domingo, diciembre 14, 2025
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Laguna del Otún, un embalse natural sobre las nubes

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La Laguna del Otún, un fantástico embalse natural ubicado a 3.950 msnm. Su belleza paisajística es sorprendente, ideal para los aventureros y amantes de la naturaleza.


 

INFORMACIÓN Y DATOS TURÍSTICOS DEL LUGAR

Lugar: Laguna del Otún

Altura: 3.950 metros sobre el nivel del mar

Clima: Frío

Ecosistema: Páramo

Temperatura promedio: 10°C

Ubicación: Parque Nacional Natural Los Nevados – Pereira, Risaralda.

 

La Laguna del Otún, enmarcada dentro del Parque Nacional Natural Los Nevados, es una de las fuentes hídricas más importante de la región eje cafetero, y hoy por hoy, uno de los más hermosos destinos preferidos por los aventureros y amantes de la naturaleza.

Existen varias formas para llegar hasta este embalse natural:

  1. Desde Pereira, por la vía que del corregimiento La Florida conduce hasta el Cedral, lugar en el que acaba el camino carreteable y a partir de allí cerca de 10 horas caminando hasta la Laguna. Este recorrido, a realizarse por lo menos en tres días, presenta un ascenso muy difícil y requiere gran estado físico y destreza técnica por la rudeza del terreno.
  2. Desde Santa Rosa de Cabal, en jeep o vehículo 4×4 (aproximadamente 3 horas y media), por la vía que va a termales San Vicente, hasta llegar a Potosí, lugar donde se encuentra la cabaña de los guardaparques.
  3. Desde Manizales, por la vía que de Villa María va hasta el sitio conocido como ” La Telaraña”, punto estratégico donde se encuentra con la vía que viene de Santa Rosa de Cabal, y que de allí igualmente conduce hasta Potosí.

 

Un funcionario de Parques Naturales estará esperando en Potosí (sector de Campoalegre) para llevar el control de los visitantes y dar las indicaciones para el ingreso a la laguna. Desde allí hasta el lugar llamado “La Asomadera” (lugar a 4.150 m.s.n.m. donde se avista el embalse) se realiza un recorrido de aproximadamente 2 horas y media.

Preparamos la siguiente galería fotográfica de un recorrido realizado por la encantadora y mágica Laguna del Otún. Y recuerden, vayan a donde vayan, la mejor forma de disfrutar los destinos es cuidando el entorno, respetando la naturaleza, la cultura, y a sus anfitriones.

 

Galería de fotos del lugar

 

Los debates de la inteligencia

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Lo que pone de presente en el mal periodismo, es que cuando la mediocridad pretende igualarnos por lo bajo, es imposible pensar en un debate de ideas porque ya no hay ideas, porque el papel crítico de los intelectuales se redujo a callar ante las nuevas violencias, a consentir lo peor, o sea a eludir la verdad.


 

He leído en estos días con entusiasmo un libro de Jean Daniel, el inmenso periodista amigo de Camus, sobre quien escribió una biografía esencial en la cual recupera para siempre la dimensión de un pensador que nunca claudicó ante los chantajes de los totalitarismos.

Y este libro de memorias “Los míos” es un esclarecedor análisis de lo que supuso su amistad con quienes debieron afrontar con valentía las turbulencias creadas por los enemigos de la libertad en su intento de borrar la cultura occidental: el nazismo, la amenaza de ese espejismo que para muchos intelectuales supuso el comunismo aparte de ese acontecimiento crucial que dividió a los franceses, la guerra de Argelia.

Lo que Daniel desvela a través de la cautivante claridad de su estilo es el hecho de que sin debates a fondo, sin intercambios, a veces feroces, de diferentes puntos de vista, no hay posibilidad alguna de que se arroje luz sobre encrucijadas tan terribles que terminaron en muchos casos por destruir la misma amistad.

 

Libro “Los míos” de Jean Daniel. Imagen extraída de Pinterest

 

Todo esto sirvió para tener que reconocer que después de la guerra del 14 una idea de Europa se había hundido para siempre y era necesaria la recuperación de los valores espirituales de la tradición.

¿Desilusión o nihilismo?

O sea, amargura y decepción a nivel personal o el precipitarse en un hueco sin fondo.

Cuestionamientos que se formularon quienes detectaron la hecatombe que supuso la derrota de la razón, que vivió el ciudadano común pero que la hipócrita burocracia política descaradamente pretendió ignorar.

Daniel describe por boca de sus protagonistas el enfrentamiento a estas situaciones donde la defensa de la cultura contra el terror los lleva a una emocionante ejemplaridad.

Francois Mauriac a quien califica como el mejor polemista francés.

Malraux y su apasionada defensa de lo que representa De Gaulle ante la amenaza de los populismos.

Sartre y sus terribles contradicciones vitales; Maurice Clavel, todo en el marco de los inolvidables debates políticos donde el magisterio de grandes polemistas como Zola se renovó a través de la columna periodística en revistas como “L´Express” o “Le Nouvel Observateur”, “Preuves” periódicos como “Combat”, – publicaciones que fueron definitivas en mi formación política – .

 

André Malraux, Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Michel Foucault, Octavio Paz, Aleksandr Solzhenitsyn, Lévi-Strauss y Jorge Semprún. Imagen extraída de la revista digital El Cultural.

 

Daniel describe con certera finura e ironía la presencia viva de ese ramillete de grandes escritores, historiadores, para los cuales la tarea de la crítica se convirtió en el ejercicio de su libertad interior, como Francois Furet, el gran historiador lo hace en su análisis sobre la Revolución francesa y sobre la desilusión frente a su militancia comunista.

¿Qué es  lo que se revoluciona, porque se han dado revoluciones que no son las políticas?

Raymond Aron cuyo pensamiento ilumina hoy lo que puede ser el desarrollo de una sociedad sin recurrir al miedo se erige como un pensador necesario.

Análisis de las ideologías políticas pero ante todo y sobre todo condena del sufrimiento humano en nombre de dañinas demagogias donde la libertad fue suplantada por la farsa de las “identidades”,  lo que desde la perspectiva de las manipulaciones mediáticas de hoy sobre la verdad y sobre la tarea del intelectual, nos recuerda que el sofisma de que ya no es necesaria la inteligencia en la tarea de pensar un futuro inmediato.

Lo que pone de presente en el mal periodismo, es que cuando la mediocridad pretende igualarnos por lo bajo, es imposible pensar en un debate de ideas porque ya no hay ideas, porque el papel crítico de los intelectuales se redujo a callar ante las nuevas violencias, a consentir lo peor, o sea a eludir la verdad.

 

Otros infiernos

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Reseña del libro “El cuento de la criada”, un relato que transcurre en un territorio de sombras: nada hay claro en el infierno.


 

Información Bibliográfica del libro

Título: El cuento de la criada

Autor: Margaret Atwood

Género: Novela

Tema: Distopía

Año: 1985

Págs: 412

 

Tal como lo conocemos, el mundo es en sí mismo una distopía: una sumatoria de lo no deseable.

Por eso, las distopías literarias lo son por partida doble: obras como 1984 o Fahrenheit 451 proponen universos cuyas dimensiones cobran siempre la forma de una pesadilla donde los hombres devienen forjadores de infiernos.

El cuento de la criada, la novela de la canadiense Margaret Atwood, pertenece a esa categoría.

Los Estados Unidos de América y las instituciones que le dieron sentido se han disuelto en medio de una de esas sacudidas de la historia que no dejan, como suele decirse,” piedra sobre piedra”.

En su lugar ha surgido Gilead, una teocracia en la que cada uno de los actos humanos es controlado con monomaníaca puntillosidad.

Corre el mes de junio de 2195. En la universidad de Denay, Nunavit, se adelanta el Duodécimo Simposio de Estudios Gileadianos. En una de las sesiones, el profesor James Darcy Piexioto deja caer sobre el auditorio un dato inquietante: la autenticidad de un manuscrito conocido bajo el título de El cuento de la criada, un brutal testimonio sobre las condiciones de vida de las mujeres en Gilead.

 

Escena de la serie “el cuento de la criada”. Imagen extraída de Esquire

 

En realidad, no se trata de un manuscrito. En un cajón abandonado por el ejército fueron encontrados treinta casetes en los que, disimuladas entre canciones de Elvis Presley, Boy GeorgeTwisted Sister fluyen las palabras de una mujer que da cuenta de su confinamiento en un lugar que funciona a partes iguales como cárcel y como centro de lavado de cerebro, o de reeducación, como les gusta decir a los campeones de la corrección política.

De modo que estamos ante una difícil transcripción, con todos los riesgos que eso implica. Si se quiere, El cuento de la criada es un palimpsesto, en el que los lectores deben arreglárselas para discernir el testimonio que palpita entre la música, las letras de las canciones y el relato propiamente dicho.

Para empezar, lo narrado por la autora puede haber sucedido entre los años cincuenta del siglo veinte, durante el inicio del reinado de Elvis Presley, o en los sofisticados ochentas, cuando la ambigüedad sexual de Boy George y los Twisted Sister hacían de las suyas en los videos de MTV.

El relato, entonces, transcurre en un territorio de sombras: nada hay claro en el infierno.

La narradora misma vive en una frontera donde la humillación es parte de una doctrina que apunta todo el tiempo a la degradación del ser.

 

Escena de la serie “el cuento de la criada”. Imagen extraída de Esquire

 

En Gilead, las mujeres son apenas vientres para la reproducción. El resto es miedo, sangre, penumbras, como nos lo hace saber la narradora en la página 359 del libro:

“Lamento que en esta historia haya tanto dolor. Y lamento que sea en fragmentos, como alguien sorprendido entre dos fuegos o descuartizado por fuerza. Pero no puedo hacer nada para cambiarlo.

“También he intentado mostrar algunas de las cosas buenas, por ejemplo, las flores, porque ¿a dónde habríamos llegado sin ellas?”

En Gilead las cosas buenas son apenas una reminiscencia. Un eco de mundos remotos y perdidos.

La realidad es una sociedad donde la infamia es reproducida y prolongada a través de una estructura de castas cuyo único propósito es atizar el descenso a través de las distintas escalas de la degradación: ojos que vigilan, tías que controlan, criadas que deben prestar sus vientres para garantizar la reproducción, comandantes esclavizadores y esclavos a la vez, como ha sucedido siempre a lo largo de la historia.

La narradora lo evoca de esta manera:

“O recordarías historias que habías leído en los periódicos sobre mujeres que habían aparecido- a menudo eran mujeres, pero a veces también hombres, o niños, lo cual es terrible- en zanjas, o en bosques, o en neveras de habitaciones alquiladas o abandonadas, con la ropa puesta o no, vejadas sexualmente o no; asesinadas, en cualquier caso. Había lugares por los que no querías caminar, precauciones que tomabas y que guardaban relación con las cerraduras de ventanas y puertas, con el hecho de echar las cortinas y dejar las luces encendidas. Cada uno de estos actos era una especie de plegaria; esperabas que te salvara. Y en gran medida lo hacían. O si no eran ellos debía de ser otra cosa; podrías asegurarlo por el hecho de que aún estabas viva.”

Estar vivo, sentir que la sangre palpita en las sienes constituye en todos los casos el único anhelo de los hombres y mujeres que surcan las cuatrocientas doce páginas de esta novela. De este descenso a los infiernos que, en últimas, alimenta el decurso de toda distopía.

 

Escena de la serie “el cuento de la criada”. Imagen extraída de Esquire

 

Aunque a veces, en las frecuentes noches de desvelo, los deseos van un poco más allá:

“Aparto la sábana y me levanto con cautela; voy hasta la ventana, descalza para no hacer ruido, igual que un niño; quiero mirar. El cielo está claro, aunque la luz de los reflectores no permite verlo bien; pero en él flota la luna, una luna anhelante, el fragmento de una antigua roca, una diosa, un destello. La luna es una piedra y el cielo está lleno de armas mortales, pero qué hermoso es de todas formas, por Dios.

“Me muero por tener a Luke a mi lado. Deseo que alguien me abrace y pronuncie mi nombre. Quiero que me valoren como nadie lo hace, quiero ser algo más que valiosa. Repito mi antiguo nombre, me recuero a mí misma lo que hacía antes, y cómo me veían los demás.

“Quiero robar algo.”

Recuperar el antiguo nombre. La identidad como mujer y como perteneciente a la dimensión de lo humano: he ahí el sentido de El cuento de la criada. Una parábola sobre el tránsito de hombres y mujeres por los círculos del infierno en busca de la redención.

 

Geopolítica de las 3 “B”

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Transformación de las 3 “B”: de lo bueno, lo bonito y barato, al buey, la biblia y la bala


 

  1. Los precedentes y las falsas analogías:

Desde el primero de Enero el hecho político regional más importante es la entrada en funciones del nuevo presidente de Brasil Jair Bolsonaro, quien con su retórica incendiaria contra los negros, los gays, los indios, las mujeres y los derechos civiles consagra este viraje a la derecha que desde hace 5 años se consolida como el horizonte político de la América Latina.

Pese a ello, nuestra geopolítica regional tiene unos pesos y contrapesos muy interesantes, especialmente por lo que se puede esperar del otro gigante latino: México, en manos del social-demócrata de izquierda López Obrador, en quien se pueden encarnar dos agendas fundamentales: la primera, el combate contra un narcotráfico que muestra su peor rostro: desde El Salvador hasta la frontera mexicana, pasando por los endebles estados de Guatemala y Belice, en cuyas manos se encuentra la clave del manejo de una droga cuya cabeza está en EEUU, pero cuyos coletazos afectan tan seriamente a países como Bolivia, Perú, Brasil, Ecuador y Colombia.

Pero la otra agenda en la que se puede enclavar es en la resignificación de la izquierda  en una América que ha sufrido los golpes de Brasil y Ecuador, sin contar con el embate de Maduro, que, dicho sea de paso en el efecto del presente artículo, encarna una cuarta B: la del bruto.

 

Presidente de Venezuela Nicolás Maduro. Imagen extraída de Wikimedia Commons. Autor: Hugoshi

 

Pero regresando al tema de las derechas que derrapan bien sobre el escenario político latinoamericano, es necesario salir del fácil recurso retórico según el cual las presidencias de Ecuador, Brasil o Colombia son similares a la de Trump en Estados Unidos, especialmente por la macartización sistemática a todo lo que tenga tufillo de libre-pensamiento, humee aires gays o sostenga diferencias que huelan a marihuana o a los sudores indígenas.

Si bien todos estos presidentes coinciden en el recurso del enemigo, el pensamiento retardatario y la señalización tendenciosa del mal en todo aquel que no actúe en concordancia con  sus políticas económicas, al final  son claramente diferenciables, pese a que en todos ellos se aparque la sombra del nacionalismo como baluarte legitimador.

Trump es un  presidente sin mucho cálculo, cuya desgracia fue haber tenido como precedente a un geoestratega como Obama (quien, pese a todo, cometió dos errores geopolíticos inmensos con Irak, declarando la deuda odiosa, y con Rusia, que al alejarlo de la Unión Europea lo acercó a China).

Trump tiene dos cosas que son importantes de ver: fortalece al estado en intervenciones financieras (a lo que en América Latina le dicen muy sabrosamente “comunismo”), e intenta proteger a las industrias en el complejo panorama de las relaciones internacionales, especialmente con China.

 

Presidente de Estados Unidos Donald Trump. Imagen extraída de Flickr

 

Esto último ha sido particularmente complejo porque no toma en consideración que los aranceles al cobre, hierro y aluminio que vienen del país asiático aumentan el valor de los productos terminados que trabajan con estos materiales (Harley Davidson, por ejemplo, ha sacado un comunicado en el que informa que con las nuevas tarifas arancelarias cada moto tendrá un sobrecosto de entre 2.000 y 2.500 dólares, por solo mencionar un caso).

Las intenciones de Trump son buenas, y su efecto positivo se ha visto en el corto plazo, con algún repunte del empleo y fortalecimiento del dólar, pero cuyo coletazo se sentirá de manera especialmente dramática en el segundo semestre del 2019, que es cuando se empezarán a sentir los efectos de intercambios comerciales de petróleo con monedas distintas al dólar.

Cosa cuyo sólo intento le ha costado la guerra contra Irak y Libia, pero otra cosa es meterse con Arabia Saudí, y más cuando se habla que las monedas que le remplazarán serán el Yuan Chino y el Rubro ruso.

De tal suerte que la economía verá primero una inflación, que fácilmente transitará por un hiperinflación, y luego una deflación cuyas consecuencias aún resultarían imposibles de predecir, y que serán efecto de una disertación en otro documento.

 

  1. Transformación de las 3 “B”: de lo bueno, lo bonito y barato, al buey, la biblia y la bala:

La alineación a la derecha  en América Latina tiene que ver con un  fenómeno económicamente muy distinto, un efecto político que podríamos calificar como de las “3 B”: la política del Buey, de la Bíblia y de la bala.

La del buey, porque sus programas políticos no ojean siquiera la industria, por ejemplo Brasil, que en su momento llegó a competir seriamente con México en economía industrial y militar, hoy con Bolsonaro reorienta al gigante suramericano a una economía primaria en la que ha desbocado todas sus esperanzas, mientras las grandes, pero vulnerables industrias ven truncadas las posibilidades de apoyo estatal de un político que tiene visión de campesino.

 

Presidente de Brasil Jair Bolsonaro. Imagen extraída de Wikimedia Commons. Autor: Marcelo Camargo

 

De acuerdo a lo anterior, se trata de economías agrarias sin esperanzas de reformas profundas, orientadas especialmente al sector agro-industrial, en el que se puede considerar el efecto económico en las clases más bajas que pueden subir de la terrible pobreza extrema a la muy eufemística pobreza.  Ralentiza el sector industrial al desconfiar de las relaciones internacionales.

Por lo demás, la potencia de la agroindustria define sus ganancias en dos sectores: en los dueños de las grandes extensiones de tierras, y en los campesinos que pierden su condición para trabajar como temporeros agrarios. La clase media, con este tipo de políticas, se descose progresivamente del horizonte económico de estos países.

La política del buey es la que mira la tierra sin ver al campesino, y disfraza la grosera riqueza de los terratenientes con el falso argumento de empleos que producen pobreza, desincentivan el consumo, y hacen dependientes a los países de los precios internacionales de los productos primarios, deshojando las industrias, aunque hacen guiños silenciosos a un sector financiero que ha aprendido nuevas técnicas de producir riqueza sin producir empleo.

La bancarización no se lleva mal con la política del buey.

 

Imagen extraída de Pixabay

 

La política de la bíblia tiene que ver con el ascenso de cristianismo y los movimientos evangélicos como fuerzas políticas visibles que se permiten millones de votos.

Trump, Uribe (digamos Duque) y Bolsonaro llegaron al poder por una fuerza común evangélico-cristiana que los aupó desde el comienzo.

Esto resulta peligroso, y sí es común a todos (no como en el caso económico, anteriormente analizado), pues gobernar con biblias en la mano, o con pastores que susurran al oído a dirigentes políticos puede ser el desafío más importante de los movimientos sociales y de las organizaciones por los derechos civiles, pues defienden a los negros que según la biblia deben ser esclavos naturales (Génesis. 9. 18-27), a los indígenas que según lo anterior, pero acompañado de la lectura eclesiástica de Aristóteles, tenían almas inferiores que debían ser “civilizadas” por la buena costumbre de azotar de los blancos, e iguala a las mujeres con una biblia que las señala por todas partes como la encarnación misma del demonio (Génesis 1. 26 y s.s, cartas de San Pedro y de San Pablo, etc).

Esta actitud pro-bíblica quiebra uno de los baluartes más importantes de las democracias modernas: la diferencia entre iglesia y estado, como aspecto estructural.  Como aspecto formal, va en contra de la independencia de las ramas judiciales de los respectivos países. La independencia del estado respecto a la iglesia se había dado como un hecho, y hoy su poder electoral nos demuestra, una vez más, que no existen hechos, sólo interpretaciones.

 

Imagen extraída de PxHere

 

La tercera “B” es la bala, siguiendo el principio del viejo Stalin según el cual “acabar al hombre era acabar el problema”, y los hombres se acaban por tortura, por simple desaparición, por el asesinato en sus múltiples formas.

Sinteticémoslo en la alegoría de la bala: la persecución a líderes sociales y la criminalización de todas aquellas visiones cuyo proyecto de país no se parezcan a las propias.

En cada país esta señalización ha tomado nombres propios: en unos les dicen comunistas, en otros terroristas, en otros “ellos”, y en otros sólo se señala a la persona, a la comunidad, y con ello manos asesinas decidirán qué trabajo se hará y qué castigo recibirán todos aquellos que no se acomoden a estos nuevos proyectos de nación.

A la alegoría de la bala le podría seguir la también muy peligrosa de la caverna, de gente que reencontrará en el escondite – igual que los antepasados de hace 50  años – la única forma de supervivencia.

En este sentido Colombia lleva una enorme delantera frente a los otros e inició su año nuevo, con varios líderes sociales menos, un muy madrugador primero de Enero.

 

Imagen extraída de Wikipedia.

 

Ellos son madrugadores en todo. Aquí es necesario señalar que los aparatos estatales han sido diseñados para estar por encima de sus presidentes, quienes los deben dirigir, pero no subordinar.

En el caso colombiano es difícil desvincular la muerte de líderes sociales del aparato estatal, ya que ha tenido una vigorosa tradición robustecida por generadores de opinión que van desde las telenovelas, los noticieros y los senadores, que descaradamente insinúan esas muertes como “conflicto de faldas”, y es que la estructura institucional de Colombia es una de las más débiles de las democracias americanas.

En los otros países hay tradiciones estatales mucho más fuertes, mucho más consolidadas, posiblemente por el peso que en ellos han tenido las dictaduras militares, cuyos lujos Colombia solo ha podido saborear en dosis homeopáticas.

Pero ello no impide que sus particulares gobernantes encuentren la manera de legitimar los desmanes causados contra aquellos a quienes criminalizan en la palabra, como cuando Trump dice, a propósito de una marcha Skin-head en un estado sureño: “no podemos criminalizar el movimiento porque allí también hay gente honorable, trabajadora y buena”.

 

Skinheads. Imagen extraída de Wikimedia Commons. Autor: Andrew

 

Como si la gente buena, a lo largo de la historia, haya estado exenta de culpa de los peores horrores conocidos. Acá no se trata de un desconocimiento de la antropología histórica, tanto como un argumento que legitima estas fuerzas que se sienten cada vez menos reprimidas por parte de gobernantes que miran con silencioso beneplácito las prácticas que abiertamente no pueden aplaudir.

Lástima que la gente de la biblia sólo la pueda leer según el prejuicio que se quiera defender. Ya llegarán las generaciones que digan con ella, también, aunque del lado de la serpiente: “Eritis sicut Deux-es; scientes bonum et malum” (seréis como los dioses; conocedores del bien y del mal). (Gen; 3,5)

 

Acto en tres momentos

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Suficiente evidencia; es innecesario alargar un texto que francamente se dirige a ningún lado. Estoy igual que Alicia ante el gato de Cheshire. Lo que digo es que reconozco mi subjetividad para examinar el contenido de un material intelectual.


 

Texto por: Elbert Coes

 

Información Bibliográfica del libro

Título: Verde tierra calcinada

Autor: Juan Miguel Álvarez

Fotografía: Federico Ríos

Editorial: Rey Naranjo Editores

Año: 2018

 

Esta podría ser una reseña acerca de Verde tierra calcinada. En realidad es un manifiesto. ¿De qué? ¿Literario? ¿Emocional? Juzgue usted que lee y júzgueme a mí si le apetece. Al final de cuentas los juicios no alimentan ni visten. Son juicios y eso es todo. Y ya que conozco algo de judiciales, diré con certeza que una condena literaria es tan insulsa como una condena jurídica. Vanidad, dijo el predicador, es todo vanidad. Esta reseña es un acto personal, en especial sobre mis preferencias literarias.

La siguiente elipsis, que me tomará un párrafo —ojalá fuera menos— tiene un firme propósito. Verde tierra calcinada es un libro que aborda de manera geopolítica la historia de los últimos años de la violencia interna de este país, saltando de un testimonio a otro, en efecto creíbles, mientras unos intentan hacer la paz y otros no tanto. A favor: ritmo, estilo, idoneidad y cuerpo —soy de los que aprecia más el contenido de un libro cuanto más bello es físicamente—. Intento ser honesto, porque, como dije al principio, esta reseña es sobre mí. En contra: sobran descripciones al tratarse de una crónica; se detiene en paisajes y caracteres que calan mejor en la literatura de ficción.

Encuentro atractiva la crónica. Nadie que ame la literatura la desdeña, y en mi caso, que a veces soy más predicador que escritor, me he puesto por imperativo estudiarla. Verde tierra calcinada es un trabajo bien cuidado en términos estéticos y editoriales. Lo leí para presentarlo junto a su autor, Juan Miguel Álvarez, en la Feria del libro de Santa Rosa de Cabal, razón por la cual determino ambos momentos como un único acto.

A este incluiré la reseña en curso. Sin la presentación no lo habría leído —al menos no en ese momento— y sin dicha presentación no habría escrito esta reseña —al menos no en este tono.

Haría algunas comparaciones para evaluarlo. No soy superior a un libro, pero puedo evaluarlo. Es la palabra que usé; el verbo sería Evaluar, que deriva de Valorar —La E es el prefijo de la composición morfológica—. Valorar: estimar o apreciar el valor de algo. Porque tengo criterio y lectura, lectura de la que a menudo me jacto. Haría algunas comparaciones, pero creo en el karma y prefiero mantener distante al diablo.

He leído, como abogado y escritor pretencioso, algunos libros de corte bélico, unos cuantos del conflicto que a menudo ha azotado a este país, y diré, por supuesto, que en cuanto a datos estadísticos, Verde tierra calcinada se destaca poco. Caí en la tentación y ahora debo ofrecer un argumento.

Un ejemplo cercano es Seguridad y justicia en tiempos de paz de Ariel Ávila, que está lejos de ser literatura, pero informa con suficiente precisión. Debería detenerme, porque aunque esta reseña parece de Verde tierra calcinada la escribo para hablar de mis preferencias literarias.

Para ser franco, esta reseña es el Virgilio que me permite recorrer el Infierno. Porque si Verde tierra calcinada no ofrece datos estadísticos ni la estética y la exigencia mental que sí encuentro en Shakespeare, Dante o Milton y apuesto por ella, eso sería traicionarme en el acto.

(En este paréntesis diré que uno debería abordar un libro referenciado por otro lector asiduo, pero una relectura de dicho libro es la mejor manera de manifestar qué tan hondo nos ha calado).

Prosigo. Estaba pensando en García Márquez, un cronista que se puso en el mapamundi gracias a su extrapolación literaria de la realidad, y no precisamente por su crónica —ya percibo el aullido de los gaboistas—. Por supuesto hay grandes cronistas como Martín Caparrós o Martin Sieff. Pero repito, no hablo de Verde tierra calcinada, hablo particularmente de mis gustos. Y entre ellos, me decanto fervoroso por la ficción, en especial por el cuento.

Ahora expondré la razón por la cual escribí este manifiesto que aparenta ser reseña. He dicho que en mi fuero consciente la lectura, la presentación del libro y la escritura de esta a-reseña son un único fenómeno. Pese a que el desarrollo de cada uno de sus tres actos se da en momentos distintos, ninguno se habría desarrollado sin aquel que le precede. A excepción del primero, que tiene que ver más con el ego y el hecho de ser un lector pretencioso.

Dos lecciones aprendí de este acto en tres momentos. El primero tiene que ver con reconocer mis gustos literarios; ya lo dije: admitir de una vez por todas mi preferencia por la narrativa de ficción. Esto está lejos de ser displicencia ante nuestras realidades. Dante, un genio por encima de toda duda razonable, escribió La Comedia sin juzgar que Eneas se hallaba en el mismo círculo de Sócrates, y que a propósito, es el compositor de La Eneida quien acompaña a Dante en el viaje “permitido por la Providencia”.

Suficiente evidencia; es innecesario alargar un texto que francamente se dirige a ningún lado. Estoy igual que Alicia ante el gato de Cheshire. Lo que digo es que reconozco mi subjetividad para examinar el contenido de un material intelectual. Que nadie se tome este texto en serio, lo he escrito para cumplirme a mí mismo, y por la misma razón he optado por un tono sardónico y despreocupado.

No puedo hablar de Verde tierra calcinada con la misma pasión con que me expreso sobre La historia más maravillosa del mundo o La dificultad de cruzar un campo o Enoch Soames. Lo hago quizá como si hablara de Alice Munro o Enrique Vilas Mata, excelentes autores que no releo.

La segunda lección es tan personal como la primera. A esta altura el lector debe haber comprendido que esta no es una reseña sobre Verde tierra calcinada, así que puede abandonar si lo desea. Tampoco es que quede mucho por decir.

Segunda lección: No todo tesoro esconde oro en su interior. Amar la literatura debe ser un acto lógico y también un acto de amor propio. Uno debe elegirse primero y después al otro, a menos claro que se tenga una vocación altruista, y nadie que se dedique a esto la tiene, ni siquiera yo que soy medio predicador.

Amar la literatura significa escribir los libros que quiero leer, leer los libros que me seducen y también asistir a los eventos literarios que me entusiasman. Adoro esta expresión que conocí en un ambiente religioso: «ser digno», que no se usa en el mismo contexto que la palabra dignidad. Y la segunda conduce inevitablemente a la primera. Uno debe ser digno de ciertas circunstancias literarias y ciertas circunstancias deben ser dignas de uno. Es así como se conoce y se reconoce la dignidad.

Advertí que esta no era una reseña de Verde tierra calcinada sino un manifiesto personal. Temo acaso que eso sea todo lo que haya que decir de mí y de mis preferencias. En cuanto al acto en tres momentos —lectura, presentación y reseña—, me recuerda lo que dice un escritor de la ciudad por quien siento aprecio: uno debería pedir al menos los «pasajes» para asistir como ponente a cualquier evento literario. Por último, hay muy poco tiempo de vida para leer libros aburridos y releer libros que agostan. Sin embargo, usted lea y relea lo que le apetezca.

 

Texto por: Elbert Coes

 

Barquitos de papel que se hunden en el mar – Breve recuerdo: realidad intacta

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En esta ocasión presentamos dos textos de nuestra colaboradora Juliana González con su siempre mirada crítica y reflexiva. El primero sobre geopolítica y la situación actual de la migración en el mundo, y el segundo sobre violencia contra la mujer. Esperamos sea de interés y agrado para nuestros lectores.

Barquitos de papel que se hunden en el mar

Imagen extraída del blog de Juliana González

 

Desde que se puso en marcha el concepto de estado-nación, se aumentó la necesidad de tener un mayor control fronterizo. Es muy humano dividirse en castas, grupos sociales, pueblos, razas. Y aunque no es lo ideal, si es la norma.

Contrariando esa lógica, los estados-nación de Europa decidieron desdibujar -hasta cierto punto- sus fronteras internas en el denominado espacio Schengen. Así floreció la economía de bienes y servicios, los intercambios culturales. Esto último fortaleció la identidad europea de los ciudadanos.

Un oasis de privilegios es el continente europeo comparado con sus vecinos: África siempre saqueada, empobrecida y marcada por la desigualdad y la falta de oportunidades. Los Balcanes, aún en los últimos hervores de sus guerras secesionistas.

Un continente que florece y que se vuelve víctima de su riqueza. Ahora está prohibido rescatar humanos que flotan en el Mediterráneo por parte de embarcaciones humanitarias. Dicen los europeos que es para desincentivar el tráfico humano. Pero me parece más una derrota humana. Una de esas que valora la vida a partir  de la cuna. En unos países depende del dinero (y se llama clasismo), en otros del origen étnico (y se llama xenofobia o racismo).

Hay una deuda moral, económica y social con esos migrantes que arriesgan su vida por huir de guerras con armas que ellos no se inventaron, para apropiarse de recursos minerales de los que ellos no se benefician. Hay una deuda con los ahogados del Mediterráneo porque “no son nuestros”. Los capitanes de los barcos humanitarios son castigados, perseguidos y sus embarcaciones embargadas. Gente que sigue sus convicciones y que los mueve un altruismo en tiempos de egoísmo.

Los voluntarios de estas expediciones, los capitanes de las embarcaciones y las ONG que trabajan por impedir las muertes por ahogamiento en el mar de otros seres humanos deberían estar recibiendo apoyo y no ahogándose en problemas jurídicos.

 


 

Breve recuerdo: realidad intacta

Imagen extraída del blog de Juliana González. Fuente: AZquotes

 

Recuerdo que cuando iba a graduarme de la universidad mi profesor de pregrado, el que debía revisar mi informe de práctica, me recomendó que evitara meterme en las discusiones y los estudios de género. “Eso es una perdera de tiempo. La que quiere, puede, Juliana”. “Seguro que la que quiere puede, si la dejan”, le refuté yo en esa época.

Cinco años de carrera universitaria se terminarían entre las dudas de empezar una vida en el mundo de las comunicaciones o inclinarme por la sociología política.

Pero el tema de las mujeres lo llevo arrastrando conmigo desde esa época. Muchos años después me viene a la mente como un flash ese breve diálogo entre mi profesor y yo. Y muy a mi pesar constato una y otra vez que él sigue sin tener la razón. Qué es más fácil que a una mujer le claven una escoba y un delantal y que la amenacen física y psicológicamente.

Año 2018 y la violencia machista le cobra hasta la risa a mujeres guerreras de mi entorno. Año 2018 y un juez acusado de abusos sexuales obtiene un alto cargo vitalicio en Estados Unidos, país dirigido por un hombre con una estela de escándalos. Estertores de 2018 y en Brasil un misógino (entre otras perlas) se prepara para dirigir los destinos del país.

¿Moraleja? En política, pero tampoco en la vida cotidiana, la violencia contra las mujeres pasa la cuenta de cobro. Y honestamente el cobro celestial se me antoja demasiado lejano.

Querido profesor, ¿piensa usted aún que hay que darle la espalda a los temas de mujeres?

 

Nos Vemos en mi Pueblo

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ESPECIALES MULTIMEDIA

NOS VEMOS EN MI PUEBLO


 

Tenemos el gusto de presentarles los especiales multimedia “Nos Vemos en mi Pueblo”

Cargados de crónicas, videos, fotografías y testimonios, llevarán de la mano a los lectores en un recorrido por cada uno de los pueblos a través de su historia, sus dinámicas económicas, los atractivos turísticos, y las historias de la gentes. 

Los invitamos a conocer, entender y enamorarse de estos bellos y mágicos lugares:

 







 

El buscavidas del norte, el Hobo del sur

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«Cuando una sociedad tiene miedo a sus poetas se teme a sí misma»

Leonore Kandel


 

La presente reflexión aspira a develar la importancia del nadaísmo en la cultura colombiana y, asimismo, encontrar las posibles relaciones con otra importante manifestación cultural ―más prematura que el nadaísmo y, por algunos, difícilmente considerada como vanguardia―: la Generación Beat o la matriz de la contracultura norteamericana.

Para llegar a esas conclusiones es imperativo dilucidar quiénes eran, qué representaban y qué pretendían dichas corrientes literarias.

Se hace necesario entonces un recuento de los aconteceres de la época que involucren importantes características tanto sociales como literarias, toda vez que solo así pueden entenderse estos fenómenos que impactaron de manera tan profunda a la sociedad colombiana y norteamericana.

Es importante aclarar que, para interés de esta disertación, esos recuentos primarán sobre la trayectoria vital de los nadaístas y la relación que sostenían con su medio.

Entre los beat y los nadaístas medió el espacio, el tiempo, el idioma y la cultura, sin embargo hubo entre ellos intersecciones inevitables. El decenio de los sesenta una de éstas: década que recoge todo tipo de fenómenos que hicieron ebullición frente a diversos malestares sociales, políticos y espirituales,

En Europa y en América ocurrieron las mayores transformaciones, sendas generaciones no se mantuvieron por mucho desinteresadas ante los fenomenales sucesos que acaecían en sus distintas realidades: avances tecnológicos sin parangón, la puesta en marcha de la carrera espacial, la liberación sexual atizada por los métodos anticonceptivos, el rechazo casi unánime al intervencionismo norteamericano en los conflictos del sudeste asiático.

La liberación beat y nadaísta, en ambas orillas, permitió decir y hacer cosas que antes estaban al mismo nivel de un crimental orwelliano, es decir, sus respectivas sociedades  acusaban una fuerte sensibilidad por cualquier ejercicio intelectual o artístico que se pudiera salir del estado de control (estas manifestaciones culturales, se movían en la esfera de la escritura, la pintura, la música y la escultura; decididamente el enfoque beat y nadaísta cifró su ruptura en la producción literaria), valga observar dos ejemplos para entender esta idea:

En América, acampar se considera un deporte saludable para los Boy Scouts pero un crimen si se trata de hombres maduros que han hecho de ello su vocación […] En América pasas toda la noche en el calabozo si te encuentran vagabundeando sin un mínimo de dinero (hasta donde supe eran quince centavos, ¿cuánto será ahora? (Kerouac, 1960)

Aquél, un solo ejemplo del emprendimiento policivo norteamericano. El caso de Colombia no es en mucho diferente: una nación conservadora que tuvo predisposición a escandalizarse por minucias y a insensibilizarse y familiarizarse con la barbarie.

Recluir a rebeldes y disidentes, era lo usual en un medio donde tener cabello largo, vestir camisas rojas, o decir algunas palabras soeces en sociedad era considerado un crimen:

Motilar a la fuerza a los melenudos en los calabozos, acusados de atentar contra el orden social y las venerables “virtudes de la raza” […] La justicia, por falta de grandes causas que defender, estaba pendiente de un pelo, o de un kilo de pelo, da lo mismo. (Arango, 1993, pp: 126–137)

Diez años antes, los delitos de los beat se comprendían entre su liberación y orientación sexual, consumo y venta de alucinógenos, la confesa simpatía por la raza negra, entre otras cosas.  La transgresión norteamericana nacía en el seno de escritores que escribían en las cocinas de sus casas paternas, a la sombra de sus diligentes madres y al calor de las marmitas (Mcnayll, 1979).

Del lado colombiano se suscitó una mayor virulencia y compromiso por un cambio social y estado de ánimo cultural; la plantilla responsable de esta violación a la buena conducta estaba compuesta por singulares personalidades:

Jóvenes que desertarían de empleos y seminarios para solicitar su ingreso en la nueva religión. Jóvenes que en muchos casos habrían de conocer reformatorios y clínicas psiquiátricas en aras de su nueva fe […] Las drogas y los tímidos intentos de amor libre figuraban en el decálogo de estos rebeldes ahora con causa. (Cobo Borda, 1995)

 

Los subterráneos

La historia intensa de los beat, la antípoda del american way of life, se puede rastrear desde los primeros años e influencias de Jack Kerouac, entre la muerte de su reverenciado hermano Gerard, la adoración casi mariana de su madre, el alcoholismo de su padre y el crack del 29.

Pero para ser más justos, sería en la América inmersa en la recta final del conflicto bélico más portentoso de la Historia cuando se darían cita las primeras cabezas tutelares de uno de los grandes fenómenos culturales del siglo XX, y cuando la rueda del destino seguiría su curso hacia acontecimientos fatales que forjarían lealtades y nuevos visionarios a la luz mortecina de los bares donde galopaban las notas festivas de las Big Band y resonaban las tertulias de tópicos simbolistas, surrealistas, políticos y mundanos.

Sería entonces, en 1944, cuando Jack en el West End Café  conocería a Lucien Carr, «el hombre más bello» que hubiera visto entonces, el insospechado adonis homicida[1]. Una semana después de Lucien se les unen Allen Ginsberg, William S. Burroughs y el atormentado David Kammerer cargado de neurosis por los favores de Carr.


[1] David Kammerer de 33 años había dejado su puesto de profesor titular en San Luis (EE.UU) para seguir obsesivamente a Lucien Carr de 19 años. En el verano de 1944 los titulares de los periódicos neoyorquinos arderían con la noticia de los homicidas y prospectos de literatos, uno de los primeros titulares saldría en el Daily News. Carr apuñaló a Kammerer repetidas veces, tras una caminata nocturna en Riverside Park que terminaría en una disputa, y, creyendo que estaba muerto, amarró sus extremidades, llenó sus bolsillos de piedras y arrojó su cuerpo a las frías corrientes del Hudson. Fue un  publicitado “crimen por honor” que, de alguna manera, fue encubierto por Jack Kerouac y William S. Burroughs.


 

Nace entonces una historia de intensos pulsos emocionales, intelectuales y espirituales; las primeras páginas de una crónica de viajes, mística, decadencia, bencedrina en el café y jornadas maratónicas ante la máquina de escribir (Mcnally, 1979).

Pero aún no eran los beat, eran el cuarteto de la Nueva Visión —los mencionados exceptuando a David Kammerer—: una pequeña ruptura preconizada por Lucien Carr que simpatizaba con el misticismo de William Butler Yeats. Aún no habían sido bautizados con el remoquete de toda la vida; no eran los parias, los “comunistas”, o los implacables destructores de la moral, tal como los veía esa sociedad uniformada.

Es en el 48 cuando el banderazo de salida se da para la verdadera aventura beat: Jack ya había leído buena cantidad de literatura surrealista, había estado preso, probado las mieles del auto stop y el vagabundeo, había quedado huérfano de padre, había escrito su primera novela (The Town And The City) y había conocido la materialización del sueño americano: Neal Cassady, con el que realizó su primer gran viaje de costa a costa; Burroughs se aficionaba a la morfina, Ginsberg rompía relación con Carr quien ya había purgado su pequeña condena por el asesinato de David Kammerer, y la pandilla entera empezaba a deleitarse con el jazz de Charlie Parker y Thelonius Monk; al grupo se unía Carl Solomon (a quien Ginsberg dedicaría su Aullido), Herbert Huncke y John Clellon Holmes, estos dos de crucial importancia para publicitar la leyenda beat; faltarían dos años para que a bordo de un Hudson Hornet plateado del 49, Kerouac y Cassady iniciaran su segunda y mítica odisea por América y para la llegada de otras importantes personalidades beat: Corso, Snyder y Ferlinghetti (Mcnally, 1979).

Entretanto, ese mismo año del 48, en el país más septentrional de esa otra América, ultimaban al líder liberal Jorge Eliecer Gaitán. Pero los beat, ya en el camino de la gloria y la perversión, nada tenían que saber de ello.

Los beat, que se anticiparon una década al latido y al pulso del nadaísta, fueron los pioneros de la contracultura americana (Hugo Ball, Tristán Tzara, Jean Paul Sartre, Albert Camus y André Bretón en Europa ya habían abonado el camino en lo que respecta a la ruptura literaria y la transgresión social), aventajaban en esto a los nadaístas, de eso no hay sombra de duda.

Sus particulares búsquedas iban estrechamente ligadas a nuevas asunciones: un marcado interés por el misticismo oriental, una nueva perspectiva de la sexualidad humana, la experimentación con sustancias alucinógenas a tenor de la creación literaria y una abierta animadversión contra el statu quo o el componente axiológico imperante.

De esta escritura experimental y ampliamente estudiada nos queda, de lo muy prolijo de la obra de diversos autores beat, una triada que se constituye en baluarte de la tradición literaria norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, a saber, On The Road de Kerouac, Howl de Ginsberg y Naked Lunch de Burroughs.

Los beat eran hombres y mujeres, que en muchas de las estaciones de sus vidas no tuvieron ni para pagarse un tiquete de metro o un hot dog de cinco centavos, fueron los auténticos hobos y tramps[2] de su generación; pernoctaron en reformatorios, sanatorios, centros de  reclusión para adultos; vivieron de la caridad de sus propias madres y de las subvenciones estatales hasta que la fortuna empezó a sonreírles, para luego dilapidar su capital cuantas veces les fue posible (Mcnally, 1979). Con todo y ello, su legado es incontestable.


[1] Términos del inglés para referirse a personas que gustan de la vida al aire libre, vagabundeando y obteniendo uno que otro trabajo para su mera subsistencia.


 

Dignos de mención en cualquier historiografía literaria norteamericana, la Generación Beat es el hito cultural de posguerra, tan poderoso y seductor que dejó a su paso una fuerte conmoción en personajes como Bob Dylan, Lenny Bruce y Jim Morrison, por solo mencionar algunos.

 

El “inventico” de Gonzalo Arango

Adolescentes eran los nadaístas cuando estalló el grito de «¡Mataron a Gaitán!». Para entonces la Iglesia católica era la censora del material intelectual que se producía en Colombia y el que entraba de ultramar: lo que se leía y lo que no se leía pasaba por los ojos de avejentados arzobispos que nacieron en el siglo XIX y que reflexionaban como hombres del medioevo, contando siempre estas providenciales decisiones con la anuencia social y la descarada y deliberada aprobación del Estado (Alvarado Tenorio, 2014).

En el marco de este poco auspicioso panorama, un manifiesto fue el invento de Gonzalo Arango, un rebelde de estirpe nieztcheana que bajó de las altas entrañas de un pueblo llamado Andes a Medellín, en busca de camorra, fama y con el firme propósito de agitar algunas conciencias.

Vargas Vila, Henry Miller, Jean Paul Sartre, Tristán Tzara, André Bretón, Fernando Gonzáles, entre otros, fueron su verdadera escuela: la sensualidad, el existencialismo, el surrealismo, el viaje y el misticismo. «La Nada es el principio de todo» donde unos vates ungidos por la tradición peninsular  eran tardíos en entender los vientos de cambio que sacudían las estructuras de la poesía latinoamericana.

Con ese clima, el nadaísmo ofreció la posibilidad de un debate inédito en el marco de la literatura y la cultura colombiana. Gustavo Cobo Borda señala a Germán Arciniegas como uno  de los primeros en sentarse frente a una hoja en blanco y elaborar un juicio de valor sobre el fenómeno en ciernes:

Escribía en julio de 1958, en su columna de El Tiempo, luego de asistir a una reunión nadaísta en Medellín: El nadaísmo es un producto natural dirigido por analfabetas. Entre nosotros, es la consecuencia inmediata de las dictaduras. Por el momento me atrevería a definir el nadaísmo -y que los nadaístas me lo perdonen- como un movimiento de los que van en busca de algo. (Cobo Borda, 1995)

Aún sin ser muy halagüeño, este primer enjuiciamiento periodístico esboza la atención mediática que con rapidez se abate sobre el grupo. Pero el asunto no se queda allí: el filósofo colombiano Estanislao Zuleta, citado por Gustavo Cobo Borda en su historiografía poética, también se toma el trabajo de arrojar una primera impresión sobre el movimiento emergente:

Estanislao Zuleta, en La Calle, y también en julio de 1958, pronosticaba algunos de los riesgos que podrían correr: “Para creer ser el mal de la sociedad burguesa es necesario creer que ésta es el bien, de la misma manera que el sacrílego reconoce la religión cuando le da puñaladas a la hostia, porque nadie profana una galleta de soda. En resumen: uno cree descalificar al juez cuando en realidad le concede todo.

El nadaísmo pretende oponerse a la sociedad burguesa con los valores de la soledad, la intuición irracional, la arbitrariedad, la calavera y el ‘motilao’ (cortarse el pelo al rape). La sociedad burguesa no lo considera su antinomia. Ella tiene razón: su antinomia no es ese hijo descarriado”. (Cobo Borda, 1995)

Con escándalo, mayor publicidad y virulencia los nadaístas contestaron a las constantes críticas;casi diez años después Jaime Jaramillo Escobar ofrece otra interesante respuesta en su Manifiesto amotinado:

No se puede criticar a los nadaístas porque no hacen tal o cual cosa. Ellos son sólo artistas y pedirles otra cosa distinta de su arte sería como criticar al carpintero porque no hace el pan. Pero en Colombia es así. A cada uno lo quieren poner a desempeñar un oficio que no es el suyo.

Así vemos a los escritores tratados como sirvientes, y a las amas de casa laureadas como escritoras. Y vemos a algún pesado crítico literario descalificando al nadaísmo porque no hace la revolución comunista. ¿Por qué no la hace él si es tan guapo? (Jaramillo Escobar, 1967)

Algunos otros dirían, y aún dicen, que solo eran una asociación  de amigos que desde los años cincuenta compartían conversaciones e intereses que se tomaron muy en serio.

Los nadaístas no contribuyeron a desvirtuar en mucho estas primeras pobres impresiones. Sus respuestas ante la necesaria e insistente pregunta de «¿Qué es el nadaísmo?» se paseaban entre la burla, la improvisación y la antinomia. De todas las descripciones una de las más lúcidas, con igual carga de ironía, recae por cuenta de X-504, quien le diría a Gonzalo Arango: «El nadaísmo es el segundo movimiento más importante del país y con más seguidores, el primero fue la Violencia con 400.000 muertos» Iáder, A. (1963, 20 de enero): Reportaje a Gonzalo Arango. Magazín Dominical de El Espectador. p. 4F.

Sin embargo, al margen del cinismo y la ironía de sus representantes, el nadaísmo es una respuesta a la existencia humana, suscrita en diferentes lapsos colmados de avatares sociales y culturales, tanto en el ámbito nacional como internacional, como en el caso de los beat, también es malestar espiritual de posguerra: bien sea la posguerra mundial, la posguerra de Corea, o la posguerra de los Mil Días y uno de sus vástagos malditos, la guerra bipartidista colombiana.

Media docena de meses y escándalos después, el nadaísmo ampliaría su plantilla a un ritmo trepidante. Entre 1961 y 1962  alcanza uno de sus mayores picos de difusión:

Jotamario Arbeláez y Elmo Valencia coordinaron las acciones del grupo de Cali, Gonzalo Arango se convirtió en el gestor del movimiento en Bogotá desde 1961, Eduardo Escobar fue el vínculo entre Medellín y Pereira, mientras que Álvaro Barrios y Jaime Jaramillo Escobar lo fueron en Barranquilla. (Llano Parra, 2016)

El nadaísmo llega a Bogotá en conferencia  con Gonzalo Arango quien se toma el templo bohemio de León de Greiff, el café El Automático; sus panfletos, cuentos, poemas, andanzas y actos contra la moral son publicados en revistas latinoamericanas como O’ Cruzeiro, Venezuela Gráfica, Eco Contemporáneo, Pucuna, el Corno Emplumado, sin mencionar innumerables participaciones en programas radiales, conferencias al aire libre y decenas de entrevistas brindadas a los medios locales (Romero, 1986).

En su trayectoria se calzó de todo: surrealismo, simbolismo, existencialismo, un poco de budismo zen, etc., fue «un cuerpo heterogéneo de ideas», a decir de Armando Romero.

El aparente declive de este experimento o «inventico»  se da con el inesperado viraje de Gonzalo Arango hacia el misticismo católico y el cambio de narrativa virulenta y un tanto incoherente por un  tono sentencioso y mesiánico, en lo que respecta a lo literario.

Gonzalo Arango funda e intenta clausurar el nadaísmo: en su insospechado giro desprecia el nihilismo surrealista y busca una especie de reconciliación con Jesucristo y Bolívar.

Por ende, rendiría verdadero tributo nadaísta a la sociedad, al arte y a la vida a través de «La creación y no de la alucinación», « ¡No más el navío ebrio de Rimbaud» afirmaba en 1963 (Cobo Borda, 1995).

Aún con la suma de todo lo anterior, al nadaísmo no se le puede imponer una fecha de caducidad. Si bien muchos de sus militantes renegaron de su filiación, otro buen número aún se declara nadaísta. Bien sea que ya no haya una carta de trabajo colectiva, que el “fuego en el altar” se haya apagado y que la  producción literaria se haya acentuado en las individualidades, el nadaísmo sigue editándose y redescubriéndose. Asunto que será tratado en la recta final de este trabajo.

 

Entre la vanguardia y la generación

La calidad de vanguardia de los beat o  su naturaleza de mera generación con marcadas personalidades da mucho para discutir.  Al respecto, la Nueva Visión de Lucien Carr, de la que hicieron parte brevemente la terna fundacional, no se considera vanguardia: su calidad de efímera y vagabunda la convierte en anécdota, si bien funge en su trayectoria como abrebocas adicional para estimular la necesidad de ruptura individual de los beat. Y decimos que ruptura individual considerando que la triada beat, si bien compartía gustos  y estilos de vida, más parecía un vital Cut Up, recurso tan socorrido por Burroughs en su obra maestra[3]:

Desde un punto de vista literario, no se distingue a primera vista qué pueden tener en común un Ginsberg, un Burroughs, un Kerouac, un Corso, un Snyder, un Ferlinghetti, etcétera. Al contrario, cada una de sus obras muestra tal singularidad y tal originalidad que no se pueden englobar todas en una única denominación.  (Duval, 2013, p.19)


[1] Naked lunch (El almuerzo al desnudo), publicada por vez primera en el 59 en París, es la obra más lograda de Burroughs. los críticos literarios  Lev Grossman y Richard Lacayo la han incluido en la lista Time de las mejores obras en habla inglesa escritas desde 1923.


 

El beat, indistintamente, buscaba un enfoque temático sin un acuerdo programático o colectivo, por lo menos no deliberado: Jack Keroauc pujaba contra sus memorias, lo bucólico, la mística católica, el encuentro de los nuevos espacios; Allen Ginsberg se batía a muerte en una lucha directa contra el «Moloch»[4] de la época y William S. Burroughs se sumergía en las cavernas más abyectas de la marginalidad y la adicción.


[1] Ginsberg consideraba que la sociedad y todo aparato de control se había convertido en el bíblico dios canaaanita, el falso ídolo  que destruía los jóvenes de su generación.


 

Dicho todo lo anterior, se colige que la cofradía de los beat, en los años cincuenta, se consolida más en fenómeno cultural que como vanguardia debido a su amplia y discutida heterogeneidad:

La generación beat, como movimiento literario, no ha existido nunca. Sin embargo, esta inexistencia –¿Es que no procede todo del Gran Vacío?, se preguntaba Kerouac– ha permitido la construcción de una ficción verdadera, que hoy llamamos convencionalmente «generación beat» y cuyos actores, lejos de formar un «núcleo», como se ha dicho, nunca han representado sino una nebulosa muy dispersa. (Duval, 2013, p. 19)

No hay que olvidar que los beat no tenían pretensión de instaurar un nuevo modelo literario y estético, por lo menos no como colectivo, cosa que de plano se denota en la ausencia de un manifiesto, que se sepa, no tenían uno solo. Los elementos esenciales de la prosa espontánea (1954), una prescripción de técnica literaria elaborada por Jack Kerouac y a pedido de Cassady y Burroughs, era lo que más un beat se hubiera acercado a un manifiesto o programa.

En ésta hay un notable sesgo místico, onírico y musical, sus más destacados puntos tienen una gran similitud con los presupuestos de creación instaurados en el Manifiesto Surrealista (1924) y el acervo de la «escritura automática» consignado en La Inmaculada Concepción (1930).

Mencionada la ascendencia surrealista en ambas cofradías, vale la pena señalar que en la obra del investigador rumano Stefan Baciú, Antología de la poesía surrealista latinoamericana, encontramos interesantes y esclarecedoras definiciones sobre el surrealismo, a continuación una de ellas: «Surrealismo es automaticismo psíquico puro por medio del cual se desea expresar, sea verbalmente, sea por escrito, sea de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento» (Baciú, 1974, p. 11).

La similitud entre «automatismo» surrealista y «prosa espontanea» beat es innegable, además a ese «funcionamiento real del pensamiento» Jack Keoruac anteponía la necesidad de «relatar la verdadera historia  del mundo». Por otro lado, el beat, como el nadaísta, se encontraba también poderosamente influenciado por el existencialismo:

Podríamos detenernos incluso a analizar la filiación de este conjunto de fenómenos con el auge del existencialismo francés, surgido justo después de la guerra en el barrio de Saint-Germain-des-Prés. Kerouac así lo escribe en Esquire, en marzo de 1958, a propósito del núcleo original de los beats: «Lo mismo sucedía más o menos en la Francia de posguerra de Sartre y Genet, y, además, nosotros lo sabíamos.»

E incluso Ken Kesey (véase la entrevista más adelante), pope de la psicodelia durante los sesenta y sumo sacerdote del LSD junto a Timothy Leary, reconoce esa deuda cuando afirma: «No se pueden comprender los movimientos beat y beatnik sin relacionarlos con el existencialismo.» (Duval, 2013, p. 16)

En ese mismo sentido se delinean importantes influencias existencialistas en la obra nadaísta, primordialmente en la producción de su líder:

El influjo erostrático de Sartre, a través de El muro, había llegado hasta la capital de esa lejana provincia colombiana. Pero era en realidad Camus, a nivel de sensibilidad y escritura, la presencia más detectable en la prosa de Arango a todo lo largo de su trayectoria. (Cobo Borda, 1995)

Sin ahondar más en estos influjos veamos algunos de los apartes de la técnica redactada por Jack Kerouac que, como habíamos mencionado, es lo que más se acercó un beat a un manifiesto: «Soplar las palabras» como un jazzista, sin interrupciones, solo pausas para tomar aire; evitar la selección de las ideas «Nadar los mares de la mente» en una asociación constante de imágenes; eliminar los convencionalismos de la lengua (normas ortográficas y furor sintáctico); escribir en estado casi lisérgico o en trance, prescindir de la conciencia y la edición, etc. (Mcnayll, 1979).

Por su parte, la epopeya nadaísta toma forma unos cuantos años después, justo cuando la literatura beat se encuentra en su clímax y cuando su irradiación es inevitable a muchas plumas de la periferia americana.

Pero al contrario de los beat, los nadaístas sí tenían un manifiesto[5] (Manifiesto nadaísta, 1958). A mediados de los años cincuenta, en la plazuela San Francisco de Medellín, Gonzalo Arango y algunos de sus iniciados correligionarios lanzarían un manifiesto al que denominarían el Primer manifiesto.

Se trataba de una actitud escandalosa, que hundía sus raíces en el Manifiesto de los surrealistas franceses, en los poetas malditos, en los nuevos apóstoles que, como Jack Kerouac y Allen Ginsberg, comenzaban a manifestarse en Norteamérica, y en la rebeldía parroquial de Fernando González, llamado el “filósofo de otraparte”. (Tirado Mejía, 2014)


[1] La necesidad de un manifiesto en una vanguardia es incontestable; este resulta ser la  carta de navegación: da cohesión a los presupuestos de un grupo y marca los derroteros de toda actividad. De hecho, los nadaístas fueron muy prolíficos en la elaboración de manifiestos: Manifiesto al Homo sapiens (1965), Terrible 13 manifiesto nadaísta (1967), Manifiesto amotinado (1967). 


 

El historiador Álvaro Tirado Mejía tiene mucha razón en mencionar la influencia surrealista en el manifiesto, tan afín en gran número de corrientes literarias del primer tercio del siglo XX, incluyendo a los beat, como ya se pudo observar. Sin embargo, no huelga hacer una aclaración: el surrealismo encuentra particular y parcial interpretación en los nadaístas.

Ya que existe una marcada diferencia entre el surrealismo europeo y aquel de Latinoamérica. Este último no puede ni debe ser considerado como una sucursal o expresión lateral del europeo  por razones que se expresan de manera orgánica y natural en las obras literarias y en el arte  de los surrealistas latinoamericanos. (Baciú, 1973, p. 11)

Ahora bien, el Primer manifiesto nadaísta. Impreso en la tipografía Amistad de Medellín, entre otras cosas declaraba:

El Nadaísmo nace sin sistemas fijos y sin dogmas […] La poesía Nadaísta es la libertad que desordena lo que ha organizado la razón, o sea, la creación inversa del orden universal y de la Naturaleza […] Partimos de la base de que la sociedad colombiana está urgida de una impostergable transformación en todos sus órdenes espirituales […] La lucha será desigual, considerando el poder concentrado de que disponen nuestros enemigos: la economía del país, las universidades, la religión, la prensa y demás vehículos de expresión del pensamiento.

Y además, la deprimente ignorancia del pueblo colombiano y su reverente credulidad a los mitos que lo sumen en un lastimoso oscurantismo regresivo a épocas medievales. Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. Somos impotentes. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden. (Arango, 1958, Primer Manifiesto nadaísta)

En el puntual caso del nadaísmo, para develar la posibilidad de adscripción del movimiento en la vanguardia, se hace muy necesaria una retrospectiva literaria: tarea ya realizada exhaustiva y pormenorizadamente por Armando Romero, Gustavo Cobo Borda y Harold Alvarado Tenorio,[6] por solo mencionar algunos, pero que es menester aquí refrescarla nuevamente, a grandes rasgos.


[1] De los autores respectivos y para mayores luces historiográficas de la literatura colombiana: Las palabras están en situación (1986), Historia portátil de la poesía colombiana (1995) y  Ajuste de cuentas (2014).


 

Nos remitimos entonces a los años veinte: la República de Colombia dictaba un recetario inquebrantable que debía  sustentar y perpetuar, en los imaginarios colombianos, la imagen de un país culto, que no deformaba la lengua y que seguía rindiéndole pleitesía a los señores de la península (es posible que de ese arrodillamiento naciera el tan cacareado mito del “mejor español del mundo”); dicho sea de paso, el colombiano de a pie tomaba hasta la más peregrina decisión bajo mandatos programáticos, prescriptivos, clasicistas, clericales, decimonónicos, etc.

En ese sentido, puede decirse sin temor a la equivocación que los poetas colombianos eran tardíos en entender las transformaciones que tenían lugar en el acontecer literario mundial: modernismo, simbolismo, romanticismo, dadaísmo, surrealismo, creacionismo, ultraísmo, etc., muchas de las vanguardias mencionadas marcaron el ritmo de las plumas europeas, primeramente, para luego entrar en escena en los años veinte latinoamericanos.

Los ismos respondieron con una creciente perspectiva continental, a la iconoclasia de sus pares europeos negando radicalmente el realismo y la razón, la lógica, la estrofa, el metro, la rima  y la sintaxis, y adoptando nuevos motivos surgidos de la vida citadina: la velocidad, las fábricas, los obreros el cinematógrafo. (Alvarado, 2014, p. 121)

En contraste a lo señalado por Harold Alvarado Tenorio, en Colombia, los regionalismos y los falsos nacionalismos se convirtieron en los predilectos velos imbricados que contribuyeron a esta ceguera intelectual y espiritual.

Los únicos ismos plausibles de aquellos tiempos. Al respecto, Luis Vidales (1922), uno de los pensadores más destacados de Colombia y quien fundó Los Nuevos con León de Greiff y Luis Tejada, nos lega una inestimable opinión:

Este país es esencialmente conservador en todos los aspectos de su vida, pero singularmente en lo que se refiere a la literatura. Nadie experimenta aquí la inquietud del porvenir ni siquiera del presente. Todos son inmunes a los gérmenes de renovación, y preferimos encerrarnos en la contemplación del pasado, antes de adoptar una actitud de simpatía activa, incorporándonos a la agitada vida que transcurre fuera, uniéndonos por algún hilo vital conmovido  y maravilloso que va en marcha hacia adelante. (El Espectador, Suenan Timbres)

Luis tejada en nada se equivocaba. Y es que si se presta atención a la dedicada obra de Stefan Baciú sobre el surrealismo, podrá observarse que el rumano hace un recorrido por la importante influencia surrealista en Latinoamérica, desde el Caribe hasta el Cono Sur, sin mención a la realidad colombiana, cuando menos esta mención resulta tardía en su libro, con pocas líneas,  siempre que este germen vanguardista de los años veinte y treinta solo se observaría en los nadaístas con ya una diferencia de casi 30 años.

La susodicha mención, que pone en relieve el atraso cultural de entonces, se hace aún más interesante si observamos lo que tiene para decir sobre el surrealismo desarrollado en Perú:

«Es difícil encontrar en Latinoamérica un ambiente más hostil y cerrado hacia el espíritu renovador de la vanguardia que la ciudad de Lima en la década de los años de la formación del surrealismo: los 20 y los treinta» (Baciú, 1973, p. 111). ¿Acaso no son mejor ejemplo de atraso los centros culturales de la Colombia de entonces?  Queda al albedrío dicha elección, lo cierto es que esa Colombia padecía de un acusado estancamiento: desde el movimiento de El Centenario (intelectuales heridos por la pérdida de los valores de la república) pasando por Los Panidas (grupo demasiado joven y demasiado expuesto a un poder incluso más monolítico que el que enfrentaron Gonzalo Arango y compañía), hasta Piedra y Cielo (movimiento capitaneado por Eduardo Carranza y más concentrado en enfrentar al parnasianismo de Guillermo Valencia que en generar verdaderas rupturas), pocos cismas literarios se produjeron, por el contrario, primaba un engolosinamiento con las viejas formas legadas.

Aunque valga la pena aquí una aclaración: hubo rupturas, escarceos revolucionarios, «vates en sus islas», como menciona Armando Romero, pero, o desentendidos de un colectivo como forma de acción o dicho colectivo demasiado heterogéneo y poco cohesivo en un programa claro de intervención.

Así, de entre estos personajes avis rara se destacan Vargas Vila, Porfirio Barba Jacob, Luis Tejada, Luis Vidales, José Eustasio Rivera, León de Greiff y Fernando Gonzáles.

Asimismo, la revista Mito (1955), en cabeza de Gaitán Durán, supuso un hito en la cultura colombiana de la década de los cincuenta. «Mito cumplió con la alta misión de desacralizar la cultura colombiana, de pervertirla.

Podríamos decir que Mito fue el orden estructurador de una rebelión de la conciencia que posibilitó el desorden romántico vanguardista del nadaísmo» (Romero, 1988, pp. 24-25). Pero para el acerado crítico Harold Alvarado Tenorio los indeseables nadaístas figuraban en el lado más oscuro de la cultura de la nación, representaban la barbarie; en tanto el reparto de lujo de Mito ―Álvaro Mutis, Eduardo Cote Lamus, Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Charry Lara, Hernando Valencia Goelkel, Hernando Téllez  y el propio Gaitán Durán— representaba la cultura (Alvarado Tenorio, 2014).

Pese a que el también escritor y editor afirma, de modo casi peyorativo, que «El nadaísmo es el anverso de Mito», hay que advertir que entre el nadaísmo y Mito subyace una diferencia abismal: Mito es un movimiento de elite, fundado por jóvenes intelectuales que abrieron un nuevo panorama cultural desde la comodidad de las arcas de sus familias, cuando menos Gaitán Durán contaba con abolengo, prestigio, formación internacional, conexiones políticas, dinero y hasta editorial propia.

Los nadaístas eran, en su mayoría, hijos de campesinos, no poseían rutilante formación universitaria, casi todos eran testigos presenciales de los horrores de la Violencia y ninguno parecía ostentar una sorprendente herencia literaria, económica o política.

Y aunque el nadaísmo se anunciaba como una ruptura que a fin de cuentas no prometía nada, ésta había nacido como la primera, y real, vanguardia colombiana: «Es una actitud que trata de retomar el camino vanguardista que le correspondía a la cultura colombiana, sometida al oscurantismo de sus estructuras económicas, sociales y políticas […] El nadaísmo es a la vez una pregunta y una respuesta» (Romero, 1988, p.9).

Una respuesta que se haría eco por todo el país y que sería protagonista de no pocos escándalos y de innovadoras como desordenadas  propuestas literarias.

Sus pretensiones desviadas, sus escándalos y sus gritos incendiarios fueron vistos inicialmente como una mera anécdota que quedaría sepultada por el poder del tradicionalismo:

Un detonante manifiesto, seguido de un pestilente saboteo en contra de un congreso de “escribanos católicos”, tal el apelativo, congreso inaugurado con toda la pompa hispanizante que distinguía a Eduardo Carranza, motivó que Gonzalo Arango fuese detenido y encarcelado en el tercer patio, el más peligroso, de la cárcel de La Ladera, en Medellín.

Un acto sacrílego, más tarde, en la basílica de esta misma ciudad, al clausurarse la Gran Misión Católica que por aquellos años había recorrido el país -comulgaron y guardaron las hostias en un libro-, suscitó el furor de los fieles, quienes estuvieron a punto de lincharlos. Estos dos actos consolidaron su fama a nivel nacional y dieron pie a una serie de giras por todo el país: Manizales, Pereira, Cali (1960), Bogotá (1961). (Cobo Borda, 1995)

No obstante, el impacto de sus manifestaciones, las impresiones que generarían los trazos de sus panfletos[7] y los compases de sus notas mecanografiadas trascenderían más allá de la escena provinciana.

Los nadaístas, como ya insinuábamos, hicieron tabla rasa de la literatura colombiana, buscando otras fuentes en qué nutrirse, y tenían razón. En el suplemento “Esquirla”, del periódico El Crisol, de Cali, al cual estuvo vinculado J. Mario entre 1959 y 1962, publicaron tanto “Aullido” de Allen Ginsberg como apartes de la Antología de la poesía surrealista de Aldo Pellegrini -aparecida en 1961-, tanto a Vicente Huidobro como a Ernesto Cardenal, y establecieron intercambio con grupos similares de América Latina: los mufados de Argentina, los tzanticos de Ecuador, “El Techo de la Ballena” en Caracas y los redactores de El Corno Emplumado en México. Lo que Stefan Baciú en 1966 llamaría “la generación beat latinoamericana”. (Cobo Borda, 1995)


[1] La publicidad efectista era otro de sus métodos de batalla: «La Poesía colombiana ha muerto» rezaban carteles en los que invitaban a funerales simbólicos de la tradición lírica. El nombre de Gonzaloarango [sic] brillaba, al lado de la primera línea del cartel, en grandes caracteres  negros. Además,  muy a pesar de la crítica que pudieron recibir de los diarios locales más prestigiosos, los nadaístas, siempre que pudieron, se valieron de estos órganos de difusión. Los diarios de gran tiraje fueron elemento muy socorrido para la circulación de la teoría de cualquier grupo vanguardista en turno, el caso de Marinetti y su futurismo circulando en Le Figaro, puede considerarse uno de los ejemplos más elocuentes.


 

Aquella era la muy anticipada respuesta a décadas de letargo cultural, retraso literario y sumisión a los sagrados valores institucionales.

San Cipriano: la bendición del agua

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Hay un lugar en Colombia que es reconocido por ser uno de los más húmedos del país, tener un río con aguas prístinas y por su forma particular para llegar a el: sobre una “brujita”


 

Hablamos de San Cipriano, una reserva natural cerca de Buenaventura en el oeste de Colombia, con aguas cristalinas, exuberante vegetación, innumerables cascadas y gente amable por doquier.

 

INFORMACIÓN Y DATOS TURÍSTICOS DEL LUGAR

Lugar: Reserva Natural San Cipriano

Altura: entre 100 y 1.200 m.s.n.m

Ecosistema: Bosque húmedo tropical

Temperatura promedio: 29°C

 

San Cipriano, en el departamento del Valle del Cauca, es una reserva natural ubicada entre los corregimientos de Córdoba y Saragoza en Buenaventura.

Es un lugar que tiene magia.

No es un río cualquiera, es un río cristalino como pocos. En su trayecto podrás encontrar charcos que van desde los 3 a 12 metros de profundidad.

Además del goce que puede generar estas aguas prístinas, se puede disfrutar de senderos en medio del bosque e increíbles cascadas, de igualmente, agua cristalina.

Llegar hasta la reserva hace parte de descubrir y disfrutar del lugar. El único camino es por las vías del ferrocarril, y se hace montado en una “brujita”. Estas, son un sistema de transporte particular pero ingenioso, compuesto por unos tablones con sillas, que van sobre las vías del tren impulsados ​​por motos.

Preparamos esta galería fotográfica con el registro de este mágico lugar. Y recuerden, vayan a donde vayan, la mejor forma de disfrutar los destinos es cuidando el entorno, respetando la naturaleza, la cultura, y a sus anfitriones.

 

Galería de fotos del lugar

 

«Juego de sombras», un poema para los noventa años de Mickey Mouse

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Imagen extraída de Flickr

El universo del pixel tiene a un dios con orejas y rabo, el más famoso de los ratones que hace de la caricatura un vector de la estandarización de las formas de vida a nivel planetario.


 

Texto por: Samir Delgado

 

El ratón más famoso del mundo llamó la atención desde su pletórica irrupción en el universo de la ficción a manos de la fábrica Disney hace ahora noventa años.

Y precisamente en tiempo de Navidad muchas generaciones siguen haciendo suyo a este simpático personaje que siempre ha estado vinculado con series de animación y ha traspasado la pantalla para instalarse como uno de los íconos del capitalismo global en la retina de las grandes multitudes anónimas alrededor del globo.

El filósofo alemán Walter Benjamin desmontó desde sus inicios la parafernalia del ratón que encumbró a Walt Disney, aludiendo a que los espectadores identificaban su propia vida con la de un Mickey que confrontaba constantemente el miedo en sus múltiples periplos y hazañas.

Siempre astuto y entrañable, el personaje animado ha sido aprendiz de mago y violinista de los mejores conciertos de música clásica, emparentado con otros personajes de la talla del Pato Donald o Bugs Bunny, la figura inocentemente ilustrada, de una bonhomía inmortal por la gracia de su creador, capaz de salvar a Minnie ante cualquier peligro mortal y ser depositario de una infinita vocación para superar adversidades y asumir las más peligrosas aventuras de la videoconsola.

 

Imagen extraída de DeviantArt

 

Más allá de las fábulas de Esopo y la literatura del cómic, Mickey Mouse representa la quintaesencia de los cartoons, omnipresente y paradigmático, capaz de desafiar al Hades y a Cruella de Vil, interpretar el Ensueño de Schumann como nadie jamás y ser el ratón preferido para los ensayos futuros de la más avanzada Computer-generated imagery.

El universo del pixel tiene a un dios con orejas y rabo, el más famoso de los ratones que hace de la caricatura un vector de la estandarización de las formas de vida a nivel planetario.

Precisamente dos poetas mexicanizados de la generación del exilio republicano español aluden a Mickey en diferentes textos. El poeta Gerardo Deniz apuntó a la película «Fantasía» en un artículo aparecido en Letras Libres en 2001 —luego incluido en su libro «Paños menores»– y trata sobre el fenómeno de la película en el modo en que las obras de Chaikovski, Beethoven o Schubert habían sido desbaratadas, al igual que el crítico Jomi García Ascot —nacido en Túnez pero de ascendencia de un diplomático español exiliado en Distrito Federal– quien alude a la insoportable presencia de dinosaurios en cada una de las melodías y el propio Mickey Mouse hipostasiado eternamente en el repertorio de la música de alta cultura.

 

Imagen extraída de Flickr

 

Para estas fechas de conmemoración galáctica del noventa aniversario del ratón, hay un poema dedicado a Mickey en el más reciente libro del colombiano Sergio Laignelet, That´s all Folks! (poemas animados), publicado en la editorial Lebas en 2017, titulado «Juego de sombras» y en el que el roedor mediático hace que se proyecte en la pared una sombra de gato y su querida Minnie pierde el control de su vejiga: La vela oscila / en el cuarto oscuro // Mickey interpone su mano / entre la fuente de luz y la pared // con el pulgar / anular y corazón sobre la palma / índice y meñique flexionados / proyecta la sombra de un gato // Minnie se hace pis.

No es la mirada del poeta una provocación sin fundamento, el juego del ardid y la astucia como valor instrumental hacen del pragmatismo universal una filosofía de vida, Mickey Mouse siempre sale airoso, tras su filantropía amable se sumerge la fuerza motriz de lo consumible, la maquinaria Disney incorpora en todo escenario posible la presencia del ratón que hace del mundo un escaparate como guarida.

El poema del colombiano residente en Madrid, escenifica a la pareja Disney con su clásica capacidad de deconstrucción de los cuentos infantiles, solamente el poeta a solas frente al peso uniformador de la industria, así es como se puede asumir una mirada distinta capaz de sugerir una imagen que desconecte al dibujo animado de su carga mitologizadora, por medio del dispositivo de la ironía y el suculento tratamiento de un lenguaje efectivo la obra literaria de Laignelet también incorpora a Mickey Mouse, devolviéndole a través del poema —y de algún modo– ese grado de humanidad que lo hizo universal.

 

Imagen extraída de PxHere

 

Es el doble de Mickey jugando a las sombras chinescas, como en la obra de Andy Warhol de 1981 donde su duplicidad, la alternancia de valores y el poder estar en dos sitios a la vez, hace del ratón nonagenario un símbolo del imperio del dólar.

 

Texto por: Samir Delgado