lunes, junio 16, 2025
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Pacay, la golosina escondida

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Variedad del tipo redondeado, mas bien una rareza
Encuentren, si pueden, un fruto de pacay

Como saben, y si no lo saben pues entérense, “esta tierra inocente y hermosa/ que ha debido a Bolívar su nombre” tal como reza el himno nacional, posee múltiples pisos ecológicos que ha llevado a los naturalistas y demás estudiosos del planeta a catalogar a Bolivia como uno de los 25 países con mayor diversidad biológica. Tenemos prácticamente todos los climas y microclimas (qué será eso pero suena bonito) salvo el costeño por nuestra condición de mediterraneidad; pero bueno, nos la apañamos yendo a lagos y ríos a retozar en sus playas aunque sin olas dónde cabalgar. Algo es algo.

Así es, damas y caballeros, en esta tierra crece de todo, desde helechos arbolados de la era de los dinosaurios (los neozelandeses se creen que tienen la exclusividad) hasta bromelias gigantes que florecen cada cien años prácticamente a cinco mil metros de altura, cerca pero muy cerca del cielo.  En esta “tierra feraz y bendecida” son incalculables los dones que nos prodiga la madre naturaleza. El otro día, por ejemplo, me devoré de una pasada un interesante catálogo de frutos silvestres que crecen en el Bosque Seco Chiquitano -un particular ecosistema ubicado en las llanuras orientales-, que de seco no parece tener nada ya que descubrí maravillado que allí se daban casi un centenar de inverosímiles frutos comestibles, de formas y tamaños que desafían la imaginación. Y no he hablado de la Amazonia, que el intentar citar sus especies vegetales sería como querer contar las estrellas. Si existe el huerto del Edén, seguro que anda escondido por estas latitudes, unos grados más, unos grados menos.

Ya se imaginan a los conquistadores diciendo: joder, ¿qué coños es esto?

Pero volvamos a nuestros valles queridos, sitios donde corren la leche y la miel a semejanza de las historias bíblicas. Dicen las crónicas antiguas que cuando Francisco Pizarro arribó a inmediaciones de Cajamarca, el inca Atahuallpa le envió un precioso regalo como señal de bienvenida: una canasta de unos frutos alargados como si fueran las vainas de habas enormes (eso habrán pensado los conquistadores, más familiarizados con tales legumbres), que en su interior escondían unas aterciopeladas golosinas. Eso es lo que cabalmente significa “pakay” en quechua, como acción de ocultar o esconder.

El pacay (pacae, guaba, inga, guama) fue cultivo muy apreciado por los pueblos precolombinos asentados a lo largo de la geografía peruana, de ahí se expandió a los territorios vecinos, sin duda. Así que no hay mucho misterio en que haya llegado a los valles interandinos de Bolivia, siendo Cochabamba una de las regiones donde mejor se adaptó. El pacay es una leguminosa, pariente bastante cercano de las habas, del garbanzo, de la soya, aunque estas sean herbáceas, así como del algarrobo y el tamarindo, dos especies arbóreas más afines.

Variedad del tipo lingote, los más largos y delgados habitualmente

Es un árbol de rápido crecimiento que puede alcanzar los quince metros de altura, de follaje verde oscuro y permanente. Es usual verlo en las aceras y parques de la urbe cochabambina, así como en patios de cualquier vecindario ya que su atractiva copa ofrece magnífica sombra. En las regiones tropicales del país existen variedades silvestres que producen frutos que asombrosamente sobrepasan los cincuenta centímetros de largo, aunque raramente llegan a verse en la ciudad.

Variedad del tipo redondeado, mas bien una rareza

En los valles circundantes a Cochabamba se lo cultiva en las huertas y es en el verano (entre los meses de diciembre a marzo) cuando hace su aparición en los mercados de la capital donde se lo comercializa en pequeños montones, a veces a ras de suelo sobre un colorido aguayo. Según el tamaño (entre 10 a 20 cm) y las formas, las vainas  tienen un color que va desde el verde amarillento al verde oscuro, o ‘verde pacay’ como se estila decir en estos lares.

Variedad del tipo ancho y plano, la más común

La fruta propiamente dicha es una suerte de telilla de textura algodonosa que recubre las semillas o pepas negras. Y si alguien se pregunta a qué sabe el pacay, difícilmente hallará la respuesta, porque dado su sabor tan sutil y delicado resulta incomparable. Sin embargo, su aterciopelada dulzura recuerda a veces al algodón de azúcar pero de manera natural y sin ningún atisbo de empacho. Tal vez por ello gusta tanto a niños como mayores. Por su bajo contenido en azúcares y calorías es recomendable incluso para personas diabéticas. Sus cualidades digestivas lo hacen apto para consumirlo a cualquier hora del día, sea al natural o licuándolo para obtener una refrescante bebida.

La medicina ancestral aprovecha sus hojas, corteza de las ramas y semillas por sus propiedades antiinflamatorias y cicatrizantes. Ya se esfuma el verano, y con él los últimos pacaes que otra vez se esconderán de nuestra vista hasta la siguiente temporada.

Por fin, el secreto de su dulzura está en esa pulpa blanca

*Pueden ver más contenidos de este autor en: Bitácora del Gastronauta.

INFORMACIÓN DE INTERÉS PÚBLICO: pronunciamiento del sector cultural de Pereira

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Comunicado publicado en el facebook de Ciudad Cultural:

“Necesitamos un plan de contingencia YA para el sector cultural y creativo de Pereira. Artistas y gestores culturales de la ciudad nos explican por qué es importante. Plan C se une a esta iniciativa para visibilizar esta compleja situación. Unidos para resistir y persistir por la cultura.”

#PlanDeContingenciaYa #LaCulturaViveYResiste

 

Caricatura de opinión: ¿Tendrá limites la corrupción en Colombia?

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Don Barbarias un personaje de Don Fingo

El futuro ya pasó

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El futuro ya pasó - Arte Urbano en Valencia. Tomada del Flickr de Antonio Marín Segovia

Por, Gustavo Colorado |

Es tan vertiginoso el ritmo de los cambios que el futuro siempre está un paso atrás de nosotros.

Cerramos los ojos durante un par de segundos, volvemos a abrirlos y el paisaje ha cambiado por completo.

Somos a la vez una avanzada y un anacronismo.

 

 

Los escritores de otras épocas solían predecir muchos  acontecimientos a través de sus relatos cifrados. Julio Verne  es uno de los ejemplo más citados.

Pero hay más: George Orwell  y H.G Wells,  también forman parte de esa trilogía de visionarios.

Lejos está esa facultad de ser potestad exclusiva de los genios. En el mundo de la cultura popular y sobre todo en el género del cómic abundan las ilustraciones.

El reloj de Dick Tracy, los teléfonos móviles en Los Supersónicos, los artilugios de Viaje a las estrellas o la saga surgida después de 2001, Odisea del espacio, se suman a esa extensa antología.

Hoy funciona al revés: el futuro está ahí, desenrollándose ante nuestra mirada y, por una curiosa ilusión óptica derivada de la velocidad  se convierte en pasado sin haber sido del todo presente.

Presas del vértigo, y por lo tanto impedidos para ser protagonistas, los humanos devenimos simples testigos de lo  que pasa.

La vieja noción experiencia-conocimiento se desvanece.

 

“Habitación en Nueva York” (1930). Edward Hopper.

 

Al despuntar el siglo XXI los magos del mundo de la administración nos advertían: el teletrabajo cambiará el mundo laboral en particular y las relaciones de producción en general. Y añadían, seductores: el trabajo en casa reducirá las jerarquías a su mínima expresión, devolviéndole a la gente los espacios de libertad, intimidad y autonomía perdidos desde la primera revolución industrial.

Y miren por donde: una pandemia aceleró el futuro y ahora más gente de lo esperado trabaja desde casa.

Pero, como sucede siempre, hay una sutil y decisiva distancia entre los pronósticos y la realidad.

Al final resultó ser que no hay tal independencia y libertad. El teléfono suena por aquí, un fulano invita a conectarse por  allá, mientras un alguien más recibe o imparte órdenes a granel.

Hasta el baño, “ese último lugar filosóficamente puro” del que hablara Ernesto Sábato, ha dejado de ser un fortín inexpugnable, sobre todo desde que la gente adquirió la costumbre de llevar el teléfono a todas partes.

“Perdón, olvidé decirle algo”, recita una voz entre autoritaria y apenada desde algún lugar del mundo que puede estar a la vuelta de la esquina.

“Yaaavoooy”, responde la víctima, con tiempo apenas para abrocharse el cinturón.

 

Tomada de la página de FB: Por los que llevan su computadora al baño

 

Con la digestión hecha trizas, el solicitado suspende la lectura de su historieta favorita y se dirige, derrotado, hacia el escritorio donde lo aguarda el ojo implacable del computador.

Como tuvo que atender a todas las solicitudes, muchas de ellas simultáneas, al final de la jornada se sentirá más cansado que en los tiempos cuando debía desplazarse hasta el lugar de trabajo durante un lapso que podía ir de minutos a horas, dependiendo del tráfico o del tamaño de la ciudad.

Eso implicaba mover las piernas, mirar al cielo, sentir el aleteo del viento en la cara, patear una piedra y gritar ¡Gol! detenerse a saludar conocidos,  putear bajito, comprar golosinas callejeras, esquivar mierdas de perro y lanzar unos cuantos piropos políticamente incorrectos a las damas apetecidas.

Con suerte lo esperaba una recompensa, una especie en vía de extinción. Un auténtico lujo contemporáneo: el sexo en la oficina.

 

El futuro ya pasó – Arte Urbano en Valencia. Tomada del Flickr de Antonio Marín Segovia

 

Todo eso pertenece al pasado. A la hora del balance, las empresas sobrevivientes a la pandemia harán cuentas y encontrarán que ahorraron en café, en agua, en azúcar, en aromáticas, en papel higiénico, en energía eléctrica, en mobiliario y unos cuantos gastos más.

Y no desaprovecharán la oportunidad. Faltaba más. Todos a trabajar  desde casa.

De nuevo dejamos atrás al futuro y pasada la cuarentena miles, millones de trabajadores en el mundo seguirán en casa atados a esa red que no cesa de expandirse  y multiplicarse.

La pandemia funcionó a modo de prueba piloto del teletrabajo y ahora ya no hay tiempo de revertirlo, por la razón más simple de todas: el futuro ya pasó.

 


 

ÚLTIMA PUBLICACIÓN DEL AUTOR

La dura irrealidad

Mononoke, la princesa que inspiró a Quimbaya Studio

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Por, Quimbaya Studio |

 

La película de la princesa Mononoke es una producción de Studios Ghibli y trata sobre la lucha de los animales del bosque contra hombres que quieren destruir la naturaleza. Esta producción llevó a los artistas de Quimbaya Studio a desarrollar la idea de cartel que nos presentan:

 

“El concepto es la cultura pop, en este caso un personaje de la película Mononoke Hime, ella es la princesa Mononoke guardiana del bosque, con unos detalles de mujer embera.”

 

 

Los embera, son un pueblo amerindio que habitan en la región del pacífico y zonas adyacentes de Colombia, también al este de Panamá y el noroeste de Ecuador.

Sígan a Quimbaya Studio en Instagram, búscalos como @quimbayastudio.

Pueden ver la película haciendo clic aquí.

 


 

ÚLTIMA ENTRADA RECIENTE DEL ESPECIAL DEL MES DEL NIÑO Y LA RECREACIÓN:

Tom Sawyer en tiempos de cuarentena: el discreto encanto de la desobediencia

Heitor Villa-Lobos

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Heitor Villa-Lobos | Imagen. Discogs.com

 

Heitor Villa-Lobos | Imagen: Discogs.com

 

Considerado el primer compositor genuinamente latinoamericano, fue un investigador incansable cuyos desvelos por la música popular de su país se equiparan a los de Bartok y Kodaly en Hungría. Además, dio rienda suelta a una imaginación prácticamente ilimitada, cultivando casi todos los géneros del repertorio, y aportando a éste decenas de obras maestras, muchas de las cuales son desconocidas para el público, debido a la magnitud de su catálogo y la insuficiente difusión del mismo.

Fue un director de orquesta y compositor brasileño, influenciado por el folclor de su país y la música clásica europea. Entre los títulos más importantes que recibió está el Doctor Honoris Causa de la Universidad de Nueva York, el de fundador y primer presidente de la Academia Brasilera de Música y el nombramiento como miembro número de la Academia Nacional de Bellas Artes de Argentina.

En 1986, Heitor Villa-Lobos tuvo su rostro impreso en los billetes de quinientos cruzados. Actualmente, cuenta con una sala nombrada en su honor en el Teatro Nacional de Brasilia, entre otros homenajes en calles y plazas en todo el Brasil.

En la selección musical de hoy, Felipe Paz nos comparte algunos choros compuestos por Villa-Lobos:

“Choros”, se les dice a los conjuntos de música popular de Brasil. Si bien la palabra quiere decir literalmente “llorones”, también puede designar un determinado número de instrumentos. El choro es de Río de Janeiro, y está siempre formado por instrumentos y casi nunca por voces. Los choros actuaban en las fiestas de los santos, en los bailes familiares, en bodas y eran típicos en carnaval.

Se puede consultar una biografía muy completa de este compositor haciendo clic aquí.

Después de este contexto los dejamos con las recomendaciones musicales:

 

N.º 1 para guitarra (1921)

Este choro influenció a uno de los tangos más famosos, Malena (1942) en su línea melódica principal, constituyéndose en uno de los primeros ejemplos de música académica que influencia a una música popular en el siglo XX.

 

 

N.º 2 para flauta y clarinete (1921)

 

N.º 3 para coro masculino e instrumentos de viento (1925)

 

N.º 4 para 3 cornos y trombón (1926)

 

N.º 5 para piano «Alma brasilera» (1926)

y la Suite Popular Brasileña interpretada por Pablo De Giusto:

 


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Música para el domingo

Especiales de Semana Santa: selección musical

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Independiente de las creencias o descreimientos de cada quien, el arte religioso forma parte del patrimonio cultural de la humanidad. De hecho, los antropólogos y los historiadores de la cultura coinciden en que todas las artes tuvieron origen en la necesidad de ritualizar el mundo para darle sentido a la transitoriedad de todas nuestras experiencias cotidianas. La pintura, la poesía, la danza, la música, la narrativa echan raíces en la necesidad de re-ligar, de volver a juntar lo contingente con lo trascendente, de donde se deriva el sentido de la palabra religión.

Por eso, durante estos días de obligado recogimiento, compartimos con ustedes una muestra de la impronta que lo religioso ha dejado en nuestro devenir.

 

 

Saeta al cristo de los gitanos

La saeta (del latín sagitta,«flecha») es un canto religioso tradicional interpretado fundamentalmente en las procesiones de Semana Santa en España, especialmente en Andalucía y algunas zonas de Extremadura, Castilla-La Mancha y Murcia.

 

 

El cristo de Palacagüina

Carlos Mejía Godoy, galardonado con un Grammy Latino por su trayectoria, es un cantautor calificado como alguien que ha dado los mayores aportes al cancionero nicaragüense. Una de sus muchas contribuciones es Cristo ya nació en Palacagüina: “Cuenta de un Cristo que nace en las montañas segovianas en el seno de una familia pobre. Al momento de nacer llueve luz por toda Nicaragua. María quiere que el niño sea carpintero como su tata José. El cipote quiere ser guerrillero.” Tomado de laprensa.com.ni 

 

 

Aquí estuvo el amor

Esta canción del grupo español Aguaviva está basada en un poema de Rafael Alberti.

Aguaviva desarrolló  su trayectoria durante los años 1970. Interpretaron poemas de poetas españoles como Blas de Otero, Federico García Lorca, Rafael Alberti o León Felipe, entre otros. Algunas de sus canciones fueron prohibidas por el régimen de Francisco Franco (1939-1975).

Su estilo se caracterizaba por combinar una voz recitando los poemas sobre fondos musicales y un coro cantando. También llegaron a incorporar fondos musicales basados en temas de Lou Reed o los Rolling Stones.

 

 

La pasión según San Juan

La Pasión según San Juan (título original en latín: Passio secundum Johannem; en alemán: Johannespassion) es una pasión oratórica escrita para voces solistas, coro y orquesta por Johann Sebastian Bach. Fue escrita en las fechas previas al Viernes Santo de 1724, y está basada en los capítulos 18 y 19 del Evangelio de Juan.

El Mesías

El Mesías, HWV 56 (en inglés, Messiah), es un oratorio compuesto por Georg Friedrich Händel en 1741. La música de El Mesías se arraiga en las antiguas pasiones y cantatas alemanas. Tradicionalmente  este oratorio se asocia con la Navidad, pero trata no sólo del nacimiento de Jesús de Nazaret, sino de toda su vida.

 

 


 

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Diálogo con Oscar Wilde

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Al arribar a la 45 oeste con calle 27 de Manhattan nos topamos con una larga fila de turistas insolados, confusos ante la dificultad de encontrar orinales decentes para aliviar el camino. Ciudad hostil, desdeñosa, Nueva York vive como en sus postales: aguada en el color pop del Díptico de Marilyn; amañada en el estilo vintage de la gente bonita, que frunce el culo para verse más sensual en su vagabundeo por Times Square.

Mientras esto sucede en los andenes, otra serigrafía, casi lejana, aviva los relieves de la vida brillante en los rascacielos, al borde de Central Park. Don’t cross Central Park at night, previene Octavio Paz. La vida brillante, como la de Trump, lo sabemos, gusta de la perversión. Algo habrá que hacer para salir del aburrimiento, quizá en las noches, como El hombre lobo. Pienso en el destino de Jeffrey Epstein y en su extraña muerte, a unas cuadras de la 27, en un piso del Centro Correccional Metropolitano, próximo a Wall Street.

En fin: debía pensar en algo, mientras los demás turistas lograban su objetivo y se iban para otro sitio de interés. Insolados, perplejos con el rumor sinfónico de muchas lenguas, nos habituamos a la fila. Era muy temprano aún para saber que la vida nos estaba preparando en eso de soportar, estoicos, todo tipo de filas con tapabocas: las del supermercado, las de las Eps, las de las oficinas de recaudo.

Teníamos un objetivo común: queríamos sentarnos a un lado de Oscar Wilde, el dandy aristócrata. Queríamos posar con él para la posteridad de los álbumes digitales; vanagloriarnos ante las visitas que se preguntarían por el origen de la imagen. No obstante, yo quería algo menos frívolo, acaso más esotérico: hablar con ese hombre, escucharlo en la eternidad de su bronce lacado, de su elegancia irlandesa, él, que había escrito “Otras ideas radicales sobre la reforma del traje”.

Fiel a la literatura, bovarista por convicción, sabía que Wilde me concedería algunas palabras.

–¿En qué íbamos, maestro Wilde?

–En nada, turista, acabas de sentarte.

–Es cierto, soy torpe al iniciar este diálogo con un trastabilleo fático. Me pregunto cómo la pasa usted por estas calles luminosas.

–Qué te digo, la inmovilidad no ha sido mi fuerte. Además, suelen visitarme turistas ignaros, que no tienen la más remota idea de lo que escribí hace décadas. Solo saben que era homosexual y que esa condición, divertida y hedonista en principio, marcó el camino de mi derrota.

–Comprendo, maestro.

–Deja de llamarme maestro. En tu boca de latino suena a muletilla. No creo que comprendas mucho.

–¿?

–Si quieres que este diálogo insulso continúe déjame preguntarte qué has leído de mí.

–Muchas cosas, sus ensayos, sus novelas. Entre ellas El retrato de Dorian Gray.

–Ya veo. ¿Recuerdas alguna frase, alguna sentencia de las que allí expuse?

–Recuerdo algunas, sí señor. La de Lord Henry, en su diálogo con la duquesa Gladys.

–Qué interesante. Prosigue.

–La duquesa le pregunta por el arte, por el lugar que el arte tiene en la vida. “¿Dónde dejas el arte?” Pregunta ella. Y Lord Henry responde que el arte es una enfermedad.

–Es el gran tema, desangelado turista. No el del arte como atributo creativo del ser sino el de la enfermedad. Sí que lo sé, en mi experiencia carcelaria, en mi vida de clochard en las calles parisinas.

 –También habla usted del alma enferma.

–Ese es otro tema. La enfermedad de la que hablo es la del cuerpo.

–Como lo supo el eterno joven Dorian.

–Veo que no comprendes. Lo de Dorian es una apuesta, una batalla para derrotar el destino que nos imponen los dioses. Su debilidad, su engreimiento es lo que lo hace monstruoso. Hablo del cuerpo como deterioro, como corrupción.

–Borges, uno de sus más tempranos traductores, señor Wilde, dijo en “El zahir” que “En los velorios, el progreso de la corrupción hace que el muerto recupere sus caras anteriores”.

–Memorable sentencia, como si la hubiera copiado de mí.

–No me sorprendería, usted hace parte de su Biblioteca personal. Incluso antes había contemplado una revelación en otro personaje: “Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso.”

–Ya empiezas a entender. El cuerpo como enfermedad, como extensión de una memoria que de súbito es atacado, aplanado. El cuerpo como fragilidad, expuesto al aire, al contacto con los otros, a la carga viral que expanden los diminutos organismos que no vemos.

Un turista francés empezó a proferir palabras soeces. Me increpaba, me exigía que me parara de allí, que era su turno para tomarse la selfie. Vacilante, fui incapaz de armar una frase de despedida.

Han pasado meses desde aquel diálogo con el señor Wilde. He vuelto a las calles de Manhattan pero ahora siguiendo las cámaras de reporteros intrépidos. He reconocido en fotografías algunos lugares que me son familiares. Calles desoladas como las calles del mundo. En el paisaje de la urbe, el número de muertos e infectados crece como el terror. Sobre las aguas del Hudson River, un buque hospital militar recibe personas contagiadas por el virus. Sobre los pastos de Central Park, un hospital de campaña levanta sus lonas blancas, a la espera de los enfermos. “¿Acaso no sabes los horrores que aguardan a ese cuerpo suyo todavía tan blanco?”, se pregunta un personaje de Wilde.

Don’t cross Central Park at night. Ante las debilidades del cuerpo; frente al peligro que inocula nuestra saliva, los versos secretos de Octavio Paz ahora se traducen de otro modo. Los leemos temblorosos, sin claridad de luna y atentos como moscas a los mensajes de los voceros locales: “Stay home. Save lives”, “Quédate en casa”.


ÚLTIMA PUBLICACIÓN DEL AUTOR

El paga diario

Especiales de Semana Santa: selección de arte religioso

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Independiente de las creencias o descreimientos de cada quien, el arte religioso forma parte del patrimonio cultural de la humanidad. De hecho, los antropólogos y los historiadores de la cultura coinciden en que todas las artes tuvieron origen en la necesidad de ritualizar el mundo para darle sentido a la transitoriedad de todas nuestras experiencias cotidianas. La pintura, la poesía, la danza, la música, la narrativa echan raíces en la necesidad de re-ligar, de volver a juntar lo contingente con lo trascendente, de donde se deriva el sentido de la palabra religión.

Por eso, durante estos días de obligado recogimiento, compartimos con ustedes una muestra de la impronta que lo religioso ha dejado en nuestro devenir.

 

LA ÚLTIMA CENA. LEONARDO DAVINCI (1498)

Título original: L’ultima cena

Museo: Santa Maria delle Grazie, Milán (Italia)

Técnica: Óleo Temple (880 × 460 cm.)

 

LA TENTACIÓN DE SAN ANTONIO, SALVATOR ROSA (1645)

Título original: La Tentazione di Sant’Antonio

Museo: Pinacoteca Rambaldi di Villa Luca a Coldirodi, San Remo (Italia)

Técnica: Óleo (125,5 × 93,3 cm.)

 

LA CREACIÓN DE ADÁN, MICHELANGELO BOUNARROTTI (1511)

Título original: Creazione di Adamo

Museo: Capilla Sixtina, Roma (Italia)

Técnica: Fresco (280 × 570 cm.)

 

LA MATANZA DE LOS INOCENTES, PETER PAUL RUBENS (1612)

Título original: Le Massacre des Innocents

Museo: Museo Real de Bellas Artes, Bruselas (Bélgica)

Técnica: Óleo (142 cm x 182 cm.)

 

SAN JUAN BAUTISTA, CARAVAGGIO (1603)

Título original: Giovanni Battista

Museo: Galería Nacional de Arte Antiguo, Roma (Italia)

Técnica: Óleo (94 x 131 cm.)

 

Pueden encontrar más obras de arte religioso en Ha! una página sobre historia del arte. Haciendo clic aquí. Además si hacen clic en cada foto de las que acaban de ver, los llevará a un texto explicativo sobre la obra, los textos son de la página de arte que les recomendamos.

 


 

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