragmentos esparcidos en múltiples direcciones tras el estallido globalizador, como una manera de proponer reflexión sobre lo que estaba sucediendo.

Despuntando el año 2008, los habitantes de Pereira nos despertamos con la noticia del incendio de dos caseríos construidos con plástico y esterilla, bautizados por sus fundadores con nombres tan bucólicos como “La Laguna y La Florida”. Por eso mismo, al principio, muchos pensaron que el incendio estaba localizado en el parque natural de Los Nevados, hasta que un periodista complementó la noticia: los ranchos pertenecían a la comuna de Boston y estaban habitados por familias de negros provenientes de El Chocó ¿Cómo? ¿ Hay negros en Pereira? Gritaron, entre sorprendidos y asustados, varios expertos de esos que creen que el mundo cabe en la pantalla del computador, ignorantes de que las llamas estaban sacando a la luz uno de los muchos rostros que al entretejerse nos revelan las múltiples facetas de una ciudad que, como todas, está lejos de ser el territorio uniforme y sin fisuras soñado por quienes conciben el mundo como un gigantesco mercado en el que la gente tiene que limitarse a consumir y desechar, dependiendo de cómo le vayan las cosas. Esa mirada olvida un pequeño detalle: que mientras luchan por existir, las personas van construyendo lenguajes, códigos, mitos y símbolos que le dan sentido a la vida y por eso mismo les permiten afirmarse en el mundo y comunicarse con los otros. Tal vez por eso, y a lo mejor sin ser consciente de ello, ocho días después del incendio un cronista decidió contar la historia de “Los Calimenios”, un grupo de músicos negros desplazados por la violencia, que se ganan la vida interpretando en las calles los ritmos de sus antepasados. Justicia universal, llaman algunos a eso.

Algunas de esas personas, las que hacen música y las que perdieron sus ranchos, se reúnen en una esquina de Pereira donde funciona un negocio conocido como “La gran esquina del Chontaduro”. Allí escuchan canciones de la orquesta Guayacán o de Joe Arroyo, amenizadas con aguardiente Blanco del Valle, mientras evocan los atardeceres rumorosos del río Atrato. A veces, cuando tiene alguna conquista femenina entre manos, se hacen servir una porción doble de jugo de chontaduro y borojó, una mezcla tropical famosa por sus efectos afrodisíacos, cuya fórmula secreta está rodeada de tantas protecciones como las establecidas por Coca Cola para su producto estrella.

En medio de la euforia producida por la música y el aguardiente, uno de ellos cuenta que dos semanas atrás, a una cuadra del lugar, fueron acribillados a tiros tres indigentes por un grupo de jóvenes que viajaban a bordo de una camioneta último modelo. La noticia nunca trascendió a las páginas de los periódicos locales, ni siquiera a las de aquellos destinados a registrar crímenes y accidentes.

Esas esquinas donde pueden coincidir la maravilla y el horror son el escenario natural del cronista, como bien lo demuestra el músico panameño Rubén Blades en esa obra maestra del periodismo narrativo titulada Pedro Navajas. De su capacidad para aproximarse a ellas y desnudarlas sin violentarlas dependerán los alcances de su propuesta que, no sobra insistir en ello, tendrá que encontrar el equilibrio entre lo estético, lo ético y lo político, si quiere contribuir de veras a esa reinvención de la ciudad y de la realidad misma, que se antoja indispensable para comprenderla y, por lo tanto, para amarla mejor.

X

EL CAMINO DESANDADO: EL MUNDO SEGÚN HERÓDOTO

En la introducción de Los nueve libros de la Historia, según la traducción de María Rosa Lida, se lee : “Esta es la exposición de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso, para que no se desvanezcan con el tiempo los hechos de los hombres, y para que no queden sin gloria grandes y maravillosas obras, así de los griegos como de los bárbaros, y, sobre todo, la causa por la que se hicieron guerra”.

Mas que una advertencia preliminar, la de Heródoto es una declaración de principios. Aquí no se menciona la presunción de verdad, tan cara a  la preceptiva del historiador, y mucho menos se alude a la noción de objetividad, gran obsesión y piedra angular de las casas periodísticas de nuestro tiempo. El autor -¿Cronista? ¿Historiador? ¿Fabulador?- recorrió el mundo conocido, que estaba situado entre la cuenca del Mediterráneo y los confines de la India. Sus biógrafos nos dicen que revisó documentos, conversó con viajeros, consultó testigos y a partir de  esos fragmentos armó sobre la marcha ese gran mural de los tiempos antiguos que de repente nos sorprende con visiones como esta : “Todos los egipcios sacrifican toros y terneros puros, pero no les es lícito sacrificar las hembras, por estar consagradas a Isis. La imagen de Isis es una mujer con astas de buey, tal como los griegos pintan a Ío; y los egipcios todos a una veneran a las vacas muchísimo más que a todas las bestias de ganado. Por ese motivo ningún egipcio ni egipcia besaría a un griego en la boca, ni se serviría de cuchillo, asador o caldero de un griego, ni probaría carne de buey trinchado con un cuchillo griego” (Editorial Oveja Negra, Libro Segundo. Página 87. Capítulo 41 ).

En ese párrafo podemos rastrear algunas de las claves simbólicas de la religiosidad egipcia, que remiten al buey Apis como símbolo de prosperidad. El relato nos proporciona además algunos elementos para comprender las estructuras económicas de esa sociedad: un pueblo de pastores debe preservar las hembras del ganado si no quiere sucumbir al hambre. No contento con eso, el autor nos brinda un paralelo de las prácticas culturales de griegos y egipcios, dos pueblos que, junto a los persas, se disputaron el dominio del mundo y, por lo tanto, de la Historia.

En el capítulo CXVIII del libro VIII se narra el siguiente episodio: en uno de sus viajes de regreso a Asia, el rey Jerjes, atrapado en medio de una tormenta, le preguntó al piloto de la embarcación si había alguna manera de salvarse, a lo que este repuso: “Ninguna, señor, como no haya medio de desembarazarse de estos numerosos tripulantes”. Cuentan que al oírlo dijo Jerjes: “Persa, cada uno de los otros muestre ahora cómo vela por el rey: en vuestras manos está mi salvación”. Ellos, haciéndole reverencia, saltaron al mar y el barco así aligerado llegó a salvo al Asia. No bien desembarcó Jerjes hizo lo que sigue: por haber salvado la vida de su rey, regaló al piloto una corona de oro, y por haber causado la muerte de muchos persas le cortó la cabeza.

La anécdota resume lo que era el concepto de justicia entre esos pueblos que, en su momento, expresaban los logros supremos de la civilización. En ese mismo tono lleno de ironía y de cuidadoso estilo, cada uno de los nueve libros nos pone en contacto con las costumbres, los modelos económicos, las pugnas entre monarcas, la vida cotidiana de esclavos y súbditos, las alianzas frente al enemigo común, todo ello relatado sobre el telón de fondo de los miedos y supersticiones propias de comunidades instaladas en el vórtice del pensamiento mágico. ¿Se puede pedir algo más a un buen cronista?.

A pesar de que, dos mil años después de Heródoto, el mundo conocido de hoy se extiende más allá de la galaxia y que los alcances de la ciencia y la tecnología han logrado descorrer velos y cuestionar verdades que parecían inamovibles un siglo atrás, a medida que se multiplican los descubrimientos se ensancha también el universo del misterio que, bien lo sabemos, es el padre natural de la curiosidad, esa fuerza que ha movido a  todo lo viviente desde los pantanos primordiales hasta la galaxia digital. Debe ser esa la razón por la cual, a pesar de que cada cierto tiempo alguien vaticina su extinción, la crónica reaparece renovada, dispuesta a asumir nuevos lenguajes y a utilizar técnicas  que se adapten al carácter cambiante de la realidad que le corresponde narrar. Es lo que hace el argentino Martín Caparrós para transmitirnos la manera como en el mundo moderno conviven el carácter crispado de las grandes ciudades con el ritmo de tiempo estancado de muchas poblaciones del interior o de aldeas africanas, cuyos habitantes contemplan los fetiches de la tecnología como quien se asoma al espejo de agua de un lago encantado.

Sucede también con los relatos trepidantes de su compatriota Leila Guerriero sobre la abnegación de un grupo de expertos forenses que se empeñan en  desenterrar los huesos de cientos de ciudadanos desaparecidos durante las dictaduras, mientras el resto, empezando por la memoria oficial, se empecina en olvidar. Escribe Guerriero, citando a una de sus  entrevistadas: “A mí lo que me sigue pareciendo tremendo es la ropa. Abrir una fosa y ver que está con vestimenta. Y las restituciones de los restos a los familiares. Acá una vez hubo una restitución a una madre. Ella tenía dos hijos desaparecidos, y los dos fueron identificados por el equipo. La llevamos donde estaban los restos. Antes de ponerlos en una urna los extendemos, en una mesa como esas. “Josecito”, decía, y tocaba los huesos. “Ay , Josecito, a él le gusta…”. La forma de tocar el hueso era tan empática. Y de repente dice “¿Le puedo dar un beso en la frente”? (Leila Guerriero-  Frutos Extraños.  Editorial Aguilar. Página 91- 2009).

XI

AHÍ ESTÁ EL DETALLE

“ … Tan resignado estaba Pambelé a su papel de perdedor que cuando volvieron a programarlo en Cartagena le apostó a su propia derrota. Dos días antes de la pelea fue contactado por unos desconocidos que le prometieron dinero si se arrojaba a la lona en el cuarto asalto. Y claro: aceptó en menos de lo que canta un gallo. Lo que no imaginaba era que su adversario, Chico González, le arruinaría el plan. En el segundo round, sin que Pambelé le rozara un pelo, el tipo se tiró al piso. Torció los ojos, estiró una pierna. El árbitro empezó entonces el conteo fatídico: uno, dos…” (El oro y la oscuridad. Alberto Salcedo Ramos-  Editorial Random House Mondadori. Página 57).

El escritor Alberto Salcedo Ramos, junto a tres jóvenes boxeadores. DANIEL MORDZINSKI. Tomada de elpais.com

El escritor colombiano Alberto Salcedo Ramos es el autor de ese libro que ya es referencia obligada para los estudiosos y amantes del periodismo narrativo: El oro y la oscuridad, un relato de ciento cincuenta y cinco páginas sobre los orígenes, ascenso y caída de una de las grandes leyendas del deporte colombiano, el boxeador cartagenero Antonio Cervantes, conocido en su momento de gloria como “Kid Pambelé”. La obra es el resultado de una paciente investigación que se remonta a la infancia y juventud del boxeador. La descripción de la pobreza de la familia nos ubica en la atmósfera de marginalidad y desesperanza donde, por lo general, surgen las grandes estrellas del deporte en los países subdesarrollados: barrios de calles sin pavimentar, con deficientes o nulos sistemas de servicios públicos, carentes de escuelas y de cualquier  alternativa de recreación, de modo que  las únicas opciones  de supervivencia son el trabajo informal, el delito o abrirse camino a puño o patada limpia en los terrenos del boxeo y el fútbol. Un día, un tanto empujado por el hambre y otro poco por quienes vieron en él una posibilidad, decidió que lo suyo sería el boxeo. Al principio fue lo de siempre: el escepticismo, el rechazo, la burla, hasta que una noche de octubre de 1972 en ciudad de Panamá se le abrieron las puertas de un éxito que contenía en sí mismo el germen de la futura destrucción. Lo que siguió es conocido y es común a muchos de quienes llegan a la cima en la industria del espectáculo: dinero, autos, mujeres, viajes, derroche, alcohol, drogas…. Y, por supuesto, el comienzo del fin: una derrota, un intento de recuperación, el renacer de las esperanzas, el descenso a los infiernos, y al final la burla y el escarnio de quienes una vez los idolatraron. Como tantos otros , “Kid Pambelé” acabó convertido en un bufón callejero que en noches de delirio cree ser todavía el campeón mundial vitoreado por los fanáticos, asediado por las mujeres y adulado por los poderosos.

Con ese material, muchos escritores pobres de recursos habrían construido un relato con moralejas y mensajes edificantes al final sobre los peligros de no seguir el buen camino. De hecho, antes de Salcedo Ramos se habían escrito crónicas, artículos y reportajes sobre Pambelé, donde no solo se le censura sino que se le compara con Rodrigo “Rocky” Valdez, otro boxeador cartagenero que llegó a ser campeón mundial de los pesos medianos en los años setentas del siglo XX y que logró amasar una considerable fortuna que hoy le permite vivir con holgura en su ciudad natal. Pero ahí está el detalle: para Salcedo, la historia del boxeador es, en lo más esencial, una parábola sobre la fragilidad de la condición humana en cualquiera de sus aspectos. Por eso se aproxima a su vida con el respeto y la prudencia de quien sabe que trata con ese material delicado que es todo hombre enfrentado a la derrota.

El escenario luce vacío, los reflectores se han apagado, el teléfono no suena, no hay fotógrafos a la vista, nadie solicita autógrafos y el sudor empieza a convertirse en algo pegajoso y nauseabundo que preludia las muchas noches de insomnio en las que el único visitante será el olvido. Y para eso y nada más está allí el cronista: para impedir, mediante el precario pero irremplazable recurso de las palabras, que esa pequeña epopeya se disuelva en la nada y con ella se pierda también una parte de nuestra historia personal y colectiva.

Por razones como esa, no puede considerarse la crónica como un género menor o como un subsidiario de la gran literatura. Ni es mayor ni menor: es apenas otro género que, con buena o mala fortuna ha conseguido rescatar, entre los escombros de los siglos, las marcas que deja el tiempo en la piel de los hombres.

PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

Risaralda 54 años – Nos Vemos en mi Pueblo: Santa Rosa y Santuario

0

Terminamos este especial de crónicas sobre los 14 municipios que conforman el departamento de Risaralda, recordando historias de Santa Rosa de Cabal y Santuario. Si hacen la lectura histórica de cada crónica presentada hasta hoy, quizás noten que la disputa por las tierras; buscar un mejor provenir para sus familias; el huir de la violencia en diferentes épocas; son algunas de las razones que motivaron a las personas a hacer camino hacia otras latitudes con la esperanza de un nuevo hogar.

Santa Rosa de Cabal

y la gallina de los pollitos de oro: el 28 de agosto de 1844 el presidente de la República expide la ordenanza mediante la cual el poblado de Santa Rosa entra a pertenecer al Estado Soberano del Cauca. Con doce mil fanegadas de tierra empezó a labrarse el destino de este vecindario que, gracias al turismo, el café y la ganadería, aparece hoy como la tercera localidad en importancia en el departamento de Risaralda. Texto completo.

Santuario

y los ecos del espacio: “Era un adolescente y ya sabía lo que era el miedo. El terror de encontrarse con cuerpos mutilados a la vuelta del camino, porque La Violencia ya había llegado a nuestras casas. Tal vez por eso me aficioné al aguardiente: porque ayudaba a templar los nervios y si uno le mezclaba un poquito de pólvora era todavía mejor. El miedo lo abandonaba a uno al momento de atravesar una trocha oscura o de empelotarse ante una muchacha”. Texto completo.

Entradas anteriores ↓

Dibujos post-bestiales, Exposición individual de Fredy Galviz

0

Texto curatorial

Dibujar siempre, ya que la práctica del dibujo sigue consistiendo en acercarse al mundo, si consideramos por mundo todo aquello que nos es familiar.

El dibujo crea lo familiar, nos familiariza con las cosas que desconocemos, nos permite comprender la materia y ¿por qué no? la esencia de las cosas, así la técnica contemporánea nos presente siempre estrategias nuevas de virtualización, donde no se dibuja lo que se ve, sino lo que se cree que se ve, por tanto, pensar el ver acerca lo extraño a lo conocido.

El dibujo no pertenece a ninguna moda ni a ningún tiempo. Cuando lo creemos muy asumido por el rigor simbólico simplemente desaparece en un contenedor opaco, inescrutable donde suele permanecer esperando tiempos de significancia diferentes. Nadie lo invoca y surge renovado con la fuerza emancipadora de saberse más allá del impulso humano. Ya no es una herramienta para visualizar el mundo, ahora deviene idea porque se niega el continuo irradiante de la línea.

Entiendo la línea como una especie de irradiación del órgano ocular que hace observable lo observado. Con las líneas de proyección visual, el dibujo opera desde dos perspectivas; la primera como una emisión desde afuera a través de la cual la idea del pensar dibujo construye lo objetual: dibujos concretos, matemáticos, análisis, geometría. La segunda perspectiva tiene que ver con permitir que la mirada, ahora irradiada como sistema de creación, se ocupe en descubrir el reino de las formas al crear una matriz delicada de cambios más bien antropológicos de rígido a suave, o de inamovible a entusiasta: dibujo de contraste conceptual, de lo elaborado ontológico a lo semejante reconocido, así me dibujo yo, de esta manera dibujo cosas que siento.

El problema continúa siendo la preocupación por la belleza, ahora donde lo bello se ocupa por resolver estéticas en esa carretera gigante que se ha abierto camino por efecto de la masificación en todo sentido. La intertextualidad del dibujo, que va de tensiones cientificistas a exploración en subjetividades comprometidas, expone, o mejor, inquieta el sentido crítico.

Dibujar ya es de por sí un ejercicio crítico porque al igual que la belleza, todo es crítico, exceptuando la crítica misma del arte. Cuando el artista Fredy Galviz insiste tanto en producir laboratorios antiguos para sus imágenes, comprendemos que intenta conectar la fascinación por lo híbrido, por intertextualizar formas extraídas de diferentes naturalezas.

Son seres cavernosos dispuestos como catervas de la imaginación rebuscada, incisiva y dolorosa de saberse presa de un gusto por lo grotesco. Vemos metamorfosis, pietismos de una nueva religión fundada en uno mismo, observando la fragua donde se funden los inconmensurables personajes de una extraña biblia que mal podríamos llamar bestiario, porque sus figuras post- bestializan estéticas de redoblante, ahora que el nerviosismo se ha convertido en el estado natural del artista.

Las obras de Galviz suelen ocuparse del aburrimiento por no encontrar la formula deseada para el crisol de su credo; por ello se esfuerza con cada dibujo en alcanzar los efectos de sublimidad, tristemente echados en el saco roto de la normalización. Pienso que producir monstruos no es tarea fácil porque habrá que estar en modo de ser buscador de lo feo constante, ese feísmo a ultranza conectado con el ícono, con el manierismo, con la fealdad del arte moderno y que ahora se nos presenta en formato pantalla inalienable de reconocimiento mutuo.

Oscar Salamanca (curador)

SOBRE EL ARTISTA Y SU OBRA

Artista plástico de la Universidad Tecnológica de Pereira, ha participado en diferentes exposiciones colectivas en la ciudad; es el gestor y creador del proyecto El Garaje Artes y Oficios, idea precursora de iniciativas actuales como la Jam de Dibujo en Pereira.

“Desde las ganas impetuosas para resistir y vivir por el arte a través del dibujo, Fredy Galviz ha emprendido un sueño necesario tanto para él, como para el entorno que lo circunda. Sus deseos por dibujar nacen de un impulso interno tanto corporal como psíquico que lo llevan a trazar incesantemente. Esta necesidad de crear por medio de su inquieta mano, es el anhelo de expresar lo que confluye en su dimensión anímica de la vida. Es por medio de finos, delicados y nutridos trazos que nos trasmite esa fuerza y poder que lo llevan en tránsito incesante por lugares oníricos, que rayan con lo irreal de lo real. Paisajes donde los cuerpos humanos, animales y de otros mundos son fragmentados para confluir en sinfonías y espacios de ensueño, en esta procreación de seres fantásticos nos relata aquellas historias íntimas que proceden desde lo profundo del alma, dibujos que nos hablan de mundos vivenciados y porque no, posibles vividos en otras superficies de la vida abriendo puertas hacia diversas dimensiones desconocidas del Ser”. Raúl Gutiérrez Caro, Investigador en Filosofía y memoria.

Los colombianos preguntan: ¿quién se atrevería a patentar la panela?

0

Los fabricantes del endulzante tradicional favorito de América Latina dicen que un ingeniero azucarero quiere tener el control exclusivo de ese producto centenario.

Por, Jennie Erin Smith, Fotos, Federico Ríos. Publicado en The New York Times

VALLE DEL CAUCA, Colombia — El pasado mes de abril, Jorge González Ulloa, accionista de una de las mayores empresas azucareras de Colombia, obtuvo la patente estadounidense N.º 10.632.167, que describe un método para fabricar un azúcar sin refinar que contiene altos niveles de policosanoles, alcoholes que se encuentran en la cera de la caña de azúcar y que supuestamente reducen el colesterol.

El método, según la patente de González, daría como resultado “un producto consumible que reduce el colesterol a un coste tan bajo que podría ponerse a disposición de todas las personas, en particular de los millones de personas que actualmente no tienen los medios económicos para permitirse los medicamentos farmacéuticos existentes”. El azúcar en bruto, proponía González, se convertiría en el Lipitor de los pobres.

González ha solicitado patentes similares en Colombia, Ecuador, Nicaragua, Costa Rica, Cuba, China, Australia y la Unión Europea, y ha registrado un nombre para su producto, llamándolo Policane.

Pero a los colombianos, el proceso de fabricación de Policane les resulta sospechosamente familiar. Es indistinguible del de la panela, un endulzante que se fabrica aquí desde la llegada de los conquistadores. A diferencia de lo que los estadounidenses conocen como azúcar moreno, que es azúcar refinado con melaza mezclada, la panela se elabora tradicionalmente hirviendo el jugo de la caña fresca en ollas de metal sobre un horno alimentado por la fibra seca de la caña prensada. El resultado es un azúcar sólido con un sutil sabor a melaza, caramelo y un ligero regusto mineral. Su color oscila entre el rubio y un tono café intenso.

Se pueden encontrar equivalentes de la panela en toda América Latina y Asia con diferentes nombres. Pero los colombianos son los que más consumen: una libra completa por persona a la semana, según Fedepanela, la federación nacional de productores de panela de Colombia. A solo unos céntimos la taza, el “agua panela” —panela disuelta en agua caliente— es una fuente esencial de calorías para los trabajadores, especialmente en el campo. Los campesinos la beben por la mañana y por la noche. Los bebés la toman mezclada con leche, y los enfermos la consumen con limón y jengibre.

Caña de azúcar recién cortada de La Alsacia
Caña de azúcar recién cortada de La Alsacia
Augusto Fernández, socio de Biobando, un trapiche industrial en el Valle del Cauca, puede producir una tonelada de panela cada hora, gran parte de la producción es para exportar.
Augusto Fernández, socio de Biobando, un trapiche industrial en el Valle del Cauca, puede producir una tonelada de panela cada hora, gran parte de la producción es para exportar.
Panela líquida es vertida en moldes para que se endurezca en la finca de La Alsacia.
Panela líquida es vertida en moldes para que se endurezca en la finca de La Alsacia.

Últimamente, la pandemia de coronavirus ha hecho que aumente su consumo, debido a las propiedades saludables que se le atribuyen: la panela, como se apresuran a señalar sus productores, contiene oligoelementos y vitaminas, de los que carece el azúcar refinado. Tan distintos son los dos productos en la mente de los colombianos que se venden en pasillos diferentes del supermercado. Y tan importante es la panela para la economía rural colombiana que sus casi 20.000 productores, llamados trapiches, están protegidos por la ley de las incursiones de las empresas azucareras, que no pueden fabricarla.

Patentar un alimento humilde como la panela les pareció a los colombianos algo absurdo, como patentar el café con leche. La noticia de la “patente de la panela” causó tal revuelo en los últimos meses que Riopaila Castilla, una empresa azucarera con sede en Cali que hasta hace poco incluía a González en su junta directiva, emitió declaraciones distanciándose de sus esfuerzos. Fedepanela ha respondido con una agresiva ofensiva legal, con la esperanza de impedir que las patentes de González sean aprobadas en Colombia y en el extranjero, y de revocar las emitidas en Estados Unidos.

Los productores de panela han hecho mucho para presentar su producto como más saludable que el azúcar blanco, tal vez preparando el terreno para que alguien como González lo renombre como “nutracéutico”. Pero para ellos, los policosanoles son una treta: el objetivo es patentar toda la panela.

La patente de González describe una temperatura más baja que la estándar para calentar el jugo de caña, para proteger la integridad de los policosanoles. Pero los estudios sobre la panela producida de forma convencional han demostrado que también contiene policosanoles, a menudo en grandes cantidades, según Néstor Triana, ingeniero químico de la federación. La cantidad depende menos de la temperatura a la que se cocine el jugo y más del “terreno, los nutrientes que tenga, la misma variedad de la caña”, dijo Triana.

La evidencia científica sobre los policosanoles es insuficiente y mixta. Los estudios realizados en Cuba en la década de 1990 y principios de 2000 informaron de la reducción del colesterol LDL, o colesterol malo, mientras que los investigadores de nutrición de otros países no lograron replicar esos resultados. En 2010, la investigación sobre los policosanoles de la caña de azúcar se agotó, aunque los suplementos siguieron siendo populares. Últimamente se han reanudado los ensayos; un estudio coreano informó recientemente de un beneficio. Incluso si los policosanoles funcionaran, su administración en forma de azúcar —que puede alterar los perfiles lipídicos de forma desfavorable— podría no ser la mejor manera de hacerlo.

La fibra de caña de azúcar se quema para calentar el jugo de caña en el trapiche de Biobando.
La fibra de caña de azúcar se quema para calentar el jugo de caña en el trapiche de Biobando.
Piloncillo, panela en forma de cono, se almacena para llevar a los mercados latinoamericanos en Estados Unidos
Piloncillo, panela en forma de cono, se almacena para llevar a los mercados latinoamericanos en Estados Unidos
Trabajadores cargan cajas de piloncillo en camiones. Los productores industriales creen que las patentes de González tienen como objetivo coptar un mercado en crecimiento para la panela fuera de Colombia.
Trabajadores cargan cajas de piloncillo en camiones. Los productores industriales creen que las patentes de González tienen como objetivo coptar un mercado en crecimiento para la panela fuera de Colombia.

González, quien no respondió a las solicitudes de entrevista a través de intermediarios, ha evitado los medios de comunicación después de afirmar a un periódico de Cali el verano pasado que había inventado “el endulzante más saludable del mundo, y más económico”. La producción era inminente, insistió, pero no ofreció ninguna pista sobre quién lo fabricaba ni dónde.

Los primeros campos de caña de azúcar de Colombia se plantaron hace casi 500 años en las amplias y llanas orillas del río Cauca, junto a la actual ciudad de Cali. Hoy en día, la región sigue siendo una zona azucarera, donde la caña crece densamente sin demasiada ayuda bajo un gran cielo y un sol ardiente. La mayor parte va a parar a gigantescos ingenios donde se centrifuga y cristaliza el azúcar de mesa. El resto se destina a la panela.

Aquí se industrializan muchos trapiches, aunque el proceso es efectivamente el mismo que en el siglo XVI. La caña se corta a mano con machetes y se prensa hasta obtener un jugo verde y turbio que se filtra y se hierve, y cuya fibra se utiliza como combustible. El espeso jarabe se vierte en cacerolas y se revuelve frenéticamente mientras se enfría en una masa parecida al dulce de leche que es palmeada para darle forma por un pesador, alguien que intuye que cada panela pesa lo que se supone que debe pesar.

“Un buen pesador es poco común”, dijo Ricardo Bueno, el jefe de producción del trapiche La Alsacia en Tuluá, al norte de Cali. “No hemos podido tecnificar eso”.

En una visita el pasado otoño, empleados con batas de laboratorio y redecillas en el pelo controlaban los niveles de Brix —la cantidad de sólidos disueltos en un líquido, un indicador del dulzor— mientras el jugo se evaporaba en tanques de acero, infundiendo en el aire el olor a caramelo. Los científicos especializados en alimentación analizan las muestras de caña antes de dar el visto bueno a la cosecha, pero a menudo deben realizar ajustes en el zumo, ajustando su pH con hidróxido de calcio y controlando las variaciones en las proporciones de sacarosa, fructosa y glucosa, que influyen en el color de la panela.

Todo esto es para asegurar que el producto final, destinado a las cadenas de supermercados, siempre tenga el mismo aspecto y sabor, no contenga astillas u otras sorpresas no deseadas que se ha sabido que aparecen en las versiones más rústicas de la panela.

Los grandes trapiches como La Alsacia envían cada vez más cantidades de panela al extranjero; en 2019 se exportaron unas 9000 toneladas, la mayoría a Estados Unidos y Europa, según Fedepanela. Las porciones redondas se venden en los supermercados latinos, mientras que más popular es una forma de cono etiquetada como “piloncillo”, que es amada por los mexicanoestadounidenses en California.

El Valle del Cauca es tierra cañera, donde se produce panela desde el siglo XVI.
El Valle del Cauca es tierra cañera, donde se produce panela desde el siglo XVI.
Pilas de bagazo, o fibra de caña de azúcar seca, en el trapiche Don Manuel de Versalles.
Pilas de bagazo, o fibra de caña de azúcar seca, en el trapiche Don Manuel de Versalles.
Jimmy Buitrago, de 18 años, marca la panela artesanal con las iniciales del dueño del trapiche.
Jimmy Buitrago, de 18 años, marca la panela artesanal con las iniciales del dueño del trapiche.

Los críticos de González sospechan que sus patentes están destinadas, al menos en parte, a captar estos mercados en expansión. Fuera de Colombia, ninguna ley disuadiría a una empresa azucarera de producir Policane. “¿Qué pasará si nuestros amigos cubanos de Florida deciden fabricarlo?”, dijo Javier Pérez, director de La Alsacia.

A los abogados de Fedepanela les gustaría saber cómo un proceso ancestral tan bien documentado en Colombia pudo escapar a la atención de la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos. No solo los registros de la época colonial lo describen con minucioso detalle, sino que las universidades técnicas de todo el país también producen literatura sobre la panela.

“Esto habla de uno de los puntos débiles de las prácticas de examen de patentes”, dijo Polk Wagner, profesor de Derecho de la Universidad de Pensilvania. Los examinadores son buenos para encontrar referencias a tecnologías existentes cuando se publican en Estados Unidos, “pero no tanto en países extranjeros, en particular cuando el idioma es diferente”.

En las montañas de la Cordillera Occidental de Colombia, justo al oeste del valle del río Cauca, los pequeños trapiches comienzan a prensar y hervir el jugo de la caña antes del amanecer, normalmente un jueves o un viernes.

La producción comienza cuando se apila suficiente caña y se puede reunir a ocho o diez trabajadores: cada dos semanas, para la mayoría. En algunos trapiches, la caña se introduce a mano, de a pocos, en una prensa motorizada, mientras que en otros, el molino es impulsado por el agua del río o por mulas atadas con arneses a una rueda.

Un trabajador alimenta un voraz horno con montones de fibra de caña. Otro pica una pulpa de madera especial que arrastra las impurezas a la superficie del jugo. Los hombres encargados del sirope descreman el jugo hirviendo con cazos gigantes, lanzando el líquido humeante de cacerola en cacerola hasta que se convierte en un caramelo espeso y chasqueante que se rompe. No hay monitores de grados Brix que muestren cuándo está listo: alguien simplemente sumerge un palito en él y lo sumerge en agua fría, o utiliza su mano desnuda mojada. Las quemaduras y otros accidentes no son infrecuentes.

“Afortunadamente, cada vez se ven menos”, afirma Álvaro Quintero, de 34 años, productor de la localidad de Versalles. El trapiche de su familia lleva el nombre de su abuelo, Don Manuel, y aunque es una operación tradicional sin un científico de la alimentación a la vista, tiene algunas mejoras modernas. La zona de envasado está desinfectada, con mascarillas y guantes obligatorios, y sus superficies de acero y cobre se limpian. La panela terminada se carga en un Jeep de 1967 para ser vendida en un pueblo vecino.

Quintero, que representa a la federación de panela en esta región, cree que las patentes de González amenazan a los pequeños productores tanto como a los grandes, sobre todo si se aprueba una patente en Colombia, donde actualmente se tramita una ante el organismo emisor.

Álvaro Quintero y su hija María Paula, de 9 años, en el trapiche Don Manuel de Versalles. El trapiche fue fundado por el abuelo de Quintero, Manuel Bedoya.
Álvaro Quintero y su hija María Paula, de 9 años, en el trapiche Don Manuel de Versalles. El trapiche fue fundado por el abuelo de Quintero, Manuel Bedoya.
El caramelo hierve en su etapa final antes de ser puesto a enfriar.
El caramelo hierve en su etapa final antes de ser puesto a enfriar.
Jimmy Buitrago, un jornalero de panelas en Versalles, en el Valle del Cauca, trabaja en trapiches desde los 14 años.
Jimmy Buitrago, un jornalero de panelas en Versalles, en el Valle del Cauca, trabaja en trapiches desde los 14 años.

Cuesta abajo había otro trapiche, visible como una delgada chimenea que sale de la caña. Bajo su techo de aluminio había una escena que Quintero odia ver: hombres sin camisa que fuman mientras trabajan, gallinas picoteando, alguien desparramado sobre un montón de fibra de caña, cacerolas de madera que pueden producir astillas. Pero esta es la realidad de la panela en gran parte de Colombia, admitió.

Eran las 8 de la mañana y la panela, de un inusual y brillante color dorado, estaba siendo removida en cacerolas cuando un pesador llamado Jimmy Buitrago se presentó a trabajar, con retraso. Había estado pesando panela en Don Manuel desde las 5 de la mañana, y antes en otros dos trapiches. No había dormido una noche completa en tres días.

Buitrago, un joven enérgico de 18 años, no parecía estar mal, ya que recogía rápidamente la masa caliente para formar tortitas perfectas de medio kilo en una mesa, y luego las estampaba con las iniciales del propietario del trapiche. Entre cacerolas recién llenas de sirope caliente, se dedicó a dar bocados al desayuno. Llevaba cuatro años haciendo esto, dijo.

Buitrago desconocía los esfuerzos de González, o incluso lo que era una patente. Lucero Copete, quien empaquetaba las tortitas enfriadas en papel para el mercado, se lo explicó. “Quiere exclusividad”, dijo.

Buitrago se mostró incrédulo y enojado: “¿Dónde está?”.

Esta panela tenía un sabor diferente a la de las plantas industriales: más rica, más suave y más dulce. “¡Claro!”, dijo Quintero, al señalar una pila de tallos dorados y rojizos que esperaban ser prensados. “¡Mira la calidad de la caña!”.

La panela es más quisquillosa y menos predecible que el azúcar de mesa, explicó Quintero, porque contiene todos los componentes del jugo de la caña y no todos pueden ajustarse. En pequeñas parcelas de montaña como esta, la caña se selecciona individualmente por su madurez. El único aditivo es un poco de aceite vegetal para evitar que el caramelo burbujee.

El contenido de policosanol de esta panela delirantemente buena sigue siendo indeterminado, y lo más lejos que llegará es a unos pocos kilómetros de la carretera.

Caña de azúcar cosechada a mano en los campos de La Alsacia.
Caña de azúcar cosechada a mano en los campos de La Alsacia.

Risaralda 54 años – Nos Vemos en mi Pueblo: Quinchía y Pueblo Rico

0

En el recorrido que estamos haciendo a través de crónicas por los municipios del departamento de Risaralda, hoy los invitamos a transitar por Pueblo Rico y Quinchía, de la mano de sus habitantes quienes portadores de memorias las compartieron en su momento con Gustavo Colorado y hoy se inmortalizan a través de estos textos.

Quinchía:

entre el oro y los quinchos: A lo mejor las cosas empezaron cuando el dios del bien y el diablo se repartieron las partes alta y baja del cerro. En esas fechas situadas antes del inicio del tiempo podrían situarse los orígenes de lo que fue Guacuma y más tarde se convirtió en Quinchía. Texto completo.

Cerro Batero es el más alto ubicado en el municipio de Quinchía.

Pueblo Rico:

es un rumor de aguas: una población amasada con sangre indígena, negra y mestiza: las tres etnias que hoy constituyen las señas de identidad de una comunidad  que se despierta bien temprano entre hilachas de neblina y después de un buen trago de café emprende la invención diaria de un destino con los ingredientes que cada uno de esos pueblos ha forjado en el camino. Texto completo.

Entradas anteriores ↓

Loola Pérez: “Cuando eres crítica con el feminismo eres un monstruo, peligrosa, una hereje”

0
BERNARDO DÍAZ

Por, Irene Hernández Velasco. Publicado en elmundo.es

Loola Pérez, (Molina de Segura, 1991). Graduada en Filosofía, trabaja como integradora social y sexóloga educativa. En su ensayo Maldita Feminista (Seix Barral) arremete sin piedad contra el feminismo imperante y aboga por un nuevo paradigma sobre la igualdad de sexos.

Usted se autodefine como feminista, ¿verdad?

Sí, soy feminista, por supuesto.

Pero, parafraseando el título de su libro, usted es una feminista maldita. Desde luego muchas feministas la van a maldecir por las cosas que sostiene en este ensayo…Sí, soy una feminista maldita porque ahora cuando eres crítica con el feminismo eres un monstruo, eres peligrosa, eres una hereje. Ese es el significado de “maldita”, palabra con la que también hago referencia a ese clima religioso en que el que cuando cuestionabas la ortodoxia te convertías en alguien con quien había que tener cuidado, alguien que era señalado.

¿El feminismo se ha convertido en la nueva religión?

Yo creo que más que una nueva religión el feminismo se ha convertido en un nuevo dogma, donde existen autos de fe, donde existe una curia -a la que yo muchas veces me refiero como “vacas sagradas”- y donde existe una literatura feminista que es sota, caballo y rey, muy repetitiva y superficial y que muchas veces se basa en la mera ‘opinología’, en cuestiones que tienen poco de pensamiento crítico y mucho de sensacionalismo, en textos de los años 70 y 80 que no reflejan la cultura actual, todo lo que hemos cambiado, todo lo que hemos conseguido.

“Aborrezco a quienes han convertido el feminismo en una sucesión de mediocridad, control social y neurosis”, dice en su libro. ¿Qué tiene de neurótico el feminismo actual?

Yo creo que una de las neurosis que tiene el feminismo actual es que tiende mucho a la emocionalidad, y además se han dejado arrastrar por esta cultura de los medios de comunicación, sobre todo televisivos, de seguimiento de asesinatos y violaciones durante 24 horas al día. El feminismo se ha dejado llevar por toda esa corriente, y esa emocionalidad no ayuda al razonamiento, a poner límites o incluso a desarrollar un sentido moral que vaya más allá de lo que sale la pantalla televisiva.

Usted es muy crítica, por ejemplo, con la actitud que ha adoptado el feminismo respecto a casos muy mediáticos como el de Juana Rivas o Laura Luelmo. Critica que el feminismo haya optado por una posición de reacción, de consignas, de hastags, y no de acción….

Sí, pero el que me muestre crítica con ese feminismo de reacción no significa que no me pueda solidarizar con el caso, por ejemplo, de la profesora Laura Luelmo o incluso con la propia Juana Rivas. Yo sigo muchas de sus apariciones y esa mujer lo tiene que estar pasando muy mal. No sé si lo que está pasando será verdad o será mentira, muchas veces en esos casos los abogados no intentan llegar a acuerdos. Yo creo que en esos casos hay mucha información que la opinión pública desconoce, pero ves a una familia sufriendo, a unos niños que están perdiendo a sus padres por una cuestión puramente ideológica, televisiva y en cierto sentido, hasta macabra, porque se trata de la exposición pública de un drama familiar y eso creo que a la larga, cuando vayan creciendo, va a tener un impacto psicológico en sus vidas. El feminismo no solamente debería ser una reacción, también tiene que transformar.

El caso de Laura Luelmo, la profesora que salió a correr y fue asesinada, dio pie a concentraciones en las que se reivindicaba el derecho de las mujeres “a correr sin miedo”, una reacción que usted tacha de “desproporcionada”. ¿Por qué?

A mí desde luego me da más miedo montar en avión que salir sola a correr. Los miedos, las fobias, son algo muy personal. Y prescribir que los miedos de las mujeres tienen que ser los mismos me parece sumamente peligroso, porque nos despoja de nuestra personalidad, de nuestra idiosincrasia, de nuestra pluralidad como mujeres. No somos clones. Las mujeres podemos ser un grupo, vale, pero dentro de ese grupo hay muchas diferencias entre nosotras.

Sostiene que no tiene sentido hablar de patriarcado en el siglo XXI, que el patriarcado es un viejo fantasma. ¿Me lo explica?

Comparto opinión con Camille Paglia: hablar de patriarcado en occidente es algo que ahora mismo es insostenible. No podemos comparar a las mujeres en España con las mujeres en Irán. Además, sería como negar o despreciar todo lo que hemos conseguido en democracia: las leyes, los derechos, la participación de las mujeres en muchos estadios sociales que antes eran impensables… Por supuesto, todavía queda mucho por avanzar: hay mujeres que tienen dificultades en sus trabajos para obtener puestos de poder, para ser valoradas, para entrar en el Tribunal Supremo, en la Real Academia. Pero tampoco pienso que paridad signifique igualdad. La paridad tiene que ser una opción, algo abierto, y la igualdad es algo que pueden hacer tanto mujeres como hombres. Por eso me escama un poco que ahora mismo se piense que en el Ministerio de Igualdad, por ser todas mujeres, nos va a ir mejor. Yo me planteo: ¿de verdad no hay hombres comprometidos con la igualdad en dos partidos políticos como el PSOE y Podemos, que con tanta fuerza han cogido esa bandera de la igualdad? No me lo creo.

Una de las “provocaciones” que se permite en su libro es decir que igual que hay puestos en los que se está privilegiando la contratación de mujeres, también debería incentivarse la contratación de hombres en aquellas profesiones fuertemente feminizadas, como por ejemplo la de maestro.

A mí la verdad es que no me gusta mucho el sistema de cuotas. Tiene beneficios, pero también puede haber un efecto negativo. Las cuotas pueden ser una opción dentro de las medidas a favor de la igualdad, pero para mí no es la mejor opción, tienen luces y sombras. Pero la igualdad no puede ser solamente para las mujeres, como ahora se dice mucho en redes sociales y en tertulias, donde se afirma que el sujeto del feminismo son las mujeres. Yo no lo veo así. Yo reivindico que el sujeto del feminismo es la ciudadanía, porque el feminismo es un movimiento y una filosofía sumamente transformadora para todas las personas que componemos el mundo. El feminismo no es un complemento que te compras en una sección solamente para mujeres, el feminismo es para toda la ciudadanía.

Se queja de que el feminismo actual que se ha impuesto, y que usted asegura que es el feminismo radical y cultural, ha convertido a las mujeres en víctimas. ¿Qué quiere decir?

El feminismo radical y el feminismo cultural vienen de lo que yo llamo la tradición de género. En España, las grandes vacas sagradas del feminismo y lo que generalmente se mueve en medios de comunicación, bebe de esa tradición, de esas dos corrientes, y destaca la victimización. Y cuando se ahonda tanto en la victimización, nos olvidamos de algo tan importante como es la autodeterminación de las mujeres, como es la capacidad de decisión de las mujeres, la capacidad de resiliencia, de superar, de afrontar un trauma. Y, en ese sentido, perdemos todo. Tampoco creo que se nos tenga que vender la imagen de las mujeres como que somos absolutamente fuertes, que podemos con todo. No. Creo que tiene que existir una imagen mucho más realista y plural de las mujeres. Yo no pienso que la mujer que vende la fruta en la tienda de tu barrio crea que es una víctima. Ni tampoco pienso que la alumna del instituto se vea como una víctima. Esos discursos victimistas creo que al final hacen que muchas no se identifiquen con el feminismo como movimiento, aunque sí con las ideas de igualdad. No sienten que muchas feministas de esa tradición las representen, no empatizan con ellas.

Hablando de victimismo: a usted muchas feministas le reprochan haber sufrido una violación y proclamar que lo ha superado, negándose a ser víctima…

Yo no creo que todas las personas tengan que optar por mi vía, no creo que puedan superarlo como lo he superado yo. Yo tuve un acompañamiento psicológico y lo pude gestionar y superar bien. Tuve mis momentos traumáticos, pero he podido tener una vida después absolutamente normal, una vida sexual satisfactoria, salir y pasármelo bien. Y esto ofende a mucha gente, que considera que tienes que vivir esto como algo traumático, algo que determina toda tu vida. Yo no es algo que haya olvidado, pero no voy a permitir que eso vaya a definir mi historia.

¿El feminismo radical ignora las diferencias biológicas y psicológicas entre hombres y mujeres?

Depende. El feminismo de género es muy esencialista. Cree en las mujeres sensibles, suaves, paz, amor y que abrazan a los árboles, mientras que los hombres son fuertes, destructivos, tienen una potencia sexual incontrolable y en lugar de cuidar los árboles los destruyen, devastan el medio ambiente. Pero esas diferenciaciones no tienen un sustrato, una sustancia empírica. Se basan en percepciones, pero no en algo medible. Además el feminismo radical tampoco nos abre un camino, tampoco nos muestra qué hacer con eso. Tanto el feminismo radical como el cultural concluyen que una de las opciones para que las mujeres estén seguras y protegidas es el lesbianismo político, bastante defendido por la actual directora del Instituto de la Mujer.

¿Qué es el lesbianismo político?

El lesbianismo político consiste en que renuncies a tus preferencias sexuales, que amordaces tu orientación sexual y que te relaciones con mujeres, que construyas tu vida con mujeres, porque así vas a estar en un espacio mucho más seguro. Es llevar el concepto de hermandad al extremo, hasta el punto que no puedes decidir sobre tus relaciones sexuales ni sobre tus preferencias. Hemos pasado de la imposición de la heterosexualidad en los años 40 y 50 a la imposición en ámbitos feministas del lesbianismo político.

El feminismo, el “feminismo pop” como lo califica usted, ¿se ha convertido en un recurso de márketing?

Sí, se ha convertido en un objeto de comercio. Y en una moda bastante pasajera, porque al final lo que vemos es que ahora mismo todo el mundo puede ser feminista. Y yo entiendo que todo el mundo esté o quiera estar a favor de la igualdad, y que piense que estar a favor de la igualdad se traduzca en ser feminista. Pero creo que no es justo que figuras que jamás han profundizado en el feminismo y que no tienen mucha trayectoria las adoptemos como referentes. Es muy importante saber elegir a nuestros ídolos, porque se pueden convertir en el becerro de oro.

Decía antes que el feminismo radical victimiza a las mujeres. ¿Y cree que criminaliza a los hombres?

Sí, totalmente. Son las dos caras de una misma moneda. Nosotras pagamos el peaje de la victimización y ellos pagan el peaje de la criminalización, la persecución e incluso de la censura. Yo puedo decir que no estoy de acuerdo con el feminismo, y no estar de acuerdo con este feminismo hegemónico no me hace ni mejor ni peor feminista, simplemente abre otro cajón. Pero a ellos muchas veces ni siquiera se les permite expresar cómo se sienten, muchas veces se les desprecia, se les insulta, se les pone el sambenito de machistas. Cualquier frase dicha por un hombre que pueda contradecir al feminismo hegemónico hace que ese hombre sea tachado de machista. Yo a veces me asusto, porque al fin y al cabo el origen del feminismo se encuentra sumamente ligado al liberalismo, al liberalismo clásico, sobre todo a Mary Wollstonecraft, a Olympe de Gouges, Stuart Mill… El feminismo viene de ese sustrato filosófico-liberal que ha defendido la libertad de las mujeres para la educación, la libertad de expresión, el desarrollo del potencial humano, el progreso de las sociedades… Y ahora estamos en un punto donde a un hombre no se le permite hablar. Y si habla, se señala. Todos esos valores originarios se están perdiendo a favor de un código de conducta. Se obliga a los hombres a ser de un determinado modo porque si no se les señala. Y luego están todos esos hombres, por los que siento un poco de compasión, que dicen cosas como: “Hemos matado a 48 mujeres”. ¿¿¿Hemos??? O: “Yo no puedo ser feminista, tengo que ser aliado”. Ese código de conducta viene del miedo, del miedo a ser señalado, a ser puesto en el saco de los otros, de los hombres malos. Se fuerza a los hombres a inhibir totalmente sus necesidades, sus opiniones y, al fin y al cabo, su propia integridad.

Cada año en España se suicidan unas 3.600 personas, la mayoría hombres. Usted llega a preguntarse por qué escasean los recursos de prevención para los suicidios de varones cuando son muy superiores a los asesinatos de mujeres por violencia de género. Pero hay una gran diferencia: los hombres se suicidan voluntariamente y a las mujeres las matan.

Sí, pero cuando vemos que hay una tasa tan alta de suicidio masculino podemos explorar la hipótesis de que algo tiene que ver con el género. Igual que si hablamos de mujeres asesinadas algo tiene que ver con el género, en el caso de los suicidios masculinos creo que la pista tiene también que ver con el género. Para prevenir los suicidios lo que la psicología apunta es la incorporación de la educación emocional. Y eso me parece importante, porque dentro de todos estos eslóganes que nos manda el gobierno -“políticas feministas”, “gobierno feminista”, “educación feminista”- habría que afinar lo que es feminista y la educación emocional puede ser una propuesta interesante.

Usted sostiene, con cifras en la mano, que desde la entrada en vigor de la Ley de Violencia de Género el número de asesinatos de mujeres prácticamente no ha variado. Y propone que se empiece a trabajar de manera seria y rutinaria en la reinserción de maltratadores, algo a lo que el feminismo tradicional radical se opone absolutamente. ¿Por qué se opone el feminismo a la reinserción de los maltratadores y por qué lo defiende usted? 

Yo creo que se oponen por suma ignorancia, porque al final son presas de aquello que desconocen, porque cuando sólo sabes dogmas no quieres conocer lo que hay más allá de tu catecismo. A mí la reinserción, la reeducación, me parecen sumamente importantes. Ahí están por ejemplo los programas PRIA-MA y PRIA (programa que se realiza con aquellos condenados que tienen que realizar un programa frente a la violencia de género como medida penal alternativa), que se realizan en una asociación, Preven3, de la que soy socia. Y no creo que sea muy habitual que una feminista sea miembro de una asociación de maltratadores, a mucha gente le estallará la cabeza porque yo sea presidenta de una asociación feminista y a la vez miembro de otra asociación que busca reinsertar y reeducar a aquellos que han cometido un delito. Y eso ofende al dogma feminista, porque no están preparadas para explorar otros puntos de vista en una situación donde no hemos conseguido disminuir el número de víctimas.

¿Y no se podría lograr eso con el endurecimiento de las penas, como proponen las feministas?

Es curioso que en ese punto las feministas radicales coincidan con las reivindicaciones que vienen también de la de la ultraderecha, y es algo totalmente tramposo. No hay una correlación entre penas más altas y disminución de los delitos. Quizás sí que se puede estudiar que haya un cumplimiento íntegro de las penas, eso sí que me parece importante. Y también me parece muy importante invertir en las instituciones penitenciarias para que haya muchos más profesionales que puedan desarrollar esos programas de reeducación, porque muchas veces lo que no tenemos son profesionales.

Risaralda 54 años – Nos Vemos en mi Pueblo: La Virginia y Mistrató

0

La música de carrilera y el paisaje de montaña en su amplia paleta de verdes, son parte de los elementos que nos caracterizan a los risaraldenses. Vamos a recorrer hoy algunos rincones de los municipios de La Virginia y de Guática a través de las crónicas de Gustavo Colorado, para celebrar 54 años de fundación administrativa del departamento de Risaralda.

La Virginia:

mitos y realidades de Nigricia y Sopinga: Anclado en La Virginia, donde hoy lo honran con una estatua erigida en el parque principal, El caballero Gaucho supo como nadie expresar el sentido profundo de la denominada Música de carrileraEn sus tonadas se recrea una épica de comerciantes ávidos y de hembras indómitas. De antiguos cimarrones y de colonizadores que dejaron sus tierras y partieron en busca de una aventura con nombre propio: La Virginia. Texto completo

Mistrató:

la danza de las loras: Tanto los indígenas como los colonos se acostumbraron a iniciar la jornada diaria con la algarabía de miles de loras que encuentran su alimento en los árboles de estos bosques que se conectan a través de cientos de trochas con las selvas del Chocó profundo, donde se dan las riquezas y las serpientes por igual. Texto completo

Entradas recientes ↓