lunes, junio 30, 2025
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El gran Colombiano

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Quien pretende el poder, como Iván Duque y su alter ego Álvaro Uribe Vélez, no le queda difícil mostrarse ante los medios tocando guitarra, jugando fútbol o hablando de lo que más le gusta hacer.


 

Voy a resaltar tres aspectos que considero importantes para entender los resultados de la 2ª vuelta electoral del pasado 17 de junio, aunque antes de abordarlos, es necesario tener en cuenta la cita que hace Martha Cecilia Herrera en el texto “La construcción de la cultura política en Colombia”  del historiador británico Edward Thompson:

“Los seres humanos dentro de ciertos límites, pueden vivir las expectativas sociales o sexuales que las categorías conceptuales dominantes les imponen”.

Así es que, la cultura política en Colombia, ha sido la del espectáculo, la de mediatización de los discursos light, o show, que en esencia, y sin duda, determina las decisiones de los votantes durante el ejercicio democrático.

Pero al detallar esos tres aspectos, es necesario resaltar que ya el teórico marxista Louis Althusser, escribía en 1969 sobre los llamados aparatos ideológicos del estado:  la escuela, la iglesia y los medios de comunicación masiva como parte fundamental de la construcción y represión de  masas.

 

Fotografía extraída de: Minuto30.com

 

Por lo tanto, el partido político Centro Democrático dirigido por el ex presidente Álvaro Uribe Vélez sabe que estos tres son los pilares que tradicionalmente han establecido el modelo de país que durante 200 años ha gobernado el territorio colombiano y por ello ha manipulado como se demostrará.

 

La Escuela

Un total de 5,1 libros al año son las cifras que registraría el DANE en el año 2017 en una encuesta nacional sobre lectura. Sin embargo, para Julián de Zubiría,

“El número de libros que en promedio leen los colombianos es de 2,7. Sin embargo, para “inflar” estadísticamente este dato, se eliminó a los colombianos que no leen ningún libro al año, que son la mitad de la población”.

Resultados que no son aislados de todos los gobiernos de la derecha tradicional en el país. Recordemos y sumemos los estándares de cobertura y la privatización de la educación que, durante el gobierno del expresidente Álvaro Uribe absorbió los recursos de educación básica frente a la contratación del servicio educativo con entidades privadas. Todo mediante las figuras de subsidios educativos o colegios. Una afirmación de Gabriel Torres para entonces coordinador del programa educativo compromiso de todos.

Por otro lado, el aumento del 34% de los recursos no hacían práctica la calidad educativa. Pues en el país, hay un modelo pedagógico basado en realidades externas que no confrontan las complejidades del territorio nacional en términos de raza, clase y género con un plus a la posterior inversión y adaptación de las asignaturas en tecnología y reforzamiento de las materias en empresarismo. Lo que vislumbra un interés hacia la tecnocratización social y la entrada de un modelo neoliberal. Seguido del aumento del IVA y de la edad sobre la pensión, jugada maestra para promover su lema trabajar, trabajar y trabajar ¿qué más se va a hacer mijitos?.

 

Fotografía extraída de: Laotracara.co

 

En consecuencia, el presidente electo Iván Duque representa en ese primer aparato ideológico la discriminación hacia  los no heterosexuales negando  la distribución institucional de la cartilla sobre “educación de género” promovida por la exministra de educación Gina Parody. Cartilla Con la cual el Centro Democrático siempre se mostró en desacuerdo, refiriéndose a ella (la cartilla) como un atropello a la naturaleza y un irrespeto a la familia tradicional colombiana.

 

La Iglesia

“El auditorio G12 en Bogotá, uno de los sitios donde se congrega la Misión Carismática Internacional (MCI), fue el escenario elegido por el Centro Democrático Alternativo para adelantar su segunda Convención Nacional. Allí se empezó a organizar el futuro de la colectividad de cara a las elecciones de 2018”

Esta fue la entradilla en una publicación para el portal web periodístico KienyKe el 8 de mayo de 2017 sin mencionar que más abajo en el mismo párrafo, se cataloga a este hecho como la nueva cruzada para promover el gobierno de lo que sería la campaña a favor de Iván Duque en el 2018.

Es  esta la maquinaria política que le atribuye sentido a ese nuevo sujeto de derecho. Un sujeto “participativo” desde los valores cristianos, o mejor, un reflejo de la conquista de América Latina y la imagen de salvador que trae consigo un partido como lo es Centro Democrático.

Iván Duque apareció en la publicidad de sus campañas orando con cristianos, afirma una publicación del medio Publimetro.co.  Y a su vez, el ex procurador Alejandro Ordoñez, quien participó de la campaña de Duque pertenece a una secta radical llamada “Orden de la colectividad proscrita”, según Ariel Ávila, que escribe para el periódico El País de España y que lo menciona en una publicación del portal web Pulzo.com.  El Monseñor, Pedro Mercado, pidió respeto a los habitantes y aclaró que Iván Duque tiene derecho a participar en las celebraciones de Semana Santa como creyente y ciudadano según una publicación del portal web Voces.com.co.

Y la lista seguirá, ya que como lo menciona Domingo García Marzá, es

“una ética de la publicidad y de las relaciones públicas es la encargada de analizar las condiciones que subyacen a la credibilidad o legitimidad social en el campo específico de la comunicación comercial”.

Conviritiendo así la sensibilidad y la emoción en marketing digital. Por ello le damos la razón al pensador norteamericano Noam Chomsky cuando se refiere al hecho de que el poder no tiene como objetivo la mente reflexiva de las personas, sino más bien, la manipulación de la emocionalidad.

 

Fotografía extraída de: staticflickr.com/

 

Con lo anterior cabe hacer memoria, cuando el expresidente estuvo en Pereira en la iglesia Cristiana del pastor Pablo Portela el 7 de marzo del 2013. (Ver Video).

Allí aseguró que le debía mucho a la iglesia por su carrera pública. Afirmación que confirma que este grupo religioso, ayudó a su elección al Senado, a la gobernación de Antioquia y a sus dos periodos como ex presidente de la república. Por si no fuera suficiente, Pablo Portela

confirmó que en una visita a Medellín conoció al nieto de Uribe, e hijo de Isabel Sofía Cabrales y su hijo Tomás y afirmó que los colombianos deben escuchar a Uribe porque es una “voz profética”

(Según el periódico El Colombiano).

Siguiendo con la base de la ética publicitaria, volvemos a este video (Ver) del Informativo Mega en donde Iván Duque en los primeros segundos ante un auditorio y lo que pareciera una sede de promoción de campaña, confirma que ha sido miembro de una familia de fe con su esposa y sus niños, y que es católico… unos tres segundos más adelante dice:

“quiero a tres días de las elecciones, darle gracias a Dios por lo que ha sido para mí una experiencia inigualable en mi vida, y es el único que quita y pone reyes en esta tierra”

siendo ovacionado por el público y aplaudido en sobremanera.

Es esta entonces una excelente jugada que paulatinamente ha conmovido los corazones del uribismo colombiano “fortaleciendo” los valores (estereotipos) de la familia blanca, paisa, religiosa y trabajadora colombiana y por si fuera poco, hace hincapié en que Dios es el único que quita y pone reyes en el poder. De entrada su discurso se legitima como la única cara representativa de los valores anteriormente mencionados.

 

Los medios de comunicación masiva

Quien pretende el poder, como Iván Duque y su alter ego Álvaro Uribe Vélez, no le queda difícil mostrarse ante los medios tocando guitarra, jugando fútbol o hablando de lo que más le gusta hacer. Tal como lo dice el titular de: “El gran derrotado”, en el portal web periodístico Lacoladerata.com, al expresar que hubo un knock-out del antiguo periodismo frente a las ambivalencias del nuevo, su capacidad para desinformar y, la construcción de una cultura política mediatizada a la mejor forma del espectáculo.

Puede ser un chiste mal contado, una realidad alterna o mejor, una propaganda del Centro Democrático que dispara desde todos los ángulos. Podríamos decir que fue (y es) esta la máquina más ostentosa que tiene Álvaro Uribe, Iván Duque y por supuesto, su partido político que estará cuatro años en el poder.

“Los héroes en Colombia si existen” fue el lema de la campaña del Ejército Nacional de Colombia durante el periodo de gobernabilidad del ex presidente Álvaro Uribe Vélez, liderada por el publicista Germán Zuñiga. Y así Martha Lucía Ramírez no tuvo ningún descaro y en consecuencia ninguna ofensiva, porque el trabajo mediático ya estaba hecho al decir que los jóvenes de la patria debían defender a la misma. ¿De quiénes?, ¿de ellos mismos?.

 

Imagen extraída de: Webinfomil.com

 

Con esto, mostramos el pantallazo de la página Webinfomil.com que

nace en el 2010 como portal en internet, creado para proporcionar información actualizada sobre las fuerzas militares de Colombia y sobre la policía nacional destacando, informando y exaltando todos los aspectos positivos que contribuyen a mantener alta su imagen.

Información del portal, que curiosamente fue creada justo cuando finalizaba el mandato de 8 años de Álvaro Uribe.

Para este aparte dejaremos que el documental “apuntando al corazón” hable por si sólo cuando de manipulación de los medios hablamos (Ver Video)   dirigido por Claudia Gordillo y Bruno Federico, donde se relata en 53,11 min, el capital simbólico que Álvaro Uribe acaparó durante sus ocho años de gobierno, proclamándose a sí mismo y proféticamente como el gran colombiano.

La muerte del viajero

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Por  eso  es tan fácil entender a esos  adolescentes japoneses, saturados de información y solitarios hasta la desolación, encerrados   en sus cuartos y conectados al mundo a través de los finísimos hilos de la web


 

Si hemos de creerles  a los estudiosos de la historia del pensamiento, hace muchos siglos los hombres-reales o inventados- partían  hacia tierras lejanas, no tanto por conocer otros lugares y personas, como por encontrarse a si mismos.

Eso explica que Ulises, Heracles, Jasón, Alejandro de Macedonia, Adriano, Marco Polo o Antonio Pigaffeta, alentados por la imaginación de los poetas, adquirieran dimensión simbólica como resumen de los sueños colectivos. En tanto la aventura del viajero  era menos geográfica que espiritual, sus  peregrinaciones  tuvieron un componente iniciático que duró hasta dos centurias atrás.

Sin embargo, en etapas sucesivas, el siglo XX le expidió acta de defunción a la figura del viajero como emblema de inquietud y conocimiento, reduciéndolo a una especie de funcionario movido por fuerzas que nada tenían que ver  con el espíritu inicial.

Primero fueron los viajantes de comercio, nacidos al ritmo de la Revolución industrial, cuya tarea era llevar los prodigios de la naciente sociedad de consumo a los rincones más apartados.

 

Imagen extraída de: Pixabay.

 

En realidad, lo único que los acercaba a sus predecesores era una que otra aventurilla erótica con amas de casa aburridas o con adolescentes dispuestas a correr riesgos para quitarse de encima el lastre de la virginidad.

Luego llegaron  las agencias de viajes y, con la ayuda de un descubrimiento como la fotografía, se inventaron una nueva  especie de consumidor que  ya no compra y desecha objetos reales o simbólicos, si no paisajes y monumentos: el turista, una criatura mutante que siempre viaja al fiado y va por el mundo orgullosa de sus tarjetas de crédito y de sus cámaras digitales de video y fotografía en las que, incapaz de recordar nada, registrará todo lo que encuentre a su paso.

Para que no queden  dudas,  lleva siempre a mano su seguro de vida y su tarjeta de vacunación contra plagas tropicales, de modo que lo único capaz de acercarlo al vértigo y la incertidumbre de los viejos  aventureros sería el  asalto de una pandilla juvenil en los extra muros de alguna ciudad del tercer mundo, que ya casi es el cuarto.

Y entonces fue el advenimiento de Internet, esa suerte de divinidad laica que está en todas partes y en ninguna, cuyo  primer efecto visible  fue despojar muchas cosas de la vida de su valor más preciado: El misterio, como bien lo deben saber los camarógrafos de Discovery Channel y la National  Geographic.

 

Imagen extraída de: Pixabay.

 

Ya   lo dijo  Indiana Jones, con su filosofía simple  y certera, capaz de conmover al mismísimo Harrison Ford:

“Sin misterio  no hay  aventura, y sin aventura no hay vida”.

Por  eso  es tan fácil entender a esos  adolescentes japoneses, saturados de información y solitarios hasta la desolación, encerrados   en sus cuartos y conectados al mundo a través de los finísimos hilos de la web, sobreviviendo con base en  comida chatarra y a lo mejor añorando sin saberlo unos tiempos cuando los hombres partían  sin otro equipaje que la curiosidad y atravesaban mares tormentosos, para regresar muchos años después con un montón de noticias sobre los seres que habitaban al otro lado del mundo.

 

La librería

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“Los libros son el mejor viatico que he encontrado para este humano viaje” Montaigne


 

Imagen extraída de: Cartelescine

Ficha técnica

 

Año, país, duración 2017, España, 115 minutos
Dirección y producción Isabel Coixet
Guion Isabel Coixet (Novela: Penelope Fitzgerald)
Fotografía Jean-Claude Larrieu
Música Alfonso de Vilallonga
Actores Emily Mortimer, Patricia Clarkson, Bill Nighy, Honor Kneafsey, James Lance,Harvey Bennett, Michael Fitzgerald, Jorge Suquet, Hunter Tremayne,Frances Barber, Gary Piquer, Lucy Tillett, Nigel O’Neill, Toby Gibson, Charlotte Vega,Nick Devlin
Productora Coproducción España-Reino Unido-Alemania; Green Films / A Contracorriente Films / Diagonal Televisión / Zephyr Films / ONE TWO Films
Género Drama | Años 50. Drama de época
Premios 2017: Premios Goya: Mejor película, dirección y guion adaptado. 12 nominaciones

2017: Premios Feroz: 3 nominaciones, incluyendo Mejor director

2017: Premios Gaudí: Mejor dirección artística y Mejor música original. 12 nominaciones

2018: Festival de Berlín. Sección Oficial. Proyección Especial (Fuera de competición)

2018: Premios Platino: Nominada a mejor película, dirección, guion y música

 

Quienes aman el acto soberano y rebelde de leer, saben que los sitios donde albergan los libros son espacios para la felicidad. Allí donde cada libro reposa,para encontrar a un lector quien lo levante del lomo y le sostenga y luego haga pasar página a página, deletrear y luego amplificar en sus sentidos cada palabra, es un ejercicio de intimidad pero también de amor por el saber, por lo que alguien lo engendró y lo llevó a tal dimensión como para compartirlo.  Así, que la película, dirigida, por Isabel Coixet, nos lleva hacia una provincia, donde nunca ha habido una librería, y una mujer, emprende ese acontecimiento con todos los poderes en su contra.

La analogía es igual la que encuentra un lector. Ha de resistir a su acto, para no declinar, ante la avalancha de situaciones que le impiden llevar a cabo su causa, una de resistencia, de lograr mantenerse al cabo de un tiempo entre las aventuras, sensaciones, caricias y cachetadas al pensamiento, y ante una actividad que condena el mundo, por no promoverla, por ponerla como un hecho de lujo, o sin mayor heroicidad. Cuando son muy honorables y valientes quienes ejercen su derecho a la autonomía y en absorber el mundo y sus matices, por medio de los libros.

Lo que logra Coixet y, que ya lo ha hecho en otras de sus películas (La Vida secreta de las palabras. 2005), es ofrecerle una oda al poder creador y vivificante del lenguaje. Al amor entrañable y desinteresado (quizás sea el único así) hacia aprender y refugiarnos en un rectángulo con formas y carátula, con una serie de improntas en su interior tras la cruzada. La librería entonces es una reunión de enigmas, de alternativas, de una serie de misterios, dispuestos para ser abiertos. Y cuando esa librería la lidera una mujer contra viento y marea es como tener una bella isla en donde permanecer. Aún sabiendo que el agua llegara para sumergirnos.

 

Imagen descargada de: El Mundo.es

 

La región donde se incuba el proyecto, es una donde una mujer hace las veces la de sostener todos los hilos del poder y de forma curiosa es la que más incentiva el lado conservador de los pobladores. Luego, lo que vemos es una tensión entre el sueño hecho realidad y los obstáculos. Es sobre todo una película sobre el coraje y la valentía, sobre la necesidad de crear y creer. La base es un libro, una novela, la Librería de la inglesa Penélope de Fitzgerald, en la que se dice es una especie de autobiografía y al tiempo recrea la relación con los libros.

La manera como nos deleita Coixet es haber desarrollado una trama con una estructura lineal, en la que una mujer nos conecta a su fervor. Los detalles, los personajes, las atmósferas, nos van generando unos sobresaltos. Si tenemos un amor por los libros Borges es un autor que siempre nos enaltece:

“De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación”. Borges.

 

Imagen extraída de: revistaatticus.es/

 

No en vano la idea gestada por la propia autora y de la cual podemos dar cuenta, es, que cuando leemos habitamos la historia.

Los demás hechos también son posibles: cuando leemos: nos habitan, y al tiempo nos desalojan. Nos corren de la cierta tranquilidad o de lo pasmoso del existir. De manera que vivimos en otras dimensiones. Al ver la película me embargo en la idea de la residencia, de cómo una lectura abre y cierra, moviliza a los seres para que con esa nave se transporten. Existe otra idea: la de semilla. La librera articula su trabajo con la relación de una niña que no le gusta leer y su actitud es desfavorable porque los libros aburren y no son útiles. Ese polo a tierra es lo que brinda una opción, una ventana, por donde tal vez ingrese la luz, aunque se mantengan muy apagadas.

Hay días en que leemos y sospechamos, donde lo que vemos se levanta, donde nuestro propio ser se mueve y luego uno aterriza en una librería para seguir ofreciendo nuestro viaje. Así que ver un tributo a la lectura, a los libros, es un modo de felicidad no muy comprensible. Es habitar un paraíso.

 

Imagen extraída de: El Clarín.

Guática: leyendas de Gamonrá

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Para  1905 el nombre  había cambiado. Ahora el lugar se llamaba San  Clemente hasta que en 1921 Guática se convirtió en municipio del Departamento de  Caldas.


 

Los otros Dorados

Igual que tantos semejantes en los confines del mundo, los hermanos de  Ordilio González bajaron desde Jericó, Antioquia, atendiendo al llamado de las leyendas que yacían guardadas por embrujos indígenas  en las cuevas del  cerro  Gamonrá.

Corría el año de 1902 y Colombia ardía en medio de la Guerra de los mil días.

Familias enteras buscaban refugio en las selvas gobernadas por indígenas, serpientes y fugitivos de otras batallas.

A 2600 metros de altura el cerro fue desde un comienzo una fortaleza casi infranqueable para los conquistadores que, encabezados por Jorge Robledo, venían desde  Antioquia buscando la estela del oro dejada por los relatos que circulaban de boca en boca entre los pueblos indígenas.

Entre  las muchas historias estaba la del cacique Guaticam.

En pugna constante con sus vecinos asentados en el Valle de Umbría, en  Irra y en Arma, el cacique habría enterrado lo mejor de sus tesoros en enormes cuevas cavadas por sus hombres en lo más profundo del cerro. Para reforzar la seguridad invocó al panteón de divinidades grandes y pequeñas que  habían acompañado a los suyos desde el comienzo de los tiempos

Por agua no iban a padecer los aventureros de antes y de ahora. El territorio está surcado por un ramal de ríos y quebradas bautizados con nombres como : Río Frío, quebrada Castillón, Río del Oro, Opiramá, Tarqui, El Salado, Ocharma, La mesa, Sirva, El Jordán, Agua Bonita, El Caucho, La Carmela, Paraíso, Los Chorros, Cristalina, Albarán, Guaravita, La Esperanza.

En los libros de historia  se dice que el primer asentamiento fue fundado en 1537 por  un pueblo indígena comandado por el cacique Guaticam. Pertenecían a la familia Anserma, a su vez un ramal de los caribes.

La familia de Ordilio González caminó con sus bestias y cacharros a la orilla del río Cauca alimentándose de arepas de mote y carne salada. A la altura de  Irra emprendieron el ascenso a través de interminables cortinas de niebla para descender luego hacia una hondonada  en la que se apretujaban menos de cien casas: Era el  distrito de Nazareth, creado en 1892. Su cabecera era Guática, hasta que en  1986 se unieron y configuraron un solo asentamiento en el Alto de Mismis.

 

Fotografía: La Cebra que Habla.

 

Para  1905 el nombre  había cambiado. Ahora el lugar se llamaba San  Clemente hasta que en 1921 Guática se convirtió en municipio del Departamento de  Caldas.

Pero eso son cosas  de la política. Al no encontrar oro en Gamonrá, los González, que ya se habían reproducido en el camino, siguieron de largo, vadearon el río Guática y más tarde el de las Loras, antes de internarse en las selvas del Chocó, de donde no volvieron a salir  hasta treinta años después, para asentarse definitivamente en  tierras de Riosucio, Caldas, donde se dedicaron a plantar café y maíz.

 

Ven a calmar mis males

“Tú eres mi amor/ mi dicha y mi tesoro/ mí solo encanto/ y mi ilusión”.

Es noviembre de 2017. Una insistente llovizna  empapa de a poco a la multitud que se congrega  en la plaza municipal de Guática.

Han llegado de todos los lugares de Colombia: De Cundinamarca y Antioquia; de la Costa  Atlántica y del Valle del Cauca.  Otros  viajaron  desde países tan distantes como Canadá, España, Inglaterra y Chile.

Como dice  María  Eugenia, una rubia oxigenada llena de joyas:

“El gasto y el viaje valen la pena. Son las fiestas del regreso y uno tiene que  ahorrar otros cinco años para volver”.

Vive desde hace diez años en Girona,  Cataluña. En su mano izquierda  empuña una botella de aguardiente  y lleva una hora escuchando cantar a Genaro González, descendiente lejano de Ordilio, el mismo que pasó por aquí hace más de un siglo, buscando el oro de Gamonrá.

María Eugenia, que nada sabe de esas historias, no para de cantar bajo la lluvia siguiendo el hilo de la voz de Genaro:

“Ven a calmar mis males/ mujer no seas tan inconstante…”

 

Fotografía: La Cebra que Habla.

 

De niña bebió los versos de esa canción en la voz de  Julio Jaramillo, el ecuatoriano que se encargó de la educación sentimental de varias generaciones de latinoamericanos.

A media noche, acostada en su cama solitaria de dama otoñal en la vieja Cataluña, la tararea  y de repente se  le arremolina en la sangre el rumor de amores ya olvidados.

Entre otras cosas, la canción le devuelve el aroma de la cebolla que ascendía en la madrugada de las plantaciones de su padre, antes de que llegaran guerrilleros y paramilitares con su hálito de ruina y los obligaran a empacar maletas sin tiempo siquiera para llamar a los perros.

“Yo te daré mi fe /mi amor/ todas mis ilusiones tuyas son”.

María Eugenia nada sabe de la historia de  Ordilio y sus mayores, pero en esta fría noche de Guática  sus voces se hermanan para emprender un fugaz viaje de regreso al paraíso perdido.

Aunque mañana, al despuntar el alba, todo sea otra cosa.

 

Con aroma a cebolla

Augusto Trejos ronda los  sesenta años y es, como él mismo se define:

“Un tipo hecho de  esta tierra”.

Hecho: no solo nacido. Dejemos las cosas claras

Así lo atestiguan sus  brazos duros y sus manos que parecen  enormes terrones petrificados.

 

Fotografía: La Cebra que Habla.

 

Son las cinco de la mañana y está bebiéndose su primera taza de café del día. Después vendrá una veintena más.

Ah… y un paquete de cigarrillos Pielroja  antes de que caiga el sol.

Hay algo de litúrgico en esa manera suya de beber el café, aspirar el humo del cigarrillo y mirar el cielo.

Esa sensación  se acentúa todavía más cuando cuenta su historia con una voz densa, lenta y siempre enfática.

“A la mitad de cuarto de bachillerato abandoné mis estudios porque no resistía más el llamado de la tierra”.

“El llamado”, dice: como si faltara algún detalle para completar su aura sacerdotal.

Tendría quince años, al finalizar los setenta, cuando abandoné los estudios y me consagré por entero a la tierra. Por esos días mucha gente vivía de cultivar cebolla para abastecer el  mercado nacional. Aquí llegaban los camiones  y uno se entendía con los intermediarios que la negociaban en las plazas de abastos de Bogotá, Cali y Medellín. El pueblo era sano y pacífico, porque  ya estaban lejos los días de La Violencia cuando la gente amanecía macheteada en los caminos.

“O al menos eso creíamos. Porque estábamos en el mejor momento cuando empezó a aparecer gente armada. Que venían de Antioquía, de Riosucio, de Belén y de Quinchia. Muy pronto empezaron a cobrar cuotas por dejarnos trabajar la tierra ¡Nuestra propia tierra, imagínese!

“Muchos vecinos empezaron a vender sus fincas por cualquier cosa, pero nosotros resistimos. Un día nos reunimos  alrededor de un sancocho y, empezando por mi papá, tomamos la decisión de que no íbamos a feriar lo que nos había costado una vida entera de trabajo.

“De aquí solo nos sacan con las patas por delante – dijo mi papá, se santiguó y sacó una vieja escopeta que solo servía para espantar   gallinazos- Y   aquí estamos. Hemos cambiado de la cebolla al café, del café a la ganadería, de la ganadería al lulo, del lulo vuelta al café y ahora al aguacate.  Por lo menos dos  docenas de campesinos murieron o salieron huyendo.  Yo no los juzgo, porque estaban defendiendo la vida de los suyos, pero siempre he pensado que ser un desterrado  es otra forma de morirse”.

 

Fotografía: La Cebra que Habla.

 

Y aquí está  Augusto Trejos. Más vivo que nunca, sobreviviendo a su paquete diario de Pielroja y acariciando el lomo de un perro llamado Tarzán, un  héroe de otros tiempos.

 

Ni héroes ni mártires

Cuando le cuento la historia de Augusto, el profesor Argemiro Porras abre los ojos con admiración. A las tres de la tarde está sentado  a una de las mesas de El Cafetín, un concurrido bar del  centro de Pereira que por estos días anda sobre excitado por la llegada del Mundial de Fútbol 2018. 

La segunda vuelta de las elecciones presidenciales ha sido opacada por el fervor futbolero. En lugar de Petro y Duque se habla de James, de Messi, de Neymar y del regreso de Perú a una Copa del Mundo

“Como guatiqueño, risaraldense y colombiano, espero que no vaya a volver la violencia por estas tierras. La historia de Augusto Trejos es un ejemplo de coraje, pero no todo el mundo está dispuesto a correr esos riesgos.

“Yo vivo en contacto permanente con mis paisanos y cuando nos reunirnos a tomar un café o a bebernos una botella de  aguardiente con música de Gardel y Olimpo Cárdenas empezamos a hacer la cuenta de los que murieron, de los que salieron  hacia otras ciudades o de los que se fueron del país y que a veces vuelven por navidad o para las fiestas del pueblo en noviembre. Son personas que  a lo mejor hubiesen preferido seguir  en su tierra  y que ahora trabajan duro en  otros lados.

“Pensando en todas esas personas, no puedo evitar  devolverme al momento en que escuché hablar de  unos tales  Héroes y mártires de Guática para referirse a una desmovilización paramilitar. Eso parecía  un chiste cruel. No fueron ni héroes ni mártires, como tampoco lo fueron  los guerrilleros, los narcos y otros grupos que llenaron el pueblo de dolor.

Gracias a Dios y el tesón de la gente, ahora se trabaja  para recuperar  la tranquilidad y el bienestar perdidos.”

 

Los pasos perdidos

 

Fotografía: La Cebra que Habla.

 

Argemiro se pensionó como profesor de álgebra, pero su auténtica pasión es la Historia.  En su casa del barrio San Luis de Pereira atesora decenas de libretas en las que a lo largo de los años ha consignado datos recogidos de aquí y de allá: Libros ,notas de prensa, conferencias, talleres, cursos, programas  de radio y televisión.

“Me perdonarán los historiadores profesionales, pero eso de la colonización antioqueña es una verdad a medias. Lo que hubo fue una invasión tan nefasta como la de los conquistadores españoles.  

“No podemos olvidar que estas tierras  fueron parte del Estado del Cauca, y en medio de la lucha con los paisas nosotros quedamos entre fuegos cruzados, tanto en el sentido figurado como en el real.  Al estar tan lejos de Popayán, el poder político  y económico de Antioquia aprovechó para enviar avanzadas de colonos que en muchos casos ocuparon tierras que  ya habían sido desmontadas y cultivadas por otros.

“Me parece que si queremos  conocer a fondo nuestra historia debemos deshacer buena parte de los  pasos perdidos y  permitirnos así otras miradas. Es lo que trata de hacer una gringa llamada Marion con varios municipios de la región: Darles vuelta a las cosas para mostrarnos las otras caras.”

 

La gringa y el camino

En realidad,  La gringa  ha pasado un par de veces por Guática, pero en otro plan: sumergirse en las montañas para fotografiar los animales del bosque. Como tiene ancestros mexicanos y habla un español perfecto ha conseguido pasar inadvertida  al cruzar rumbo a la  Cuchilla de San Juan,  a La   Cristalina, a La  mesa,  a la mina de cuarzo, al Cerro de las Peñas y, por supuesto, a Gamonrá el lugar donde nacieron y todavía nacen las leyendas.

En sus archivos fotográficos conserva imágenes del Guppi, la iguana, la culebra cazadora, la lomo de machete, la falsa coral, el conejo sabanero, el pato, el ganso, la zarigüeya, la ardilla, la tortuga icotea y unas cuantas especies más.

 

Fotografía: La Cebra que Habla.

 

Ahora se propone llegar   hasta  Puerto de  Oro, el punto más lejano de Risaralda, en compañía de un grupo de estudiantes de la Universidad Nacional que les siguen  el rastro   a los viejos colonizadores que se internaron en las selvas del Chocó en busca del mineral.

Muchos de ellos solo encontraron una  cruz a la vera del camino.

Pero La gringa cree que la caminata vale la pena.

Cuando les envía a sus familiares en  Oakland, California, las imágenes recogidas en el camino siempre las acompaña con una frase construida mitad en español y mitad en inglés:

“Excuse me, but I don¨t miss my land:  This land is a great miracle.  Por ahora camino. Ya tendré tiempo de continuar mis estudios de Historia”.

Arcoíris en la oscuridad: día del orgullo LGBTI

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Especial Día del Orgullo Gay. LGBTI


 

El Día del Orgullo (Gay Pride en inglés) se celebra cada 28 de junio, aunque el colectivo LGTBI (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales) suele trasladar generalmente sus marchas y desfiles al sábado anterior o posterior a esta fecha. En Colombia se celebra el domingo próximo. El origen de esta celebración se remonta al 28 de junio de 1969, cuando tuvieron lugar los conocidos como disturbios de Stonewall (Nueva York), que marcan el inicio de la lucha por los derechos de los homosexuales.

Las Cebra que Habla se suma a esta celebración mundial, con este especial donde hay textos literarios, selección de películas, reseñas de libros, videos y más. Bienvenidos y recuerda compartir, porque la lucha y defensa de los derechos sexuales sin discriminación, es un asunto de todos. Adelante.

Especial Completo

 

12 películas Gay que no conocías pero debes verte

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Películas del año 2017


 

Estas 12 películas son una selección de cine Gay, que aunque no recibieron la atención debida de los medios, representan lo mejor que se presentó el año 2017. La misma temática presentada bajo géneros como drama, comedia, acción, aventura y animación.  El cine Gay no es que se esté poniendo de moda, es que siempre ha existido desde obras como “La fiera de mi niña” ( 1938 ), protagonizada por Gary Grant y otras.

Cada una de estas doce magníficas películas trasciende el enfoque del cine clásico de Hollywood que muestra autocompasión gay disfrazada de romance.  Sin más bienvenidos a este compilado, que seguro, disfrutará en pareja.

 

1. A Quiet Passion es la biografía de la poeta Emily Dickinson de Terence Davies protagonizada por Cynthia Nixon, Jennifer Ehle y Keith Carradine. Es sexualmente discreta pero también estilísticamente lo suficientemente atrevida para que Davies confiese la sensualidad y espiritualidad de la creatividad y experiencia de su propia persona gay.

 

2. París: 05:59: Protagoizada por Theo & Hugo de Olivier Ducastel y Jacques Martineau es la historia de amor del año por su conciencia de la era PREP y su enfoque en la intimidad emocional de Geoffrey Couet y Francois Nambot.

 

3. Cuatro días en Francia de Jerome Reybaud. Un drama que convierte una ruptura romántica en un redescubrimiento de la unidad personal, nacional y cultural: entre dos hombres (Pascal Cervo, Arthur Iqual) y las campesinas iconográficas (Marie France, Fabienne Babe, Nathalie Richard, Laetitia Dosch, Liliane Montevecchi) que comparten su experiencia.

 

4. Mantenerse vertical es el desafío de Alain Guiraudie a la hipocresía de una sociedad no preparada para un hombre gay (Damien Bonnard) cuya identidad sexual buscada incluye el deseo de ser padre.

 

5. Mi vida como un Zucchini es la mejor película animada del año. El director Claude Barras y la guionista Celine Sciamma (Girlhood) aplican la pureza infantil a la inocencia gay y la autoconciencia, lo que nunca obtendrás de Pixar.

 

6. Frantz es la adaptación de Francois Ozon de “El hombre que maté”, de Ernst Lubitsch, convirtiendo un memorial de la Primera Guerra Mundial en una poderosa pasión fraterna.

 

7. La Asignación es la película de crímenes transgénero de Walter Hill en la que el científico loco Sigourney Weaver convierte a Hitler en Michelle Rodríguez. La controversia de género se convierte en un enigma existencial.

 

8. BPM es el desfile épico de Robin Campillo sobre el activismo contra el SIDA en los años ochenta en París. Su variedad de emociones, personalidades y política es trágica y eufórica.

 

9. Tom de Finlandia es la biografía instantánea clásica de Dome Karukoski sobre el ícono del erotismo gay (interpretado por Pekka Strang) que hizo realidad la realidad gráfica de su deseo sexual e imprimió permanentemente la imaginación de los hombres homosexuales en todas partes.

 

10. El ornitólogo es la exploración de Joao Pedro Rodrigues de la espiritualidad gay personificada eróticamente por Paul Hamy, un científico en un viaje surrealista a través del desierto metafórico a la revelación religiosa.

 

11. El propio país de Dios,  es el romance cruzado de Francis Lee entre un pastor de Yorkshire y un inmigrante rumano (Josh O’Connor y Alec Secareaneau). Es la segunda mejor historia de amor del año.

 

12. Sueño de Bote, de Tristan Ferland Milewski convierte un documental sobre un crucero de placer gay en una meditación abstracta, estilizada y sorprendentemente sensible sobre el deseo masculino gay y su descontento.

 

 

El travestismo del abate de Choisy

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Choisy aborda cuestiones como la búsqueda de la identidad sexual y la realización del deseo, y cómo el individuo pierde su equilibrio emocional cuando el entorno se empeña en contrariar inclinaciones tan naturales.


 

Por: Marina Pino

Texto extraído de la introducción de “Las memorias del abate de Choisy”

El abate François-Timoléon de Choisy nació en 1644 en el palacio del Luxemburgo de París, en el seno de una influyente familia dedicada a la Administración. Fue su padre Jean de Choisy, consejero de Estado, más tarde canciller de Gaston de Orleans, jefe de esta Casa y tío de Luis XIV; y su madre la señora de Belesbat, perteneciente a una familia célebre por haber dado también a Francia notables hombres de Estado.

Madame de Choisy, la madre de nuestro abate, mantenía un salón muy concurrido por los elegantes e intelectuales de la época y aparece como Cèlie en el Diccionario de Preciosas de Sonmaize. Fue también maestra del rey en el arte de la educación cortesana. Un jovencísimo Luis XIV la recibía dos veces por semana a tal propósito y sus consejos debieron de ser muy útiles porque el rey le concedió una sabrosa pensión vitalicia. Madame de Choisy inició a Luis en el saber estar, y al parecer tanto en el salón como en el dormitorio. También sirvió a su hermano Felipe, pero de otra manera, como veremos.

Desde niño, Felipe adoraba adornarse y vestirse de mujer, y varias veces por semana se dirigía a los apartamentos de madame de Choisy para disfrutar de sus aficiones en libertad. Allí se le rizaba su abundante cabellera, se le cambiaban el chaleco y los calzones por faldas, se le adornaba con gran profusión de joyas y se le daba un toque final de colorete.

Madame de Choisy vio en seguida el provecho que podía sacar de la situación y se aplicó a un extraño ritual con su propio hijo François-Timoléon, que éste atribuye en sus Memorias a que su madre lo tuvo pasados los cuarenta años y quiso alargar su infancia con mimos y vestidos de niña, pero que sin duda respondía a los designios de una mente calculadora.

¿Cómo se explica, si no, que madame no sólo consintiese en que François-Timoléon vistiera ropas femeninas hasta los dieciocho años, lo cual implica un concepto muy amplio de infancia, sino que llevase su broma tan lejos como para aplicarle cada mañana «cierta agua» que impedía que le saliese la barba y lo obligara a llevar fajas apretadas que le desplazaban hacia arriba el tejido graso, con el efecto de un pequeño pecho femenino? Añádanse las pomadas y las aguas para conseguir un cutis blanco en el niño y, en fin, los atavíos femeninos, y he aquí a François-Timoléon convertido en el compañero/compañera de juegos de Felipe I de Orleans, Monsieur[1].

Madame de Choisy no tenía nada de perturbada ni de estúpida. Mantenía excelentes relaciones con Mazarino, cuyas sobrinas jugaban con Felipe y François-Timoléon, y todo indica que se sirvió de su propio hijo para secundar los planes del primer ministro en cuanto a la corrupción del hermano del rey, al tiempo que servía a los suyos propios.

Tras la revolución fracasada de la Fronda, Mazarino había decretado que era mil veces preferible un libertino a un conspirador. El futuro rey y su hermano Felipe habían sido mantenidos por el cardenal en la más absoluta ignorancia para que no estorbasen su acción de gobierno ni se mezclaran en política: los príncipes apenas sabían leer y escribir. En cuanto a Felipe, Mazarino se aplicó, además, a su anulación como posible competidor del futuro rey, consintiendo y alentando desde la infancia su afición a vestirse de mujer y todas aquellas costumbres licenciosas que podían mantenerlo lejos de la ambición de poder.

Por su parte, François-Timoléon fue destinado a la Iglesia, pues los Choisy tenían ya un hijo sirviendo al Estado como intendente en provincias y otro sirviendo al Ejército. El joven abate se aplica entonces a su ministerio, cursa sus estudios en la Sorbona, donde alcanza el grado de doctor, y en su momento se convierte en un orador claro, incisivo y brillante, y cuando con sólo dieciocho años se convierte en titular de la abadía borgoñona de Saint-Seine, sus sermones gustan mucho a los fieles. Ello no le impide fugarse acto seguido a Burdeos, donde se enrola durante cinco meses en una compañía teatral en calidad de dama joven, sin que nadie advierta la superchería. Es más, le llueven cortejadores, pero Choisy encara el espinoso asunto afirmando que

«les otorgaba pequeños favores, pero era muy reservado en cuanto a los grandes».

A la muerte de su madre, en 1666, queda François-Timoléon emancipado con veintidós años, rico y propietario de las pedrerías, los muebles y los vestidos de su madre. Madame de La Fayette[2] lo había animado a vestirse por completo de mujer y François-Timoléon decidió seguir su consejo. Se acabó el mariposear con sotanas que dejaban entrever un corpiño y pendientes de tres al cuarto. Pero, pese a tan alto patrocinio, Choisy se aleja de la corte para poder vestir según su fantasía y compra una casa en un barrio popular de París con el nombre de «señora de Sancy».

 

Imagen extraída de: Artexpertswebsite

 

Este fue el primer exilio de su medio social que se impuso Choisy para poder vivir como mujer. Pero su marginación todavía no es tan grave como para ocultar su condición de hombre. Como joven transformado en señora lo aceptan y lo quieren sus vecinos del barrio de Saint-Marceau, abrumados por su riqueza y cautivados por sus modales. Sólo debe mantener en secreto la seducción de las chiquillas del vecindario, a las que atrae a su lecho de «señora», pues se acepta su juego de que es una especie de ángel sin sexo y no se le perdonaría que, amparándose en ese privilegio, sacara luego la pezuña del diablo.

Choisy está dispuesto a pagar, además, ciertas multas por esa «vida deliciosa», como la llama. Va cada día a misa, gasta sumas considerables en obras de caridad y mantiene un tono de modestia y discreción en su trato con sus convecinos. Antes jugador empedernido, no deja ahora que se juegue en su casa, lo que aumenta su buena reputación. Es feliz ofreciendo cenas en su rica morada y exhibiéndose con sus jóvenes amiguitas.

A veces no puede resistir la tentación de dejarse ver con ellas en la Ópera y en la Comedia espléndidamente vestido de mujer, y causa tal revuelo que no tardan en llegarle las oportunas advertencias de su familia. El cardenal de París en persona lo llama a capítulo para examinar su atuendo. Atención: no para reprocharle que vaya vestido de mujer, sino para evitar que perturbe a sus seminaristas con atuendos descocados.

Choisy recibe también cartas anónimas e inspira cuplés festivos, pero no hace el menor caso. Cierto que, a cada toque de atención, «madame de Sancy» se repliega un poco más en sí misma, pero nada es capaz de decidirla a dejar la vida que lleva. Lo digno de mención es que cuando Choisy no puede travestirse —es decir, no le dejan— traspasa toda su rabia y su frustración al juego. Ambas pasiones, travestismo y juego, se dan en él de modo excluyente y compensatorio: cuando viste de mujer es una persona dichosa que detesta el juego; cuando juega, es porque no puede vestir de mujer.

Es lo que le ocurre cuando tiene que volver a su apartamento del palacio de Luxemburgo, so pena de perderlo, y dejar de representar el papel de «madame de Sancy»: obligado a dejar su casa del barrio de Saint-Marceau y sus ropas femeninas, se lanza de una manera atroz a los garitos y apuesta hasta que ha perdido toda su fortuna. «La pasión del juego me ha poseído y ha trastornado mi vida», escribe Choisy.

Para distraerse de su doble desgracia asiste a la invasión de Holanda por parte de Luis XIV, y lo hace con un arrojo que contrasta con su forma de vida y que recuerda el modo en que tenían los mignons de Enrique III de combinar su vida de corte escandalosamente afeminada con su bravura en la guerra.

Su último establecimiento como mujer lo hará alrededor de los veintiocho o veintinueve años y supone un paso más en su marginación social. Cierto día acude a la Ópera con sus mejores galas femeninas y ello le vale una agria amonestación pública del preceptor del delfín, quien tenía entonces doce años y estaba presente. Aunque ya se ha visto que no todos eran tan severos como este personaje, que fue uno de los modelos de Molière para su Misántropo, Choisy comprende que esta reprimenda supone para él un descrédito ante las personas de su círculo social.

Quien tanto ama París, irá a establecerse en provincias. Y por primera vez se guardará muy bien de revelar su verdadero sexo. Mentirá a sus hermanos sobre su paradero y vivirá con todas sus consecuencias bajo el nombre de «condesa Des Barres». Tanto peor si algún caballero lo pide en matrimonio. Tanto peor si tiene que extremar sus precauciones para atraer a su cama a las pequeñas y convencerlas de que es normal que una hermosa dama les haga ciertas caricias y les revele placeres insospechados. Tanto peor si al final hay que correr a París para llevar a cabo un parto secreto. Tanto peor si las pequeñas ingratas acaban por casarse y dejarlo solo.

La «condesa Des Barres» demostrará ser tan buena actriz y tan hábil intrigante que nunca provocará la menor sospecha, ni sobre su sexo ni sobre el comercio clandestino que se lleva con las niñas. Simplemente, se cansará del ambiente provinciano y regresará a París, donde llevará una vida tan desordenada y extravagante en compañía de Felipe de Orleans, que Luis XIV lo apartará de la corte y lo amenazará con tomar medidas aún más severas contra él.

«Me había excluido a mí mismo —escribe Choisy— y mi conducta oculta e irregular justificaba al rey sobradamente».

 

 

Felipe de Orleans. Imagen extraída de: Pinterest

 

Choisy decidió escapar a las iras del rey viajando a Roma como conclavista en la elección del papa Inocencio XI. En cuanto a Felipe, fue separado de su amante el caballero de Lorraine, obligado a despojarse de sus adornos y enviado al campo de batalla, donde contra todo pronóstico se reveló como un formidable guerrero y estratega.

A los cuarenta años, Choisy cae gravemente enfermo y se recluye en el Seminario de Misiones Extranjeras, donde recapacita sobre su vida pasada y decide debutar en la carrera literaria con un libro titulado:

Cuatro diálogos sobre la inmortalidad del alma

Se embarca luego en una misión a Siam en calidad de «coadjutor de embajada» a las órdenes del caballero de Chaumont, con el encargo de convertir al catolicismo al rey de Siam y abrir para Francia vías comerciales en Oriente.

Tras un largo y accidentado viaje, decide ordenarse sacerdote y oficia su primera misa en el mismo barco que lleva a la expedición de regreso a Francia. Sobre ese viaje el abate publica con éxito una crónica de estilo moderno, conciso y vivo, titulada Diario de mi viaje a Siam. Había emprendido ya una brillante carrera de escritor de temas históricos y piadosos, a los que sabía conferir un grado tal de vivacidad y picante, sin faltar por ello a la decencia, que tuvieron un éxito inmediato. El perder el poco favor real que le quedaba, a causa de una torpeza diplomática, lo anima aún más a entregarse por entero a la escritura de obras edificantes, que va dedicando una tras otra al rey y a su piadosa favorita, madame de Maintenon.

Obtenido el perdón del rey, es recibido en la Academia Francesa, lo cual no le impide seguir perdiendo en los garitos de juego sus numerosas prebendas eclesiásticas y hasta sus tierras de Balleroy, que le había dejado en herencia su hermano Pierre.

Escribe también, vestido de viuda decorosa en la intimidad de su gabinete, unas memorias sobre Luis XIV y su corte. Durante muchos años el buen abate había estado reuniendo material para escribir una biografía del rey pero, a diferencia de los memorialistas al uso, Choisy creyó que sería interesante injertarle a la biografía real el relato de sus andanzas vestido de mujer, anticipándose de este modo a la explosiva mezcla de cuestiones íntimas y públicas, que tanto escándalo producirían, de las Confesiones de Rousseau, y más tarde de la Historia de mi vida de Casanova.

«Advierto al lector —dice Choisy— que al escribir la vida del rey escribiré también la mía a medida que vaya recordando todo cuanto me haya sucedido. Será un extraño contraste, pero me divertirá. (…) El lector reirá al verme vestido de chica hasta los dieciocho años; no se disculpará a mi madre por haberlo consentido. El viaje a Burdeos (para trabajar como actriz) también resultará entretenido. En fin, estoy resuelto a dejar correr la pluma todo cuanto ella quiera para decir cosas bastante nuevas y divertidas: sólo tendré que contar las cosas que me han sucedido.

Una dama que tiene todo el ingenio del mundo dice que yo he vivido tres o cuatro vidas diferentes, hombre, mujer, y siempre en los extremos; sumido lo mismo en el estudio que en las bagatelas; estimable por un valor que me hizo capaz de llegar al fin del mundo, despreciable por una coquetería de muchacha; y, en todos esos diferentes estados, siempre gobernado por el placer».

Nunca se atreve, sin embargo, a llevar a cabo su proyecto e incluso quema algunas partes de su relato, consciente de que el ambiente se estaba aburguesando y la pública y abierta confesión de su libertinaje sólo podía suscitar condena y hostilidad. Está muy mutilado, por ejemplo, el tercer fragmento, en que Choisy tiene intrigas al mismo tiempo con una actriz y un marqués, única pista de que Choisy no sólo tuvo amores con jovencitas, y ha desaparecido por completo el relato de su fuga a Burdeos para trabajar en un teatro. Por contra, sus dos experiencias cruciales como mujer se han conservado en su integridad.

 

***

 

Sin duda, en ese siglo amable el travestismo era considerado una simple fantasía y no, como hoy, asunto de psicólogos conductistas.

 

El abate de Choisy. Imagen extraída de: Leopoldest.blogspot.com

 

Hombres y mujeres se travestían tanto por diversión como para llevar a cabo complicadas intrigas, por inclinación natural o como útil expediente. El famoso caballero-caballera de Eon cumplió delicadas misiones diplomáticas para Luis XV vestido de mujer durante tantos años que llegaron a cruzarse apuestas sobre su verdadero sexo, y un entendido en mujeres tan fino como Giacomo Casanova dictaminó, después de una comida en que Eon estuvo presente, que sin lugar a dudas se trataba de una mujer, cuando la verdad es que Eon era hombre, como quedó demostrado cuando a su muerte le fue practicada la autopsia.

Una cierta mademoiselle de Maupin frecuentaba garitos de juego y cabarets malfamados, y se batía en duelo vestida de joven señor, mientras la falsa mademoiselle Savalette de Lange, que escribía y recibía cartas de amor masculinas y llevó una vida aventurera como mujer, murió en Versalles siendo un viejo de lo más robusto y bien constituido. Y es fama que cuando la reina Cristina de Suecia vivió en París fingía voz de hombre y se vestía como tal.

Pequeña y algo jorobada, resultaba difícil descubrir esos defectos bajo la casaca, la peluca masculina y el sombrero de plumas. Pero más que necesidad de ocultar sus defectos físicos, parece que la reina expresaba así su disconformidad con su sexo, del que al parecer se avergonzaba. ¿Y acaso un individuo tan poco frívolo como Rousseau no se hace anunciar como «una dama enmascarada» en la mansión de un patricio veneciano, en la época en que servía en la embajada francesa y le estaba prohibido por las leyes de la República acercarse a los nobles del país?

Por alguna razón que se nos escapa, los abates constituían un vivero inagotable de personajes extravagantes y disipados, que produjeron muchos travestidos famosos. Se sabe que los abates de Entragues, Vaudrun y Caumartin tenían la misma «fantasía» que Choisy. Sobre el de Entragues, Saint-Simon dice que

«mantiene la blancura de su tez con frecuentes sangrías y duerme con los brazos en alto para tener las manos más bonitas, recibe sus visitas adornado como una vitrina, con tocado de noche, cucuruchos de encaje, muchas fontanges[3], un corsé ceñido con cintas, una mañanita de volantes y lunares postizos».

En cuanto a Caumartin, era pariente de Choisy y pasó a los cuplés populares como uno de aquéllos que tenían alma de coqueta en cuerpo de hombre. A Choisy, el célebre crítico Sainte-Beuve lo describe como

«abate tonsurado desde la infancia, pero sobre todo consagrado al tocado y los trapos, coqueto como una monja de novela galante y libertino como un loro».

Olivet, que lo conoció bien, lo describe en una obra biográfica como

«una coqueta mil veces más aficionada a los lunares postizos y las cintas que las coquetas profesionales, de manera que podía decirse que la naturaleza se había equivocado y había querido hacer de él una mujer».

Lo que hace las memorias de Choisy doblemente preciosas es que ninguno de esos personajes ha dejado testimonio escrito de su «feminismo psíquico» —como se le llamaba en otros tiempos— y lo poco que se sabe de ellos es menester rastrearlo en las memorias, cartas y cuplés de entonces. Sólo Choisy se atrevió a escribir en primera persona y a revelar con todo detalle su asombrosa transformación en «señora de Sancy» y «condesa Des Barres».

Y lo hizo a petición de su amiga la marquesa de Lambert, lo que provocó la indignada censura del abate de Olivet, quien tras la muerte de Choisy publicaría algunos fragmentos de sus Memorias:

«Es sorprendente que el autor de este infame libro haya tenido la osadía de dedicárselo a una dama tan virtuosa como la señora de Lambert, y debería agradecérsele al editor —que era él mismo— de las Memorias para servir a la historia de Luis XIV que haya suprimido esos fragmentos, si no fuera por una persona, menos amiga del decoro, que no ha demostrado la misma contención al hacerles ver la luz».

Pero Choisy no creía que hubiera nada de infame en dar a conocer el aspecto oculto de su vida con total sinceridad. Bajo el barniz frívolo y ligero de su relato, Choisy aborda cuestiones como la búsqueda de la identidad sexual y la realización del deseo, y cómo el individuo pierde su equilibrio emocional cuando el entorno se empeña en contrariar inclinaciones tan naturales. Al mismo tiempo, Choisy defiende la causa del libertinismo haciendo de la realización del deseo su objetivo primordial: pese a quien pese, se vestirá de mujer y vivirá como tal, y para ello no ahorrará energías, imaginación, dinero y reputación.

El mundo debe aceptar que Choisy es hombre, pero es también mujer. Cuando lo vemos prescindir de calzones porque se siente «de verdad mujer», cuando el apelativo de madame lo colma de gozo, cuando lo vemos ocuparse constantemente en mantener la blancura de su tez o enorgullecerse de tener tanto pecho como una joven de quince años y, sobre todo, cuando experimenta el ápice del placer vistiendo a sus amantes femeninas de muchacho, quedan entonces pocas dudas de que el abate de Choisy lleva a una mujer en su interior. Por eso cuando pasa con toda naturalidad de usar el masculino a usar el femenino, el lector acepta el cambio gramatical con la misma naturalidad.

 

Portada de la edición francesa del libro “Memorias del abate de Choisy”. Imagen extraída de: Babelia.

 

Choisy vive su obra «libertina» con inmensa alegría: nada que ver con el sentimiento de culpa.

«La carrera del abate de Choisy, que duró ochenta años —dice Sainte-Beuve—, fue una mascarada completa, y en cada uno de sus papeles fue natural, serio, sincero, y al mismo tiempo supo conservar un aire de diversión y de broma».

Choisy nos ha dejado asimismo el testimonio de sus amores. Su extraña posición de travestido y de eclesiástico lo obligaron a moverse en la clandestinidad y a escoger blancos fáciles que le garantizasen la impunidad. ¿Y qué blanco más fácil que una jovencita? A ser posible, huérfana y pobre, para poder apropiarse de ellas sin que nadie le pidiera cuentas de sus actos. Las mujeres hechas y derechas no le interesan, y en cuanto sus amiguitas pasan al estado de mujeres casadas, le repugnan. Las «pequeñas» que escoge se sienten fascinadas por la «hermosa dama» y su lecho fastuoso, sin acabar nunca de separar ese personaje femenino del hombre que Choisy es realmente. Imberbe, de facciones agradables, esbelto de cuerpo y gracioso de ademanes como era, debía de resultar realmente muy convincente ataviado con galas femeninas.

Pero, aunque se siente mujer, Choisy posee una fisiología masculina que tiene sus exigencias, si bien nunca aborda la relación amorosa como lo haría un hombre con una mujer. Lo hará siempre desde la ambigüedad de su apariencia femenina, con arrumacos y jugueteos acordes con esa apariencia, y alcanzará la plena satisfacción si su amiguita le ofrece la ilusión de ser un muchacho.

«Así tuve el placer de tenerla a menudo como muchacho y, como yo era mujer, formábamos un verdadero matrimonio»,

lo expresa él con su acostumbrada precisión. En ese plano de la pura ilusión, de la apariencia, se realizan las fantasías sexuales de Choisy.

Lo cual representa también el triunfo de la imaginación sobre la tosca evidencia del cambio real, quirúrgico, de sexo. Y, después de todo, el amor físico no es lo único importante. Cuando de verdad Choisy disfruta de una relación es cuando puede exhibirse con su amante, a la que hace vestir maravillosamente de mujer o de muchacho, y provocar comentarios admirativos.

Exhibirse es la verdadera pasión de Choisy. «Mis pendientes brillaban de un extremo a otro de la Ópera», rememora. La delectación con que Choisy describe sus atavíos femeninos sobrepasa todo límite imaginable. Se recrea sensualmente en la descripción minuciosa de la textura, el color y el brillo de las telas, el centelleo de las gemas, la laboriosa arquitectura del peinado, y lo hace porque experimenta placer contándolo y también porque tiene la intuición genial de que sólo así nos puede transmitir la fruición y el vértigo que lo poseen.

Muerto Choisy, sus manuscritos inéditos fueron a parar a manos de su pariente el marqués de Argenson, importante hombre de Estado. Era amigo de Voltaire y de Diderot, quien le había dedicado la Enciclopedia, y pertenecía por tanto a un mundo que se encaminaba velozmente a la Ilustración, tan partidaria de reformar las costumbres en sentido burgués. Es fácil imaginar su consternación cuando al poner orden en los papeles de Choisy se topó con las insólitas páginas en las que éste relataba sus correrías vestido de mujer y decidió que lo mejor es que nunca salieran de su gabinete.

Otras personas no pensaban lo mismo, y a pesar de las precauciones de Argenson, el citado abate Olivet, amigo de Choisy y compañero de Academia, se las ingenió para copiar el manuscrito y dar a la imprenta en 1727, con gran éxito, la parte pública de esas memorias con el título

Memorias para servir a la historia de Luis XIV, por el difunto abate de Choisy, de la Academia Francesa.

Luego otro abate, Langlet-Dufresnoy, se ocuparía de las «cosas nuevas y divertidas» al copiar subrepticiamente parte del original relativo a Choisy mujer e imprimirlo en 1735 en Amberes, ciudad libre de censura, con el título

Historia de madame la condesa Des Barres.

Ante semejante complot de abates copistas, el sufrido Argenson sólo pudo limitarse a anotar en los márgenes: «El presente manuscrito ha sido impreso después de haber sido copiado indiscretamente…». En esa época los derechos de autor no estaban muy definidos y abundaban las copias «indiscretas» y las ediciones pirata en beneficio de quien las hacía.

De este modo, y en contra del proyecto original de Choisy, la parte pública y «decente» de las Memorias de Choisy quedaría para siempre desgajada de la parte impúdica y privada, pues la unión de ambas era inconcebible entonces (y ahora). La historia de Luis XIV seguiría su carrera de libro que podía estar a la vista en cualquier biblioteca, mientras que la historia de la «condesa Des Barres» tomaría el camino de la literatura clandestina que se vendía sous le manteau, es decir, bajo la capa o abrigo, que se abría para ofrecer mercancía pornográfica y libelos antimonárquicos en el mismísimo Versalles.

Habría que esperar hasta 1862 para que el erudito y literato francés Paul Lacroix —responsable de ediciones anotadas de Rabelais, Villon y Cyrano de Bergerac, entre otras muchas—, completara la edición pirata de Langlet-Dufresnoy sobre la «condesa Des Barres» con el episodio de la «señora de Sancy», bajo el título de Aventuras del abate de Choisy vestido de mujer, en una edición por primera vez completa, cuidada y respetuosa de las increíbles andanzas del autor, que es la que ofrecemos al lector.

Miopía y sordera: enfermedades terminales del inmigrante

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“(…) el sentimiento de soledad profundo que se tiene cuando se está en una ciudad extranjera y no hay nadie con quien compartir el almuerzo”

Gloria Esquivel en NY


 

¿Quién no tiene entre su familia un primo, una tía o un hermano que decidieron emigrar a Estados Unidos, Venezuela o España en busca de eso que las abuelas llaman una vida mejor? La primera que recuerdo es a mi tía Oralia. Era la mujer de mundo, que había logrado hacerse a un lugar en un país próspero. Se fue para Venezuela a finales de los años setenta y allí aprendió el oficio masculino de la zapatería.

Era la tía rica, que solía enviar regalos y que solo venía de visita en diciembre, o cuando la muerte de alguno de los suyos necesitaba de sus lágrimas. Que eran muchas. Porque esa es la primera característica del inmigrante: su excesivo sentimentalismo, su necesidad de decir, por teléfono o de visita, lo que no fue capaz de decir, a los suyos, mientras vivía con ellos.

Luego fueron mis primos, los más queridos, los que emigraron, aquellos con los que trabajaba albañilería en temporada de vacaciones escolares. Mi tío Bernardo era maestro de obra y yo me iba de vacaciones a su casa de La Virginia a trabajar bajo su mando. Bueno, no solo a trabajar. En las noches, después de tareas arduas como mezclar cemento con arena y gravilla, de sentir el dolor de las ampollas en mis manos,  me iba a beber con los primos en cantinas coloridas, como esos machos a los que les ha tocado trabajar duro y que tienen que mitigar el dolor de las desigualdades con ron Viejo de Caldas y música de Olimpo Cárdenas.

Empleando las rutas más inverosímiles y peligrosas, mis primos se fueron a Estados Unidos en los noventa y detrás de ellos se fue un tío, y luego otra prima y después el esposo de una hija de la prima; en fin: se hubiera ido toda mi familia al distrito de Queens, si no fuera porque llegaron Clinton, Bush hijo y Trump, respectivamente, al poder. Sé que algún miembro de mi numerosa familia habla con ellos, vía Skype o WhatsApp, por lo menos cuatro veces a la semana. ¿De qué hablarán tanto? Le pregunto a mi mamá.

 

Fotografía Por: Consejo de Redacción.

 

De la familia, de quién más, responde ella. Pero sé que también hablan de cosas más placenteras y mundanas: las arepas asadas al carbón, los tamales tolimenses, la rellena de la vecina Damaris, la bandeja paisa con morro, el sancocho trifásico y de un marrano culón que matarán, en plena calle de barrio, el próximo diciembre. Porque aquí viene la segunda característica del inmigrante: la nostalgia culinaria.

Entre el exceso de sentimiento, que crea su propio acorde vallenato, y el peso de la nostalgia culinaria, que perfila su propio karma de insatisfacciones, el inmigrante proyecta otro ámbito para su destino: la memoria blanca. Y en ese destino lechoso está solo, indefenso, porque, a pesar de sus esfuerzos, de su habitual búsqueda en el College Dictionary, el inmigrante quiere hacerse a un lugar que nunca será suyo del todo, mientras llena su cabeza de una masa inestable, a la manera de un tsunami, mezcla de hábitos ajenos, de oficios varios, de estaciones tan inclementes como el invierno y el verano, de recorridos marginales en medio de otros extranjeros recelosos, de exclusiones tercermundistas, de inmersiones a basements y ascensores vigilados, de expresiones burdas mexicanas-yonkis-portorriqueñas-coreanas-guatemaltecas, unidas a prácticas de consumo descomunales, en una suerte de spanglish del arribismo tipo exportación.

¿Y por qué estoy hablando de esto que tantos colombianos sabemos? Porque acabo de leer El oído miope, la novela de Adriana Villegas Botero, una manizalita que escogió, para su primera obra narrativa, el tema de la emigración, ese asunto tan viejo y tan conocido del sueño americano. Eso de que la gente se va de su barrio, de su país, en busca de lo que las abuelas llaman una vida mejor.

Durante la primera lectura de El oído miope sentí algo cercano a la monotonía y me vi obligado a cerrar el libro a la altura de la página 45. No lograba saber qué me pasaba con la historia de Cristina Mejía, una colombiana que emigra a Nueva York y que mientras va a clases de inglés en un instituto en Manhattan, sale corriendo a hacer limpieza en varios apartamentos en aquella zona exclusiva de la Gran Manzana, y luego sale corriendo a tomar la línea del tren que la llevará a Queens, donde vive de arrimada en casa de colombianos.

 

Adriana Villegas Botero es escritora y directora del programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Manizales. Fotografía extraída de: Sinetiqueta.

 

No lograba descifrar mi desánimo con esta historia y me preguntaba por qué, si de todos modos la historia estaba muy bien tejida por un contrapunto que le permite al lector enterarse, por una parte, de la cotidianidad que dejó Cristina en su país, a través de unos mails que ella se cruza con su madre y con una amiga de su antiguo lugar de trabajo; y, por otra parte, por un presente continuo de los días de la semana en los que, invariablemente, Cristina hace lo mismo: tomar el tren, armar su propio glosario para estimular su oído miope, ir a clases de inglés, ir a un café internet a escribir mensajes con preguntas, salir corriendo los martes al apartamento de Miss Smith, ubicado en la zona de Central Park; salir corriendo los miércoles al apartamento de Tomas, en East River Side, un hombre soltero a quien Cristina, en medio de su deseo y frustración, idealiza en su lejana vida amorosa; pero lo único cierto de esta no relación con su patrón desconocido es Noche, una gata que le produce a Cristina estornudos.

Pero siguen los días y llega jueves, y de la clase de inglés, donde la profesora les dice a sus estudiantes de todo el mundo  “Hola, mis niños”, por eso del balbuceo con el idioma, por eso de que “Ustedes son bebés aprendiendo inglés”, subraya la teacher Elizabeth, sale corriendo al apartamento de los Kauffman, una distinguida familia judía que vive en Park Avenue.  Pero también llega el viernes y luego de ir a clase de inglés, de aprender otras palabras, de sentir que ya entiende un poco más lo que se dice en la calle, Cristina va al basement de los extraños hermanos Jones, que viven en un edificio feo, cerca de la zona del Jardín Botánico de Brooklyn. Y Cristina parece un retrato, porque para soportar los días de invierno, sale a la realidad helada de la postal neoyorquina con el mismo atuendo: “chaqueta bufanda gorro guantes botas buzo y saco azul”.

En fin: la monotonía se extiende hasta los fines de semana y uno quisiera, de verdad, que a Cristina le pasaran nuevas cosas, no sé, que el hijo de Donald Trump se enamorara de ella a la altura de Penn Station y la instalara, con dos mucamas, en una de sus torres; que un hombre rico, judío, traductor de Joyce, la adoptara y se la llevara a vivir a Greenwich Village y le leyera Dubliners en voz alta; que en una estación de metro una monja le entregara un papel y que ese papel resultara ser un cheque al portador con la cifra suficiente para que Cristina pudiese comprar un apartamento en Battery Park y se pudiera traer a su mamá a vivir con ella. Pero eso solo pasa en las películas. Eso solo le ha pasado a Jennifer Lopez.

Al darme cuenta de esta cruda realidad y de que la monotonía estaba instalada en la vida de Cristina y no en la novela, pensé en mis primos, en los oficios varios que ellos  desempeñan en Long Island, en la sensación extraña que he sentido al visitarlos –gracias a su generosidad– y comprobar cómo viven, cómo alimentan, honestos y de la mejor manera, su memoria blanca. Entonces volví a abrir las páginas de El oído miope y me encontré con una delicada novela, económica en palabras, que descubre para el lector que tiene familia en los Estados Unidos, un fresco que se sigue escribiendo en el presente continuo en el que no hay lugar para las utopías y mucho menos para las historias rosa.

 

La autora del libro “El oído miope” en la Filbo 2018. Fotografía extraída de: Twitter.

 

Me pregunto cuál debería ser el mejor destino de esta novela de Adriana Villegas. Si de mí dependiera la distribuiría, gratuitamente, en las salas de espera de los aeropuertos latinoamericanos. Crearía un mecanismo de presión, quizá orwelliano, para que antes de que nuestros familiares abordaran el avión que los llevará, cargados de nostalgia culinaria y exceso de sentimientos, a la tierra del sueño americano, leyeran El oído miope para que supieran a qué atenerse.

Incluso les daría el mail de nuestra protagonista, [email protected]. Prefiero que sea ella directamente la que les diga cómo afrontar el silencio, lo intraducible, la soledad, el fisgoneo en las cosas de los otros, el vacío, los fantasmas familiares; cómo aprender a escuchar en medio de las carreras y el absurdo de saberse lejos de los sueños e ideales que un día los obligaron a dejar su barrio.

Tal vez cuando el inmigrante esté un poco instalado y empiece a comprender los sonidos de American Dream Life, vendrá la realidad y se instalará en esa banda sonora:

“No hay nieve y es un alivio. La nieve solo es bonita en las postales”; “La tubería suena. Tiene fantasmas”; “La clave para convivir con extraños sin enloquecer es ser invisible”; “Tener un interés sentimental es la vía más rápida para aprender otro idioma”. “Esto podrá ser el primer mundo, pero tiene inmigrantes hasta del cuarto mundo y rateros que hablan en todos los idiomas”.

No se trata de hacer poesía, es bueno advertirles. Se trata de ser realistas.

La prosa de Adriana Villegas tiene eso: un realismo que raya con la crueldad. Como la que Cristina debió sentir en el apartamento de los Kauffman, cuando quisieron celebrarle su cumpleaños; como la que debió afrontar en el 206 de un edificio de cinco pisos ubicado en la zona de Chinatown. Monotonía, crueldad y realismo: eso será lo que el lector miope oirá en los intersticios de esta grata novela de Adriana Villegas.

La vida entre tumbos y maracuyás

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Salió ganando el maracuyá, pues su sabor tremendamente avasallador no tiene rival


 

La parte baja del refrigerador la he rellenado, de suculentos frutos hasta decir basta, tapando incluso los orificios de la caja de verduras que está prácticamente vacía, salvo unos tomates para mis consuetudinarios espaguetis. Parrillas vacías, excepto por una jarra de líquido elemental. En los compartimentos de la puerta quizá haya una botella de yogur, quizá un pedazo de queso duro, quizá unos limones resecos por falta de uso. Así de frugal está el panorama.

Pero hay una esencia que se ha apoderado de todo ese vacío sin viandas, de todo ese aire encerrado sin motivo. Basta abrir la puerta cada cierto tiempo para recibir en la nariz una ráfaga aromática de lo más fresca y agradable. Las culpables, tres o cuatro bolas de maracuyá que dejé en la caja de verduras, justo debajo de la bandeja de tumbos, bien maduros estos, que tranquilamente aguantarán un par de semanas sin perder un ápice de sus sabrosas cualidades.

Como ando experimentando a cada rato, se me ocurrió mezclar ambas frutas; total, son de la misma familia, me dije. Las licué unos segundos, cuidando de no triturar las semillas y añadiendo un poco de agua para facilitar la tarea. Pasé la mezcla por un colador sobre la jarra con agua y me resultó unos dos litros de exultante bebida. La dosificación justa para cinco maracuyás y otros tantos de tumbo, como queriendo que saliese término medio el preparado.

Salió ganando el maracuyá, pues su sabor tremendamente avasallador no tiene rival, pero el modesto tumbo le suavizó ese peculiar dejo ácido, que a muchos no gusta y, para rematar, puso lo suyo con su atractivo color naranja. Al final, salí ganando yo con esa exótica y jugosa experiencia. Ahora mi heladera ya no parece tan desolada.

 

No hay nada más delicioso y refrescante que una jarra de tumbo. Fotografía: José Crespo Arteaga.

 

Promedia el invierno en estas latitudes. No sólo los cítricos adornan los mercados y nutren mi frutero. También hay lugar para productos más raros y escasos. Todo es cuestión de trajinarse calles y días de feria. Entre montones de manzanas importadas, piñas agridulces del Chapare y mandarinas japonesas de Santa Cruz, tropiezo a veces con montoncitos de frutas más raras como esas romboides que llaman carambolas, más allá unas bolsas de maracuyá, por ahí brillan unas escasas granadillas clamando que me las lleve a la boca, y abunda por estos días el tumbo común o “criollo” como le llaman las comerciantes.

Ya es un milagro que aparezca esa otra variedad de puntas mas afiladas y tonalidades mas anaranjadas, y cuyo sabor más áspero y asilvestrado me recuerda un poco a la guayaba, pero deliciosamente comestible de todas maneras.

Al ver que aparecieron a la venta, casi al mismo tiempo, los distintos frutos de este género de plantas, clasificadas en la familia Passiflora, porque la forma de sus flores evoca a la pasión de Cristo, afirman los botánicos (y pensar que pulula el cuento de que el maracuyá es la “fruta de la pasión”, por sus supuestos poderes afrodisiacos), se me ocurrió que podría suceder otro milagro, el cual consistía en la búsqueda de un fruto silvestre que no veía desde mis tiempos de escolar.

Anoticiado por un ilustre paisano de que sus rastros podían seguirse en el popular mercado de La Pampa, me encaminé para allá el último fin de semana ferial.

 

Tumbo común (passiflora mollisima). Fotografía: José Crespo Arteaga.

 

Adentrarse en tal sitio equivale a perderse en una jungla de pasillos sin números ni denominación alguna, una densa maraña de géneros y productos dispares esperan al visitante: el perfecto caos organizado. Si uno no levanta la vista puede darse de narices con toldos bajos o lenguas de vaca colgando de algún gancho. Si tampoco se tiene cuidado con los pies se podría aplastar fruta o verdura delicada que es ofrecida a ras de piso.

El truco es caminar por el centro siempre que se pueda, pero de rato en rato hay que esquivar a vendedores ambulantes que mueven sus carritos de refrescos o de chorizos humeantes. No es raro que en una de esas callejuelas se tenga que dar campo a carretilleros que trasladan tripas y panzas de reses sacrificadas mientras te sonríen, desde el suelo sanguinolento de algún puesto, cabezas decapitadas con sus cornamentas.

En esos parajes de demoniacos efluvios me extravié, buscando infructuosamente el sector de las frutas, para variar. Me cansé de peinar la zona, creyendo que pasillo por pasillo hallaría lo que buscaba. Pregunté por dónde vendían granadillas, mientras atravesaba promontorios de plátano y cítricos. ¿Loq’osti?, oí decir varias veces a las vendedoras y por un momento creí estar cerca del vellocino de oro. Me mandaron a otros sectores, todos confusos, como si hubiera un tácito complot para burlarse de los extraños.

Un hombre me indicó, que al final del pasillo tal, y ciertamente hallé las dichosas granadillas junto a otras frutas. “Caserita, yo busco loq’osti, no granadilla”, le aclaré a una cholita. “Pero l’oqosti es esto pues”, me respondió de manera seca. “Loq’osti te voy a dar en tu loq’o (sombrerillo)” me dieron ganas de decirle, pero me contuve porque soy un caballero andante, y eso que no tengo sombrero.

 

Maracuyá (arriba), granadilla (centro), tumbos (costados). Fotografía: José Crespo Arteaga.

 

Como sea, deduje que nunca hallaría ningún ejemplar de loq’osti, pero me seguía intrigando que usaran tal nombre para la granadilla, tal vez debido a que los campesinos quechuas asociaban ésta a un fruto parecido que antaño crecía en los bosques interandinos. El loq’osti, como bien lo sé yo, por la forma del fruto y sabor se asemeja a la granadilla pero es de menor tamaño, poco mayor que una ciruela; pero su enredadera tiene las mismas hojas trilobuladas y flores rojizas del tumbo.

A fin de cuentas, parece un cruce de tumbo y granadilla, o quizás sea el antepasado directo de ambas especies. Que yo sepa, el loq’osti jamás tuvo valor comercial, tal vez por su apariencia insignificante o porque finalmente sólo crecía en determinados ecosistemas. Recuerdo que abundaba en los bosquecillos al norte de Independencia, de parajes fríos y neblinosos, hogar de los picaflores de largas y bellísimas colas iridiscentes que a menudo polinizaban sus flores.

¡Ah!, tanto evocar este perdidoso fruto de la naturaleza me ha despertado los inevitables recuerdos de mis andaduras por el campo, ya sea en excursiones escolares o en grupos de amiguetes donde bien provistos de flechas de goma (hondas, tirachinas) solíamos ir a la caza de conejillos salvajes y ulinchos (palomitas) por pura diversión. Y en esos senderos de monte divisábamos a veces bolas de loq’osti colgando muy alto en las ramas arboladas, que se hacía necesario alistar la puntería para que los bajáramos a punta de flechazos.

El que le daba al fino tallo del fruto era considerado un ídolo y el que reventaba la baya era un chambón que merecía todo nuestro desprecio. Así y todo, era bastante frecuente que al ir a recoger las esferas amarillas, encontráramos cáscaras vacías pues los pájaros se nos habían adelantado en el festín.

 

Tumbos, granadillas y maracuyás; apasionantes frutos. Fotografía: José Crespo Arteaga.

 

Naturalmente, se me ha despertado el apetito de nuevo que, a falta de loq’ostis, bien me zamparé las ultimas granadillas que compré, a manera de postre. Fragancia incontestable rezumaba la telilla blanca que las recubre mientras las pelaba para chuparlas de un sorbo. Qué placer más arrebatador después de tanto tiempo sin degustarlas. La deliciosa pestilencia que escapa del refrigerador me sigue embriagando, será nomás que el maracuyá es apasionante.

Los tumbos que aguardan que los destine a la licuadora y los bata luego con leche evaporada y canela molida. El mejor helado posible, que ya se me hace agua en la boca, sin haberlo preparado todavía. Fin del cuento y manos a la obra.

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P.S. Como ando medio ‘drogao’ con la fragancia del maracuyá y de sus exóticas parientes, se me ocurrió escuchar  aires progresivos  andinos, por pura inercia.

¡A Celebrar la versión 42 de las fiestas folclóricas de Quinchía!

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Del 28  de junio al 2 de julio, Quinchía, conocida como La Villa de los Cerros, celebra sus fiestas folclóricas Nº 42.


 

La Cebra que Habla presenta la programación de las fiestas de Quinchía. Un evento que promete lo mejor del arte, música, danza, conciertos  y muestras artísticas. Así nuestro agregado a esta celebración municipal, es el especial Nos Vemos en mi Pueblo,  donde presentamos las mejores notas sobre este pintoresco municipio de Risaralda, conocido por los cerros, el clima, la panela, la filigrana, el café, el carbón y el oro.

Prógramese

 

>>>Especial Nos vemos en mi pueblo: Quinchía Risaralda<<<

 

 

Jueves 28 de junio


Fuente: Alcaldía de Quinchía Risaralda.

 

Jueves 28 de junio: 3ra Toma Multicultural


Fuente: Alcaldía de Quinchía Risaralda.

 

Viernes 29 de junio


Jueves28

 

Sábado 30 de junio


Fuente: Alcaldía de Quinchía Risaralda.

 

Domingo 01 de julio


Fuente: Alcaldía de Quinchía Risaralda.

 

Lunes 2 de Julio


Fuente: Alcaldía de Quinchía Risaralda.

 

Video promocional de las fiestas número 40 del municipio de Quinchía Risaralda

 

Contexto historico

 

En el año de 1870 el entonces Estado del Cauca se divide en Municipios. Entre ellos el municipio del Toro, que comprende los distritos de Riosucio, Toro, Ansermanuevo, San Juan de Marmato y Quinchía. Así, Anserma se convierte temporalmente en corregimiento de Quinchía al igual que Nazareth (Guática) y Arrayanal (Mistrató). Ya para 1892, la Asamblea del Cauca por ordenanza 33 de Agosto 17 de 1892, erige a Anserma nuevamente como Distrito.

Entre tanto, principios de 1882, se decidió comenzar a buscar un sitio más propicio para la cabecera urbana del municipio. Era de urgencia suma trasladar el antiguo rancherío, a un lugar con mejor flujo de agua y cerca del Camino Real, que entonces llevaba al convento de Anserma. Los pobladores (en su mayoría indígenas), no lograban ponerse de acuerdo: unos proponían irse a la vereda de Naranjal y otros para el llano de la quebrada Barrigona, situado al lado del Cerro Gobia. Sin poder resolver sus diferencias los pobladores dejaron la decisión en manos de la Virgen Inmaculada. Así pues, tras largos e infructuosos viajes recorriendo trochas y atajos, uno de los cargueros resbaló y la Virgen se fue de bruces contra el rastrojo. Ése fue el punto escogido donde los quinchieños iniciaron la construcción de la iglesia y empezaron a levantar sus ranchos sin apoyo ni autorización del gobierno caucano. En 1884 el antioqueño Protasio Gómez, que por ese entonces residía en Riosucio, continuó los trabajos del templo a cambio del arrendamiento de una mina de carbón.

El 28 de noviembre de 1888, el sacerdote José Joaquín Hoyos celebró la última misa de difuntos en la capilla de Quinchiaviejo, así se daba por terminada la historia de ese caserío. Amaneció el 29 de noviembre, y los pobladores, con repique de campanas y en solemne procesión, se trasladaron al nuevo pueblo. En ese domingo desapareció Quinchíaviejo Cuando se trasladaron las imágenes y los ornatos al pueblo y se tumbaron los últimos ranchos del antiguo caserío, dando origen a lo que actualmente es Quinchía. Sin embargo, bajo el gobierno de Núñez, Quinchía pasó a ser corregimiento, bajo la jurisdicción del distrito de Pueblo Nuevo (hoy San Clemente).5​

Sólo hasta 1919, con la ordenanza número 5 del 12 de marzo de 1919 dio nacimiento legal al municipio de Quinchía. En 1966, al crearse el departamento de Risaralda, Quinchía pasó hacer parte de esa unidad administrativa; en 1985 la cabecera Municipal fue elegida por la gobernación como “el pueblo más lindo de risaralda”.