Cuando yo tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Pero cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años.
Mark Twain
Hoy en esta fecha comercial de homenaje a los padres, queremos reconocer la labor que en cuarentena realizan los tenderos, vigilantes, médicos, policías, choferes de taxi y buseta, enfermeros, barrenderos, periodistas, campesinos, electricistas, fontaneros, maestros, entre otros, quienes se destacan por su labor en tiempo de pandemia, porque ellos no han parado, han continuado sus labores para seguir sosteniendo la sociedad. No desconocemos que estas labores no son exclusivas de los padres, pero hoy por su día, va el reconocimiento a ellos.
Los tenderos
Los vigilantes
Los médicos
Los policías
Choferes de servicio público
Enfermeros, barrenderos, periodistas
Maestros, campesinos, oficios varios
También queremos reactivar las entrevistas que un par de estudiantes de la asignatura de Prensa de la Licenciatura en Educación de la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP) hicieron a adultos mayores durante inicios de la cuarentena, destacando el aporte que de manera activa hacen estos señores con su conocimiento y experiencia a los lugares donde habitan.
Para los estudiosos de la cultura popular, el Mundial de Fútbol de México 1970 equivale al festival de Woodstock en el terreno de la música, a la Revolución cubana en el ámbito político o a la llegada del hombre a la luna en el campo de la ciencia. Los tres siguen rodeados de un aura mítica. Al cumplirse hoy domingo cincuenta años de la final entre Italia y Brasil, compartimos con ustedes la siguiente nota, publicada originalmente en Libertaddigital.com
México 70, el mejor de todos los mundiales de fútbol
Dio cabida a la mejor selección de todos los tiempos, el partido más emocionante de los Mundiales, una parada eterna, e incluso una guerra.
Iba a comenzar el resumen del Mundial del 70 girando en torno a la mejor parada de la historia de los mundiales, la que le realizó Gordon Banks a Pelé. Los porteros también merecen ese reconocimiento. Luego pensé que quizá sería más conveniente hablar de la que se convirtió en la selección más espectacular, la siempre evocada Brasil del 70. Aunque tampoco sería justo pasar por alto el partido de semifinales entre Italia y Alemania, considerado por muchos como el más emocionante del siglo XX. Así que, finalmente, este artículo girará en torno a por qué –por estos y otros motivos– el de México 1970 fue el mejor de todos los mundiales disputados hasta la fecha.
Y es conveniente comenzar por la conjura que hizo que así fuera posible. Era abril de 1970. Sólo dos meses antes de que arrancara el Mundial. Brasil se medía a Bulgaria en amistoso, y Saldanha, seleccionador brasileño, dejó a Pelé –al que acusaba de miopía para excusar su mala relación– en el banquillo. El astro explotó. Ya no aguantaba más a ese déspota como entrenador. La Federación Brasileña tampoco. Tras empatar a cero, fue destituido.
Mario Lobo Zagallo fue su sucesor. Y lo primero que hizo fue reunir a sus cinco delanteros, sus cinco estrellas, en una habitación del Hotel Das Palmeiras de Río de Janeiro. Eran los cinco dieces, aquellos que Saldanha nunca se atrevió a poner juntos: Jairzinho, Gérson, Tostao, Rivelino y por supuesto Pelé. Y se decidió que jugarían los cinco: Rivelino por la izquierda; Jairzinho por la derecha; Gerson algo más atrasado; Tostao de referencia; y Pelé, por donde le diera la gana.
1. La Brasil del 70
Y este es, sin duda, el primer punto para considerar el de México el mejor de todos los mundiales. Porque disfrutó de, si no la mejor selección de todos los tiempos –las hay, como la actual España, que han conseguido más títulos–, sin duda la más espectacular que jamás se vio en un campeonato del mundo.
En su último Mundial, Pelé hizo célebre su salto de celebración de los goles, como aquí, junto a Jairzinho, Paulo Cesar, Piazza y al fondo, Tostao. | Tomada del eltiempo.com
Se cuenta que una de las primeras noches de la seleçao en México se reunieron Zagallo y sus futbolistas para mantener un debate filosófico sobre el fútbol. Para ellos existían tres estilos: el fútbol de fuerza que practicaban equipos como Alemania o Inglaterra; el fútbol de resultados típico de Italia; y el fútbol espectáculo, que es el que querían utilizar ellos. Y el fútbol se convirtió en arte.
Desde aquel campeonato, Brasil ha sido siempre la medida universal de la excelencia futbolística en la imaginación popular, que es la que rige este tipo de categorías que no pueden ser reglamentadas.
2. El Mundial de las novedades
Por otro lado, puede considerarse a México 70 como el primer Mundial moderno. Fue ahí cuando se introdujo por primera vez la posibilidad de realizar cambios, lo que sin duda favoreció la diversión. Además, aparecieron las tarjetas, como una manera de dejar más claro a todos lo que sucedía entre el árbitro y los futbolistas –las expulsiones ya existían, aunque de manera verbal–. Y fue este el primer Mundial que pudo ser visto de manera íntegra por televisión, y por primera vez en color. No pudo haber mejor ocasión para estrenarse.
España no logró clasificarse para la cita. Inmersa en un momento negativo de su historia, fue apeada en la fase de grupos por Yugoslavia y Bélgica. Sí acudieron, al contrario de otras ocasiones en que el campeonato se disputaba en continente americano, el resto de grandes selecciones europeas que habían conseguido su billete en la fase previa.
3. El Mundial que provocó una guerra
Aunque si hay que hablar de la fase previa, hay que hacerlo, sin duda, del partido que más trascendencia ha tenido en el ámbito político en la historia del fútbol. Fue la eliminatoria que enfrentó a Honduras y El Salvador, dos países que llevaban meses de tensión debido a diversas disputas, y que terminó desembocando en la denominada Guerra del Fútbol.
Ambos países se debían enfrentar en una eliminatoria de ida y vuelta. Tras el 1-0 en Honduras, El Salvador remontó con un 3-0. Pero fue un partido en el que hubo muchos incidentes antes y, sobre todo, después. Doce hinchas hondureños habrían sido asesinados por la multitud local, mientras en Honduras los inmigrantes salvadoreños fueron atacados como respuesta. La tensión entre ambos países fue creciendo con el paso de los días, hasta llegar a la invasión del ejército salvadoreño a Honduras el 14 de julio de 1969. Al menos 2.000 personas fallecieron durante el conflicto bélico.
Tomada de tribunero.com
4. Una organización exquisita
A diferencia de muchas ediciones anteriores, México también brilló por su inmensa capacidad para albergar un campeonato que ya disponía de una gran importancia. Primero sorprendió con el colosal Estadio Azteca, una obra maestra arquitectónica, construida especialmente para la cita, y con capacidad para hospedar a 105.000 espectadores. Aunque en realidad las otras cuatro sedes –Jalisco, León, Cuauhtemoc y Luis Dosal– fueron espectaculares.
Las selecciones de Brasil e Italia aguardan por el inicio del partido por la final del Mundial de 1970 en el estadio Azteca en la Ciudad de México. Peter Robinson/EMPICS via Getty Images
Pero no sólo eso. La brillantez del país para organizar todos y cada uno de los detalles, por pequeños que sean, que se deben atender durante un Mundial fue excelente. Algo que se comprende a la perfección cuando se tiene en cuenta que, en el 86, cuando la FIFA tuvo que buscar una nueve sede de urgencia tras suspender de última hora a Colombia por su falta de preparación, ésta eligió de inmediato y sin titubeos a México. Eran conscientes de que no iban a fallar, tras el éxito del 70.
5. Una parada eterna
Y pecisamente en el Estadio Azteca fue donde se inauguró el Mundial, con el duelo entre México y la Unión Soviética, los dos conjuntos que lograron el pase en el Grupo A. En el B lo hicieron Italia y Uruguay, y en el D Alemania y la entonces potencia futbolística Perú.
El Halcón Peña, capitán de México, intercambia banderín con Albert Shesternyov, capitán de la URSS, en México 70. Abajo, una de las acciones del partido que de verdad resultó decepcionante. | excelsior.com.mx
Pero sin duda el grupo más fuerte era el C, que enfrentaba a los dos grandes favoritos, Inglaterra –vigente campeona– y Brasil, además de Checoslovaquia y Rumanía. Obviamente, los dos primeros fueron quienes lograron la clasificación. A pesar de algunos contratiempos de última hora, como el que protagonizó Bobby Moore, acusado por un empleado de una joyería colombiana de robar un brazalete de oro en Bogotá. Tras estar tres días retenido, se demostró su inocencia, pero llegó con retraso a la concentración británica en tierra mexicana.
Brasil, por su parte, se impuso con comodidad a Checoslovaquia (4-1), provocando desde el primer momento que el público cayera rendido a sus pies. Por sus goles, y por sus no-goles. Porque Pelé dejó dos perlas para la historia, pese a que no terminaron en gol: el que dicen fue el primer intento desde el medio campo y una finta delirante al portero rival que aún hoy se recuerda.
Y por supuesto, Brasil e Inglaterra dejaron un duelo memorable entre ambos, que terminó con victoria brasileña por 1-0, gol de Jairzinho. Y todo, a pesar de que el meta inglés, Gordon Banks, realizó, tras un remate de Pelé, la que para muchos ha sido la mejor parada de la historia de los mundiales.
6. Unos cuartos y unas semifinales de ensueño
El campeonato no decayó a medida que los partidos iban tomando mayor presión. Antes al contrario. Los cuartos de final fueron espectaculares. Todos. Nada menos que 17 goles en cuatro partidos. Brasil, jugando al máximo, derrotaba a Perú por 4-2, en un partido vibrante. “Si un marciano preguntase qué es el fútbol, un vídeo del partido Brasil-Perú del Mundial de México de 1970 lo convencería de que se trata de una elevada expresión artística”, diría poco después Alastair Reid, poeta escocés.
Además, Alemania daba la sorpresa –relativa– al imponerse a Inglaterra por 3-2, en un partido que se tuvo que decidir en la prórroga; Italia goleaba a México (4-1), en Toluca a pesar de que los anfitriones se adelantaban en el marcador, y el partido con menos goles fue quizá el más emocionante de los cuartos: Uruguay se imponía 1-0 a la URSS con gol de Víctor Espárrago en el último suspiro de la prórroga.
7. La venganza de Brasil
Así las cosas, a las semifinales llegaban, por primera vez, cuatro equipos que habían sido anteriormente campeones del mundo: Brasil, Uruguay, Alemania e Italia.
Y cosas del destino, la suerte quiso que Brasil y Uruguay se midieran en una de ellas. No se habían enfrentado desde el Maracanazo. Brasil, la mejor Brasil de siempre, tenía la oportunidad de desquitarse. No era lo mismo, claro; no era una final en casa. Pero una semifinal de un Mundial bien vale la pena. Y Brasil lo hizo.
Costó, eso sí. El síndrome celeste parecía atenazar a los brasileños cuando Cubilla adelantó a los uruguayos. Tostao, pero, igualó antes del descanso. En la continuación, como venía siendo habitual, Brasil mejoró considerablemente y Jairzinho ponía en ventaja a su equipo para ser Pelé, en los minutos finales, quien confirmara la merecida presencia de Brasil en la final.
Pelé (Edson Arantes do Nascimento; Três Corações, Brasil, 1940) Futbolista brasileño. El mejor futbolista de todos los tiempos, en opinión de muchos, fue rechazado por los principales clubes de fútbol brasileños en los comienzos de su carrera deportiva, hasta que, tras jugar en varias formaciones secundarias, en 1956 fichó por el Santos de São Paulo. Su padre había sido un jugador de fútbol mediocre que se retiró tempranamente. Mientras aprendía el oficio de dominar el balón, Pelé se ganaba la vida como limpiabotas. Pero a los once años ya se habían fijado en él, y a los quince llegó al Santos, el equipo de su vida, después de la selección nacional de Brasil. Clic aquí para ir a la nota completa
8. El partido del siglo
Es este un calificativo muy manido ya, pero no es menos cierto que, a tenor de lo vivido, pocos partidos se lo merecen tanto como la semifinal que enfrentó a Alemania e Italia. De lo que no hay duda es de que fue el más emocionante de los que nunca se disputaron en un Mundial de fútbol.
El estadio Azteca era el magnífico escenario. Italia, con gol de Boninsegna, se adelanta en el marcador al poco de arranchar el choque. El resultado se mantiene, los italianos se las prometen muy felices, pero en el último minuto del tiempo reglamentario Schnellinger lleva el partido a la prórroga. Y entonces se desata la locura. Muller pone por delante a los alemanes; Burgnich empata y Gigi Riva adelanta de nuevo a Italia. Descanso. Muller empata de nuevo, y un minuto después Rivera establece el 4-3 definitivo. Cinco goles en apenas media hora de prórroga. Pura esquizofrenia. Italia en la final.
9. La consagración del Rey del Fútbol
Y llegamos a la final. Otro paseo para Brasil. Se enfrentaban dos estilos de juego totalmente opuestos: la fantasía brasileña frente al trabajo de equipo italiano. Y venció el espectáculo. Brasil, convencido de sus posibilidades, salió pisando firme. Al poco tiempo Pelé, magistral, había adelantado a los suyos tras un soberbio cabezazo. Explicado así por su defensor, Tarcisio Burgnich: “Saltamos juntos… pero cuando yo estaba en la tierra, él seguía en el aire”.
Los brasileños dominaban el juego, pero un fallo de Clodaldo permitió empatar a Boninsegna. Fue sólo un espejismo. En la segunda mitad, Pelé ponía dos balones maravillosos a disposición de Gerson y Jairzinho, quienes, superaron a Albertosi para encarrilar el partido. Ya en el tramo final, Carlos Alberto culminaba una jugada que era una oda al fútbol. Era el 4-1 definitivo.
Fue una gran final. Pero sobre todo la consagración del que ha sido sin duda alguna el mejor futbolista de la historia de los mundiales: Pelé. Así lo definía Burgnich, su marcador en aquella final, poco después del partido: “Yo había pensado para darme ánimo: Pelé es de carne y hueso, como yo. Pero estaba equivocado”.
Fue también la victoria de la selección más espectacular que jamás se vio en un campeonato del mundo. La seleçao aplastó a casi todos los rivales que se enfrentaron en el camino a la gloria, anotando la friolera de 19 goles en seis partidos. La duda radica en si fue la mejor selección de la historia. Es complicado. Se le achaca que un único éxito no es suficiente para hacer que sea la más grande. Pero quizá el hecho de que siempre se la recuerde, pese a haber conquistado un único título, le dé mayor trascendencia.
De lo que no hay duda es de que México fue el mejor Mundial de todos los disputados hasta la fecha. No sólo por todos los motivos explicados anteriormente, por si no fueran pocos. Además, fue el Mundial que supuso la consolidación de Beckenbauer –y su imagen épica jugando lesionado en semifinales con el brazo en cabestrillo–; fue el más limpio de todos: no hubo ningún expulsado en todo su desarrollo; y congregó a estrellas eternas, más allá de las mencionadas como los brasileños o Beckenbauer: Bobby Charlton, Gerd Muller, Gianni Rivera… Pero no hay duda, sólo el Mundial de México pudo dar cabida a la mejor selección de todos los tiempos, el partido más emocionante de todos los Mundiales, la parada más espectacular de todos los mundiales, encumbró a la mayor leyenda del fútbol y, por si fuera poco, dio lugar a una guerra. Casi nada.
Aprendí a amar el fútbol desde que mi abuela Ana María me regaló el primer talismán: una súper bola número cinco de puro cuero cosido a mano, que adquiría la textura del jabón y el peso de la piedra cuando arreciaba la lluvia. Y fue el sacerdote Gabriel Osorio quien me enseñó a transportar y golpear el balón con la izquierda en la vieja cancha del colegio Deogracias Cardona. Así que soy zurdo por partida doble: en el fútbol y en las ideas. Y fracasado también en ambos frentes. No pude hacer la revolución y a duras penas alcancé a integrar la pre-selección juvenil del colegio. Pero me quedaron dos consuelos: el respeto por los espíritus disidentes y la devoción por esos volantes zurdos que todavía llevan el 10 a la espalda y parecen tocados por la gracia: para ellos, la pelota es una forma del milagro. Clic aquí para ir a la nota completa
Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores.
Una poesía trasversal
(Efrén Giraldo)
“Lo que te diga es mentira” es una locución habitualmente usada en Colombia. Es una expresión fija —o fraseologismo— con la que el hablante quiere trasmitir sinceridad, honestidad y reconocimiento de la propia ignorancia. Enuncia una cercanía y, en función de ella, una proclividad al engaño. Es una suerte de hipérbole para indicar que, cuando se habla sin saber, se dirán cosas falsas. El enunciado tiene base en un oxímoron: formula una pretensión de verdad, pero bajo la aceptación probable de la mentira. El objetivo es considerar esta contradicción de términos una vez se traslada al espacio, también dominado por el oxímoron, del decir y el mostrar.
El papel de la ficcionalidad en las artes plásticas y visuales nunca ha sido claro. Parecería un atributo exclusivo de las artes del lenguaje, quizás las más facultadas para representar acciones y crear mundos posibles. De hecho, el arte clásico solo aceptó lo narrativo a condición de subordinarse a un texto que indefectiblemente ilustraba. El arte moderno, si aceptamos una de sus líneas maestras, se definió en términos de la autonomía de los medios plásticos y, principalmente, de la emancipación de la tutela de lo literario. El rechazo de lo narrativo estuvo así en el corazón de la pregunta por la pintura y las artes plásticas. Extrañamente, el eclipse de la necesidad lingüística en la pintura o la escultura se dio de manera simultánea con la aparición de una conciencia: que la metáfora del lenguaje era la más útil para explicar los otros medios artísticos. Fue posible, por ello, hablar de lenguajes artísticos, del lenguaje de la pintura, del lenguaje de la música.
Las vanguardias introdujeron comportamientos para los que los límites entre disciplinas artísticas eran un obstáculo. Gran parte de los gestos que fundan la interdisciplinariedad artística moderna tuvieron lugar en las síntesis o yuxtaposiciones del futurismo, el dadaísmo o el surrealismo. Sin embargo, fue con la irrupción de las segundas vanguardias y el comportamiento indisciplinado de los medios, con la reparación de intereses como la memoria, el archivo, la figuración de la autoría y lo autobiográfico, como la narración y la ficción adquirieron una fuerte presencia en las artes plásticas durante el ciclo corto del arte posmodernos a finales del siglo XX.
La dimensión alegórica de medios como la fotografía, el videoarte o la performance, puesta de presente en la década de 1980, activó una dimensión narrativa que hoy parece infaltable. Podría afirmarse, sin temor a exageración, que la desactivación del paradigma modernista nos ha dejado en las artes plásticas y visuales una preeminencia del relato. De la misma manera, es casi un hecho que, para la crítica, cuestionar las narrativas oficiales es casi el contenido (y hasta el propósito) característico del arte.
En Colombia, y particularmente en Medellín, los artistas de las últimas generaciones han admitido el lugar preponderante que la ficción y la narración tienen en la apropiación de lo documental, lo etnográfico y lo político. Se sirven de la escritura de la historia, del régimen de verdad que pretenden instaurar los medios y las instituciones, y reinstalan nuevas narraciones. Superada la vieja discusión sobre la autonomía oficiosa de los medios y superado el miedo a la literalidad, vemos que el lenguaje y la palabra impresa, el texto, la narración y su discutible estatuto como portador de verdad, se han instalado como posibilidades para el arte.
Lo que te diga es mentira parte de una serie de preocupaciones por los límites entre historia y ficción y reúne a un grupo de artistas y escritores de Medellín que vinculan estrategias documentales, etnográficas, cartográficas y plásticas, eventualmente relacionadas con procesos derivados de la poesía, la literatura, el periodismo y las distintas formas de escritura creativa. La mayoría, por no decir que casi todos, se preocupan por los límites y la naturaleza de la ficción, por la intersección entre formas y técnicas y por el desmonte de las disciplinas a través del socavamiento de sus fundamentos.
Se hallan aquí ejercicios de creación donde la imagen y el objeto obligan al texto a fijar el sentido, aun si la misma obra artística problematiza esa misma posibilidad. También aparecen trabajos donde el texto produce una onerosa constricción, escritos que evaden la posibilidad de ser ilustrados y que por lo tanto instalan en la ficción una posibilidad para la elaboración manual o corporal. Por último, se dan procesos donde el involucramiento problemático del texto y la imagen, o de la narración y la construcción plástica, dejan una interrogación en la autoría, la permanencia del resultado o la interpretación del espectador.
Aprovechando el límite problemático entre arte e historia, entre crítica y manifiesto, entre palabra e imagen, Lo que te diga es mentira presenta a artistas y escritores trenzados en un diálogo fecundo alrededor del dibujo, la pintura, la ilustración, el video, la performance y la experimentación plástica y literaria. Si algo hubiera que señalar como factor de unidad es el hecho de que todos, a su manera, comprometen la exposición y la edición como formatos ampliados en los que convergen la escritura y la creación, la curaduría y los procesos editoriales.
De ahí que la textualidad que acompaña la muestra corresponda a varios géneros y modalidades de la escritura experimental. Guiones de películas ausentes, crónicas imaginarias, ficciones que hacen existir un performance, manifiestos autorreferentes, falsificaciones editoriales, parodias de obras imaginarias, integran una selección donde la imagen se oculta, pero a la vez se revela. La escritura aparece como una fuerza de dispersión y no de apropiación.
Por último, hay que decir que, si bien el concepto de generación ha perdido validez historiográfica, es más que significativa la consonancia temporal y profesional de los artistas y escritores involucrados en la muestra, que en su mayoría pertenecen a coordenadas que los sitúan entre los treinta a los cuarenta años. Contradiciendo la idea de que la creación literaria es refractaria a la experimentación y al diálogo con otros espacios creativos, Lo que te diga es mentira instala una consonancia que es la vez ruido compartido y silencio, atracción de palabras e imágenes, pero también enemistad sin resolver. La escritura se convierte, de esta manera, no en el sistema último, sino en una posibilidad que, en lugar de enmarcar conceptualmente esculturas, dibujos, pinturas o instalaciones, acaba por ser un elemento artístico más.
No significa esto que las palabras aparezcan solo por su valor plástico, como en la poesía concreta o la poesía visual y objetual. Bajo figuras como el gesto de edición, la paradoja comunicativa, la nominación problemática y la formulación de mundos posibles, el lenguaje irrumpe no solo como un medio específico, sino como un lugar de fricción y activación de la conciencia artística. Derogadas las pretensiones explicativas del arte a través de la crítica y la teoría, queda un lugar (el libro, la exposición) donde los poderes imaginativos de la escritura ingresan como estrategia para aventurar nuevas posibilidades de significación.
Tras ser perseguido, Adradas trabajó como remisero, fumigador y, más tarde, pudo ingresar a Aerolíneas Argentinas. En la foto, junto a su esposa, Olga Migorena.
¿Quieres jugar monopolio? Tratemos, pero antes de empezar convengamos hacer un ajuste a las reglas tradicionales, para ver que sucede. Esto está permitido si tenemos en cuenta que una particularidad del juego es que muchos jugadores crean sus propias reglas “caseras”. Como es sabido, el propósito del juego es conformar un monopolio de oferta, lográndose esto al tener posesión de todas las propiedades inmuebles que aparecen en el juego. Como sabes, los jugadores mueven sus respectivas fichas por turnos en sentido horario alrededor de un tablero, y dependiendo de la puntuación de los dados, las propiedades se pueden comprar de un banco imaginario, o dejar que el banco las subaste en caso de no serlo. Si las propiedades ya tienen dueños, estos pueden cobrar una especie de arriendo, o quien caiga en ellas merece también adquirirlas.
Podrás preguntarme antes de continuar, si al estar permitido cambiar las reglas, ha habido variantes del juego en otras latitudes. Y la respuesta es afirmativa. Por ejemplo, hay una versión cubana llamada “Deuda Eterna”, cuyo objetivo es derrotar al FMI y fue adaptada por los argentinos. En cada vuelta al tablero, los jugadores, además de acumular activos (propiedades, tierras, petróleo, etc.), tienen que pagarle al FMI. Y si no tienen dinero, deben refinanciar la deuda y aplicar sus recetas, entre ellas devaluar la moneda. En el fondo lo que se pretende es alentar la ilusión en los participantes de que se puede ir por la vida comprando y progresando con ello.
Se diría en esta versión del juego que uno está perdido antes de empezar.
¿Por qué? podrías inquirir. Te aclaro entonces que la particularidad de esta versión es que cada vez que un participante pasa por el casillero del FMI, debe rendirle el tributo correspondiente y pagarle los intereses de la deuda. Si la deuda de un jugador se vuelve cuantiosa, hay que renegociarla. Y entonces, por más que el jugador intente salvarse, el FMI le exigirá una devaluación de la moneda. ¿Cómo se establece? Ese participante, por ejemplo, juega a partir de ese momento con un dado de más, con lo que su recorrido en el tablero es más rápido, visitando el casillero del FMI con mayor frecuencia para pagar los respectivos intereses.
Un círculo vicioso.
Para ampliar la respuesta a tu pregunta sobre diversas versiones, en otros lugares se encontraron adaptaciones ajustadas a otras realidades. Por ejemplo, en Estados Unidos se jugó alguna vez al Antimonopoly, en el que se premiaba a un jugador cuando este debilitaba un monopolio. Hasta circuló allí mismo uno que se llamaba “Blancos y Negros”. La adaptación del juego permitía a los jugadores elegir fichas blancas o negras. Los jugadores con fichas negras comienzan el juego con $10,000; los jugadores con fichas blancas con $1,000,000. De acuerdo con las reglas para cada una de las cuatro zonas inmobiliarias del juego, denominadas “Zona de bienes”, los jugadores que juegan con fichas negras pueden comprar “solo cuando tienen un millón de dólares en activos”. Como en el caso de la versión cubana “Deuda Eterna”, para esta adaptación las reglas están calibradas de tal forma que los jugadores con fichas negras no salgan fácilmente de sus déficits de efectivo iniciales. El objetivo del juego es lograr la igualdad económica, así como la otra versión quería vencer al FMI. Sin embargo, este ajuste del juego está estratégicamente diseñado para hacer prácticamente imposible una victoria con fichas negras.
Blacks & Whites: The Role Identity & Neighborhood Action Game, adaptación del juego de monopolio realizado por Psychology Today, 1970
Después de esta introducción, y para continuar con nuestro juego, te propongo la siguiente modalidad. Juguemos 400 rondas durante las cuales a las fichas negras no se les permite tener dinero. Asimismo, no se les concede poseer ninguna de las propiedades que aparecen en el tablero. No obstante, las fichas blancas, durante esas 400 rondas, gracias a las limitaciones de las fichas negras, pueden acumular todas las propiedades dadas en el tablero de juego. Sin embargo, una vez terminadas estas 400 rondas, y con el propósito de compensar de alguna forma las limitaciones de las primeras rondas, se te permite jugar 50 rondas adicionales, durante las cuales podrás manejar dinero y adquirir propiedades en alguna de las “Zonas de bienes”. Este ajuste de reglas les permitió a los jugadores con fichas negras construir riqueza económica, ser autosuficientes, y así acceder a unas condiciones del juego más favorables para seguir adelante.
Como bien sabes, los lugares y nombres que aparecen en los tableros de monopolio hacen referencia a las versiones donde se producen. En México se representan estados mejicanos. En Colombia, aparecen ciudades como Bogotá, Medellín, Cartagena, entre otras. Para nuestra versión del juego denominaremos como “Zonas de Bienes” a Tulsa y Rosewood. Después de 50 rondas, estas zonas de bienes estaban en poder de los jugadores con las fichas negras. Sin embargo, en nuestro juego, las fichas blancas al verse amenazadas deciden inesperadamente invalidar las 50 últimas rondas y sus resultados, exigiendo empezar de nuevo. Tulsa y Rosewood vuelven a estar disponibles.
Si me permites dejar de lado temporalmente este juego “imaginario”, y sumergirnos en la realidad, hago referencia a la masacre de Tulsa (también llamada disturbio racial de Tulsa, la masacre de Greenwood o la masacre de “Black Wall Street”). Tuvo lugar el 31 de mayo y el primero de junio, 1921, cuando multitudes de residentes blancos atacaron a residentes y negocios negros del Distrito de Greenwood en Tulsa, Oklahoma. Ha sido llamado “el peor incidente individual de violencia racial en la historia de Estados Unidos”. El ataque, llevado a cabo en tierra y desde aviones privados, destruyó más de 35 manzanas del distrito, en ese momento la comunidad negra más rica en los Estados Unidos, conocido como “Black Wall Street”. Alrededor de 10,000 personas negras quedaron sin hogar, y el daño a la propiedad ascendió a más de $1.5 millones en bienes raíces y $750,000 en propiedad personal (equivalente a $ 32.25 millones en 2019). Sus propiedades nunca fueron recuperadas ni fueron compensados por ella.
Tulsa 1921, Estados Unidos, Biblioteca del Congreso – https://www.loc.gov/pictures/item/95517018/, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=27952587
A la par, la masacre de Rosewood tuvo lugar durante la primera semana de enero de 1923 en el condado rural de Levy, Florida, a mano de grupos blancos. Al menos seis personas negras y dos personas blancas fueron asesinadas, aunque los testimonios de testigos presenciales sugirieron un mayor número de muertos de 27 a 150. El poblado de Rosewood fue totalmente destruido. A pesar de la cobertura de noticias nacionalmente en los periódicos blancos y negros, el incidente y la pequeña población abandonada quedaron en el olvido. La mayoría de los sobrevivientes se dispersaron por las ciudades de Florida y comenzaron de nuevo sin nada. Muchos, incluidos los niños, realizaron trabajos ocasionales para ganarse la vida. La educación tuvo que ser sacrificada para obtener un ingreso. Como resultado, la generalidad de los librados de Rosewood asumieron trabajos manuales, otras como empleadas domésticas, así como limpiabotas, o en fábricas de cítricos o aserraderos.
Para ellos empiezan de nuevo las 50 rondas. Claramente te preguntarás en estas condiciones ¿Cómo puedes ganar? No puedes, el juego está arreglado.
NOTA: Para esta libre adaptación del juego me inspiré en el video realizado por el cineasta y fotógrafo David Jones de David Jones Media en donde durante un descanso de sus actividades, entrevista a la autora Kimberly Jones. Estas poderosas palabras de Kimberly pueden ser escuchadas en el video cuyo enlace anexo a continuación.
**Nota biográfica: Guillermo Ramírez Cattaneo: Magister en Filosofía de la Universidad Tecnológica de Pereira. Master en Ingeniería de la Universidad de la Florida (Gainesville, E.U.A). B.S en Ingeniería Civil de la misma Universidad.
Mentes sin cuarentena, una nueva serie de publicaciones estudiantiles en La cebra. Son 4 crónicas hechas por los estudiantes del Taller de Expresión Escrita de la Universidad Tecnológica de Pereira, orientados por el profesor Franklin Molano. Les compartimos la última crónica de la serie.
“La Crónica Vive. Los estudiantes del Taller de Expresión Escrita de la Universidad Tecnológica de Pereira, se dieron a la tarea de buscar historias propias, auténticas y con un ángulo novedoso. Luego de lecturas de crónicas, debates en el aula, ajustes en los párrafos, de nuevo lecturas… y aquí el resultado para el disfrute de los lectores. Sigan.”
Franklin Molano
A 25 kilómetros de la ciudad de Pereira, se encuentra ubicado un corregimiento conocido como Caimalito. Tierra de hombres de talante fuerte, brazos guerreros y tostados que van entre canoas viejas abriendo sus manos para recibir lo que ofrecen las aguas del río Cauca.
Aquí, es común ver a las personas de camino a sus labores pedaleando entre metales que envuelven dos ruedas; los más acomodados, andan motorizados. El resto, a pie, van de un lado a otro tan tranquilamente que cuesta creer que los toca el sol mordiente que pende sobre las nubes.
Después de cruzar la joya arquitectónica de barrotes rojos, levantada impetuosamente sobre un río que se extiende majestuoso, conocida como puente Bernardo Arango, el cual conecta con el puerto dulce de Colombia, La Virginia, nos encontramos con la vereda el Azufral. Allí, a lo lejos, al lado derecho del camino, unas verjas desgastadas por el pasar de los años abrigan a unos niños de transición hasta primaria; algunos un tanto flacos, otros más rozagantes. Todos con esa prenda de vestir que se ajusta a la cintura y separa cada pierna con tela verde llegando hasta el tobillo. El tronco, cubierto por una confección blanca termina de arropar sus pequeños cuerpos.
En lo alto, de letras verde militar, escrito está: I. E Gabriel Trujillo sede Azufral. Escuela compuesta por 153 estudiantes, mestizos, indígenas y de comunidad negra. Espacio abierto para la convergencia de estas, nuestras culturas. Donde no hay lugar para diferencias sociales, de género o raza, tampoco para los problemas cognitivos que presentan algunos menores. La escuela abre sus puertas a quienes encuentren esperanza en la educación.
Sin importar las condiciones del día, que llueva o el sol queme sus cuerpos, los niños acuden a su institución. Entre ellos indígenas esmerados algunas veces llegan totalmente mojados; sus cuadernos en bolsas impiden ser destrozados. Otros, ante sus zapatos salpicados por el légamo, no sucumben. Los demás, arriban entre pasos tortuosos y una frente que derrama agua salada.
Los maestros rondan este establecimiento de escasos siete reducidos salones; algunos tan difíciles de transitar que precisan movimientos corporales para esquivar sillas con mesas de madera.
Dichos profesores en aras de brindarle un despertar tecnológico a sus pequeños estudiantes, han buscado los medios para adquirir elementos electrónicos con los que hoy cuenta la institución rural. En una labor abnegada, con el anhelo de transformar, se acogieron a talleres para entender las TIC y de ese modo hacerse merecedores de veintidós tabletas, veinte computadores portátiles, cuatro televisores y medio y un medio proyector de video; ya que funcionan así, a medias.
A pesar del esmero de los docentes por llevar este tipo de comunicación a un sector tan olvidado, no se puede borrar, por lo menos todavía no, la complejidad de las situaciones que rodean a los niños fuera de los barrotes convencionales que surcan el plantel educativo. El polvo que penetra por cada poro, culpa de una carretera sin conocimiento de lo que es el pavimento, conexiones eléctricas que no conectan nada. Son solo por mencionar algunas características del entorno, que como hebras de hilo se unen a quienes habitan El Azufral.
Tal es el caso de una pequeña a la cual llamaremos Luisa. Quien a escasos cuatro años de trasegar por la tierra, vio morir a su padre, quedando prácticamente huérfana. Pues la mujer canal para que ella pudiera venir al mundo decidió dejarla en el desasosiego del abandono y aborrecimiento de una madre. De su protección se hizo cargo un ser, el cual, a pesar de no llevar por sus venas la misma sangre, la llamó nieta.
Lastimosamente la desgracia nuevamente tocó la puerta de esta hermosa niña de rasgos finos, piel canela, sonrisa blanca; cuya mirada es tan profunda como la misma noche, su cabello largo liso le sirve de manto, es delgada; su tamaño delicado invita a protegerla. Su abuela partió sin regreso, una bestia de nombre cáncer la sumergió en un sueño eternal. Quedando la pequeña al cuidado de una tía que paga casa por cárcel.
Luisa es amable, su comportamiento intachable, unas veces tímida, otras veces deja salir al viento una risa que alegra. Es la mejor de grado cuarto, sus calificaciones son altas como el cielo, brillantes como su esencia.
Cuenta su profe, de mirada cálida y amplia sonrisa:
–– A Luisa no le gusta socializar mucho, a pesar de que en el descanso se le note alegre, en el salón es una niña tímida. Por ratos se queda pensando, quizás en todo lo que guarda su pequeño corazón.
Sin importar que su prima con síndrome de Down algunos días se encuentre en el hospital; o que su hermanito menor tenga problemas de conducta, ella estudia sin contar con explicación humana y, por si fuera poco lleva sustento a su familia vendiendo empanadas con su hermano mayor después de la escuela.
Niños como ella, se esmeran junto a sus maestros por aprender, dibujando surcos que dejan ver sus pequeñas dentaduras ante la adversidad. No se detienen frente a la idea de no contar con una biblioteca, o por el hecho de tener que caminar largas cuadras para llegar a un terreno apartado de su escuela y así vivir la clase de educación física; no se detienen cuando enfrentan desventuras en sus hogares. Agradecen con lo que cuentan, se aferran a ello con ilusión, esperanza y valentía.
En el libro Volverse Palestina (2014), la escritora chilena Lina Meruane narra cómo los primeros inmigrantes árabes en el país del sur se abstuvieron de transmitir el idioma materno a las generaciones venideras: “se comerían la lengua antes que legarles […] el estigma de una ciudadanía de segunda. Había una sombra pegada a ese acento tan evidente como el vestuario ajado de la pobreza” (29). Por su parte, en la columna del Washington Post “En Perú sí hay discriminación lingüística”, el poeta peruano Jaime Rodríguez señala que debido a que su abuela no le enseñó a su madre a hablar quechua, “la que debía haber sido nuestra lengua,el primer vehículo de nuestras emociones, la materia racional con la que debíamos configurar nuestro mundo, quedó abolida para siempre de nuestras vidas”. La abuela del poeta, así como los inmigrantes árabes en Chile, tenían motivos suficientes para tomar tal decisión: esa sombra adherida al acento que refiere Meruane constituye, para los migrantes andinos de habla quechua en la capital del Perú, una mancha indeleble que los arroja al último eslabón de la pirámide social.
En efecto, crecer en una ciudad racista y clasista como Lima implica aprender, desde muy pequeño, a reconocer en ciertos sujetos aquellos rasgos que los definen como seres supuestamente inferiores por naturaleza. Así, entre las marcas de desprestigio destacan -además de la fisonomía indígena y vestimenta típica- una entonación y una construcción gramatical al hablar el castellano que develan al quechua como lengua original del hablante.
En mi familia materna, el quechua desapareció en la generación de mis abuelos. Alguna vez le pregunté a la Mamama[1] -nacida en Tarma y criada en Huancayo, en los Andes del Perú- si sabía hablar quechua, y me contestó que únicamente lo entendía. Por su parte, cuentan mi mamá y mis tíos que mi abuelo -nacido en Chongos Bajo y también criado en Huancayo- solía declarar en quechua: “¡Huancaíno nunca agacha la cabeza!”. Tan orgulloso se sentía de sus raíces wankas que quizás por ese motivo no migró, como muchos de sus semejantes, a Lima. Aunque quizás la verdadera razón fue que formó otra familia.
La Mamama sí migró a la capital, y allí crió a sus cinco hijos. En la ridículamente llamada Ciudad de los Reyes, trabajó en un banco y se estableció en un barrio obrero. Con el tiempo, se mudó a un mejor vecindario: a una casa de dos pisos, en la cual, muchos años después, crecí yo.
Para ese entonces, los hermanos, cuñados y sobrinos de la Mamama se habían radicado en Lima. Ellos no la llamaban por su nombre -Carmela-, sino “Blanca” o “Blanquita”: llevaba ese apelativo desde pequeña, debido a su color de piel. Entre ellos nunca escuché pronunciar vocablo alguno en quechua, pero sí fui testigo de la sentida interpretación de huaynos que realizaban en los encuentros familiares. Tan pronto sonaban los primeros acordes musicales, una atmósfera de solemnidad inundaba el ambiente. Las parejas se dirigían, en fila y tomadas del brazo, hacia el centro de la sala. Los hombres extendían los brazos al cielo, y se inclinaban en señal de reverencia; mientras que las mujeres simulaban sujetar los extremos de una falda imaginaria, y ladeaban el rostro con coquetería. Un firme zapateo anunciaba el inicio del jolgorio. Como en una escena filmada en cámara rápida, mi familia materna ejecutaba giros y piruetas con destreza. Al compás del huayno elegido, sacudían manos y brazos con desenvoltura, agitaban las cabezas con celeridad, zapateaban con energía. Luego los bailarines se tomaban de las manos y danzaban en ronda. Los silbidos y gritos de júbilo develaban la dicha que aquellos ritmos despertaban en sus corazones.
Y yo, de adolescente, los observaba desde un rincón de la sala, muerta de vergüenza. Al igual que los ancestros de Meruane, me habría comido la lengua antes de contar en el colegio que mi familia bailaba huayno. Ese detalle, en tanto revelaba nuestro origen andino, nuestras raíces serranas, habría sido tan humillante como hablar quechua en casa. El huayno era juzgado como música de indios, danza de serranos, baile de cholos. El huayno era un estigma que no podía llevar sobre mis hombros.
Más de dos décadas han transcurrido desde que presenciara aquellas danzas familiares, y afortunadamente la estupidez de la adolescencia quedó en el pasado. Con los años, muchos de esos bailarines partieron, y quienes conformábamos la generación de los jóvenes lucimos hoy nuestras primeras canas. ¿Y la Mamama? En estos momentos está internada. No por coronavirus: tuvieron que operarla. A poco de cumplir 99 años, reposa en una cama. Le hablo por FaceTime, pero no me responde: duerme como una niña que se sabe bien cuidada.
En los últimos días he pensado mucho en la infancia de esa pequeñita de tez blanca. La imagino corriendo entre huertas y valles de flores, bajo el cielo azul de los Andes. La imagino creciendo entre el aroma a habas tostadas y el sonido de las cuerdas del arpa. Era la niña de los ojos del papá, la mayor de once hermanos, la hija de una mujer que no solo hablaba en castellano. Mamama, ¿recuerdas la voz en quechua de tu mamá?, ¿la dulce sonoridad con que te arrulló wawita, niñachay?
De aquel idioma que, como advertía Rodríguez, pudo haber sido el primer vehículo de nuestras emociones, no logro articular una oración completa. Hace poco empecé a indagar en el asunto, y descubrí que en quechua, toda despedida expresa la posibilidad de volverse a encontrar. Vaya coincidencia: esa es la posibilidad a la que todos nos aferramos en tiempos de pandemia. Hace poco pensaba que la Mamama esperaría a que el mundo volviera a “abrirse” para celebrar sus cien años. Hoy, sin embargo, no sé cuándo podré tomar un avión; tampoco sé si volveré a verla sin que medie entre nosotras la pantalla de un teléfono. Pero no le diré adiós, sino tupananchiskama, awicha: hasta que nos volvamos a encontrar, Mamama. Mientras tanto, intentaré alegrar la cuarentena con algunos huaynos de Tarma. Esta vez, no me comeré la lengua.
[1] En el Perú, solemos llamar a la abuela “Mamama”.