El año pasado el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales – CLACSO, lanzó la convocatoria para becas de investigación: Los nudos críticos de las desigualdades de género en América Latina y el Caribe. Esta convocatoria buscó integrar equipos interdisciplinarios en diferentes países de Latinoamérica para investigar cuestiones concernientes a discriminaciones de género en la cotidianidad de las mujeres.
“El logro de la igualdad es un objetivo común que marca el camino de las mujeres de la región. Esto se construye tanto desde la intervención y la movilización, como desde la investigación situada, rigurosa y de calidad.
Así como el género es producido desde la interseccionalidad, si asumimos las desigualdades como multidimensionales, podemos pensar la construcción de la igualdad también como interseccional. A su vez, la igualdad no es sinónimo de idéntico, unívoco. Es necesario superar la igualdad como borramiento de diferencias y avanzar hacia una igualdad que reconozca las diversidades.”
La convocatoria recibió 173 postulaciones completas, de éstas y después de otros filtros, salieron cinco equipos de trabajos a los que se les asignaron 20 mil dólares por postulante para investigar.
Los proyectos becados que ya están en fase de ejecución son:
Señalamos estas becas en nuestra serie de Mujeres en Marzo por la pertinencia del trabajo de las mujeres en la ciencia, trabajos realizados en equipo para la visibilización de las problemáticas sociales y la sensibilización ante temas de índole social, económico y físico que enfrenta la población femenina en la cotidianidad.
Por estos días las palabras incertidumbre y desasosiego han cobrado consistencia material.
Como no había sucedido en mucho tiempo, el verbo se ha hecho carne.
Una vecina duerme- si duerme- con el televisor encendido. Cree que esa luz de tonalidad enfermiza puede rodearla con su halo protector y preservarla de los horrores del mundo.
Es una versión profana y degradada de El Ángel de la Guarda.
El tendero de la esquina cobra veinte mil pesos por productos que hasta hace una semana costaban cinco mil.
Asegura que es una bendición del cielo y que debemos sentirnos agradecidos con él por suministrarlos.
Como en sus mejores tiempos, la codicia se disfraza de solidaridad.
Tomada de lamenteesmaravillosa.com
Por su lado, el farmaceuta, sin tapabocas ni guantes, desafía la amenaza y sentencia, salpicando chispas de saliva en todas las direcciones, que la pandemia es una patraña urdida por tenebrosos poderes globales.
Eso no le impide seguir vendiendo paños húmedos, acetaminofén, tapabocas, guantes y botellas de alcohol antiséptico por miles.
Al precio que sea, la patraña vende.
Atrincherada en su cuarto, mi madre enhebra decenas de rosarios al día: a la Virgen del Perpetuo Socorro, al Misericordioso, al Milagroso de Buga. Noto que pone especial devoción en dos santos: san Lázaro y san Roque.
En las jerarquías celestiales deben ser algo así como los expertos en atención y prevención de desastres.
Generosa como es, mi vieja invoca protección para un número cada vez mayor de personas: una amiga a la que no ve desde la infancia, la comadre que vive en Pitalito, las sobrinas de Madrid, el primo de Nueva York.
Enterados de sus rogativas varios amigos- entre ellos unos cuantos ateos confesos- me solicitan que los incluya en sus súplicas en caso de que el sistema inmunológico de sus organismos no responda.
Nunca se sabe: el viejo debate entre la fe y la razón no tiene final.
La creación de Adán de Miguel Ángel Buonarroti plasmada en el techo de la famosa Capilla Sixtina
Buena contadora de cuentos como es, hace un par de noches mi vieja me hizo un detallado relato de las pestes que azotaron a los suyos en los días de su infancia: huequera, niguas, piojos, pulgas, chinches, fiebre amarilla, tifo negro, colerín calambroso y unas cuantas más.
Y a todas sobrevivió. Debe ser por eso que es tan fuerte de cuerpo y alma.
Pero a sus ochenta y cinco años tiene miedo. Como todos. Y no porque su fe en el santoral haya menguado.
Tiene miedo, como los que hilvanan una sucesión interminable de chistes buenos, malos, pésimos, regulares y geniales para disimular la aprensión y el desasosiego que les roe- que nos roe- las entrañas.
Es un acceso colectivo- y tan contagioso como el virus- de risa nerviosa.
Cada mañana saco un libro distinto de los anaqueles y no termino ninguno.
Mi vecino me lleva ventaja: al menos el termina los partidos de fútbol en diferido que ve una y otra vez las veinticuatro horas del día. Dice que cierra los ojos y es capaz de rememorar cada jugada, incluidas las repeticiones en cámara lenta.
Bueno, si el escritor Alessandro Baricco confinado en su apartamento de Turín confiesa que ha visto media docena de veces el Liverpool- Atlético de Madrid, debo creerle a mi vecino.
Ya lo advirtió el poeta: cuando el mar está enfurecido, todos buscamos el madero de la talla exacta de nuestro naufragio.
Porque, como en el título de aquella película terrible de R.W Fassbinder, en tiempos de pestes el miedo devora el alma.
El Ministerio de Salud de Colombia pide que pongamos atención a las recomendaciones que la Asociación Colombiana de Infectología hace sobre el USO DE TAPABOCAS Y GUANTES.
𝗟𝗼𝘀 𝘁𝗮𝗽𝗮𝗯𝗼𝗰𝗮𝘀 NO deben usarlos personas sanas.
𝗟𝗼𝘀 𝗴𝘂𝗮𝗻𝘁𝗲𝘀 NO deben usarse en espacios no clínicos.
A menudo, la enfermedad suele ser la expresión física de una perturbación moral: lo que los expertos llaman somatización.
Dicho de otra manera, lo que se desajusta en nuestras mentes se expresa en una gastritis, en una alteración cardíaca- iba a decir coronaria pero la palabreja tiene resonancias sospechosas por estos días- en una inflamación del colon, en una erupción de la piel, en una cefalgia, en una afección respiratoria.
Si eso pasa con los individuos algo similar acontece con el organismo de la sociedad y el del minúsculo fragmento de universo que habitamos.
La paciente Gaia de los antiguos.
En la era de internet acuñamos la expresión viral para referirnos a la vertiginosa manera como se multiplican los fenómenos a través de la red.
Ni en el más paranoico de nuestros delirios imaginamos que la naturaleza, la biología, la química se expresarían de la misma manera.
Un enemigo invisible y, por lo tanto, letal, surgió- nos dicen- en la ya no remota China y se expandió por el Mapamundi a un ritmo que nos dejó inermes.
O a lo mejor se trate de un enemigo sólo en apariencia. Quizás la vida pretende decirnos algo que por ahora no entendemos. Estamos demasiado atareados tratando de sobrevivir.
Tal vez se trate de una advertencia acerca del errático camino que hemos recorrido hasta ahora en todos los términos: políticos, sociales, económicos, culturales.
Si lo entendemos así resultaría que estamos ante una oportunidad- acaso la última- para revisar el modelo de la sociedad en su conjunto, empezando por los cimientos que soportan su existencia: la codicia, el egoísmo, el saqueo, la corrupción, el consumo y el derroche insensatos legitimados como razones de vida.
Veámoslo de esta manera: por primera vez en nuestra historia reciente la masa incontable de turistas no podrá lanzarse a invadir playas, páramos, balnearios, hoteles y museos durante los días de Semana Santa.
Y eso es malo, muy malo para la economía.
Pero puede ser bueno, muy bueno para emprender el viaje de regreso a ese completo desconocido que somos nosotros mismos. Esa criatura indescifrable que nos inspira tanto miedo como el Coronavirus.
Por eso huimos de ella a través de los viajes, del entretenimiento, de los pasatiempos.
¿Notan cómo han cobrado de importancia los pasatiempos, los juegos de mesa a resultas de la cuarentena?
Tenemos una cantidad infinita de tiempo entre las manos y no sabemos qué hacer con él.
Una curiosidad: durante la última semana he recibido decenas de enlaces a artículos de toda laya. También me envían archivos con tratados enteros acerca de los más disímiles asuntos.
Pero nadie me pregunta cómo estoy. He aquí otra oportunidad para ocuparnos del prójimo, del próximo, esa figura despojada de todo valor, a no ser como agente de producción y consumo.
El escritor colombiano Eduardo Zalamea Borda publicó en 1934 una vigorosa novela titulada Cuatro años a bordo de mí mismo, hoy olvidada como tantas otras cosas.
A esta altura del camino, cuando lo más empinado de la cuesta apenas comienza, un viaje al fondo de nosotros mismos- lo que los viejos teológos llamaban examen de conciencia y contrición de corazón– nos devolvería al mundo más lúcidos y fuertes, más ligeros de equipaje y por lo tanto mejor dotados para reconocer en su pleno valor a los que caminan a nuestro lado.
Congelados por el temor a este presente sin vacunas ni antídotos; frizados ante la propagación de la “distancia social” cara al totalitarismo, los madrideños acondicionaron El Palacio de hielo para una morgue. Es la guerra sanitaria, como recordó el chico Macron. Es la muerte que impone su propia arquitectura, que invade los sitios de recreo y ataca el optimismo. No sobra leer por estos días Velódromo de invierno de Juana Salabert. La arquitectura de la muerte es tan vieja como la peste. Lo supo Thomas Mann en Muerte en venecia, ahora que los bancos de peces, con sus escamas de plata, se pasean por los canales desolados como diminutas góndolas subacuáticas.
Dan Patrick, vicegobernador de Texas, educado en el college donde Trump pasó raspando la asignatura de Biología, expresó ufano que los viejos debían sacrificarse para privilegiar la economía y así garantizar la vida de los más jóvenes. Eludió decir que el imperio en que ejerce su mandato agencia un sistema de salud del tercer mundo. En su analfabetismo funcional de americano medio recordó, sin saberlo, la existencia de una novela de Cormac McCarthy, No es país para viejos: una suerte de western On the road sobre tráfico de drogas y asesino local sin escrúpulos. Si se aplicara la medida del sacrificio humano, McCarthy debería morir en breve a la edad de 87 años. Si Noam Chomski, un venerable lingüista de 92 abriles, liderara la campaña para escoger entre la vida de un vicegobernador republicano de 69 años y un escritor octogenario, sospecho que habría elecciones extraordianrias en los más de doscientos condados de Texas.
Mientras la economía del mundo se derrumba y la propagación del virus se hace imparable, una noticia triste pasó desaparcebida: el poeta Eduardo Escobar, una de las mentes más lúcidas en un país atestado de poetas propensos al discurso de autoayuda, fue atacado por tres perros que odian la santidad del Nadaísmo: “Dos hembras, una cosa hirsuta y famélica que daba lástima; una ‘collie’ más vieja que Matusalén plagada de llagas, que daba asco, y un macho pitbull que inspiraba terror en su inocencia asesina”, escribió con su dedo pulgar “convertido en un guiñapo”. Escobar es un anciano de 77 años. Está herido, tiene su cuerpo maltrecho y a pesar de que su denuncia recaba en el gesto insolidario conque el dueño del pitbull con pasado criminal asumió el impasse, su pudor de hombre digno le impide decir esto: está inerme y muy desprotegido. Don Eduardo es uno de esos tantos poetas que vive en la austeridad. Tan austero como el estilo genial de su escritura, como su poder de síntesis para comprender lo viral de otra pandemia: “La irrisoria adoración de las mascotas, que es una de las plagas de la modernidad”.
A falta de vehículos con motor diésel y tráfico habitual de transeúntes en aceras y puentes, deambulan por las calles de algunas ciudades jabalíes, venados, pumas y zorros. No es una versión urbanita de Jumanji ni creo que hayan salido de los bosques en plan turístico. El instinto de protección les recordaría que pueden terminar atrapados, exhibidos como bichos exóticos en un parque temático. Han venido a nosotros por otra cosa: buscan comida. Nada extraño que en las selvas las cosas tampoco anden bien por estos días de aire enrarecido. Las pocas tribus que aún habitan el Amazonas sí que saben del asunto.
Justo cuando las terminales aéreas se transforman en hangares desolados y tal vez se disponen a cambiar su razón social por albergues multiculturales, llegan a mi mente en cuarentena imágenes de una película, The Terminal, protagonizada por Thom Hanks. Es la historia de Viktor Navorski, un ciudadano de la imaginaria Krakozhia, que termina por convertir el F. Kennedy International Airport en su lugar de residencia. Su pasaporte lo señala ciudadano de un país del Este europeo en guerra, inexistente. La autoridad aeroportuaria detiene sus pasos de inmigrante festivo y lo declara en stand by: una forma de habitar el mundo, de detenerse en él, con un pie en el abismo fronterizo de la nada. ¿No es eso lo que nos pasa ahora?
Argentina recuerda por estos días lo que sucedió hace 30 años: la llegada al poder de una junta militar liderada por el general Videla, un hombre práctico, según refiere Piglia: “Era necesario operar sin anestesia, como decía el general Videla. Es necesario operar hasta el hueso, decía”. Se comprende por qué es imposible olvidar lo que se marca en el esqueleto, esa cosa perfecta compuesta por 206 piezas. Ni el avance del Covid-19 ha podido desviar la atención de las familias adoloridas. “Quédate en casa y hacé memoria”, “Nunca más”, “Son 30.000”, se lee en balcones y rejas. Aunque hoy esos balcones y rejas, esas fachadas escritas parecieran simulacros de otra arquitectura: la de los temidos Centros Clandestinos de Detención.
Una viróloga, acostumbrada a leer en las estadísticas los signos terribles del desastre, compartió por la radio este mensaje enigmático, de fábula: “Ni para adentro ni para afuera. Eso nos dice el virus”. Estar afuera es permanecer en riesgo de ser contagiados. Estar adentro después de haber estado afuera, es arriesgarse a domesticar el virus, hacerlo casero, como el yogur y el dulce de guayabas. “¿Qué hacer con la salud mental de los encerrados?” Preguntó sin ironía un periodista. Preguntamos por animar el diálogo, solo eso, por llenar el vacío en una zona de detención domiciliaria. Como si no fuera suficiente con estar pensando todo el día dónde espera, agazapado, el enemigo invisible. Ya quisiéramos poder hablarle, saber de su paradero, qué le apetece, en fin: convertirlo en nuestro amigo imaginario.
María Thereza Negreiros es una pintora que nació en la selva amazónica de Brasil y es colombiana por adopción, actualmente a sus 90 años vive en Cali y recién inauguró de manera virtual la exposición “María Thereza Negreiros y 16 mujeres artistas” en el Museo La Tertulia de esta ciudad.
Compartimos con ustedes el video inaugural de la última exposición de Maria Thereza bajo nuestra serie Mujeres en Marzo y como contenido para #QuédateEnCasa, porque su trabajo es inspirador por su larga trayectoria, que en sus comienzos trabajó con los artistas pereiranos Hernando y Lucy Tejada.
Tomada de elpaís.com de Cali
Una carrera consagrada en Colombia
“María Thereza Negreiros nació en 1930 en Maúes, un pequeño pueblo en la región de Manaos, enclavado en el corazón de la amazonía brasilera. De niña vivió en la finca familiar, alejada de cualquier centro urbano, hasta que a los nueve años partió para estudiar como interna en una institución de Hermanas Doroteas en Manaos, la capital del Estado de Amazonas. Allí conocería a una monja con claras nociones de pintura que comenzaría a ayudarle a desarrollar sus facultades y a incentivarla para que pensara en emprender en el futuro una carrera en este arte. Posteriormente, cuando tenía 15 años, María Thereza viajó a Río de Janeiro con el propósito de terminar sus estudios secundarios, los cuales combinó con una continua preparación artística. Una vez concluyó su preparación académica básica, ingresó a la Escuela de Bellas Artes, de la misma ciudad, lugar en que se instruyó profesionalmente y de la cual dice tener los mejores recuerdos.
Mientras era estudiante de la Escuela de Bellas Artes, conoció a Ernesto Patiño Barney, un colombiano que estudiaba arquitectura en esta misma institución. Se enamoraron, contrajeron matrimonio en 1954 y ese mismo año se radicaron en Cali; para entonces María Thereza contaba con 22 años de edad. Allí, en esta nueva ciudad, terminaría por convertirse en una de las figuras más sobresalientes de la vanguardia artística nacional. Sin embargo, el camino no fue fácil ni inmediato. María Thereza recuerda los primeros años de adaptación a la ciudad como espinosos; alejada del arte, en una tierra diferente, con una lengua distinta, se estrenó como madre y no encontró empatía con las mujeres colombianas de la época, formadas fundamentalmente para asumirse como amas de casa. Para principios de la década del 60, de la mano del artista Hernando Tejada, poco a poco comenzó a despegar nuevamente su interés por la pintura, y sería precisamente con él, con su hermana Lucy, recién llegada de Europa, y Jan Bartelsman, venido de Chile, con quienes se comenzó a formar aquel recordado colectivo de artes plásticas de Cali, que fundó el “Grupo del Taller”.” Consulta su biografía completa haciendo clic aquí
María Thereza Negreiros y 16 mujeres artistas
La exposición es un diálogo entre la obra de Negreiros en los años sesenta con piezas de algunas de sus colegas más reconocidas.
“En esta exposición vemos la transformación de la tapicería en Olga de Amaral, la renovación escultórica de Feliza Burztyn, la abstracción simbólica de Cecilia Coronel, los bodegones revisados de Teresa Cuéllar, las cerámicas anárquicas de Beatriz Daza, el humor sarcástico de Beatriz González, la denuncia política de Sonia Gutiérrez, la visión contundente de la arquitectura de Ana Mercedes Hoyos, la mirada intimista de Margarita Lozano, los anhelos estilísticos de Judith Márquez, el naturalismo realista de Piry de Patiño, la transfiguración del paisaje de Cecilia Porras, la versatilidad en la pintura, paisaje y el objeto de Emma Reyes, la contundente geometría de Fanny Sanín, la condición de la mujer y la infancia en Lucy Tejada y la abstracción entre expresionista y lírica de Nirma Zárate”, afirma Miguel González, curador de la exhibición.
Esperamos ir a ver a Cali la exposición, cuando la cuarentena pase.
Estamos en cuarentena y toque de queda. De acuerdo a ABC empieza el segundo desastre en el sur de Italia, una región con ingresos menores y menor calidad de vida que el norte italiano.
¿Qué medidas económicas tomará el gobierno Duque para que dicho segundo desastre no suceda en Colombia?
En nuestro caso el caldo de cultivo está más que dado: uno de los tres países mas inequitativos del mundo, con el peor índice de confianza, con uno de los mayores índices de concentración de la riqueza, el robo sostenido de los recursos públicos, una economía informal que supera el 47% del total de la capacidad productiva, una cultura anómica reforzada por la impunidad y la indignación, un modelo de asistencia social de orden caritativo y sin contraprestaciones colectivas, una clase política de espaldas al país, la división entre una Colombia Andina y una Colombia profunda y un pensamiento mítico religioso que aliena las mentes y las acciones de millones.
Eso implica la coexistencia de múltiples Colombias, no como en Italia donde es mas fácil identificar a los ricos del norte y a los pobres del sur. En nuestro caso las miserias, pobrezas, inequidades e injusticias generan un umbral de grupos poblacionales que no se pueden enmarcar en ricos y pobres, quizá la marca característica es la forma como se accede a los bienes y servicios bajo un frágil umbral entre lo legal e ilegal, justo e injusto, acumulativo y distributivo.
Desde las grandes empresas, políticos y agentes financieros hasta el ciudadano mas humilde es posible encontrar dichas formas, que en general han producido un país que ha aprendido a vivir con sus desgracias en un aparente estado de disfrute de los mínimos.
Hasta ahora los decretos de la emergencia económica, social y ecológica, han pautado acciones que tienen en cuenta la permanencia y salvaguarda de los servicios y agentes económicos del país. Sin embargo, no se ha avizorado la futura eclosión del segundo desastre.
Al no pautarse por lo social, entendido como la protección y acompañamiento de los distintos grupos poblacionales del territorio, en una apuesta que implica ingentes recursos económicos, disposición logística, una mirada humanizante y democrática, una moderación por actores, apoyo técnico y un blindaje de las acciones (para evitar que los ladrones corruptos se queden con gran parte de lo dineros), se está enriqueciendo el caldo de cultivo mencionado, reforzándose el abandono social, la práctica anómica, las mentalidades supersticiosas, el animo limosnero y el uso de la fuerza.
Un ejemplo de lo dicho, el decreto 488 del 27 de marzo de 2020 busca proteger a una parte de la población trabajadora, hecho relevante. Sin embargo deja desprotegidos al 13% de desempleados y el 47% de trabajadores informales, sin contar con un porcentaje no definido de población que no cuenta para las tasas e índices, en tanto son aquellos que habitan la Colombia de la penumbra. Dicho en cifras del mismo gobierno hoy la mayoría de los colombianos se encuentran desprotegidos frente a la accesibilidad garantizada a alimentos y elementos de aseo básico.
¿Cuánto tiempo debe pasar para que se dispare el segundo desastre? incluso podría subvertirse la teoría para establecer que subyace allí un tercer desastre: el refuerzo de unas condiciones de inequidad que están institucionalizadas y aceptadas por el conjunto de la sociedad colombiana.
*Médico y docente universitario
*Imagen ilustrativa, mural de la artista colombiana Gleo y Horizontes Project en Wichita, Kansas, Estados Unidos
Postal del coronavirus del 23 de marzo de 2020, en Bangkok, capital de TailandiaCredit...Mladen Antonov/Agence France-Presse — Getty Images
Compartimos un texto publicado en The New York Times, autoría de su colaborador permanente Martín Caparrós.
El mundo es plano
En los encierros impuestos por el coronavirus hemos aprendido que el mundo no tiene volumen: confinados, solo sabemos lo que nos dicen otros. Pero también hemos entendido que dependemos de los demás, que el destino no es individual sino común. Clic aquí para ir al artículo completo
Postal del coronavirus del 23 de marzo de 2020, en Bangkok, capital de TailandiaCredit…Mladen Antonov/Agence France-Presse — Getty Images