martes, abril 29, 2025
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Siempre alguien habita un lugar

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Los lugares hacen parte de las personas, porque siempre somos de alguna parte, no existe alguien que no tenga sus raíces ancladas en algún pedazo de tierra.


 

 

 

Siempre alguien habita un lugar, es algo incuestionable, hay una marca indeble en cada individuo, y si nos preguntaran de dónde somos, todos tendríamos una respuesta. Sin embargo, pareciera que, en vez de andar, desandamos, desandamos los caminos que otros ya anduvieron, porque solo nos queda lo usado, lo resticos del cielo o montaña que nos alcanzan a llegar.

 

Antes, la gente disfrutaba de la niebla que cubría estas calles—hoy rotas de tanto uso—era como jugar con las nubes. Por lo menos es lo que me cuentan, y yo creo que sí, que no hay motivo de engaño en esa historia, entonces me siento a extrañar esos tiempos que no me tocaron, que solo me llegan como una invención de la mente y que de forma automática los asumo con verdaderos.

 

Los lugares hacen parte de las personas, porque siempre somos de alguna parte, no existe alguien que no tenga sus raíces ancladas a algún pedazo de tierra, en cualquier parte del mundo, eso genera identidad. Saber que se pertenece a algo nos da tranquilidad, porque no hay huérfanos de territorio.

 

Foto extraída: Experiencia Colimbis.

 

 

Hace algún tiempo, las personas empezaron a emigrar, algunos al extranjero, otros expulsados de sus propias tierras por una fuerza más poderosa que la voluntad, ellos también son emigrantes de su propio país, porque escapar está en la naturaleza del hombre, escapar como forma de adaptación al medio, escapar por dinero, por amor, por tedio, por aventura, escapar de nosotros mismos; si le preguntamos a cualquier persona, todos tenemos alguien que se fue, que ya no está.

 

Hoy no baja la neblina, pero cae una brisa fresca, nostálgica, es un día amarillento, ideal para el recuerdo, también tengo mis ausentes, y hoy pienso en uno de tantos, se llama Julian.

 

Conocí a Julian en un salón de clase, “La Bestia” le decíamos de cariño, es que es un aficionado al gimnasio y está cogiendo buen músculo, tiene cara de pocos amigos, y es todo aletoso. Si algo no le gusta de una “las canta” como dice él. Y los muchachos en el salón lo respetan, tiene voz de mando. Yo también, para qué, si tiene ideas hasta chéveres. Nos fuimos haciendo buenos amigos.

 

Foto extraída: Antena de los Andes.

 

Cualquier día estábamos listicos para entrar a clase cuando Julian me dice: – agg, no tengo ganas de nada- yo tampoco, le dije. –Camine pues Héctor, vámonos y no entremos a clase. Yo me quedé pensando-hágale pues, camine vámonos, y salimos. Le dijimos a la gente que si preguntaban por nosotros dijeran que nos sentíamos mal y que nos habíamos ido. Mentira no era.

 

Nos compramos dos cervezas y nos fuimos para un parque que quedaba por ahí cerca, entonces Julian me empezó a contar la vida que llevaba en Medellín, como era todo por allá, me hacía sentir como era que extrañaba su tierra.

 

Que esos tiempos eran “tiempos mejores” y que por aquí se sentía muy solo, que la vida le había cambiado mucho. Que ya lo único que lo hacía feliz era tener dinero, pero no tenía. Yo lo entendía, pero no sabía que decirle- yo sé de ausencias viejo Julian, fue lo único que me salió, y al él le entro una nostalgia arrolladora y me dijo- sabe que, me largo, y salió diciendo que ya lo había decidido.

 

Paro como a tres metros y me dijo: “en la buena, usted es un pelao elegante, me da nostalgia dejarlo, pero así es la vida, pero así es la vida, uno siempre se está yendo” y salió. No supe más de él. Me imagino que esta triste en oro parque de Medellín, recordando los tiempos de por acá, porque así somos, nunca estamos bien en ninguna parte.

 

Foto extraída: Viajes y Aventura

 

Venia huyendo de un mal amor, pobre Julian, llegar a encontrarse con uno peor, porque aquí se enamoró, otra vez, y de una mujer que lo atormentaba. Lo que yo siempre he dicho, uno carga la mierda para todas partes.

 

Ahí entendí, que uno pertenece a un lugar y este no era el de mi amigo. Entonces, cabe preguntarse ¿Solo existimos realmente en este pequeño lugar, para una cantidad determinada de personas? Por eso yo no me voy, porque la idea de no ser me incomoda, en conclusión, tenemos historias porque pertenecemos a un lugar, de lo contrario no habría forma de que los otros, los que siempre nos ven, ratificaran nuestra existencia.

Sonata de Otoño: La nostalgia de la vida y de la muerte

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Solo entonces, el soldado aprende que la vida entera es una broma. Incluso un esqueleto es una broma: la broma macabra de un hombre.


 

 

 

Como las reales, las ciudades inventadas tienen su propio peso específico. El de Chernopol está determinado por la suerte de risa eterna que les sirve a sus habitantes para eludir la certeza de su propia disolución, que es la misma del Imperio austrohúngaro.

 

El señor Tarangolian, prefecto de la ciudad, sabe que los disparos de Gabrilo Princip, que acabaron con la vida del heredero al trono, Francisco Fernando, fueron apenas la última vibración de una onda expansiva empujada por lo que se ha dado en denominar “Las fuerzas de la Historia”.

 

Esa onda echa por tierra el destino de hombres como el mayor Tildy, uno de esos guerreros   capaces de dar la vida por nociones como el honor, el valor y la dignidad, es decir, los mismos que el capitalismo triunfante se dispone a extirpar.

 

Desterrado fuera del tiempo y el espacio, el soldado muere arrollado por un tren, justo cuando cree haber encontrado la redención en los brazos de una joven prostituta.

 

 

Alemania en los años 20.   Extraída de : La Biblioteca Flotante

 

 

“Así vamos todos por el mundo, ignorantes de que, en últimas, vivir no es otra cosa que caminar al encuentro de la propia muerte”, nos dice el narrador, una especie de voz en sordina que intenta recuperar los recuerdos de la infancia como una manera de exorcizar los demonios que conducen su propio mundo hacia el olvido.

 

Ese tono de melancolía crepuscular cruza las páginas de Un armiño en Chernopol, la novela del escritor austríaco Gregor von Rezzori. Emparentado en espíritu con escritores de la estirpe de Tomas Mann, Robert Musil, Joseph Roth y  Heimito von Doderer, el autor convoca los poderes de la memoria  y la poesía para ayudarse–   y ayudarnos – a soportar lo que  experimentan un hombre y una comunidad cuando las cosas que le daban sentido a la vida se van a pique.

 

Algunos de los protagonistas acuden al viejo recurso del amor en el sentido absoluto que le daban los románticos, para descubrir muy pronto que “Nuestros deseos se apagan. Pero el que conserva más allá de la infancia esa angustiosa necesidad de ternura, será uno de los desdichados escogidos que están y estarán siempre enamorados”.

 

Uno de ellos es el mayor Tildy, siempre dispuesto a batirse en duelo por unos principios que son el hazmerreír de sus colegas, entregados de lleno al cinismo.

 

Gregor von Rezzori y su sposa Beatrice Monti.           Foto extraída: Pinterest

 

 

Quienes viven en Chernopol se saben habitantes de una ciudad de ilusión. Así lo intuye Madame Artonóvich, profesora de danza clásica de la hermana del narrador, cuando expresa que “Un día, los viejos campos de pastoreo amanecen sin hierba y tenemos que buscarnos otros, como eternos nómadas que somos, incapaces de cultivar nuestra parcela”.

 

Como todos los mortales, para curarse la desazón, algunos apelan al sexo en su más pura crudeza, para descubrirse más solos que nunca después de cada cópula.  Por su lado, el viejo Pashkano, una especie de espíritu primitivo se aferra a su ambición   materializada en un diamante al que le ha puesto un nombre premonitorio: “Corazón de hielo”. A su vez, ignorantes de su condición de instrumentos, las hordas de jóvenes pintan cruces gamadas en los muros, como irresponsables heraldos del infierno que se avecina.

 

Mientras eso sucede, el narrador intenta excavar en los recuerdos de infancia como expresión del paraíso perdido de la comunidad.  Al igual que todos los nostálgicos, acaba por descubrir que su reino de ensueño nunca existió, y lo expresa en una sentencia lapidaria: “Al abandonar la infancia siente lo mismo que cuando descubrió que las rosas de la imagen de la virgen en la iglesia del Corazón de Jesús estaban hechas de papel crepé polvoriento y descolorido.”

 

 

Circulo de Viena- intelectuales y escritores.            Extraída: Jotdown.

 

 

El armiño, para algunos símbolo de pureza y refinamiento, deviene entonces símbolo de la destrucción. Así se lo dice su borracho cuñado al mayor Tildy, en uno de los momentos demoledores de la novela: El mundo, señor, es oscuro y húmedo como el culo de un viejo pedorro”. Solo entonces, el soldado aprende que la vida entera es una broma. Incluso un esqueleto es una broma: la broma macabra de un hombre. Por eso ríen sin remedio los habitantes de Chernopol.

 

Call me by your name: ¿Es mejor hablar o morir?

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La ciudad es cultura

 


No es común ver genuina ternura en la pantalla, sea entre amantes o entre padres e hijos. Esto no solo atraviesa la pantalla, sino que te alcanza y se queda contigo para siempre


 

 

 

Ficha Técnica

 

 

 

 

Italia, 2017, 130 min

Título original: Call me by your name

Director: Luca Guadagnino

Guión: James Ivory, Luca Guadagnino (basado en la novela de André Aciman)

Música: Sufjan Stevens

Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom

Reparto: Timothée Chalamet, Armie Hammer, Michael Stuhlbarg, Amira Casar, Esther Garrel, Victoire Du Bois

 

 

 

 

 

 


 

 

El director italiano Luca Guadagnino nos presenta la película que cierra su trilogía enfocada en la ansiedad del deseo, después de Yo soy el amor (Io sono l’amore) y Cegados por el sol (The biggest Splash); Llámame por tu nombre (Call me by your name) deja de lado la posesión, la culpa o la necesidad de liberación de los amores en las películas anteriores, para traernos la frescura esperanza y profundidad del idilio de juventud, con una madurez inesperada.

 

Call me by your name, es la adaptación cinematográfica del libro homónimo del escritor André Aciman.  La historia se desarrolla durante el verano de 1983 en la región de Lombardía, norte de Italia, donde Elio Perlman (Timothée Chalamet) de 17 años, pasa los días en la villa familiar tocando música clásica, leyendo y disfrutando de la vida.  Un día, Oliver (Armie Hammer), un estudiante de doctorado de 24 años llega para apoyar al padre de Elio como becario durante el verano. En medio del soleado esplendor, Elio y Oliver descubrirán la fascinante belleza del despertar sexual a lo largo de un verano que cambiará sus vidas para siempre.

La experiencia cinematográfica no puede ser más placentera y es que la belleza de la película va más allá de las actuaciones en movimiento de los actores.  Lo encantador del paisaje italiano y la sensación del verano ochentero se combina con los paseos en bicicleta, los baños nocturnos, la música y los almuerzos bajo el sol; toda la película está llena de referencias culturales.

 

 

extraída del daily post Luca Guadagnino.

 

 

Guadagnino, da un lugar importante a la erudición de sus protagonistas, a la que se suma una interesante variedad sociocultural. El padre de Elio es historiador de arte especializado en el período clásico; su madre, es experta en literatura y la vemos leer una de las novelas románticas del Heptamerón en alemán; Oliver, estadounidense, discípulo estudioso de su padre y dueño de una personalidad magnética (me recuerda a Dickie de El talentoso Sr Ripley o a un Harry no trágico de Cegados por el sol) y el mismo Elio, que se entretiene transcribiendo música clásica, toca el piano, la guitarra y lo vemos hablar en inglés, francés e italiano con una naturalidad difícil de encontrar en el cine reciente.

 

Intelectualismo y ocio se fusionan y complementan perfectamente, la película sale en defensa de la erudición como otro placer más de la vida, comparable tal vez al descubrimiento del primer amor y la sexualidad que mueve el hilo conductor de la trama y logra transmitir, de una manera muy transparente, la sensualidad, erotismo y ansiedad que llegan con el primer amor.

Encuentro extraordinaria la actuación del joven actor neoyorkino Timothée Chamalet. Es tan honesta y convincente su interpretación que Woody Allen se fijó en él para su próximo trabajo, no es común que un actor de solo 21 años, con tan corta trayectoria, sea capaz de cargar con el peso de una película así.

 

 

 

Extraída en Youtube.

 

 

En una entrevista reciente le preguntan acerca de su preparación para el papel en el que habla varios idiomas, a lo que él responde “Mi papá es francés, por eso he pasado las vacaciones de verano en Francia. Ahora hablo francés fluidamente, lo cual me permitió aprender bastante rápido algo de italiano”. ¿Será así de talentosa la nueva generación de actores o estamos simplemente frente a un caso excepcional?

 

Aunque la cinta tiene el sello inconfundible de Luca Guadagnino, en el guion se nota la sensibilidad del veterano James Ivory al tratar el tema romántico. El director estadounidense tiene experiencia en la adaptación cinematográfica de novelas complejas (Kazuo Ishiguro, E. M. Forster).  Posiblemente la más cercana a esta trama sea “Maurice” que dirigió en 1987, en donde dos jóvenes deben ocultar su amor debido a los prejuicios de la sociedad británica de principios del siglo XX.

 

En “Call me by your name” los protagonistas viven una realidad muy diferente y es interesante que, siendo una adaptación literaria, en gran parte de la película no se habla y mucho puede ser deducido solo con mirar; aun así, tiene diálogos tremendos como el de Elio con su padre cerca del final, un pequeño y hermosísimo alegato a favor del disfrute del amor como sea que llega.  No es común ver genuina ternura en la pantalla, sea entre amantes o entre padres e hijos. Esto no solo atraviesa la pantalla, sino que te alcanza y se queda contigo para siempre.

 

 

extraídadesquarespace.com

 

 

Igual sucede con la música ¡que fantástica banda sonora! tan hermosa como la película misma, ya que combina música clásica, canciones compuestas por Sufjan Stevens para la película (mi favorita es “Mystery of Love”) y éxitos reconocidos de los 80 (sobre todo, “Love My Way” de The Psychedelic Furs). Luca Guadagnino, declaró que, de alguna manera, el narrador del filme es Sufjan Stevens con sus nuevas canciones, “la única dirección que le di, fue pedirle que lo hiciera”.

 

En el libro de Aciman, Oliver visita de nuevo la casa de los Pearlman.  Las últimas 40 páginas cuentan aproximadamente 20 años en la vida de Oliver y Elio, así que no se descarta una secuela que nos permita saber qué sucede después con estos maravillosos personajes.

 

Guadagnino consigue talentosamente reducir el ritmo narrativo para que podamos percibirlo todo: olor, sonido, tacto, sabor. Al conectarnos realmente con todo esto sentimos la esencia de la historia de amor y entendemos que nos encontramos ante una pequeña obra maestra difícil de olvidar, cuyo enfoque principal es un amor que va más allá de las preferencias sexuales y el género.  El amor es amor.

 

 

La Casona

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Ésta es la historia de mi padre, ¡no la mía! pues la mía está dotada de misterios menos creíbles, sé que nadie creerá lo que escucho en las noches.


 

 

Soy Aníbal, lo sé porque aún hay almas en pena murmurando este nombre a mi oído, además, así lo determinó hace mucho tiempo mi padre. Don Ovidio Duque. En las manos de mi madre fui bautizado en la catedral de Nuestra Señora de Chiquinquirá en Sonsón Antioquia.

 

La finca en donde se cuenta que vivíamos, fue abandonada hace mucho tiempo, para cuando estábamos allí, los vecinos alegaban que nuestra tierra era la mejor de toda la zona: la más productiva, la de mejor acceso, la de vista privilegiada, y así, un sin número de halagos que luego nos costaría la tranquilidad.

 

Recuerdo bien que la finca estaba rodeada de un cañón, éste se extendía a lo largo de la salida y huida del sol. Las montañas dejaban colar los últimos rayos, siempre parecía en que era el momento en que Dios bajaría del cielo con sus jinetes y anunciaría la salvación definitiva de la humanidad, esperaba que sonaran las trompetas, pero lo único que se oía era la música de los Panchos, llegaba la noche y con ésta los cucullos, sumado los insectos que se amontonaban en una bombilla lánguida, ubicada en la entrada de la casona.

Amanecía, el verde cetrino, el olor de miles de flores, el aroma venido del pasto húmedo, el de los beneficiaderos de café, todo llegaba allí gracias al universo que danzaba en un mar de aromas, el aire fresco tocaba a la puerta, nunca necesité pensar en el edén, lo tuve, ¡y en verdad que existe!

 

Ésta es la historia de mi padre, ¡no la mía! pues la mía está dotada de misterios menos creíbles, sé que nadie creerá lo que escucho en las noches, podrían, no obstante acusarme de esquizofrénico, pero usted, lector, dese cuenta que toda historia tiene fragmentos inconexos, gracias a ello es posible hablar de humanidad.

 

Los míos podrían parecer extravagantes, faltos de esencia… La carrera humana es una guerra por sostener los principios de la verdad que ha construido. Por esa razón, bajo la luz de las historias creíbles, contaré la de mi padre que en alguna medida, es la mía. Don Ovidio, iniciado en las labores del comercio, frecuentaba el municipio de Sonsón para vender, a peso de mula, la carga de plátanos que por entonces se hacía común en las laderas.

 

La vida nuestra trascurría entre lisonjas, no al grado de sospechar la envidia que crecería en los vecinos.

 

Duque, pasó de llevar 5 cargas de plátano en una semana, a transportar hasta 10 cargas diarias.

 

Ésto significó, para nuestra familia, una abundancia de alimentos que jamás habíamos probado, más turrones de panela para mis dos hermanos y yo, a mi madre, le vino bien comprar ropa, ella se encargaba de la pinta de todos, sin embargo, la mirada hirsuta de los Peñuelas, Valencias, Castaños y Uribes, no se hizo esperar, era evidente que en ellos crecía un desdén por la felicidad que nos embargaba.

 

Junto a nosotros vivía el agregado de la finca, Pedronel Patiño, era hombre de confianza, al punto de tener a su cuidado el dinero producto de la venta de los plátanos. Pedronel, asistía como nadie, a cada una de las necesidades del lugar.

 

 

Don Ovidio por su parte, se ausentaba muy de madrugada hasta entrada la noche, en la que llegaba agotado hasta la médula, tomaba aguapanela, y de inmediato se dejaba caer como un muerto, teníamos que ver a papá dormido.

 

La familia Uribe, presidida por Manuel Uribe, una tarde en que se hallaba mi padre, arremetió contra la puerta: tan cierto fue nuestro espanto, que al interior de la casona reinó un silencio escabroso.

 

Por una eternidad todo se sustrajo, cada uno de nosotros pensaba en las razones de aquella violencia que había hecho estremecer la puerta.

 

Los pasos de mi padre retumbaban en cada rincón, la madera crujía en su avanzada; acudía al llamado, allí estaba Don Uribe parado frente a la puerta, su rostro se había constreñido, sus ojos mostraban una enramada de venitas que le invadían la mirada.

 

A don Manuel le tembló la voz, pero finalmente dejó salir un gorjeo amenazante: – quiero que se vaya de aquí, no lo queremos, maldito rojo/rojo. ¡Si no se va, le juro, yo mismo me encargo de sacarlo! Puedo creer que mi padre abrió de par en par sus ojos, dio un paso atrás y cerró con tanta violencia la puerta, que mis hermanos y yo, nos encogimos de hombros e hicimos fuerza asordinando nuestros oídos para que todo pasara rápidamente.

 

Seguido de este suceso, vinieron los días, luego las horas agitando la tempestad del miedo.

 

Un día, amanecer lunes, mi padre, Don Ovidio Duque, al salir de la casona, dejó escapar un grito de horror semejante al de los cerdos cuando les espolean el corazón, el terror invadió nuestra inocencia, mi madre que se hallaba en la cocina se quedó paralizada como una estatua de piedra.

Hasta mí, llegaron los aromas de la mañana, el verde del pasto, el lila de las flores, el amarillo sometido a los primeros rayos de sol, a estos, se les sumó un leve aroma metálico, un rojo blindado por el hierro que fui saboreando, hurgando con mi lengua toda la boca…

 

Una suerte de parálisis se apoderó de mí, llegaron nuevos gritos, estos venían en un coro infernal, apuntaban a destruir la calma, y así lo hicieron. Fue difícil llegar hasta la puerta, mis pies se arrastraron amontonando las causas de estos atroces alaridos, al llegar a la entrada, donde se hallaba mi padre perplejo, me encontré con una turba, señalaban un cadáver, al tiempo que pronunciaban el nombre de Ramiro.

 

El cadáver estaba arrellenado en la puerta de nuestra casa.

 

Las acusaciones no se hicieron esperar, aquella turba señaló a mi padre de ser el asesino; porque se ha dicho que el muerto pertenece al lugar donde va a parar, y el lugar, en este caso, es nuestro.

 

Es nuestro el muerto. Mi madre no asistió al crimen, de seguro que no hubiera resistido la imagen de un verdadero muerto en su casa. A la siguiente semana, mi padre fue conducido a la cárcel, se dictó medida de aseguramiento por asesinato en primer grado.

 

Ovidio Duque Molina, Convicto 1980. Año que nunca olvidaré.

 

Nos vimos obligados a abandonar la casona, el negocio de los plátanos había pasado a manos de una multinacional.

 

La ciudad de Pereira nos acogió, gracias a la complicidad de la tía Mechitas. Mi madre, viajó dos veces a Medellín a visitar a mi padre, en tanto él suplicaba a su esposa para que lo olvidara, no soportaba pensar en tanto dolor. Las súplicas se elevaron al rechazo de las visitas.

 

Desde entonces no supe más de él. Con el tiempo llegué a saber que murió en la cárcel víctima de una riña. Hace unos años recobré valor, quise ir a la casona, encontré un cerco más grande de lo que recordaba. Un cerco en el que se repetía mientras avanzaba “prohibido el paso a particulares”, donde alguna vez hubo un árbol de zapotes, y lo que constituía la entrada a nuestra finca, decía, entre columna y columna, “Hacienda Uribe”.

 

Lo entendí todo, y lloro por mi padre.

Olé, cuando el toro hace la fiesta con el torero

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El toro también tiene derecho a hacer su fiesta y es la de definir su propio camino, como cualquier ser así lo merece.


 

 

 

 

 

Ficha técnica: 

 

País, año, duración Estados Unidos, 2017, 106 minutos
Director Carlos Saldanha
Guion Robert L. Baird, Tim Federle, Brad Copeland (Historia: Ron Burch, David Kidd, Don Rhymer. Cuento: Munro Leaf)
Fotografía Animation, Renato Falcão
Música John Powell
Productora Blue Sky Studios / 20th Century Fox Animation / Davis Entertainment. Distribuida por 20th Century Fox
Género Animación. Comedia. Infantil | Animales. Toros. 3-D

 

 


 

 

 

A mi hijo Camilo Giraldo Colorado por su nobleza

 

Películas que inviertan y trasgredan hábitos y costumbres hay muchas. Renuevan tradiciones sin dañarlas y nos permiten reconocer maneras múltiples de ver la realidad; suelen ser frecuentes las del público infantil en ofrecer panoramas divertidísimos con variables que nos ponen a repensar el mundo.

En esta ocasión la productora Blue Sky, en cabeza del director Carlos Saldanha (recordado por Río y la Era del hielo), nos trae el fastuoso toro que se embelesa con las flores y es un promotor de la no-violencia.

Es un toro con una condición sin igual y que de inmediato nos muestra que ese animal corpulento, doblegado por el hombre para una llamada “fiesta brava”, también puede serlo para una contemplación y amor bondadoso.

La historia sale de un cuento escrito en menos de una hora, en 1936 por Munro Leaf, y ha sido exitosa en pantalla, teniendo un cortometraje de Disney y ahora esta grata película.

Munro ideó un ser con unas empatías por lo noble, por su resistencia pacífica a la sangre, por oponerse a lo belicoso de un juego manchado con la deshonra.

En la película, tenemos una relación de proximidad entre una niña, que vive con su padre del cultivo de flores y hortalizas, y su amor (el de muchos niños) por los animales es una de sus características esenciales.

La magia de la película es hacernos vibrar con detalles minúsculos y movernos hacia un territorio donde el más fuerte también es delicado y se obsesiona con mirar el atardecer y los paisajes. Desde luego la película ha de caer con estragos entre los fanáticos a los toros de lidia y se ubica con un claro poder de atacar con audacia ese ritual de la muerte.

Ferdinand, como se llama el toro, también se encara al torero en su ego, la promoción del individualismo y esa desgracia de negar la amistad como un premio de la vida.

No critica al público de la fiesta del olé, por el contrario, destaca su transformación en la propia dinámica del encuentro con Ferdinand, quien no escapa a la naturaleza de su contextura.

La combinación de la trama no está sólo en esa acción taurina, sino que, además, es una osadía, una aventura, en la que un escuadrón de puercoespines serán (como en Madagascar) una invitación a la risa, el espionaje y la resolución de un plan de escape, son denominados uno, dos y cuatro, y un tres que será un enigma que si se aguanta el espectador hasta después del fina podrá comprenderlo.

Al tiempo, es la evidencia de esa tranquilidad en la vida rural, el juego de colores y vivacidad en pequeñas plazas de mercado, combinado con la melancolía y el pesimismo de un perro, que niega la alternativa de ser hermano de Ferdinand, pero que en el fondo lo reconoce.

Desde luego, la contienda, la puesta en escena mayor, es entre un torero, que se llama El primero, y al que le rinden todas las odas, por ser nada más que el mejor. Él busca el mejor toro, para hacer la corrida de despedida y está dispuesto a hacer todo lo necesario por salir por la puerta grande y todos los honores.

En esa pugna se encuentra el clímax de la narrativa de la película y es donde se ponen de manifiesto los valores a enaltecer.

La historia de Ferdinand, cuando fue libro, estuvo prohibida, y hasta los nazis la cuestionaron por ser de propaganda contraria a su pensar. Es muy posible que ahora cause roncha y repudio por sus planteamientos.

En cualquier caso, lo que genera entre los espectadores son momentos de felicidad, por provocar alegrías, por hinchar el espíritu de transformación, cautiva por lo esperanzadora y sensible, por su libertario ser, por animar el gusto por la diferencia, por motivar a que cada sea lo que crea.

Es una suerte que Saldanha transite por una línea en la que sus películas se destacan por el alto nivel de lo técnico y enganchen con mensajes tan aleccionadores. El toro también tiene derecho a hacer su fiesta y es la de definir su propio camino, como cualquier ser así lo merece.

Los ángeles de la paz y de la guerra

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No solo por esos niños, sino por los niños que lloran y por los que no están en la cuna; por los niños que tienen zapatos y ropa en su casa.


 

 

 

El día que salimos al mercado a comprar flores con Francis, justo antes, nos paralizamos ante esa noticia nacional. La presentadora del noticiero no se inmutaba al resaltar que los muertos eran cuatro niños inocentes. De esto se hablaría semanas enteras. “Cuatro niños inocentes” fue lo que más asombró en la noticia, porque muertos en Colombia hay casi a diario.

Interpelé a Francis para que me dijera la verdad si acaso el hombre tiene una naturaleza tan oscura, como para hacer algo así en nombre de la razón o la causa. Porque la noche anterior lo veía todo tan distinto. Él, por un momento, fijó sus ojos en los míos. Creo que trataba de decirme que su respuesta no era del todo esperanzadora. Pero yo ya la sabía por mí misma.

 

 

—Es mejor que te enteres ahora –dijo- sin que tengas que ser una vieja: El mundo no anda bien.

Un escalofrío corrió por mi cuerpo, como si una ráfaga de viento me envolviera.

— ¿Aún quieres comprar flores? Preguntó Francis.

—¿Por qué no? –respondí- las pondré en el mismo lugar. Solo que en esta ocasión no las pondré en casa como símbolo de nuestro amor, sino para recordar a esos niños y, mirándolas sabré que mientras hay vida hay esperanza.

Francis, como todo un caballero, me oía atentamente. Intuí que apoyaba mi decisión porque me miraba con ternura.  Luego rompió el silencio.

—Está bien. Será una pequeña ofrenda para esos grandes ángeles. Un día inevitablemente alguien levantará una flor sobre nuestra tumba y en nuestra memoria.

 

 

 

Sentí estas palabras tan humanas y cálidas como nuestra vieja cocina y conservaban un sabor muy propio de él. Aseguramos la casa para ir al mercado, pero tuvimos cuidado de que nuestra gata tuviera el aire necesario para no desesperarse. La bola de pelos dejaba ver una mirada suplicante desde el ventanal.

Quise llevarla, pero Francis me aseguró que estaba más segura en casa.

Desde que a alguien ideó secuestrar gatos y manipular los sentimientos de los dueños para cobrarles, ya se veían muy pocas mascotas en la ciudad.

 

 

Lo más popular como los gatos de techo, tenían toda la libertad del mundo para hacer de las suyas. A las especies comunes y silvestres, nadie osa secuestrarlas porque son normales, los hay en todas partes.

Regresé y dejé a “Sabina” en su cesta de mimbre. Su doble mirada me conmocionó.

Salimos. Nos encaminamos por la calle principal y no sé si fue casualidad, pero una rueda metálica de color amarillo entre los juegos del parque infantil, giraba impulsada por el aire.

—¿Los oyes? Son ellos.  Siempre andan sonriendo, despreocupados por la vida. Lo saben todo, vieron los rostros de sus verdugos y ahora ven los nuestros y cuando nosotros también estemos muertos nos mirarán a los ojos y sonreirán.

—Francis, me asustas. Y le di un codazo suave en su vientre. Es solo viento. Los ángeles no se desprenden del cielo. Solo tengo uno cerca y eres tú.

 

 

Cuando lo conocí, es decir, hace doce meses, dos novios atrás y muchas noticias tristes en Colombia, era un periodista sin mucho éxito, que terminó por salir de un periódico local, porque le abrumaba tener que trabajar en las noches.

No era un comunicador que publicaba, sino que ululaba. Me emocionó conocerlo cuando una tarde nos estrellamos en el Centro Comercial y casi que nos besamos. Su reacción al choque fue, ¿eres una pared o un ángel? Y me quedé muda pensando, si acaso él no sería un bobito lindo que necesitaba anteojos.

 

Se recompuso y alzó del suelo una revista con una figura de un clavo encerrado en un círculo; nos dimos la mano; nos disculpamos y nos invitamos a tomar un café.

 

Allí me contó en qué consistía su trabajo, y en las peripecias que tenía que hacer para conseguir información para las notas en su empresa periodística.

 

Me enamoraron sus historias. Y hablaba con tanta convicción que no dudé ni un instante de que un periodista debe ser un malabarista de la vida.  Así es él y así lo conocí. Todo comenzó en un Centro Comercial, en un pequeño café.

 

 

Me acordé de esto, porque cuando miró la rueda giratoria y dijo aquello, sus palabras me conmovieron. Luego vi que dejo caer algunas lágrimas por sus mejillas como si fuera un niño más.

De ahí en adelante comprar flores no sería un símbolo de amor, sino una necesidad inocente de honrar a esos cuatro ángeles que nos miran. Lo abracé y le pregunté con un tono quebrantado.

 

—Francis ¿dónde está Dios? Francis guardó un silencio intimidante.

 

Seguimos el camino hasta el mercado atestado de personas.

Había un movimiento que mareaba; y me sorprendió que la vida continuara su ciclo aun en medio del dolor. Francis lo supo primero, después yo: la gente llora a solas. Por eso trabajan, para ignorar una realidad más profunda que vivir.

Aun así, fue maravilloso ver este mercado como un mundo en acción multicolor como si desde lejos fuera un circuito electrónico encendido. Un cuerpo ruidoso que hablaba pero que no decía nada. Lo que llaman “un mar de gente” comprando, comiendo, bailando, besándose, acelerando en sus motos y en sus carros.

 

 

 

Fue esta la primera impresión que tuve y por eso me pareció un gran hormiguero. “Sandías”, “Pan, pan”, “Lleve el payasito”. Era un vocerío que se mezclaba. Busqué las flores, y me señalaron un pabellón paralelo a otro pabellón donde vendían carne. Era extraño que para comprar la belleza material representada en las flores, hubiera que pasar por el lugar que mejor representaba la voluntad de poder: la carnicería.

— ¡Cariño! ¿Has visto algo parecido?

—La verdad no –dijo-. Y nos asaltó la duda si acaso el ver carne todos los días, como se ve el sol o la noche, no estaba asociado a la indiferencia sobre los actos terroristas en el país.

Quien se acostumbra a ver lámparas en la ciudad pierde el éxtasis de observar las estrellas en su brillo natural.

Miramos de lejos el lugar donde vendían las flores y Francis, con su carácter enérgico, me tomó de la mano para llegar, pero empezó a llover. Era una lluvia teñida de sol que duró poco tiempo. El tiempo necesario para asentar el polvo y dispersar los pájaros. Correr hubiese sido un sinsentido.

—Ahí está Dios. Dijo Francis mirándome y sin soltarme de su mano.

— ¿Cómo? Pregunté inquieta.

—Ahí está Dios, en la lluvia. Las gotas son lágrimas de los ojos de Dios. Esa es la forma en la cual él se hace presente entre los hombres.

— ¿Estará llorando por los cuatro niños? Le dije en un tono sereno.

 

 

Francis guardó silencio. Estoy segura de que hubiera respondido que no solo por esos niños, sino por los niños que lloran y por los que no están en la cuna; por los niños que tienen zapatos y ropa en su casa, y que nunca llegaron a ser cubiertos con esos vestidos; por los niños que como frutos de un árbol son desgajados verdes.

Él no acostumbra a responder tan profundamente, pero como periodista sus ojos lo han visto todo.

Escampó y en el local de las flores había de todo tipo de belleza: Tulipanes, Crisantemos, Girasoles, Rosas, Margaritas, Cartuchos, Azucenas, Diente de León. A Francis le encantaron los Geranios.  Sus pétalos se metieron entre sus dedos como si fueran niños escondidos detrás de árboles.

Absorbió su olor, y para Francis, sin duda, era el olor suficiente de Dios para continuar con la vida.

 

 

 

Albalucía Ángel y las mujeres detrás del “Boom” literario en Latinoamérica

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Colombia tiene una literatura hecha por mujeres que honra la vida cultural latinoamericana

Gérman López Velázquez


 

 

 

El boom patriarcal

 

El conocido “Boom” de la literatura latinoamericana opacó, en cierta forma, a las escritoras femeninas, que también tienen su historia entre la historia de la literatura  del continente.

Así entonces bajo la figura de Julio Cortázar y J. L.Borges, en Argentina, se ensombreció a figuras como Estela Canto, Alfonsina Storni; detrás del peruano Mario Vargas Llosa, sin duda,  Patricia de Souza, Giovanna Rosa Pollarolo; de Juan Carlos Onetti, en Uruguay,  Juana de Ibarbourou o Delmira Agustini y de Gabriel García Márquez, en Colombia, Albalucía Ángel, Marvel Moreno, María Elvira Bonilla, solo por mencionar algunas escritoras y poetas, que pasaron a ser la sombra de esos escritores noveles, unos premiados, otros inmortalizados por los lectores latinoamericanos.

 

 

Desde la izquierda, García Hortelano, Carlos Barral, García Márquez, y Vargas Llosa; la derecha, José María Castellet, en 1970 en Barcelona. EFE

 

 

El “Boom” fue una visión masculina, que, por medio de la literatura, se retrató la situación y las vanguardias en Latinoamérica. Así la mujer, con el fin de establecer vínculos con otros y comunicarse, también habló y escribió como un hombre.  En consecuencia -y es esta una visión personal- las mujeres escritoras de este tiempo, estaban más cerca de  lo que se llama eufemísticamente “Low Culture”, en la medida en que esos grandes escritores del “Boom” se erigieron en jueces del canon narrativo y participes de la “High Culture”.

El feminismo incursionó también en ese contexto literario.

Esta tendencia, que no solo llegó a América como protesta civil, sino también como literatura, no buscaba denunciar y combatir las desigualdades sociales que soportaban las mujeres, sino que examinaba y criticaba también las estructuras ideológicas hondamente arraigadas en la sociedad, transformándolas por la narrativa femenina.

 

Vargas Llosa y su mujer, Patricia Llosa; José Donoso y Pilar Serrano, y el matrimonio García Márquez, en una foto sin fechar de los setenta, en Barcelona.

 

 

Es cierto que el itinerario de estas escritoras se insertaba en las trayectorias de los grandes hombres literarios de América latina, pero su propia expresión les asignó nuevos escenarios donde pudieron corroborar la conciencia de ser ellas mismas haciendo presencia literaria.

 

Como dice la escritora y ensayista colombiana Luisa Ballesteros Rosas:

 

Esta tarea (la de ser mujer en un contexto de violencia y tensión machista) las asocia aún más estrechamente al inmenso proyecto de la literatura latinoamericana que parece tener como objetivo reconciliar a la América Latina con su memoria y expresar las complejas tensiones de su interioridad colectiva. Consiguiendo construir un territorio propio para el desarrollo de sus literaturas.

(Ballesteros, L. 1997.  La escritora es la sociedad latinoamericana. Universidad del Valle.)

 

 

Marvel Luz Moreno (Barranquilla, 1939-París, 1995) fue estudiante de economía y empresaria de mercadeo y publicidad, autodidacta en literatura y ciencias humanas, lectora de clásicos, compañera del reconocido grupo La Cueva y partícipe de la vida cultural parisina desde la década de 1970.

 

 

Mujeres literariamente comprometidas, audaces, que la histórica opacó, pero no relegó, por cuanto sus historias están intactas como precursoras de la literatura femenina en Latinoamérica.

 

 

 

Albalucía Ángel

 

Una de esas escritoras, la pereirana Albalucía ángel, fue sin duda una mezcla de Simone de Beauvoir (filosofía feminista) Violeta Parra (música y arte) y Clarice Lispector, (escritura); una figura literaria importante dentro de la narrativa realista y costumbrista en Colombia.  Su estética y visión de la literatura versó en lo femenino, no “feminista”, como se ha pretendido estigmatizar su obra.

Porque el trabajo de ésta pereirana no se centró tanto en la condición de las mujeres y en su reivindicación, sino que se orientaba por vías precisas para consagrar la participación en todas las formas de expresión literaria: la poesía, la narrativa, la música, la actuación, etc.

Albalucía Ángel, intentó desarrollar con su escritura, específicamente realista (violencia) y femenina (erótica), una escritura que subvirtiera la hegemonía de una imaginación masculina que condenaba a las mujeres a guardar silencio como mujeres. Con su espíritu cosmopolita se fue abriendo al nuevo territorio en el que sólo contaba, por principio, el absoluto compromiso estético respecto a la obra creadora; así, del cuento, pasó a explorar la esencia y la realidad de la sociedad colombiana por medio de las novelas.

 

 

“Puesto que mi literatura fue siempre una toma de conciencia y al ser mujer tuve que hacer de esa toma de conciencia una posición definitiva, en el momento en que realmente se iluminó se alivió esa gran puerta de la denuncia. De la vida y la mujer”. (Alba Lucía Ángel M)

 

 

Su tercera novela más leída (las anteriores fueron “Los girasoles en invierno” y “Dos veces Alicia”) “Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón”, con cinco ediciones, que la hace la obra más importante sobre el tema de violencia en Colombia, sigue siendo desconocida por la crítica y por los lectores modernos.

 

La complejidad estructural de esta novela, poco entendida por los críticos especializados, logra un equilibrio entre la fidelidad del hecho histórico que violentamente marcó a Colombia y la complejidad estética que tramita el diálogo entre lo social y lo individual.

 

“Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón” entiende, en lo político, dos únicos caminos para la juventud de los años sesenta y setenta: la lucha clandestina o la renuncia.

 

La literatura de esta pereirana es una adentarse a un mundo, mitad realismo y mitad narrativa existencial; crónicas, historias, sucesos entrelazados, que los críticos no dudan en llamar Cronotopos.

 

Como dice la especialista en literatura femenina, Nadia Nailet Báez Rojas:

 

“La obra de Ángel pretende, en su fondo, una reflexión de tipo social que permite la construcción de un imaginario femenino, a partir del carácter revolucionario de la narración”.

 

 

 

La violenta crítica

 

La violencia de la critica también deja sus víctimas en el camino y Albalucía Ángel es una condenada más por las pasiones violentas de ser escritora en un país, donde, incluso el arte parece estar estancado en esas absurdas modas llamadas: “Movimientos Literarios” como diría Germán López Velázquez.

Las llamadas generaciones, como modas, empobrecen la crítica literaria y blindan la medianía, debido a que el problema de los críticos fue (y es) pensar que la literatura es una moda.

Por eso se entiende, y no se justifica, que los críticos de la obra de Albalucía Ángel hayan victimizado a esta narradora, al punto de que sus novelas no llegaran a alcanzar el éxito editorial entre otras narrativas de violencia publicadas en la misma época.

 

Albalucía Ángel, la escritora censurada que se atrevió a narrar sin miedo los peores horrores de la época de la Violencia partidista en Colombia.

 

 

En Albalucía Ángel, la crítica literaria fue más mordaz, condenando su texto y a la vez su investidura de escritora. Gramáticos pedantes que hicieron de la literatura una violencia intrínseca ante las nuevas propuestas escriturales que emergían desde las regiones. Técnicos del lenguaje que no podían abordar una temática tan interesante como la de Albalucía ángel, sin consultar sus manuales canónigos de literatura y sin obviar las predicciones climáticas del almanaque de Bristol.

La crítica asumió como un hecho incontrovertible que el caos del enunciado, el entramado de cronotopos en la obra de Ángel no permitía el reconocimiento de una arquitectura narrativa coherente.

 

 

Este libro publicado en 1975 se ha vuelto un hito en la literatura colombiana. Un lenguaje fresco, ágil, ha permitido que la novela perdure y cada día sea más valorada por las nuevas generaciones.

 

 

A lo mejor a la crítica le faltó elementos valorativos y una seriedad teórica para acercarse a esta obra, que, sin duda, estuvo en la altura de títulos como: Noche de Pájaros” de Arturo Álape, “Una y muchas guerras”, de Alonso Aristizábal, “Cóndores no entierran todos los días” y “El último gamonal” de Gustavo Álvarez Gardeazábal.

 

Quizás alguna especie de orgullo histórico de algunos escritores, no soportaron que una mujer, y menos pereirana, escribiera narrativa desde el bogotazo, por ejemplo; mezclando literatura e historia, y retratando, esa cruda realidad de violencia en Colombia que desencadenó un espiral de muertes y rencores que no cesa de reinventarse.

El estigma de categorizar la literatura femenina de Ángel como feminista, y el preconcepto general de ver en las obras femeninas un espíritu anti patriarcal y deconstructivo, fueron elementos claves para que la crítica diera sus juicios y valoraciones extra-textuales.

 

Esta novela fue escrita en el año 1971 en Torobajo, según lo afirma el mismo autor, Gustavo Álvarez Gardeazábal, al final de la obra. El título hace alusión al grupo conservador que se consolidó en Tuluá en los años 50 del siglo pasado. Eran llamados Los pájaros, y el cabecilla era apodado “Cóndor”.

 

 

 

El estado actual de las escritoras femeninas

Hoy las escritoras latinoamericanas, al fin libres del ostracismo de los siglos pasados, se destacan en todos los registros de la vida intelectual, aunque no sin lucha. Sus obras abordan con éxito los géneros más diversos, que ellas enriquecen con sus múltiples perspectivas.

El carácter patriarcal del “Boom” de la literatura Latinoamericana, no desestimó, (pero si opacó), los esfuerzos y la fecundidad creadora de grandes escritoras y poetas.

Una nueva era de escritura femenina se abre como un mundo de posibilidades, explorando no solo la mujer misma y lo femenino, sino todas las estructuras que atañen a su existencia.  Así entonces se devela que el “Boom” fue más que una visión masculina de las cosas.

Lo confirma, el hecho de que hace años, en la ciudad de Murcia, en España, se reunió un conglomerado de personas a celebrar los 50 años  del “Boom” de la literatura latinoamericana.  El evento se inauguró con la pregunta: “¿hay que matar el boom?”.

 

Y las respuestas provinieron de los exponentes masculinos. Y entre tertulia, foros y charlas, se dejó al descubierto que el “Boom” no fue esencialmente masculino como se creía, sino que detrás de todos esos escritores embarazados de historias, se encontraba la señora Carmen Balcells, la verdadera inventora del “Boom Latinoamericano”.

 

Carmen Balcells Segalà (Santa Fe de Segarra, Olujas, Lérida, 9 de agosto de 1930-Barcelona, 20 de septiembre de 2015)​​ fue una agente literaria española.

 

 

Calles, reflexiones y verdades de un escritor en la ciudad

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Allí moldea ideas con la verdad cotidiana que ajusta y adelanta saberes y principios para una cuidad tensionada con ficciones y retórica.


 

 

 

 

Calle 25. 

Mi calendario marca 2018, llama a pensar con imágenes del día, hay música en la calle donde el chateo sepultó al dedal, atrás las ideas de gobernantes cuyo cerebro aplasta un presupuesto con contratos, puestos y afán por conservar espacio en el poder con votos.

 

Calle 23.

Necesitamos nuevos ritmos, los códigos del folk que canta al rio Otún y sentados en su orilla reafirmar la vida, abandonar rezos que cambian los estados del alma por diezmos y retornar al cuidado de ese bulto de carne que encarcela el alma, sin maquillajes y apariencias pensar en los derechos de una ciudad, menos ruido y con arte en lugares impensados.

 

Calle 21.

Abandona el bareto y la jeringa, piensa libre sin ser machista o sometido a ladrones que gobiernan. Ven al afecto de grupos vecinales y amistades del parche, perseguimos un lenguaje más allá de  profesores y expertos que se visten con libros de piedra. Sabe pensar, equivocarte y regresar tras lo cierto por más senderos de lenguajes, más allá de mentiras y verdades; detrás de eso, una magia genera mundos de concreto, pavimenta correderos de agua y vida verde de ciudad.

 

Calle 19.

Sacude las emociones ligadas a los medios y políticos, o enviados sacros mal parqueados, ven mira la ciudad desde hechos sólidos que desmoronen una élite que inventa una ciudad ombligo.

 

 

Rayuela tras el tiempo y las verdades.

 

 

Calle 17

Intuye los retazos de verdad que cada quien ve, despojado de trastornos, teclea sentires subjetivos que hacen parte de ese mundo que oye y habla con música, comparte espacios, juega, camina y aroma de café. Allí moldea ideas con la verdad cotidiana que ajusta y adelanta saberes y principios para una cuidad tensionada con ficciones y retórica.

 

Calle 15

Desatar la verdad absoluta que se diluye y hace espuma entre las redes sociales del chat y cuestionar con palabras cara a cara y voz a voz, tecleo tras tecleo, las verdades del estado, del periodismo de los dueños del país y la ciencia de los sabios casposos; revolcar todo, verdades contrarias al poder de la verdad y el no poder de expertos y monarcas, para saber soltar un avispero que pique mil verdades, sotanas y senadores que se choquen en el aire contaminado de la ciudad con las mentiras que fluyen desde la economía digital.

 

Calle 13

Uff, no sé el tejemaneje, ha de emerger una fuerza capaz de demoler los muros de la legitimidad del machismo, poder de patrones y jerarcas, la enfermedad que creen ver en los homosexuales, la educación que fortalece el espíritu y moldea con el trabajo infantil; ahí,  descocotar esas barbaridades que ruedan entre mil y mil verdades absolutas que solo se podrán creer cuando se generen otras redes de hechos que causen mejor vida y nos hagan un poco más felices, con esa pizca de infelicidad que nos pellizca todos los días y nos hace sentir que estamos en un mundo donde ciertas formas de desdicha, enfermedades y problemas insolubles, son sal de una existencia que también transforma eso.

 

Números, espejos, infinitos y el arte de la tocata y la fuga de Bach.

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“Claro que si existen glotones de todo tipo ¿por qué no glotones para la iluminación?”


 

 

La pregunta, formulada a quemarropa por la Tortuga a Aquiles en uno de los diálogos del libro Gödel, Escher, Bach, un eterno y grácil bucle, del escritor y matemático norteamericano Douglas R. Hofstadter, cae como una cascada sobre la mente del lector y la siembra de una sucesión interminable de preguntas, como corresponde a toda gran obra, independiente de su naturaleza.

 

Ya en las primeras páginas el lector descubre que está ante un libro abismal. Tan abismal como esos cuadros del artista gráfico M.C. Escher que aparecen en una de las caras de un cubo conformado además por las fugas de Johann Sebastian Bach, los teoremas de los matemáticos Gödel y Georg Cantor, los koanes del budismo zen, las espirales de la cadena de ADN y los códigos de las computadoras, para hablar solo de algunas de las muchas facetas del conocimiento que van y vienen como hormigas que al cruzarse dan lugar a un nuevo lenguaje capaz de decir cosas tanto al interior del propio hormiguero como al mundo exterior.

 

Aquiles y la Tortuga son- cómo no- los mismos personajes de la célebre Paradoja de Zenón que tanto inquietara a Jorge Luis Borges, un hombre obsesionado a su vez con el curioso isomorfísmo manifiesto en los códigos internos de las matemáticas, la mística y la teología. Cada uno a su manera y con distintos recursos, nos habla de lo mismo: el infinito y la imposibilidad de la suma de sus partes.

 

Gödel, Escher, Bach: un Eterno y Grácil Bucle (Gödel, Escher, Bach: an Eternal Golden Braid, abreviado GEB por el mismo autor) es un libro de Douglas R. Hofstadter, publicado en 1979 por Basic Books y ganador del Premio Pulitzer.

 

Pero dejemos tranquilo a Borges en su paraíso de libros y su infierno de espejos.   Resulta claro que la Tortuga se refiere a Hofstadter cuando habla de “Glotones para la iluminación”. ¿Cómo así? ¿Un personaje refiriéndose a su autor? Se preguntarán algunos. Pues sí. El juego mental propuesto por el autor consiste en eso: una sucesión de personajes que solo pueden avanzar volviéndose sobre sí mismos, en un constante ejercicio de autorreferencia, idéntico al de la serpiente que se muerde la cola. El Ouroborus, el viejo y conocido símbolo del infinito.

Quienes están familiarizados con los dibujos de Escher recordarán sin duda la perturbadora imagen de un hombre que asciende por las escaleras de un edificio sembrado de ángulos.

En su desplazamiento se fija en que al otro lado desciende un hombre idéntico a él, que a su vez lo mira mirarlo. Nos encontramos frente a la eterna imagen de los espejos enfrentados; del relato dentro del relato; de la muñeca que contiene a su vez otra muñeca. Si continuamos, tendremos dos opciones: o despeñarnos por un precipicio sin sima o alcanzar alguna forma de conocimiento.

 

 

Douglas Richard Hofstadter (15 de febrero de 1945) es un científico, filósofo y académico estadounidense.

 

Lo que el autor de Un eterno y grácil bucle nos sugiere en las más de ochocientas páginas de su libro es que hombres como Bach asumieron el riesgo de la segunda opción. De ese salto al vacío surgió el arte de la fuga, una expresión musical   basada en la idea de unas notas y tonos que al volverse sobre sí mismos dan lugar a un universo sonoro igual pero distinto.

 

Lo mismo pasa con los números y programas de computadora que dan saltos entre su cifra primigenia y el infinito, en una pirueta incesante que, miren por dónde, nos remite a la forma como funciona la información genética: moléculas que fabrican réplicas nunca iguales a sí mismas, pero que por eso mismo permiten la supervivencia de las especies.

 

Y así vamos de la mano de Hofstadter y sus amigos: la Tortuga aficionada a los acertijos, un cangrejo proclive a los descalabros y un Aquiles que intenta caminar sobre la cuerda floja de sus propios pavores: teme que el piso de la lógica se quiebre en ese viaje sin retorno en el que los matemáticos persiguen la misma clase de belleza que los músicos, los poetas , los pintores y todo aquél que intenta sustraerle al mundo sus secretos… solo para descubrir que estamos atrapados en un juego infinito de espejos enfrentados del que intentamos escapar con ayuda de un teorema, una pintura, un acorde o un poema que al final resultarán solo otra imagen en el abismo sin fin de ese espejo que se transforma en laberinto cuando siente amenazados sus secretos.

 

Johann Sebastian Bach ( 31 de marzo de 1685. –  17 de julio jul./ 28 de julio de 1750) fue un compositor, organista, clavecinista, violinista, violista, maestro de capilla y Kantor alemán del periodo barroco.

 

De eso y mucho más se ocupa Hofstadter en su libro.

 

 

 

¿Quién le teme a Joseph E. Stiglitz?

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Asesor del Gobierno Clinton y vicepresidente del Banco Mundial, aparte de académico de primer orden, Stiglitz conoce la entraña de un modelo económico.


 

 

 

 

 

“No se debe ver el desempleo como sólo una estadística, un “conteo de cuerpos” económico, víctimas accidentales en la lucha contra la inflación o para garantizar que los bancos occidentales cobren. Los desempleados son personas con familias, cuyas vidas resultan afectadas – a veces devastadas- por las políticas que unos extraños recomiendan y, en el caso del Fondo Monetario Internacional, efectivamente imponen. La guerra moderna de alta tecnología está diseñada para suprimir el contacto físico: arrojar bombas desde 50.000 pies logra que uno no “sienta” lo que hace. La administración económica moderna es similar: desde un hotel de lujo, uno puede forzar insensiblemente políticas sobre las cuales uno pensaría dos veces si conociera a las personas cuya vida va a destruir”.

 

 

Por el párrafo anterior, que aparece en la página sesenta y ocho de su libro “El malestar en la globalización”, el profesor Joseph E. Stiglitz hubiese sido acusado de “rojillo” sesenta años atrás. De hecho, eso piensan de él los electores del Partido Republicano y no pocos militantes del bando Demócrata.

 

 

No por casualidad, el viejo maestro que conoció de primera mano las mil caras de la pobreza durante sus dos años de permanencia en Kenia, es algo así como una prueba andante de la incorrección política. Por eso no tiene problemas en hablar de imperialismo, para referirse a algunas aberraciones de la globalización, aunque esa palabra haya sido proscrita luego de la caída del bloque comunista.

 

Asesor del Gobierno Clinton y vicepresidente del Banco Mundial, aparte de académico de primer orden, Stiglitz conoce la entraña de un modelo económico que ha demostrado como ningún otro en la historia su capacidad para producir y acumular riqueza, al tiempo que multiplica pobreza y miseria a lo largo y ancho del planeta.

El profesor parte de una premisa generalmente aceptada: la globalización en sí misma no es buena ni mala. Ni siquiera es nueva. De hecho, gracias a ella el mundo ha experimentado portentosas transformaciones signadas por el intercambio económico y cultural.

 

 

El problema son las políticas trazadas por quienes controlan ese mundo, que ya no son los antiguos Estados sino las corporaciones capaces de nombrar presidentes y ministros de hacienda.

 

Por eso, organismos creados con el propósito de erradicar la pobreza y estabilizar las economías, acabaron convertidos en instrumentos de los grupos de poder. Tanto, que a menudo olvidamos un detalle: que   desde su creación funcionan con dineros públicos aportados por todos los países, aunque en la práctica obedecen a los intereses de los ocho más ricos.

 

 

Stiglitz conoce todo eso. Sabe por qué los poderosos sacralizaron el libre mercado y, de paso, estigmatizaron al Estado en su condición de regulador obligado de las relaciones entre sus asociados, es decir, de responsable de fijar reglas para gestionar lo público y lo privado. Por eso mismo- nos dice- en el discurso político moderno reina la hipocresía: mientras en los llamados Tratados de Libre Comercio los más fuertes se aseguran de proteger sus productos, al mismo tiempo obligan a los más débiles a abrir sus mercados.

 

Para ilustrarlo apela a una metáfora marina: “Es como si pequeños botes tuvieran que arreglárselas en medio de un mar embravecido, mientras los grandes buques navegan y pescan a su antojo”.

 

Cuando los derechos ambientales y laborales son vistos como obstáculos a superar quiere decir que algo se pudrió en el modelo. Claro: quienes toman las decisiones son personas que ven naturalmente el mundo a través de los ojos de la comunidad financiera, nos recuerda este hombre lúcido a través de las casi quinientas páginas de su libro.

 

 

Para su fina mirada, y tal como lo plantea en uno de los capítulos del texto, el lema del Banco Mundial: “Nuestro sueño es un mundo sin pobreza”, no pasa de ser una promesa incumplida.