lunes, junio 16, 2025
cero

#CiudadaníaActiva Comentario de una lectora

0

Comentario de Paca López a nuestro artículo titulado:  El fin de un mundo. |

 

“Desde que empezó la crisis del corona virus, mi vecino de 70 años no ha dejado de preparar su huerta para la próxima cosecha de verano, ni la vecina con 80 y fallo cardíaco ha dejado de abonar su jardín, el más bonito de todas las primaveras juntas. ¿Actos de fé? Aquí donde el carro es el rey y hace cinco siglos se rebelaron contra los diezmos, se trabaja todos los días la tierra, se cultivan flores, verduras y frutas, se cocinan conservas y se fermenta repollo para el próximo invierno. Labrar la tierra no es deshonra, es un valor de la vida en comunidad. Por eso, junto al carro se parquea un tractor sin ningún complejo clasista, pero se prefiere la bicicleta para desplazarse.

Pero también han creado el más perverso sistema de parqueaderos de jubilados en residencias de mayores, con cuidadores mal pagados que se han regresado al este junto a sus familias a intentar sobrevivir la pandemia. Otro engendro capitalista.

Este es el dilema que plantea el corona virus: cómo y en qué circunstancias morirse.

ps. Margaret Thatcher dejó la generación perdida que hoy es población de riesgo del corona virus.”

 

Un pensamiento obstruido

0
PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA

Por, Héctor H. Quintero |

Después de escuchar la alocuciones presidenciales de las últimas dos semanas, las de su ministro de salud, leer apartes de los decretos presidenciales producidos después del 437 y ser protagonista indirecto de la dinámica social y mediática asociada a la pandemia, es inevitable pensar en el prototipo de ser humano que está administrando a Colombia:

¿Cuál es su estructura de pensamiento? ¿por qué filtran la información de manera sesgada? ¿Por qué usan permanentemente las generalizaciones como soporte para tomar decisiones? ¿Por qué son cínicos? ¿Por qué mienten sin ningún tipo de resquemor? ¿Por qué presentan los argumentos antagónicos como producto de la ignorancia o de la ideologización extrema? ¿Por qué acuden a las estéticas planas para ocultar sus acciones? ¿Por qué les encanta el silenciamiento, el engaño, la trama y la apariencia? ¿Por qué restan valor a los componentes socioculturales de la realidad? 

 

imagen: presidencia de la república

 

Seguramente para un cientista social estas son preguntas tontas, con explicaciones ya construidas en un sinnúmero de investigaciones.

Sin embargo estas preguntas están planteadas en un escenario particular (la pandemia del COVID 19), que pone de manifiesto el riesgo y la vulnerabilidad del conjunto de la sociedad colombiana.

Se podría decir que desde la conquista y la colonia, la inequidad, la desconfianza, la injusticia, la ignominia y la inoperancia de los gobernantes de turno ha sido una constante en la vida del país del Sagrado Corazón de Jesús. Sin embargo sí ha cambiado drásticamente el prototipo de estadista y de administrador de lo público. Hoy es claro que la sensibilidad por el otro es mínima, interesa en tanto genere beneficios, protecciones o ventajas. En su conjunto plantean el mismo libreto, con un lenguaje extremadamente parecido en términos, giros, acentos y formas de decir las cosas. Su mirada de la realidad es estrecha, se ubican en la dimensión econométrica dejando de lado el resto de la realidad. Y no la ven, efectivamente su limitación es tal que no la ven. Por eso es entendible que sean asesorados por personas muy parecidas a ellos, con los mismos sustratos, convicciones y supuestos sobre la realidad.

Dicho de otra forma son incapaces, no idóneos para esos cargos; sin embargo su limitada inteligencia es potente, desarrollándose en el campo de unas cifras sin seres humanos y sin contextos. Eso los hace proclives a tomar partido con facilidad por aquellas corrientes, caudillos y procesos que les brinden beneficios en términos de riqueza económica y prestigio. Y claro, estos otros los aprovechan al máximo, usufructuando las arcas públicas, la información privilegiada y el tráfico de influencias.

 

imagen: libero.pe

 

De esta relación parte un tipo de administración de lo público que privilegia las grandes fortunas y apellidos, con una evidente suma de actos que demuestran que el interés individual juega mas que el interés común. ¡Claro! en su accionar son apoyados por millones de personas con la misma tendencia, solo que sin los recursos o la habilidad para ingresar a los escenarios que los harían bebedores del mismo vino. Ese apoyo se hace mas potente cuando la escuela, la ciencia y el conocimiento son remplazados por expertos pagos, periodistas incompetentes, demagogos y una valoración desmedida por un pensamiento facilista, espontáneo, moralizado, ideologizado, trivial y fatuo.

En nuestro caso es sobresaliente Iván Duque, un cantante y futbolista en ciernes, que utiliza dichas habilidades para mostrarse como parte de las mayorías, para declarar una humildad, un don de gentes y una entrega humana que está lejos de poseer. Buscando verse valioso, sabedor de lo que hace y competente, usa un lenguaje que suena bien, y se arma bien, sin embargo en general es un discurso vacío, sin visos de compenetración, valoración, exposición y dimensionamiento de lo que significa este momento histórico. Cada una de sus acciones y propuestas quedan contradichas por la realidad. En un afán de ocultar cifras, de maquillar la situación, de negar su incompetencia y la de su grupo de trabajo, plantea un modelo de intervención a la crisis, que se desdibuja en las distintas acciones, alocuciones y propuestas adicionales.

 

 

 

Se ha planteado un aislamiento del conjunto de la población colombiana, ello presionado por algunos alcaldes y gobernadores que decidieron con mayor rapidez pensando en los ciudadanos. Luego se han encontrado situaciones que desdibujan la probable convicción de Duque con respecto a dicho modelo de intervención. Claro, al oído le hablan los dueños y dirigentes de los sectores económicos, quienes solo piensan en la reducción de ganancias.

No ha sido seria la aplicación de tamizajes en Colombia, no se han testado las cadenas de contagio, no hay una campaña masiva de pruebas, no se están calculando los cambios de funcionamiento y ocupación de las unidades de cuidados intensivos y cuidados intermedios, no se han activado planes de mitigación con respecto al segundo desastre (hambruna, carencia social de recursos económicos, delincuencia, violencia urbana incrementada) y por último no se ha planteado un plan masivo de comunicación – educación para generar un lenguaje común de acuerdo, acción y preparación de la población colombiana.

¿Qué hay en la cabeza de Iván Duque? Ni idea, sin embargo sus acciones y silencios permiten afirmar que es el típico funcionario que obedece y acata los intereses de sus patrocinadores. Nada distinto puede explicar el no cierre oportuno del aeropuerto El Dorado. De aquí en adelante nos espera un accionar errático, carente de sentido sociocultural, con un fuerte énfasis en el “salvamento” de la economía.

Usarán toda la desinformación, el cinismo, el engaño y la gran distancia que el colombiano tiene ante el poder, para agenciar un modelo a la colombiana que favorezca de manera unilateral a la banca y a los grandes empresarios colombianos. Una especie de pensamiento obstruido permitirá que de nuevo la aceptación plana de las acciones del poder central, ratifique el estado de somnolencia del pueblo colombiano, su incapacidad para entender que las formas de hacer y construir país son erráticas, productoras de iniquidad, injusticia y violencia.

Difícilmente sabremos el real impacto del COVID 19 en nuestro territorio: igual que en la guerra con las FARC, estaremos en un espacio social reducido, donde la discusión estará centrada entre los defensores del desarrollo económico de Colombia y aquellos que serán catalogados como sus detractores. La típica fórmula del uribismo, polarizar y crear enemigos. Con respecto a la pandemia se hará lo que se vea bien, lo que nos ubique como un país que  responde al reto, así gran parte de las acciones no estén apoyadas en información fidedigna y confiable.

Para los administradores de Colombia lo importante es aparentar, mostrar que se actúa, así no importe la ciudadanía.

*Médico y docente universitario

 


ÚLTIMA PUBLICACIÓN DEL AUTOR

 

 

PUBLICACIÓN RELACIONADA CON EL TEMA

#QuédateEnCasa lecturas recomendadas para Semana Santa

0

 

Nuestra Semana Santa será virtual, desde casa. Así que desde el confinamiento disfruta de lecturas alternativas que te proponemos aquí:

 

El País de España: El fenómeno de mostrar cuarentenas privilegiadas en redes abre el debate de la brecha social en Internet

La presentadora Ellen DeGeneres, retratándose en el salón de su mansión en Los Ángeles. FOTO: INSTAGRAM

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El País de España: Baile, tragedia y todos los famosos del mundo: la desconocida historia de Régine, “la reina de la noche”

Regine Zylberberg posa con unas marionetas que representan a los miembros de la banda Kiss en Nueva York en 1979. Getty Images

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BBC Mundo: Coronavirus | “¿Un mundo feliz?: resulta que estábamos mejor cuando creíamos que estábamos peor”

GETTY IMAGES

 

 

 

 

 

 

 

 

Página 12 de Argentina: El festival del triunfo peronista

Billy Bond.

 

 

 

 

 

 

 

 

The New York Times: La cuarentena, la maternidad y sus contradicciones

Javier Jaén

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Revista Gatopardo: Así vencieron los habitantes de Mexicali a la transnacional Constellation Brands

Fotografía de Tercero Díaz / Cuartoscuro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

OTROS TEXTOS QUE TE HEMOS RECOMENDADO

La edad de la inocencia

0

Existen seres humanos que son parientes cercanos de las tormentas. En el sexo, en las ideas, en las luchas diarias y hasta en los sueños son como criaturas de fuego que todo lo calcinan.

Al final, ellos mismos terminan convertidos en un montoncito de cenizas.

El polvo enamorado del que hablara el poeta don Francisco de Quevedo.

Por eso mismo, son seres tocados por una lucidez que les viene de los tuétanos.

Lo que las jergas empeñadas en reducirlo todo a fórmulas llaman un loco.

A menudo, esas personas se pasan la vida siguiendo la pista de un crimen antiguo como el mundo, para descubrir que el asesino son ellas mismas.

Como en el relato de Edipo.

Así de inútil y de ineludible es nuestro tránsito por el mundo. El destino, le llaman algunos a eso.

De ese fuego están hechos los personajes de la novela Las Varonesas, del escritor argentino Carlos Catania, censurada por los militares de su país en los días más sangrientos de la dictadura, en el tránsito de los setenta a los ochenta.

Tal vez no resulte tan azaroso que algunos de sus personajes parezcan parientes de esos hombres y mujeres duros e iluminados que habitan en las novelas de Ernesto Sábato, un autor cercano a los afectos de Catania.

“La nuestra es una civilización que tuvo que inventar la aspirina, porque no es capaz de soportar un dolor de cabeza”, sentencia uno de esos seres, añorando sin duda el indomable espíritu de los estoicos.

Eran otros tiempos, cuando los hombres se asomaban al absoluto apretando los dientes y sin cerrar los ojos.

Los de Catania son hombres y mujeres- incluso niños- que lo descubren temprano: las categorías de bien y mal, de inocencia y culpa, no pasan de ser fantasías de espíritus envilecidos por todos los poderes.

En realidad, sólo existe lo humano.

Alfredo, Adela, Lucía, Patricia, El Castor, Mendieta y Aldo deambulan como almas en pena por este universo que, de entrada, supone un laberinto.

Siguiendo una constante de la novela moderna, sus destinos discurren en La ciudad. Así se nos aclara en la página 43:

“La ciudad se dividía, como todas las ciudades, en cuatro zonas correspondientes, deteniéndose al límite de extensos sectores suburbanos: allí habitaban la suciedad y el olor del orgullo humillado. (Consejo para escritores: quien desconoce su ciudad no puede escribir una línea ni forjar planes extremos.) Los olores cambian. También la atmósfera. El comportamiento glandular manifestado por la gente al recibir las estaciones hace que muchos culpen  a la temperatura ambiente de sus frustraciones y pequeñas calamidades.”

Al principio de la novela, como en algunos cuentos infantiles, tenemos una isla con su bosque, sus estanques, sus puentes y, claro, su propia legión de monstruos.

Pero son monstruos con rostros familiares: el abuelo autor de las esculturas que, por alguna razón insondable, decidió bautizar con el nombre de Las Varonesas. Alfredo y Adela, los hermanos que mantienen una relación incestuosa en los mismísimos bordes de la locura, crimen de por medio incluido. Los padres que parecen sombras. Lucía, la otra hermana que intenta restaurar el equilibrio de esa nave al garete, valiéndose de una beatería que se desmorona ante el asalto del primer galán que se cruza en su camino.

Y está la pequeña Patricia, muerta en un estanque de la isla a edad muy temprana. Pero no se ilusionen: ni siquiera ella es inocente.

Las Varonesas se inscribe en la línea de las grandes tragedias clásicas. Por eso tiene sus crímenes de pasión, su drama familiar y sus asaltos de demencia. Al fondo claro, las utopías y revoluciones. En este caso, las revoluciones de estirpe marxista que encendieron el mundo desde 1917 hasta 1989, por  lo menos. Y ya lo sabemos: los idealismos, cuando son absolutos, dejan a su paso una estela de devastación.

Uno de los integrantes de la familia es Alfredo, un escritor que, como todos los de su condición, trata de conjurar con palabras una legión de demonios: los personales, los familiares y los de su tiempo.

Pero bien sabemos que las palabras son como un manojo de llaves: no aparecen cuando más se las necesita.

Alfredo trabaja en la escritura de un libro cuyo título constituye de entrada un equívoco: Teoría del error.

A lo mejor sin ser consciente de ello, sigue la línea de pensamiento de una antigua tradición gnóstica: el mundo fue creado por un demonio y en esa medida cualquier intento de mejorarlo solo puede conducir a su empeoramiento.

Por eso la política, el amor, las revoluciones, la familia y los sentimientos filiales no pasan de ser patéticos consuelos para el que no quiere enfrentar sus verdades últimas.

De ahí que uno de los objetivos de sus flechas sea el pequeño burgués, el buen ciudadano instalado en su poltrona frente a la televisión. Por lo menos eso leemos en la página 413:

“… En la primera vitrina está el insecto gordo, el hinchado, el que convierte la porquería en manjar. Lo veo fumar un cigarrillo después de la cena, el vaso en la mano, proyectando cosas…Lo veo seguro de sí mismo, rodeado de aparatos, paredes y familia, que son la medida ovárica del triunfo. Lo veo sintiendo el bobalicón afecto por el hijo que prepara día a día a su imagen y semejanza, con orgullo, para la carnicería final. Ha organizado sus mentiras de tal manera, con tanta precaución, siguiendo sin imaginación el modelo de tantos castrados similares, que pueden funcionar sin sobresaltos.”

Ese tono de ángel exterminador surca la novela como el aliento de una deidad iracunda. Aunque a veces el narrador se concede – y nos concede- treguas como esta:

“Algunas mañanas, ciertos atardeceres…, uno experimenta una suerte de ansiedad alegre, un mágico equilibrio de lo físico y la mente. El mundo parece tan ordenado y sensato que caemos como chorlitos en la trampa.”

Y de trampas está hecho el mundo de quienes habitan esta novela de vértigo. Lo que abunda aquí son vidas que nacen, se elevan en un intento inútil  y desesperado por tocar algo que les dé sentido, para desplomarse después, convertidas en un amasijo de sangre, sudor, fango, semen y mierda.

Todo eso contado en varios planos: el incesto de Alfredo y su hermana Adela, que hacen del cuerpo estandarte, mortero para minar las bases de la institución familiar.

Luego está la utopía, la Revolución, ese sueño hermoso devenido pesadilla sin que a sus forjadores les haya sido dado tocar los frutos del paraíso, por la  razón más simple de todas: no existe un Paraíso. Por eso las revoluciones sólo dejan muertos, desaparecidos, traiciones y desencantados.

Está también el relato de Lucía, la hermana alienada por la superstición, cuya presencia es sin embargo necesaria para  restablecer el equilibrio entre tanto caos, tanta locura.

Y el asesinato del amigo del narrador y a la vez amante de Adela a modo de chispa capaz de  hacer trizas al mundo. En la página  452 asistimos  al fin, a la confesión de Alfredo, exasperado por el deseo y por las visiones diáfanas y puras de su infierno:

“La ventana se abrió del todo pocos segundos después del primer golpe. Antes él había intentado arrancarle la blusa. Adela cayó de costado emitiendo un débil quejido y tomándose la cabeza. La levantó de las axilas. Ella escupió. El segundo golpe rajó el labio inferior de la muchacha (ya todas las velas estaban apagadas, incluidas las del altar menor). Adela intentó incorporarse; lo consiguió a medias y fue hasta él trastabillando, casi por inercia, con los brazos abiertos. Él la recibió y comenzó a besarla en el cuello. Casi desmayada, ella tuvo fuerzas para clavarle las uñas en la cara. Él lanzó un grito y la inmovilizó torciéndole el brazo hacia atrás. Se limpió la sangre pasando la mejilla por el cabello de ella. Entonces, apretándola con furia, haciéndole retorcer el rostro de dolor, silbándole al oído, le contó todo, hasta el último detalle, reproduciendo escenas con fidelidad, deteniéndose en los pormenores de aquella noche lluviosa, confirmando por primera vez, vaciándose para llenarse de una certidumbre concreta.”

Como la vida, la literatura está plagada de tópicos que nos venden la ilusión de certeza, de seguridad. Pero a poco que nos adentremos en sus meandros  nos descubriremos transitando por arenas  movedizas. Uno de esos tópicos, agotado por un sector de la crítica, nos dice, así sin más, que  Las Varonesas es “una novela dantesca”.

Flaco aporte para quien quiera emprender este viaje propuesto por Carlos Catania hacia las más puras simas de la extraña criatura que somos.


ÚLTIMO TEXTO DEL AUTOR RELACIONADO CON LITERATURA

Día mundial de la salud

0

ESPECIAL. Día Mundial de la Salud |

El Día Mundial de la Salud brinda una oportunidad para centrar la atención en importantes cuestiones de salud pública que afectan a la comunidad internacional. Con ocasión de esta fecha se lanzan programas de promoción que se prolongan largo tiempo tras el 7 de abril de cada año desde 1950.

En el 2020 el tema está dedicado al apoyo y reconocimiento de la labor de enfermería y partería, y se extiende a otros trabajadores de la salud que en estos momentos de pandemia ponen todo su esfuerzo, exponen su familia y su salud física y mental, para enfrentar el coronavirus.

 

 

Aunque la mayor parte de este especial será dedicado a recordar las medidas, fuentes, reflexiones y recomendaciones que se deben tener en cuenta en este momento de crisis en la salud pública y el sistema económico en el que vivimos, antes queremos dar las gracias a ese personal de salud: enfermeros y parteros, que dan su tiempo para el cuidado de las personas enfermas y de los nuevos seres humanos que llegan a este mundo. Gracias por su dedicación esfuerzo y solidaridad. Por ese don de gente y cuidado que deben tener para brindar algo de los mejor de ustedes para los demás.

Y también gracias a todo el personal de salud en general que hoy más que nunca están corriendo sin parar para contener las pérdidas humanas que acarrea el coronavirus.

 

 

La salud pública en Colombia

En Colombia, el tema de la salud pública es complejo, de ahí que la cuarentena es de las opciones más certeras que tenemos para combatir el coronavirus, por no decir la única. Nuestro sistema de salud está en colapso, por tanto, una gran cantidad de enfermos con necesidad de ingreso a áreas como UCI o con requerimiento de respiradores artificiales nos pondría en jaque a los colombianos y al personal de la salud, porque no hay capacidad de atención para tanta gente, de llegar a ser una infección mayor.

Ante esta situación en la que la salud es un negocio y los usuarios somos clientes, requerimos quedarnos en casa y mantener el distanciamiento social para prevenir y combatir el virus.

 

#QuédateEnCasa

 

En este especial te recordamos las recomendaciones que día a día vemos en las redes sociales sobre la pandemia actual. Mismas que pedimos verifiques con medios de confianza.

Recuerda que ante el acceso a tanta información, es necesario ser muy cuidadosos con las fuentes de las que nos enteramos de la actualidad de la pandemia.

 

Fuentes oficiales para consulta

Las fuentes confiables son los Ministerios o Institutos de salud pública de tu localidad o país.

 

 

En el caso de Colombia se puede consultar la página web, instagram, twitter o el facebook del Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia. Dar clic a cada red para ir al sitio señalado.

 

 

También hay otras entidades internacionales que operan en Colombia y su información es confiable, en este especial dejamos enlace al facebook de la Organización Mundial de la Salud en Colombia, allí encontrarás datos relacionados con los cuidados que debes tener e informes sobre avances en conocimiento sobre el coronavirus.

 

 

También fíate de las páginas y redes sociales oficiales de tu alcaldía o gobierno local, allí ponen información sobre las medidas que debes tener en cuenta de acuerdo a los decretos que se establecen para enfrentar la emergencia y mencionan las acciones que se están llevando a cabo en el momento.

Por ejemplo, se anuncia:

  • Hasta cuándo se extiende el periodo de cuarentena
  • En qué lugares es obligatorio el uso de tapabocas
  • Quiénes están en cuarentena permanente durante la emergencia
  • Quiénes pueden salir de casa y para qué
  • Cuáles son los horarios en los que debes salir para abastecerte de comida
  • Qué tipo de establecimientos están en funcionamiento
  • Qué tipo de ayudas se requieren y quién las recoge
  • Pagos de servicios públicos

 

Terminamos este especial recordando medias básicas generales en casa y enlace a algunas notas que se han realizado en La cebra que habla sobre la salud en Colombia y el colapso del sistema económico, visible con esta pandemia.

Cuídate mucho y recuerda que La cebra te acompaña #QuédateEnCasa

 

 

Artículos de La cebra que habla para reflexionar sobre la crisis

Clic en la imagen para ir a la entrada

¡A vivir de la manga!

0

Mangos en el patio de mi tío (un milagro en Cochabamba que se dice valle)

Hace muchísimos años que diría yo, unos veinticinco y fracción que calcula mi frágil memoria de hombre entrado en la cuarentena (no por coronavirus y otras criaturas malignas que acechan a la endeble Humanidad), la bucólica ciudad de los eternos jardines todavía no era ningún trópico de Capricornio ni otras características que desmintieran su acrisolada fama de valle atravesado de choclos y duraznos. Toda la población se reducía a vallunos y vaquitas de rica leche y no menos sabrosa nata con que rellenábamos el pancito de trigo. Ahora en Cochabamba, transformada en ruidosa metrópoli, uno se puede topar con taiwaneses, persas modernos (no los gatos, ¡por dios!) y aún seres más raros como los veganos, que sólo se alimentan de brotes de alfalfa, dicen, en franca competencia con nuestros animalillos de granja.

Era esa época de orgullosa ingenuidad de observar la gigantesca mata del plátano (la hierba más grande, según los botánicos) crecer en algún jardín y sin saber para qué servía, si únicamente veíamos hojas y hojas. Es pues de adorno, ¡burro!, me ilustraba algún adulto y yo me lo creía sin mayor objeción. Era impensable, además, constatar que las carnosas papayas maduraban en un arbusto con un tronquito apenas más alto que un hombre erguido. Finalmente, en mi escueta vida, jamás había visto un mango (literalmente) madurar en los árboles. Casi treinta años después, mis ojos todavía no se creen que esta santa trinidad de frutos tropicales prospere en cualquier patio o canchón de vecino, a unas pocas cuadras de mis aposentos para mayores señas. Ah, los sinsabores del calentamiento global, sin duda.

Ahora, sin tener un mango, valga la expresión, puedo conseguir mangos o mangas como se dice indistintamente en estos lares; me basta con acudir a la casa de mi tío y sonsacarle alguno que va tomando color y acumulando sabrosura. Y si el tío se las da de amarrete con sus preciados y bien vigilados mangos, ya puede uno trasladarse para La Cancha y otros mercados populares donde abunda la fruta y por montones. – ¿A cómo está el montón, caserita?-, disparo sin más a la vendedora. -Diez pesitos, joven, llévate pues-, me ruega con zalamería. Y juro que me llevaría todo el montón (unos ocho mangos enormes de cáscara rojiza) pero mi mochila quedaría chica y yo jorobado con tanto peso. Tengo que negociar para llevarme la mitad, medio apenado por no aprovechar la ganga de los precios, y apenado otro tanto porque se echarían a perder en casa.

Variedades que he podido conseguir, seguro que hay mucho más en Bolivia

Con el verano campando a sus anchas en estas latitudes meridionales, es de esperar que las frutas de estación ofrezcan sus mejores galas en cuanto a color y sazón. Entre tan variada producción, he visto cosas que no creerían en otros lados: montañas de plátanos donde se pierde la gente, alfombras de sandías coloreando el suelo, piñas amontonadas como interminables promontorios de papa. Pero entre tanto despliegue de abundancia y colorido que uno tiene suerte de apreciar en los mercados, nunca había visto tal profusión de formas, tamaños y sabores como el apetecible grupo de los mangos. Y yo dándomelas de “manguero”, sin proponérmelo.

Es impresionante la versatilidad de esta fruta en cuanto a usos en la cocina. Ya puedo uno levantarse y desayunarse un batido de mango y leche o, en su defecto, deleitarse con una ensalada de frutas donde lleva la sazón cantante. Su adorable combinación de acidez y dulzura es insuperable, ofrece el perfecto equilibrio entre estas dos sensaciones tan contrastantes, en resumen, es un sabor que se impone en todo momento, fácilmente reconocible a ciegas, basta con sentir su sedosa textura en la boca… y a disfrutar como niños. Como postre, no tiene parangón después del almuerzo. Las variedades más pequeñas tienen la cualidad de ser más dulces, tiernas y suculentas. Las más grandes son más idóneas para otros usos como la repostería.

En el sentido del reloj: manga-frutilla, manga-papaya, manga-rosa, manga criolla, manga-manzana y manga-plátano

Se sabe que existen cientos de variedades alrededor del mundo, cada una con nombres de cierto abolengo, según sus cultivadores o creadores. En Bolivia no nos andamos con clasificaciones tan enrevesadas. La sabiduría popular las ha bautizado según sabor y/o apariencia. Tenemos, por ejemplo, la “manga- manzana”, enorme y vistosa, de piel roja intensa y forma redondeada que recuerda a una manzana; su abundante pulpa desprovista de fibra la hace adecuada para laminarla o cortarla en cachitos,  para darle el toque de exotismo a una ensalada toda verde o para rematar golosamente la presentación de un helado. Asimismo, su textura ofrece bastante solidez como para que no se deshaga al experimentar en un guisado con pollo u otra carne. En cualquier caso, se sale dignamente de lo común, que no todo es “pollo a la naranja” o “pollo o la piña”.

Un experimento culinario: Pollo al mango

Otras variedades que he tenido el privilegio de disfrutar son la “manga-papaya”, casi tan enorme y de apariencia similar a esta última, ofrece un sabor no muy distinto a la manga-manzana; vamos, que también sabe a mango de buenas a primeras. La “manga-frutilla”, era la gran desconocida, que puede confundirse con la manga-manzana, aunque tiene una forma más alargada casi ovalada y de piel rojiza que seguramente recuerda al tono de las fresas o frutillas; de sabor un tanto más ácido, por cierto, así que eso puede explicar que no sea popular. Escondida entre variedades más comerciales, se puede pillar a veces la “manga-plátano”, de apariencia humilde y mediana, tonos verdosos y opacos, y con manchas oscuras que la muestran poco agradable a la vista; pero al gusto había sido otro cantar, su delicioso sabor que evoca ligeramente al banano la distingue sobre las otras variedades; pero a la gente parece que le importa un mango, digo un comino.

Conviene detenerse también en la manga común o “criolla”, la de tonos amarillos casi anaranjados que a menudo vemos en cualquier puesto de fruta o por camionadas en los centros de abasto, de lo mucho que abunda. De tamaño pequeño, pulpa espesa pero fibrosa como ninguna, que no da para otros usos que no sea el chuparla a mano pura y simple. Intenten rebanarla con un cuchillo y luego me dicen cómo les va. Pero así de barata y corriente como es, sin embargo, es la más dulce que se hace golosina en boca de los niños que, bien recuerdo yo, de chico me embadurnaba toda la parte inferior de la cara al devorarla con placer, hasta dejar su duro hueso al desnudo.

Sean del color que sean, los mangos son siempre amarillos por dentro

Donde me pierdo es en la curiosa denominación de “manga-rosa” a la variedad más pequeña, tan minúscula como una ciruela. Posee un sabor excelso, aunque también lleva mucha fibra, y ciertamente delicado al paladar, tal vez por ello la comparación con esa flor. Porque en apariencia, aroma y sabor, ¡nada que ver con las rosas! Que también se comen los pétalos de rosa, oiga, en los restaurantes más chics y vanguardistas, aseguran.

En lo que a mí concierne, desde hace tantísimo tiempo me propuse “vivir de la manga”; de ahí viene lo de “manguero”, que es una forma vulgar de llamar al noble arte de gorronear, ocupación que ofrece muchos sacrificios (para el cuerpo) pero siempre sabrosos y nunca aburridos. Ya poniéndonos serios, ¿cómo no he de obedecer ante tamaño obsequio de la naturaleza? Pecado sería el no hacerlo. Así que ya saben, ¡a vivir de la manga! Por lo menos hasta que dure el verano, como un amor pasajero.

Un lujo de postre: Helado de vainilla, mango, kiwi y frutilla

*Pueden ver más contenidos de este autor en: Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas, y otros amores

El miedo en casa: un nuevo inquilino

0

El miedo llega por las noches, cuando los niños por fin duermen. Me acerco a darles un beso en sus cabecitas, y los contemplo en la oscuridad por un instante. Duermen plácidamente, tan tranquilos y ajenos a las noticias del mundo y a las preocupaciones de mamá.

Así debe ser.

Nunca he sido muy aficionada a la ciencia ficción, pero recuerdo haber visto de pequeña un capítulo de El planeta de los simios. “¿El hombre superior al simio? ¿Hubo un tiempo en que el hombre era superior al simio?”, se preguntaba con estupor un humano sometido al régimen de los micos. Por alguna razón, nunca he olvidado esa pregunta, ni el desconcierto visible en el rostro del sujeto que la formulaba. Tal vez por ello me fascinaron desde siempre aquellas clases universitarias en donde se nos explicaba la manera en que aprendemos a aceptar ciertos hechos como “normales”, cuando en realidad no son más que el resultado de una serie de convenciones sociales.

Para el prisionero de El planeta de los simios, era “normal” que el mico fuese superior al humano, y se le hacía imposible imaginar un pasado en el cual tal jerarquía se diera a la inversa. Para nosotros en el año 2020, era “normal” hasta hace unas semanas salir de nuestras casas: a trabajar, a estudiar, a mercar, a dar un paseo.

Plaza de Bolívar de Pereira, un día de cuarentena

Por las noches, cuando llega el miedo, llegan también a mi mente escenarios aciagos. Allí, el confinamiento se ha establecido de manera indefinida, y ha pasado ya tanto tiempo que los seres humanos nos preguntamos si realmente hubo un pasado en el cual transitábamos por las calles sin cubrirnos el rostro y los niños corrían en libertad por los parques.

Pero no me hagan caso. Desde chica he sido una persona que se deja impresionar fácilmente, y mi imaginación fatalista suele jugarme malas pasadas. Recuerdo, por ejemplo, la tarde en que empezó a llover en Lima, poco después de haberme enterado de la historia del arca de Noé. Empezó a garúar, mejor dicho, porque las precipitaciones allá no son más que finas partículas de agua que no alcanzan a humedecer el cabello. El asunto es que esa tarde me atrincheré en el segundo piso de la casa de mi abuela, y al observar que la garúa no mermaba, empecé a rezar para que no ocurriera de nuevo el diluvio universal. Ahora mismo, observo con inquietud el corte que tengo en el dedo, minúsculo pero renuente a cerrar, y temo una septicemia, una gangrena. No pude haber elegido un mejor momento, me digo con sarcasmo, mientras observo mi dedo, putrefacto, al interior de una ambulancia que me traslada por las avenidas de esta ciudad silenciosa a un hospital atestado de pacientes que demandan ventiladores. Por esos lares deambulan, a veces, mis pensamientos fatalistas.

Creo que, al fin y al cabo, sí soy aficionada a la ciencia ficción.

“Es viernes y mi cuerpo lo sabe”, escribía con ironía el escritor Marco Avilés, repitiendo aquella frase que solía anunciar la llegada del fin de semana. Es viernes y mi cuerpo lo sabe. ¿Qué sabe?, intenté responder.

Sabe que a primera hora mis manos tomarán el teléfono y mi rostro se encargará de desbloquearlo. Sabe que las yemas de mis dedos se deslizarán por la pantalla, y se detendrán en el ícono que me permite escribirle un mensaje a mi mamá en el extranjero. Sabe que sonreirá ante la imagen de aquel ingenuo que confunde sanitize con satanize y dibuja un pentáculo en su sala, y sabe que lanzará una carcajada frente a un Homero Simpson que confiesa: “No le entiendo al profesor en persona… voy a entenderle por internet”. Sabe también que mis ojos recorrerán las noticias, se fijarán en el número de muertos y contagios, y se dilatarán ante imágenes de cadáveres en bolsas y ataúdes apilados en la vía pública. Sabe que luego se servirán de un dron para divisar las grandes avenidas, ahora desiertas, de mi ciudad natal, de una Lima cuya calma repentina produce escalofríos. Sabe además que sus pies no traspasarán los límites del apartamento que habita, y que sus brazos cerrarán con tristeza la mampara por donde solía ingresar un gato.

Pero mi cuerpo no solo sabe, sino que también siente. Siente que su tendencia a la introversión le ha facilitado sobrellevar el aislamiento, así que no le sorprende encontrarse tan a gusto en casa. Lo que sí le sorprende es hasta el momento no haber añorado mirar el mar, e intuir que lo primero que hará al término del confinamiento será dirigirse a un bosque, internarse en el frío de los guaduales, aferrarse al sonido de la tierra mojada, retener en la memoria el olor de la lluvia.

Tomada de lapupa.pe

Es seguro que el miedo regresará cada noche. Entonces soñaré que despido a mis hijos en la ruta escolar, para luego descubrir que el colegio es el foco principal de la pandemia en la zona. Despertaré bañada en sudor, y en un intento por desacelerar el ritmo de mis palpitaciones, acudiré a las letras de Bob Marley, que me invitan a no preocuparme ’cause every little thing gonna be alright. Pero la estrategia no surtirá efecto. Casi de inmediato recordaré que Three Little Birds era la canción que escuchaba Will Smith en Soy leyenda, poco antes de terminar volándose en pedazos para contener el ataque de los infectados. Es mejor atraer pensamientos agradables, me repetiré. Esta vez sí añoraré encontrarme de cara al mar, frente a unas olas que forjan abundante espuma al estrellarse contra la orilla. Me imaginaré prestando atención a su velocidad y altura, calculando el momento preciso de zambullirme en las concavidades marinas. Sentiré la salada humedad en mi rostro al surgir de las profundidades, el aleteo constante que me permite mantenerme a flote, la sensación de invulnerabilidad que me otorga el situarme en la cresta de la ola.

Guardo una fotografía de las nubes del último viernes que salí de casa. En pocos días, habrá pasado un mes. Aquella mañana de marzo muchos aún cuestionaban la gravedad del virus, y yo no imaginaba que por la noche atravesaría por última vez el parqueadero del edificio en donde vivo. Ese viernes, olvidé en la guantera del carro la novela Americanah de Chimamanda Ngozi Adichie. Había leído ya más de la mitad, así que las peripecias y disyuntivas en las vidas de Ifemelu y Obinze quedaron, de forma abrupta, en suspenso. Podría ir a buscarla, sería un buen modo de endulzar el encierro. Sin embargo, he decidido esperar a que se levante el aislamiento para retomar el libro. Quizás tan pronto como regrese del bosque, regresaré también a su lectura. En una ciudad que no será aquella que yo transitaba, en un mundo de afuera que se habrá tornado irreconocible, será gratificante volver a una trama que se mantuvo inmune al cambio, ajena a este nuevo estado de las cosas en donde “distancia social” o “aplanar la curva” forman parte ya del vocabulario cotidiano, distante de esta nueva realidad en la cual siento, tal vez con demasiada frecuencia, el olor a cloro impregnado en mis manos.

¿Cómo hacer tapabocas?

0

INFORMACIÓN DE INTERÉS PÚBLICO Por Tracy Ma y  |

 

Las recomendaciones sobre el uso de tapabocas han estado cambiando. Pero los centros para el control y la prevención de enfermedades ahora recomiendan tanto a las personas sanas como a las enfermas usar mascarillas básicas de tela al salir a lugares públicos debido a que han surgido nuevas preocupaciones de que el coronavirus se esté transmitiendo a través de personas infectadas que no presentan síntomas.

Lo más importante sigue siendo limitar las salidas y lavarse las manos con frecuencia. Los ciudadanos no deben usar tapabocas de uso médico, los cuales son escasos y deben reservarse para los trabajadores del sector salud que están al frente del combate a la pandemia.

Pero usar una mascarilla puede ayudar a limitar la propagación de gotículas respiratorias, que a su vez propagan el nuevo coronavirus. La organización Sewing and Craft Alliance ha estado actualizando continuamente una lista de centros de atención médica que solicitan donaciones de tapabocas hechos de tela.

Vas a necesitar:

  • Hilo y aguja (y una máquina de coser, si la tienes)

  • Tijeras

  • Alfileres o broches para mantener la tela en su lugar (los seguros y los sujeta papeles también sirven)

  • Un pedazo de tela de algodón de al menos 50 por 50 centímetros, como un trapo para secar trastes o un paño para envolver pan o tortillas

  • 4 tiras de tela de algodón para los lazos del tapabocas, de unos 45 centímetros de largo y 1,8 centímetros de ancho

  • 4 cordones planos límpios

  • Dos tiras elásticas para costura de 6,3 milímetros de ancho y 17 centímetros de largo cada uno

Publicación completa haciendo clic aquí vía The New York Times