viernes, junio 13, 2025
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#QuédateEnCasa lecturas recomendadas para el fin de semana

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The New York Times: Tolstói y el poder de la fragilidad

Un hombre duerme en la mitad de una calle en Barcelona durante la cuarentena decretada por la pandemia del coronavirus.Credit…Emilio Morenatti/Associated Press

 

El País, España: Cómo el enfrentamiento entre Betsi Cadwaladr y Florence Nightingale sentó las bases de la enfermería moderna

Florence Nightingale (a la izquierda) y Betsi Cadwaladr, consideradas dos de las madres de la enfermería.

 

Página 12, Argentina: Naomar Almeida Filho: “Una pandemia desafía la manera en que las sociedades se organizan”

El reconocido especialista en salud colectiva analiza el manejo en Brasil, el papel de la ciencia y las estrategias en distintos países. La función del Estado y el sistema público de salud

 

BBC Mundo: Albert Einstein: cómo el científico organizaba su tiempo (y por qué a veces se olvidaba hasta de almorzar)

Albert Einstein fue una mente brillante para la ciencia. Pero ¿cómo administraba su tiempo?. GETTY IMAGES

 

El País, España: “Necesitamos pensar para saber que estamos sobreviviendo”

Alberto Manguel durante el Festival Internacional de Literatura en Roma, Italia, en junio de 2019. GETTY IMAGES

 


 

OTRAS LECTURAS RECOMENDADAS

 

#QuédateEnCasa lecturas recomendadas para Semana Santa

 

Papel sobrante y Poemas del siglo XXI. Fragmentos del libro

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Antojos |

Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores y reseñados en La cebra que habla.

 

Ternura

¿Seguro que sabes acariciar? ¿Te has dado cuenta de lo que es la caricia incompleta, indeterminada, no orientada sino dispersa e indecisa? ¿Has ensayado algo distinto a lo que has hecho siempre? Recuerda que antes de unirse dos labios con otros dos, las puntas de la nariz eran las que establecían contacto. Al menos lo contó Marco Polo, el viajero aquel que anduvo medio mundo sin una sola guía turística.

–¿Me das un beso?

Ni se dice eso, ni se dan los besos. Hay una nueva manera y es la de no terminar definitivamente. De modo que bien puedes hacer cambios radicales en tus relaciones.

–Voy a darte medio beso no sé dónde ni de qué duración.

Eso es lógico. Lo que no es lógico es aquello de las películas donde un galán toma por el cuello a su enemiga y la atenaza como si fuera a quitarle el medallón. Eso no es un beso. Se puede llamar atraco, “colgada”, abuso, lo que sea. Pero de beso tiene únicamente el poco de saliva que puedan intercambiar.

¿Sabes acariciar? Si tienes dudas sobre el asunto recuerda que en este caso las dudas no se resuelven, como en derecho, en favor del reo.

Van en contra tuya, mal besador y mala besadora.

¡Cálmense!

Bueno, tómenlo como consejo, si les parece. O como lo que sea, pero de todos modos no hagan la gracia de aquellos señores al lado de diez teléfonos, respondiendo naturalmente diez cosas distintas:

–Por supuesto, un pasaje con regreso.

–¡De ningún modo, me lo pintan de amarillo!

–Cómo no, doña Berenice, allá le llega a las dos de la tarde del viernes.

Es decir, no agote su pobre organismo hasta el extremo de llegar a la clínica a meterse en la correspondiente tolda de oxígeno y en la camisa de once varas de la cuenta médica. Modérese, piense que hay solo esta vida. Y que no es necesario pegarse de diez tubos telefónicos, o cosa parecida.

Tampoco le aconsejo que se vuelva un parásito absoluto. Lo que le recomiendo es regular el paso, no excitarse en exceso ni pensar que va a durar dos mil años. Busque la verdad en el medio. Sin que esto signifique que le lleven el sueldo a casita, medida francamente ideal. Entonces quedemos en esto:

Ni motor, ni enredadera.

Viento

Ni se ve, ni se toca, ni se huele, pero está allí, encima de nosotros, a los lados, en todas partes. Colándose por hendijas, ojos, aberturas mínimas. Se queda la gente sintiendo la mano del viento y alguna, la curiosa y que piensa, se habrá dicho:

–¿Dónde está?

Es cuando se recuerda aquello del poeta, dicho a propósito de nuestro entrañable amigo, el soplo del mundo, cuando pregunta quién toca a la puerta:

–No es nadie, es el viento…

–¿Y es que el viento no es nadie?

De veras es algo como para pensar hermosamente largos ratos, sentado en la dureza de los bancos de parque. De dónde viene, cómo se hace, de qué está formado. En fin, cosas. Como esa explicación de una mujer, hace años, que decía a un niño:

–El viento lo hacen los árboles… cuando mueven sus hojas.

Y sigo con el misterio rondándome la piel, acariciándola ese fresco fantasma que es el viento.

Cómo pasa el tiempo

Se pasaba la niña

recogiendo las horas en una cesta

para qué quieres tantas dijo el abuelo

porque esta noche abuelo voy a una fiesta

y recogió tantas horas esa niñita

que llegó muy feliz a su matrimonio

del brazo de otra nena de una nenita

que le dijo en la iglesia te amo abuelita.

Adiós Sol

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Yo nunca la ví entrar en casa. Como tantas otras cosas que he dejado de ver, por la lejanía. Llegó pegada al pecho de mi papá. Mi hermana dice que él la trajo, y él se la llevó. Fue el bálsamo para la tristeza impronunciable que sentía mi mamá ante la muerte de su perro. La última de sus bebés. La que se quedó en casa, cuando todos nos marchamos.

No podía darle otro nombre más que “Sol”. El todo. La vitalidad. La luz en esos días sombríos. La versión breve de soledad. Su antídoto. Yo, al otro lado del teléfono, me rehusaba a compartir la dicha. ¿Una gata? Los gatos son huraños y sus mordiscos dolorosos. Yo era de convivir con perros. Juguetones, obsecuentes y cariñosos. Pero la racionalidad y la eficiencia me impedían sentir ternura. Pronto volvería a casa y me negaba a que una gata me mostrara los dientes, me asaltara y me mirara con esos ojos inquisidores haciéndome notar la incomodidad que le producía yo, la que ahora era forastera para los suyos. Supongo que a mamá se le arrugó el corazón, pero al mismo tiempo sabía que yo iba de paso y que cedería por cansancio o por inteligencia, o por lo que fuera ante la situación.

Así fue. Todo ese malestar que mascullaba en el vuelo largo, larguísimo, desapareció cuando la vi. Contrario a todos los pronósticos, me acerqué y me pareció fascinante. Estaba rendida ante una gata elegante y amorosa. Una gata que supo que teníamos que darnos un espacio para poder querernos. Y la quise, la amé. La alimenté con especial cariño y con la reverencia que merece la gata primogénita en un reino que se empezó a poblar con otros gatos.

Cuando mi papá murió, Sol sufrió su ausencia. Se encerró durante semanas en el clóset oscuro, donde se había apropiado de uno de los entrepaños, como la niña que hace una carpa con sábanas, sillas y cojines para aislarse de los otros sin perderlos de vista completamente.

Se murió mi gata que no era mía. Se murió Sol y estos días de cuarentena hacen que el dolor sea más agudo. No hay abrazos. No hay vuelos largos, larguísimos, que permitan que mamá vuele hasta aquí para que la consintamos mientras pasa su duelo. Fue más que una gata. Era el símbolo de días felices, era la energía que impulsaba a mamá a levantarse cada mañana temprano para alimentarla, limpiar su arena, ponerle agua fresca. Mi mamá no pasa al teléfono. Yo sé que necesita, como Sol, su entrepaño. Su espacio para que el mundo se normalice, pese a que ya no tenemos certeza de lo que eso signifique ni cuándo suceda. Hay días tristes, y hoy es uno de ellos.

*Consulta más textos de la autora en  julianagonzalez.com

Los frutos de la poesía

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Mike Herr con la futura novia del comandante camboyano de las fuerzas especiales en Ba Xoia, 1968. Fotografía: Tim Page

“ Bachué, señora del agua,

  Enséñame  a tocar

  La fina pelusa bermeja del zapote”

José Manuel Arango

En la vieja casetera suena Purple Haze, una canción de Jimi Hendrix devenida, como el Paint it black de The Rolling Stones, parte de la banda sonora de una carnicería convertida a su vez en hito cultural: la guerra del Vietnam. El soldado, apellidado Frazer, o al menos nombrado así por la pluma del escritor Michael Herr, está acuclillado en lo más hondo de su trinchera en los arrozales de las antípodas. Solo una cosa lo mantiene vivo: la fotografía de su novia Caroline, camarera en una tienda de  hamburguesas en una pequeña aldea del medio oeste norteamericano llamada, de manera premonitoria, Patmos, el  mismo nombre de la isla  donde el San  Juan del Nuevo Testamento tuvo sus visiones del fin del mundo.

A esa altura del camino, con la culata del fusil apoyada contra el pecho y un enorme cigarrillo de marihuana apretado entre los dedos de su mano izquierda poseída por un irrefrenable temblor, Frazer sabe que la patria es una falacia urdida  por los políticos, la prensa y los  magnates de las grandes corporaciones. El miedo tiene una consistencia real, expresada en el sudor que mana de cada uno de sus poros. A su alrededor estallan los morteros y los gritos agónicos de sus compañeros crean una suerte de coro del infierno. Entonces, como entonando una oración, ese muchacho negro repite una y otra vez el nombre de la chica que acaso lo olvidó unos minutos después  de despedirlo con un beso en la frente y una promesa de amor eterno a la entrada de uno de los hangares en un  aeropuerto  del ejército de los Estados Unidos de América.

Mike Herr con la futura novia del comandante camboyano de las fuerzas especiales en Ba Xoia, 1968. Fotografía: Tim Page

Arrastrados- y arrasados – por esa imagen, asistimos  a uno de los episodios definitivos en la historia del mundo después de la segunda guerra mundial. Para lograrlo, el corresponsal Michael Herr no precisó de comunicados de prensa emitidos por el Vietcong o por el comando del ejército norteamericano asentado en el lejano oriente. Tampoco echó mano de cifras estadísticas sobre el número de combatientes,  la proporción de muertos  por bando o la cantidad de armamento utilizada en cada batalla.

Nada de eso: le bastó con la dosis necesaria de poesía para recrear con palabras la pesadilla desatada por los poderes dispuestos a aniquilarse y acabar con  cualquier signo de  vida atravesado en la ruta  de sus intereses. Solo entonces, los habitantes del planeta empezaron a tomar conciencia del espanto desatado al otro lado del mundo por los señores del poder. Defendemos la libertad y la democracia, sentenciaban unos con calculado efectismo retórico. No cesaremos hasta alcanzar el reinado de la clase obrera en la tierra, replicaban los otros, embriagados por el tono de su propia pirotecnia.

Acaso sin ser conscientes de ello hombres como Herr hicieron de la antigua y buena poesía el camino para mostrarnos los pliegues más ocultos de  la realidad. Ya lo había  hecho el viejo Homero o quienes se   ocultaran bajo ese nombre. Ambos sabían o sospechaban que solo el aliento de la palabra poética puede aproximarnos a lo más bello y siniestro de nuestra condición.

“Vinimos a cubrir la guerra y esta acabó cubriéndonos a nosotros” declaró el autor de Despachos de  guerra, un libro escrito con esa clase de  clarividencia  terrible y diáfana que gravita sobre los campos donde acontecen el  amor  y la muerte. Leyendo  los artículos de las revistas y periódicos contemporáneos, más parecidos a un  sumario notarial o a un reporte estadístico que a una recreación viva y palpitante de la aventura humana, uno no puede menos que añorar los tiempos cuando no eran los técnicos de la información sino los narradores, los filósofos y los poetas quienes se encargaban de redactar las noticias, las crónicas y las columnas de opinión.

De ese modo nos enseñaban a  tocar la fina pelusa bermeja del zapote: esa parte esencial de la vida escamoteada por el pragmatismo y el talante utilitario de la moderna industria de la información.


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Estampas de la cuarentena: lo que no pudo el viento, el coronavirus se lo llevó

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Catedral metropolitana de Cochabamba, con ese cielo tan profundamente azul que resulta enajenador. Impensable en otros tiempos

Catedral metropolitana de Cochabamba, con ese cielo tan profundamente azul que resulta enajenador. Impensable en otros tiempos

Cada vez que salgo al centro, al casco viejo y demás inmediaciones, no reconozco a mi ciudad.  La camino, la paseo, la recorro una vez a la semana y sigo sin reconocerla. Mi espíritu, mi cuerpo no se la creen, por más que mis ojos repasan una y otra vez sus calles y avenidas desiertas. Todo el tiempo me sabe desconocida, extraña, impersonal, extensa, pero en cualquier caso fascinante. Siempre pensé que no viviría lo suficiente para verla quieta, despejada y medianamente limpia.

Plaza de Armas: irreconocible por su impoluta y serena quietud

Hasta ahora lo más próximo a esa tranquilidad lo habíamos obtenido de un día de elecciones, aproximadamente cada cuatro o cinco años, cuando toca renovar a toda esa fauna conocida como clase política. En esos azarosos días, la ciudad entera para, se aquieta a marchas forzadas, pero detiene en algo su rumor de vías transitadas. Cuando cada cuatro meses llega el Día del Peatón, tampoco es la salvación, ya que oleadas de la especie humana se vuelcan a las calles en una suerte de frenético picnic colectivo sobre el asfalto, cuyo grandioso resultado son montones de basura que no se pueden ocultar debajo de la alfombra. Callan los automotores, es cierto, pero no hay cosa más insoportable que el ruido humano. Es como amplificar una colmena a escala inimaginable. Por lo menos los hormigueros son silenciosos.

Cochabamba, un año antes de la pandemia, tan contaminada que apenas se divisa la cordillera del Tunari
Cochabamba hoy, en plena cuarentena (foto: Sergio Coca)

Estas semanas de cuarentena, de encerrona forzada por decreto, van a arrojar consecuencias funestas, afirman los psicólogos y otros estudiosos del comportamiento, en la salud mental de mucha gente. Acostumbrados al gregarismo por milenios, los humanos se ven hoy desesperados, angustiados y ansiosos por retornar a sus espacios públicos, porque no soportan la soledad de sus almas entre cuatro paredes. Parece que por fin comprendimos el valor de la libertad, en todos sus sentidos. O tal vez no.

Despojados de nuestros privilegios e inermes ante la incertidumbre, acostumbrados a mirarnos el ombligo y creernos invulnerables desde siempre, quizá a porrazo limpio recién estemos entendiendo que el planeta no nos pertenece, que no podemos avasallar la naturaleza a capricho. Que no podemos explotar sus recursos indefinidamente sin un precio que pagar. Que no tenemos derecho a contaminar sus cielos, arrasar sus bosques, y envenenar sus ríos impunemente. Que no podemos hacer de los océanos un depósito interminable de desechos.

¿Y qué hay de las urbes o ciudades? Si bien son ambiciones humanas llevadas a la práctica, tampoco son de nuestra exclusiva propiedad; porque, andando el tiempo, adquieren vida propia que las distingue unas de otras. De lo contrario, todas se parecerían, igual de monótonas, igual de aburridas, igual de agobiantes. Cualquiera que haya salido a la calle, en su respectiva ciudad, se habrá dado cuenta que esa su “casa grande” ha cobrado nuevo brío, renovado aires literalmente y hasta habrá cambiado de matices.

Laguna Alalay, al sur de la ciudad, antes de la cuarentena
Hasta la vegetación parece haber recuperado el vigor, increíblemente a puertas del otoño (Foto: Sergio Coca)

Si algo bueno ha traído la pandemia del coronavirus, con seguridad lo más destacable ha sido la limpieza paulatina de las atmósferas urbanas, contaminadas a más no poder por el incesante humear de los automóviles y las industrias. Que de pronto hayan desaparecido el ruido y demás nocivas distracciones tiene algo de terapéutico. Quizá las ciudades necesitaban descansar de nosotros, de ese trajinar continuo de nuestros pasos apresurados. De ese insaciable afán de estar en todas partes, de ocuparlo todo. Ya era hora de tomarnos las cosas con calma. Como el contemplar viejos monumentos, por ejemplo.

*Pueden ver más contenidos de este autor en: Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas, y otros amores


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“Kind of Blue” es un álbum de estudio del músico de jazz estadounidense Miles Davis, lanzado el 17 de agosto de 1959 por Columbia Records.

 

 

Este disco es importante por su influencia, no solo en el jazz, también para el rock y la música clásica, según  coinciden melómanos y expertos.

Las sesiones de grabación para el álbum tuvieron lugar en el 30th Street Studio de Columbia en la ciudad de Nueva York el 2 de marzo y el 22 de abril de 1959. Las sesiones incluyeron el sexteto conjunto de Davis, con el pianista Bill Evans, el baterista Jimmy Cobb, bajista Paul Chambers y los saxofonistas John Coltrane y Julian “Cannonball” Adderley.

 

 

Las cifras  ubican a Kind of Blue no solo como el álbum más vendido de Davis, sino también como el disco de jazz más vendido de todos los tiempos. El 7 de octubre de 2008, la Asociación de la Industria de Grabación de América (RIAA) certificó el platino cuádruple en ventas. Ha sido considerado por muchos críticos como el mejor  disco de jazz de todos los tiempos y la obra maestra de Davis.

En 2002, fue una de las cincuenta grabaciones elegidas ese año por la Biblioteca del Congreso para ser agregadas al Registro Nacional de Grabación. En 2003, el álbum ocupó el puesto número 12 en la lista de la revista Rolling Stone de los 500 mejores  de todos los tiempos.

Recomendación de la semana por Felipe Paz, para que descansen, apaguen las noticias, escuchen buena música y se aburran un poco. Como diría Ana García Moreno, columnista de El País: “cuando dispongo de algún momento libre, me sirvo un vino, me recuesto en el sofá y me aburro. Qué placer.”

 

 


 

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